El segundo trabajo de Rebecca Zlotowski (París, 1980), es un drama social íntimo, donde se aborda de manera realista y directa, la explotación laboral a la que son sometidos unos empleados que trabajan en la zona no controlada de una central térmica. La historia arranca con Gary, -interpretado por Tahar Rahim, que algunos espectadores lo recordarán por su personaje en Un profeta (2009)- un joven de pasado oscuro, que subsiste a través de trabajos temporales, encuentra un empleo de alto riego radiactivo, ya que supone trabajar en las entrañas del reactor principal de la central, la zona más peligrosa. Su vida gira entre ese trabajo arriesgado y durísimo, donde los accidentes son el pan de cada día, y sus nuevos compañeros, -estupendos secundarios con Olivier Gourmet, habitual de los Dardenne, y Denis Ménochet- que como él, se alojan en un poblado de caravanas cerca de la central. Todo estalla, cuando a raíz de un accidente laboral, (como sucedía en Silkwood, filmada en 1983, de Mike Nichols, ambientada también en una central nuclear) Gary, por miedo que lo despidan, miente cuando es sometido a sus niveles de radiación, además comienza una relación sentimental clandestina con Karole, la prometida de uno de sus compañeros. Zlotowski, vuelve a los personajes y ambientes que caracterizaban su opera prima, Belle épine (2010), protagonizaba por Léa Seydoux, que repite en esta, se centraba en la existencia de Prudence Friedman, una joven de 17 años que andaba sola y a la deriva y que encontraba consuelo y amistad en Marilyne, una chica inadaptada que la introduce en las carreras ilegales y peligrosas de Rungis. Zlotowski maneja con sinceridad y honestidad todos los elementos, aportando el equilibrio necesario para una historia que se mueve entre dos mundos. Por un lado, los interiores, la central térmica, filmada a través de planos cortos y muy cercanos, donde la cámara se mueve como pez en el agua entre la marabunta de hombres. La descripción milimétrica que la realizadora parisina hace del lugar de trabajo es extraordinaria, nos sumerge en la tensión y el nerviosismo a los que están sometidos estos empleados que trabajan con unas medidas de seguridad muy frágiles, que los exponen diariamente al peligro de la radiación, y el posterior despido. La cineasta, en cambio, en los exteriores, insufla de vida y amor a su cinta, -muy cercano al tratamiento del maestro Renoir- las comidas en grupo, los baños en el río, y sobre todo, los encuentros sexuales de los jóvenes, apartados y ocultos entre la maleza y los árboles del bosque, -hermosa la travesía nocturna en barca-, respiran vida y se contagia la carnalidad y el erotismo que desprenden. Una provocativa y sexual Léa Seydoux, maravillosa en su personaje, que pasaría por una digna heredera de la Susan George de Perros de Paja (1971). Una relación que se mueve a hurtadillas y entre sombras, que actúa de forma magistral como eficaz metáfora de la existencia de estos desplazados que sobreviven en un trabajo explotado y peligroso, y que respiran un aire contaminado que les deja sin aliento y los aparta de los pocos resquicios de luz que puedan encontrar en sus vidas.