Tin & Tina, de Rubin Stein

LOS NIÑOS MALDITOS. 

“No hay niños malos, solo malas influencias”.

Sadhguru

El director Rubin Stein (España, 1982), se dio a conocer con la trilogía de cortometrajes Luz & Oscuridad, que componen los títulos Tin & Tina (2013), Nerón (2016), y Bailaora (2018), que cosecharon un enorme éxito mundial, con más de cien premios y quinientas selecciones en festivales. Ahora, uno de ellos, Tin & Tina, da el salto al largometraje con una cinta de terror al uso, pero no lo que se llama terror ahora, que van más de sustos y trampas para enganchar a los ávidos y jovencísimos espectadores. La ópera prima de Stein va por otros lugares, ya desde su ubicación, situada entre los años 1981 y 1982 del siglo pasado. La película se abre con el intento de golpe de estado de febrero del 81, pasará por las elecciones que ganó el PSOE de González y Guerra y concluirá durante el Mundial de Fútbol del verano del 82. Una tendencia de ubicar historias en los ochenta y noventa como ya hicieron Verónica y La niña de comunión. El relato intenso y nada complaciente, arranca con una joven pareja Lola y Adolfo que, ante la imposibilidad del embarazo, optan por adoptar dos niños muy peculiares, los hermanos Tin y Tina, albinos y criados bajo el amparo de un convento de monjas muy estrictas con los preceptos religiosos. Lo que en un primer instante parece una familia bien avenida, pronto empezarán una serie de actitudes de los recién llegados que siguen a rajatabla la biblia, sin tener en cuenta las consecuencias. 

El director español nos sitúa en una época concreta, en una casa aislada, y sobre todo, echa mano del terror clásico, el que siempre ha funcionado, no por el efectismo, sino por todo lo contrario, la inquietud constante, el misterio de lo cotidiano, y sobre todo, crear un aura de incertidumbre y de incomodidad apabullante. La película cuenta con un gran esfuerzo técnico como la excelente cinematografía de Alejandro Espadero, que ya estuvo en la trilogía de Luz & Oscuridad con Stein, amén de haber trabajado en películas como El plan y Jaulas, y en los equipos de películas con Alberto Rodríguez, el arte de Vanesa de la Haza, que ha trabajado con directores habituados al género como Miguel Ángel Vivas y Paco Cabezas, el exquisito y elaborado montaje de un grande de nuestro cine como Nacho Ruiz Capillas, con casi ciento cincuenta títulos con nombres tan importantes como Gracia Querejeta, Fernando León de Aranoa, José Luis Cuerda, Alejandro Amenábar e Icíar Bollaín, entre otras, y finalmente, la brutal música de una magnífica Jocelyn Pook, que ha estado bajo las órdenes de Kubrick, Laurent Cantet y Julio Medem, y más. 

Tin & Tina no esconde sus referentes en absoluto, incluso los evidencia, no como copia chapucera sino como homenaje, con títulos capitales del terror como El pueblo de los malditos (1960), de Wolf Rilla, El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice, ¿Quién puede matar a un niño? (1976), de Narciso Ibáñez Serrador, La profecía (1976), de Richard Donner, y el suspense terrorífico de Hitchcock, los ambientes claustrofóbicos de Polanski, y los espacios malsanos de Haneke, fusionado con las pinturas negras de Goya y los ambientes cotidianos y fantásticos de mucho cine clásico de los treinta y cuarenta como el que hacía Tourneur, entre otros. La película cuenta con un cuidado y ajustadísimo reparto que mezcla a dos intérpretes populares como Milena Smit y Jaime Lorente como el matrimonio desdichado, los niños debutantes en estas lides como Carlos González Morolllón y Anastasia Russo, dando vida a los inquietantes hijos adoptivos, y luego, unos intérpretes de reparto, rostros muy conocidos de la televisión de los ochenta, como Teresa Rabal, Chelo Vivares, Ruth Gabriel o Luis Perezagua. 

El cineasta Rubin Stein consigue lo que se propone, contarnos un cuento de terror con aroma clásico e inquietarnos con lo tiene a mano, la cotidianidad de una casa y unos personajes interesantes, con sus complejidades y miedos e inseguridades, y encima de contarlo con imaginación, lo hace con muchísimo gusto, alejándose enormemente de la corriente actual ya antes comentada, y sumergiéndose en un terror de piel y carne, sin aditivos, o al menos, efectos que ayuden a la historia, no al revés, porque aquí no se trata de engañar al respetable, sino de hacerle pasar un buen rato con miedo, con ese miedo que se te mete en las entrañas, aquel que te va preparando con ambientes muy oscuros y personajes, en este caso los inquietantes niños, porque con ese aire de fragilidad y vulnerabilidad, ocultan una forma de ver y hacer en la vida, que nada tiene que ver con la realidad, porque tienen la religión demasiado metida en sus existencias, y no saben diferenciar entre el bien y el mal, y eso no es que sea un verdadera problema para el matrimonio formado por Lola y Adolfo, sino que puede ser su perdición. En fin, vean Tin & Tina, porque seguro que lo van a pasar mal, y sufrirán mucho, ese sufrimiento del que cuando se encienden las luces de la sala de cine, uno o una se vuelve a casa contento del dinero invertido, y sobre todo, de ver que el fantaterror de los pioneros sigue estando muy presente y los cineastas actuales siguen regalándonos buen cine de entretenimiento realizado con muchísima capacidad e inventiva. Seguiremos la pista muy de cerca de Rubin Stein en sus próximos trabajos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA