Entrevista a Alberto Rodríguez, director de la película “Modelo 77”, en el marco del ciclo “El gran viaje de la gran pantalla”, en La Model Espai Memorial en Barcelona, el jueves 1 de junio de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alberto Rodríguez, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Alexandra Hernández y María Gil de comunicación de la Academia de Cine. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“En este país no ha cambiado nada, siguen mandando los hijos de los dueños”
Si hay un cineasta capital en el cine español de la transición, que se centraba en el cine más incómodo y más arriesgado, ese no es otro que Eloy de la Iglesia (1944-2006), que con películas como Navajeros (1980), Colegas (1982), El pico (1983) y su secuela de 1984, se acercó de forma transparente, con rigor y de verdad al fenómeno quinqui que asolaba el país, mostrando la cara más cruda de la sociedad española, en películas protagonizadas por delincuentes, en un tiempo de cambios políticos, sociales y culturales del país, De la Iglesia miró hacia los arrabales, hacia los más desfavorecidos y sobre todo, mostrando la rutina de los heroinómanos, y la cárcel y sus injusticias, con toda crudeza y realidad. El séptimo largometraje en solitario de Alberto Rodríguez (Sevilla, 1971), el sexto que escribe junto a Rafael Cobos, también se detiene en la rutina de la cárcel, llevándonos al período donde el cine De la Iglesia mostraba las miserias del país, y más concretamente al período que abarca de febrero de 1976 hasta octubre de 1978, casi tres años de vida carcelaria de un joven llamado Manuel, acusado de desfalco que entra en la Modelo, la mítica cárcel de Barcelona.
Casi toda la película la veremos a través de la mirada de Manuel, un lugar nuevo para él, un lugar anclado en el pasado a pesar de la transformación que estaba viviendo el país. El director sevillano opta por un estilo marcadamente minimalista, muy austero, y de verdad, sin artificios ni nada que se le parezca, heredando la forma de míticas películas como Un condenado ha muerto se ha escapado (1956), de Robert Bresson, La evasión (1960), de Jacques Becker y El hombre de Alcatraz (1962), de John Frankenheimer, entre otras, donde cada mirada cuenta, cada detalles resulta esencial, y sobre todo, en un espacio muy acotado, donde la celda se convierte en el único universo. No es la primera vez que Rodríguez y Cobos nos hablan del período del tardofranquismo, ya lo hicieron en la estupenda La isla mínima (2014), donde nuevamente construían su narración a través de dos figuras, el veterano y el joven, un método recurrente en la filmografía de los andaluces, y otra vez, uno de los personajes, el más experimentado no es otro que Javier Gutiérrez, basado en una figura real.
La estructura obedece a modo de diario, en que los casi tres años que aborda la trama, nos van testimoniando la lucha de los presos por mejorar su situación personal, atrapados en condenas injustas, con la famosa ley de “vagos y maleantes”, donde entraban desde homosexuales, robos leves, borrachos, gandules y demás ciudadanos que el estado represor y fascista consideraba que debían estar mejor en la cárcel. Vemos la salida de los presos políticos, pero los comunes quedaban ahí dentro, con su reivindicación a partir de motines, cortes de venas y demás trifulcas para protestar por su situación y su mejoría, a través de Copel, una asociación que velaba por sus derechos. Modelo 77 no solo se queda en un diario de las protestas de los presos comunes, sino que va más allá, creando todo un entramado sencillo e íntimo de las normas represivas de la cárcel, que las muestra con crudeza y sin edulcorantes, y también, de las relaciones íntimas y demás que se van produciendo en la prisión, desde la homosexualidad latente, los primeros heroinómanos, los chivatos, las asambleas clandestinas y los continuos tejemanejes de unos y otros por el control de la cárcel o sus “zonas”.
Si la narración resulta verosímil y atractiva, la forma no se queda atrás, porque Rodríguez, muy sabiamente, se hace acompañar por algunos técnicos desde sus principios, como el cinematógrafo Álex Catalán, que está con él desde Bancos, el cortometraje hace veintidós años que rodó junto a Santi Amodeo, que consigue una luz apagada, muy de rostros y miradas, que contribuye a toda esa trama a partir de pequeños gestos y momentos cotidianos de los presos, la gran aportación en el montaje de José M. G. Moyano, que ha trabajado en todas las películas del cineasta sevillano, construyendo una interesantísima narración de personajes y magnética atmósfera para condensar con peripecia los ciento veinticinco minutos del metraje, que pasan con inquietud, intensidad y pausa. El excelente trabajo de Julio de la Rosa con esa música, que opta por alejar los temas populares del momento, para adentrarse en esa línea más intima y personal. Destacar el gran trabajo de Eva Leira y Yolanda Serrano en el apartado de casting, porque la película emana naturalidad y verdad en cada personaje por breve que resulte, y no podemos olvidar otro cómplice esencial en la filmografía del andaluz que no es otro que el productor José Antonio Félez, que ya estaba en El factor Pilgrim (2000), que codirigió junto a Santi Amodeo.
La película se basa en hechos reales pero se ha tomado las licencias habituales para crear su relato de los hechos acontecidos, con un reparto muy interesante, lleno de verdad, que es muy natural y sobre todo, es complejo y muy cercano, empezando por un maravilloso Miguel Hernán en la piel de Manuel, el recién llegado que no se amilanará por las durísimas condiciones de maltrato y vejación de los funcionarios y el sistema medievo carcelario, y protestará, luchará y se enfrentará a las continuas injusticias, además peleará junto a sus compañeros hasta el fin. Junto a él, un formidable Javier Gutiérrez como Pino, qué decir de un intérprete que sin hablar ya lo dice todo, con su “celda” convertida en una especie de oasis para soportar tantos años de condena, con esos libros de ciencia-ficción, sus latitas de conservas y esa pausa que parece tener constantemente. Y luego, están los otros, en un reparto muy coral, con un gran Jesús Carroza como el Negro, que ha estado en unas cuantas de Rodríguez, siempre natural y magnífico, con ese momento impagable de la presentación de Pino, y Xavi Sáez, un actor cabecilla de Copel, homosexual y heroinómano, que luchará codo con codo con sus camaradas de cárcel.
Tenemos breves apariciones pero llenas de encanto y furia, como la de un Fernando Tejero sublime, muy alejado de la comicidad que le caracteriza, en un personaje de mal agüero como El Marbella, un tipo de armas tomar que controla la parte más conflictiva del penal, y la joven Catalina Sopelana dando vida a Lucía, la chica que visita a Manuel, en una historia que ayuda a relajar el ambiente opresivo y difícil de la cárcel, además de la retahíla de otros intérpretes que ayudan a formar toda esa jungla de desgraciados, analfabetos, pobres y miserables que poblaban las cárceles españolas franquistas. Rodríguez vuelve a ponerse el mono de cronista del país, y sobre todo, del tardofranquismo, donde se abría un mundo de esperanza e ilusiones para muchos, pero también, una etapa que arrastraba la violencia estatal de un estado demasiado anclado en el pasado y todavía resistente a la dictadura. Con Modelo 77 se afianza en un director con aplomo, que se mueve en un narración y argumento contenido, que escapa de lo gratuito y las modas, para crear un relato de buena armadura y sólido, donde demuestra su buen hacer por las atmósferas sencillas e hipnóticas, y un grandísimo trabajo de elección de intérpretes lleno de grandes trabajos, composiciones hacia adentro, de las que se recuerdan y de verdad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
El año cinematográfico del 2014 ha bajado el telón. 365 días de cine han dado mucho y muy bueno, películas para todos los gustos y deferencias, cine que se abre en este mundo cada más contaminado por la televisión más casposa y artificial, la publicidad esteticista y burda, y las plataformas de internet ilegales que ofrecen cine gratuito. Con todos estos elementos ir al cine a ver cine, se ha convertido en un acto reivindicativo, y más si cuando se hace esa actividad, se elige una película que además de entretener, te abra la mente, te ofrezca nuevas miradas, y sea un cine que alimente el debate y sea una herramienta de conocimiento y reflexión. Como hice el año pasado por estas fechas, aquí os dejo la lista de 13 títulos que he confeccionado de las películas de fuera que me han conmovido y entusiasmado, no están todas, por supuesto, faltaría más, pero las que están, si que son obras que pertenecen a ese cine que habla de todo lo que he explicado. (El orden seguido ha sido el orden de visión por mi parte)
1.- HISTÒRIA DE LA MEVA MORT, de Albert Serra
El imaginario de Serra se sumerge esta vez de la mano de dos figuras, una real y la otra, de ficción, Casanova y Drácula y su (im)posible encuentro. Dos tiempos, dos naturalezas y dos épocas: por un lado, la que personifica el libertino italiano, -maravillosa la interpretación de Vicenç Altaió- la del siglo XVIII, el del racionalismo, el siglo de las luces y la sensualidad, que confronta con el mundo que representa el conde de ultratumba, los principios del siglo XIX, el del romanticismo, el oscurantismo y la violencia. El cineasta gerundense se centra en un mundo en descomposición que será arrebatado por otro que viene a arrasar con todo. La atmósfera y el paisaje dos elementos característicos en la filmografía del director, y la introducción del lenguaje, más presente que en sus anteriores obras, adquieren aquí un esplendor magnífico creando una maravillosa obra que nos seduce y también, nos aterra, donde destaca la luz del magnífico Jimmy Gimferrer. Una obra a contracorriente que refleja la madurez de un cineasta que se atreve con todo.
Una de las películas más esperadas del Festival por albergar tantos alicientes. Por un lado, su director, 1/3 del colectivo Los hijos, que debuta en solitario, una película vista en Locarno y Sevilla, festivales en los que tuvo una gran acogida de crítica y público, y por otra parte, el tema que desarrolla, una mirada hacía el pasado desde el presente, mirar hasta el contexto de aquel año 1982, cuando ganó el PSOE las elecciones, y parecía que el futuro se antojaba lleno de esperanza. Treinta años después, estamos aquí y ahora. El cineasta español plantea su película en una fiesta, en la que suenan éxitos musicales que retratan y relatan los tiempos que se vivían, apenas se escuchan las conversaciones de los jóvenes, alguna mínima alusión al terrorismo y poco más. Rodada en 16mm, la apuesta de López Carrasco es una obra muy interesante que juega de manera reflexiva, divertida y fresca en un ejercicio de auto crítica con los tiempos pasados, presentes y futuros.
El emblema del del desarrollismo económico del franquismo, sirve a Moreno, agarrado de su cámara penetra en los laberínticos pasillos, habitaciones y demás lugares del edificio para reconstruirnos su memoria y ser testigo de su nueva vida. El relato se despieza siguiendo la cotidianidad de los obreros, acompañando a los guardias de seguridad que van explicando su experiencia en el edificio. Moreno los filma tranquilamente, su visión distante y segura es la de un observador que mira cada detalle, cada gesto y objeto, se detiene en los lugares, en lo que queda de ellos, lo que fueron, qué había, cómo se distribuían, también, se tropieza con algún vecino a punto de salir de la casa que habitaba. Los recuerdos se amontonan, es tiempo de fantasmas, de viajar al pasado, de investigarse a uno mismo y buscar donde se pertenece o de donde se viene.
6.- STELLA CADENTE, de Lluís Miñarro
El reputado productor se centra en su tercera película como director, en una cinta de época, se sitúa en el año 1870, durante el breve reinado de Amadeo de Saboya. Una trama desarrollada entre las cuatro paredes del palacio, donde el monarca aislado y sin amigos o confidentes, incapaz de reinar en un país convulso, perdido y a la deriva, se mueve entre los pasillos y las alcobas de palacio como un espectro, rodeado de sirvientes y colaboradores, y extraño de sí mismo, y de todo lo que le rodea, se sumerge en una vida de placeres, de amores, de manjares, pura monotonía y fantasmal. Una obra de gran altura, de espacios sin vida, de tiempo detenido, donde la hermosísima luz de Jimmy Gimferrer se mueve en guarda vela y contrastada, para reflejar toda la decadencia de un estado que no se muestra, y unos gobernantes incapaces de manejar la situación y los conflictos. Destaca la interpretación de Alèx Brendemühl con esa mirada y esos gestos.
El paisaje y la atmósfera de la Costa da Morte se revelan frente a la mirada de Patiño en un ambiente de mitos, leyendas y cotidianidad. Con tan sólo dos elementos: una cámara que mira desde la distancia en plano general y el sonido, y apenas algunos diálogos, la película mantiene la atención del espectador, seducido por una imagen latente, cortante y bellísima. El realizador gallego muestra y explora ese mundo, sin juzgarlo, sin intervenir en la acción, sólo expectante y atento para mirarlo de forma tranquila y retratarlo de manera que se muestre el mismo. Una obra de gran factura técnica que crea un espacio sensorial de ritmo pausado y tranquilo. Una aproximación sugerente y atractiva de la relación del hombre con la inmensidad del paisaje que lo rodea. Una cinta que muestra a un autor de gran calado poético, que ya había dado muestras de su talento con piezas como Montaña en sombra (2012).
