El oficial y el espía, de Roman Polanski

LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD.

“Ahora, el antisemitismo. Él es el culpable. Ya dije de qué modo esa terrible campaña, que nos hace retroceder miles de años, indigna mis ansias de fraternidad, mi afán de tolerancia y de emancipación humana”

Émile Zola

El arranque de la película resulta contundente y demoledor, convirtiéndose en un claro ejemplo de apertura en el cine de los últimos años. La cámara recoge en una mañana gélida y gris del 5 de enero de 1895 a una legión de soldados perfectamente uniformados y en formación, el silencio es sepulcral. De repente, la cámara se detiene en el capitán Alfred Dreyfus, cariacontecido y compungido, acusado de traición es degradado y humillado en público. A lo lejos, agolpados en las vallas, una muchedumbre increpa y abuchea a Dreyfus sin ningún escrúpulo, avasallándolo con improperios e insultos. Nadie hace nada, todos los allí congregados asisten en silencio, atónitos al lamentable espectáculo. Nadie alza la voz frente al condenado, vejado, humillado y ridiculizado. Dreyfus era judío y se enfrentó a acusaciones falsas por su origen en una época en que el antisemitismo era el pan de cada día, a los que se les acusaba de falta de patriotismo frente a sus intereses personales, actitud que años después desencadenó en la Alemania nazi.

El mayor escándalo judicial de Francia había tenido anteriormente largometrajes en inglés, pero nunca en francés como ahora, dirigido por Roman Polanski (París, Francia, 1933) que desde que debutase en el cine en 1962 con El cuchillo en el agua en su Polonia natal, ha construido una filmografía alimentada por dramas personales e históricos, comedias que rompían moldes establecidos, o thrillers angustiosos, apasionantes y muy oscuros, como el que ahora nos ocupa El oficial y el espía (con su rompedor y brutal título original de J’accuse) acuñado por el escritor Émile Zola en su famosa carta dirigida al Presidente de la República publicada en el diario L’Aurore en 1897. Polanski acude a la novela “D:”, de Robert Harris, y junto a él, como ya sucedió con la película El escritor (2010) también firmada por Harris, escriben un guión en el que dejan de lado la figura de Dreyfus, que fue destinado a reclusión a la Isla del Diablo en plena Guayana francesa, para centrarse en el coronel Georges Picquart, el nuevo oficial al cargo de la unidad militar de contra-inteligencia que investiga los casos de espionaje del ejército.

Nos encontramos a finales del siglo XIX, época de grandes avances sociales, económicos y culturales con la aparición de nuevas tecnologías como el automóvil, el teléfono o las cámaras Kodak, y los movimientos liberales, aunque había cosas inamovibles como el ejército que gozaba de un poder ilimitado, un poder por encima de la verdad y la justicia. En ese contexto se desarrolla la investigación de Picquart, que descubre las pruebas falsas que incriminaron a Dreyfus y pondrá sus pesquisas en conocimiento de su superior el Comandante Henry, que le insta a olvidarse del tema y a no mancillar el honor del ejército con el error de haber condenado a un inocente. Pero Picquart, como suelen tener los personajes obstinados y libres de Polanski, seguirá empecinado en que se haga justicia y el caso vea la luz, y consigue llevar a juicio otra vez el caso. Con la ayuda del citado Zola que publicará la famosa carta en el diario, por la cual será fuertemente sancionado.

El director polaco construye un emocionante e intenso thriller histórico de grandes vuelos y un guión espléndido, lleno de momentos extraordinarios, como la conversación de Picquart y su superior Henry, donde queda claro que el ejército está por encima de todo y todos, aunque haya condenado a un inocente, porque el ejército no comete errores. Semejante actitud de ese poder sobrehumano, en el caso del ejército de entonces, que podría extrapolarse al poder de ahora, capaz de mentir y crear pruebas falsas para encerrar a inocentes o a aquellos que les molestan por su condición o actitud. Polanski plantea un relato subjetivo, a través de la mirada del omnipresente Picqart, alguien capaz de enfrentarse al poder porque todavía lucha por un ejército limpio y transparente, quizás su idealismo pueda sorprendernos, pero personas como estas hacen del mundo un lugar un poco más habitable para todos, porque creen en el ser humano por encima de unas instituciones corruptas y llenas de polvo y suciedad, donde no se investiga para esclarecer los hechos y conseguir la verdad, si no para buscar culpables que molesten, como queda patente en las oficinas de contra-inteligencia el primer día de Picquart, más parecido a un antro de perdición que a un espacio del estado, donde los informadores juegan a las cartas y el portero es un pobre diablo que está durmiendo siempre.

La estupenda e íntima luz de Pawel Edelman, con Polanski desde El pianista (2002) consigue atraparnos en esa atmósfera enrarecida donde le espionaje estaba a la orden del día, y la excelente partitura de Alexandre Desplat, capturando el romanticismo y la negrura tan propia de la época como de la trama. La película recorre un gran montaje obra de Hervé de Luze, con Polanski desde Piratas (1986), con un ritmo endiablado y enérgico sus 132 minutos de puro y brutal thriller al mejor estilo de Hitchcock y sus falsos culpables que tanto le interesaban plasmar en sus universos de poder, mentiras y demás. La maravillosa y contenida interpretación de Jean Dujardin dando vida al perspicaz y paciente Picquart, al mejor estilo de un Sherlock Holmes del ejército, consigue atraparnos con sus sutilezas, gestos y miradas, bien acompañado por Emmanuelle Seigner como su amante, a su vez esposa de un político poderoso, con Louis Garrel como el denostado capitán Afred Dreyfus, calvo y envejecido, con esa magnífica secuencia donde se ven los dos hombres en hermandad sin conocerse, donde se miran y entienden la naturaleza oscura y corrupta del ejército al cual pertenecen. Y las agradables presencias de un intérprete Polanski como Mathieu Amalric o Vincent Pérez, dos caras diferentes de la moneda en litigio.

El cineasta polaco traduce con habilidad y sentido un guión extraordinario, dando con la nota perfecta para conducirnos por un relato de misterio, de verdad y justicia, donde sus personajes son firmes y humanos, contradictorios y llenos de errores, unos los llevan con honor y otros con humanidad. El relato está lleno de sombras y personajes tortuosos y enigmáticos, como la atmosfera por donde se mueve la película, consiguiendo una grandísima ambientación llena de detalles, creando esa red de miedo, incluso paranoia con toda la investigación, a la que le pondrán un millón de obstáculos para no permitir la verdad, y sobre todo, no mancillar el honor del ejército por el error consumado. El relato nos habla del poder, y sobre todo, de sus mecanismos, ya sean del siglo XIX o de ahora mismo, donde la verdad y la justicia no son los elementos principales, sino palabras que pertenecen a la teoría, a lo establecido, a los discursos de los grandes acontecimientos, pero en la práctica, esa verdad siempre resulta incómoda, ajena al orden interno del ejército y un enemigo al que hay que expulsar y enterrar, por eso Picquart se convierte en un enemigo, en alguien que se desterrará, alguien que se querrá quitar de en medio, pero en este caso, quizás la verdad acabará resultando un enemigo imposible de batir. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

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