ADRIEN, EL DESAMOR Y SU FAMILIA.
“¿Conocen este chiste? Dos señoras de edad están en un hotel de alta montaña y dice una: Vaya, aquí la comida es realmente terrible. Y contesta la otra: Sí, y además las raciones son tan pequeñas. Pues, básicamente, así es como me parece la vida. Llena de soledad, miseria, sufrimiento, tristeza… Y sin embargo se acaba demasiado deprisa”.
Alvy Singer en Annie Hall, de Woody Allen
En los tiempos actuales, abundan gran cantidad de películas llamadas “comedias románticas”. Que en realidad no son esas deliciosas, divertidísimas e inteligentes comedias que hicieron gentes como Cukor, Hawks, La Cava, Capra, Sturges, Wilder, y tantos otros. Las de ahora son otra cosa. Películas planteadas para entretener y nada más, estereotipadas y en bucle, porque todas son idénticas, con los mismos gags y chistes malos, si que hay amores, pero son tan increíbles que cuesta creerlos. En fin, de vez en cuando, en la cartelera se abre hueco alguna que otra comedia romántica que está contada de otra manera, más cercana a aquellas maravillas que venían de Hollywood, cuando existía.
Con el aroma de las grandes, nos encontramos con El brindis, un película que tiene algo que la hace especial, y lo consigue a través de lo cotidiano y un personaje memorable y torpe, como lo son los personajes inolvidables. El título que, a simple vista pueda parecer muy alejado del original que es Le discours, no es el caso, porque nuestros vecinos franceses llaman de esa manera al momento del brindis, cuando alguien de la familia nos ilumina con unas palabras, si se da el caso, claro está. Basada en una novela de Fabrice Caro, el octavo trabajo del francés Laurent Tirard, sigue la línea de sus anteriores películas, en la que encontramos de todo, un par de cintas dedicadas al famoso personaje de El pequeño Nicolás, una de la saga de Astérix y Obélix¸ otra con Romain Duris sobre Las aventuras del joven Molière, una serie sobre metacine, y una par de comedias que no desentonaban con Jean Dujardin. En El brindis, todo el peso recae en Adrien, un tipo muy peculiar, neurótico e hipocondriaco, con notables síntomas de inmadurez, una mezcla del Cary Grant de La fiera de mi niña, y del mencionado Alvy Singer, un tipo simpático, pero con muchos conflictos internos.
Con Adrien somos testigos de sus historias y miedos, y no sitúa en dos momentos. En uno, estamos en una cena familiar que Adrien comparte con sus padres, su hermana Sophie y su cuñao. El joven está completamente ausente, ya que está desconsolado, porque su novia Sonia, con la que vivía y de la que está profundamente enamorado le ha pedido un descanso y él lo lleva fatal. Además, su cuñado, un idiota insoportable, le ha pedido el famoso discurso, y Adrien intenta quitarse como sea del engorroso encargo. En el otro momento, nos encontramos en la boda de la hermana y vemos todos los posibles discursos que va imaginando Adrien. La película va de un lado a otro tiempo, presenta, pasado y futuro, como la infancia y adolescencia de Adrien y a otros momentos con Sonia y su familia. No hay descanso, todo se cuenta a un ritmo febril y muy divertido. Tirard consigue una comedia que tiene de todo: amor y desamor, ironía, inteligencia, muchos gags, y sobre todo, una radiografía intensa y muy profunda de quiénes somos, lo que realmente nos preocupa, y lo poco sinceros que somos con los demás y con nosotros mismos.
Aunque todo el entramado argumental y formal de la película, y mucho más en una cinta de estas características, sin un buen plantel de intérpretes como los François Morel y Guilaine Londez como los simpáticos padres, que siempre cuentan la misma anécdota y son un amor, Julia Piaton es la hermana, enamoradísima del imbécil de su novio, Kyan Khojandi, que encima quiere ser guay, una ricura, Sara Giraudeau es Sonia, el amor en descanso de Adrien, frágil y delicada, que acaba hasta el mismísimo de las estupideces e historias de Adrien, y finalmente, un actor como Benjamin Laverhne, que en los últimos años le hemos visto en personajes muy distintos como el tipo que tiene Asperger de Pastel de pera con lavanda, el enamorado de Quisiera que alguien me esperara en algún lugar, el arrogante marqués del siglo XVIII en Delicioso, todos roles donde Lavernhe demuestra sus grandes dotes para la comedia y el drama, y para todo lo que se le ponga de frente, un grandioso intérprete que se hace con la película, lleva a su Adrien a donde haga falta, dándole ese toque de idiota simpático, de un pobre tipo que puede enderezar su gilipollez. Tirard ha construido una comedia romántica con el aroma de las de antes, cuando contaban cosas y trataban al espectador con respeto y admiración, donde se utilizaba el género para hablar de los males e injusticias sociales y emocionales, y aunque en muchos casos ya supiéramos el desenlace, el inevitable beso de los protagonistas contrariados, eso no deslucía en absoluto toda la película, aún más, no nos importaba el final, porque era lo de menos, disfrutábamos de cada desplante, cada equivoco, cada carrera, cada metedura de pata, y sobre todo, nos hacían pensar, reír y sobre todo, disfrutar del cine. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA