Entrevista a Sebastian Vogler, director artístico de «La muerte de Luis XIV». El encuentro tuvo lugar el jueves 24 de noviembre de 2016 en las oficinas de Eddie Saeta en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Sebastian Vogler, por su tiempo, generosidad, amistad y cariño, y a Marta Herrero y Marina Cisa de Madavenue, por su amabilidad, paciencia y cariño, y a Lluís Miñarro, por su amabilidad, amistad y cariño.
El arranque de la película resulta ejemplar y elocuente en el devenir de la historia. Se abre con la evacuación de un edificio que amenaza derrumbe, todos los vecinos salen con lo puesto escaleras abajo. En un instante, la cámara se detiene en uno de los vidrios que está resquebrajado, plano detalle de una grieta que recorre todo el cristal a punto de hacerlo pedazos, o lo que es lo mismo, el anticipo de la rotura que se producirá en el seno emocional de la pareja que acabamos de ver. El séptimo título de la filmografía de Asghar Farhadi (Khomeyni Shar, Irán, 1972) continúa explorando en profundidad esas grietas y roturas que se producen en el ámbito doméstico, a partir de un conflicto externo que cuestiona los principios morales y sociales de los individuos en cuestión.
Aunque su carrera se inició en el año 2003 con Bailar con el polvo, no fue hasta su cuarta película, A propósito de Elly (2009) que, el cine de Farhadi, empezó a estrenarse regularmente en nuestros cines, después de su reconocimiento en los festivales de prestigio. Una cinta, con reminiscencias a La aventura, de Antonioni, en la que relataba a un grupo de amigos que se ven sorprendidos y cuestionados después que, una de las chicas del grupo desaparezca misteriosamente en la plaza, le siguió Nader y Simin. Una separación (2011), aquí una pareja en trámites de divorcio, deben tratar un problema que surge a través de la asistenta y su desatención al padre de uno de ellos, y continúo con El pasado (2013), su primera película rodada en el extranjero (Francia), en la que volvía a sumergirnos en el ámbito doméstico y como los problemas no resueltos del pasado invadían la tranquilidad de una pareja aparentemente enamorada.
En El viajante, Farhadi nos presenta a Emad y Rana, una pareja de clase media en Teherán que se gana la vida como docentes y en su tiempo libre ensayan Muerte de un viajante, de Arthur Miller. Farhadi describe a su pareja instalados en la clase media a la que parece que las cosas no les van del todo mal. El conflicto arranca con el cambio de vivienda, por el motivo que ya hemos indiciado al principio, su nuevo piso, con terraza (en la que Farhadi utiliza para mostrarnos el Teherán en continuo cambio estructural al que a ellos parece no afectar). El nuevo hogar, de prestado por un amigo, será el espacio que hará estallar la acción, cuando Rana es atacada por un desconocido (que Farhadi no muestra, como suele hacer en su filmografía, sino que será por medio de la elipsis, recurso que el cineasta iraní emplea de forma magistral). A partir de ese momento, en el que en apariencia todo parece reconducirse, comenzará el verdadero análisis emocional de Farhadi, y lentamente, con una maestría en la utilización de la dosificación de la información, y en sus peculiares descensos a los infiernos, eje estructural del cine del iraní, asistiremos al descubrimiento del pasado del edificio, alquilado por una mujer de vida alegre (que recuerda a destellos de El quimérico inquilino, de Polanski, y en el que Emad y Rana, se sumergirán en un laberinto emocional que no sólo cuestionará su percepción moral, sino también resquebrajará su relación de pareja.
El paralelismo con la obra que ensayan es demoledor, el Willy Logan y su mujer, Linda, se transmutarán en esta pareja que debe hacer frente a sus heridas como individuos y seguir hacia adelante. Logan y su familia, atravesados por la modernización, sucumben al desplazamiento y la falta de oportunidades de un mundo sangrante y atroz falto de sentido social que aniquila a todos aquellos que no siguen girando la rueda. Farhadi cuenta su película de forma naturalista, una planificación que en ocasiones parece que estemos ante una película social del modo de vida en Teherán, filmando tomas largas que mezcla con planos cortantes, muy próximos a sus personajes, de modo que podemos respirar con ellos y seguir su penoso devenir, en el que deberán enfrentarse a sus principios, y batallar contra su rabia, el odio, o la humillación a los que se ven sometidos.
Otro de los grandes elementos del cine de Farhadi es su dirección de actores, unos intérpretes que desprenden una veracidad aplastante, aunque el cineasta iraní está más interesado en la investigación de las relaciones humanas, sus complejidades y cuestionamientos, y en todo aquello, oscuro y profundo que se esconde bajo la apariencia física, y Farhadi, y de ahí deviene su inmenso talento, lo hace de forma prodigiosa, construyendo una película de calculada precisión argumental, con tintes de thriller, del que lentamente va agobiando y asfixiando a sus personajes, en la que nos muestra u oculta, según su parecer, para de esa manera, someter al espectador a un enjambre de secuencias, en las que nuestra conciencia se verá sometida a un espejo moral y deformante, en el que se cuestionan todos nuestros convencimientos y descubrimos que las situaciones nunca son como parecen, y nuestras ideas sobre la vida y los demás, aparentemente fuertes y firmes, siempre tienden de un hilo muy fino a punto de romperse y arrastrarnos con ellas, llevados hasta los lugares más oscuros de nuestra alma.
Encuentro con Jean-Pierre Léaud y Albert Serra con motivo de la presentación de la película «La mort de Luis XIV», junto a Esteve Riambau, director de la Filmoteca de Catalunya. El acto tuvo lugar el jueves 17 de noviembre de 2016 en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jean Pierre Léaud y Albert Serra, por su tiempo, conocimiento, y cariño, a Esteve Riambau y su equipo de la Filmoteca, y a Eva Herrero de Madavenue y Diana Santamaría de Capricci Cine, por su generosidad, paciencia, amabilidad y cariño.
“El boxeo es una celebración de la religión perdida de la masculinidad, tanto más contundente por estar perdida”
Yoyce Carol Oates
Nos encontramos en el verano de 1962, cuando un joven boxeador Olli Mäki, apodado “El panadero de Kokkola”, con experiencia en peleas amateur y algunas de profesional, tiene ante sí el reto de su carrera como púgil, el 17 de agosto peleará con el estadounidense Davey Moore, campeón del mundo del peso pluma. Con la compañía de su novia Raija abandona su pueblo natal situado en la campiña finlandesa para trasladarse al bullicio de la capital Helsinki donde se preparará bajo la supervisión de Elis Ask, antiguo boxeador. La puesta de largo de Juho Kuosmanen (Kokkola, Finlandia, 1979) rescata la historia real de uno de sus más ilustres vecinos, Olli Mäki, un boxeador que en aquel verano del 62 tuvo la oportunidad de convertirse en un héroe nacional, en el emblema del deporte de un país necesitado de mitos. La cinta nació a través de una experiencia personal del propio director, en las dudas y la incapacidad por materializar las expectativas creadas hacia su persona después de ganar un premio en Cannes que le invitaba a presentar su primer largo en el prestigioso certamen.
Kuosmanen ambienta su cinta en el mundo del boxeo, pero no en la parte mediática, en la que la prensa y el público ponen el foco de atención, sino en la parte humana del boxeador, en los conflictos internos de un hombre que sólo quiere estar sólo, y no pertenecer a ese mundo de luces de neón, de entrevistas, de filmaciones, publicidad y de continuo escaparate, convirtiéndose en un producto del espectáculo de masas. Olli Mäki es un tipo corriente, sencillo que, quiere boxear por el título, claro está, pero también quiere estar con Raija, la mujer de la que se ha enamorado, convirtiendo la película en una emocionante y maravillosa historia de amor entre dos jóvenes que ansían ser felices y envecejer juntos. El director finlandés ha optado por un formato clásico, ha recurrido al 16mm y el blanco y negro, un color que nos traslada a la época de los 60 y 70 y los noticiarios, en las que construye unas tomas en las que prevalece sobre todo, el rostro y los cuerpos de sus personajes, penetrando en su intimidad y cotidianidad, de un modo realista, casi documental en muchas secuencias, capturando el sentir humano que recorre las inquietudes del boxeador.
La película viaja por medio de los contrastes, del mundo rural de Kokkola, en la que la gente vive en compañía y disfrutando del entorno, como ir en bicicleta por los caminos embarrados o lanzar piedras en ondas en los lagos y reírse sin más, o volver caminando contemplando el atardecer de otro día que se va, todas esas vivencias contrastan con escaparte que bulle en la nerviosa Helsinki, donde allí, el boxeador es el centro de todas las miradas, su vida se ha convertido en un ir y venir de gentes que lo saludan, le preguntan y lo observan a cada momento, la tranquilidad, la paz y la armonía campestre han desaparecido para dejar paso a la locura de la capital, un mundo que le molesta, que le resulta ajeno, del que quiere escapar, en el que su amada se convierte en el centro de su vida, solo eso, compartir momentos con quien quiere pasar el resto de su vida, sin más éxito que la complicidad y la mirada compartida. Kuosmanen no está muy alejado de los personajes sencillos y rutinarios de Kaurismaki, con sus dudas, inquietudes y demás conflictos cotidianos, y recupera el aroma del gran cine europeo de los sesenta y setenta que hablaba de gente sencilla en lugares corrientes, y también, las sombras que estructuraban las películas de boxeo norteamericanas como Cuerpo y alma, Nadie puede vencerme, Marcado por el odio o Toro salvaje, entre muchas otras, en las que se exploran más las sombras de los púgiles, más los callejones oscuros del alma, y más las emociones del alma humana cuando todos se van y se apagan las luces.
Winfred Conradi es un sesentón singular, bromista y solitario, que se gana la vida como maestro y lleva una vida cotidiana, entre las visitas a su madre octogenaria que no lo soporta y poco más. Aprovechando que Ines, su única hija, ahora convertida en ejecutiva agresiva, vive en Bucarest, decide ir a visitarla. La repentina aparición del padre, no gusta nada a la hija, que lo despacha como puede sin hacerle mucho caso, pero el padre, le pregunta: ¿Si es feliz? a lo que la hija se muestra incapaz de responder. De esta manera, reflexionando sobre esta cuestión sencilla, pero compleja a la vez, se abre la tercera película de Maren Ade (Karlsruhe, Alemania, 1976) que sigue explorando el universo femenino actual, como en sus anteriores trabajos. En su debut, que llevó por título Los árboles no dejan ver el bosque (2003) retrataba a Melanie, un joven profesora rural que llegaba a un instituto al que no lograba adaptarse y menos aún, relacionarse con los demás. En la siguiente, en Entre nosotros (2009) describía a una joven pareja en un viaje aparentemente idílico, que a raíz de un encuentro con otra pareja, su relación se convertía en una serie de desencuentros y hastío difíciles de resolver.
Ade pone el foco en lo femenino, en mujeres que gozan de un gran reconocimiento profesional, pero completamente solitarias, amargadas e infelices en lo emocional. Mujeres competitivas, fuertes e implacables en los negocios, pero que no logran entenderse y menos relacionarse con naturalidad con los demás fuera de ese ámbito. Su nueva heroína, la seria y atractiva Ines Conradi, apenas habla con su padre. Su vida gira en torno a su trabajo, a convertirse en la mejor en lo suyo, en un mundo dominado por hombres, dejando apartada a su familia y todo lo que representa. El padre, viendo la poca afectividad de su hija, no vuelve a Alemania, y se presenta en los ambientes laborales de su hija, pero convertido en otra persona, en el enigmático y envolvente Toni Erdman – personaje deudor del Toni Clifton creado por el gran humorista del no humor Andrew Kaufman, fallecido en 1984- un tipo disfrazado con una peluca de melena y unos dientes postizos que dejan entrever su generosa dentadura, y utiliza saquitos de pedos, y demás articulos de broma. El padre, siendo otro, se introduce en la vida de Ines, en la Ines de los negocios, en la mujer seria y etérea con el objetivo de triunfar en su carrera profesional, con el objetivo de conocerla mejor y aliviar esa carga que la impide ser feliz.
Ade nos cuenta su película de forma cómica, disfrazando la compleja y distante relación entre padre e hija, en una comedia de aroma clásico, como las “screwall comedy” del Hollywood de antaño, en las que vagabundos se hacían pasar por mayordomos, enamoradas alocadas hacían lo imposible por seducir al galán o actores inseguros se paseaban por las calles disfrazados de Hitler, comedias que tuvieron su continuidad en el universo de Billy Wilder, como aquella en la que un gendarme parisino se disfrazaba de gentleman para soportar los dispendios de su amada prostituta. Aunque también, como sucede en las buenas comedias, hay amargura en unos personajes que han dejado de ser ellos para convertirse en lo que odiaban. Ade ha hecho una película de 162 minutos que parece más corta, introduciendo todo tipo de situaciones que van desde la comedia más delirante, con situaciones rocambolescas, absurdas y surrealistas, hasta el drama más cotidiano, aquel en el que nos miramos al espejo y no somos capaces de encontrarnos a nosotros mismos, como si la imagen que teníamos de nosotros hubiera desparecido, y ahora viésemos a un extraño, a alguien que no nos define y tampoco sabemos quién es realmente. Ade nos construye una tragicomedia dura y tierna, sencilla y compleja, divertida y triste, y todo para contarnos la relación de un padre y una hija, solitarios los dos, seres que han perdido el amor que se tuvieron en la infancia, y que ahora el distanciamiento y sus vidas los han convertido en otras personas, sobre todo a Ines.
Winfred convertido en Toni Erdmann convierte el juego “del otro” en un intento de acercamiento a su hija, en recuperar a la niña que fue, a la hija que dejó Alemania, a esa persona, que ni ella misma recuerda, en el que la propia Ines, queriendo resistir y aprobar su vida, ante la aparición de su padre, entra en este juego, en este baile de máscaras, en el que se mezclan momentos delirantes con otros más amargos, para ahuyentarlo y sacarlo de su vida, creyéndose que su vida es la que siempre quiso. La cineasta alemana construye una película viva, inteligente, y apasionada, de sublime capacidad para la comedia más hilarante con momentos sensibles, sin caer en ningún momento en la autocomplacencia, filmando su película a través de una imagen realista, pero sin inmiscuirse, sin juzgar a sus criaturas, dejando libertad al espectador, conmoviéndonos desde la intimidad y la sutileza de la cotidianidad, creando una película que le sirve para hablar de un padre y una hija, que representan las diferentes generaciones, entre ese mundo capitalista deshumanizado, en el que el país rico, Alemania, compra al pobre, Rumanía, en el que todo vale para conseguir los objetivos económicos, que representa la hija, frente al padre, un hombre tranquilo y sencillo, que desaprueba la vida siniestra de su primogénita, representa a lo humano, la lucha por la libertad y las desigualdades sociales.
Un pareja en estado de gracia, en el que la magnífica composición de Peter Simonischek como padre, siendo Toni Erdmann, ese ser fantástico, que parece de la nada, que convierte cada instante en una broma, y que no parará hasta que su hija deje de mirarse el ombligo para ser quién fue, con valores y sencillez, y frente a él, Sandra Hüller dando vida a Ines, la hija, metida en su burbuja, que hasta sus ratos de ocio y sexo los toma como reuniones de trabajo, en los que siempre hay que estar correcta y sumisa a sus jefes, en que las relaciones, el deseo y la pasión se han vuelto frías y vacías. La mirada de Ade de la Europa actual es despiadada, demoledora y triste, en el que el continente se divide entre terribles insjusticias sociales, entre unos ricos, que se mueven en ambientes exclusivos, sin relacionarse con los autóctonos, sólo lo hacen para decidir sobre sus empleos y otras maneras de producción que conllevarán a despidos y precariedad (como la secuencia de la extracción dibujada entre el terror y lo siniestro). Ade consigue arrastrarnos a su comedia amarga, a una obra que nos hará reír a carcajadas, con secuencias memorables (como la del disfraz de Kukeri, una tradición búlgara para ahuyentar a los malos espíritus, en la peculiar fiesta de cumpleaños de Ines) con otros momentos de amargura y tristeza, en el que los personajes, idiotizados en sus trabajos competitivos, han olvidado su humanidad, y sobre todo, su incapacidad para el amor en aquellas personas cercanas que las quieren.
El clásico zombie La legión de los hombres sin alma, de argumento similar a El gabinete del Doctor Caligari, ya profundizaba en los efectos desastrosos producidos por la mente humana sobre los individuos, convertidos en indefensas ratas de laboratorio y expuestos a experimentar los resultados de experimentos terroríficos. Una década más tarde, en Yo anduve con un zombie, magistral aproximación al género a través de la magia negra y el vudú, ya dejaba constancia los efectos irreversibles en la conciencia de las almas. A finales de los 60, el género experimenta una revitalización formidable con La noche de los muertos vivientes, filmada con un irrisorio presupuesto planteaba los resultados desastrosos de unas radiaciones de un satélite convirtiendo a los seres en hordas asesinas a la caza de carne fresca, además de convertirse en una metáfora de la segregación racial en EE.UU. y la guerra de Vietnam, diez años más tarde, nuevamente George A. Romero, volvía al género pero esta vez criticando el capitalismo feroz trasladando a sus muertos vivientes a un centro comercial. A principios del siglo XXI, vuelve el género a primera línea con 28 días después y su secuela filmada un lustro más tarde, 28 semanas después, introduciendo una variedad interesante, los zombies ya no se mueven torpemente y lentamente, ahora son rápidos y ágiles, y más destructivos si cabe. Cabe mencionar Rec y Planet Terror, de la misma década, como aproximaciones interesantes de la vertiente zombie.
Ahora nos llega Train to Busan, dotando al género de un nuevo aire, porque no hay historias demasiado vistas, sino falta de ingenio, de la mano de Yeaon Sang-ho (Seúl, Corea del Sur, 1978) que viene de realizar tres films de animación adulta, The King of pigs (2011), The fake (2013) y Seoul Nation (2016), esta última especie de precuela de la película que nos atañe. El cineasta surcoreano, en su primera película de imagen real, sigue con sus mismas directrices, en las que plantea películas que mediante el thriller social, rastrea la sociedad de su país, la jerarquización en la que se ha convertido, en la que ricos y pobres viven alejados y sin mezclarse, provocando así unos niveles de desigualdad exasperantes y conflictivos. La premisa argumental es bien sencilla, una serie de pasajeros suben al tren de alta velocidad en Seúl con destino a Busan, un viaje de 453 quilómetros en la que en último momento se subirá un pasajero con síntomas muy sospechosos. La película se cuenta a través de Seok-woo, un treintañero gestor de fondos divorciado, más preocupado por sus negocios que el cariño de su hija Su-an, que acompaña porque la niña quiere visitar a su madre para celebrar su cumpleaños. Cuando estalla el conflicto, iremos conociendo las actitudes de cada uno de los pasajeros, el propio Seok-woo, reacio a cooperar inicialmente, se convencerá que la única manera de salir con vida del tren será a través de la ayuda de los demás. Sang-ho se sirve de los zombies como metáfora (una de las características del buen cine de género) para criticar el modelo de sociedad de su país, las hordas de zombies provocan que las clases desaparezcan en el tren, y tantos unos como otros, los de buena cuenta corriente como los de no, tengan que mezclarse y sobrevivir mediante la ayuda que se prestan unos a otros, pero el cineasta surcoreano no lanza un discurso maniqueo en absoluto, unos entienden el problema de cooperación al instante, otros tardan más, e incluso alguno no lo entiende, y hasta el último instante, sigue anteponiendo su voluntad sin importarle el destino de los demás.
La película tiene un ritmo endiablado y es pura adrenalina, cada nueva parada del tren en las distintas estaciones, se convierte en una nueva muestra del ingenio del cineasta, en la que nos somete a un ejercicio de suspense admirable en el que somos presos de una admirable puesta en escena, en la que juega con la tensión del espectador, con unos personajes expuestos a los ataques de los sanguinarios zombies, utilizando todos los recursos cinematográficos a su alcance, convirtiendo cada secuencia en una fantástica mezcla de tensión, nervios, persecuciones… en el que los personajes viven el drama y el horror por su vida y las que le rodean. Sang-ho nos lleva por este viaje alucinado que no parece tener fin, en que a cada momento el drama, lo social y lo fantástico se mueven al unísono, en el que asistimos a una descripción no sólo de la fisicidad de la película y cada personajes, sino del carácter y la actitud de cada uno de ellos, que Sang-hoo utiliza para describir los aspectos más oscuros de la sociedad de su país.
Otro punto a destacar es la sutil utilización de los fx de la película, en la que se mezcla imagen digital (sin abusar, no como en otras películas, que su uso es endemoniado, creando un aspecto demasiado falso a lo que se cuenta) con trucajes y maquetas de la vieja escuela, creando una atmósfera asfixiante y terrorífica que le va ni que pintada a la película. Sang-ho vuelve a demostrar su talento para el cine profundo y de factura y ritmo endiablado, siguiéndola estela de otros realizadores coetáneos como Park Chan-wook, Kim Ki-duk, Bong Joon-ho o Na Hong-jin, cineastas que han encontrado en el thriller el vehículo perfecto para explorar las miserias de su país. Sang-ho ha realizado una película de terror, pero sin olvidar su vertiente humana, sobre la capacidad de los individuos de no sólo mirarse hacia dentro, sino también, mirar hacia el otro, al que tienen al lado, construyendo un mensaje de solidaridad en esos tiempos de sociedades mercantilizadas, en las que se prima el individualismo en perjuicio del cooperativismo y lo humano.
“Este libro es un acto decididamente político, ya que denuncia el espectáculo: quiero decir, la ficción irrisoria a la que se encuentra reducida la expresión audiovisual en nuestra sociedad, así como el contagio que ésta padece, convertida, en su esencia, en una sociedad del espectáculo. Por primera vez desde que existe el hombre, poseemos un medio de comunicación universal por su inmediatez, a diferencia de la escritura, que supone una previa condición cultural. ¿Y qué hemos hecho? Una especie de juego circense que corrompe todo el mundo y todos los temas”
Roberto Rossellini
Con estas palabras enormemente significativas y precisas, se abre la autobiografía del cineasta Roberto Rossellini, toda una reivindicación del arte cinematográfico como herramienta fundamental para retratar al hombre y su tiempo, olvidando la superficialidad en la que se ha convertido. Definición muy apropiada al cine de Albert Serra (Banyoles, Girona, 1975) ideado y construido a partir de la desmitificación del mito o leyenda, en un viaje introspectivo en el que penetra en la profundidad del alma de sus personajes, ya desde su primera película, Honor de caballería (2006) retrató lo ordinario e íntimo de El Quijote, retratando una de las figuras esenciales de la literatura universal. La película de Serra filmada en exteriores nos trasladaba en un viaje sin fin en el que el ilustre hidalgo perdía su gallardía y grandeza para convertirse en un ser corriente, anciano que se movía con dificultad, junto a su fiel escudero Sancho Panza. En El cant dels ocells (2008) seguimos el viaje de los tres reyes magos, unos personajes muy alejados de su magnificencia, aquí se convertían en hombres sencillos, con manías y miedos, que viajaban a pie en busca de su destino.
En 2011 realiza Els noms de Crist, para una exposición en el Macba, sobre el proceso creativo del cine en un trabajo inspirado en la mística de Fray Luis de León. Al año siguiente, esta vez para el CCCB, dirige El senyor ha fet en mi meravelles, en la que, junto al equipo de Honor de Cavallería, recorría los lugares de El Quijote. En 2013, como encargó del dOcumenta de Kassel realiza Els tres porquets, un retrato de Goethe, Hitler y Fassbinder, tres de las figuras más relevantes de la Historia de Alemania. En el 2013 presenta Història de la meva mort, en la que filma el soñado encuentro entre Casanova y Drácula, dos figuras que representan el Racionalismo que está llegando a su fin, enfrentado al Romanticismo que se abre paso. En el 2015, para el pabellón catalán de la Bienal di Arte di Venezia, realiza Singularity, 12 horas de película en las que describe la transformación del siglo XX a través de la minería y la prostitución.
Ahora, con La muerte de Luis XIV, nos devuelve al siglo XVIII, donde transcurría buena parte de la historia de Casanova y Drácula, a su verano, y a las dos semanas que transcurrió la lenta agonía del monarca. Esta vez, Serra (como viene siendo en su cine reciente, ha dejado los paisajes naturales para introducirse en espacios cerrados y agobiantes) nos encierra en la habitación del Rey, y alrededor de su cama fúnebre, en una primorosa pieza de cámara, en la que asistiremos a las horas y días que se irán consumiendo lentamente, observando cómo su doctor personal y científicos se mostrarán incapaces para detener la imparable gangrena que afecta a su pierna izquierda. También, le visitarán cortesanos, eclesiásticos, ministros, damas gentiles, su hijo, y sus perros. Serra nos construye una película histórica que nos recuerda al aroma de las producciones francesas, en las que se huye de la espectacularidad y los éxitos del personaje en cuestión, para adentrarse en su carne, en los tejidos naturales que no vemos, en las entrañas de que está compuesto, en esa humanidad decrépita que contamina todo el espacio. Podríamos encontrar en el cine de Rossellini realizado para televisión en el mejor modelo donde Serra encontraría su inspiración, en La toma del poder por parte de Luis XIV (1966) que podría ser el reverso del espejo de ésta, en la que la grandiosidad de aquel momento, se contrapone con el final triste de sus días, o Sócrates (1975) y El Mesías (1975), por citar sólo algunas, en las que Rossellini devuelve a la televisión su esencia, dotando a las historias del rigor necesario, construyendo obras que retratan el humanismo de estos personajes de la historia, idea en la que también profundizaría Pasolini en sus frescos históricos como El evangelio según San Mateo (1964), Edipo Rey (1967) o Medea (1970), o Sokurov en sus obras dedicadas a los dictadores del siglo XX, a Hitler en Moloch (1999), Lenin en Taurus (2001) y Hirohito en Sol (2005).
Serra habituado a trabajar con actores no profesionales, ahora lo hace con Jean-Pierre Léaud, figura esencial del cine europeo del último medio siglo. Aquí, se introduce en la piel arrugada y envejecida del Rey, que fue llamado “Rey Sol”, pero en este momento, toda aquella luz que lo iluminaba ha dejado paso a la penumbra y la oscuridad en la que se ha visto reducida su existencia (como le ocurría a Barry Lyndon). Y la presencia del actor Patric D’Assumçao (visto en El desconocido del lago) como Fagon, el inútil doctor. El director de Banyoles, interesado en la humanidad y la decadencia de aquellos que todo lo fueron, en su lenta desaparición, genera ese paisaje humano de luz velada obra del cinematógrafo Jonathan Ricquebourg (que retrató la imagen animal de Clan salvaje), en la que la estancia del rey se apodera del relato en la que la magnífica dirección artística de Sebastian Vogler (cuarto filme con Serra) cuida el detalle y la rugosidad de cada pliegue, cada objeto y forma, en la que predomina ese intenso rojo en contraposición con los ropajes ampulosos y esos pelucones extravagantes que presiden la ceremonia a la que asistimos casi en silencio, porque Serra decora su espacio de miradas, gestos y gritos, los alaridos de dolor del Rey que rompen el silencio de palacio, aunque el maravilloso diálogo pronunciado por Vicenç Altaió (repite con Serra después de su inolvidable Casanova) en un personaje que viene a deslumbrar con sus ideas científicas, y su idea sobre la vida y el amor, aunque tampoco acaban de tener el efecto esperado en la salud del Rey.
Serra, acompañado de su equipo habitual, deja su catalán de Banyoles, para filmar en francés por primera vez, en una película que recoge el espíritu contestatario e irreverente de su cine, una mirada alejada de cualquier convencionalismo que podamos imaginar, un cine construido desde la sinceridad del autor que conoce su oficio, un trabajo al que da forma profundizando en su diferentes formas de representación, y en todos los medios narrativos y expresivos a su alcance, ya sea en el cine, la televisión, en el museo, o en su capacidad para sumergir al espectador en mundos en desaparición, universos que se resisten a desaparecer (con ese aroma tenebroso de decadencia mortuoria que presidía el cine de Visconti) paisajes humanos donde todo parece inútil y banal, pero que oculta toda la esencia de un cine cimentado en la humanidad de unos personajes que mueren lentamente, casi sin darse cuenta, creyéndose que con su muerte todo cambiará, aunque todo seguirá igual.
Arnaud es un joven que vive en un pequeño pueblo costero francés. Su padre, carpintero de profesión, acaba de morir. El joven se debate entre continuar el negocio familiar junto a su hermano mayor o alistarse en el ejército. Todo cambia cuando conoce a Madeleine, una joven de su misma edad que está obsesionada con el fin del mundo y se prepara concienzudamente para ello. Los dos se enrolan a un campamento militar durante 15 días en verano, y es en ese lugar, rodeado de vida castrense, donde darán rienda suelta a sus objetivos y emprenderán su camino.
Thomas Cailley (Clermont-Ferrand, 1980) debuta en el largo con una película (ganadora de los premios a la mejor película y a la crítica en la Quincena de realizadores del Festival de Cannes de 2014), que arranca como una comedia romántica, que huye de los convencionalismos del género, para rápidamente cambiar de estilo, y convertir esta aventura de chico conoce a chica, en una cinta totalmente diferente, donde hay espacio para el realismo social (la falta de oportunidades con las que se encuentran los jóvenes en la Europa «unida y democrática»), para luego mutarse en una aventura militar, donde los protagonistas se descubrirán a sí mismos y sobre todo, al otro, y no intentarán imponerse al contrario, sino aceptarlo como es. Y finalmente, el film vuelve a girar de rumbo y convertirse en una suerte de película de supervivencia, (donde el paisaje, un bosque frondoso donde cruza un río, se vuelve el centro de la trama), con desenlace apocalíptico, sin olvidar el contenido social que se respira en todo el metraje. Una banda sonora plagada de temas electrónicos ayuda y de qué manera, a escapar de ese tono de comedia romántica al uso con la característica música que acompaña a la historia invadiéndola de toneladas de caramelo. Aquí, la música describe situaciones, y funciona como fuerte contraste a lo que se nos está contando.
Una fuerte apuesta también es la elección de la pareja protagonista, por un lado, tenemos al chico (interpretado por el joven Kévin Azaïs) que pertenece a esos jóvenes de la tierra, que tienen un ambiente familiar adecuado, y parece que su vida está ya programada, no son ambiciosos, y resultan apocados y reservados. Frente a él, está Madeleine, toda visceral y con carácter, pero frágil, y tremendamente ambiciosa, compleja y ardiente, una mujer que no se rinde ante nadie y nada, un volcán en erupción, que al principio chocará fuertemente con Arnaud, pero el tiempo y la convivencia, los irá acercando y complementando, porque lo que no tiene uno, al otro le sobra, y viceversa. La joven actriz Adèle Haenel (que debutará con la interesante Los diablos, en el 2002, y también pudimos verla en L’apollonide, de Bonello, entre otras) ganadora de todos los premios a la mejor interpretación allá por donde ha ido, realiza un trabajo descomunal y lleno de energía, que si bien al inicio su personaje resulta algo antipático y presuntuoso, a medida que avanza el relato, se convertirá en una alma perdida y a la vez humana que, al igual que todos, necesita cariño y comprensión. Una estupenda película que muta formidablemente ofreciendo un variado tipo de tonos y registros para adentrarse en una cinta sobre las emociones, y sobre la soledad y la incertidumbre de unos tiempos convulsos y vacíos de oportunidades.