Entrevista a Fèlix Colomer, director de la película «El negre té nom», en el Parc de Catalunya en Sabadell, el domingo 22 de junio de 2025.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Fèlix Colomer, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Sí, Sudáfrica es mi país, pero también es mi infierno”.
Ernest Cole
La trayectoria de Raoul Peck (Puerto Príncipe, Haití, 1953), ha pasado por el periodismo, la fotografía y el Ministerio de Cultura de su país hasta el cine con el que arrancó a finales de los ochenta con Haitian Corner (1988), sobre un exiliado que cree tropezarse con su torturador. Los expulsados, exiliados y apátridas enfrentados a las injusticias sociales ya sean en su país natal, África o Estados Unidos son los activistas y luchadores que pululan en una filmografía que se centra en rescatar del olvido a personas que se pusieron de pie ante la injusticia de los pdoerosos en una carrera que ronda la veintena de títulos entre la ficción, el documental y las series, con títulos como los que ha dedicado al líder anticolonialista congoleño en Lumumba, la muerte de un profeta (1990), L`homme sur les quais (1993), El camino de Silver Dollar (2023), y los estrenados por estos lares como El joven Karl Marx (2017), y I Am Not Your Negro (2016), sobre el activismo del escritor afroamericano James Baldwin.
Si pensamos en Sudáfrica nos vienen a la mente los nombres de Nelson Mandela (1918-2013), que se pasó 27 años de su vida en prisión por luchar por los derechos de su gente, o el de Steve Biko (1946-1977), otro líder contra el apartheid que fue asesinado por el gobierno. De la figura de Ernest Levi Tsoloane Kole, conocido por el nombre de Ernest Cole (Eersterust, Pretoria, Sudáfrica, 1940 – New York, EE. UU., 1990) no sabíamos nada, así que la película Ernet Cole: Lost and Found se torna fundamental porque viene a rescatar la importancia de su figura y legado, ya que fue el primer fotógrafo que documentó los horrores del apartheid sudafricano a través de unas bellísimas y poderosas fotografías publicadas en el libro “House of Bondage” (Casa de esclavitud), publicado en 1967 con sólo 27 años que le obligó a exiliarse a Estados Unidos, donde siguió capturando la vida: “Para mí la fotografía es parte de la vida y cualquier fotografía que valga la pena mirar dos veces es un reflejo de la realidad, de la naturaleza, de las personas, del trabajo de los hombres, desde el arte hasta la guerra”, y sobre todo, esperando que su país cambiase y los negros tuviesen el derecho de ser personas de pleno derecho y no súbditos de segunda, pisoteados y vilipendiados diariamente por la minoría blanca encabezada por De Klerk.
El dispositivo de Peck es muy sencillo y a la vez, brillante, porque nos convoca a un viaje maravilloso en el que nos cuenta la vida de Cole a través de dos pilares: sus magníficas fotografías, tanto las que hizo en Sudáfrica como en EE. UU., mostrando la realidad más cruda de muchas personas que vivían sometidas al gobierno y la injusticia social. Acompañando todas esas imágenes escuchamos la voz del actor afroamericano Laketih Stanfield, en inglés, (el propio director hace la versión francesa), como si fuese el propio Ernest Cole que nos contase su propia historia, recuperando textos y documentos que dejó el fotógrafo. También, vemos otras imágenes del propio Cole y otras que documentan la vida y la muerte en los dos países, así como el descubrimiento de sus fotografías. Un estupendo trabajo de cinematografía del trío Moses Tau, Wolfgang Held, del que conocemos su trabajo en Joan Baez: I Am A Noise, y el propio director, así como la excelente música que firma Alexei Aigui, que ha trabajado con Peck en 9 ocasiones, además de nombres comos los de Todorovsky, Serebrennikov y Bonitzer, que ayuda a paliar la triste historia de Cole, que nunca pudo volver a su país, y el interesante montaje de Alexandra Strauss, seis películas con el director que, logra darle constancia y solidez a la amalgama de imágenes y narración en los estupendos 106 minutos de metraje.
El trabajo de Cole quedó en el olvido y él siguió malviviendo por New York hasta que un cáncer de páncreas acabó con su vida. Fue en 2017 cuando se encontraron en un banco de Suecia más de 60.000 negativos que se creían perdidos y su nombre volvió a recuperarse como uno de los combatientes más relevantes contra el apartheid, cómo refleja con sobriedad la película de Peck que, vuelve a asombrarnos con sus relatos contundentes y políticos sobre personas que han quedado relegadas a un olvido injusto y triste, aunque su cine se niega y lucha contra esa ausencia y quiere dejar constancia del legado de tantos fantasmas que vagan por las cavernas de la historia en este planeta que corre demasiado y se para muy poco, siempre pensando en un futuro que nunca llegará y olvidando el pasado, ese lugar real porque ha existido y es de dónde venimos todos. Todos los espectadores ávidos de conocer las tantísimas historias olvidadas que existen, no deberían dejar pasar una película como Ernest Cole: Lost and Found, del director Raoul Peck, y no sólo eso, sino que nos encontramos con uno de los más grandes fotógrafos que, impulsado por la fotografía de Henri Cartier-Bresson, cogió una cámara y empezó a disparar a diestro y siniestro ante la realidad social en la que vivía, un horror que era olvidado por los países enriquecidos, como sucede ahora con Palestina. En fin, siempre nos quedará el arte. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“No hay peor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes y bajo el calor de la justicia”
Montesquieu
La política debería ser una herramienta eficaz y tenaz para solucionar los problemas del ciudadano de a pie. Su definición y su fundamento deberían ser eso, pero a la práctica, la política se ha convertido en la nueva burguesía, amparada en estados llamados democráticos, los gobernantes de turno hacen y deshacen el capital económico de los países según su conveniencia, completamente alejada de las necesidades del pueblo, y en la mayoría de los casos, buena parte del votante sigue confiando en ellos, ya sea por ignorancia, desidia o simplemente, estupidez. Cómo robar a un país, de los directores sudafricanos Rehad Desai y Mark J. Kaplan, destapa las malas artes políticas del gobierno de Jacob Zuma, que comprende el período del 2009 al 2018, cuando la gestión económica se basaba en contratos millonarios destinados a la familia india adinerada e influyente de los Gupta, que en beneplácito con Duduzane Zuma, hijo del presidente, desviaron dinero público a empresas de medios de comunicación, tecnológicas, además, de negocios muy fraudulentos con países extranjeros, incluso la designación de hombres de paja para cargos importantes del gobierno como el ministro de finanzas.
Los cineastas sudafricanos, expertos en el campo documental, construyen una película poderosa, como si fuese un programa televisivo, pero de los que valen la pena, con un montaje lo hacen a través del marco del thriller de investigación, amparados en los testimonios de varios periodistas que desentierran tales asuntos. La película tiene un grandísimo ritmo, es ágil, febril, tiene garra y fuerza, contando casi a modo de diario, y usando imágenes de archivo, la cronología exacta del gran desfalco realizado por el gobierno de Zuma, del partido Congreso Nacional Africano, el mismo que llevó a Mandela a presidir el país después del apartheid, y convertir Sudáfrica en un país de fraternidad y perdón. Quizás el país no estaba preparado para tener políticos honestos después de Mandela, o quizás, tantos años de sometimiento e injustica por parte de la gente blanca, los alejó de la verdadera política, aquella que gestiona el dinero público para modernizar y levantar el país siempre en función de las necesidades del pueblo.
La película no solo se queda en la constatación de unos hechos y su resolución, sino que va mucho más allá, intentando construir el relato del pueblo, tanto los seguidores de Zuma, que por supuesto, niega cualquier acusación de corrupción, y los otros, los que luchan incansablemente para tener un gobierno digno y honesto, aunque deberán resistir y sobre todo, conformarse con una justicia benevolente con los casos de corrupción y sobreprotectora con estas actividades, como también clara y transparente explica la película. Una de las funciones del cine debería ser destapar las miserias de los poderosos, y no solo eso, sino construir un espacio de reflexión para que los espectadores-ciudadanos miren la realidad desde puntos de vista diferentes a los mediáticos en manos de oligarquías, porque al igual que los periodistas que destapan la trama corrupta, el cine debe de empujar hacia ese lugar, firme en su propósito, porque si no, la cultura solo será un mero entretenimiento y otra herramienta eficaz del poder para desviar la atención de lo que de verdad importa, aquellas leyes que nos guían la vida y todo lo que hacemos o pensamos.
Cómo robar a un país no solo es una historia que ocurre en Sudáfrica, porque le modus operandi de estos sinvergüenzas que dicen trabajar a favor de los intereses del pueblo, es una cuestión humana y sobre todo, moral, una forma de funcionar y de gestionar el dinero de un país, porque tiene que ver más con la honestidad humana que del cargo que se ocupa, y tristemente ocurre en otros países, sin ir más lejos en nuestro país, donde muchos políticos han creado una red de corrupción, privatizando muchos espacios públicos de primera necesidad, bajo el amparo de un pueblo idiotizado que lo asume, y una justicia, o mejor dicho, una no justicia que los cuida y los protege, dejando impunes sus crímenes políticos. Quizás todo sea producto de una mal vendida democracia, donde le pueblo debería votar en referéndum todos los asuntos importantes que le conciernen, como nuevas leyes sobre empleo, sanidad, educación, vivienda y demás, pero claro, el capitalismo es el sistema económico que rige y es la antítesis de la democracia, y los gobernantes se empeñan una y otra vez en decirnos lo buena que es la democracia, que lo es, pero si se implanta en todo su conjunto, porque si el dinero público acaba en manos privadas, la vida también acaba siendo una mera sombra y una utopía para todos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Nicolas Champeaux y Guilles Porte, directores de la película “El estado contra Mandela y los otros”, en el Instituto Francés en Barcelona, el lunes 3 de junio de 2019.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Nicolas Champeaux y Guilles Porte, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Xènia Puiggrós de Segarra Films, por su inestimable labor como traductora, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.
“Esto es una lucha del pueblo africano, inspirada por el sufrimiento y la experiencia. Es una lucha por el derecho a vivir. Mi ideal más querido es el de una sociedad libre y democrática en la que todos podamos vivir en armonía y con iguales posibilidades. Es un ideario por el cual vivo y espero conseguir. Pero, en caso de necesidad, señoría, es un ideario por el cual estoy preparado para morir”.
Nelson Mandela durante el juicio
Nelson Mandela, Walter Sisulu, Govan Mbeki, Raymond Mhlaba, Elias Motsoaledi, Ahmed Kathrada, Andrew Mlangeni y Denis Goldberg fueron los ocho miembros del Congreso Africano que fueron arrestados y llevados a juicio en Sudáfrica. Después de nueve largos meses de juicio celebrado entre 1963 y 1964, fueron condenados a cadena perpetua. El estado contra Mandela y los otros, rescata su memoria a través del juicio político a los que fueron sometidos, recuperando las 256 horas de archivo de audio que dejaron constancia del proceso judicial, pero no solo recuperan este valiosísimo material histórico, sino que visibilizan a aquellos otros líderes más desconocidos que al igual que Mandela estuvieron allí, lucharon contra el régimen dictatorial del apartheid y la supremacía blanca, y se jugaron la vida a favor de la igualdad de derechos humanos en un país donde las autoridades defendían la segregación racial.
Detrás de este documental nos encontramos a Nicolas Champeaux, que viene del periodismo radiofónico donde ha dirigido trabajos sobre Mandela, Sudáfrica y otros países africanos, y Guilles Porte, un afamado cinematógrafo que ha trabajado con cineastas tan importantes como Jacques Audiard o Raoul Ruíz, entre muchos otros, y ha dirigido películas como Cuando sube la marea, junto a Yolande Moreau, y en proyectos solidarios como Portrairs/Autoportraits que combinaba acción real y animación, compuesto por más de 100 cortometrajes en el que participaron niños de todo el mundo. Dos mentes creativas en la dirección conjuntamente con Oerd, director de películas de animación. Porque la película combina varios elementos para contarnos el proceso judicial, el contexto histórico y todo aquello que rodeó el juicio, porque mientras escuchamos fragmentos del juicio, vamos viendo animación en blanco negro, muy imaginativa y oscura, en el que asistimos a implacables interrogatorios del fiscal que incrimina duramente a los acusados, mientras ellos se mantienen tranquilos e inteligentemente van argumentando los hechos sin arrepentimiento y pedir perdón.
Escuchamos a través de entrevistas a los supervivientes que todavía permanecen vivos, tres de los acusados como Denis Goldberg, Ahmed Kathrada y Andrew Mlange, que los vemos escuchándose por primera vez y reflexionar sobre su activismo político, su arresto, el juicio y sus años en prisión, también escucharemos a Winnie Mandela, ex mujer de Mandela, los abogados defensores que claman contra un juicio político con un veredicto fabricado de antemano, y otros familiares y amigos de los acusados que recuerdan como vivieron aquel tiempo y el fatídico juicio. Champeaux y Porte construyen un documento histórico único y excepcional, una lección de historia, un trabajo creativo y muy profundo, muy necesario para entender la historia y tantas barbaridades en nombre de la justicia, y sobre todo, dar a conocer a todos aquellos que quedaron olvidados a la sombra de Mandela, hombres que pusieron en peligro su vida por la causa en la que creían, una causa humanista que les llevó a vivir en la clandestinidad y luchar con todas sus fuerzas contra un régimen sangriento y malvado.
La película tiene ritmo y sinceridad, también muchísima dureza, tanto física como psicológica, aunque necesaria para sumergirnos en los hechos, escuchar atentamente las grabaciones de audio y reflexionar sobre todo lo que acontece, con una animación poderosa y extraordinaria que acaba siendo la mejor compañía para ilustrar las grabaciones, llevándonos a la raíz del funcionamiento kafkiano y partidista que llevaba a cabo el gobierno Sudáfrica contra todos aquellos que luchaban a favor de la vida y de un mundo más justo. Los directores franceses se toman su tiempo para explicar todos los testimonios, los que escuchamos en el juicio y los actuales, dejando ese tiempo para que todas las personas que participaron, sobre todo, los acusados, se puedan explicar y ofrecer sus testimonios y visibilizar su lucha, en el que la película se revela como un ejercicio en el que se visibiliza a todos aquellos hombres que estuvieron codo con codo con Mandela luchando por una Sudáfrica libre y mejor, dándoles, aunque sea mucho tiempo después, y a través del cine, su lugar en la historia de Sudáfrica, del mundo, y sobre todo, su lugar en aquellas personas que se han levantado en contra de la injustica, del miedo y el horror, que trabajaron incansablemente por una sociedad en el que blancos y negros pudieran vivir en paz, con los mismos derechos y obligaciones, y las mismas oportunidades. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
El “Ukwaluka” es un rito iniciático tradicional que practica la etnia Xhosa, en la zona del Cabo Oriental en Sudáfrica, en el que cada año grupos de adolescentes que reciben el nombre de “iniciados”, se reúnen en el interior del bosque con sus mentores, y pasan unas semanas sometidos a pruebas físicas (circuncisión) y mentales para así convertirse en adultos que se casarán, tendrán hijos y formaran un hogar. Xolani, uno de los tutores que tiene la misión de tutelar el ritual de Kwanda, ama secretamente a Vija, otros de los tutores, y los dos mantienen encuentros furtivos alejados de las miradas moralistas y costumbres endiosas que practican fielmente en la etnia. El primer trabajo del director Sudafricano John Trengove, en un relato escrito con Thando Mgqalozona (autor de la novela “A man who is not a man” centrada en el rito “Ukwaluka”) construye un obra que profundiza y reflexiona sobre los roles de masculinidad de la Sudáfrica actual, centrándose en la relación homosexual de dos mentores, Xolani y Vija, que aparentemente tienen que conducir a sus discípulos por un rito que les llevará a convertirse en hombres tradicionales heterosexuales, muy alejados a lo que ellos son. Y añade al conflicto la presencia de Kwanda, un chaval de la ciudad procedente de familia acomodada que además de pertenecer a otro ámbito tendrá fuertes conflictos con los demás iniciados, muchos de ellos procedentes de comunidades rurales.
Trengove crea un trabajo minimalista, donde hay pocos diálogos, y planos cercanos y cortantes, creando ese ambiente de ambientes, donde el paisaje tradiciones que nos muestran, esconde otras actitudes que se ocultan y vagan entre sombras. El relato claustrofóbico y complejo se desarrolla principalmente desde la excelsa fotografía que contribuye enormemente a crear la complejidad de paisajes bellos que encierran historias ocultas y conflictos interiores, manejando con especial detalle todo el entramado de miradas y gestos de los personajes. El realizador sudafricano maneja su relato a través de tres almas, tres seres en desdicha en el fondo, que adoptan una identidad que no es la suya, la identidad aceptada, ya que promulga con los estándares tradicionales que profesan los más viejos del lugar, y que no acepta otras actitudes, y que tienen que desarrollar la suya escondiéndose, ocultándose de las miradas moralistas, en una existencia perversa de doble personalidad que los lleva a tremendos conflictos interiores.
Trengove ha creado una película moral que implica al espectador de manera directa, penetrando en sus convenciones y prejuicios, abriéndole una puerta a otras realidades del continente africano, muy alejada de la que venden los medios, más basadas en ideas preconcebidas y tradiciones ancestrales construidas a través de la literatura, el cine y demás. Aquí, nos alejamos de esa idea y nos adentramos en un paisaje rural llevados por unos personajes homosexuales que viven escondidos su amor, un amor prohibido, un amor que no se desarrolla con libertad y plenitud. Un amor como tantos otros que tiene que no vivir y luchar en las tinieblas contra el espíritu de los que lo padecen, porque la sociedad imperante tradicionalista y moral lo prohíbe, no lo concibe, en una actitud hipócrita que no sólo no les deja avanzar como pueblo, sino que los anquilosa en el pasado más oscuro, creando hombres frustrados, inseguros y tristes.
La magnífica elección de los intérpretes con la presencia del música Nakhane Touré que compone a Xolani, el joven obrero protagonista que se mueve entre la tutela tradicional y ese amor prohibido que siente por Vija, un tipo que lleva más allá su masculinidad para de esta manera no crear dudas sobre su homosexualidad oculta, y finalmente, Kwanda, el adolescente iniciado que deberá convivir con un ambiente ajeno y hostil, y además, conocerse a través de unos sentimientos inesperados que le llevarán a penetrar en un mundo complejo y difícil, aunque semejante actitud lo pondrán en situaciones que no esperaba vivir durante su camino de iniciación. Trengove ha hecho una película valiente, seria y necesaria, que vuelve a poner a debate algunas tradiciones ancestrales que pretenden seguir alienando a muchos hombres y llevándolos por el camino esperado, perteneciendo a esa masculinidad basada en su sexo, sin tener en cuenta a la persona y su individualidad, sus necesidades y deseos.