“Ningún artista ve las cosas como son en realidad; si lo hiciera, dejaría de ser artista”
Oscar Wilde.
Descubrí el cine en la adolescencia, hasta entonces, como cualquier hijo de vecino, me empachaba de los blockbusters de la época, pero ocurrió algo que cambió mi mirada de espectador. Una noche por televisión emitieron, “Ladrón de bicicletas”, aquella inolvidable fábula de Vittorio de Sica, aquel relato tan mínimo y, a la vez, tan grande donde la cotidianidad adquiría un orden inmenso, donde la vida fluía en cada momento. Mis ojos de dieciséis años no volvieron a mirar de la misma forma, las imágenes que invadían mis retinas dejaron de tener sentido, ahora había encontrado lo que quería mirar, aquellas imágenes que siempre había tenido en mi interior, pero hasta entonces no había visto. Luego vinieron otras historias, firmadas por Ford, Renoir, Ozu, Hitchcock, Rossellini, Buñuel, Truffaut… y tantos otros cineastas que se convirtieron en guías de mi formación como espectador, se convirtieron en esos espejos cinematográficos, donde siempre me miraba y me ofrecían un reflejo de la vida, de cómo estos señores veían su realidad, y nos la mostraban a nosotros a través de las películas.
Los años fueron pasando. Las películas viajaban a través de mi mirada, unas y otras me iban acercando a otros mundos, otras realidades, otros espejos en los que me seguía mirando. Yo iba creciendo y el cine iba cambiando. Los grandes directores dejaban su sitio a otros, aquellas películas que me enseñaron el camino, dejaban paso a otras. Mi inquietud como espectador no cambió, busqué esos espejos cinematográficos en otras miradas, otros cineastas que me mostrasen la vida, mediante su realidad. Pero ahora, sería totalmente diferente, si de adolescente fui yo quien los encontró, ahora, siendo adulto, fueron ellos los que me encontraron. Aparecieron otros nombres, los Kiarostami, Kaurismaki, Lynch, Haneke, Guerín, Erice, Kar Wai,… cineastas de nuestro tiempo, de nuestra contemporaneidad, ellos son los encargados de mostrarnos la realidad de ahora. Son los reflejos de aquellos espejos cinematográficos que nos mostraban la realidad de antes. Todos ellos, al igual que hiciera la Alicia de Lewis Carroll, han cruzado el espejo, han viajado hacía el otro lado, y a través de este espejo nos muestran la vida, tal y como ellos la miran. Son otras películas donde encontramos semillas del cine clásico y moderno que tanto nos emocionó en su día, pero son otra cosa. La sociedad ha cambiado, nos encontramos ante un sistema económico brutal y genocida, donde vale casi todo, y donde nosotros, nos hemos convertido en títeres luchando por un trozo de pan. El cine, este cine, no podía mirar hacia otro lado, el arte como arma de conciencias, tenía el deber de mostrar esta nueva sociedad. Ahora, en este cine, no importa lo que se cuenta, sino cómo se cuenta, la forma se ha convertido en el hilo argumental de las películas, la puesta en escena, ya no es lo que era, ahora nos desafía continuamente a los espectadores, nos propone un juego de paciencia, en el que nos ponen a prueba nuestra capacidad de mirar.
Observamos atentamente el devenir de estas historias, raras veces entendemos su significado, pero no nos importa, ahora el cine es diferente, se ha convertido en un mapa sin límites, que transmite sensaciones, emociones y un abanico de múltiples interpretaciones que nos mueve conciencias y nos hacen sentir cosas que nos devuelven una mirada diferente de la realidad que nos rodea. El cine contemporáneo ya no nos habla de frente sino que nos traspasa y nos rodea; somos nosotros los que tenemos que mirarlo sin prejuicios, sin esperar nada, abiertos a él, sentir y emocionarnos con sus imágenes incómodas, sus derivaciones argumentales, su indefinición genérica. Un cine sin nacionalidad, sin fronteras, donde los personajes no nos miran a nosotros, miran a un mundo que no entienden y éste tampoco les entiende a ellos. Unos personajes indefinidos, que buscan su identidad, su lugar en el mundo, un sito donde cobijarse, ser ellos mismos, aunque raras veces, por no decir nunca, llegan a conseguirlo. Es un nuevo cine que habla directamente del mundo que nos mira cada día. Un cine que se plantea infinidad de preguntas y que no da respuestas, porque no las sabe ni tampoco las sabemos los espectadores.
“Opino, que una película, salvo que sirva para pasar el rato, siempre debe defender y comunicar indirectamente la idea de que vivimos en un mundo brutal, hipócrita e injusto. La película debe producir tal impresión en el espectador que éste, al salir del cine, diga que no vivimos en el mejor de los mundos”. Esta cita de Luis Buñuel, uno de esos espejos cinematográficos donde se suele mirar el cine de nuestros días a modo de evocación, me sirve de excusa para finalizar este viaje a través del espejo que es el cine contemporáneo.
Nota: Ilustración de portada obra de DAVID DEL FRESNO (http://www.davidelfresno.com)