EL DOCENTE HUMANISTA.
“Yo iba a enseñar y al mismo tiempo a aprender”
Historia de una maestra, de Josefina Aldecoa
Tanto Bruno Cirino en Diario di un maestro (1973), de Vittorio De Seta, como Daniel Lefebvre en Hoy comienza todo (Ça commence aujourd’hui, 1999), de Bertrand Tavernier, pertenecen a esa clase particular de docentes que van más allá de lo que sucede en el interior de las aulas, porque conocen que la realidad social y económica de sus alumnos interfiere completamente en el desarrollo de sus vidas, y por ende de su educación. Son maestros dentro y fuera, ese tipo de docentes que se implica, que ayuda y sobre todo, ayuda al cambio tan necesario. Lucio, el docente del sexto largometraje de ficción de Diego Lerman (Buenos Aires, Argentina, 1976), amén de dirigir documental, producir cine y hacer teatro, es uno de esos tipos que sabe que la realidad de sus alumnos es dura y nada fácil, porque vienen de uno de esos barrios periféricos de la capital argentina, donde la realidad es triste, llena de peligros y donde campa el narco a sus anchas.
Lerman compone un drama social muy cercano y lleno de matices, sin caer en la moralina ni en el sentimentalismo, sino construyendo “una pequeña parte de la vida”, donde el hilo conductor es el mencionado Lucio, un tipo en crisis, alguien que aspiraba a más, a hacer una segunda novela que no acaba de llegar, a dar clases en una universidad prestigiosa, a ser mejor hijo, mejor ex y mejor padre, y sobre todo, a entenderse y no huir a la nada. El director bonaerense crea una trama sin estridencias y nada complaciente, que va desarrollándose sin alardes ni piruetas narrativas, centrándose en el hecho en cuestión, o mejor dicho, en varios sucesos, aunque el principal pivota en la relación entre Lucio y uno de sus alumnos, Dilan, que ha traicionado al narco del barrio y ahora su vida corre en peligro. Lerman vuelve a confiar en algunos de sus cómplices habituales como la guionista María Meiro, en muchas de sus películas, la aportación de la escritora Luciana de Mello y el propio director en la elaboración de un guion que se maneja muy bien entre la realidad social y la trama policiaca centrada en la investigación, donde Lucio, además de maestro, se convierte en una especie de detective para ayudar a su alumno.
El grandísimo trabajo del cinematógrafo Vojciech Staron con una luz tremendamente cotidiana y realista, gruesa y sucia, huyendo de la condescendencia y en el mensajito, donde destacan los elegantes movimientos de cámara, así como el entramado de espejos y reflejos que evidencian con detalle el estado de ánimo del atribulado protagonista, así como José Villalobos en la música, una composición que puntúa algunos aspectos de la primera mitad para luego escarbar más en los sentimientos de los protagonistas, pero siempre con respeto, y otro habitual como el editor Alejandro Brodersohn, que condensa con ritmo y pausa las casi dos horas de metraje. Qué decir del acertadísimo reparto de la película encabezado por un magnífico Juan Minujín, al que conocíamos por sus trabajos con Daniel Burman, Mariano Llinás y Lucrecia Martel, entre otros, metiéndose en la piel de un tipo que la vida le ha llevado a ser suplente, a enseñar literatura a unos chavales que pasan de todo, en el que deberá adaptar su clase a la realidad dura de sus alumnos, y conocer sus vidas y sus contextos, tarea que no le resultará nada fácil.
A Minujín le acompañan de forma estupenda una gran Bárbara Lennie, que ya había protagonizado la anterior película de Lerman, Una especie de familia ((2017), en el rol de la ex de Lucio, con una hija en común, que hace Renata Lerman, la hija del director, y fue premiada en el Festival de San Sebastián, y unas realidades bien distintas, porque ella ya ha pasado página y está en otros menesteres, y acepta la decisión y la rebeldía de la hija de ambos desde una perspectiva muy alejada que Lucio, que parece empecinado en seguir el camino y no plantearse ciertas contradicciones. La interesante presencia de un grande como Alfredo Castro, en el papel de padre del protagonista, al que curiosamente llaman “El chileno”, una especie de buen samaritano que trabaja en el barrio dando comidas e implicándose en las dificultades de sus habitantes, que mostrará una realidad bien diferente al protagonista. Y finalmente, Lucas Arrua haciendo de Dilan, al igual que los otros chicos, todos debutantes en el cine, generando esa solidez que requiere una película de estas características donde se fusionan los adultos profesionales con los jóvenes naturales.
El suplente es una película que nos habla de muchas cuestiones humanas, y sobre la vida, sobre aquellas cuestiones de la vida nada fáciles, que resultan incómodas, donde se abordan muchas cuestiones morales, con el mejor aroma de aquel cine policiaco de Hollywood de los treinta y cuarenta, donde los Lang, Hawks y Welman, y tantos otros, nos situaban en esas tesituras tremendamente difíciles de asumir y sobre todo, de decidir, en el que los y las protagonistas se veían inmersos en posiciones muy difíciles, en las que no sabían qué decir y mucho menos que hacer, un cine que desgraciadamente se está perdiendo, dejando paso a producciones blanditas que no molesten y tampoco sirvan para nada. La película de Lerman recupera esa complejidad, esa humanidad, con personajes de carne y hueso, con personas que les ocurren cosas como a nosotros, y sobre todo, dudan, tienen miedo y se enfrentan a los que les acojona, y a otras situaciones que ni se imaginaban, como a todos nosotros. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA