Parecido a un asesinato, de Antonio Hernández

LA VERDAD SIEMPRE VUELVE.  

“La verdad triunfa por sí misma, la mentira siempre necesita complicidad”. 

Epícteto 

Mucho del policíaco actual, que ahora se llama thriller, se caracteriza por historias impactantes y mucho diseño sofisticado donde lo principal es sorprender al espectador con relatos tramposos con la típica sorpresa final. El estudio de personajes que tanto había engrandecido al género, por lo general, se ha olvidado por completo de muchas producciones. Por eso, una película como Parecido a un asesinato, de Antonio Hernández (Peñaranda de Bracamonte, Salamanca, 1953), que en su ornamento se parece mucho a este tipo de cine del que hablo, se decanta por algo que estamos poco acostumbrados como la psicología de los personajes, ya en su guion, basado en la novela homónima de Juan Bolea y escrito por Rafael Calatayud Cano (habitual del cine de David Marqués con estupendas películas como Puntos suspensivos), troceado en la que opta por unos convenientes flashbacks que cambian la perspectiva de un mismo hecho a través de las miradas de tres personajes, cosa que añade más suspense y tensión a aquello que pensamos que sucede. 

De Hernández, un trabajador nato del oficio, con casi medio siglo de carrera, debutando con F.E.N. (1980), protagonizado por los titanes Héctor Alterio y José Luis López Vázquez, en una filmografía que encontramos largometrajes como Lisboa (1999) y En la ciudad sin límites (2002), y series como Días sin luz (2009) y Las chicas del cable (2017), entre muchos otros títulos que abarcan la treintena. Con Parecido a un asesinato vuelve al thriller con un diseño de producción excelente, y consiguiendo una atmósfera oscura y muy incómoda con un ramillete de cuatro personajes peculiares: Eva, una mujer que se ve acechada por el fantasma de su ex. Nazario, su novio, un escritor de novela negra de éxito, su hija, Ali, que estudia cine y siempre lo graba todo con su cámara, y finalmente, José, el ex de Eva, un personaje en la sombra. Filmada en escenarios naturales de la provincia de Huesca donde lo rural, la casa aislada, el pueblo y los parajes impresionantes ayudan a dotar a la trama de todos esos espacios misteriosos, alejados del mundanal ruido, que contribuyen a centrarse aún más si cabe en las acciones y actitudes de cada personaje ante los acontecimientos que se ven sometidos. 

Una película de estas características ha de tener un trabajo técnico de altura y la película lo consigue con la cinematografía del valenciano Guillem Oliver, que tiene en su haber films con Àlex Montoya como Asamblea y La casa, el cine de Alberto Evangelio como el thriller Visitante y otro policíaco como El lodo. Una luz tenue, que está ahí sin resquebrajar la textura, y además, una luz que antepone los rostros y cuerpos de los personajes. La música es de Luis Ivars, que ya trabajó con Hernández en la serie Tarancón. El quinto mandamiento y en el largo Capitán Trueno y el Santo Grial, amén de Juan Luis Iborra y Vicente Molina Foix, consigue atraparnos con melodías nada invasivas, sino que nos ayudan a penetrar en la psique de unos personajes amenazados y con el transcurso de los minutos sabremos los porqués. El montaje es de Antonio Frutos, especialista en el thriller ya que ha trabajado con directores que han tocado y mucho este género como Paco Cabezas, Daniel Calparsoro, Félix Viscarret y Lluís Quilez, entre otros. Su edición es de puro corte y bien hilvanado, sin abruptos ni estridencias, porque el relato se mueve entre las sombras y lo diferente en sus casi dos horas de metraje.

Si el guion funciona y la parte técnica está en consonancia, la parte interpretativa no podía ser menos. Un reparto encabezado por la siempre efectiva Blanca Suárez, que hace de Eva, una mujer que tuvo un pasado durísimo en una relación muy tóxica. A su lado, Eduardo Noriega, muy convincente como escritor de éxito, siendo Nazario, que tiene una nueva relación después de su tragedia, y el padre de Ali, que compone una admirable Claudia Mora, que debuta en el largometraje con una adolescente de rostro dulce pero que arrastra el trauma de la muerte de su madre, y finalmente, el personaje “macguffin” que es José, el ex de Eva, motor para que los personajes vayan y vengan por el relato. Después encontramos en breves papeles tipos tan buenos como Joaquín Climent, que lo hace todo tan bien, y las formidables presencias Marián Álvarez y Raúl Prieto. Los satélites de Parecido a un asesianto estarían en películas como las de Oriol Paulo, en una suerte de policíaco, prefiero llamarlo así, bien contado, con historias muy oscuras, donde lo psicológico se impone a las tramas y en que los personajes y sus secretos van adquiriendo los giros sorprendentes de la trama que siempre juega al despiste, a ir más allá de lo que sucede, descubriendo los pliegues que se ocultan en un guion que cuenta tres perspectivas diferentes poniéndose en ese lado que poco o nada tiene que ver con la verdad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Anatomía de una caída, de Justine Triet

LA DISECCIÓN DEL AMOR. 

“No sé como es el amor y no lo puedo describir. La mayoría de las veces no puedo sentirlo”.

De Secretos de un matrimonio, de Ingmar Bergman

Antes de hablar de Anatomía de una caída, el cuarto trabajo de Justine Triet (Fécamp, Francia, 1978), debemos escarbar un poco en sus tres películas y un cortometraje anteriores, porque la mirada de la directora hacia el mundo femenino tiene mucho de disección, en la que ha mostrado diferentes mujeres que se ven condicionadas en la toma de sus decisiones y viven atrapadas en mundos de los que quieren escapar. Tenemos a Laëtitia, una actriz de calentamiento en paro en Vilaine Fille, mauvaus garçon (2012), estupendo corto qué podéis ver en Filmin bajo el nombre Chica traviesa, chico malo, atrapada en una vida insulsa y al cuidado de un hermano discapacitado mental. A Leticia, la periodista que cubre las elecciones del 2012 en La batalla de Solferino (2013), que debe afrontar una jornada frenética y aguantar las demandas en un entorno hostil. A Victoria, la abogada penalista de Los casos de Victoria (2016), que no puede escapar de una profesión demasiado intensa. Y a Sybil, la terapeuta de El reflejo de Sybil (2019), que desea cambiar de oficio y ponerse a escribir. 

Mujeres que tienen empleos muy estresantes y además, están atrapadas en relaciones insatisfechas o no encuentran el amor de verdad. Una parte de cada una de esas mujeres que ha retratado la cineasta está en Sandra Voyter, el personaje protagonista de Anatomía de una caída, porque es una novelista de éxito, madre y convive en pareja. Todo cambia cuando Samuel, su pareja y padre de su hijo Daniel de 11 años, es encontrado muerto en la entrada de la casa de la montaña aislada donde viven. A partir de un guion excelente de Arthur Harari y la propia directora, que ha coescrito dos películas junto a Triet, amén de dirigir películas como Onoda, 10000 noches en la jungla (2021), la trama nos sumerge en la  investigación para desvelar que ha sucedido, si la caída ha sido accidental o no, a través de un larguísimo interrogatorio en el que se cuestiona absolutamente todo, el que somete Vincent, el abogado amigo de Sandra, a la protagonista, que clama por su inocencia, y luego, un año después, en el juicio que se llevará a cabo por parte del enérgico fiscal. 

Estamos ante un descenso a los infiernos a modo de cinta de terror que bucea en las miserias de la vida en pareja de la propia Sandra y el fallecido Samuel, y el rol que los dos tenían en su relación. Ella, una escritora de éxito, libre e independiente, y él, un profesor que da clases a su hijo, e incapaz de acabar una novela. Dos roles, dos opuestos, y sobre todo, dos enamorados que viven en común sus ilusiones, frustraciones y (des) esperanzas. A modo de ejercicio estilístico quirúrgico, donde el thriller psicológico se impone en una historia que bebe de Hitchcock, en su metódica aproximación a la oscuridad de las relaciones de pareja, y a todo lo que lleva en sí misma, a hablar sin tapujos y sacando toda la mierda de lo que llamamos amor y sus terribles consecuencias. Sólo un flashback para hablarnos de la “secuencia” de la película, indispensable para conocer en qué estado se encontraba el “amor” de los mencionados. Un guión bien construido que está lleno de sorpresas, no de las que nos levantan de la butaca, sino de las que nos hunden más en ella, en el que resulta crucial el rol de Daniel, el hijo de ambos que padece una deficiencia visual derivada de un accidente, que también hará acto presencia en el juicio, porque es un personaje vital en la película porque llegados a cierto momento, deberá tomar una decisión que afectará al devenir del citado juicio. 

La gran utilización del sonido, firmado por el cuarteto Julien Sicart, Fanny Martin, Jeanne Delplancq y Olivier Goinard, como evidencia su arranque, en ese intenso prólogo en el que la música llena el cuadro, ahogándonos mucho. Un sonido que nos lleva al pasado del día de autos y a otros pasados de la pareja, esenciales para comprender algunas partes que nos han llevado hasta aquí. El estupendo trabajo de cinematografía de Simon Beaufils, que ha estado en las tres últimas de Triet, amén de Paolo Virzi, Yann González y Valeria Bruni Tedeschi, donde priman los planos y encuadres sucios, es decir, los movidos, los rugosos y demás imperfecciones que ayudan a adentrarnos en esa relación con más sombras que luces, y contarnos todos los pormenores entre ellos, entre todo aquello que no se nos desvela en la película, todo aquello que debemos suponer e imaginar. El montaje de Laurent Sénéchal, otro cómplice de la directora, consigue un gran trabajo en una película muy dificultosa de contar por sus 150 minutos de metraje, que en ningún momento pierde su interés, al contrario, lo va aumentando de forma ejemplar, sumergiéndonos en ese espacio doméstico, que acaba siendo una prisión insoportable, donde abundan los reproches, silencios y mucha incomodidad, dejando al descubierto todos los males de la pareja y el supuesto amor. 

Una película donde constantemente se está mirando de arriba a abajo y viceversa, convirtiendo lo doméstico en un universo propio diseccionado de todas las formas posibles, según la interpretación de los diferentes actores que lo miran e investigan. Una trama que asfixia a los personajes, y juega con la ficción del relato, porque no deja de construir muchos relatos como personajes ahí, ya que cada uno de ellos construye su relato, y el juicio construye el suyo propio, en un laberinto en constante ebullición de construcción de relatos, en el que todos exponen sus razones y entre todos van construyendo los hechos en cuestión, o algo que se le parezca, porque la verdad de lo que ocurrió se la guardan los personajes implicados, y sobre todo, el personaje de Sandra, porque la película en un extraordinario acierto, no desvela los hechos, no entra en mostrarnos lo que pasó realmente, tampoco lo necesita para contar la historia que muestra, y en su misterio, deja a los espectadores que dilucidamos que ocurrió exactamente o no, y construyamos nuestro relato, porque como sucede en cualquier situación hay muchas formas de contarlo, pero sólo una que es cierta. 

Los pocos personajes, muy importantes en una película de esta índole, están muy bien interpretados por Sandra Hüller, que nos enamoró cuando la descubrimos en la formidable Toni Erdmann (2016), de Maren Ade, en su segunda película con Triet después de El reflejo de Sybil, siendo esa Sandra, que ha tenido que renunciar a muchas cosas: vivir en un pueblo de montaña de los Alpes, cuando no lo deseaba, hablar en inglés cuando es alemana y tiene una pareja francesa, y soportar la frustración de un compañero que quiere escribir y no puede. Un personaje sumamente complejo y oscuro que Hüller le da naturalidad y cercanía dentro de la ambigüedad en la que se mueve. Frente a ella, su abogado Vincent, que hace el actor Swann Arlaud, un intérprete que mira muy bien y habla mejor, que nos encantó hace no mucho en Quiero hablar sobre Duras, siendo el enigmático último novio joven de la célebre escritora. El niño Milo Machado Graner que hace de Daniel, un niño que no conoce el suceso, porque estaba paseando al perro, otro perro como el que había en Los casos de Victoria, que tendrá su protagonismo durante el juicio y será testigo de la verdad de sus padres, una verdad que se le ocultaba, la enérgica composición del fiscal que hace Antoine Reinartz, que era uno de los chicos de 120 pulsaciones por minuto, y en films de Assayas y Desplechin, entre otros, y Samuel Theis es el muerto, un personaje que tiene poca y mucha presencia, ya que su fallecimiento es clave en el devenir de la acción, que tiene esa “secuencia” clave en la película, tan importante que mejor no desvelar nada de su contenido. 

Si han llegado hasta aquí, cosa que les agradezco enormemente, ya saben que me ha interesado mucho Anatomía de una caída, por los muchos valores cinematográficos que tiene, y en su ejemplar ejecución de trama y como está contada, clave en el hecho cinematográfico como saben, y sobre todo, en su disección quirúrgica sobre el amor y las relaciones humanas, que sin ánimo de exagerar, se podría hermanar con ese tótem sobre el mismo tema que es Secretos de un matrimonio, de Bergman, que una de sus citas actúa como arranque de este texto, porque tanto una como otra juegan en el mismo espacio, en ese lugar que vive cuando se cierra la puerta de las casas que habitan las parejas, esos espacios desconocidos que son un universo paralelo en sí mismo, donde habitan los sentimientos, las (des) ilusiones, las (in) satisfacciones, y sobre todo, el amor o aquello que creemos que es, porque como menciona la propia Justine Triet: “La igualdad en una pareja es una maravillosa utopía sumamente difícil de alcanzar”. Su película aborda este tema y todos aquellos que no vemos, y que están ahí, como el recorrido que traza la propia película, construyendo un relato de lo que puede haber pasado o no juzguen ustedes mismos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Madeleine Collins, de Antoine Barraud

LAS VIDAS DE JUDITH.

“A veces tengo la impresión de no saber exactamente lo que soy, sé quién soy, pero no lo que soy, no sé si me explico”

José Saramago en “El hombre duplicado”

A estas alturas del invento cinematográfico sería estúpido pensar que alguna película pueda pretender o definirse como original. El hecho de contar historias no debería centrarse en la presumible original que pueda o no encontrar el espectador, sino en la forma en que esa historia se nos cuenta, alejándose de lo novedoso y centrándose en la parte estructural, porque ahí radica su importancia, en el orden en que nos llega la información y cómo se nos da. El cineasta Antoine Barraud (Francia, 1972), ha dirigido Les gouffres (2012), protagonizada por Mathieu Amalric, un cruce entre drama y ciencia-ficción, y Les dos rouge (2014), una interesante propuesta de meta cine, con un tour de forcé memorable con Jeanne Balibar y Bertrand Bonello. Con su tercera película, Madeleine Collins, se adentra en el drama personal, a través de un intenso thriller, con esa Madeleine del título, que nos recuerda inevitablemente a otra “Madeleine”, la rubia misteriosa de Vértigo, de Hitchcock.

El cineasta francés nos sitúa en la vida, o podríamos decir, las vidas de Judith, que en Francia es Judtih Fauvet, casada con un director de orquesta y madre de dos hijos, uno de ellos, adolescente, con su cabello recogido y su burguesía, y en Suiza, Margot Soriano, que vive con Abdel, y al hija de ambos, la pequeña Ninon, con el cabello suelto y su pequeño apartamento. Unas vidas que la mujer lleva entre continuas idas y venidas de unas vidas a otras, con la excusa de su trabajo como intérprete alrededor de Europa. Madeleine Collins tiene el aroma de los clásicos de cine negro de Hollywood, como los del citado Hitchcock, a los que podríamos añadir otros como Laura, de Premiger, A través del espejo, de Siodmak, Secreto tras la puerta, de Lang, El merodeador, de Losey, entre muchas otras. Películas cargadas de gran tensión psicológica, basadas en los conflictos internos de los personajes, con pocos diálogos, y sobre todo, con imágenes inquietantes que sucedían en espacios muy cotidianos. La parte técnica del relato funciona con detalle y profundidad, casi siempre en espacios cerrados y del día a día, con una gran cinematografía de Gordon Spooner, que ya trabajó con Barraud en Les gouffres, y el rítmico y estupendo montaje de Anita Roth (que ha trabajo con gente tan extraordinaria como el citado Bertran Bonello en su fabulosa Zombie Child) en el que se condensan de forma ágil y sólida los 106 minutos del metraje.

La película tiene dos partes bien diferenciadas, en la primera parte de la película podríamos enmarcarla en un drama romántico, donde entrarían un relato sobre infidelidades, mentiras y traiciones. En el segundo tramo, la película vira hacía el espacio más del thriller psicológico, cuando la menciona Judith entra en una espiral sin retorno, donde ya nada de lo que ocurría deja de tener sentido, y su parte interior empieza a resquebrajarse ante el aluvión de acontecimientos. Un reparto bien ejecutado y mejor conseguido, entre los que destacan la veterana Jacqueline Bisset, toda una institución en el país vecino, Bruno Solomone, como el marido francés de Judith, tan crédulo como centrado únicamente en su labor profesional, Quim Gutiérrez, un actor que empezó siendo un chaval, consolidándose en el universo europeo,  dando vida a un tipo con muchísimas dudas respecto a la relación con Judith. La actriz y directora Valérie Donzelli (responsable de grandes películas como Declaración de guerra), interpreta a una soprano amiga de la familia.

La alma mater de la película, y en la que recae el mayor peso emocional es Virginie Efira, con un grandísimo trabajo de composición. Un actriz dotada de temple y elegancia con ese aire de las actrices clásicas que no solo sabían mirar, y decir su diálogo sin pestañear, sino que lo hacían desde la más absoluta ambigüedad de unos personajes muy bien escritos y sumamente complejos. Una intérprete colosal que hace poco la vimos protagonizar Benedetta, de Verhoeven, en un personaje que no estaría muy lejos del que hizo en El reflejo de Sibyl), en esta Judith/Margot, una mujer con dos vidas, con dos identidades, rodeada de mentiras, falsificaciones, traiciones y sobre todo, una no identidad de la que ya no es capaz de reconocerse y mucho menos ubicarse en ninguna de sus vidas ni en su vida, si todavía sabe donde la puede encontrar, o quizás, ya es demasiado tarde. Barraud ha construido una película laberíntica, con giros en el guion muy bien estructurados y mejor definidos, en una cinta que te mantiene pegado a la butaca, imprevisible en su ejecución como mandan los cánones de lo psicológico, metiéndonos en una espiral de locura y huida hacia no se sabe adónde ni qué rumbo tomar, si es que hay una idea de camino para llegar a algún lugar, quizás ni la propia Judith o lo que queda de ella, lo sepa a ciencia cierta. JOSÉ A. PEREZ GUEVARA

 

Entrevista a Albert y Pau Sansa Pac

Entrevista a Albert y Pau Sansa Pac, directores de la película «Los pájaros no vuelan de noche», en su domicilio en Terrassa, el lunes 25 de enero de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Albert y Pau Sansa Pac, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Pol F. Ryan de producción de la película, por su amabilidad, paciencia y cariño.

Los pájaros no vuelan de noche, de Albert y Pau Sansa Pac

UNA NOCHE PARA RECORDAR.

“La migración es el camino hacia la muerte. Para sobrevivir, los pájaros deben formar parte de la bandada. Al acabar el invierno, las aves se dirigen con instinto a la primavera. Como grupo superan grandes distancias, manteniéndose unidas sin dejan a ninguna atrás. El líder y sus herederos deben guiar la bandada. Porque los pájaros como las personas crean una sociedad irrompible. Y por lo tanto, si un pájaro queda marginado de ella, su única opción será la muerte”.

Debutar en cualquier ámbito de la vida, siempre es una experiencia difícil y compleja. En el mundo artístico, y más concretamente en el cine, la tarea no solo resulta muy difícil, sino que conlleva la implicación de un equipo de personas que todos a una caminarán al mismo objetivo. Y cuando toda esa aventura, se hace cuando apenas se tiene experiencia en el medio, el trabajo va mucho más allá, ya que todo implica esfuerzos y sacrificios a nivel personal y profesional, donde cada jornada se hace más cuesta arriba y el aprendizaje para bien o mal, resulta constante.

Los pájaros no vuelan de noche es una primera película concebida desde el amor al cine, desde el infinito entusiasmo de un grupo de amigos que, siendo estudiantes de primero y segundo de la Escac, se lanzaron a hacer su opera prima, con una media de edad entre los 19 y 20 años, donde destacan los nombres de sus directores, Albert y Pau Sansa Pac, hermanos y gemelos de Palamós (Girona), del año 1998, el coguionista, junto a los directores, Biel Martí, el músico Eli Ben-Avi, el productor Pol F. Ryan, el cinematógrafo Iñaki González y el editor Oriol Domènech, entre un grupo de entusiastas, voluntariosos y firmes colegas, a los que se juntó, un grupo de intérpretes con Albert Salazar a la cabeza (conocido por su gran interpretación en la obra de teatro A.K.A. (Also Known As), todo un fenómeno de la escena independiente), Fabián Castro, Júlia Ferré, Marta Cañas y Xavi Soler. El relato arranca con Marc, que interpreta con soltura y sobriedad un inmenso Albert Salazar, un joven que después de un accidente, vuelve a la casa familiar donde les esperan sus amigos para intentar recordar su vida anterior.

Una sola localización, la casa en mitad del bosque, acotado a una sola jornada, donde la noche tendrá una gran importancia, pocos personajes, una luz elegante y muy sombría, y una planificación sencilla pero muy eficaz, moviéndose en un marco de thriller psicológico, con esa relación-reflejo de lo que ocurre a los seres humanos con el mundo de las aves, en que la ambigüedad tanto de los personajes, como del propio protagonista que, en algunos instantes se convierte en un tipo que recuerda y en otros, parece sumido en una especie de pesadilla por sus propios males. La película funciona mucho mejor cuando no se habla, en que la exquisita estilización con la que está contada, con momentos muy intensos y terroríficos, como la cena, donde el maravilloso juego de plano/contraplano, proporciona ese juego incómodo que tanto busca la película, o ese otro instante, con la piscina de por medio, donde al igual que le ocurre al protagonista, nos vemos inmersos en un kafkiano juego laberíntico en el que parece que no hay ni entrada ni salida, o ese otro conflicto con la escopeta de por medio, o ese otro, donde la seducción juega una baza esencial.

El tándem de directores nos lleva de la mano por esa casa, con sus encuadres íntimos y muy cerca de los personajes, descubriéndonos todo lo que ocultan y callan, mostrándonos un hogar/laberinto que cada espacio nos descubre algo inquietante y confuso, donde esos amigos, al igual que la desmemoria o no del protagonista, consiguiendo imponer una atmósfera fantástica, muy visceral, en que todos los elementos juegan al despiste, aunque sin alardeos innecesarios y piruetas narrativas o de forma excesivas, solo alguna secuencia algo atropellada, pero que en ningún caso desluce el tono general, porque la película se preocupa de guardar un tono sobrio y pausado, donde la pesadilla va subiendo sin prisas, ahogando al protagonista, con la tensión en aumento, y con una resolución que no se hace esperar en exceso, porque sus breves pero intensos setenta minutos de metraje también ayudan a no revelar ni a extender una duración porque si, sino ajustándose al relato y su propia resolución, que se convierte en un hallazgo que se agradece.

Un relato que consigue seducirnos con pocos elementos y sobre todo, con un gran trabajo del plantel de jóvenes intérpretes, el ya citado Salazar, bien acompañado por Fabián castro en la piel de David, el líder del grupo de amigos, siniestro y demasiado juguetón, quizás traspasando algún que otro límite, Marta Cañas (que habíamos visto y nos había enamorado por su naturalidad en películas como Les amigues de l’Àgata y Yo la busco), Júlia Ferré como Mónica, el personaje más complejo de la película, porque juega constantemente, al igual que hace la película, a la ambigüedad y el juego con Marc, que defiende con habilidad la joven actriz, y Xavi Soler como Víctor, un personaje que parece ausente, pero quizás son meras apariencias. Los pájaros no vuelan de noche, de Albert y Pau Sansa Pac, una película honesta y seductora, con todos los aciertos y dudas de cualquier opera prima, hermanada a El increíble finde menguante (2018), de Jon Mikel Caballero, otro thriller psicológico y debut, donde la protagonista, al igual que Marc, se verá sometida a un entramado confuso y desagradable en el que deberá encontrar su propio destino. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Carles Torras

Entrevista a Carles Torras, director de la película «El practicante», en su domicilio en Barcelona, el martes 22 de septiembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Carles Torras, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

El incendio, de Daisy Coulam

DE PUERTAS PARA ADENTRO.

“Es un hecho maravilloso y digno de reflexionar sobre él, que cada uno de los seres humanos es un profundo secreto para los demás.”

Charles Dickens

¿Qué es conocer a alguien? ¿Cuándo descubrimos o qué detalles nos hacen decir que conocemos a una persona? Por mucho que nos esforcemos en conocer a alguien, descubrir sus secretos ocultos, aquellos que callan, aquellos que se mantienen en su interior, descubriremos que es una tarea inútil, porque siempre habrá algo que la persona oculte, que guarde en lo más profundo de su alma, y ese misterio se mantendrá vivo, y seguiremos sin conocer de manera clara y transparente a nadie. Muchas de estas reflexiones llevaron a la guionista Daisy Coulam conocida por la exitosa serie Grantchester, sobre detectives después de la segunda guerra mundial) a escribir El incendio, una miniserie de cuatro episodios de cuarenta y cinco minutos cada uno, ambientada en Kirkdarroch, una pequeña comunidad de Escocia, a partir de dos matrimonios con hijos.

Por un lado, tenemos a Tom Kendrick, el médico de cabecera del pueblo y querido por todos, y su mujer, Kate, maestra primaria, y sus adorables hijas pequeñas. Y por el otro, a Steve, el sargento de la policía local, y su esposa Jess, también maestra como Kate, e íntimas amigas. La fiesta que abre el relato deja patente la aparente armonía y la hermandad entre las parejas y sus vecinos, pero, todavía desconocemos los detalles, esas pequeñas cosas que a simple vista no vemos. Una noche, el hogar de los Kendrick estalla en llamas y después de la pronta acción de los vecinos descubre los cuerpos sin vida de las tres pequeñas y Kate, y el cuerpo inconsciente de Tom. En ese instante, la historia abrirá dos sendas, la primera, las investigaciones de lo sucedido con Steve a la cabeza con la ayuda de dos policías estatales, y el otro camino, los flashbacks en los que descubriremos detalles en el interior del hogar de Tom y Kate, y sus relaciones con Steve y Jess.

La directora Lynsey Miller plantea un relato en el que impera una inquietante y extraordinaria atmósfera, con esa luz fría y oscura de la cinematógrafa Neus Ollé (directora de fotografía de Albert Serra, Mar Coll y Belén Funes, entre otros) que evidencia ese tono de claroscuros que también casa con los personajes y todo aquello que ocultan a los demás, manteniendo esa intriga emocional bien cuidada y filmada, manteniendo una trama que va de un lugar a otro, dejando huellas y detalles para que los espectadores vayan descifrando las verdaderas relaciones entre los cuatro personajes en liza, descubriendo sus secretos y la naturaleza de sus acciones, en un magnífico, hipnótico e inquietante thriller psicológico, donde las pesquisas policiales van al alimón con la revelación de secretos e intimidades del matrimonio de Tom y Kate, desvelando aquellos detalles anteriores que se les escaparon a los personajes, y añadiendo a la cuestión otros elementos igual de interesantes como la búsqueda de familia de la pareja de Steve y Jess, además, de un secreto oculto que provocará un cisma entre ellos y en la investigación policial.

La productora Natalie Holt, autora también de la banda sonora, en la que crea una música para afianzar ese ambiente de emociones ocultas, enterradas y en silencio en el que transitan unos personajes atrapados en unas existencias complejas y difíciles. El excelente reparto encabezado por David Tennant (que habíamos visto en series como Broadchurch y Doctor Who, también productor ejecutivo de la miniserie, dando vida a Tom, un personaje esquivo y de carácter, que poco a poco iremos descubriendo su relación con Kate y los demás, y su madre, Cush Jumbo es Jess, esa mujer que lo ah dejado todo por amor y la dificultad por quedarse embarazada crea un conflicto entre ella y su amor, Steve, Anna Madeley es Kate, la esposa de Tom, que toma pastillas después de una depresión postparto de su hija Charlotte, y se siente como una mujer sin rumbo en una vida rota, y por último, Steve, la pareja de Jess, un policía sencillo y rudo, que deberá lidiar con la tristeza de su mujer y además, no implicarse personalmente demasiado en el caso para que sus problemas internos no intercedan en la complicada investigación. El incendio (que en su original sería algo parecido a Cayó el agua muerta, en el que se evidencian la revelación de todos los secretos más profundos) destaca que sus responsables de los apartados técnicos están comandados por mujeres, algo que debería ser natural, como pasa con los hombres, que en el caso de las mujeres se convierte, por desgracia, en una excepción. Una miniserie bien construida y llena de recovecos que hay que resolver, en esa maraña laberíntica de pasiones, relaciones, amistades, secretos y traumas que padecen los personajes. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

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Hogar, de Àlex y David Pastor

LA VIDA QUE TE MERECES.

“Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero”

Voltaire

La película arranca de forma imaginativa y arrolladora, con ese anuncio que evidencia los valores materialistas del protagonista. Empezando por su lujoso automóvil, la casa enorme con piscina, la esposa encantadora y el hijo obediente. Una vida perfecta, una vida basada en lo material. Una vida de pura apariencia. Una vida ficticia que la publicidad se encarga de imponer como norma, a través de ese ansiado tesoro que nos hará a todos bellos y felices. Una vida soñada para muchos y al alcance de muy pocos. Ante este prólogo donde conocemos el interior de la personalidad de Javier, un tipo que ha perdido su empleo y no logra colocarse de nuevo en la publicidad. Javier tendrá que dejar su lujoso piso en una de las zonas más exclusivas de la ciudad, y trasladarse junto a su mujer, Marga, que se dedicará al servicio de limpieza, y su hijo, un niño acosado en el colegio. Ante este panorama, la vida de Javier se desmorona y tiene que empezar de cero. Pero, por azar, consigue la llave de su antiguo hogar y entra en él a escondidas y sueña con esa vida que ya no tiene.

La tercera película de los hermanos Àlex (Barcelona, 1981) y David Pastor (Barcelona, 1978) después de años dedicados al entretenimiento estadounidense, es un salto adelante en su filmografía, dejando de lado las aventuras de ciencia-ficción que poblaron sus dos primeras películas, Infectados (2009) filmada en EE.UU., nos hablaba de una pandemia que dejaba a los habitantes del planeta sumidos en el caos y en la supervivencia, y Los últimos días (2013) rodada en España, imaginaban una extraña enfermedad que confinaba bajo tierra a la población, mezclada con la misión de un joven que quiere reencontrarse con su novia desparecida. Dos muestras interesantes y desiguales en los que los hermanos Pastor ya trataban muchos de sus temas preferidos: el deseo, la ambición y la locura, a través de las relaciones humanas y la compleja convivencia en situaciones extremas. Javier, el protagonista de Hogar, no anda muy desencaminado de aquellos otros personajes de los Pastor, ya que debe enfrentarse a una situación hostil, ya que ha perdido todo lo que tenía y hará lo imposible por recuperarlo, utilizando todas las energías que tenga a su alcance.

Los directores barceloneses enmarcan su relato en un profundo e intenso thriller psicológico, que tiene mucho que ver con los que hace Oriol Paulo, en el que Javier vuelve al lugar que él considera que pertenece y empezará a urdir un plan diabólico para arrebatar esa vida que desea. Conocerá y entablará una relación con los nuevos inquilinos de su ex casa, el matrimonio formado por Tomás y Lara, y su pequeña hija. Javier indagará en sus puntos débiles, como la rehabilitación de Tomás para superar sus problemas con el alcohol. Javier es ese “Intruso destructor”, término que empleaban Jordi Balló y Xavier Pérez, en la La semilla inmortal, su magnífico libro sobre los temas universales del cine. Ese intruso que parece amigo y buen tipo, pero en el fondo desea lo tuyo, expulsarte de tu vida para colocarse él. Hogar tiene esa textura de thriller para también hablarnos de forma intensa y honesta sobre los inexistentes valores que emanan en la sociedad actual, donde lo material ha expulsado a lo humano, que la felicidad se ha vestido de lujo y dinero.

El guión de los Pastor avanza linealmente, como los buenos thrillers siempre desde la mirada de Javier, ese malvado protagonista, que como solía decir Hitchcock, los Pastor dejan bien claro su maldad desde el primer momento, y la película anda en la tesitura de lo conseguirá o no. Pero no solo se queda ahí, Javier encontrará piedras en el camino, bien urgidas y filmadas, como la aparición de ese jardinero que le traerá alguna que otra sorpresa al protagonista. Los Pastor enmarcan su película con una imagen sofisticada y oscura, muy inquietante, obra de Pau Castejón, filmando en esa Barcelona alejada de los lugares comunes, revistiendo de cuento de terror urbano, social y doméstico. Bien acompaña por la partitura sutil y sobria de Lucas Vidal (que al igual que hizo en otro cuento de terror íntimo como Mientras duermes, de Balagueró, atrapa desde el detalle y el horror más cercano) y el montaje suave e incisivo de Martí Roca, que vuelve a ponerse a las órdenes de los Pastor después de Los últimos días.

Una película de espejos deformantes y vidas dobles, basada en continuos reflejos de apariencias y bienestar neoliberal no debe de faltar un buen plantel de intérpretes que consigan dar vida a toda esa complejidad emocional que irradia durante la película. Hogar descansa en la extraordinaria composición de Javier Gutiérrez, un actor con una inmensa capacidad para enfundarse en los tipos más intensos y humanos, como ya demostró, entre otras, en El autor, donde su Álvaro, el escritor a la caza de un tema para su novela, podría ser un sosías muy cercano de este Javier maquiavélico, ya que, al igual que el otro, también utiliza a los demás para sus propósitos personales. A su lado, en roles más secundarios, encontramos a un correcto e interesante Mario Casas, como el tipo intentando redimirse de su adicción que encuentra un amigo en Javier que resulta que no lo es tal, y las dos magníficas mujeres de la función, Bruna Cusí, que vuelve a demostrar que necesita muy poco para enfundarse en la piel de Lara, esa mujer que tiene muchas batallas delante y quizás, no atenderá a la más importante, y Ruth Díaz, que a base de detalles y suspicacia, logra transmitir verdad en su personaje de Marga, la esposa de Javier en la sombra. Los Pastor han vuelto al largometraje con una película bien planteada y profunda, un excelente ejercicio de thriller psicológico que ahonda en el vacío de los valores de una sociedad sumida en la decadencia, totalmente desorientada y obsesionada con lo fútil y lo material. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Cuatro manos, de Oliver Kienle

MI HERMANA Y YO.

En Hermanas (1973) una cult movie de Brian de Palma, asistíamos a la enfermiza relación de dos hermanas que siamesas de nacimiento eran separadas y se convertían en el yin en el yang. Una, era dulce y amable, mientras la otra, era cruel y asesina. Algo parecido les ocurre a Sophie y Jessica, dos hermanas que presencian el asesinato de sus padres cuando son niñas, y veinte años después, con la excarcelación de la pareja implicada, vuelven los fantasmas y mientras Sophie, olvida el macabro suceso centrándose en su carrera como pianista y en el amor. Jessica, en cambio, opta por el camino contrario, vengándose de los asesinos y una vida oscura y muy violenta. El director Oliver Kienle ( Dettelbach, Alemania, 1982) que debutó en el 2010 con Bis aufs Blut – Brüder auf Bewährung, un thriller angustiante donde retrataba la sordidez de un joven ex convicto en el brutal mundo de las drogas, con la serie Bad Banks, del que firma como creador, realizada inmediatamente después de Cuatro manos, se introducía en el cruel mundo de las finanzas.

En Cuatro manos vuelve a adentrarse en el thriller psicológico para contarnos un relato entre lo lucido y lo enfermizo, entre dos formas de gestionar lo emocional, a través de dos hermanas, dos caras completamente diferentes, dos caminos que luchan entre sí para calmar tantos conflictos y miedos internos. Kienle opta por un atmósfera inquietante y muy sombría, donde la cinematografía de Yoshi Heimmath, ayuda a conseguirla con múltiples detalles, tanto de la luz que entra en esa casa como en el exterior, con esa casa en medio de dos mundos, el de la zona residencial y el complejo industrial dividido por ese río de aspecto amenazante, y esos espacios que describen con naturalidad y detalle los dos mundos antagónicos por los que se mueven las dos hermanas. Como la precisa y envolvente música de Heiko Maile, elemento crucial en películas de este tipo, donde van sumergiéndonos en la psique de cada uno de los personajes, en esta batalla entre el olvido y la sangre que mantienen las dos mentes de las hermanas, en continua lucha y poseídas por un conflicto eterno.

Para enmarañar aún más si cabe la madeja argumental, el relato introduce un tercer elemento en discordia, el del doctor con el que Sophie sale, que se convertirá en el testimonio ideal que asiste a esa dualidad simbiótica que sufren las dos hermanas, en las que a veces, no sabrá a qué atenerse con tantas idas y venidas emocionales entre las hermanas. Uno de los aciertos de la película es su honestidad y libertad a la hora de enfrentarse a un relato de tales características, porque aunque en ciertos momentos la historia nos suena, la película huye de los tópicos del género y consigue con pocos elementos y personajes adentrarnos en esa espiral salvaje y malévola que enfrentan a las hermanas, y lo hace desde la sencillez y la pulcritud tanto a nivel formal como argumental, con esos planos cercanos, inquietantes y enfermizos que nos provocan esa tensión constante y esa idea de violencia a punto de estallar, donde el relato no para en ningún instante, llevándonos por continuos contrastes, entre las salas de música o los momentos románticos, con otros más oscuros como las zonas industriales abandonadas, los locales nocturnos llenos de sombras y gente de mal vivir, o zonas aisladas donde se ocultan esos espectros que tanto rondan a una de las hermanas.

Kienle construye un relato psicológico que nada tiene que envidiar a las cult movie del género más recordadas, como por ejemplo Inseparables, de Cronenberg, por citar una de las más redondas e inquietantes,  creando esa atmósfera inteligente y llena de aristas, donde nada es lo que parece, en la que tensa las emociones de los espectadores conduciéndolos por un laberinto infinito y psicológico de difícil resolución, con un estupendo y brillante trío protagonista fundamental en este tipo de películas, encabezados por Frida-Lovisa Hamman como Sophie, la dulce y sensible hermana pequeña que quiere ir hacia adelante e intenta construirse su vida a través del arte y el amor. A su lado, Friederike Becht da vida a Jessica, esa alma negra y hundida que fue testigo del macabro asesinato de sus padres y su vida se ha convertido en una huida hacia el abismo constante en el que busca venganza sea como sea, una vida oscura y violenta que no cesará hasta que consiga su cruel objetivo, y finalmente, Christopher Letkowski que interpreta al doctor, que dará luz y convertirá la vida de Sophie en algo amable y sensible, dando un resquicio de luz ante tanta oscuridad, y se verá envuelto en la batalla sin cuartel que mantienen las dos hermanas para detener tanta maldad y tantos fantasmas del pasado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA