Entrevista a Dolores Fonzi, actriz y directora de la película «Blondi» en la terraza del Hotel Catalonia Barcelona 505 en Barcelona, el jueves 4 de julio de 2024.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Dolores Fonzi, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Óscar Fernández Orengo, por retratarnos con tanta belleza, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Creo que es muy importante que cada madre encuentre su propio camino”.
Solange Knowles
Blondie tiene más de cuarenta tacos, que mencionaba Sabina, no es una madre convencional, ella es ella misma, con sus cosas y consecuencias. Si la miras de lejos parece una adolescente más, una joven con ganas de vivir el momento e irse de fiesta con sus colegas, dejándose llevar por la vida, por cada día, y sobre todo, sin mirar a ese futuro que tanto miedo meten con él. Blondi vive de forma diferente, hace encuestas, vive con su hijo Mirko veinteañero, que sueña con ser dibujante, se ve con su madre, Pepa, viuda, pero de aquí y ahora, y mantiene una relación de amor-odio con su hermana, la “perfecta” Martina, casada y con dos hijos pequeños, pero tan infeliz como cualquiera. Blondi vive al día, sale de fiesta con su hijo y sus colegas, es una más, una “colega” más, una confidente de su hijo con el que fuma porros y habla de forma abierta y libre. Eso sí, nunca ha sido una mala madre, siempre ha estado ahí, desde que se quedó embarazada a los 15. Blondi es una madre diferente, alejada de la “normalidad”, o eso que nos han vendido que es “normal”.
De Dolores Fonzi (Buenos Aires, Argentina, 1978), ya conocíamos de sobras su faceta como actriz en la que lleva dedicada más de 25 años en películas de cineastas tan importantes como Luis Ortega, Damián Szifrón, Fabián Bielinsky, Cesc Gay, Claudia Llosa y Santiago Mitre, entre otros. Ha sido con este último, coproductor de la cinta, con el que ha debutado en el largometraje como directora que también protagoniza, con Blondi, coescrita junto la también actriz Laura Paredes, importante intérprete que conocemos por sus trabajos con el citado Mitre y los “pampero”, entre otros, en un relato que se mueve entre un modo desenfadado, libre y cómico, nos adentramos en el microcosmos de la citada protagoniza, con un tono ligero, directo y transparente, se adentra en conflictos que no se habían tratado en el cine, porque padres diferentes ya habíamos conocido unos cuántos, pero madres, no. Por eso, la primera película actúa de llenar un vacío, retratar a este tipo de mujeres y madres, personas que no actúan según los malditos cánones establecidos, y no por eso no son buenas madres, que lo son. Hay tantas cosas que cambiar para alejarnos de tantos modelos impuestos que sólo sirven para autocensurarse y en la mayoría de los casos, señalarnos y estigmatizar por no seguir los caminos marcados y desviarnos según lo que sentimos y según lo que deseamos. La película nos hace reír, por su gamberrismo y sorpresa constante, pero también, nos conmueve porque la cinta también habla del final de un camino, un instante que tanto madre e hijo deberán aceptar para seguir viviendo.
La ligereza y la intimidad de sus imágenes que firma el cinematógrafo Javier Juliá, con más de 30 títulos, con nombres como los de Tristán Bauer, y los mencionados Szifrón y Mitre, construyendo una obra intimista, doméstica y con muchos interiores, donde la cámara se desliza entre los intérpretes, mostrando sin juzgar. El montaje de Susana Leunda y Andrés Pepe Estrada juega en la misma latitud, donde prevalece el ritmo y la libertad de contar y construir en una película agitada, muy física y nada complaciente en sus intensos 88 minutos de metraje. Mención aparte tiene la labor musical de la película, porque contiene 6 cortes inolvidables de la Velvet Underground, entre los que destacan “Sunday Morning” y “Run Run Run”, amén de temas como “Hice todo mal”, de Las ligas menores, y algunas más, que contribuyen, junto a la composición original de Pedro Osuna, que tiene en su haber el trabajo que hizo para Argentina, 1985 (2022), de Mitre. Un gran reparto que tiene a Carla Peterson como Martina, la hermana competidora con su momento “particular”, la gran Rita Cortese, con medio centenar de filmes, es Pepa, una madre tan y tan diferente, siguiendo el no modelo familiar que retrata la película, y Toto Rovito es Mirko, el hijo-amigo, que vimos en la reciente La sociedad de la nieve, y por último, el fantástico Leonardo Sbaraglia, todo un marido, tan y tan… pelmazo, o pelotudo, como dicen por acá.
Hemos dejado para el final la interpretación de Dolores Fonzi, porque lo hace tan bien, es decir, transmite con tanta genialidad que nos convence desde esa primera secuencia, tan loca, tan diferente, tan domingo por la mañana, y sobre todo, tan ella, una mujer tan alejada de los convencionalismos, tan inesperada como tan auténtica, viviendo su vida, su realidad, y tan de verdad que, es imposible, no sentir que todo lo que hace es por el bien de los demás. Quizás, es el personaje más de verdad, el que más amiga es de los demás, siempre de cara, y sin juzgar a los demás. Un personaje brutal por su sinceridad y complejidad, con una composición tan magnífica como la de Paulina que hizo en La patota (2015), de Mitre. Dejense llevar por lo que propone una película como Blondi, de Fonzi, porque se darán cuenta de toda esa “verdad” de mentira que rige sus vidas y sus decisiones, porque Blondi vive de forma tan diferente, tan alejada a todo eso, siguiendo su propio camino, con sus errores y meteduras de pata, y qué más dará, cuando se vive como uno desea, como uno quiere, y eso que parece tan sencillo, no lo puede decir la mayoría de la gente, más interesada en seguir el camino marcado que el suyo propio, olvidando la persona que quiere ser, y ser la madre que siente, porque lo establecido está para cuestionarlo constantemente de manera que no te impida ser la persona que quieres ser. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Luis E. Parés, director de la película «La primera mirada. Historia de una escuela de cine», en el Parque de la España Industrial en Barcelona, el miércoles 19 de junio de 2024.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Luis E. Parés, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Nos dijeron que no mirásemos atrás porque sólo encontraríamos ruinas tristes de una España gris. Pero, no era verdad. Si miramos detenidamente, de entre las sombras, surgen otras imágenes, las de unos jóvenes que querían contar el dolor de un país. Los estudiantes de una escuela de cine, creadores sin medios, pero sin miedo. Con ellos nacía una mirada cómplice. Una mirada dispuesta a ver las cosas por primera vez”.
Todos aquellos que amamos el cine español sabemos del IIEC (Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas), aunque muy pocos hemos visto alguna de las prácticas allí realizadas. Una cuestión que dice mucho del poco valor institucional que se le ha dado al patrimonio cinematográfico. Algunas pocas de esas imágenes ya habían visto la luz en De Salamanca a ninguna parte (2002), de Chema de la Peña, un valioso documento centrado en las famosas conversaciones y en el Nuevo Cine Español, en el que se le daba voz a sus protagonistas. La película La primera mirada. Historia de una escuela de cine, de Luis E. Parés (Madrid, 1982), es todo un acontecimiento en el Cine Español, porque no es sólo es la primera vez que se bucea en los archivos de Filmoteca Española, sino que se sitúa en el epicentro de lo que significó el IIEC, mostrando las valiosísimas imágenes de aquellas prácticas de los nombres que revolucionaron el lenguaje y la mirada del cine de aquí.
El recorrido cinematográfico de Parés viene de lejos: programador de Filmoteca, Cinemateca Madrid, Festival de Sevilla e inventor del programa de televisión “Historia de Nuestro Cine”, agitador, activista e historiador del Cine Español, amén de director de siete cortometrajes, entre los que se encuentran Los conspiradores (2023) y El espectro político (2024). Con todo este bagaje era la persona más que idónea para acometer una película de estas características, tan insólita como necesaria. El encargo le vino de Mario Madueño, productor de Pantalla Partida, y el bueno de Luis se sumergió en el archivo, visionando los más de medio centenar de trabajos conservados y con la ayuda de Luis Deltell y José M. Carrasco elaboraron un guion que repasa concienzudamente las peculiaridades de cada práctica, sino que se sumerge en sus características, tanto a nivel de contexto político, cultural, económico y social, mediante las voces de dos intérpretes como Aitana Sánchez-Gijón y Pedro Casablanc. Una amalgama de información que aborda sus primeros años, los que van de 1947 a 1962, bien estructurada y mejor administrada, tanto crítica como artística que da buena cuenta del valor incalculable de estas películas almacenadas tanto tiempo sin que nadie les diera luz y mucho menos, la visibilidad y su posición fundamental en la Historia del Cine Español.
Vemos secuencias de los primeros trabajos de grandes nombres como Berlanga, Bardem, que se conocieron en la cola de las pruebas de acceso, Julio Diamante, Carlos Saura, Jesús Franco, Luis Ciges, Eugenio Martín, Javier Aguirre, Basilio Martín Patino, José Luis Borau, Antonio Mercero, Joaquím Jordà, Helena Lumbreras, Víctor Erice y Francisco Regueiro, y otros menos desconocidos como José Gutiérrez Maesso, José Maria Zabalza, Manuela González-Haba, Sergio Ferrer de María, Héctor Sevillano, y muchos más. Películas de índole académico que ya nos informan de todo el arsenal de unos jóvenes que encontraron en el IIEC una isla de libertad en la que podían abordar los temas sociales y políticos que se les negaba a los profesionales. Miradas de estudiantes que hablaban de un país en dictadura dominado por la moral religiosa, la represión sexual y la pobreza y miseria de sus habitantes, en unas prácticas donde no existía la temida y malvada censura. Una escuela que fue un espacio de ideas, amistad, libertad y sobre todo, de cine, de lo cinematográfico, donde se discutía y se compartía cine, títulos, y demás cuestiones del séptimo arte. Jóvenes que querían hablar de la realidad, a través de la verdad de sus prácticas/películas, donde la única frontera era la imaginación, sin importar los pocos medios que disponían, porque se las ingeniaban para hacer un cine crítico sobre la realidad sucia y gris del país.
Una película que tiene un contenido muy trabajado, lleno de detalles e información concisa y muy directa, explorando cada encuadre, fotograma y mirada de las diferentes películas. Un excelente trabajo de found footage donde el archivo adquiere su valor histórico y cinematográfico, a partir de un concienzudo y rítmico montaje que firma Vanessa Marimbet, que ha trabajado en documentales como Flamenco, Flamenco y Las paredes hablan, ambas de Carlos Saura, y ficciones como El plan, y El buen patrón, entre otras, y la excelente y detallista música de Bruno Dozza, que resignifica cada encuadre, cada gesto y cada mirada en una composición que explica y conmueve. Una película que habla de cine con el cine, olvidándose de los testimonios que existen de archivo, porque la película de Parés quiere mostrar lo invisible, desenterrar de las catacumbas del archivo de la Filmoteca, todo este material tan valioso como olvidado, y dotar de visibilidad, acceso y contextualizarlas en el Cine Español de antes y de ahora, estableciendo los puentes que no existían y sobre todo, generando ese reflejo de espejos entre aquellos jóvenes y los de ahora, entre aquella España dictatorial y la democrática de ahora.
No se pierdan la película La primera mirada. Historia de una escuela de cine, porque les va sorprender muchísimo a todas aquellas que amamos el Cine Español, y a los que no, seguirán perdiéndose obras que hablan de ellos, de su país, de su historia, sus costumbres y su recorrido que no es poco. Si tuviésemos que encontrar un paralelismo con lo que ha hecho Parés lo encontraríamos en el trabajo del norirlandés Mark Cousins en obras de la calidad de The Story of Film: An Odissey (2011), y su análisis en the Story of Film: A New Generation (2021), A Story of Children and Film (2013), Women Make Film: A New Road Movie Through Cinema (2018), amén de sus trabajos sobre Welles, Jeremy Thomas y Hitchcock, y demás. Un cine que hable de cine, que lo mire con tiempo, con reflexión y contextualizando cada imagen, cada instante y cada coyuntura política, económica y social, construyendo un archivo de imágenes en constante diálogo, cuestionando y sobre todo, mostrando a las nuevas generaciones de cineastas, para saber de dónde venimos y hacia dónde vamos, que no es poco, en un país que mira de forma institucional muy poco su cultura y menos a su cine. En fin, habrá que seguir trabajando, porque si no lo hacen, otros como Parés deberán hacerlo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
<p><a href=»https://vimeo.com/932447885″>LA PRIMERA MIRADA, Luis E. Parés [Clip with English subtitles]</a> from <a href=»https://vimeo.com/agfreak»>Agencia Freak</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>
“La vida no es sino una continúa sucesión de oportunidades para sobrevivir”.
Gabriel García Márquez
La película se abre con un plano en Staten Island, en New York, al otro lado del río Hudson, donde se ven a lo lejos los rascacielos de Manhattan. Uno de esos lugares que los turistas no conocen, uno de esos lugares que, tiempo atrás, fue próspero, y ahora, se ha convertido en un espacio fantasmal, donde todavía resisten pequeños talleres como el que acoge a Alvin después de dos años de cárcel. Alvin quiere dejar atrás todo aquello, y volver a su vida, regresar al tipo que deseaba ir al Instituto de Arte para dibujar y frecuentar los lugares donde alguna vez estuvo bien. Alvin es un buen chico aunque tropezó y se dejó llevar con las personas que no debía haberse cruzado. Ahora, huye de ellos, quiere paz y tranquilidad en su nueva vida. Trabajar haciendo piezas, vivir junto a su abuela, aunque el pasado siempre se empeña en aparecer, en rendir cuentas, en estar presente y Alvin debe convivir con él, debe aceptarlo y sobre todo, seguir su camino cueste lo que cueste y vencer la estigmatización de algunos, aunque para ello deba enfrentarse a sus miedos e inseguridades.
La cuarta película de Jordi Torrent (Sant Hilari Sacalm, Girona, 1955), después de L’est de la brúixola (2001), La redempció dels peixos (2013), e Invisible Heroes: African-Americans in the Spanish Civil War (2015), amén de trabajar en películas de Raúl Ruiz y en Mi vida sin mí (2003), de Isabel Coixet, se enmarca en el contenido social, el lado humano, y el interés por mostrar a los invisibles, a aquellos que el cine comercial no hace caso, a aquellos como nosotros, a las personas que sufren las mercantilizaciones de una no sociedad empeñada en enriquecerse y ocultar la miseria que provoca. Un tipo como Alvin podría estar en las películas citadas y viceversa, porque como los anteriores personajes de Torrent es alguien que quiere una vida mejor, que trabaja para tener aquella oportunidad de volver a empezar, no es sino la vida eso, como menciona García Márquez en la cita que encabeza este texto. Un marco en el que la historia, escrita por él propio director, se sitúa entre la clase trabajadora, la gran olvidada de mucho cine actual, entre lo que ocurre en esos día en que no aparentemente no pasa nada y en realidad, está ocurriendo la vida con sus cosas, una mirada que se concentra entre los pliegues de la intimidad, de la cercanía, de mostrar lo invisible de la condición humana, todos esos pequeños y cotidianos ratos que van conformando nuestras existencias, todos esos momentos que están ahí y que lo son todo.
La estupenda y sobria cinematografía en blanco y negro tan bien elegida de James Callanan, que ha estado en los equipos de películas tan importantes como Mystic river, de Eastwood, o series como The Americans, con esa cercanía y limpieza visual, donde lo sucio y espectral del lugar deja paso a una especie de poética donde lo mundano se hace único, donde la miseria tanto física como moral funciona como espejo para descifrar el alma de los diferentes personajes, en especial, la de Alvin. La formidable música de Marc Durandeau se desmarca de la típica composición de acompañamiento para posicionarse en otra música, es decir, en una que vaya describiendo los continuos miedos del protagonista que no quiere volver al lado oscuro como antaño. Un conciso y pausado montaje de Ray Hubley, todo un veterano en la materia que ha estado en los equipos de películas como Kramer vs. Kramer, de Benton y directores como Brian de Palma, entre otros, donde la edición da ese ritmo sencillo y muy cercano que tanto necesita una película de estas características, alejándose de las estridencias y piruetas formales de ese cine muy vistoso pero muy vacío.
Un personaje como Alvin, muy del western y del New Wave American, que habla poco y va de aquí para allá con paso firme y tranquilo, debía tener un rostro y un cuerpo de alguien que está dejando atrás mucha oscuridad y desea una vida tan diferente en el mismo lugar, un tipo como Aaron Poon, con una gran interpretación donde transmite toda esa desazón que arrastra, todos sus miedos en una mirada, en un gesto, en un silencio. Todo un gran acierto porque el bueno de Poon es el Alvin perfecto y mucho más, es la película y todo lo que no vemos. Le acompañan toda una retahíla de intérpretes que están en el mismo tono, el de transmitir un microcosmos donde aparecen reflejados toda la multiculturalidad y racialidad existente en un país como Estados Unidos. Encontramos a Lucinda Carr como la Grandma, un faro para Alvin, Richard Vetere es el jefe que le da la oportunidad del trabajo, y al otro lado, Ron Barba, el encargado con malas pulgas, Edu Díaz y Chang Liu son compañeros de trabajo, tan diferentes y tan ellos, Lashonda Corder y Taquan Percy Brown son otros aliados en la causa de Alvin, y Aiysha Flowers es una mujer del pasado que está presente e inquieta al protagonista.
Una película como Third Week, de Jordi Torrent tiene el aroma del no western, el que hablaba de cosas de verdad y con verdad, o de ese cine independiente estadounidense que siempre se ha detenido en visibilizar a los invisibles, fijándose en todo ese cine neorrealista que marcó la mirada de lo social en el cine. No dejen pasar una película así, porque eso hará que podamos ver más relatos sobre el trabajo y los trabajadores, y que sean con esta mirada tan profunda, nada manierista y fingida, sino como lo hace la historia de Torrent, con intimidad, abriendo las puertas y mirando la cotidianidad, eso que vivimos cada día, lo que forma parte de nuestra vida y que refleje nuestros miedos e inseguridades. No podemos olvidar a Toni Espinosa de Toned Media que, a parte del gran trabajo que hace con la exhibición con los Cinemes Girona, también trabaja en el otro lado, el de la distribución y producción, que ya estuvo en la mencionada La redempció dels peixos, y The Golden Boat, y en Mia y Moi, y La última noche de Sandra M., entre otras. Háganme caso, o mejor, háganse caso y acudan a conocer Thrid Week porque descubrirán a Alvin y las vidas que empiezan de nuevo una y otra vez, y también, Staten Island que ni les sonará y eso que anda por New York, la ciudad tan famosa y visitada, aunque siempre se queda atrás esa parte al otro lado del río. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Ángel Filgueira, director de la película «Cuando toco un animal», en el marco del D’A Film Festival en el Hotel Regina en Barcelona, el lunes 27 de marzo de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ángel Filgueira, por su tiempo, sabiduría, generosidad y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Hèctor Hernández Vicens, director de la película «Beach House», en la terraza del Antic Teatre en Barcelona, el miércoles 13 de diciembre de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Hèctor Hernández Vicens, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Pere Vall y Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.
