APOCALIPSIS A BORDO.
El clásico zombie La legión de los hombres sin alma, de argumento similar a El gabinete del Doctor Caligari, ya profundizaba en los efectos desastrosos producidos por la mente humana sobre los individuos, convertidos en indefensas ratas de laboratorio y expuestos a experimentar los resultados de experimentos terroríficos. Una década más tarde, en Yo anduve con un zombie, magistral aproximación al género a través de la magia negra y el vudú, ya dejaba constancia los efectos irreversibles en la conciencia de las almas. A finales de los 60, el género experimenta una revitalización formidable con La noche de los muertos vivientes, filmada con un irrisorio presupuesto planteaba los resultados desastrosos de unas radiaciones de un satélite convirtiendo a los seres en hordas asesinas a la caza de carne fresca, además de convertirse en una metáfora de la segregación racial en EE.UU. y la guerra de Vietnam, diez años más tarde, nuevamente George A. Romero, volvía al género pero esta vez criticando el capitalismo feroz trasladando a sus muertos vivientes a un centro comercial. A principios del siglo XXI, vuelve el género a primera línea con 28 días después y su secuela filmada un lustro más tarde, 28 semanas después, introduciendo una variedad interesante, los zombies ya no se mueven torpemente y lentamente, ahora son rápidos y ágiles, y más destructivos si cabe. Cabe mencionar Rec y Planet Terror, de la misma década, como aproximaciones interesantes de la vertiente zombie.
Ahora nos llega Train to Busan, dotando al género de un nuevo aire, porque no hay historias demasiado vistas, sino falta de ingenio, de la mano de Yeaon Sang-ho (Seúl, Corea del Sur, 1978) que viene de realizar tres films de animación adulta, The King of pigs (2011), The fake (2013) y Seoul Nation (2016), esta última especie de precuela de la película que nos atañe. El cineasta surcoreano, en su primera película de imagen real, sigue con sus mismas directrices, en las que plantea películas que mediante el thriller social, rastrea la sociedad de su país, la jerarquización en la que se ha convertido, en la que ricos y pobres viven alejados y sin mezclarse, provocando así unos niveles de desigualdad exasperantes y conflictivos. La premisa argumental es bien sencilla, una serie de pasajeros suben al tren de alta velocidad en Seúl con destino a Busan, un viaje de 453 quilómetros en la que en último momento se subirá un pasajero con síntomas muy sospechosos. La película se cuenta a través de Seok-woo, un treintañero gestor de fondos divorciado, más preocupado por sus negocios que el cariño de su hija Su-an, que acompaña porque la niña quiere visitar a su madre para celebrar su cumpleaños. Cuando estalla el conflicto, iremos conociendo las actitudes de cada uno de los pasajeros, el propio Seok-woo, reacio a cooperar inicialmente, se convencerá que la única manera de salir con vida del tren será a través de la ayuda de los demás. Sang-ho se sirve de los zombies como metáfora (una de las características del buen cine de género) para criticar el modelo de sociedad de su país, las hordas de zombies provocan que las clases desaparezcan en el tren, y tantos unos como otros, los de buena cuenta corriente como los de no, tengan que mezclarse y sobrevivir mediante la ayuda que se prestan unos a otros, pero el cineasta surcoreano no lanza un discurso maniqueo en absoluto, unos entienden el problema de cooperación al instante, otros tardan más, e incluso alguno no lo entiende, y hasta el último instante, sigue anteponiendo su voluntad sin importarle el destino de los demás.
La película tiene un ritmo endiablado y es pura adrenalina, cada nueva parada del tren en las distintas estaciones, se convierte en una nueva muestra del ingenio del cineasta, en la que nos somete a un ejercicio de suspense admirable en el que somos presos de una admirable puesta en escena, en la que juega con la tensión del espectador, con unos personajes expuestos a los ataques de los sanguinarios zombies, utilizando todos los recursos cinematográficos a su alcance, convirtiendo cada secuencia en una fantástica mezcla de tensión, nervios, persecuciones… en el que los personajes viven el drama y el horror por su vida y las que le rodean. Sang-ho nos lleva por este viaje alucinado que no parece tener fin, en que a cada momento el drama, lo social y lo fantástico se mueven al unísono, en el que asistimos a una descripción no sólo de la fisicidad de la película y cada personajes, sino del carácter y la actitud de cada uno de ellos, que Sang-hoo utiliza para describir los aspectos más oscuros de la sociedad de su país.
Otro punto a destacar es la sutil utilización de los fx de la película, en la que se mezcla imagen digital (sin abusar, no como en otras películas, que su uso es endemoniado, creando un aspecto demasiado falso a lo que se cuenta) con trucajes y maquetas de la vieja escuela, creando una atmósfera asfixiante y terrorífica que le va ni que pintada a la película. Sang-ho vuelve a demostrar su talento para el cine profundo y de factura y ritmo endiablado, siguiéndola estela de otros realizadores coetáneos como Park Chan-wook, Kim Ki-duk, Bong Joon-ho o Na Hong-jin, cineastas que han encontrado en el thriller el vehículo perfecto para explorar las miserias de su país. Sang-ho ha realizado una película de terror, pero sin olvidar su vertiente humana, sobre la capacidad de los individuos de no sólo mirarse hacia dentro, sino también, mirar hacia el otro, al que tienen al lado, construyendo un mensaje de solidaridad en esos tiempos de sociedades mercantilizadas, en las que se prima el individualismo en perjuicio del cooperativismo y lo humano.