Entrevista a Alejo Moguillansky

Entrevista a Alejo Moguillansky, codirector de la película “La edad media”, en el Turó Park en Barcelona, el martes 5 de julio de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alejo Moguillansky, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Matar cangrejos, de Omar Al Abdul Razzak

¡BIENVENIDO,  MR. JACKSON!. 

“La vida es una constante reescritura del ayer. Una deconstrucción de la niñez”.

Rosa Montero

Érase una vez el verano de 1993 en la isla de Tenerife, en el que habían Paula de 14 años y su hermano Rayco de 8. Un verano por delante para perder o matar el tiempo, junto a su madre soltera que trabaja con los papagayos en el parque que atrae a muchos turistas, una abuela que debe proteger su casa ante la amenaza de derribo, y un ermitaño anciano que vive junto al mar y sus cosas. Un estío que para los dos hermanos nos será igual, porque ese verano en el que esperan ansiosos la llegada del artista Michael Jackson, será un verano diferente, una temporada de descubrir, de descubrirse y de sobre todo, de darse cuenta en la realidad en la que viven donde los sueños sueños son, como cantaba Aute. Un verano en el que, abruptamente, dejarán de ser niños en su mundo, para pertenecer a ese otro mundo, ese universo de los adultos en que las cosas se debaten entre la realidad aplastante y difícil, en el que pocas cosas o ninguna salen como uno desea, porque hay cosas que nunca cambian, o quizás sí, y lo hacen para peor. 

De Omar Al Abdul Razzak (Madrid, 1982), cineasta de origen sirio que creció en Tenerife, conocemos su labor como productor y montador en más de 10 películas, sus cortometrajes y documentales como Paradiso (2014) y La tempestad calmada (2016), en el que explora la última sala X de Madrid, y la última faena de un pesquero, respectivamente. Con Matar cangrejos vuelve a su infancia, aquella que quedó en el verano de 1993, para construir una fábula sensible y naturalista, a partir de las miradas de sus jovencísimos y debutantes intérpretes con los rostros de Paula, una niña que está dejando la infancia para meterse en la adolescencia de lleno, con una relación de amor-odio con su madre, y con su panda, sus golferías y sus primeros porros y alcohol, y Rayco, el niño que conoce a ese anciano solitario y algo loco, con el que vivirá otra realidad, entre la búsqueda y la dificultad. La película se mueve con total transparencia y naturalidad entre esa realidad que parece arcaica, donde Tenerife no había sido invadido por turistas, se ven pocos, como el personaje de Johan, el holandés que tiene una relación con Ángeles. la madre díscola de los niños que está más pendiente de salir y no crecer. 

La película en un gran trabajo de reconstrucción, a través de lo mínimo y lo cotidiano, nos devuelve una especie de isla viva, natural y muy auténtica, donde todavía podemos encontrar con esa Arcadia en la que existe esa verdad en la isla, una verdad que viene de años de historia, donde todo parece auténtico, como ese chiringuito, o la festividad de la Virgen del Mar, y la posterior verbena, también, ese ruido y olor del mar, de esas casas de antiguos pescadores, de esa cotidianidad y cercanía que la orgía urbanística y masificación turística ha eliminado por completo. Razzak construye un cuento muy cercano e intimista, donde las cosas se ven y se viven y se experimentan desde la relación y el descubrimiento de dos hermanos que cada vez se están alejando, porque ese tiempo que compartían se está terminando, y cada vez necesitan otros deseos, otras cosas y empiezan a cambiar, una está de camino a la adultez, y el otro, el pequeño, sigue en esa vida de fantasía, de ensoñación, donde puedes conocer a un viejo marinero que pesca de forma artesanal y cría palomas. 

Tenemos la magnífica cinematografía de Sara Gallego, de la que hemos visto trabajos muy potentes como la inolvidable El año del descubrimiento, de Luis López Carrasco, y la más reciente, Contando ovejas, de José Corral, donde se profundiza en la cotidianidad, y en ese tránsito sin ser sensiblero y con una gran capacidad de observar la vida y el mundo de los niños, así como el claro y conciso montaje de la holandesa Katharina Wartena, con más de 35 trabajos a sus espaldas, en que engloba con minuciosidad la hora y cuarenta minutos a los que se va el metraje de la película. El gran trabajo de sonido del tándem cómplice del director como Emilio García y Sergio González, a los que se ha unido Josef van Galen, creando esa textura y fuerza que tiene cada actividad sonora de la película, que nos llena y traspasa. No podemos olvidar la figura del productor Manuel Arango, que con la compañía Tourmalet Films, ha coproducido los anteriores trabajos de Omar Al Abedul Razzak, y la que nos ocupa, una productora que cuida muy bien sus películas y se lanza a producir primeras películas de directores como Rodrigo Sorogoyen, Samuel Alarcón y Pedro Collantes, entre otros. 

Si hay que destacar otro elemento extraordinario de la película es su elenco, un reparto de nombres debutantes como la pareja de hermanos en la piel de Paula Campos Sánchez y Agustín Díez Hernández, tan tan naturales y frescos, muy bien acompañada por los adultos con el rostro de Sigrid Ojel como la madre, el holandés Casper Gimbrère como Johan, ese novio extranjero de Ángeles que vive en la isla, y Nino Hernández, ese abuelo que comparte su sabiduría de la isla con Rayco. No soy de recomendar películas, y seguiré sin hacerlo, sólo expongo mi humilde opinión de los valores y hallazgos con los que me encontré viendo una película como Matar cangrejos con el fin que puede ayudar a alguien y que pueda, siempre desde la honestidad, ayudar a algún espectador/a a decidirse a elegir una película como esta, si quiere ver una película sencilla, muy cercana, con un relato de esos que pasan sin hacer ruido pero se convierte en cruciales en la existencia de alguien, donde descubrimos los claroscuros de la vida, los buenos y no tan buenos momentos, todos esos sueños que se pierden o perdemos que se lleva la marea, en fin, todo eso que conforma vivir y dejar de ser niño/a, y sobre todo, de tomar partido de nuestras vidas o ese intento de no abandonarse a la sociedad consumista y seguir soñando despierto, que es la mejor herramienta para vivir dignamente, no es una tarea nada fácil, pero eso no nos puede dejar de intentarlo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Rendir los machos, de David Pantaleón

LA HERENCIA DE LOS CABRERA.

“El amor tiene un poderoso hermano, el odio. Procura no ofender al primero, porque el otro puede matarte”

F. Heumer

La acción arranca con la muerte de Guillermo Cabrera, el patriarca de Quesos Cabrera, la empresa más fructífera del norte de Fuerteventura. En su herencia, obliga a Alejandro y Julio, los dos hijos varones con los que no se habla, que cumplan su última voluntad si quieren heredar, ya que la empresa pertenece a Alicia, la hija predilecta del finado, que mantiene a raya las ambiciones contrarias de sus hermanos. El encargo consiste en atravesar toda la provincia hasta el otro extremo en el sur, con siete machos cabríos que serán entregados a su máximo rival en el negocio. El problema es que los dos hermanos se llevan a matar, como deja patente la estupenda secuencia que abre la película, con los dos batallando en la subasta para llevarse el mejor macho de la temporada.

El cineasta David Pantaleón (Valleseco, Gran Canaria, 1978), lleva desde el 2006 dirigiendo películas cortas y mediometrajes, tanto de ficción como documental, que pasan de la veintena, entre las que destacan Hibernando (2009), A lo oscuro más oscuro (2013), La pasión de judas (2014) y El becerro pintado (2017), que se han presentado en nombrados festivales como los de Rotterdam, Oberhausen, L’Alternativa, Málaga y Alcine, entre otros. Amén de participar como actor en películas tan prestigiosas como Blanco en blanco (2019), de Théo Court y la reciente Eles transportan a morte, de Helena girón y Samuel M. Delgado. Para su primer largometraje, el cineasta grancanario nos sitúa en un viaje por llanura desértica de Fuerteventura, a lomos de dos hermanos que no se hablan, y transportando siete machos, en un relato en el que apenas hay diálogos, solo el sonido físico, el del viento, sus gritos para mover el ganado y el ruido de los machos, y el otro sonido, el que no escuchamos pero sentimos, toda la atmósfera soterrada y densa que empuja a dos seres que deberán lidiar juntos una travesía que odian y no desean compartir, en una tensión constante que parece no tener fin.

Pantaleón recluta a cómplices de sus anteriores trabajos, como la cinematógrafa Cristina Noda, el montador Darío García (que ha trabajado en documental, la serie La peste y en la reciente Las gentiles, de Santi Amodeo, entre otras), el otro editor Himar Soto, que ya había trabajado con el director en el departamento de sonido de la película La pasión de Judas. Y luego, otros profesionales de renombre como el sonidista Joaquín Pachón, con nombres como los de Isaki Lacuesta, Carla Subirana y Eloy Enciso, entre otros, y el diseño de producción de Leonor Díaz, mano derecha de Chema García Ibarra. Con un guion de Amos Milbor y el propio director, el relato sigue a los dos hermanos Cabrera y los siete animales por el vasto terreno, pedregoso y hostil, con el aroma del mejor western crepuscular y fronterizo, en los que el espacio es una losa y una bestia para sus individuos, completamente engullidos por él, en una película donde el tiempo pesa y es denso, donde los días y las noches se van amontonando en los hermanos y ese entorno devastador y vacío, con pocos personajes a parte de ellos, casi espectrales, como fantasmas perdidos, sin rumbo ni identidad, y esas paradas inquietantes, con ese vendedor ambulante, o ese otro solitario cansado de las cabras y el queso, y ese otro, el negociante rival, con esa celebración tan kitsch y hortera, con esos momentazos con el fotógrafo.

La cámara de Pantaleón se muestra quieta y observadora, como una especie de testigo privilegiado que mira y filma, sin juzgar y mucho menos interfiriendo en sus individuos y sus existencias, con esos maravillosos cuadros que agranda el espacio y encierra a sus dos personajes y siete animales, moviéndolos como si estuvieran en un inquietante laberinto del que no encuentran la salida. Julio y Alejandro Cabrera son el sol y la noche, uno tranquilo y el otro, inquieto, uno, capaz de todo y el otro, expectante y esperando su momento. Dos caras de la misma moneda, o quizás, solo dos tipos engullidos por su herencia familiar y perdidos en sí mismos y su odio ancestral ante su padre y ante todo. Un reparto excepcional que consigue dar naturalidad y autenticidad a los personajes complejos, callados y observadores. Los hermanos Alejandro y Julio Rodríguez Rivero, hermanos del director, encabezan un reparto de pocos personajes, a los que los acompañan Lili Quintana como Alicia, la hermana de los Cabrera, una enemiga a su pesar, y José Mentado Rivero como el otro negociante.

Pantaleón ha construido su película a fuego lento, deteniéndose en sus personajes y sus complicadas relaciones con los otros y en su entorno, constatando con Rendir los machos todo lo que ha venido trabajando hace más de quince años, con historias que miran a los mitos, tradiciones y leyendas, ya sean inventadas o reales, o lo que sean, y las vuelve a mirar, profundizando en sus orígenes y las estrechas relaciones que tienen con las personas, y sobre todo, los contextos tanto físicos como emocionales de las gentes de las canarias, y lo hace con el rigor formal muy identificativo en sus anteriores trabajos, donde la cotidianidad siempre es un pretexto para mostrar una forma de vida atávica que perdura en un mundo que avanza deshumanizándolo todo, en ese constante enfrentamiento entre lo rural y lo moderno, y mostrar como perduran trabajos tradicionales como el pastoreo, donde se trasladan animales como los machos cabríos y las gentes se pelean por ser más que el otro, y sobre todo, por seguir una tradición que parece pertenecer a otro tiempo, a otro mundo y a otra realidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA