El último arquero, de Dácil Manrique de Lara

RECUPERAR LA MEMORIA.

“No puedo devolverte tus recuerdos, pero sí que puedo contar quién eras para mi”

La memoria familiar ha sido, desde tiempos inmemoriales, objeto de estudio, conocimiento y reflexión para muchos artistas que, se han acercado a explorarla a través de sus medios artísticos. El cine de no ficción ha encontrado en la memoria su razón de ser, investigando el pasado y contextualizando en el presente, películas como El cielo gira (2004), de Mercedes Álvarez, rastreaba las huellas del pasado de su pueblo Aldealseñor (Soria), para construir una memoria familiar, colectiva y personal, en Nadar (2008), de Carla Subirana, era un viaje para formular el pasado familiar, histórico y personal, a partir de las tres mujeres de la familia, incluida la propia directora, y en África 815 (2014), de Pilar Monsell, donde rescataba la biografía paterna y familiar a través de los archivos paternos. Tres formas diferentes y complementarias de acercarse al pasado familiar y personal, a través de los objetos, restos y huellas que dejan los ausentes. El último arquero, opera prima de Dácil Manrique de Lara (Las Palmas de Gran canaria, 1976),  fomentada en la dirección de arte de cine, televisión, publicidad y videoarte, es una película que podría sumarse a las citadas, porque también nos propone un viaje íntimo y muy personal que emprende la directora para acercarse a la memoria familiar a través de las figuras de sus abuelos, el pintor Alberto Manrique (1926-2018) y Yeya Millares, violinista.

A partir de los testimonios de sus abuelos, las imágenes de súper 8, los diarios de la abuela, y la propia narración de la directora, la obra nos sumerge en la isla de Gran Canaria, viajando por un relato que arranca en 1926 y finaliza, o podríamos decir, que continúa en la memoria de los espectadores, descubriéndonos la figura del pintor, un erudito de la acuarela, y dejándonos llevar por sus pinturas imposibles, donde sus objetos no tienen peso, flotan y se deslizan por el dibujo, escenificando imágenes surrealistas, para escapar de esa realidad incomprensible, o mejor dicho, para construir una realidad más acorde a todo lo que emana en nuestro interior, a todo aquello realmente inconexo y extraño que habita en lo más profundo de nuestra alma. Manrique de Lara plantea varias voces y encuentros, los de sus abuelos, que va reconstruyendo a partir de sus testimonios, imágenes y reflexiones de ellos y suyas, fusionándolas con su propia memoria, la madre soltera, el padre ausente, sus abuelos convertidos en sus padres, su intento de asesinato cuando era una niña, su exilio a Madrid, y su vuelta para cerrar el círculo, enfrentándose a sus propios traumas y pesadillas, pero también, a las alegrías y abrazos con sus recuerdos infantiles con sus abuelos.

Los 74 minutos de la película pasan como una suave brisa frente al mar, hay tiempo para hablar de tristeza, de las derrotas que ocasiono la guerra y el franquismo así como el trauma que persigue a la directora, pero también, hay tiempo para la alegría y la reconciliación y el abrazo, reivindicando el arte, no solo como una herramienta personal e íntima de múltiples variantes y experimentaciones, sino como un vehículo primordial para la sanación personal, a través de los sueños y realidades que provoca, y sobre todo, como elemento indispensable para la vida y sus circunstancias, evocando la cita que abre la película: “Sin el arte, la crudeza de la realidad haría que el mundo fuese insoportable”, de George Bernard Shaw. Un guión firmado por la propia directora e Isabelle Dierckx, con la colaboración de Elena Goatelli y Andrés M. Koppel, que seduce desde sus primeras imágenes, sumergiéndonos en la biografía de Manrique y su esposa, y todos aquellos otros artistas que crecieron juntos, imaginando universos imposibles, en un país demasiado oscuro y sin futuro.

El último arquero, en relación al propio Alberto Manrique, como el último superviviente que, en 1950, junto a  los artistas Felo Monzón, Agustín y Manolo Millares, fundaron LADAC (“Los arqueros del arte contemporáneo”), conectándonos con lo humano, esa materia sensible y delicada, donde nos invita a una exploración íntima del pasado, a partir de los restos del naufragio, de sus huellas, volviéndolas a mirar y extrayendo todo aquello que la memoria y el tiempo se empeña en borrar, dejando que los recuerdos fluyan y experimentando todo aquello que la película va rescatando y recordando, en los mismos espacios donde se desarrollaron las situaciones, devolviéndoles la magia de volver al pasado a través de lo conservado. Una película sencilla y honesta, que emociona por sus imágenes, sus recuerdos, y sobre todo, su aproximación al mundo de la pintura, del arte, a partir de las experiencias bellas y dolorosas de la familia, reconstruyendo una memoria que sigue latente, despierta y frágil, que no solo interpela constantemente a Manrique y Yeya, sino también, a la directora, y a todos aquellas personas ausentes que siguen entre nosotros, aunque ya no podamos verlas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Marcelino, el mejor payaso del mundo, de Germán Roda

HABÍA UNA VEZ… EL PAYASO MARCELINO.

“Hacer el payaso es simplemente una manera divertida de ser serio”

Jango Edwards

Una fría noche de noviembre de 1927, en una habitación del Hotel Mansfield, de Nueva York, se quitó la vida Marcelino Orbés. Tenía 54 años de edad, y durante los años de 1900 a 1914, había sido el payaso más famoso del mundo. Aunque la prensa se hizo eco de la noticia, y Chaplin envío la corona de flores más hermosa, el tiempo enterró su memoria y jamás se supo de su existencia. A principios de los noventa, la figura de Marcelino volvió del olvido, a través del propio Chaplin que lo citaba en sus memorias. En el 2007, Buster Keaton hacía lo propio en las suyas, y sobre todo, la publicación del libro Marcelino. El mejor payaso del mundo, de Mariano García Cantarero, que ayudó a rescatar su memoria y a dotarle el lugar que se merece en el universo del clown, el circo y el espectáculo. El director Germán Roda (Granada, 1975), conoció la feliz y triste historia de Marcelino y encontró un material ideal para construir una película en torno a su figura. Roda ya había dado muestras de su interés por las biografías de artistas desconocidos, el mundo del espectáculo o rescatar lugares o personajes de la historia como hizo en Improvisando (2009), sobre la comedia dell’arte, o en Pomarón y el cine amateur (2010), en Juego de espías (Canfranc-Zaragoza-San Sebastián) (2013), Goya Siglo XXI (2018) o en Los años del humo (2018), en la que investiga el incendio del Hotel Corona de Aragón de 1979 que provocó 80 fallecidos y cientos de heridos.

En Marcelino, el mejor payaso del mundo, construye un relato apoyándose no solo en un homenaje a la figura del payaso Marcelino, sino también, a la figura del payaso, a través de un docudrama, en el que el cómico Pepe Viyuela adopta el rol de Marcelino e interpreta las etapas de su vida, sus espectáculos, sus amores, un gag de la película que hizo, otro de un combate de boxeo, muy parecido al que vimos en Luces de la ciudad, de Chaplin, recorriendo la vida y milagros de Marcelino, desde sus inicios en España allá por 1873, sus primeros pasos en el mundo de la acrobacia con la familia “Los Martini”, su grandísimo éxito en Londres y su posterior desembarco en Nueva York, convirtiéndose en una gran estrella que llenaba un teatro de 5000 butacas, sus amores frustrados con la inglesa Louisa Johnson y la estadounidense Ada Holt, la llegada del cine que acabó con sus años de gloria y su ruina como payaso, y finalmente, solo y abandonado, decidió acabar con su vida.

En la película, otros payasos nos reivindican la figura de Marcelino y el oficio del payaso, escuchamos los testimonios de Mariano García Cantarero y otros, historiadores que nos hablan de la inteligencia y el dominio del escenario de Marcelino por los diferentes teatros en los que actuó. La película no esconde su sencillez, su propuesta es clara y honesta, quiere y consigue reivindicar la figura de Marcelino, rescatándolo del olvido y colocándolo en el lugar que la historia le negó, contribuyendo a su grandiosidad como payaso y su incontestable influencia de su legado en figuras tan grandes como Charles Chaplin y Buster Keaton. La obra de Roda, que coescribe con Miguel Ángel Lamata, bucea tanto en sus éxitos como en sus fracasos, su idea del payaso artesanal en que su escenario ideal era un teatro, su rechazo al cine, sus frustrados amores, sus desventuras y malas inversiones que lo llevaron a la ruina, la desolación y la desaparición, y todo lo cuenta con una extrema sinceridad y sobriedad, dejando espacio para que el espectador reflexione y se divierta con Marcelino, y conozca a una de las grandes estrellas del mundo del clown y del espectáculo.

La enigmática y natural luz del cinematógrafo Daniel Vergara, creando esas secuencias maravillosas de cine mudo, o la lúgubre y desoladora habitación de hotel con la que empieza y finaliza la película, o el dinámico montaje del propio Roda, hacen de la película una hermosísima fábula sobre el humanismo de un ser maravilloso y artista con todas sus consecuencias, que ideó una nueva forma de hacer reír o simplemente, de reírse de todo y todos, con esa mirada triste, la nariz roja (pionero en ese aspecto), esa ropa usada de vagabundo, y ese gesto y movimiento de torpeza, inutilidad y talento que derrocha cada vez que deleitaba a su público, recorremos su auge y caída, o mejor dicho, recorremos las vidas de tantos payasos tristes que conocieron el éxito en su oficio y la derrota en su vida personal, porque como decía el poeta: “Todos acabamos fracasando en nuestras propias vidas, porque no hay máscara que nos salve”. Solo nos queda decir que, gracias a Marcelino por su legado y su memoria, ahora ya siempre junto a nosotros. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El cuadro, de Andrés Sanz

EL ENIGMA DE LAS MENINAS.

“Un cuadro que constantemente es una escenificación de la realidad en que todo es fingido”

Francisco Calvo-Serraller

Toda imagen, independiente de cuál sea su forma y estructura, oculta un misterio, un enigma que se revelará justo en el instante en que un espectador la observe, solo en ese momento será cuando esa imagen desvelará o no sus enigmas ocultos, porque cada espectador la mirará de formas diferentes y sobre todo, cada espectador hará su propia interpretación, que seguramente será muy diferente a la de otro espectador. Las meninas, quizás el cuadro más misterioso ya no solo de su autor Velázquez (1599-1660) sino de la historia del arte, se convierte en la primera película de Andrés Sanz (Madrid, 1969) en el centro de todo, en la materia de investigación y en el objeto a estudiar, desde múltiples puntos de vista. Sanz vinculado con el mundo del arte desde sus estudios y realizador de piezas relaciones con el universo pictórico, enmarca su película en un thriller intenso y profundo sobre los misterios de Las meninas, convocando a expertos en la obra de Velázquez y en su célebre pintura.

Algunos de estos estudiosos pasan por delante de su cámara como si fuesen testigos de un crimen y ofrecen sus testimonios para esclarecer los hechos que plantea la famosa pintura. Veremos y escucharemos al historiador estadounidense Jonathan Brown; los conservadores del Prado Manuela Mena, Javier Portús, Matías Díaz Padrón; el académico Félix de Azúa, el crítico Francisco Calvo Serraller; y los expertos del Metropolitan Keith Christiansen y Michael Gallagher, o el pintor Antonio López, especialistas del Museo Nacional del Prado y del Metropolitan Museum de Nueva York, entre muchos otros. Todos mantienen una relación estrecha con Velázquez y Las meninas, todos aportan su mirada al misterio del cuadro, lanzando sus ideas sobre lo que oculta la obra, cada uno a su forma, cada uno desde el convencimiento de que algo se oculta, algo misterioso ronda por la pintura. Ideas, planteamientos y formas de ver una obra y estudiarla, que choca contra las de otros expertos.

Entre todos nos ofrecen una idea de cómo acercarse al cuadro, como introducirnos en su interior y viajar por ese espacio que plantea la pintura de Velázquez. “Mirar a través del cuadro”, como espeta uno de los testimonios que aparecen en la cinta, o lo que es lo mismo, viajar por su interior, mirando con detenimiento sus figuras, sus sombras, sus espejos y sus múltiples reflejos que nos interpelan constantemente, produciendo esa fascinación que sigue hipnotizando a todos los observadores del cuadro desde hace tres siglos y medio. Sanz escenifica el tiempo, allá por el año 1656, en que se pintó la obra en la corte de Felipe IV, las relaciones entre Velázquez y el rey, y todo aquello que se cocía entre ellos y en mitad de un tiempo de decadencia de un reino que desaparecía entre las sombras, por medio de secuencias de miniaturas animadas por la técnica de stop motion, creando ese mundo laberíntico y absorbente que encierra la pintura, en una película que arranca proponiéndonos un sueño, un sueño recurrente del propio Sanz desde que era niño, cuando alguien le invitaba a mirar a través del agujero de una casa que escondía otros mundos infinitos e imposibles donde se desarrollaban escenas de la realización del cuadro.

La enigmática y magnífica música de Santiago Rapallo, la cinematografía misteriosa y sombría de Javier Ruiz conforman ese haz de misterio y enigma por el cual se estructura la película convocándonos a los espectadores a un juego de fantasmas, espectros y sombras en que dilucidar lo que se oculta, en un juego detectivesco en la mejor tradición del género, de la misma forma que se desentrañaban las formas de trabajo de Picasso en el fascinante documento de El misterio de Picasso, de H. G. Clouzot, o en La ronda de noche, de P. Greenaway, en que el cuadro de Rembrandt, también ocultaba un misterio en forma de asesinato, y que era desentrañado en la película. Sanz ha hilvanado con paciencia quirúrgica una obra fascinante, hipnótica y maravillosa sobre la pintura, el arte, los misterios materiales e inmateriales, el tiempo, los fantasmas y la increíble capacidad del arte para detenernos en una imagen, que sea cual sea su misterio o enigma que encierre, seguirá sometiéndonos a su belleza, a sus trazos, colores, juegos de espejos, espacios infinitos y sobre todo, seguirá manteniendo en suspense todos sus misterios que oculta, porque cada generación de espectadores seguirá elucubrando nuevas teorías, conspiraciones, hipótesis y demás ideas sobre Las meninas, Velázquez, Carlos IV y sus profundas e inagotables interpretaciones. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La banda, de Roberto Bueso

LA VIDA QUE DEJASTE.

“No son cosas que pasan. Son cosas que haces”.

El arranque de la película define con precisión y naturalidad el estado emocional de Edu, su protagonista, un músico talentoso instalado en Londres, esperando para la prueba que le permitirá ingresar en una de las bandas más importantes de la ciudad. Aunque, mientras espera sentado en la sala contigua, algo ocurre en su interior y de repente, se levanta y se marcha, coge un taxi y coge el primer vuelo que le llevará a su pueblo del que salió hace tres años. Esa dicotomía emocional de la vida de ahora con la vida de antes es la que define el estado en el que se encuentro Edu, enfrascado en un puente entre dos mundos, dos vidas, una especie de limbo en el que se debate entre dos formas de vivir, dos caminos diferentes que definirán su vida de ahora en adelante. Roberto Bueso (Valencia, 1986) se inicia en el campo del largometraje con un relato iniciático, un conflicto emocional en el que describe a él mismo y muchos jóvenes de su edad, esa edad en la que dejamos de ser quién éramos para convertirnos en aquello que siempre hemos querido ser o no. Ese conflicto emocional por el que atraviesa Edu, que se incrementará aún más cuando llega al pueblo para asistir a la boda de su hermano mayor, un hermano con el que tiene poco o nada en común, y unos padres, que según él, a pesar de tantos años de amor, se siguen cogiendo de la mano, quizás, ese leve gesto de los progenitores aún evidencia más la falta de arraigo emocional que siente Edu.

El protagonista se reencuentra con sus colegas del alma, aquellos que desde niños forman parte de la banda musical del pueblo, ahora, los ve diferentes, extraños, o simplemente iguales pero él los ve de otra manera, Juanma, su mejor amigo, que sale con Alicia, su amor secreto, el Cabolo y el Farinós, que andan casi como él y los demás, de aquí para allá, sin saber muy bien que hacer o que elegir, atrapados en ese estado de no lugar, de no sentir, de no saber, como reiterará el personaje de Edu varias veces durante la película, ese “No sé”, reiterativo que describe ese estado emocional tan significativo de alguien con miedo, que no reconoce su vida de antes y se siente perdido con la vida de ahora, la que tiene que afrontar, un mar de dudas, de conflictos y de andar por un pueblo intentando recuperar lo que ya no es, con los objetos que ya no le pertenecen como esa moto de aventuras juveniles, o ese recorrido por un pueblo nocturno mientras tocan canciones populares de toda la vida como “La manta al coll” o “No en volem cap”, himnos para tantas generaciones de valencianos en las fiestas, o incluso, sentirse ausente en esas quedadas para beber con los colegas, unos colegas con los que ya se ha perdido aquello que tenían, la vida, dirán algunos o el tiempo, ese tiempo que nos hace mayor y nos va definiendo según el camino que vamos eligiendo.

Bueso nos habla entre susurros de un tiempo que jamás volverá, de un tiempo que puede atraparse una noche entre cervezas y “papas”, pero nada más, el tiempo continuará su curso y tú, a su lado con tus decisiones, con la lluvia como leit motiv narrativo que va y viene como las dudas emocionales instaladas en el interior del protagonista.  Quizás, ese tiempo, como el que vivirá con Alicia, la novia del colega con el que ahora pasan una crisis, un amor secreto y de juventud, de la primera, de esa que ha pasado, donde los recuerdos se pierden o se reinventan porque ya no se recuerdan o quizás se han vivido de otra manera. Alicia como ese amor de antes que le hará volver a vivir en el pueblo, instalarse de nuevo, no como un pasajero sin destino como ahora, un amor que quizás es algo mágico, de cuento, casi como un espejismo como ese grandísimo momento en el jardín botánico, donde todo se paraliza, donde el tiempo que tanto daña ha dejado de correr, donde las cosas y el amor pueden salir y abrazarnos, quizás es un sueño, pero un sueño que vive, aunque sea por unos momentos, una realidad maravillosa entre Alicia y Edu.

El director valenciano filma en esos pueblos alrededor de Valencia, en su ambiente y con los suyos, y homenajea la música de su tierra (no obstante el 50% de los músicos españoles son valencianos) y opta por un plantel de intérpretes debutantes en el cine escogidos de las bandas de los pueblos por Eva Leira y Yolanda Serrano, dos de las más grandes directoras de casting del panorama nacional. Un reparto que transmite proximidad, naturalidad y brilla con lo mínimo, haciendo creíble cada situación y diálogo manteniendo ese valenciano tan característico de las zonas rurales. La banda, tanto la musical como el grupo de amigos, ya pertenecen a ese otro mundo en el que Edu no sabe estar, en esa circunstancia donde ya nada será como antes, perdido y envuelto en ese entorno, el pueblo de antes, un lugar que ya parece lejano y cercano a la vez, un espacio que se puede tocar y saborear, pero tiene diferente tacto y gusto, como alejado, como un aroma perdido en el tiempo.

La película acoge a sus referentes no sólo de fuera, como mucho del cine independiente americano, sino de aquí también, como ese instante sublime en el cine, viendo Los chicos, de Ferreri, escrita por Azcona, donde unos chavales se arremolinan alrededor de un quiosco esperando a ser otros, a ser mayores, a tener una vida o un futuro mejor, que todavía desconocen y sobre todo, no son incapaces de vislumbrar. Un película de hace sesenta años que describe las mismas dudas existenciales que siguen viviendo los jóvenes cuando la vida se pone seria, cuando la vida no la definen las fiestas con los colegas o los días de ensayo, sino tomar decisiones, equivocarse o acertar, y vivir según esas decisiones tomadas, tan complejas y difíciles, tan desestabilizantes emocionalmente, tan duras de llevar, movidos por una existencia dubitativa y a la deriva, en el que la película se asemeja a esas películas intimistas y sencillas del maestro Rohmer, donde sus seres se mueven de aquí para allá sin tener nada seguro ni saber adónde llegar.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Arantxa Echevarría

Entrevista a Arantxa Echevarría, directora de la película “Carmen y Lola”. El encuentro tuvo lugar el lunes 3 de septiembre de 2018 en cafetería de los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Arantxa Echevarría, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su tiempo, generosidad, paciencia y cariño.

Carmen y Lola, de Arantxa Echevarría

UN AMOR PROHIBIDO.

“Ser mujer sigue siendo una tarea difícil. Ser mujer y gitana, lleva acompañado toda una cultura de siglos de patriarcado y machismo. Ser mujer, gitana y lesbiana, es directamente no existen”

Arantxa Echevarría

Nos encontramos en el extrarradio de Madrid, aunque podría tratarse de cualquier ciudad del mundo, en uno de esos barrios de la periferia, en los que se acumulan los más desfavorecidos, donde conoceremos a Lola, una gitana adolescente diferente a las demás, Lola va al instituto, sueña con ir a la universidad, pinta grafitis de pájaros, y además, a Lola le gustan las chicas. Un día, en esos días de mercadillo, donde su familia vende frutas y verduras, se tropieza con Carmen, una gitana guapísima de su misma edad, el enamoramiento de Lola es instantáneo, como si un rayo la atravesara, esa primera mirada, esas hormigas revoloteando en el estómago, ese primer amor. Aunque, la cosa no va a ser nada fácil, porque Carmen está pedida y prepara su boda con un primo de Lola.

La directora Arantxa Echevarría (Bilbao, 1968) lleva más de un cuarto de siglo en esto del cine, trabajando en los equipos de producción y realización para otros directores, en el año 2010 se lanzó a dirigir cortos cosechando grandes éxitos, y ahora se ha decidido a debutar en el largometraje coproduciendo, escribiendo y dirigiendo una tierna y sensible love story protagonizada por dos gitanas en un contexto hostil y cerrado como la comunidad gitana, un entorno establecido en el que rigen unas tradiciones sociales y culturas ancestrales, donde las mujeres están destinadas a casarse y ser madres. Echevarría se adentra en el mundo gitano desde el respeto y sus contradicciones, sin juzgar a sus protagonistas ni a sus familias, dejando que el espectador tome partido, explicándonos su cuento urbano y febril de manera sencilla y honesta, sin caer en estereotipos ni prejuicios, contándonos el primer amor, esa primera vez que descubrimos el amor, con la circunstancia que se trata de dos chicas gitanas, y protagonizarán un amor prohibido, clandestino, lejos de miradas inquisitivas y reprobadoras.

La cineasta bilbaína nos cuenta su película a través de la mirada de Lola, la chica diferente, la que quiere otra vida para ella, la que se mete en chats de lesbianas y pinta grafitis de pájaros que vuelan libres, sin rumbo ni destino, y todo lo hace a escondidas, lejos de los suyos, que censuran su vida y su forma de ser, Lola ve en Carmen ese pájaro enjaulado como ella, y se siente fuertemente atraído por ella, aunque las circunstancias se encaminen hacia otro lugar, pero el caprichoso destino las irá empujando hacia lo inevitable y vivirán esa historia de amor pequeña y oculta. La luz luminosa y cercana de la película, obra de Pilar Sánchez Díaz (también coproductora de la cinta) con ese aroma brillante, que contrasta con la oscuridad emocional que sienten y viven las protagonistas, recuerda a los trabajos de Teo Escamilla para Saura o los de José Luis Alcaine para Almodóvar, una luz luminosa que baña cada rincón de ese barrio y sus espacios, donde a veces escuchamos música flamenca que acompaña en las celebraciones de los gitanos (en el culto religioso, en la fiesta de pedida o el cumpleaños del novio) motivo de alegría para la comunidad, contrarrestada por los momentos de silencio cuando las dos chicas se dejan llevar por sus sentimientos y sus miedos.

La película emana ese cine social que hizo grande al cine británico de finales de los 50 y comienzos de los 60, que han heredado cineastas como Saura o Armendaríz, a través de la urbanidad y la suciedad de los desplazados del centro de la urbe, como vimos en películas de la calidad de Deprisa, Deprisa o 27 horas, y más recientemente, el cine de los Dardenne, tan interesado en las penurias de los invisibles de las urbes, o los chavales aburridos sin nada que hacer de Barrio, de León de Aranoa, chicos y chicas que van de un lado a otro, en esa edad difícil donde están de paso, donde cada experiencia es un descubrimiento que marcará sus destinos, en ese estado de transición que todavía no se ha definido hacia ningún lugar o destino. El extraordinario reparto de la película, todos ante su primera experiencia cinematográfica, con el maravilloso dúo protagonista, Zaira Romero y Rosy Rodríguez, las Lola y Carmen, bellas, espontáneas y sinceras, bien secundadas por Carolina Yuste como Paqui, esa gitana que ha roto una lanza a favor de encaminar a los gitanos a otro futuro, y Moreno Borja y Rafaela León, padres de Lola, y un grupo de casi 150 gitanos que dan vida a los personajes de la película.

Echevarría ha construido una película sensible, íntima y deslumbrante, tanto por su contenido, complejo y difícil, como su forma, desde esa distancia en la que explica su historia de manera libre y sin complejos, acercándose a la comunidad gitana desde su diversidad, complejidad y singularidad, sin caer en la superficialidad, ni crear un cuento de buenos y malos, sino de seres diferentes y complejos, seres que aman, que sufren, que viven según su cultura, sus tradiciones, educación y experiencias, en una magnífica película con encanto y detallista, en la que todo ocurre desde una mirada libre y desacomplejada, una mirada convertida en los precios que tenemos que pagar por ser libres, y sobre todo, por amar en libertad, sin coacciones de ningún tipo, siendo las personas que queremos ser, trabajando para vivir y amar como sentimos.

Entrevista a Lluís Segura

Entrevista a Lluís Segura, director de la película “El club de los buenos infieles”. El encuentro tuvo lugar el miércoles 21 de marzo de 2018 en los Cinemes Texas en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Lluís Segura, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

Entrevista a Jordi Vilches

Entrevista a Jordi Vilches, actor en la película “El club de los buenos infieles” de Lluís Segura. El encuentro tuvo lugar el miércoles 21 de marzo de 2018 en los Cinemes Texas en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jordi Vilches, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

El club de los buenos infieles, de Lluís Segura

LA MASCULINIDAD EN PELOTAS.

Las cenas de reencuentros escolares sirven, en la mayoría de casos, para darse cuenta que el tiempo es muy sabio, y nos dice que, con aquellas personas que compartimos casi todo en nuestros años de EGB o Instituto, ya no tenemos nada en común, y se han convertido en verdaderos extraños, y en algunos casos, en unos cretinos de muy padre y señor mío. La película arranca con una cena de esas y claro está, se reencuentran cuatro amigos que formaban una panda. Después de la cena, siguen la marcha y acaban casi de día, colándose en el colegio que los conoció para rendirse cuentas a ellos mismos y mostrarse sinceros con esos desconocidos que hacía la tira que no veían. Cada uno de ellos se sincera de tal manera que evidencia la fatiga del matrimonio, y lo que es más grave, la falta de deseo hacia sus mujeres, que ya no lo hacen por falta de tiempo, sino que no tienen ganas. De esa noche, deciden volverse a verse y salir de marcha para ligar con otras mujeres, “tomatear” lo llaman, aunque como suele ocurrir en estos casos, la teoría anda muy bien aprendida, pero lo que es la práctica, es otro cantar.

La opera prima de Lluís Segura (Barcelona, 1973) después de foguearse en los videoclips, la publicidad, en la Escac como profesor y trabajar como asesor con J. A. Bayona, no es la típica comedia de cuarentones que atraviesan alguna crisis para finalmente solucionarlas al lado de los suyos, no, nada de eso, la película es una comedia, pero no una cualquiera, sino una que contiene una crítica mordaz inteligente sobre el amor, el deseo y la infidelidad en los tiempos actuales. Porque estos cuatro tipos salen una noche de juerga engañando a sus respectivas señoras, pero no mojan, y piden asesoramiento a un experto en seducción, magnífica la composición de Adrián Lastra, cachas y repeinado (algo así como el personaje que hacía Tom Cruise en Magnolia, aunque ahora un rollo youtuber sabelotodo) y se lanzan a la aventura, pero lo que son las cosas, hay más hombres que viven ese conflicto en su matrimonio, y se les adhieren más, como el psiquiatra de uno de ellos, que además les proporciona las pastillas y demás, y el amigo de turno soltero empedernido, y así, nace “El club de los buenos infieles” (algo así como planteaba la película El club de la lucha, pero aquí sin darse hostias, sólo buscando sexo, o al menos intentarlo, que no es poco) unas excursiones a ciudades alejadas donde se dan una fiesta y ligan con otras mujeres, con la firme intención de liberarse de sus matrimonio, y recuperar la lívido, y salvar sus vidas en pareja.

La película está contada como si fuese un fake, los protagonistas se someten a entrevistas donde dan rienda suelta a que era el club, una especie de confesionario donde son capaces de emocionarse, gritar, enfadarse y explicar sus sentimientos, miedos e inseguridades. Segura nos hace reír, reír pero bien, porque estos pobres desgraciados tienen mucho que explicar y desahogarse, y no sólo en el sexo, y lo hace despojando a sus criaturas de lo masculino, de aquello que convencionalmente tienen que ser los hombres, y de cómo actúan cuando están juntos, y de sus secretos y pasiones más ocultas, y haciendo una película sobre hombres y sus problemas, pero que puede ser vista también por las mujeres, porque el director no se detiene en alabar a ellos, sino todo lo contrario, a sumergirse en sus miserias cotidianas y en su vulnerabilidad, dejándolos en pelotas, y profundizando en su patetismo, idiotez e infantilismo, haciéndonos replantear muchas cuestiones sobre el amor, como la fidelidad a uno mismo y la pareja, al amor fiel y duradero para siempre, el sexo en el matrimonio, la pasión y demás conflictos que a más tardar surgen en una convivencia.

Un grupo de intérpretes en estado de gracia ayudan a este juego sobre aquello que sentimos y no decimos, y aquello que queremos hacer y mentimos para llevarlo a cabo, o que aceptamos como real, cuando sabemos que no es así. Cuatro amigos tan diferentes entre sí, pero con el mismo conflicto a cuestas, tenemos a David (Hovik Heuchkerian) que se muestra seguro y uno de los artífices de la broma que acaba siendo casi una multinacional del pecado, Carlos (Raúl Fernández de Pablo) el menos seguro de todo este tinglado y el que más dudas plantea a todo este mejunje de mentirosos y pardillos, Marcos (Fele Martínez) el que finge orgasmos y además, siente que ya no desea ni quiere a su pareja, y por último, Juan (Juanma Cifuentes) el gordito del grupo, que practica sexo telequinético, que mientras lo haces con tu señora piensas en otras, se les sumarán los ya citados anteriormente, el matasanos (Albert Rivalta) y el soltero de siempre (estupendo Jordi Vilches) vaya par también. Segura ha construido una película con mucha gracia, que se ríe de sus criaturas y la manera tan peculiar que tienen de solucionar sus problemas, en una divertidísima sátira sobre esos conflictos propios de años de matrimonio, en una juerga con toda la carretera por delante, birras y a ritmo de La frontera y su himno de principios de los noventa, que decía así: “Te esperaré en el límite del bien y del mal…”, que si bien tiene momentos de comedia alocada y despendolada, no se queda ahí y va mucho más allá, reflexionando sobre el amor, el matrimonio, el sexo y la pasión, desde varios puntos de vista diferentes, en los que cada uno podrá sacar sus propias conclusiones, y sentirse más en la línea de unos u otros, porque como pasa en todo en la vida, las cosas no son nunca lo que parecen, y todo tiene infinitos puntos de vista.