Entrevista a Albert Serra

Entrevista a Albert Serra, director de la película «Pacifiction», de Albert Serra, en Andergraun Films en Barcelona, el lunes 3 de octubre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Albert Serra, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial, y a Montse Triola, productora de Andergraun Films, por su paciencia, generosidad, voluntad y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Montse Germán

Entrevista a Montse Germán, actriz de la película «Ruta salvatge», de Marc Recha, en los Cines Verdi en Barcelona, el miércoles 15 de noviembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Montse Germán, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Núria Costa de Trafalgar Comunicació, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Marc Recha

Entrevista a Marc Recha, director de la película «Ruta salvatge», en los Cines Verdi en Barcelona, el miércoles 15 de noviembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Marc Recha, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Núria Costa de Trafalgar Comunicació, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Ruta salvatge, de Marc Recha

LAS FRONTERAS INTERIORES. 

“Hay una frontera que sólo nos atrevemos a cruzar de noche: la frontera de nuestras diferencias con los demás, de nuestros combates con nosotros mismos”.

Frase de “Gringo viejo”, de Carlos Fuentes 

Los que amamos los westerns sabemos que se sustentan a través de dos pilares fundamentales: el rostro y el paisaje. En la película 9 y media de Marc Recha (Hospitalet de Llobregat, 1970), se rige por estos dos conceptos, porque el rostro de Montse Germán, que debuta con el director, es la película, y no lo digo en plan estético, sino porque el rostro de la actriz convertida aquí en una jardinera, es el rostro que da todo el sentido a la trama. Ella es Ona, una mujer que pasa de los cincuenta, con un pasado difícil. Una mujer herida, un dolor que oculta con su ameno empleo y el cuidado de su hijo adolescente. Su sueño es pilotar la avioneta que con tanto mimo cuida Jordi, un amigo de esos de siempre. Su vida es tranquila, en uno de esos pueblos de la Cerdanya, en uno de esos sitios que nunca pasa nada. Pero he aquí, la aparición de dos ex combatientes serbios reciclados en ladrones de joyas, cambiará no sólo la fisonomía de paz del lugar, sino que implica a Ona y los suyos, a los que cuida y ama. 

El director hospitalense, que firma el guion con Nadine Lamari, tres películas juntos, sigue siendo fiel así mismo, y continúa escarbando en aquellos elementos que caracterizan su mirada: el citado western, que desmitifica, lo torna sucio, cotidiano y muy íntimo, con la frontera como acompañamiento sine qua non, lugar de paso, de idas y venidas, en los que concentra a personajes de pasados oscuros, huidos y sin rumbo. La infancia y la adolescencia siempre presentes en sus relatos, en esos gestos de iniciación y crecimiento a la adultez, y el paisaje, un espacio, ya sea urbano o rural, donde la naturaleza y los animales funcionan como reflejos de la carencia de unos humos demasiado ensimismados en ellos mismos que han olvidado sus orígenes y su relación con su entorno. Los conflictos de sus películas no son grandilocuentes ni nada sorprendentes, sino todo lo contrario, están sujetos a esa realidad diaria, a la que hay que detenerse para mirarla y descubrirla, porque ahí reside su talento, en mirar esos pequeños dramas de cada día, donde pululan gentes muy sencillas, a los que un hecho totalmente accidental y alejado de ellos, les sacará esas cosas del pasado que permanecían ahí pero dormidas. 

Como es costumbre, la parte técnica de la película es de gran factura técnica, como la cinematografía que, después de cinco películas con Hélêne Louvart, el testigo pasa a Núria Roldós, que ha trabajado con Antonio Chavarrías, María Ripoll y Alba Sotorra, realiza un espectacular trabajo donde la luz tenue y oscura se combinan para crear esa sensación de fusión y confusión entre la naturaleza que vemos y la que sentimos que describe con audacia el estado emocional de Ona, en la misma línea trabaja la edición de Judith Miralles, que también debuta con Recha, donde la pausa y el reposo que caracterizan el tono de la película componen una trama que se va a las dos horas de metraje sin prisas sin trucos y con mucha veracidad en todo lo que acontece. La música de Alfred Tascott, que tiene películas para Sílvia Quer y estuvo en La vampira de Barcelona, de Danés, y de Pau Recha, en su quinto trabajo con el director, que recordamos de Dies d’agost (2006), consiguen captar las complejidades emocionales que chocan con lo físico y la naturaleza y los animales del entorno, ajenos a toda esa oscuridad que recorre a los personajes. Como ocurría en Furtivos (1975), de Borau, donde el reflejo de paz del exterior peleaba con la oscuridad del alma. 

Si la técnica de la película es sobresaliente, la parte interpretativa no se queda atrás, porque los intérpretes de Recha se confunden en sus espacios, con esos rostros marcados por la vida, naturales y de verdad, como el de Montse Germán, que gran acierto en el personaje de Ona, que nos recuerda al de la Mónica en la inolvidable Ficció (2006), en su vuelta al entorno rural por la puerta grande, como mira esta mujer, como se mueve, que recuerda a la Melissa Leo de Frozen River, y a la Marina Foïs de As bestas, que también interpretan mujeres que deben enfrentarse a aquello que les da miedo y les supera, pero lo hacen con valentía y coraje, y acarreando un pasado que les golpea demasiado. a su lado, Sergi López como Robert, el amigo fiel, con su cuarta película con Recha, que recuerda al Olivier Gourmet de Les mans buides (2003), un actor dotado porque es capaz de tipo con pasta y tipo del campo, con esa transparencia y cercanía. Un fenómeno. Tenemos a los jóvenes debutantes, vecinos de la comarca y escogidos en un casting, Àlex Bolet como Sergi, el hijo rebelde de Ona, y su chica Clara, que hace Maria Martínez. Y los Marc Martínez, uno de esos tipos nómadas, como el que hacía Eduardo Noriega en la mencionada Les mans buides, que tendrá su importancia en la vida de estos lugareños, la pareja de matones que interpretan dos actores serbios como Sergej Trifunovic, que tiene películas con Paskaljevic y Kusturica, y Boris Isakovic, con mucha carrera en su país. Y luego, los Lluis Soler como un “empresario” metido en negocios turbios, y Raquel Ferri, una misteriosa chica. 

No dejen de ver una película como Ruta salvatge porque es una excelente muestra de hacer cine de lo rural desde la empatía y la emocionalidad, mirando desde la sencillez y lo humano, donde se puede combinar el género como el western fronterizo y el thriller más inquietante, en el que las fronteras tanto físicas como emocionales entran en juego, en el que unos personajes, los de aquí y los de allá, y los otros, los que no se saben de donde pueden ser, con esas líneas difusas que confunden y traspasan nuestros propios miedos e inseguridades, y reabren heridas que creíamos cicatrizadas o quizás, sólo esperaban su momento, ese momento en que las cosas del pasado adquieren su significado en el presente, un presente en el que debemos dejar de huir y enfrentarnos, por fin, a todo aquello que nos culpabiliza y nos deja en dique seco, es decir, nos deja maniatados a nuevas experiencias emocionales con aquellos a los que amamos y aquellos otros que entrarán en nuestras vidas, porque la película 9 y media de Recha es un viaje hacia lo más profundo de su protagonista Ona, una mujer herida, rota, llena de dolor, pero también fuerte, valiente y capaz, que no se arrugará ante la embestida que le está dando de nuevo la vida, y esta vez, no podrá hacer caso omiso, y si, esta vez deberá ponerse de pie y luchar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Montse Triola

Entrevista a Montse Triola, coproductora de la película «Pacifiction», de Albert Serra, en Andergraun Films en Barcelona, el lunes 3 de octubre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Montse Triola, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Artur Tort

Entrevista a Artur Tort, cinematógrafo y comontador de la película «Pacifiction», de Albert Serra, entre muchas otras, en su domicilio en Barcelona, el martes 6 de septiembre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Artur Tort, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por hacernos un retrato tan bonito. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Sergi López

Entrevista a Sergi López, actor de la película «Pequeña flor», de Santiago Mitre, en el Instituto Francés en Barcelona, el lunes 28 de noviembre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Sergi López, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Fernando Lobo de Surtsey Films, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Pequeña flor, de Santiago Mitre

(DES)AMOR, CRÍMENES Y FE.  

“La vida es una partida de ajedrez y nunca sabe uno a ciencia cieta cuánto está ganando o perdiendo”.

Adolfo Bioy Casares

La última película de Santiago Mitre (Buenos Aires, Argentina, 1980), pudiera parecer en su apariencia un cambio de registro al cine que nos tenía acostumbramos el director argentino, un cine de fuerte carga política y social que se erige como una profunda radiografía de ese otro lado de la política y la sociedad, pero no es así la cosa, porque Pequeña flor, si que tiene un tono muy diferente al cine que venía haciendo Mitre, pero solo en apariencia, porque continúa con esos personajes atribulados, sumamente complejos y sometidos a una fuerte presión, tanto en su entorno como personalmente, el José, protagonista de la que nos ocupa, es un tipo expulsado de todo: acaba de perder su trabajo como dibujante, acaba de ser padre primerizo, y aún más, acaba de estrenarse como amo de casa y cuidador 24 horas de su bebé, además, conoce a un peculiar vecino que le encanta el jazz, el vino elitista y todas esas cosas que cuestan tanto dinero.

 

Mitre escribe el guion junto a Mariano Llinás, su cómplice en muchas batallas, la más reciente Argentina, 1985, estrenada hace apenas hace un par de meses, amén de un gran cineasta como lo atestiguan películas de la solidez de Balnearios, Historias extraordinarias y La flor, entre otras, adaptando la novela homónima de Iosi Havilio, en un relato que va cambiando de género de forma natural y aleatoria, pero siempre ordenada siendo una sombra de la confusión en la que está inmerso el protagonista, fusionado diferentes tramas y texturas, siempre en un tono ligero y muy jocoso, yendo desde la comedia romántica, divertida y muy negra, el thriller, desde una perspectiva juguetona y cotidiana, y el fantástico, desde su vertiente realista y psicológica, con el mejor aroma de los Borges, Cortázar, Bioy Casares y demás, y algunas dosis de la ruptura total de tópicos y prejuicios hacia esa Francia que tenemos en mente de postal y campiña, alejándose de la idea preconcebida, y adentrándose en una Francia más cercana, situándonos en un espacio frío, feo y nada cómodo.

 

El gran trabajo de cinematografía de Javier Julià, que ya estuvo con Mitre en La cordillera (2017), y Argentina, 1985 (2022), amén de buenos trabajos en Iluminados por el fuego, El último Elvis y Relatos salvajes, que construye un contraste de luces, fusionando varios tonos como esa luz etérea y barroca del interior de la casa de José y Lucie, con esa otra luz en las antípodas tan kitsch y colorida de la casa del vecino, o esa otra luz del personaje de Bruno, entre la magia, el esoterismo y el más allá, tan pop y cálida. El estupendo trabajo de montaje, conciso y detallado, para meter los noventa y cuatro minutos de metraje, que pasan volando y donde no dejan de ocurrir cosas a cual más extravagante y reflexiva, que firman un trío espectacular como Alejo Moguillansky, otro “Pampero”, como Llinás, con una sólida carrera como director con títulos como El escarabajo de oro, La vendedora de fósforos y La edad media, entre otros, Andrés Pepe Estrada, que estuvo en Argentina, 1985, y ha trabajado con Trapero y Juan Schnitman, y Monica Coleman, con una trayectoria de más de sesenta películas entre las que destacan sus trabajos con Amos Gitai y François Ozon.

Una película tan abierta a la mezcla de géneros, texturas y formas debía tener un reparto muy heterogéneo e internacional como el uruguayo Daniel Hendler, actor fetiche de la primera etapa del cineasta Daniel Burman, que da vida al perdido y desubicado protagonista, acompañado por la maravillosa Vimala Pons, que muchos la descubrimos en La chica del 14 de julio, en un personaje alocado, impredecible y adorable, con esa secuencia de apertura memorable donde está pariendo. El resto de personajes, esos memorables intérpretes de reparto, como Sergi López, un todoterreno de la interpretación que trabaja mucho en Francia, es el inquietante Bruno, una especie de Jodorowsky pero a lo caradura, porque tiene la habilidad de seducir a las personas y atraerlas a esa especie de harén-secta del mundo interior, Mevil Poupaud, que tiene películas con Rohmer, Ozon o Dolan, entre otros, y da vida al excéntrico vecino, una especie de confesor y desahogo para el protagonista, Françoise Lebrun, que tiene un lugar de privilegio en nuestra memoria cinéfila por ser la Veronique de La mamá y la puta (1970), de Jean Eustache, es una vecina muy simpática y acogedora, y finalmente, Éric Caravaca hace una breve aparición como editor.

 

Mitre ha hecho una película extraordinaria y muy psicológica, no se dejen engañar por su apariencia, porque debajo de la alfombra se ocultan muchas cosas y muy sorprendentes, en una comedia gamberra, negrísima, con el mejor estilo de los Ealing Studios, como El quinteto de la muerte y Oro en barras, entre otras, comedias muy cotidianas, oscurísimas y tremendamente socarronas y críticas con la sociedad británica de posguerra, con personajes excéntricos, disparatados y llenos de humanidad, recogiendo el testigo de los grandes comediantes del Hollywood clásico como los Chaplin, Keaton y los Marx. Nos vamos a sentir muy identificados con el protagonista de Pequeña flor, porque en algún momento de nuestras vidas hemos o estaremos completamente perdidos, sin rumbo, alejados de nosotros y ahogados en una vida cotidiana que, seguramente, no hemos pensado en tener ningún día de nuestras vidas, y nos hemos visto inmersos en una existencia de derrota y sobre todo, sin fuerzas y sin puertas por las que salir, y toda nuestra vida se ha visto sumergida en una especie de locura sin sentido, donde todo parece tener un significado que nosotros somos incapaces de descifrar y mucho menos entender. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Ariadna Ribas

Entrevista a Ariadna Ribas, comontadora de «Pacifiction», de Albert Serra, entre muchas otras, en su domicilio en Barcelona, el martes 6 de septiembre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ariadna Ribas, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por hacernos un retrato tan bonito. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Pacifiction, de Albert Serra

EL PARAÍSO ESPECTRAL.

“Vivimos como soñamos, solos”

Joseph Conrad

El universo cinematográfico de Albert Serra (Banyoles, Girona, 1975), tanto en sus seis largometrajes como en sus películas para instalaciones, está lleno de fantasmas, o lo que es lo mismo, existencias que fueron o ya no son, relatos sobre figuras en que prima la desmitificación, filmarlos en sus horas muertas, en su más ferviente cotidianidad, en todo aquello que la historia ha escamoteado o simplemente ha olvidado. Sus personajes hacen y se mueven, son muy físicos, van de aquí para allá, eso sí, sin un itinerario muy planeado, sino todo lo contrario, son sonámbulos, cuerpos que se deslizan por sus vidas como extraños, meras sombras en un mundo oscuro, individuos vacíos, encerrados en sus miserias, en unas vidas inconclusas, en unas vidas sin rumbo, agazapadas en la espera de no se sabe qué y porqué. Serra filma su espacio exterior/interior, aborda sus vidas desde todos los ángulos posibles, penetrando en sus intimidades, en esos tiempos fútiles, en esas acciones torpes e inútiles, que más tienen que ver con lo que fueron que con lo que son. Una especie de vidas ya pasadas, que ahora se repiten como en un bucle incesante que está estancado en el tiempo, atiborrado de recuerdos, de memoria apelotonada, en una nada sin nada.

De Roller, su última criatura, es un enviado del gobierno que vive en la isla de Tahití, en la Polinesia Francesa, un pez gordo del poder, o al menos así lo cree él. Un tipo que se mueve principalmente de noche, en esos clubs nocturnos que ahora exhalan su último aliento, lleno de señores que ya no saben que hacen ahí, y mucho menos ya recuerdan el motivo que los llevó a semejante lugar. Señores que pierden el tiempo y su dinero con señoritas autóctonas que ahogan su placer o lo fingen para sentirse bien aunque sea una mera representación. Podríamos ver la película de Serra como un thriller político en el que hay unos indígenas que protestan contra las posibles pruebas nucleares que parecen planearse en la zona, también, en la exploración de la reinante corrupción y en las miserias de un poder que se aniquila así mismo. Pero, en ese caso, nos quedaríamos con la parte más evidente y menos interesante de la película, porque el relato tiene innumerables capas y dimensiones, quizás la que engancha más es la idea de espectro que reina en toda la isla y en todos sus personajes.

Un personaje principal lleno de amargura y soledad, de inutilidad y locura. Una especie de sombra, de cuerpo en movimiento, con ese omnipresente traje blanco, que resalta ante la oscuridad y los tonos playeros del resto. Su blancura, tanto en la ropa como en su piel, como su ánimo, no estaría muy lejos del capitán extraviado James Burke de Lord Jim (1965), de Richard Brooks, basada en la novela homónima de Conrad, del que la película se inspira notablemente, o el compositor decadente Gustav von Aschenbach en Muerte en Venecia (1971), de Luchino Visconti, la locura del Coronel Kurtz de Apocalypse Now (1979), de Francis Ford Coppola, el cónsul alcohólico Geoffrey Firmin de Bajo el volcán (1984), de John Huston, todos ellos seres, mitad de aquí y mitad de allá, una especie de zombies perdidos y sin voluntad, que se mueven en un lugar al que ya no pertenecen, del que ya no forman parte, del que han huido pero todavía están ahí. Entraríamos en ese espacio que tanto se mencionaba en Yo anduve con un zombie (1943), de Jacques Torneur, obra capital para hablarnos de la idea del monstruo devorador que acaba comiéndose el alma y la voluntad de todos, como han hecho en su cine tanto Pedro Costa como Bertrand Bonello, que lo homenajeaba en Zombi Child.

El cineasta catalán nos sitúa en la piel y el estado mental de su protagonista, todo lo vemos a través de él, lo seguimos por esa isla laberíntica, que nunca vemos en su totalidad, solo en partes, en mutilaciones que escenifican lo emocional de De Roller, moviéndose por esos tugurios decadentes y feos, con personajes igual de perdidos y ausentes como él, que intercambian palabrería y vacío los unos con los otros, que intentan ser uno más con los nativos pero ni por esas, todo es fronterizo, todo está cercado en pequeños lugares que nada tienen que ver entre sí, en esa falsa idea de paraíso, que aquí es una mera sombra, o quizás, la idea de lo exótico es otra de las mentiras que nos han vendido. En el cine de Serra perdemos completamente la idea de tiempo y espacio, todo está filmado para generar esa confusión, ese limbo, ese deambular de no saber dónde estamos, en una especie de laberinto que no tiene salida y tampoco sabemos cómo hemos entrado. De Roller es un sonámbulo, un alma perdida y triste, un hidalgo de triste figura, como lo eran el Quijote, los reyes magos, Casanova, el rey agonizante y los libertinos de las anteriores obras del cineasta de Banyoles, almas en tránsito, almas en suspenso, almas sin alma.

Serra vuelve a contar con sus más íntimos cómplices como Montse Triola en la producción y como actriz en un personaje muy interesante, la coreógrafa del espectáculo de danza que se prepara, Artur Tort, en la cinematografía, con esa luz crepuscular que traspasa a todos, hipnotizadora y magnética que nos descoloca y nos abruma, con esa densidad y esa planificación que encierra a los personajes, todo un inmenso trabajo de composición y detalle, quizás la luz más espectacular de todas las películas de Serra, un Tort que también firma el montaje junto al propio director y Ariadna Ribas, toda una grande de la edición, que saben manejar una película que se va a los ciento sesenta y tres minutos de metraje, que va in crescendo, en la que nos van sumergiendo en esa espiral de (des) encuentros, derivas y demás lugares y personajes fantasmales. El impecable trabajo de arte de Sebastián Vogler, y el no menos empleo del sonido de Jordi Ribas, que ha estado en todas las películas de Serra, y la capacidad de sugestión de la música de Marc Verdaguer, con esas capas de onirismo y artificialidad que tanto van con el relato. Qué decir del inmenso trabajo del actor Benoît Magimel, metido en la piel de este pobre diablo que cree que sabe y que su labor de “pacificar” es un ejemplo, y se pierde en sus derivas emocionales y en su cansancio y soledad del que ha cabalgado ya demasiado por la vida, bien acompañado por todo un grupo de grandes intérpretes como Marc Susini como el putero y alcohólico almirante, un Sergi López, siempre natural como dueño de alguno de los antros con esa camisa y americana tan brillantes, la belleza exótica y fascinante de Pahoa Mahagafanau como Shannah, la femme fatale diferente del relato, Alexandre Mello como un portugués tan extraño como el resto, y finalmente, Lluís Serrat, el inolvidable Sancho Panza de Honor de caballería, que aparece en todas las de Serra, como un cliente más de los que aguantan el tipo o no.

Estamos ante la película menos cerrada del director gerundense, pero igual de compleja que las anteriores, tanto en su trama como en su forma, porque si en algo destaca enormemente Pacifiction es de su carácter y solidez cinematográfica, guste más o menos, porque la película consigue aquello que busca, aquello que quiere representar, desde su no complacencia, rebelándose sin pretenderlo contra ese cine convencional, y haciéndolo con las armas del propio cine, devolviendo al cine todo lo que el mercantilismo ha quitado, toda esa esencia de belleza plástica que profundiza sobre los complejos mecanismos de las emociones humanas. Un cine que plasma con sabiduría esa belleza oxidada de paraíso perdido, donde deambulan individuos de otro tiempo, seres que fueron, seres que ya no serán, seres enamorados o no, con historias de querer y no poder, seres evanescentes como aquellos cowboys de Peckinpah que exhalan su último pitillo llenos de polvo, aplastados por una modernidad que ya no los quería, un poder que los desterraba porque ellos no habían sabido ser ni estar, y sobre todo, ellos nunca habían comprendido que la vida poco tiene que ver con el progreso. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA