LOS QUE NUNCA DUERMEN, LOS QUE NUNCA SUEÑAN.
“¿Acaso el sueño no es el testimonio del ser perdido, de un ser que se pierde, de un ser que huye de nuestro ser, incluso si podemos repetirlo, volver a encontrarlo en su extraña transformación?”
Gastón Bachelard
A principios del verano del año pasado, leía una noticia escalofriante, una noticia que hablaba del elevadísimo índice de mortalidad de obreros en las construcciones del Mundial de Fútbol de Qatar 2022. Más de 1400 fallecidos de países como Nepal, India y Bangladesh. Víctimas invisibles y olvidadas, producidas por las condiciones miserables de trabajo, necesitados y explotados por la codicia y avaricia humana por construir y generar cantidades ingentes de dinero. Vidas casi espectrales, vidas sin vida, vidas ensombrecidas, esas vidas son las que pululan por la segunda película de Yeo Siew Hua (Singapur, 1985), después de su experimental In the House of Straw (2009), en la que el cineasta viste de thriller de investigación, drama realista social y realismo mágico, un relato nocturno, repleto de almas en suspenso, lleno de heridas emocionales, en un espacio singular y fascinante, una de las áreas industriales de Singapur, donde la realidad o lo tangible ha desaparecido, dando dado paso al espejismo, a lo artificial, con acciones surrealistas como traer tierra de países colindantes como Malasia, Laos o Vietnam, para seguir ganando terreno al mar, y construir en esos islotes falsos, donde la línea de la playa es asquerosamente recta, edificios mastodónticos donde albergar ejecutivos o turistas.
Un espacio artificial por donde inmigrantes chinos, bangladenses o de otras regiones necesitadas, se mueven trabajando en condiciones infrahumanas de sol a sol, explotados hasta la extenuación, descansando en cuchitriles que más se parecen a zulos, donde se hacinan trabajadores, o más bien esclavos, que no consiguen dormir y deambulan por las noches sin fin, de aquí para allá, o como hace el protagonista, inventarse identidades falsas mientras chatea en un cibercafé, quizás lo más real y auténtico que tengan sus existencias. Yeo Siew Hua se mueve en un relato marcadamente noir, hipnótico, con esa atmósfera inquietante y cotidiana, casi de ciencia-ficción, con esa luz asfixiante y bellísima obra del cinematógrafo japonés Hideo Urata, construyendo una trama con saltos en el tiempo y onírica, en un misterio que nos va encerrando, con ese policía veterano, que también padece insomnio, como el desaparecido que busca, que se desplaza entre lo real y onírico, como si nada, en un ejercicio absolutamente brillante de clarividencia narrativa, y asombroso domino de la narración, como del entramado visual, con esos neones convertidos en un elemento esencial de este tipo de películas asiáticas, creando esos espacios reales, pero a la vez irreales, en el que sueñan los protagonistas, o sería mejor decir, en el que intentan soñar, o mantienen pesadillas, porque esa realidad mugrosa y sucia en la que viven se lo impide.
Los días son ruidosos, dentro de ese aparato industrial de tierra, máquinas ensordecedoras y empleados de aquí para allá (un espacio que recuerda al filmado en El desierto rojo, de Antonioni, donde la industria y la máquina, acababan absorbiendo al humano), pero en cambio, las noches son otro cantar, las noches es tiempo de lo posible, de soñar con otra identidad en el mundo virtual tecleando compulsivamente un ordenador, bañarse en las aguas con una mujer inteligente, o simplemente, tumbarse en una arena, de vete tú a saber de dónde viene, mirando las estrellas, imaginándose con esa vida-espejismo que nunca tendrás, pero en los sueños, sí. El cineasta singapurense juega a la doble mirada, el día y la noche, lo real y virtual, el trabajo y los sueños, incluso, con los hechos, en los que abre un inquietante acertijo en el que desconocemos si algunos de los hechos que nos cuentan han sucedido realmente o no, en ese especie de limbo donde habitan y se pierden los personajes.
Una trama policial excelentemente narrada, como lo hacían los Carné, Renoir, Hawks o Huston, y tantos maestros del noir, de ese género esencial para hablar de los males de las sociedades, con sus alegrías y tristezas, sus injusticias y pocas verdades, con esos tipos perdidos, a la deriva, sin nada y sin nadie, torpedeados por la vida y por un futuro demasiado incierto, que todavía no ha llegado, almas sin sombra, que siempre buscan a alguien, o quizás, ese alguien que buscan sea una mera excusa para seguir adelante, o tal vez, al que busca, tiene demasiados cosas en común con él, y lo busca, no para localizarlo, sino para verse en él, para compartir algunas cosas en las que se parecen, para encontrar un espejo que soporte una realidad demasiado negra. El excelente reparto encabezado por el veterano actor singapurense Peter Yu, dando vida al poli o lo que queda de él, bien acompañado por una fascinante Luna Kwok, la actriz china que da vida a la enigmática empleada del cibercafé, y Xiaoyi Liu, intérprete chino que hace de Wang, y Ishtiaque Zico, el inmigrante de Bangladesh desaparecido.
A Land Imagined tiene el aroma de esa luz cálida, colorida, penetrante, asfixiante e inquieta que escenifican muchas de las películas chinas de la última hornada, como las de Bi Gan, Hu Bo, Diao Yinan, Jia Zhangke o Wang Xiaoshuai, cine de aquí y ahora, que nos habla de las consecuencias personales, cotidianas e íntimas de las transformaciones estructurales, económicas, sociales y políticas de China y alrededores, donde lo humano ha desaparecido para dejar paso a una economía devastadora, opulenta y catastrófica, de pura explotación, que nunca tiene suficiente, siempre sigue (re)inventando las ciudades en pos de cambiarlas, transformarlas en centros de producción económica, que genere dinero y trabajo, eso sí, trabajo precario, esclavo y explotado, que realizarán inmigrantes, gentes invisibles que no tienen derecho, que les sustraen el pasaporte, chantajeados con la repatriación, desaparecidos si la ocasión se tercia, anulados como personas, y vapuleados en pos de un progreso que más tiene que ver con la autodestrucción de la humanidad que con otra cosa, donde el humano se ha sustituido por la máquina, por el beneficio económico, en que el mundo va de cabeza a la extinción, a la nada absoluta. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA