La caja de cristal, de Asli Özge

TODOS CONTRA TODOS. 

“Quizás todos tienen miedo de los demás en este condenado mundo”

John Steinbeck

Cuando todos estábamos sumidos en la pandemia, y por ende, sometidos a un miedo irracional, un miedo en el que todo y todos nos inspiraban desconfianza, el exterior se convirtió en un campo de minas en la que nadie quería tropezar con el virus. El miedo se apoderó de todos nosotros, un miedo que controló nuestras vidas y lo que es peor, nuestra forma de pensar. La amenaza exterior estaba ahí, aunque quizás, no era tan temible como parecía. La historia que cuenta La caja de cristal (“Black Box”, en el original), tiene mucho que ver con aquellos tiempos de pandemia, porque el relato nos encierra en una comunidad de vecinos de un edificio céntrico berlinés, y más concretamente, en su patio interior, donde los inquilinos van y vienen porque fuera existe una amenaza desconocida, y la policía ha acordonado la zona sin dejar salir a nadie. Y todavía hay más, la inmobiliaria, propietaria del edificio, acosa a los vecinos para quedarse con sus viviendas, remodelarlas por su estado viejuno, y hacerlas de lujo para vecinos ricos. 

Detrás de las cámaras de la película está la directora turco-alemana Asli Özge (Estambul, Turquía, 1975), de la que conocemos Men on the Bridge (2009), y Para toda la vida (2013), ambas filmadas en Turquía, de corte social y la otra, la descomposición de una pareja, y All of a sudden (2016), ya en Alemania, sobre una pequeña comunidad y la violencia que se cierne entre ellos. Muchos elementos de esta última, que tiene como coproductores a Jean-Pierre y Luc Dardenne, los podemos reconocer en su último trabajo, porque volvemos a enfrentarnos a un pequeño grupo de personas, ya tensionados por el mobbing de la inmobiliaria y ahora, con esa amenaza exterior, los irá enfrentando unos a otros, en el que emergerá viejas rencillas no resueltas, con ese magnífico comienzo con los operarios introduciendo la famoso caja negra del título colocada a un lado del patio, una especie de oficina de control, el Big Brother del lugar, que todo lo ve y lo juzga. La directora impone una certera e interesante película muy de nuestro tiempo, y desgraciadamente, de cualquier tiempo, porque la tensión que se va generando, provocada por el miedo que se va instalando en cada uno de los personajes, que podríamos ser nosotros mismos, los va aislando y creando esos grupos maliciosos donde se va tomando partido más por las entrañas que de forma racional, enfrentándose todos contra todos, en una historia in crescendo de puro ritmo y tensión que nos va asfixiando sin tregua. 

Estamos ante una película social, pero es que muchas cosas más, tiene ese corte de thriller agobiante a contra reloj, donde la atmósfera se va enturbiando sin necesidad de efectismos propios del cine de terror, aquí todo pasa de día, a plena luz del día, pero el terror se siente y se padece, a partir de espacios cotidianos, y otros, también naturales, que irán descubriéndose y teniendo su importancia, como el ático y el subterráneo, que irán quitando las máscaras y destapando las verdaderas intenciones de la inmobiliaria, y los demás vecinos. La cinematografía de Emre Erkmen, que ha trabajado en todas las películas de Özge, del que vimos por aquí la excelente Un cuento de tres hermanas (2019), Ermin Alper, impone esos planos secuencia muy cortantes, donde se priman los rostros y hace hincapié en las diferentes reacciones de los diferentes individuos a medida que van conociendo los planes, o mejor dicho, todas las hipótesis que salen a relucir en una situación que los traspasa sin piedad. Al igual que el fantástico y medido montaje de Patricia Rommel, una veterana en la cinematografía germánica con más de 40 años de trabajo en películas como La vida en obras, de Wolfgang Becker, La vida de los otros, de Florian Henckel von Donnersmarck, y sus películas con las directoras Caroline Link y Angelina Jolie, entre otras, en un gran ejercicio de dosificación de información y tensión sin florituras, sino a través de los rostros y los (des) encuentros de los personajes, en una película nada fácil con un metraje de un par de horas.  

El gran trabajo del reparto es otro de los elementos indiscutibles de la cinta con una magnífica Luise Heyer, que ha trabajado con Petzold, en la serie Dark, y ya estaba en All of a Sudden, en el rol de Henrike Koch, una actriz que llena la pantalla con su rostro e hilo conductor de la película, agobiada por la falta de trabajo y la imposibilidad de salir del edificio para una importante entrevista, cosa que le hará discutirse con su marido, Felix Kramer es el antipático administrador Johannes Horn, al que hemos visto recientemente en Algún día nos lo contaremos todo y Bastarden, el fascinante Christian Berkel, con más de medio siglo de trayectoria como actor con nombres como los de Tavernier, Hirschbiegel, Verhoeven, Tarantino, y más, siendo el tipo que se enfrenta al administrador recogiendo firmas entre los vecinos, y otros intérpretes igual de estimulantes y cercanos como Timur Magomedgadzhiev, Manal Issa, André Szymanski, Sacha Alexander Gersak, Anne Ratte-Polle y Jonathan Berlin y otro gran veterano como Hans Zichler, viejo conocido de la directora. No se pierdan una película como La caja de cristal porque tiene mucho que ver con nuestros mundos consumistas sin piedad que, anhelan riqueza a costa de todo y todos, y se relacionarán con el término de gentrificación, seguro que ya saben su significado, porque muchos de ustedes lo han sufrido o lo sufrirán, no le den más vueltas, la cosa es así, siempre ha sido así, pero no desesperen, si nos juntamos, unas con otras, podremos hacer algo, no piensen que es imposible, porque el sistema les va a hacer pensar que es así, que no tiene solución, no lo crean, sino ya estarán muertos, y sigan en la lucha, en la lucha de vivir mejor y sobre todo, de forma humana, que se nos olvida constantemente. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Siempre nos quedará mañana, de Paola Cortellesi

UNA MUJER ITALIANA DE POSGUERRA. 

“Es fácil ser una hembra. Bastan con un par de tacones y vestidos cortos. Pero para ser una mujer, te tienes que vestir el cerebro de carácter, personalidad y valentía”. 

Anna Magnani 

Si nos detenemos a pensar en las dos actrices que mejor han mostrado a la “Mamma italiana” de posguerra, sólo nos vienen dos nombres: Anna Magnani en Bellisima (1951), de Visconti, y Sofia Loren en Dos mujeres (1960), de De Sica. Dos mujeres y madres que, desafiaron el patriarcado impuesto, y se lanzaron a materializar sus sueños en una Italia muy gris, muy pobre y sin esperanza. Paola Cortellesi (Roma, Italia, 1973), muy popular en el país transalpino, por unas cuantas comedias divertidas y románticas que han reventado taquillas, se enfunda en su primera película como directora, que ha sido todo un fenómeno en Italia con más de 5 millones de espectadores y más de 40 millones de recaudación. Siempre nos quedará mañana (C’è ancora domani, en el original), nace a partir de un guion que coescriben Furio Andreotti, Giulia Calenda, que la directora recluta de sus comedias junto a Riccardo Milani, y ella misma.

Estamos ante en un drama ambientado en la dura posguerra de 1946, en una Roma llena de miseria, tanto física como moral, en el que abundan los empleos precarios, los soldados estadounidenses, y una vida anodina e infeliz en que los días se amontonan y apenas hay momentos de alegría. A partir del personaje de Delia, que no está muy lejos de la Magnani ni de la Loren, es una de esas mujeres que se levantan cada día, como vemos en el magnífico arranque, con ese piso subterráneo que define con detalle su situación, y prepara a los suyos, un marido autoritario y violento, una hija enamorada de un joven de su edad de familia acomodada, y un par de hijos pequeños que andan a la gresca todo el día. Después, la mujer se lanza a la calle, y emplea su tiempo en varios trabajos como en una tienda que reparan paraguas, poner inyecciones, y tender ropa de adinerados, situaciones que ayudan a mostrar el reflejo de la desigualdad en un país que perdió la guerra, pero que a algunos no les fue tan mal. Cortellesi recupera el aroma de los grandes como los mencionados, a los que se podrían añadir los Rossellini, Pasolini y demás que, mostraron una realidad difícil que se denominó Neorrealismo, porque las cámaras salían a mostrar la vida de los italianos que, a duras penas, sobrevivían. 

