Entrevista a Àngels Bassas

Entrevista a Àngels Bassas, actriz de la película «La mujer ilegal», de Ramon Térmens, en el Cinesa Diagonal en Barcelona, el lunes 30 de noviembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Àngels Bassas, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, paciencia y cariño.

https://youtu.be/UmenX6Khhlg

Entrevista a Ramon Térmens

Entrevista a Ramon Térmens, director de la película «La mujer ilegal», en el Cinesa Diagonal en Barcelona, el lunes 30 de noviembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ramon Térmens, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, paciencia y cariño.

Entrevista a Yolanda Sey

Entrevista a Yolanda Sey, actor de la película «La mujer ilegal», de Ramon Térmens, en el Cinesa Diagonal en Barcelona, el lunes 30 de noviembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Yolanda Sey, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, paciencia y cariño.

Entrevista a Boris Ruiz

Entrevista a Boris Ruiz, actor de la película «La mujer ilegal», de Ramon Térmens, en el Cinesa Diagonal en Barcelona, el lunes 30 de noviembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Boris Ruiz, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, paciencia y cariño.

Entrevista a Isak Férriz

Entrevista a Isak Férriz, actor de la película «La mujer ilegal», de Ramon Térmens, en el Cinesa Diagonal en Barcelona, el lunes 30 de noviembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Isak Férriz, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, paciencia y cariño.

La mujer ilegal, de Ramón Térmens

LAS MISERIAS DEL ESTADO.

“Pocas cosas desmoralizan más que la injusticia hecha en nombre de la autoridad y de la ley”

Concepción Arenal

Desde su revelador título, La mujer ilegal, la película es un durísimo retrato de las maldades del estado contra los inmigrantes, a través de Fernando Vila, uno de esos tipos antihéroes, que luchan sin descanso, que se dedica a representar a los inmigrantes, a enfrentarse contra ese estado, que por un lado, adopta una posición humanitaria, y actúa con contundencia contra los inmigrantes, encerrándolos en esos “Guantánamo españoles”, los llamados CIE (Centros de Internamiento de Emigrantes). La potentísima secuencia que abre la película, con todo un grupo de inmigrantes, que van pasando uno por uno, frente a Vila, explicándole su miserable situación. Ramon Térmens (Bellmunt de Segarra, Lleida, 1974), ha construido una filmografía en la que utiliza el thriller para contarnos las desigualdades y miserias de la sociedad, donde pululan tipos in escrúpulos que ostentan cargos de poder, junto a otros, la otra cara de la moneda, tipos que se enfrentan a ellos, y casi siempre, como ocurrían en los policíacos de los treinta y cuarenta, nunca salen victoriosos, pero, eso sí, esas derrotas no les suponen tirar la toalla y abandonar, sino que les dan más fuerza para seguir en la brecha. Los llamados antihéroes, como lo es Fernando Vila, que además de luchar contra el estado, tiene otra “guerra”, la de su mujer enferma de cáncer, subtrama que ayuda a entender el proceso vital del personaje.

Vila es un tipo que está ayudando a Zita Krasniqi, una joven kosovar que ejerce la prostitución y que ha sido encerrado en un CIE, pero la joven aparece muerta, y Vila empieza a investigar, se tropezará con Juliet Okoro, una joven inmigrante nigeriana, que conocía a la víctima, y con Oriol Cadenas, un jefe de policía con malas artes, y todo se complicará mucho. La película tiene esa mezcla de tono clásico de los grandes títulos de Lang, Hawks o Huston, y también, la potencia de títulos más recientes como Promesas del este, de Cronenberg o Perdida, de Fincher, con esa luz sombría y pálida de una ciudad como Lleida, con la excelente cinematografía de Pol Orpinell, en un eficaz y rítmico guion que firman el propio director y Daniel Faraldo, que llevan una década trabajando. La película es lineal en su compleja trama, pero con abundantes giros y diferentes puntos de vista, con el impecable trabajo de edición que firman Anna Térmens, Sergi Maixenchs y Ramon Palau, en la que nos van enredando en un relato de puro cine negro como los de antes, aquellos que servían para criticar con dureza las miserias e injusticias del estado, poniendo sobre la mesa a toda esta retahíla de corruptos que dirigían las vidas del resto.

La mujer ilegal nos habla de la situación humana de los recién llegados, sus vidas de huida constante, de miedo y explotados en empleos sucios, pero no los trata con condescendencia, ni la película construye una superficial disputa de buenos contra malos, Térmens huye de esa posición y se adentra en un terreno más difícil y complejo, porque todos los personajes se mueven por intereses, ya sean económicos o personales, en la que la historia captura todas sus contradicciones, miedos e inseguridades, unas más comprensibles que otras, pero sus razones al fin y al cabo. El director leridano ha conseguido una película muy sobria y elegante, repleta de personajes y personas, de aquí y ahora, con individuos que nos cruzamos diariamente, pero, quizás, por miedo o desconocimiento, miramos hacia otro lado, sin implicarnos, escondiéndonos en nuestras existencias, evitando el problema, sin saber cómo enfrentarnos, y sobre todo, con esa estúpida carga condescendiente.

El magnífico trabajo del reparto es otro de los elementos que más brillan en la película, encabezados por Daniel Faraldo, un actor que lleva más de cuatro décadas trabajando en Hollywood con nombres tan ilustres como Cukor o Ferrara, que además de firman el guion y coproducir con Térmens, pone la piel y sobre todo, el rostro, a un individuo, que parece haberse bajado del caballo de alguna película de Peckinpah, de esos tipos que la vida los ha zurrado tanto que están llenos de magulladuras y cicatrices que arrastran, tipos capaces de enfrentarse a quién sea con tal de enmendar cualquier injusticia, abogados humanistas y sencillos que no cesarán de seguir en la lucha resistiendo y combatiendo sin tregua las leyes inhumanas contra los más vulnerables, escenificando a todos los perdedores de todas las batallas, pero fieles a lo que creen y sobre todo, humanistas sin remedio. Bien acompañado por la sorprendente y maravillosa Yolanda Sey, debutante en el cine, que hace la inmigrante nigeriana atrapada en las mafias de unos tipejos sin escrúpulos, con el beneplácito de una policía corrupta, la presencia del excelente Isak Férriz, un intérprete dotado de una fuerza brutal, dando vida a ese Oriol Cadenas, un poli de armas tomar, alguien que se mueve entre las sombras, que usa y escupe, que no se amilana por nadie ni por nada, un ser de ley que usa la ley para su beneficio.

La terna protagonista brilla con la ayuda de todo un grupo de intérpretes de reparto, de vital importancia en películas de este tipo, que mezcla viejos conocidos del director, como Boris Ruiz, Àngels Bassas, y luego, otros como Montse Germán, que da vida a la esposa de Vila, Raquel Camón, activista marroquí contra los CIE, y Klaudia Dudová como la desdichada kosovar. Térmens ha construido un relato duro, sin concesiones, que denuncia las malas prácticas del estado contra los inmigrantes, aprovechándose de los necesitados, como recientemente denunciaba la excelente Sole, de Carlo Sironi, en una historia que enrabietará a los espectadores más críticos y emocionará a todos, por su personas humanos y cercanos, su elegancia visual, con esos planos cenitales, esos movimientos siguiendo a los personajes, como en las grandes del género, o la construcción que hace de los funcionamientos miserables e invisibles de nuestros estados, esos que deberían ayudar a hacer la sociedad más justa y sobre todo, más humana. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Pa’trás ni pa’tomar impulso, de Lupe Pérez García

LA BAILAORA QUE NUNCA SE RINDE.

“A veces, cuando taconeo siento que me meto en la tierra, y siento que me quedo ahí, clavá, me siento como un árbol de esos de mi pueblo, porque ahí, ahí está el secreto de la bellota, en crecer pa’bajo, pa’luego, crecer mucho, mucho, pero que mucho pa’arriba”

En la imagen que nos da la bienvenida a la película, vemos a Carmen con los ojos cerrados, muy cerca de la cámara, como soñando, para luego pasarnos a otra, en la que la bailaora muestra su arte a un grupo de niños y niñas indígenas, en alguna remota aldea de los Andes, en la Argentina. Sobre las imágenes que no tienen sonido, escuchamos la voz andaluza de la bailaora, expresando en palabras lo que siente cuando baila. A partir de ese instante, ya no podemos mirar hacia otro lado, la gracia, el arte, la mirada y el gesto, y el flamenco que desprende por todos sus poros Carmen, se convierten en nuestro camino y destino. La película entrará en su vida, en su alma y nos descubrirá a la artista y a la persona.

De la directora Lupe Pérez García (Buenos Aires, Argentina, 1970), ya habíamos visto Diario argentino (2006), en la que la propia Lupe volvía a su país natal, después de años como inmigrante en Barcelona, para mostrarnos sus ilusiones, inseguridades y un trozo de su vida y su entorno, y el sentimiento de arraigo de todos los que abandonan su tierra. Como editora en El cielo gira, de Mercedes Álvarez, y en El cuaderno de barro, de Isaki Lacuesta, y su segundo trabajo, Antígona despierta (2014), una recreación del mito de Sófocles, en la que indagaba en las formas de representación, los límites de la narración, y la figura del mito en la mujer contemporánea. Ahora, nos llega su nuevo trabajo, un proyecto que nace de la productora Marta Esteban (Barcelona, 1949), una mujer que lelva casi tres décadas produciendo cine de nombres como los de Tanner, Cesc Gay, etc…, también responsable de Diario argentino. Esteban conoce en Argentina a la bailaora Carmen Mesa (Encinas Reales, Córdoba, 1975).

Pérez García hace suya la película, y construye un relato enormemente vitalista y magnífico, que nos habla sobre inmigración, algo que conoce mucho la directora. Un mosaico sobre retazos en la vida de alguien que persiguiendo un sueño de convertirse en artista, llegó hasta Argentina. Allí, a modo de diario íntimo y muy personal, la vemos bailando, dando clases, extrañando a su familia, con la tristeza de la hermana enferma, un desengaño amoroso, y la difícil sensación de continuar o volver a su tierra. La directora argentina la sigue por los espacios bonaerenses, por las comunidades indígenas, por los caminos polvorientos de los Andes, por cualquier lugar que vaya, Carmen tiene amigos, gente que la quiere, que la acompaña, que la siente. La bailaora es pura pasión, puro sentimiento, no se arruga ante nada, “Siempre pa’lante”, como nos indica el revelador título de la película, toda una intención de actitud ante uno mismo y ante la vida, y sus avatares.

La directora muestra y captura la vida y el desarraigo de Carmen, y lo hace desde la sensibilidad y el amor hacia una mujer de carácter, alguien firme, una persona fuerte, alguien que se muestra transparente, que viene a ofrecer su corazón, como cantaba la gran Mercedes Sosa, que cada día pelea, que baila y baila, y taconea y taconea, sin descanso, aceptando las tristezas de la vida, y recomponiéndose para mostrar su baile, su gran pasión, su gran sueño, su único amante que nunca la abandonará. Casi a modo de road movie, como esos eternos viajes a los cerros de los Andes, donde les espera el amor y la inocencia de unos niños que aman su baile y quieren ser como ella cuando baila, porque Carmen solo es Carmen, cuando baila, cuando se pone ese vestida y mueve con gracia y salero esa bata de cola, siguiendo su ritmo, elevando al cielo todo ese arte, “De dentro pa’fuera”, como menciona en algún momento de la película, un arte que sale de su alma, de su interior, sin cortapisas, sin barreras, arrebatándolo todo, con esa fuerza y pasión que caracteriza el baile y al vida de Carmen.

Pa’tras ni pa’tomar impulso es un retrato femenino muy íntimo, personal y profundo, que sigue la estela iniciada con la propia directora, siguiendo con Antígona, y ahora, con Carmen, tres mujeres que siguen, que nunca se rinden, que luchan por ser ellas mismas, a pesar del entorno hostil y difícil. Una película que nos habla sobre la necesidad vital de perseguir un sueño, de hacer lo imposible para que nuestra vida sea lo más aproximado a lo que sentimos, a hacer lo que sea para ser quién sientes que has de ser, lanzándose a todos los abismos que encuentres, saliendo adelante de tantas vicisitudes, malas historias y desilusiones, encontrándose, reencontrando y conociendo a personas, que entran y salen de nuestras vidas, que van y vienen por nuestro universo, unas más o menos, sintiendo la vida en toda su plenitud, en toda ella, con sus alegrías y tristezas, sus buenos y malos momentos, pero siempre bailando, recomponiendo las partes dañadas, agarrando fuerzas y continuar bailando. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Vitalina Varela, de Pedro Costa

MEMORIA EN PENUMBRA.

“Trabajar con historias reales es difícil, pero se puede encontrar la forma. No es fácil para mí, pero es más interesante trabajar así, porque finalmente no son nuestras palabras, es más interesante descubrir un misterio en otra persona. Yo no escribí ni una sola palabra en Vitalina Varela”.

Pedro Costa

El cine de Pedro Costa (Lisboa, Portugal, 1959), busca una verdad a través de un misterio oculto, una verdad que se nos revelará a medida que avancen sus enigmáticas e inquietantes imágenes. Un cine que no solo funciona como catalizador de un espacio por el que se mueven unos pocos personajes, sino que va mucho más allá, un lugar-limbo, que no pertenece a este mundo, ni a ningún otro que conozcamos, sino que es un tiempo-espiritual, donde sus individuos forman parte de ese tiempo imposible de definir, un tiempo donde se funden varios elementos formando uno solo, como el pasado, su propia memoria, todo lo que dejaron, atrás, en su Cabo Verde natal, y el presente, malviviendo en casas ruinosas de barrios periféricos de Lisboa. Personajes casi sin rostro, de nulas palabras, vestidos de negro, cuerpos que apenas se desplazan, despojados de la vida, de su humanidad y dignidad, seres que transitan como espectros alumbrados por mínimos resquicios de luz, es en esa penumbra, que hablan el criollo, una mezcla de su idioma africano y el portugués, donde Costa define su universo, donde el tiempo se detiene, se torna imperceptible, y la noche se convierte en el único aliado de ese espacio invisible y oculto, y los movimientos y desplazamientos de los personajes por ese entorno es lento, casi inamovible, como si cada paso costase la vida, donde todo permanece quieto, sin tiempo, sin lugar, sin vida, sin nada.

Después de un período inicial, en el que Costa configura una filmografía más convencional, en el que ya vislumbra temas que le acompañarán después, como los inmigrantes caboverdianos, filmados a partir de la austeridad, tanto narrativa como formalmente, será a partir de En el cuarto de Vanda (2000), donde recogía la cotidianidad, filmada en digital, de una yonqui del desparecido barrio de Fontainhas, donde encontrará los elementos cinematográficos que tanto andaba buscando, un lugar en descomposición, vacío y en penumbra, donde todas las almas a la deriva y sin esperanza, acaban instalándose, rodeados de precariedad y deshumanización, transmitiendo toda esa verdad y honestidad que la cámara de Costa recoge con paciencia y austeridad, en el que se tropezará con la figura de Ventura, un inmigrante caboverdiano que protagonizará su siguiente película Juventud en marcha (2006), y también, será eje principal de Caballo Dinero (2014), en el que repasaba la memoria de Ventura.

En Vitalina Varela, la mujer que conoció mientras preparaba Caballo Dinero, sigue indagando en la memoria, en la que encierran múltiples vidas, las vividas y las que no, a partir de la figura de Vitalina, una mujer que, después de veinticinco años sin ver a su marido, que emigró a Portugal a finales de los setenta, llega desde Cabo Verde, tres días después que Joaquim, su marido, haya muerto. La película se abre con un sobrecogedor momento con la llegada de Vitalina a Portugal, y desciende del avión, dejando un reguero de agua bajo sus pies descalzos, y topándose con una mujer que le recrimina que debe volverse, porque su marido ya ha muerto, pero la mujer continua caminando, perdiéndose en la oscuridad. Lo que viene después, es el retrato de Vitalina, instalada en casa de Joaquim, rodeada de desconocidos y hostilidad, y sumergida en su memoria, aquella que vivió junto a Joaquim, la que vivió sola en Cabo Verde, y ese presente, donde se desplaza en penumbra por un barrio miserable, otro de esos que se ocultan en la periferia de Lisboa, tanto física como emocionalmente, en la que se topará, no solo con sus recuerdos, sino también, con sus reproches al muerto, como hacía Carmen, la viuda de Mario en la novela “Cinco horas con Mario”, de Delibes, donde hacía recuento de todo lo vivido y experimentado.

En ese tiempo de memoria, de pasar cuentas, las del muerto y las suyas propias, Vitalina conocerá a Ventura, aquí convertido en párroco, un sacerdote que regenta una iglesia sin fieles, un cura que ha perdido la fe, que anda como alma en pena sin consuelo, un hombre de Dios que nos recuerda al joven cura de Diario de un cura rural, de Bresson, o aquel otro, el que protagonizaba Los comulgantes, de Bergman, representantes de Dios, imbuidos en sus faltas de fe, incapaces de gestionar una realidad demasiado fea y violenta para predicar ante Dios. Costa se toma su tiempo para retratarnos a Vitalina, su entorno y su memoria, todo se cuenta desde el alma, desde lo invisible, utilizando la ficción como mero vehículo para modelar su historia, reescribiendo con la cámara todo aquello que conoce de la realidad de la mujer, su tiempo y su memoria. Los actores no profesionales convertidos en personajes-modelos, a la forma bressoniana, interpretan sus vidas, muestran su naturaleza, huyendo de esa idea falsa del necesitado bueno, y yéndose hacia la idea de Buñuel con sus olvidados, que no necesariamente la miseria le hace a uno bondadoso. Costa retrata la complejidad de la condición humana, tanto su lado agradable y bondadoso, como su lado tenebroso y violento.

Costa ha vuelto a construir un relato inmenso, lleno de matices, ejemplar en su ejecución, y brillante en su forma y fondo, con la magnífica luz de Leonardo Simôes, con esos encuadres que recuerdan la pintura de Zurbarán, donde el rostro se iluminaba entre claroscuros, que registra toda esa penumbra convertida en soledad y desesperación, con unos personajes transmutados en fantasmas, ya no solo de sí mismos, sino de un tiempo y una memoria que ya no reconocen, que no sienten suya, porque la inmigración y las penurias devastadoras en sus existencias, los han llevado a una invisibilidad demasiado pesada, densa y borrada, en la que Vitalina Varela, premiada con la mejor interpretación del prestigioso Festival de Locarno, con su rostro poderoso, donde podemos observar todas sus huellas y grietas de su vida, con esa mirada profunda y rasgada por el tiempo, por tantos años sola y de difícil vida, erigiéndose como esa mujer sin consuelo, derrotada, pero también, fuerte y valiente, llena de recuerdos amontonados de unas vidas que se quedaron en el camino, sumergida en todas las huellas y sombras que ha dejado su difunto marido, e inmiscuida en su propio proceso de duelo, en ese tiempo de decir adiós, en el lugar donde vivió y murió el ausente, envuelta en sus objetos y cosas, en ese tiempo sin tiempo, en esa memoria sin fisicidad, en unas figuras humanas convertidas en meras sombras de su frágil, agrietada e incómoda memoria. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

https://youtu.be/RQ0dGj2Nv-s

A Land Imagined, de Yeo Siew Hua

LOS QUE NUNCA DUERMEN, LOS QUE NUNCA SUEÑAN.

“¿Acaso el sueño no es el testimonio del ser perdido, de un ser que se pierde, de un ser que huye de nuestro ser, incluso si podemos repetirlo, volver a encontrarlo en su extraña transformación?”

Gastón Bachelard

A principios del verano del año pasado, leía una noticia escalofriante, una noticia que hablaba del elevadísimo índice de mortalidad de obreros en las construcciones del Mundial de Fútbol de Qatar 2022. Más de 1400 fallecidos de países como Nepal, India y Bangladesh. Víctimas invisibles y olvidadas, producidas por las condiciones miserables de trabajo, necesitados y explotados por la codicia y avaricia humana por construir y generar cantidades ingentes de dinero. Vidas casi espectrales, vidas sin vida, vidas ensombrecidas, esas vidas son las que pululan por la segunda película de Yeo Siew Hua (Singapur, 1985), después de su experimental In the House of Straw (2009), en la que el cineasta viste de thriller de investigación, drama realista social y realismo mágico, un relato nocturno, repleto de almas en suspenso, lleno de heridas emocionales, en un espacio singular y fascinante, una de las áreas industriales de Singapur, donde la realidad o lo tangible ha desaparecido, dando dado paso al espejismo, a lo artificial, con acciones surrealistas como traer tierra de países colindantes como Malasia, Laos o Vietnam, para seguir ganando terreno al mar, y construir en esos islotes falsos, donde la línea de la playa es asquerosamente recta, edificios mastodónticos donde albergar ejecutivos o turistas.

Un espacio artificial por donde inmigrantes chinos, bangladenses o de otras regiones necesitadas, se mueven trabajando en condiciones infrahumanas de sol a sol, explotados hasta la extenuación, descansando en cuchitriles que más se parecen a zulos, donde se hacinan trabajadores, o más bien esclavos, que no consiguen dormir y deambulan por las noches sin fin, de aquí para allá, o como hace el protagonista, inventarse identidades falsas mientras chatea en un cibercafé, quizás lo más real y auténtico que tengan sus existencias. Yeo Siew Hua se mueve en un relato marcadamente noir, hipnótico, con esa atmósfera inquietante y cotidiana, casi de ciencia-ficción, con esa luz asfixiante y bellísima obra del cinematógrafo japonés Hideo Urata, construyendo una trama con saltos en el tiempo y onírica, en un misterio que nos va encerrando, con ese policía veterano, que también padece insomnio, como el desaparecido que busca, que se desplaza entre lo real y onírico, como si nada, en un ejercicio absolutamente brillante de clarividencia narrativa, y asombroso domino de la narración, como del entramado visual, con esos neones convertidos en un elemento esencial de este tipo de películas asiáticas, creando esos espacios reales, pero a la vez irreales, en el que sueñan los protagonistas, o sería mejor decir, en el que intentan soñar, o mantienen pesadillas, porque esa realidad mugrosa y sucia en la que viven se lo impide.

Los días son ruidosos, dentro de ese aparato industrial de tierra, máquinas ensordecedoras y empleados de aquí para allá (un espacio que recuerda al filmado en El desierto rojo, de Antonioni, donde la industria y la máquina, acababan absorbiendo al humano), pero en cambio, las noches son otro cantar, las noches es tiempo de lo posible, de soñar con otra identidad en el mundo virtual tecleando compulsivamente un ordenador, bañarse en las aguas con una mujer inteligente, o simplemente, tumbarse en una arena, de vete tú a saber de dónde viene, mirando las estrellas, imaginándose con esa vida-espejismo que nunca tendrás, pero en los sueños, sí. El cineasta singapurense juega a la doble mirada, el día y la noche, lo real y virtual, el trabajo y los sueños, incluso, con los hechos, en los que abre un inquietante acertijo en el que desconocemos si algunos de los hechos que nos cuentan han sucedido realmente o no, en ese especie de limbo donde habitan y se pierden los personajes.

Una trama policial excelentemente narrada, como lo hacían los Carné, Renoir, Hawks o Huston, y tantos maestros del noir, de ese género esencial para hablar de los males de las sociedades, con sus alegrías y tristezas, sus injusticias y pocas verdades, con esos tipos perdidos, a la deriva, sin nada y sin nadie, torpedeados por la vida y por un futuro demasiado incierto, que todavía no ha llegado, almas sin sombra, que siempre buscan a alguien, o quizás, ese alguien que buscan sea una mera excusa para seguir adelante, o tal vez, al que busca, tiene demasiados cosas en común con él, y lo busca, no para localizarlo, sino para verse en él, para compartir algunas cosas en las que se parecen, para encontrar un espejo que soporte una realidad demasiado negra. El excelente reparto encabezado por el veterano actor singapurense Peter Yu, dando vida al poli o lo que queda de él, bien acompañado por una fascinante Luna Kwok, la actriz china que da vida a la enigmática empleada del cibercafé, y Xiaoyi Liu, intérprete chino que hace de Wang, y Ishtiaque Zico, el inmigrante de Bangladesh desaparecido.

A Land Imagined tiene el aroma de esa luz cálida, colorida, penetrante, asfixiante e inquieta que escenifican muchas de las películas chinas de la última hornada, como las de Bi Gan, Hu Bo, Diao Yinan, Jia Zhangke o Wang Xiaoshuai, cine de aquí y ahora, que nos habla de las consecuencias personales, cotidianas e íntimas de las transformaciones estructurales, económicas, sociales y políticas de China y alrededores, donde lo humano ha desaparecido para dejar paso a una economía devastadora, opulenta y catastrófica, de pura explotación, que nunca tiene suficiente, siempre sigue (re)inventando las ciudades en pos de cambiarlas, transformarlas en centros de producción económica, que genere dinero y trabajo, eso sí, trabajo precario, esclavo y explotado, que realizarán inmigrantes, gentes invisibles que no tienen derecho, que les sustraen el pasaporte, chantajeados con la repatriación, desaparecidos si la ocasión se tercia, anulados como personas, y vapuleados en pos de un progreso que más tiene que ver con la autodestrucción de la humanidad que con otra cosa, donde el humano se ha sustituido por la máquina, por el beneficio económico, en que el mundo va de cabeza a la extinción, a la nada absoluta. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Ayka, de Sergey Dvortsevoy

LA MUJER ILEGAL.

“Amo a la humanidad, pero, para sorpresa mía, cuanto más quiero a la humanidad en general, menos cariño me inspiran las personas en particular”.

Fiodor Dostoievski

La película se abre en la maternidad de un hospital, las recién madres acostadas dan el pecho a sus hijos. La cámara se fija en una de ellas, es Ayka, tiene unos veintitantos años y se reincorpora poco a poco. Se levanta y se dirige al aseso, donde desoyendo las voces de las enfermeras, decide abrir la ventana helada y huir a toda prisa del lugar. Corte abrupto a la calle, una de tantas calles de Moscú, en plena tormenta de invierno, la nieve cae incesantemente, mientras Ayka, respirando agitadamente, camina deprisa, intentando no pensar en lo que acaba de hacer, abandonar a su hijo recién nacido en un hospital. Lo que acabamos de ver es el prólogo de la película, o la apertura que se diría en el teatro, en la que hemos sido testigos de un hecho, un hecho inhumano e inmoral. A continuación, la película empieza con el propósito de enfrentarnos a que otros hechos ha llevado a Ayka a cometer esa barbaridad, donde vamos a conocer su realidad, una realidad triste, oculta, ya que es una mujer de Kirguistán ilegal en Rusia, conoceremos de primera mano, las terribles circunstancias que han llevado a Ayka a abandonar a su hijo.

Segundo largometraje de Sergey Dvortsevoy (Chimkent, Kazajistán, 1962), después de una filmografía apoyada en el vehículo documental para retratar la realidad de su país, con Paradise (1996), donde seguía a un pastor nómada y su familia, en El día del pan (1998), registraba a los trabajadores de la “turba”, una zona a 80 kilómetros de San Petersburgo, en Highway (1999), descubríamos el país a través de un circo ambulante, con En la oscuridad (20014), seguía la intimidad de un anciano ciego y su gato. Su largometraje debut fue Tulpan (2008), en la que se centraba en un joven pastor de la agreste estepa de Kazajistán, que deseaba contraer matrimonio con una joven deseosa de marcharse para estudiar, a medio camino entre la ficción y el documental, en un hermoso y sincero cuento sobre la vida, el amor, la tradición y una forma de vivir arcaica y en desaparición. En Ayka, el cineasta kazajo deja las frías y vastas estepas de su país, para centrarse en el subsuelo de la realidad de Moscú para muchos inmigrantes ilegales, que malviven y sobreviven hacinados en pisos donde todo pende de un hilo, en la que nos situamos a la altura de la mirada nerviosa y angustiada de Ayka, una mujer de Kirguistán, que debido a su miserable existencia, decide abandonar a su hijo recién nacido en el hospital.

Dvortsevoy filma las entrañas de esa deshumanización sin juzgar ni resultar tremendista, intentando siempre mantener la dignidad de su personaje y las imágenes que ha capturado, manteniéndose a la distancia prudente, muestra una realidad crudísima y violenta, la misma que sufren cientos de miles de inmigrantes en las grandes ciudades del llamado primer mundo, donde apenas existe la compasión, como vemos en este viaje urbano y emocional por las calles frías y nevadas de Moscú, protagonizado por una mujer agobiada de deudas, que no le pagan por su trabajo, que arrastra secuelas en forma de hemorragia, en su periplo por las entrañas más duras y desoladoras de la ciudad, con la cabeza agachada y arrastrando su realidad triste, como muchos de los personajes que retrataba Chéjov, que tiene algo de empatía, pero en su mayoría, es una especie de alimaña agazapada, oculta, llena de miedo que huye despavorida de esos cazadores en forma de acreedores o demás que, desgraciadamente, se aprovechan de su situación de indocumentada.

La cámara de la polaca Jolanta Dylewska (intensa colaboradora de Dvortsevoy) opta por la filmación en mano y pegada a la hiel de Ayka, persiguiendo sin descanso el caminar dificultoso de la joven kirguisa, a partir de esa naturalidad honesta y granulada que tan bien le vienen a retratar con exactitud y crudeza la existencia de Ayka, el dinámico y abrupto montaje firmado por el propio director y otro estrecho colaborador como el esloveno Petar Markovic, y el excelente trabajo de sonido de Maksim Belovolov, Martin Frühmorgen, Joanna Napieralska y Holger Lehmann, que consiguen esa asfixia incesante y constante ruido que sigue a la joven, convirtiendo el off en otro personaje más, con esos sonidos urbanos de una ciudad quitando nieve y ruidosa, como esos interiores repletos de gente y el trabajo como en el clandestino taller de pelar pollos.

Aunque una película de estas características, necesitaba una actriz con la capacidad de expresar lo máximo sin apenas hablar, y el director kazajo la ha encontrado en Samal Yeslyamova, que debutó en Tulpan, y repite con el director kazajo, con una interpretación inconmensurable, que le valió el premio en el prestigioso Festival de Cannes, llena de matices, de gran expresividad, muy natural, intensísima y brutal, que nos sujeta desde el primer instante y no nos suelta en todo el metraje, conduciéndonos por su existencia oscura, mísera y solitaria, donde solo se tiene a ella, en continua huida, escondiéndose, como hacían los trabajadores polacos en la maravillosa Trabajo clandestino, de Jerzy Skolimowski, o la Rosetta, de los Dardenne, otra mujer en mitad de esa miseria de Europa llena de odio y violencia, donde unos explotan a otros, con la imagen caminando bajo la nieve y el frío, mientras sangra, de la joven Ayka, en ese durísimo puñetazo a las conciencias, en sus 109 minutos desgarradores y contundentes, donde quizás la única salvación para Ayka, sea encontrar un lugar tranquilo y con paz. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA