Entrevista a Belén Funes

Entrevista a Belén Funes, directora de la película «Los tortuga», en el marco del BCN Film Festival, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el miércoles 30 de abril de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Belén Funes, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Eva Calleja de Prismaideas, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Los tortuga, de Belén Funes

LAS QUE VIVEN EN LA PERIFERIA. 

“No hace tanto tiempo, en este mismo barrio, la felicidad era también una manera de resistir”.

Almudena Grandes

Con La hija de un ladrón (2019), de Belén Funes (Barcelona, 1984), que seguía el coraje de Sara, una joven madre de 22 años que intentaba vivir dignamente, que se basaba en el personaje de su aplaudido cortometraje Sara a la fuga (2015). Una película que demostró la enorme capacidad de la cineasta que creció en Ripollet, haciendo un cine social y político y situándonos en lo más profundo de la periferia y de las gentes que vivían en ella. Con su segundo largometraje Los tortuga, sigue escarbando los espacios y los sentimientos que subyacen en los territorios del contorno de las ciudades, esos lugares amenazados de desahucios, con individuos en constante peligro, con viviendas precarias y trabajos que penden de un hilo muy fino, casi invisible. Vidas de prestado, como alguien las llamó. No vidas que se mueven entre nosotros, con sueños e ilusiones como nosotros, pero al borde del abismo cómo podemos acabar nosotros. 

Con la ayuda en el guion de Marçal Cebrián, como ocurrió en las anteriores citadas, construyen sus “tortugas” (con la mítica fotografía de Miserachs de 1962 que aparece en la película), a partir de la joven Anabel, que no está muy lejos de la mencionada Sara, que con 18 tacos estudia cine y echa de menos al padre muerto. Vive junto a Delia, su madre que conduce un taxista por la noche y hace lo que puede para que su primogénita siga materializando su sueño. Pasan sus vidas así, y visitando a la familia jienense del padre y pensándolo a través de los olvidos que le legó a Anabel, como nos deja claro la secuencia que abre la película que, de un modo plenamente documental, asistimos a la recogida de olivas por parte de toda la familia. Funes sitúa el foco en los interiores, tanto físicos como emocionales, que recorren las existencias de madre e hija, otra vez en un conflicto maternofilial, como sucedía en la citada La hija de un ladrón, que era entre padre e hijo, sobre todo, planta su mirada en todos esos tiempos muertos o silenciosos en los que sus personajes están pensando o simplemente recogiéndose en sí mismos, o en compañía hablando de lo difícil que está todo, de las pocas oportunidades para los jóvenes y para todos y todas, pero no cae en el pesimismo, sino en pequeñas y leves esperanzas que van apareciendo a golpes de codo, con muchas dificultades, pero que luchan por hacerse un pequeño hueco. 

Como ocurría en su anterior largometraje, el equipo técnico brilla con soltura y se acoge a ese cine sobre las intermitencias y las oscuridades cotidianas. Tenemos a Diego Cabezas, que coincidió con Funes en la serie La ruta, con una cinematografía que consigue una imagen de “verdad”, es decir, un encuadre que sigue con intensidad las vidas agitadas de las dos mujeres, sin caer en positivismos de pandereta ni en estúpidas proclamas sobre la valentía de escaparate y demás banalidades. La música de Paloma Peñarrubia, que hemos escuchado hace poco en películas como ¡Que caigan las rosas blancas!, de Carri, y Caja de resistencia, de Alvarado y Barquero, que ayuda a acompañar con honestidad y sencillez las vicisitudes de las protagonistas. El montaje conciso y magnífico de un grande como Sergio Jiménez que, en sus 109 minutos de metraje, nos da espacio para reflexionar sobre lo que sucede, tanto lo que vemos como lo que se guardan los personajes, unas almas en continua agitación, encarceladas en unas vidas duras y nada complacientes, además, de pasar un duelo que está siendo peor de lo que imaginaban, porque cada una hace y huye de la empatía necesaria para ayudarse y ayudar a la otra. 

En el aspecto interpretativo, Funes vuelve a elegir un gran reparto encabezado por la debutante Elvira Lara interpretando una natural y sublime Anabel, siguiendo la estela de Dunia Mourad de Sara a la fuga y de Greta Fernández de La hija de un ladrón. Una mirada profunda y real que traspasa la pantalla, tanto cuando sonríe como cuando la vida se pone cabrona. Una gran elección que deseamos que siga llenando su talento en próximas películas. Le acompaña Antonia Zegers haciendo de una madre cansada, con poca vida y mucho menos feliz, con su taxi a cuestas como los “tortuga” con sus cosas. La actriz chilena de la que hemos disfrutado en muchas obras, consigue esa cercanía y la complejidad que respiran tanto ella como la complicada relación con su hija y los familiares de su marido ausente. Destacamos la presencia de Mamen Camacho que, algunos espectadores reconocerán como integrante del reparto de la serie diaria Servir y proteger, crea uno de esos personajes-puente, cuñada y tía de las protas, que sabe y hace todo para generar esa unión que parece algo rota. Bianca Kovacs es una vecina rumana que también lucha como puede para seguir, y Sebastián Haro, un actor de raza andaluz visto en mil y una. Y luego una retahíla de intérpretes naturales que forman la familia jienense. 

Volvemos a aplaudir con fuerza la honestidad y el humanismo que destila cada imagen que vemos en Los tortuga, porque es un cine de aquí y ahora, centrado en las gentes de la periferia, esa que está ahí sin que nadie les haga ni puto caso. Un cine bien hecho, un cine social y política, insistimos ya que en este país se ve bien poco, y además contado con sutileza, con fuerza y valentía, deteniéndose en los problemas reales como la falta de una vivienda digna y un trabajo sólido y duradero. Belén Funes vuelve a mirar hacia adentro, su padre jienense que vino a Barcelona siendo un tortuga más, y ella, hija de la periferia que estudió cine como la mencionada Anabel, donde el cine y la vida actúan como espejo-reflejo como medio para reflexionar sobre lo que nos sucede y cómo se cuenta con una cámara y unos intérpretes en esos viajes de ida y vuelta entre un pueblo de Jaén y la urbe barcelonesa, tanto monta monta tanto, donde parece que todo no se va nunca y las cosas suceden en un bucle viciado y triste. Corran a ver la película de Funes, porque muchos se van a ver muy reflejados, porque antes o después se verán envueltos en alguna de las situaciones emocionales de las que profundiza la cinta, y si no al tiempo, por eso es bueno estar preparados y seguir pa’lante. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Almudena Amor

Entrevista a Almudena Amor, actriz de la película «La mujer dormida», de Laura Alvea, en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 29 de mayo de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Almudena Amor, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Katia Casariego de Revolutionary Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Laura Alvea

Entrevista a Laura Alvea, directora de la película «La mujer dormida», en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 29 de mayo de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laura Alvea, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Katia Casariego de Revolutionary Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Amanda Goldsmith

Entrevista a Amanda Goldsmith, actriz de la película «La mujer dormida», de Laura Alvea, en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 29 de mayo de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Amanda Goldsmith, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Katia Casariego de Revolutionary Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La mujer dormida, de Laura Alvea

¿QUÉ LE PASÓ A SARA?.

“Todo mal apareja su bien”

Sara Mesa

El arranque de La mujer dormida es modélico, porque se nutre de elementos comunes de los cuentos de terror. Tenemos a una mujer joven que llega a una casa aislada para cuidar a una mujer en coma. La joven compartirá casa con el marido, un hombre del que las mujeres del pueblo más cercano recelan. Aunque la película se aleja del prototipo actual del género, el susto fácil y la estridencia argumental que marea al espectador para crear una atmósfera pausada que no tiene prisa en ir construyendo el relato y sobre todo, la relación compleja entre los dos personajes. Una película que nace a partir del guion de Daniel González, Miguel Ibáñez Monroy y Marta Armengol, vinculados al audiovisual producido en Cataluña, tanto en series como en películas, donde a modo de historia detectivesca, nos iremos adentrando a través del personaje de Ana, no sólo en el presente sino en el pasado, un tiempo donde están las claves de lo que está ocurriendo, con una mujer recién llegada que desconoce lo que ocurrió, al igual que los espectadores. 

La directora Laura Alvea (Sevilla, 1976), lleva dos décadas trabajando en diversos departamentos en el ámbito cinematográfico, amén de haber codirigido junto a José F. Ortuño las interesantes The Extraordinary tale (of the Times Table), en 2013 y Ánimas (2018), otro cuento de terror, entre otras, y también, la serie La chica de la nieve. Con La mujer dormida debuta en solitario en la dirección con una trama psicológica, muy del gusto de Hitchcock, con bastantes reminiscencias a Rebeca y Sospecha, que rodó casi seguidas, porque estamos en ese limbo argumental, en que el pasado de Sara, la mujer dormida, tiene una presencia no sólo física sino también psicológica, y toda la película y las diferentes pesquisas de Ana, la llevan a dudar de la verdadera identidad de Agustín. Premisas del universo hictockiano, que creó una marca de fábrica en los cuarenta con títulos a los que añadiremos La sombra de una duda y Encadenados, entre otras. La directora sevillana se ha rodeado de cómplices que le han acompañado en estos años como el cinematógrafo Fran Fernández-Pardo, que combina con gran brillantez la cotidianidad de la historia, sin sobresaltos, con la parte más emocional y oscura que va sufriendo la protagonista, creando una oscuridad sin recurrir a elementos demasiado trillados en el género.

En el montaje también hay dos compañeras como Fran G. Moyano, habitual del cine de Alberto Rodríguez y Santi Amodeo, y Fátima de los Santos, ésta habitual del realizador Manuel H. Marín, que coincidieron en la serie de La peste, con una edición nada sencilla, en una película de casi dos horas de metraje, y que se cuenta con tranquilidad, saben manejar los tempos y sobre todo, ir masajeando un relato en el que no hay apenas diálogos y sí mucho de silencios, miradas y gestos. La música de Alfred Tapscott, otro compañero de viaje de la directora, del que hemos visto las interesantes La vampira de Barcelona y la más reciente Ruta salvatge, conmueve y genera ese estado de inquietud por el que transita Ana. Otro de los grandes elementos de la película es su ajustado y magnífico reparto encabezado por una gran Almudena Amor, que ya nos maravilló con sus dos estupendos debuts La abuela y El buen patrón, en la piel de Ana, una joven de aspecto frágil, pero con una mente fuerte que se enfrentará a sus alucinaciones que le harán abrir los ojos, o quizás, a darse cuenta que las apariencias nunca son lo que parecen, y en esa casa ocurren cosas que todavía no está lista para ver. 

Acompañan a Almudena Amor, el otro lado del espejo, o mejor dicho, el reflejo que nadie quiere encontrarse, el personaje de Agustín que hace como siempre el efectivo y sereno Javier Rey, ya convertido en un actor capaz de cualquier individuos, porque como le sucede a Almudena, los dos miran tan bien que transmiten todo aquello que no vemos. La tercera en cuestión, la dormida Sara, lo hace Amanda Goldsmith, que la hemos visto en series y en películas como Competencia oficial, en un personaje quieto pero no tanto, porque su presencia y ausencia interceden en el personaje de Ana para que abra los ojos. Y luego una retahíla de breves personajes que ayudan a dar profundidad y complejidad al relato como Pino Montesdeoca que hace de la madre de Sara, Alicia Lobo, Emy Cazorla y Guacimara Correa, entre otras. Otro elemento capital para la película es la casa aislada y esa carretera que la separa del pueblo, creando esa dualidad en la que se mueve en todo momento la historia, a través del personaje de Ana, en mitad de todo, o quizás, en mitad de la nada, porque ella llega nueva y debe descubrir qué ha pasado, o qué debe hacer ella con lo que está pasando. 

Hemos hablado de Hitchcock, aunque también la película bebe y mucho de ese cine de terror de los sesenta y setenta que, con presupuestos modestos, lograban crear inquietantes atmósferas metidos en relatos muy terroríficos, donde el universo de Polanski sería un referente idóneo, con su trilogía del apartamento compuesta por Repulsión, Rosemary’s Baby y El quimérico inquilino. Tres muestras del talento del cineasta polaco para generar tensión y agobio, con historias cotidianas y tremendamente domésticas, que inquietaban en lugares muy comunes como nuestras propias viviendas, en las que sumergía a unos personajes atrapados en universos demasiado pequeños y horribles, que nos vapulearon el aspecto psicológico.  Tiene Almudena Amor esa imagen de mujer frágil pero de carácter fuerte y dispuesta a todo que no está muy lejos de la Deneuve de Repulsión, la Dorléac de Cul-de-sac,  la Farrow de Rosemary’s Baby y la Adjani de El quimérico inquilino. Por estas cosas y muchas más que ustedes descubrirán, no se pierdan una película La mujer dormida, porque sin ser una obra redonda tiene grandes momentos, de esos que no se olvidan. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Rocío Mesa

Entrevista a Rocío Mesa, directora de la película «Secaderos», en los Cinemes Girona en Barcelona, el martes 30 de mayo de 2023

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Rocío Mesa, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sandra Carnota de Begin Again Films, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Secaderos, de Rocío Mesa

LA NIÑA Y EL MONSTRUO. 

“Te lo he dicho, es un espíritu. Si eres su amiga, puedes hablar con él cuando quieras. Cierras los ojos y le llamas. Soy Ana… soy Ana…”.

Frase escuchada en El espíritu de la colmena, de Víctor Erice

Empezar una película no es una tarea nada fácil, elegir ese primer plano, la distancia entre la cámara y el objeto o paisaje en cuestión, el sonido que se escuchará o por el contrario el silencio que nos invadirá. En Secaderos, la segunda película de Rocío Mesa (Granada, 1983), se abre de forma espléndida, en la que en un encuadre lo vemos todo y mucho más. Esa bestia/criatura, formada de plantas de tabaco secas y colores pálidos, errante que vaga frente a nosotros por las plantaciones escasas de tabaco, y más allá, en segundo término, unos operarios arrancan las plantas para seguir cultivando. El presente y el pasado en un sólo plano, en cierto modo, la muerte y la vida, como capturaba Johan van der Keuken en su magistral Las vacaciones del cineasta (1974), una idea en la que se ancla una película que nos habla de ese lugar y ese tiempo finitos, donde el paisaje se llena de casas para turistas, los adultos sólo vienen de vacaciones, y los jóvenes sueñan con huir de unos pueblos, los de la Vega granadina, donde sólo quedan los más mayores que se venden sus tabaqueras y una forma de vida que es sólo recuerdo y memoria.  

De la directora granaína conocíamos su anterior película Orensanz (2013), una película de auténtica guerrilla, en la que profundiza en el arte de Ángel Orensanz entre el New York más cultural y el Pirineo aragonés. También sabíamos de su exilio artístico californiano donde ha levantado un festival de cine “La Ola”, centrado en la promoción del cine español, y ha producido interesantes documentales como Next (2015), de Elia Urquiza y Alma anciana (2021), de Álvaro Gurrea. en su segundo largometraje, retorna a casa, al lugar donde creció, a esa Vega machacada por un progreso deshumanizado, y lo hace a través de dos niñas, Vera, de 4 años, que visitas a sus abuelos acompañada de su madre, y otra, Nieves, adolescente que vive y trabaja junto a sus padres en una de las pocas tabaqueras que quedan en pie (edificaciones artesanales de madera que se usa para secar el tabaco). Mesa construye una película singular y tremendamente imaginativa, porque conviven la ficción y el documento de forma natural y sencilla, y también, el fantástico, con esa criatura que va entre el tabaco o lo que queda de ellos, lamentándose y triste, una metáfora del lugar, como lo era ese otro monstruo de Frankenstein en la inolvidable El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice, y su encuentro con la niña, en este caso, con dos niñas, donde el tiempo no existe, donde el tabaco está despidiéndose, donde sólo los niños y niñas pueden verla si de verdad quieren verla. 

Una película que sin pretenderlo ni posicionarse directamente, nos habla de lo social y de lo humano, de verse encerrada en un espacio que te pide huir de él, cuando los demás, tu entorno te obliga a seguir sin más, siguiendo una especie de tradición que no entiendes ni sientes. Tiene Secaderos esa mirada de vuelta a lo rural, como la tienen las recientes Alcarràs, de Carla Simón, y El agua, de Elena López Riera, de retratar un lugar antes que no desaparezca a través de las relaciones humanas y sobre todo, de esos pueblos atrapados en un tiempo que ya pasó, y en otro, el futuro, que ya no serán. La cineasta andaluza se ha acompañado de Alana Mejía González en la cinematografía que, después de la interior y oscura Mantícora, de Vermut, realiza otro soberbio trabajo, desde las antípodas del mencionado, ya que se va a exteriores y mucha luz. El gran ejercicio de sonido de un grande como Joaquín Manchón, que ha trabajado con Enciso, Subirana, Muñoz Rivas y Pantaleón, entre otros, el conciso y trabajado montaje de Diana Toucedo, de la que hemos visto sus últimas películas con Lameiro y Bofarull, en una historia que se va a los 98 minutos de metraje, y tiene muchas localizaciones por varios de los pueblos que componen la riqueza de la Vega granadina. 

Mención aparte tiene el magnífico trabajo de David Martí y Montse Ribé, que frente su empresa de efectos especiales DDT, han llenado de monstruos y criaturas de las más extrañas y fascinantes el cine español, que alcanzaron la gloria internacional con El laberinto del fauno (2006), de Guillermo del Toro, y siguen imaginando monstruos bellos y trágicos como el que pulula por la película, en otra obra de arte de la imaginación, que mezcla fantasía y realidad. Aunque la sorpresa mayúscula de una película como Secaderos es su fantástico y equilibrado reparto entre las que destacan las dos niñas, ¡Pedazo actuación de naturalidad y transparencia se marcan las dos debutantes!, las Vera Centenero de tan sólo siete años, que no está muy lejos de la Ana Torrent de la mencionaba El espíritu de la colmena, y Ada Mar Lupiáñez siendo Nieves, esa chica atrapada en un lugar y en un tiempo, que tan sólo lo quiere ver lejos, y después tenemos a la actriz profesional Tamara Arias, que se camufla como una más junto a los Jennifer Ibáñez, Eduardo Santana Jiménez, Cristina Eugenia Segura Molina, José Sáez Conejero y Pedro Camacho Rodríguez, vecinos de los pueblos de la Vega reclutados para la película. 

Secaderos, de Rocío Mesa no es una película más, es otro ejemplo más de la buena salud del cine español, taquilla aparte, que mira a lo rural, que siempre había sido caldo de cultivo de nuestro cine, desde lo humano, contando las dificultades para continuar con el trabajo más artesano y natural, frente a esas ansías destructivas de especulación y destrozar el paisaje con horribles casas unifamiliares, y es un magnífico retrato sobre ese estado de ánimo triste y desolador instalado en esa que algunos mal llaman “España vacía”, porque la realidad dice lo contrario, porque no está vacía del todo, siguen habitando personas que resisten y trabajan, con sus costumbres, su gazpacho fresquito, sus tardes veraniegas de tertulia y una idiosincrasia muy particular, lo que les dejan unas autoridades empecinadas en un progreso que destruye para mal vender un territorio al mejor postor, una lástima, porque como bien nos dice la película, finalmente, todos seremos como la criatura de la película, una bestia desamparada, que no habla, que emite sonidos y se lamenta sin consuelo. Quizás estemos a tiempo de salvarnos, aunque la sensación y la realidad más inmediata no ofrecen muchas esperanzas de salvación y mucho menos de vivir dignamente. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Tin & Tina, de Rubin Stein

LOS NIÑOS MALDITOS. 

“No hay niños malos, solo malas influencias”.

Sadhguru

El director Rubin Stein (España, 1982), se dio a conocer con la trilogía de cortometrajes Luz & Oscuridad, que componen los títulos Tin & Tina (2013), Nerón (2016), y Bailaora (2018), que cosecharon un enorme éxito mundial, con más de cien premios y quinientas selecciones en festivales. Ahora, uno de ellos, Tin & Tina, da el salto al largometraje con una cinta de terror al uso, pero no lo que se llama terror ahora, que van más de sustos y trampas para enganchar a los ávidos y jovencísimos espectadores. La ópera prima de Stein va por otros lugares, ya desde su ubicación, situada entre los años 1981 y 1982 del siglo pasado. La película se abre con el intento de golpe de estado de febrero del 81, pasará por las elecciones que ganó el PSOE de González y Guerra y concluirá durante el Mundial de Fútbol del verano del 82. Una tendencia de ubicar historias en los ochenta y noventa como ya hicieron Verónica y La niña de comunión. El relato intenso y nada complaciente, arranca con una joven pareja Lola y Adolfo que, ante la imposibilidad del embarazo, optan por adoptar dos niños muy peculiares, los hermanos Tin y Tina, albinos y criados bajo el amparo de un convento de monjas muy estrictas con los preceptos religiosos. Lo que en un primer instante parece una familia bien avenida, pronto empezarán una serie de actitudes de los recién llegados que siguen a rajatabla la biblia, sin tener en cuenta las consecuencias. 

El director español nos sitúa en una época concreta, en una casa aislada, y sobre todo, echa mano del terror clásico, el que siempre ha funcionado, no por el efectismo, sino por todo lo contrario, la inquietud constante, el misterio de lo cotidiano, y sobre todo, crear un aura de incertidumbre y de incomodidad apabullante. La película cuenta con un gran esfuerzo técnico como la excelente cinematografía de Alejandro Espadero, que ya estuvo en la trilogía de Luz & Oscuridad con Stein, amén de haber trabajado en películas como El plan y Jaulas, y en los equipos de películas con Alberto Rodríguez, el arte de Vanesa de la Haza, que ha trabajado con directores habituados al género como Miguel Ángel Vivas y Paco Cabezas, el exquisito y elaborado montaje de un grande de nuestro cine como Nacho Ruiz Capillas, con casi ciento cincuenta títulos con nombres tan importantes como Gracia Querejeta, Fernando León de Aranoa, José Luis Cuerda, Alejandro Amenábar e Icíar Bollaín, entre otras, y finalmente, la brutal música de una magnífica Jocelyn Pook, que ha estado bajo las órdenes de Kubrick, Laurent Cantet y Julio Medem, y más. 

Tin & Tina no esconde sus referentes en absoluto, incluso los evidencia, no como copia chapucera sino como homenaje, con títulos capitales del terror como El pueblo de los malditos (1960), de Wolf Rilla, El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice, ¿Quién puede matar a un niño? (1976), de Narciso Ibáñez Serrador, La profecía (1976), de Richard Donner, y el suspense terrorífico de Hitchcock, los ambientes claustrofóbicos de Polanski, y los espacios malsanos de Haneke, fusionado con las pinturas negras de Goya y los ambientes cotidianos y fantásticos de mucho cine clásico de los treinta y cuarenta como el que hacía Tourneur, entre otros. La película cuenta con un cuidado y ajustadísimo reparto que mezcla a dos intérpretes populares como Milena Smit y Jaime Lorente como el matrimonio desdichado, los niños debutantes en estas lides como Carlos González Morolllón y Anastasia Russo, dando vida a los inquietantes hijos adoptivos, y luego, unos intérpretes de reparto, rostros muy conocidos de la televisión de los ochenta, como Teresa Rabal, Chelo Vivares, Ruth Gabriel o Luis Perezagua. 

El cineasta Rubin Stein consigue lo que se propone, contarnos un cuento de terror con aroma clásico e inquietarnos con lo tiene a mano, la cotidianidad de una casa y unos personajes interesantes, con sus complejidades y miedos e inseguridades, y encima de contarlo con imaginación, lo hace con muchísimo gusto, alejándose enormemente de la corriente actual ya antes comentada, y sumergiéndose en un terror de piel y carne, sin aditivos, o al menos, efectos que ayuden a la historia, no al revés, porque aquí no se trata de engañar al respetable, sino de hacerle pasar un buen rato con miedo, con ese miedo que se te mete en las entrañas, aquel que te va preparando con ambientes muy oscuros y personajes, en este caso los inquietantes niños, porque con ese aire de fragilidad y vulnerabilidad, ocultan una forma de ver y hacer en la vida, que nada tiene que ver con la realidad, porque tienen la religión demasiado metida en sus existencias, y no saben diferenciar entre el bien y el mal, y eso no es que sea un verdadera problema para el matrimonio formado por Lola y Adolfo, sino que puede ser su perdición. En fin, vean Tin & Tina, porque seguro que lo van a pasar mal, y sufrirán mucho, ese sufrimiento del que cuando se encienden las luces de la sala de cine, uno o una se vuelve a casa contento del dinero invertido, y sobre todo, de ver que el fantaterror de los pioneros sigue estando muy presente y los cineastas actuales siguen regalándonos buen cine de entretenimiento realizado con muchísima capacidad e inventiva. Seguiremos la pista muy de cerca de Rubin Stein en sus próximos trabajos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA