LA REBELIÓN DE LOS NIÑOS.
“Mal que les pese a quienes dicen que el socialismo es una idea foránea, nuestra raíz más honda viene de la comunidad, la propiedad comunitaria, el trabajo comunitario, la vida compartida y tiene la solidaridad por centro”.
Eduardo Galeano
En el panorama cinematográfico actual cuesta encontrar una película que sea diferente, no en el sentido de ir a la contra, sino de apostar por una idea que tenga carácter, potencia y sensibilidad, y sobre todo, que no se aparte demasiado de los problemas reales de tantas familias y tantos niños. Olivia y el terremoto invisible, de Irene Iborra Rizo (Alicante, 1976), es de esas películas a contracorriente por muchas razones: está hecha en stop motion, la protagonizan muppets que son unos niños rebeldes ante la injusticia de no tener casa, y sobre todo, es una película social, del aquí y ahora, centrada en el drama de tantas personas que no pueden pagar los precios abusivos de su vivienda y se ven abocados a vivir de okupas con muy pocos recursos. Tres elementos en los que sustenta una cinta que, además, desprende humanidad y cine de verdad, bien hecho y nada complaciente.

La directora lleva dos décadas dedicadas a la técnica de stop motion y en su ópera prima se revela como una cineasta de gran fuerza y muy sensible a la hora de abordar una historia que no cae en el desánimo ni en la desesperación, sino todo lo contrario, en acercarse a sus jóvenes personajes, a esa idea de comunidad, de familia entre seres de muchas partes del mundo que comparten una vida dura, llena de problemas y de desheredados. Basada en la novela infantil “La película de la vida”, de Maite Carranza, que coescribe junto a la directora y Julia Prats, conocemos a Olivia, una niña que se ve abocada a la expulsión de su casa junto a su hermano pequeño Tim y su madre Ingrid, una actriz en horas muy bajas. La película se posa en la mirada de Olivia que, ante tremendo conflicto, se inventa una idea para que el drama no sea tan heavy para su hermano, y además, ante los momentos más oscuros, el mundo se le parte en dos y la absorbe hacía unas profundidades que dan mucho pavor. La historia combina lo humano, con lo trágico y lo fantástico, con una intimidad que traspasa la pantalla en la que la “familia” de la hablamos un poco más arriba, se juntan en uno y luchan en compañía, un elemento que hace la película muy revolucionaria y ese cariz de diferente, porque ante los abrumadores problemas que tiene frente a sí, optan por ayudarse a pesar de sus diferencias culturales, políticas y demás.

Este film tiene una gran factura técnica y visual que ha significado un enorme esfuerzo que ha aglutinado compañías de cinco países diferentes: España, Francia, Bélgica, Suiza y Chile, y algunos de los mejores técnicos internacionales de la stop motion como los animadores Tim Allen y César Díaz, que han trabajado en grandes producciones como Frankenweenie (2012), de Tim burton, Isle of Dogs (2018), de Wes Anderson y Pinocho (2022), de Guillermo del Toro, entre otras. El diseñador de personajes Morgan Navarro que ha hecho La vida de Calabacín y Sauvages, ambas de Claude Barras, el artista fx Xavi Bastida de El laberinto del fauno y La sociedad de la nieve, los muppetmakers Sonia Iglesias, Víctor Villalba y Eduard Puertas, la cinematografía de Isabel de la Torre, que estuvo como operadora de cámara en la citada Sauvages, la música del dúo Charles de Ville, también en Sauvages, y Laetitia Pansanel-Garric, que conocemos por sus trabajos en L’home dels nassos y otra joya animada como ¡Hola, Frida!. El montaje de Julie Brenta, habitual editora de los grandes cineastas Ursula Meier y Guillaume Senez que, con esos inolvidables 70 minutos de metraje se condensa toda una experiencia vital extraordinaria, donde no se dulcifica la precariedad ni los buenos sentimientos, sino que hay dificultad y complejidad, y una idea de vencer las dificultades ayudándose y acompañándose como forma de resistencia ante la barbarie del capitalismo.

Deseo que Olivia y el terremoto invisible tenga su espacio en la abarrotada cartelera de títulos y el público se acerque a ella sin prejuicios ni dudas porque va a alucinar con sus personajes: amén de Olivia y su familia, encontrará a Lamin, un amigo de Olivia y su mamá Mamafatou que ayudarán a los desdichados protagonistas, a pesar que ellos se encuentran en su misma situación, cosas de la empatía y el buen corazón, Jon, de la plataforma de afectados de la hipoteca, Encarna, una yaya a lo “Pasionaria”, tan delicada como guerrera y por último, Remedios, la asistencia social que es algo así como la que hay que convencer para que no separen a Olivia y a su hermano. Deseamos que Irene Iborra Rizo siga inventando historias con stop motion, porque su primera apuesta me ha entusiasmado y sí, es una de las grandes películas que se han hecho sobre el impacto de un desahucio desde la mirada de una niña, y no lo hace desde la condescendencia ni el buenismo, sino desde una verdad que duele, que congela el alma y que nos da una idea de la falta de humanidad de este planeta. Eso sí, la trama no se regodea en la porno miseria, y si que aporta soluciones ante la barbarie, la ficción como arma para luchar contra una realidad tan injusta y desigual, y la mirada y el amor del otro como sustento frente a la codicia de los abusadores, evidenciando que que la única salida de los “olvidados” es la mencionada, la de juntarse, crear comunidad, crear familia y sobre todo, mantener el humanismo que no podemos perder a pesar de las injusticias. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


GRACE & GILBERT. 




BABS Y SU CERDITO KNOR. 


EL ESPACIO Y MÁS ALLÁ. 


LA AVENTURA DE LO COTIDIANO.


EL ALMA DEL OTRO