La película no sólo se queda en el drama, sino que introduce las dosis necesarias de comedia para aligerar tanta tristeza, como los de ese vecino que parece el reportero de la ristra de edificios en forma de placita, muy popular en la época, donde las mujeres, mientras laboran cotillean de unas y otras, y esos momentazos musicales que suavizan los malos tratos que recibe Delia de Ivano, su amargado y frustrado marido, y todos esos instantes con su amiga Marisa, que regenta una parada del mercado callejero, donde parece que la vida puede ser otra cosa. El excelente blanco y negro y la cuidada composición de la cinematografía que firma Davide Leone que, después de muchos trabajos de equipo y miniseries, hace su segunda película, revelándose con un extraordinario empleo de la luz y la composición, donde vuelve a la idea que se puede mostrar la realidad dura con belleza plástica. En el mismo tono se construye el montaje de Valentina Mariani, también fichada de las comedias que, impone un tiempo maravilloso donde la película se cuento con reposo y mirada, en una trama que se va casi a las dos horas de metraje, en la que ni falta ni sobra nada, con momentos de drama, comedia y documento, donde la realidad y las formas de trabajo y cotidianidad nos devuelven a aquel tiempo, sin ningún alarde técnico ni estridencia argumental, mostrando los personajes y sus pequeñas batallas diarias. 

La gran aportación musical de un grande como Lele Marchitelli, habitual de Sorrentino desde Le Grande Belleza, con la sutileza adecuada para mostrar sin subrayar, con una banda sonora que explica más allá sin ser nada empalagosa ni estridente, escarbanda en la  complejidad interior de los diferentes personajes. Si la técnica de Siempre nos quedará mañana resulta exquisita y sensible, las interpretaciones no podían estar a otra altura que no fuese acorde con cómo se cuenta. Tenemos una retahíla de intérpretes como Valerio Mastandrea, que hace poco vimos como uno de los suicidados en El primer día de mi vida, amén de películas con grandes como Bellocchio, Ferrara, el citado Sorrentino y muchos más, se encarga del rol de Ivano, muy bien caracterizado, el hombre italiano machista, tradicional y violento, con la característica camiseta de tirantes blanca, con ese enfado crónico con su país, con él mismo y con todos. La maravillosa y casi debutante Roman Maggiora Vergano como Marcella, una joven enamorada que sueña con abandonar la dura realidad de su familia y emprender una vida al lado de Giulio, que hace Francesco Centorame, y que el anuncio de su compromiso altera la existencia y de qué manera, de Delia y su familia. 

Un par de intérpretes, esenciales en la historia, como Giorgio Colangelli, con más de setenta títulos, hace de Ottorino, el suegro enfermo crónico, malhumorado y deslenguado, que tiene en su haber películas con Scola y el mencionado Sorrentino. Vinicio Marchioni es Nino, el amor que no puede olvidar Delia, quizás la última esperanza para salir de su cruda existencia, y finalmente, Emanuela Fanelli es Marisa, la amiga y la confidente de Delia, ese ratito con ella en que la vida puede ser de otro color. Hemos dejado para el final, como los grandes artistas, para hablar de Paola Cortellesi, porque su Delia es un personaje maravilloso que una actriz siempre espera, con una interpretación magnífica, llena de detalles y sutileza, con esa mirada intensa en la que la amargura está pero sabe camuflarla. Una mujer de bandera, intensa, valiente que no se arruga ante nada ni nadie, y soporta los avatares de la vida con dignidad, convirtiéndose no sólo en la protagonista de la película, sino en un ejemplo de cómo mantenerse en pie a pesar de tanta hostia y sobre todo, no perder la esperanza nunca porque, como dice película, mañana volverá a ser otro día, otra oportunidad, otra esperanza. 

No se dejen asustar por el blanco y negro, porque resulta la mejor luz para situarnos en la posguerra italiana de 1946, y acepten la invitación de Paola Cortellesi que, no sólo ha conseguido una de la películas del año, sino que nos emociona con una sensibilidad honesta y extraordinariamente sincera, sin tapujos, con delicadeza, sin caer en el tremendismo ni en la sensiblería, porque la película podría caer en el regodeo de la tristeza, pero no lo hace, ni mucho menos, de hecho, se aleja muchísimo de todo eso, moviéndose en lo humanista que, aún la hacen más soberbia, como las secuencias entre Delia y Nino, puro romanticismo, y en esas otras donde describe con sutileza esa Roma dura, donde las gentes van de aquí para allá intentando ganar algunas liras, como los colgadores de carteles que nos remiten a la inolvidable Ladrón de bicicletas (1948), de De Sica, y esos diminutos pisos llenos de polvo de la periferia romana que tanto nos ha mostrado el talento de Pasolini, y sobre todo, es una de las grandes obras sobre mujeres de aquel momento y de cualquier otro en que, a pesar de su triste y violenta existencia, se levantan cada día, abren las ventanas y salen a la calle con paso firme y decidido, sin dejar de batallar para que sus sueños de una vida mejor se hagan realidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Belle, de Mamoru Hosoda

A TRAVÉS DEL ESPEJO Y LO QUE SUZU ENCONTRÓ ALLÍ. 

“Siempre quiero ver cualquier lado de ti, lo que escondes dentro de tu corazón”

Pudiera parecer a simple vista que Belle, de Mamoru Hosoda (Kamiichi, Prefectura de Tomaya, Japón, 1967), fuese otra versión del clásico cuento de hadas escrito por Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve publicado en 1740. Pero, conociendo la trayectoria del cineasta japonés, la cosa no iba a quedar en una simple traslación en imágenes del imaginario visual que contiene la extraordinaria fábula. Si repasamos la filmografía de Hosoda, en la que después de varias películas cortas, fundó junto a Yuichiro Saito el Studio Chizu con el que nos deslumbró con La chica que saltaba a través del tiempo (2006), en la que abordaba de forma precisa y concisa las consecuencias de manipular el tiempo y sus acontecimientos, en Summer Wars (2009), entraba lleno en las nuevas tecnologías y los conflictos incalculables de las redes sociales, en Los niños lobo (2012), se adentraba en una excelente cuento de niños-lobo y las dificultades de una madre soltera, con El niño y la bestia (2015), nuevamente volvía al tema humano-animal, y todo aquello que nos une y separa, y en Mirai, mi hermana pequeña (2018), un relato de dos hermanos y los viajes en el tiempo como conflicto, que ya había planteado en la citada La chica que saltaba a través del tiempo.

Belle, que se presentó mundialmente en la sección oficial del prestigioso Festival de Cannes, se erige como una película que recoge buena parte de los temas de la filmografía de Hosoda, ya que parece un compendio de sus anteriores trabajos, ya que aparecen dos temas ya tratados como las relaciones de humano con los animales, y las redes sociales, su funcionamiento y las consecuencias que tienen en la vida real. La bella es Suzu, una joven que recuerda a Makoto, la heroína que saltaba en el tiempo, que vive en un pueblo en mitad de unas montañas, junto a su padre, ya que su madre falleció cuando era ella pequeña. Makoto, de vida anodina, triste y vacía, encuentra en “U”, la mayor red virtual del mundo con cinco billones de usuarios. En “U”, Makoto se convertirá en “Belle”, la cantante de moda con sus pegadizas canciones, y con una legión mundial de seguidores. La otra cara de “U”, la encontramos en “La bestia”, una misteriosa criatura que siembra el terror en la red virtual, siendo temida por todos, menos por Belle que, a diferencia de los demás, provocará su fascinación y un misterio que debe resolver.

Vuelven los temas importantes del director nipón como el enfrentamiento de dos mundos en apariencia opuestos: el virtual y el real, y dentro de cada uno de ellos, las diferencias existentes que separan a los personajes, la mezcla de humano y animal, en la que los roles cambian constantemente y las emociones en forma de oscuridades del alma convergen en el tema central de la trama, las dificultades para relacionarse con los demás, las gestiones de la pérdida, y el dolor que están conllevan, y el eterno aprendizaje tanto propio como ajeno, y las relaciones sentimentales como eje para generar movimiento en todo lo que se cuece en el relato. El fondo es complejo y sumamente interesante, pero la forma y la textura de la película no se queda atrás, ya que casan con suma sensibilidad y transparencia con unas imágenes bellísimas y llenas de colorido, formas, sonidos y demás, en un magnífico espectáculo visual que es infinito, apabullante y grandioso, pero no lo hace como algunos otros que se dedican a cuanto más mejor, sino todo lo contrario.

Todo lo que vemos en el cine de Hosoda tiene un porqué, no juega a la complacencia, ni al esteticismo fácil, porque nada está por casualidad, todo tiene su sentido y busca su consecuencia, todo funciona como una armonía serena y constante, como una pieza de orfebrería cuidada al mínimo detalle, donde cada invisible pieza debe funcionar a la perfección para que el conjunto brille en su apariencia y profundidad. Unos profesionales al servicio de la imaginación argumental y visual como los Anri Jôjô y Eric Wong, todo un gran especialista, en el diseño de producción, el montaje de Shigeru Nishiyama, que ha estado presente en todas las producciones de Hosoda, Nobutaka Ike en arte, toda una institución que trabajó en todas las películas del desaparecido Satoshi Kon, y como supervisor de animación, un nombre como el de Takaaki Yamshita, que ha estado en casi toda la filmografía de Hosoda, y nombres tan ilustres como los del mencionado Kon, y Tarantino. La adaptación más sublime y extraordinaria en acción real de La bella y la bestia, la encontramos en la película homónima de Jean Cocteau de 1946, basada en la versión que apareció en 1756 de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont. Una poesía de las imágenes, un encuentro especial y humano, y sobre todo, todo un clásico que ha trascendido su tiempo y ha quedado como uno de las grandes obras del cine.

Por su parte, Belle sería un buen ejemplo de cómo abordar un clásico y trasladarlo a nuestros días, con la presencia de las nuevas tecnologías, con sus bondades y males, y no desmejora en absoluto la película de Cocteau, sino que se enriquecen mutuamente, cada una con su forma, estilo y narrativa, pero las dos son miradas interesantes sobre el mismo imaginario. La película de Hosoda confirma a uno de los cineastas que mejor han recogido el relevo de los Miyazaki y Takahata y han construido su propio sello personal, creando mundos y personajes inolvidables, porque con Belle, podemos afirmar que sería la mejor adaptación en animación del famoso cuento, porque recoge con gran sensibilidad esos mundos enfrentados, y a su vez, enfrentados con ese otro mundo, donde todo reside en las apariencias, y en lo físico y en todo aquello que mostramos y por ende, ocultamos a los demás, donde la imaginación de Hosoda y su equipo resulta admirable, ya que han visto que las redes sociales en forma de mundos virtuales que nos vapulean diariamente, sería un buen espacio para volver a hablar de La bella y la bestia, y sobre todo, lo poco que hemos evolucionado en materias de humanismo y empatía, y lo mal que gestionamos el dolor ante los demás y ante nosotros mismos, aunque el ejemplo de Suzu y la criatura, podría servir como ejemplo para tratar estos temas de forma más cercana, transparente y sencilla. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Estafadoras de Wall Street, de Lorene Scafaria

LAS REINAS DE LA NOCHE.

“Esta ciudad, este país entero, es un club de striptease. Hay gente arrojando dinero y gente bailando”.

Desde que estalló la última crisis económica mundial, hemos visto muchas películas en las que se retrataba de una forma más o menos precisa, los dramas y tragedias que han sufrido muchos desde miradas muy diferentes y extremas, en algunas de ellas se analizaban desde las perspectivas de los brokers de las finanzas, esos tipos de altos cargos que se hincharon a ganar cantidades ingentes de dinero en el tiempo donde todo valía. Pero todavía faltaba el otro lado del espejo de esos ejecutivos, el devenir de las bailarinas de striptease que los destensaban y los relajaban de sus vidas frenéticas de dólares. Mujeres que durante los años de vacas gordas, también se embolsaron mucho dinero acosta del disfrute de los tipos de taje y corbata y engominados. Pero, que pasó cuando en septiembre de 2008 llegó la crisis y todo bajó o simplemente, las cosas volvieron a una realidad demasiado cruda y triste. Y el dinero despareció. Hustlers (estafadoras en inglés) pone de relieve las vidas y las existencias de todas esas mujeres que utilizaban su cuerpo y su baile para entretener a estos tiburones de las finanzas y nos explica el destino que les deparó después de la crisis, en el que se reinventaron profesionalmente.

A partir del artículo publicado en la New York magazine  titulado  “The Hustlers  at  Scores”  escrito  por  Jessica  Pressler (como ocurriera con The Bling Ring, de Sofia Coppola, inspirada en otro artículo) Lorene Scafaria (Holmdel, New Yersey, EE.UU., 1978) autora de un par de películas enmarcadas en una suerte de comedia dramática en las que habla de segundas oportunidades y de reconciliaciones personales, ha escrito y dirigido una película basándose en las experiencias reales de un grupo de striptease desde el 2007 hasta el 2014, a través de una entrevista a una de ellas, Destiny, de origen asiático, que relata el caso desde que se mal ganaba la vida trabajando en un club de striptease, y conoce a Ramona, de origen latino, que es la gran atracción del local, y enseñará a Destiny todos los trucos y las formas de ganar dinero en ese ambiente. Pero estalla la crisis y a partir del 2008, las cosas se vienen abajo y el tiempo separará a las dos amigas. Scafaria construye una película de continuos saltos en el tiempo, donde las peripecias están contadas bajo la mirada de Destiny, que cuida de su abuela y de su hija pequeña, y la directora estadounidense lo hace con un ritmo endiablado y espectacular, a ritmo de música pop y rock y una steady cam que se va colando en todos los rincones de ese club de striptease que acaba siendo un reflejo fehaciente de la realidad de EE.UU. y del mundo capitalista.

Scafaria retrata ese mundo nocturno de ocio, drogas y sexo, donde la pasta va marcando el desenfreno y los aparentemente límites, que se sobrepasan constantemente. La cinta planteada como dos partes bien diferenciadas, con un limbo de por medio, en que en su primera mitad nos hablan del club de striptease y cómo hacer cash, el famoso limbo sería ese intervalo entre que llega la crisis en 2008 y cómo Destiny y Ramona vuelven a encontrarse y junto a Annabelle y Mercedes, dos ex compañeras del club, idean una estafa que consistirá en atraer a ejecutivos solitarios de bares lujosos y entre las cuatro drogarles y sacarles toda la pasta posible. Scafaria explica con todo lujo de detalles el timo de las cuatro mujeres, con una mise en scene fantástica y concisa, muy al estilo de las películas de Scorsese sobre gánsteres, con esas maravillosas entradas a cámara lenta frontales o de espaldas, donde estas reinas de la noche hacen valer su talento para despilfarrar a esos incautos podridos de dinero y mostrar ante el mundo esas riquezas y esos objetos materialistas.

Aunque la película no se queda en la superficialidad de ese universo de la noche donde priman la juerga y el dinero, sino que también indaga en lo más profundo y nos sitúa durante el día, donde conoceremos las duras realidades de cada una de ellas, una realidad que se va imponiendo, y conoceremos la parte más personal del cuarteto, sus vidas, sus deseos e ilusiones, sus frustraciones y tristezas, unas existencias vacías que llenan con materialismo y ese peculiar cuento de hadas que se tornará en pesadilla,  a la que se añadirán algunas “colaboradoras”, que no resultarán del todo recomendables, todas ellas secuencias filmadas con nervio y apoyándose en un tono muy sombrío, donde los conflictos entre ellas se van sucediendo y los timos no siempre salen como esperaban, metiéndose en situaciones difíciles. Scafaria se centra en la relación de amistad de Destiny y Ramona, en sus experiencias conjuntas, y en sus idas y venidas, y en como los lazos construidos se van resquebrajando cuando aparecen los problemas y la policía. Scafaria impone una película detallista y llena de glamour y tinieblas, donde los espejos brillantes, la purpurina, los zapatos de tacón, los vestidos de seda brillantes, y las joyas de infarto, se volverán contra ellas, en una especie de cuento moderno de Cenicienta, y no sólo deberán enfrentarse a ellas sino también a la cruda realidad en forma de delito.

Un reparto magnífico entre las que destacan una estupenda Jennifer López interpretando a Ramona, la líder natural de este cuarteto de estafadoras, una interpretación brillante como los vestidos de lentejuelas que porta, una composición de la estadounidense puertorriqueña que no la veíamos tan grande desde su impresionante Grace McKenna de Giro al infierno, bien acompañada por Constance Wu como la menuda y valiente Destiny, con las agradables aportaciones de Keke Palmer como Mercedes y Lili Reinhart como Annabelle, y la presencia de Mercedes Ruehl como una especie de matriarca mentora de todas ellas. Scafaria ha construido una película de grandes hechuras, bien contada y resuelta, describiendo con detalle y minuciosidad el ascenso y caída de este cuarteto de la noche, donde hay tiempo para todo, pasta, lujo, despilfarro, drogas, sexo, conflictos personales y humanos, y sobre todo, amistad y amor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Cuernavaca, de Alejandro Andrade Pease

LA CASA DE MI ABUELA.

Andy es un niño que vive con su madre en paz y tranquilidad. Un día, toda esa situación cambia, su madre recibe un disparo durante un atraco en una cafetería. Debido a este suceso, Andy viaja a Cuernavaca a la casa de su abuela paterna Carmen, una mujer seria, estricta y amargada que vive en una gran casa ajardinada cerrada a cal y canto por miedo a la inseguridad y violencia exteriores. La vida de Andy se vuelve sombría y solitaria, deambulando por la casa, en el que también viven su tía con síndrome de Down, y los jardineros, con el hijo del capataz Charly, entablará una amistad peligrosa y oscura, mientras el niño no cesa de preguntar por su padre a su abuela que siempre le responde con evasivas y con desprecio. El director mexicano Alejandro Andrade Pease lleva un par de décadas trabajando en el cine dirigiendo cortometrajes y en el ámbito televisivo, debuta en el largometraje con un relato iniciático, de transformación, de un niño que llega a la casa de las aparentemente maravillas para enfrentarse a una historia cruel, de ausencias, de dolor y violencia, todo contado en el marco de una fábula, como se si tratase de Hansel y Gretel, de los hermanos Grimm, donde aquellos dos hermanos se encontraban con una durísima realidad, cruel y violenta, en esa casa que tan maravillosa parecía.

Un niño sólo, desamparado, que se encuentra desubicado, en una casa ajena y extraña, junto a una abuela que apenas recuerda y mantiene una nula relación, un chaval que camina por ese lugar buscando algo donde agarrarse, como la idea de reencontrarse con ese padre ausente, y que encuentra ese supuesto cariño o atención en Charly, un jovenzuelo medio delincuente que se aprovechará de la ingenuidad de Andy para conseguir sus objetivos oscuros. Andrade Pease nos conduce con aplomo y pausa por este cuento contemporáneo desde la mirada de Andy, desde la altura de un niño, desde esa inocencia de alguien que ha vivido rodeado del amor de su madre y ahora no entiende tanto desprecio y crueldad. Andy se siente solo, perdido, a la deriva, una especie de náufrago sin isla, sin amor, con esa ilusión de su padre, cuando su madre ya no está con él, algo donde agarrarse ante tanta violencia emocional, porque el director mexicano nos explica una historia de gran crueldad y violencia desde lo más íntimo, desde lo más profundo del alma de la condición humana, donde las relaciones familiares se mueven entre el dolor y la amargura, como descubriremos más profundamente con la llegada de Andrés, el padre de Andy, un tipo adicto al juego y egoísta, que mantiene una relación difícil y terrorífica con su madre.

La película se centra en seres de piel dura, faltos de amor, envueltos en la bruma de esos recuerdos amargos, dolorosos, con vidas duras, complejas y llenas de odio, que se han distanciado entre ellos, que han construido sus espacios personales donde ahogar sus penas y sus rencores hacia los demás y sobre todo, hacia ellos mismos. Andrade Pease nos sitúa en una casa señorial burguesa con su piscina, su grandísimo jardín, y esas guayabas que sirven para hacer confitura. Un espacio aparentemente bello y pacífico, que guarda secretos y recuerdos demasiado dolorosos, sus paredes y espacios almacenan rencores, cajas sucias y polvorientas de amargura y mentiras, mucha soledad y muchas heridas sin cerrar. La interpretación cálida y cercana de Emilio Puente dando vida a Andy, ese niño inocente y bondadoso que se enfrentará a ese universo de crueldad, dolor y violencia en el que viven su abuela y su padre, Charly y demás, en el que tendrá que aprender que a pesar de la belleza de algunas cosas, hay otras que ocultan miseria, soledad y oscuridad.

Con la sobriedad y brillantez que tiene una actriz como Carmen Maura que interpreta a esa abuela-bruja amargada y violenta, con esas miradas y gestos llenos de tiempo, donde demuestra una vez más su innata capacidad para mostrarlo todo sin enseñar nada, bien acompañados por Moisés Arizmendi que da vida a ese padre perdido, cansado y solitario con sobriedad y aplomo. Un relato de transformación protagonizado por un niño que muy a su pesar abandonará su mundo conocido y tranquilo, para enfrentarse a ese otro universo desconocido habitado por parientes extraños que lo conducirán por emociones oscuras, egoístas y llenas de odio y violencia, en el que Andy descubrirá otros mundos crueles y amargos, y sobre todo, se redescubrirá a sí mismo, acostumbrándose a unas relaciones diferentes a las que había vivido, donde vivirá con el desamparo y la soledad que se convertirán en sus compañías no esperadas ni queridas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA