Entrevista a Maite Alberdi

Entrevista a Maite Alberdi, directora de la película «La memoria infinita», en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el viernes 15 de diciembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Maite Alberdi, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Lara P. Caminha y Sergio Martínez de BTeam Pictures, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.

Entrevista a Paulina Urrutia

Entrevista a Paulina Urrutia, protagonista de la película «La memoria infinita», de Maite Alberdi, en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el martes 9 de enero de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Paulina Urrutia, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Lara P. Caminha y Sergio Martínez de BTeam Pictures, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.

La memoria infinita, de Maite Alberdi

RECORDANDO CON EL OTRO. 

“Lo bueno no se olvida. A ti no te olvidaré jamás”.

Stefan Zweig

De las cuatro películas que habíamos visto de la directora Maite Alberdi (Santiago, Chile, 1983), en una de ellas ya había tocado temas de la memoria como hizo en La Once (2014), donde seguía a su abuela y sus amigas y el paso del tiempo, tanto el presente como el pasado, a partir de las ausencias y vacíos. En La memoria infinita, la memoria es el centro de la acción, y lo es porque uno de los protagonistas es Augusto Góngora, periodista chileno que padece alzheimer desde hace ocho años. Junto a él, su mujer, Paulina Urrutia, actriz de oficio, que lo cuida y lo ha integrado a sus quehaceres profesionales. La película está construida a partir de la intimidad de la pareja, de su cotidianidad, del acto de recordar la vida de quién ya no se acuerda. No es una película que ahonde en el sentimentalismo ni en la tristeza de padecer una enfermedad tan difícil, sino todo lo contrario, hay una idea de mostrar el problema de verdad, es decir, mirándolo de frente, sin prejuicios, ni condescendencia, ni nada que se le parezca, y sobre todo, con muchísimo humor, porque las cosas si las miramos de frente ya no las vemos con tanto drama. 

En la película de la directora chilena hay memoria, un esfuerzo por recordar, de lucha contra el olvido, pero también, hay la necesidad de mostrar la vejez y todas sus circunstancias, como ya hizo en la mencionada La Once y El agente topo (2020), suerte de cine negro, mezclado con documental y comedia clásica, para generar toda una trama sobre la vejez digna y el humor como herramienta fundamental para vivir. Tanto Augusto como Paulina se olvidan de las cámaras, no obstante, él periodista comprometido y humanista que fue una de las voces durante la dictadura, y luego, al frente de programas culturales en la televisión pública, y ella, actriz de reconocido prestigio, sobre todo en teatro, además de Ministra de Cultura en el gobierno de Michelle Bachelet. Una pareja que comparte cada día, entre gestos de amor y humor, mirándose uno al otro, recordando juntos, y además, estando el uno para el otro, después de un cuarto de siglo de convivencia. Estamos ante una historia que nos envuelve, como si fuera una caricia suave a media tarde, en que nunca se cae en la autocomplacencia ni en el subrayado, todo funciona sin necesidad de pretenderlo, porque la cámara de Alberdi filma no solo unos momentos de vida, sino toda la vida que está ahí, la de un pasado que se refleja en el aquí y ahora. 

Una delicada y sensible cinematografía de Pablo Valdés, que ha trabajado en todas las películas de la cineasta chilena, amén del dúo también chileno Bettina Peru & Iván Osnovikoff, consigue esa cercanía tan necesaria para una película de estas características, donde la cámara traspasa a sus protagonistas, como un personaje más, testigo invisible de toda esa intimidad que transmiten. el montaje de Carolina Siraqyan, que ya estuvo al frente de la citada El agente topo, mínimo y detallista con sus 84 minutos de metraje, donde asistimos a muchos momentos emocionantes, de esos amores de verdad, de los que la vida se torna complicada, pero aún así, el Góngora y la Pauli siguen hacia adelante, con sus problemas y demás, pero con paso firme, recordando juntos quién fué Augusto, a partir de un material de archivo rico y muy interesante, un elemento innovador en el cine de Alberdi, ya que antes no lo había usado en su filmografía. La música otro elemento importante en la película, porque ayuda a indagar en la relación de ahora como la que viene del pasado, que tiene temas tan populares como “Burbujas de amor” y “La danza de las libélulas”, versionados por otros artistas para la cinta, amén de la música incidental que han creado la pareja Miguel Miranda y José Miguel Tobar, de los que ya hablamos esta misma semana porque son los responsables de la música de la película Alis, en su segundo trabajo con la directora chilena después de La Once

Mención especial tienen la pareja protagonista de la película, Augusto Góngora y Paulina Urrutia, que se convierten en los perfectos anfitriones en esta historia sobre el hecho de recordar, en contra del olvido, y sobre todo, en un relato que habla de nosotros, de todo lo que somos, de las personas que nos acompañan cuando nosotros ya no podemos, es un bellísimo homenaje de todas las personas que cuidan y escuchan al otro, que recuerdan juntos, que se ríen juntos y que siguen a pesar de todo, porque la vida también es enfermedad, y es entonces cuando vemos la verdadera naturaleza de cada uno de nosotros. La memoria infinita es quizás, la mejor película rodada hasta la fecha de Maite Alberdi, y esto que digo no es nada baladí, y lo digo porque es su relato más complejo, porque se ha adentrado en espacios complicados y difíciles de tratar, pero su maestría y su profundidad, acompañados por el carisma del Góngora y la Pauli que hacen fácil lo difícil, y llenan de humor cada instante, cada dificultad y cada conflicto. Una película que tiene la necesidad de recordar y recordarse, tanto a nivel íntimo como colectivo, desde sus historias a las de su país, con su dictadura, democracia y demás, porque no es el acto más grande de amor que ayudar al otro cuando el otro ya no puede, ayudarle a recordar quién fue, y quién es, porque de esta manera el amor no sólo es un sentimiento sino también un gesto que ayuda y nos ayuda. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El agente topo, de Maite Alberdi

EL SUPERAGENTE SERGIO.

“En cierto sentido, el trabajo del documentalista se parece al del agente espía: esperar a tener pruebas, esperar a que salgan las escenas. El detective y la documentalista observamos cómo otros viven”.

Maite Alberdi

En los años sesenta, en plena Guerra Fría, y con el auge de las películas de espías, con James Bond a la cabeza, apareció la serie estadounidense Superagente 86, ambientada en una agencia secreta del gobierno, durante cinco años, parodió y ridiculizó todo ese universo de espías, secretos y demás situaciones. El agente topo, el cuarto trabajo de Maite Alberdi (Santiago de Chile, 1983), no sitúa en el interior del Hogar San Francisco para ancianos, donde supuestamente existen malos tratos a una de las residentes. El caso se coloca en manos de Sergio, un octogenario que no tiene experiencia en este tipo de casos, pero con buena voluntad, un carisma arrollador y su discreción, se introducirá en el hogar, como uno más, y comenzarán sus pesquisas.

El universo de Alberdi se mueve entre el documento observacional, la ironía y la crítica hacia una serie de situaciones cotidianas y sociales. En su opera prima, El salvavidas (2011), retrataba a un socorrista que hacía lo imposible para no meterse en el agua, le siguió La once (2014), en la que filmaba a un grupo de señoras de más de sesenta años que mantenían la tradición de tomar el té una vez al mes. En Los niños  (2016), capturaba a un grupo de compañeros con síndrome de down que después de su estancia en el colegio, debían aventurarse a la sociedad y valerse por sí mismos. Ese mismo año, rodó el cortometraje Ya no soy de aquí, ambientado en un hogar de ancianos chileno sobre una mujer vasca que desconoce que se encuentra en Chile, que podría verse como un anticipo de lo que nos encontramos en El agente topo, que con los elementos propios del documental observacional, el film noir de espías, eso sí, muy alejado de la seriedad del género, y mucho más cerca de la comicidad y la parodia al estilo del Inspector Clouseau, la citada Superagente 86 o las tiras cómicas de Mortadelo y Filemón, donde nuestro protagonista Sergio, reclutado en un casting para tal actividad, se infiltró sin que los demás residentes supieran el motivo real.

La cineasta chilena, como demostró en sus anteriores películas, mezcla con acierto y sabiduría el documento propiamente dicho, con esa mirada crítica e íntima al funcionamiento de una residencia de ancianos, a las personas mayores que allí se encuentran, con sus problemas cotidianos, vamos descubriéndolas, como esa señora que recita poemas desde su cama, la otra que está empeñada en salir para ir con su madre, la coqueta enamorada de Sergio, la señora que está perdiendo memoria, y demás internas que van acercándose y entablando amistad con Sergio, que actúa como si fuera la cámara de la película, moviéndose por el espacio y abriéndonos ese mundo que está demasiado olvidado para la mayoría. La parte documental se fusiona a las mil maravillas con el género negro, pero extrayéndole todo la seriedad y pulcritud posible, quitándole todo el glamur impostado de muchas de esas películas, llevándolo a un marco extremadamente cotidiano, muy cercano, capturando la verdad y la comicidad en todo momento, ya que somos testigos de las indagaciones de Sergio, alguien que no conoce el lugar y además, nunca ha sido espía. Y aún, encontramos otra fusión, esta solo conocida por los espectadores, porque conocemos que hace Sergio en la residencia, y cómo interactúa con los demás mayores que se va encontrando.

Una película-documento-noir de estas características tan singulares y sorprendentes, debía tener un protagonista a la altura de lo que se cuenta, y Sergio, el abuelo octogenario, recién viudo, con ese carácter afable, humanista, y simpático, es el protagonista ideal, y aún más, cuando envía los mensajes de voz a Rómulo, su “jefe”, con esa voz agradable, y sus textos llenos de cercanía y astucia. Sergio es el hombre tranquilo de esta fábula de nuestros días, que emerge como una crítica feroz y sobrecogedora del aislamiento que sufren muchos mayores, abandonados en sus residencias por sus descendientes, que inventan otras excusas para huir de la realidad. Unos ancianos faltos de amigos, de verdaderos amigos, llenos de soledad, aislados en un espacio que los deja fuera de la sociedad y sobre todo, de los suyos, porque Alberdi no se desvía nunca de su verdadera intención, hablarnos de la humanidad de los mayores y del abandono al que son sometidos. El agente topo no es solo una película maravillosa y muy divertida, con ese humor negro tan habitual de Berlanga, que servía para hablar de los males de una sociedad deshumanizada y sin rumbo, sino que también es un drama, una tragedia en algunos momentos de cómo las sociedades occidentales tratan a sus mayores, relegándolos al olvido y la soledad, porque la película define con profundidad un mal de nuestro tiempo que desgraciadamente no tiene visos de solución. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Tea Time (La Once), de Maite Alberdi

A0-cast(base)LOS AÑOS VIVIDOS.

La película arranca introduciéndonos en la preparación de una celebración, a través de planos detalle, asistimos a los últimos retoques de diferentes exquisiteces de repostería, con sus cremas y chocolates, y también, el relleno de panecillos, con el acompañamiento del té que está caliente y listo para ser servido, alimentos que degustarán las cinco mujeres que conoceremos a continuación. El reloj toca las cinco de la tarde, hora exacta en el que aparecen las invitadas a la mesa, una mesa ornamentada y lista para la ocasión. Cinco mujeres: Teresa, Alicia, Angélica, Ximena y Gema, que se conocieron en el Colegio católico de Santiago de Chile donde estudiaron, siguen fieles a su cita mensual de encuentrarse. Ritual, que parece de tiempos pasados, pero que siguen escrupulosamente, desde que salieron del colegio, un ritual que sigue produciéndose desde hace más de 60 años.

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La directora Maite Alberdi (1983, Santiago de Chile) que ya apuntó buenas maneras en su anterior trabajo El salvavidas (2011), vuelve al espíritu que regía su puesta de largo, y se adentra en la intimidad y cotidianidad de unas vidas anónimas en las que construye unos relatos de profunda humanidad y sensibilidad acompañados de grandes dosis de humor. Alberdi rescata un dicho popular chileno “tomar once”, que se dice cuando se queda para merendar, y filma esos encuentros, la intimidad del hogar, y más concretamente en los salones de estas mujeres que rozan o traspasan la ochentena. La directora, nieta de una de sus protagonistas, ha registrado durante cinco años los encuentros de su abuela y sus amigas, construyendo un relato breve (70 minutos) pero en el que a través de las miradas de estas mujeres conocemos un parte de la historia de Chile, filmado en primeros planos y planos detalle, todo lo que se comparte en esas citas. Mujeres de educación católica y conservadora, distinguidas y coquetas, que han llevado unas vidas de imponente moral religiosa y acomodadas de Santiago de Chile. Un retrato femenino, en el que unas mujeres se encuentran y hablan de política, de los cambios sociales, culturales y económicos que ha sufrido Chile a lo largo de más de medio siglo. También, discuten, dialogan, intercambian impresiones, a veces tienen criterios completamente diferentes, pero sobre todo, ríen, ríen mucho, no han perdido el sentido del humor, y las ansias de seguir viviendo y encontrándose con sus amigas del alma.

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Aprovechan las citas mensuales, para hablar de ellas, de sus hijos y nietos, sus enfermedades, recordar a las ausentes, ya sea por fallecimiento o enfermedad, tener un pensamiento para sus esposos, los vivos o los muertos, su vida matrimonial, y sobre todo, hablan de sus inquietudes, de sus miedos e inseguridades, del tiempo que pasaron juntas, del tiempo que murió, el tiempo compartido, y la profunda amistad que las ha unido durante tanto tiempo. También planean excursiones, que Alberdi, en un acierto de guión, sólo nos las muestra mediante fotografías, su campo fílmico se centra en las cuatro paredes de los salones, algún plano de la cocina, pero breve y conciso, se limita a la mesa, mimada al mínimo detalle, y a sus personajes, mujeres acomodadas, distinguidas y de otro tiempo, con ideas y rituales que morirán con ellas, ya nadie, sus predecesores no continuarán con estas citas mensuales. Un tiempo que comparten, desde que eran niñas, un tiempo de amistad, de vida, de muerte, de alegrías e infortunios, de compañía y soledad, de certezas y dudas, viendo a un país que en los últimos cuarenta años ha pasado de la democracia de Allende a la dictadura de Pinochet, para volver a la libertad, otra vez. Una película sencilla y honesta sobre el paso del tiempo, la vejez y sobre todo, la extraordinaria capacidad para seguir viviendo a pesar de la vida, de todo lo que vivimos y lo que nos queda por vivir.