El viajante, de Asghar Farhadi

LA FRAGILIDAD DE LA MORAL.

El arranque de la película resulta ejemplar y elocuente en el devenir de la historia. Se abre con la evacuación de un edificio que amenaza derrumbe, todos los vecinos salen con lo puesto escaleras abajo. En un instante, la cámara se detiene en uno de los vidrios que está resquebrajado, plano detalle de una grieta que recorre todo el cristal a punto de hacerlo pedazos, o lo que es lo mismo, el anticipo de la rotura que se producirá en el seno emocional de la pareja que acabamos de ver. El séptimo título de la filmografía de Asghar Farhadi (Khomeyni Shar, Irán, 1972) continúa explorando en profundidad esas grietas y roturas que se producen en el ámbito doméstico, a partir de un conflicto externo que cuestiona los principios morales y sociales de los individuos en cuestión.

Aunque su carrera se inició en el año 2003 con Bailar con el polvo, no fue hasta su cuarta película, A propósito de Elly (2009) que, el cine de Farhadi, empezó a estrenarse regularmente en nuestros cines, después de su reconocimiento en los festivales de prestigio. Una cinta, con reminiscencias a La aventura, de Antonioni,  en la que relataba a un grupo de amigos que se ven sorprendidos y cuestionados después que, una de las chicas del grupo desaparezca misteriosamente en la plaza, le siguió Nader y Simin. Una separación (2011), aquí una pareja en trámites de divorcio, deben tratar un problema que surge a través de la asistenta y su desatención al padre de uno de ellos, y continúo con El pasado (2013), su primera película rodada en el extranjero (Francia), en la que volvía a sumergirnos en el ámbito doméstico y como los problemas no resueltos del pasado invadían la tranquilidad de una pareja aparentemente enamorada.

En El viajante, Farhadi nos presenta a Emad y Rana, una pareja de clase media en Teherán que se gana la vida como docentes y en su tiempo libre ensayan Muerte de un viajante, de Arthur Miller. Farhadi describe a su pareja instalados en la clase media a la que parece que las cosas no les van del todo mal. El conflicto arranca con el cambio de vivienda, por el motivo que ya hemos indiciado al principio, su nuevo piso, con terraza (en la que Farhadi utiliza para mostrarnos el Teherán en continuo cambio estructural al que a ellos parece no afectar). El nuevo hogar, de prestado por un amigo, será el espacio que hará estallar la acción, cuando Rana es atacada por un desconocido (que Farhadi no muestra, como suele hacer en su filmografía, sino que será por medio de la elipsis, recurso que el cineasta iraní emplea de forma magistral). A partir de ese momento, en el que en apariencia todo parece reconducirse, comenzará el verdadero análisis emocional de Farhadi, y lentamente, con una maestría en la utilización de la dosificación de la información, y en sus peculiares descensos a los infiernos, eje estructural del cine del iraní, asistiremos al descubrimiento del pasado del edificio, alquilado por una mujer de vida alegre (que recuerda a destellos de El quimérico inquilino, de Polanski, y en el que Emad y Rana, se sumergirán en un laberinto emocional que no sólo cuestionará su percepción moral, sino también resquebrajará su relación de pareja.

El paralelismo con la obra que ensayan es demoledor, el Willy Logan y su mujer, Linda, se transmutarán en esta pareja que debe hacer frente a sus heridas como individuos y seguir hacia adelante. Logan y su familia, atravesados por la modernización, sucumben al desplazamiento y la falta de oportunidades de un mundo sangrante y atroz falto de sentido social que aniquila a todos aquellos que no siguen girando la rueda. Farhadi cuenta su película de forma naturalista, una planificación que en ocasiones parece que estemos ante una película social del modo de vida en Teherán, filmando tomas largas que mezcla con planos cortantes, muy próximos a sus personajes, de modo que podemos respirar con ellos y seguir su penoso devenir, en el que deberán enfrentarse a sus principios, y batallar contra su rabia, el odio, o la humillación a los que se ven sometidos.

Otro de los grandes elementos del cine de Farhadi es su dirección de actores, unos intérpretes que desprenden una veracidad aplastante, aunque el cineasta iraní está más interesado en la investigación de las relaciones humanas, sus complejidades y cuestionamientos, y en todo aquello, oscuro y profundo que se esconde bajo la apariencia física, y Farhadi, y de ahí deviene su inmenso talento, lo hace de forma prodigiosa, construyendo una película de calculada precisión argumental, con tintes de thriller, del que lentamente va agobiando y asfixiando a sus personajes, en la que nos muestra u oculta, según su parecer, para de esa manera, someter al espectador a un enjambre de secuencias, en las que nuestra conciencia se verá sometida a un espejo moral y deformante, en el que se cuestionan todos nuestros convencimientos y descubrimos que las situaciones nunca son como parecen, y nuestras ideas sobre la vida y los demás, aparentemente fuertes y firmes, siempre tienden de un hilo muy fino a punto de romperse y arrastrarnos con ellas, llevados hasta los lugares más oscuros de nuestra alma.

Sonita, de Rokhsareh Ghaem Maghmai

aaff_octubre_2016_catVERSOS CONTRA LA INJUSTICA.

“Déjame susurrarte mis palabras, ya que nadie me oye

cuando hablo de las chicas en venta”

Sonita es de Afganistán y tiene 18 años, aunque podría tener algunos menos, ya que no tiene ningún documento oficial que lo certifique. Lleva 11 años refugiada clandestinamente en los suburbios de Teherán (Irán), donde en compañía de su familia huyó de los talibanes y la guerra, mientras subsiste precariamente, junto a su hermana soltera y la hija de ésta, gracias a un centro de acogida de menores. Toda su no vida se materializa a través de su música, un “rap” contundente, enérgico y vital, en el que golpea con fuerza con versos llenos de furia y rabia contra la injusticia y la violencia en su país contra la libertad de las mujeres.

Rokhsareh Ghaem Maghami (Teherán, Irán, 1975) con una trayectoria interesante en el terreno del documental, galardonada en diversos festivales internacionales, se lanza a filmar este viaje emocional y profundo de una niña/mujer, de aspecto menudo y frágil, pero todo lo contrario en su capacidad emocional, que se mueve a impulsos llenos de energía y que, a pesar de su situación, sueña con convertirse en una estrella del rap. La cámara de Rokharesh penetra en su intimidad doméstica y laboral, capturando de forma natural y muy física el entorno de Sonita, una radiografía durísima en la que tiene que moverse diariamente y seguir luchando sorteando los numerosos problemas que la acechan, la falta de dinero se convierte en el mayor, aunque  la idea de su madre (que vive en Afganistán) de casarla para cobrar por ella 9000 dólares se convierte en la mayor de sus dificultades al que tiene que enfrentarse. Sonita compondrá un tema Brides for Sale y grabará un videoclip casero en el que denuncia la violencia contra las mujeres de su país y una tradición horrible que esclaviza a las féminas que sufren la voluntad paterna convirtiéndolas en meros objetos vendidos al mejor postor.

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Rokhaserh ha realizado una película de denuncia, un artefacto incendiario, una película que investiga varios temas: la violencia contra las mujeres, la miseria en la que viven los refugiados políticos,  y también, un tema de suma importancia para el cineasta, el de su implicación moral con aquello que filma, como las vidas de sus personajes, no sólo se convierten en materia de exploración, sino en una forma de actitud política, en la que se pone de manifiesto el verdadero objetivo de la obra que se está realizando, la intervención o no en  las circunstancias que tienen lugar. El discurso de la película está construido a través de la honestidad y sinceridad, nunca cae en sentimentalismos, ni en subrayados, todo se filma de manera directa y sin tapujos, consiguiendo transmitirnos mediante la mirada, los detalles y gestos de Sonita, y su entorno, toda la angustia a la que está sometida la joven. La película cuestiona y, de qué manera, todo un sistema patriarcal que anula la voluntad femenina y convierte a las mujeres en objetos sin voz ni voto. La forma de la película, en un digital transparente y cercano, nos conduce por esa vida mutilada y rota, una vida oscura (como la espeluznante secuencia en la que Sonita escenifica su huida de Afganistán, en la que es detenida por los talibanes) un horror cotidiano y triste, que vuelve a revivir Sonita en su vuelta a Afganistán, un país en continuo estado de guerra que convierte a las personas en almas errantes sin consuelo.

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Rokhsareh se suma a las voces de las hermanas Makhmalbaf, Samira, con La manzana (2008) y A las cinco de la tarde (2003) y Hana, con Buda explotó por vergüenza (2007), cineastas iraníes que han denunciado la terrible explotación que sufren diariamente las mujeres afganesas y de otros países árabes. Un cine valiente, de gran factura, y sobre todo, humanista, que nos habla de personas, sobre mujeres que no pueden ser libres, que cada paso que dan tienen que pedir permiso a su familia, que la sociedad de sus países ha vuelto invisibles, ocultas en telas oscuras, o encerradas en casa al cuidado del hogar y los hijos. Vidas muertas, vidas sin vida, vidas que se convierten en el eje central de las canciones de Sonita, una joven que utiliza su arte para combatir la injusticia social y que su música pueda servir para ayudar a alguna joven (como comenta en algún momento de la película) y de esa manera, continuar vivas las palabras de las que partía Brecht, aquellas en que se refería que el arte debía de ir de la mano del pueblo, denunciando las injusticias y despertando sus conciencias.