13.- CIUTAT MORTA, de Xavier Artigas y Xapo Ortega
Los directores barceloneses se sitúan en unos hechos acaecidos en la ciudad condal la noche del 4 de febrero del 2006, cuando durante una fiesta clandestina en pleno centro de la ciudad, 5 jóvenes fueron detenidos por la policía urbana, torturadas y enviadas a prisión, acusadas de haberse enfrentado a los guardias y cometido lesiones irreparables contra un agente. La cinta muestra los hechos, habla con los protagonistas, familiares, amigos, y demás expertos y conocedores del caso para esclarecer unos hechos del todo oscuros que enviaron a prisión a unos inocentes. Una película de denuncia, de alegato contra la injusticia, donde se pone en tela de juicio, a unas instituciones como el ayuntamiento, la policía y la justicia. Una obra parcial que da voz a los que reclaman su inocencia, a unas personas que sufrieron la represión y el terror de unos funcionarios públicos corruptos. Su ritmo frenético y su exploración sobre los mecanismos fascistas del funcionamiento de los estados, la hacen considerarla como uno de los grandes títulos del año.
Dos años después de su excelente policíaco, Grupo 7, Alberto Rodríguez vuelve a adentrarse en las entrañas del mismo género. En esta ocasión, sitúa su relato 7 años antes, en Septiembre de 1980, pero ahora se ha trasladado a un pequeño pueblo, si en la citada, era desde un escenario urbano como Sevilla, ahora se ha ido a lo opuesto, a lo rural, escenificado en las marismas del Guadalquivir, zona acotada por el inmenso río, caminos polvorientos, casas abandonadas y los humedales que lo rodean. El andamiaje que estructura el cine de Rodríguez está cortado por el mismo patrón, un par de personajes, uno, con métodos muy personales y de pasado turbio, enfrentado a otro, más joven, que utiliza métodos legales, dos almas opuestas, sí, pero que podrían convertirse en el mismo individuo. Otro de los grandes aciertos del cineasta sevillano, es el buen uso de los paisajes, dotándoles de una atmósfera asfixiante, donde se respira un clima de violencia latente y la tensión se palpa en cada rincón y agujero malsano del lugar, resulta extraordinario el clímax, con esa persecución envuelta en una lluvia torrencial. Una realización intensa e arrolladora, apoyada en un guión de hierro, repleta de grandes detalles, donde destacan unos memorables títulos de créditos iniciales, donde nos muestran las marismas desde las alturas -auténticas protagonistas soterradas de la función-, unos planos que nos insertarán a lo largo del relato, mostrándonos otros ambientes, como si nos anunciasen los diferentes capítulos que divide la trama. Un escenario que los encierra en un ambiente opresivo, donde parece que la única salvación posible es la huida hacía otro lugar, donde al menos, no se respire con tanta dificultad. Nos encontramos a comienzos del otoño del 80, en plena transición -aún quedan dos años para el triunfo socialista-, en las aulas todavía presiden los retratos de Franco, junto al del Rey, un tiempo muerto, que se resiste a desaparecer, y otro, nuevo, que todavía no ha empezado a despertar. Acompañados por el calor que todavía resiste, ante su inevitable marcha, dos policías de la capital han sido enviados para resolver la desaparición de dos hermanas menores. Uno, bajito y bigotito, de oscuro pasado, que se vale de métodos duros y violentos para sacar la información, el otro, más joven, alto, con patillas y mostacho, sigue el reglamento, y actúa según la ley. Rodríguez maneja los tiempos del género, encajonando y maniatando al espectador a su antojo, una gran dirección de actores, con dos soberbios Gutiérrez y Arévalo, acompañados por un grupo de excelentes secundarios: el niñato guapo y enterao que seduce a hermosas niñas, un padre desesperao y rebotado con su mala vida por su poca cabeza, una madre que calla y habla cuando debe o puede, un furtivo que conoce la zona como la palma de su mano, una niña, enamorá y muerta de miedo, forman entre todos, una serie de individuos complejos, que callan más que hablan, y se mueven por un sur azotado por el escaso y paupérrimo trabajo, y el contrabando. Un cine no muy alejado de los clásicos, ni del cine policíaco de los 60 y 70, tiene ese aire a títulos como Furtivos (1975), de Borau, y otros como El arreglo (1983), de José A. Zorrilla, serían dos buenos ejemplos donde mirarse. El realizador andaluz nos sumerge en un escenario que duele y mata, nos va desvelando su película a fuego lento, y nos retuerce lentamente, en una trama carga de tensión, que como es habitual en este tipo de género, nada nunca es lo que parece, y todos ocultan cosas, como si nos hubiera sumergido en el mismo fondo de las marismas, donde la única salida posible es salir a flote como se pueda, que ya es mucho.