Entrevista a Martí Atance y Albert Carbó, intérpretes de la película «Beach House», de Héctor Hernández Vicens, en la terraza del Antic Teatre en Barcelona, el miércoles 13 de diciembre de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Martí Atance y Albert Carbó, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Pere Vall y Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.
Entrevista a Pedro Aguilera, director de la película «Splendid Hotel: Rimbaud en África», en el Zumzeig Cinema en Barcelona, el viernes 15 de diciembre de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Pedro Aguilera, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“La historia de mi vida no existe. No existe. Nunca hay centro. No hay camino ni trazo. Solo vastos espacios dónde debía haber alguien, pero no es así, no había nadie”.
Arthur Rimbaud
La primera imagen que vemos de Hotel Splendid: Rimbaud en África, de Pedro Aguilera (San Sebastián, 1978), es la de un caballo solitario en un paisaje desértico, mientras escuchamos la voz de Rimbaud, la que pone el actor Damien Bonnard, citando el texto que abre esta reseña. Una imagen reveladora e impactante, aún más, cuando entra en el encuadre el actor mencionado, vagando por ese árido espacio, como un alma en pena, o quizás, como alguien en continúa búsqueda de sí mismo, y si lo encuentra, vuelve a empezar otra vez la misma búsqueda infinta. El cuarto largometraje del cineasta donostiarra vuelve a ser un desafío como lo fueron sus anteriores trabajos: La influencia (2007), Naufragio (2010), y Demonios en tus ojos (2017), en la que indagaba en la psique humana, en todo aquello que ocurre en nuestro interior, en todo aquello que no vemos pero que está muy presente en nosotros. Un cine nada complaciente, que nos cuestiona, que nos sitúa en lugares incómodos, inquietantes y sobre todo, en esos espacios que siempre queremos evitar.
Aguilera nos sumerge en la existencia de Arthur Rimbaud (1854-1891), cuando después de publicar su famoso poema “Una temporada en el infierno”, en 1875, deja la poesía y parte al cuerno de África para convertirse en comerciante de armas y de todo tipo porque anhela riqueza para vivir. Vemos al poeta ahora sólo convertido en Arthur, en una tierra extraña, en un espacio físico que se materializa en su psique, en todos sus infiernos particulares, moviéndose de un lado a otro, intentando encontrar su mercancía que se retrasa, compartiendo sus días pesados y oscuros con las gentes del lugar, caminando de aquí para allá, en caballo observando su entorno. La obra de Joseph Conrad que ha inspirado a tantos otros, también se manifiesta en la película, porque este Rimbaud huyendo de sí mismo, alejándose de su París, dejando atrás al poeta, no está muy lejos de las criaturas que viajan por África de las novelas del polaco que escribía en inglés, ya sea aquel de El corazón de las tinieblas o aquel otro de Lord Jim. Hombres en busca de algo, que no saben qué es, en continua lucha contra sí mismos, encerrados en sus paranoias y emociones, construyéndose en ese bucle constante, sumergidos en un limbo laberinto del que no son capaces de encontrar la salida.
A partir de un guion nada convencional y tremendamente personal que firman Nathan Fischer, que además es coproductor, el propio director y la colaboración del intérprete Damien Bonnard, construido a partir de lo físico, en consonancia con esa voz del poeta, o de lo que queda del poeta, que reflexiona sobre sí mismo, sobre su situación, sobre lo que espera encontrar y la nada, o el vacío, esa vida errante que parece detenida o simplemente, sin rumbo o convertida en una performance donde el poeta quiere dejar de ser y ser lo que imagina, lo que siente, en un estado espiritual, emocional y siendo otro. El tema del doble que tanto ha tocado Herzog, e Isaki Lacuesta en sus filmes como Arthur Cravan y Los pasos dobles, que relataban las odiseas de dos artistas, películas que dialogan mucho con esta, ya que las dos nos hablan de viajes físicos y emocionales, en las que ambas consiguen introducirnos en esos elementos donde lo físico se integra en lo psicológico y en lo emocional, y en lo invisible. La factura visual de la película es otro gran aliciente porque tenemos a uno de los grandes, Jimmy Gimferrer, que me impresionó en Aita, de José María Orbe, Història de la meva mort, de Albert Serra y Born, de Claudio Zulian, entre otras, creando ese mundo que, en realidad, son todos esos mundos de Rimbaud, los físicos y los psicológicos, los que vemos y los que no, en un magnífico trabajo del gironí cinematógrafo, que también hace la música, una banda sonora orgánica, muy atmosférica y llena de otros tantos mundos, con la música adicional de Fernando Vacas, que hizo la de Tu hijo, de Miguel Ángel Vivas, y ya trabajó con Aguilera en Rediseñando el mundo.
Un exquisito montaje, lleno de digresiones, donde prima lo caleidoscopio, creando todo ese mundo, submundo y más, en el que vive o está el propio Rimbaud, que firma Sergio Vega Borrego, en el que nos van metiéndonos en todo esos universos límbicos en los que está y no está el poeta, en esos estupendos 79 minutos de metraje. Una cinta que juega a la construcción de la representación, como hace el cine de Serra al que hemos citado más arriba, que dialoga con su última película Pacifiction, como con el cine de Lisandro Alonso, necesitaba y más aún, un actor como Damien Bonnard, un tipo al que hemos visto en diferentes roles con directores tan alejados como Polanski, Ladj Ly, Lafosse, Lanthimos, Wes Anderson y Dominik Moll, que recuerda al Depardieu setentero que nos flipó en las películas poéticas de Duras, en Los rompepelotas, de Blier, el Novecento, de Bertolucci, con Ferreri, y en aquella maravilla de Loulou, de Pialat, entre otras. Su Rimbaud es alucinante, tanto en lo físico como en lo psíquico, que está muy cerca de Robinson, el protagonista de la citada Naufragio, un ser que camina junto a sus otros yo y sus fantasmas, creando ese hombre y su deterioro a todos los niveles, su pérdida de fe en su poesía, esa huida a ser otro, a olvidarse del poeta y ser poema, o incluso, a esa idea de buscarse en su interior e ir desapareciendo sin dejar rastro, metido en ese traje blanco, siendo y no siendo quién no quiere ser, metido en su confusión, en su limbo etéreo donde lo físico desaparece para ser otra cosa, algo invisible y presente a la vez.
Hotel Splendid: Rimbaud en África, de Pedro Aguilera nos sumerge en un viaje que se mueve por aquellos pliegues del cine y su artificio, en un relato que cuestiona cada paso y cada imagen, creando esos universos donde no hay huellas que podamos situarnos, sino todo lo contrario, nos van conduciendo a esos otros lugares y esos otros nosotros. Un cine que demuestra la grandísima diversidad del cine hecho por estos lares, aunque algunos no sepan verlo, allá ellos, porque estamos ante un cine que indaga, profundiza y cuestiona el propio cine y su materia, en el hecho de acercarse a una figura tan gegantina como Rimbaud, y hacerlo de esta manera, tan diferente, tan elevadísima del biopic convencional, tan igual a todos, aquí no hay nada de eso, porque la película nos propone un viaje en el que no hay vuelta posible, en que hay que estar dispuesta a vivir una experiencia donde se confabulan los géneros, porque hay drama, aventuras, terror, ciencia-ficción, entre otros, para redifinirlos y situarlos de forma natural y transparentes, donde todo convive de manera sencilla y honesta, porque el relato se cuenta y se cuenta desde lo más profundo, desde lo que no se ve, desde la fantasmagoría de los inicios del cine, devolviendo todo aquello que el cine parece haber perdido o no. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA