Ex maridos, de Noah Pritzker

HOMBRES EN CRISIS. 

“Un judío cuyos padres siguen vivos es un niño de 15 años y lo seguirá siendo hasta que se mueran (…)”

Philip Roth

Los amantes del cine recordarán Maridos (1970), de John Cassavetes, en la que tres amigos, después del entierro de un cuarto amigo, deambulaban, tanto por New York como London, perdiéndose entre sus recuerdos, sus borracheras y sus crisis particulares. Ex Maridos recoge mucho de aquella, con esa fantástica primera secuencia en el cine con Peter y su padre octogenario, con el cartel de La muerte de Louis XIV, de Serra en la entrada. Desde su forma de plantear las crisis de tres individuos, empezando por un padre, Peter que, después de 25 años, su mujer le pide el divorcio, después que su padre de 85 le ha comunicado que se separa de su madre después de 65 años. Aunque las desgracias de los Pearce no acaban ahí, porque Nick, el hijo mayor de Peter, anula su boda, y el pequeño, Mickey, tampoco encuentra un poco de amor en su vida. La película también tiene dos lugares igual que la de Cassavetes, el mencionado New York, y México, más concretamente en Tulum, uno de esos sitios que los urbanitas de la gran ciudad llenan en busca de sol, diversión y olvidar sus problemas. 

El director Noah Pritzker, que también firma el guion, debutó con Quitters (2015), otra de conflictos de adolescente hijo con su padre, sube la edad de sus personajes, y sitúa en el centro a Peter y su crisis, también dentista como el personaje de Cassavetes, y asistiendo a su desmoronamiento particular, un tipo que podría ser uno de esos amigos de Woody Allen en las películas setenteras y ochenteras del director judío, o incluso, él mismo. Peter no se deja caer y sigue remando aunque no le apetezca en absoluto, y decide tomarse un finde en Tulum, en que coincidirá con sus hijos y los colegas de éstos, ya que tanto uno como otro no han podido cancelarlo. No he visto la primera película de Pritzker, pero en ésta demuestra su buen hacer para construir una película con un tono cercano y sensible que va de la comedia al drama con talento y sin artificios de ningún tipo, como también sabe hacer otro Noah como Baumbach, donde la naturalidad y la transparencia se imponen en una historia que habla de cosas muy profundas y complejas pero sin recurrir a piruetas narrativas ni nada que se le parezca. Aquí todo está mostrado desde la cotidianidad, desde el alma atribulada de los personajes, desde sus miedos e inseguridades, mostrándose tal y como son, unos tipos que podríamos ser nosotros mismos, en una constante reflejo de espejos donde todo nos toca y de qué manera. 

La íntima y sensible cinematografía de Alfonso Herrera Salceda, del que vimos A Stormy Night (2020), de David Moragas, ayuda a ver y vernos en la pantalla, a acompañar a los Pearce en sus avatares y soledades, tan perdidos como podríamos estar nosotros mismos, en su New York, tan urbano, tan grande y tan triste, y en Tulum, esa especie de espejismo donde disfrutar y olvidar emociones, aunque eso sea una quimera como si los problemas desaparecieran sólo con viajar. Los personajes cambian de escenario, de actitud y conocen a otros y otras, aunque todo sigue ahí y les esperará de lleno a su vuelta a la ciudad mercantilizada. El montaje de Michael Taylor, del que por aquí se han visto películas como Skin y The Farewell, entre otras, con sus reposados 98 minutos de metraje que pasan casi sin darnos cuenta, construyendo un relato tranquilo y pausado, pero lleno de altibajos emocionales, tan sutiles y cercanos, que llenan la pantalla sin hacer ruido, mostrando y dejando que los espectadores seamos testigos y los más críticos los juzguen, eso sí, teniendo en cuenta que esos personajes están muy cerca de nosotros, quizás demasiado. 

Un gran reparto encabezado por un fantástico Griffin Dunne como Peter, el papá de todos, el inolvidable protagonista de Jo, ¡qué noche! (After Hours, 1985), de Scorsese, que se separa de Rosanna Arquette, su partenaire en aquella película, después de casi 35 años, otro guiño al cine, como si aquella pareja de entonces se casase y en la película de Pritzker ella decide separarse. Su Peter es un tipo simpático, agradable, cercano, y sobre todo, un tipo que se ríe mucho de su sombra, alguien que, a pesar de su situación, sigue en su quijotesca aventura de juntar a los Pierce, eso sí, sin saber todos los mejunjes que se ocultan entre los suyos. Le acompañan James Norton como Nick, al que hemos visto en series como Grantchester, Guerra y Paz y El escándalo de Christine Keeler, y en estupendas películas como Cerca de ti, Miles Heizer es Mickey, el hijo que más centrado parece en algunas cosas, pero en otras está tan perdido como los otros Pearce, y la maravillosa presencia de Richard Benjamin, como padre de Peter, que como actor lo hemos visto con el citado Woody Allen, Mike Nichols y Herbert Ross, entre otros, y como director en comedias muy populares como Esta casa es una ruina y Sirenas, entre otras. 

No dejen pasar una película como Ex maridos, y recuerden el nombre de su director y guionista, Noah Pritzker, porque menuda película se ha sacado, una historia que tiene de todo y para todos, con un tono y una forma que ya lo quisieran muchos que van de modernos, recogiendo toda esa tradición del cine de comedia seria del Hollywood clásico. Ex maridos es una película que les encantará, y además, si les gusta el cine de verdad, el que explica y nos explica, les sorprenderá gratamente. y encima, porque volverán a creer en el cine independiente americano que tanto placer trajó allá por los noventa, sí, me refiero aquel que hablaba de personas a los cuáles les sucedían cosas que no estaban tan lejanas como las que nos pasaban por aquí, y lo construían desde el alma, desde la sencillez y sobre todo, desde lo íntimo, alejándose de esos productos tan prefabricados en los que se ha convertido ese otro cine de Hollywood, ya mercantilizado por las multinacionales y convertido en otro objeto de superficialidad y vacío para entretener, y ya está, como si para entretener hubiese que ser vacuo, y sin meterse con nada ni con nadie, lo dicho, un cine para todos, y no un cine de verdad, que se haga preguntas y sobre todo, cuestione muchas cosas tan establecidas como el amor, las relaciones y los sentimientos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Félix Viscarret

Entrevista a Félix Viscarret, director de la película «Una vida no tan simple», en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el jueves 15 de junio de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Félix Viscarret, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Marién Piniés de Prensa de la película, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Álex García y Miki Esparbé

Entrevista a Álex García y Miki Esparbé, intérpretes de la película «Una vida no tan simple», de Félix Viscarret, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el jueves 15 de junio de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Álex García y Miki Esparbé, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Marién Piniés de Prensa de la película, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Una vida no tan simple, de Félix Viscarret

EL LUGAR DONDE NO ESTOY. 

“Y, y recordé aquel viejo chiste. Aquel del tipo que va al psiquiatra y le dice: doctor, mi hermano está loco, cree que es una gallina. Y el doctor responde: ¿pues por qué no lo mete en un manicomio? y el tipo le dice: lo haría, pero necesito los huevos. Pues eso es más o menos lo que pienso sobre las relaciones humanas, ¿sabe? son totalmente irracionales, locas y absurdas; pero supongo que continuamos a mantenerlas porqué la mayoría necesitamos los huevos”.

Alvy Singer en Annie Hall (1977), de Woody Allen

Recuerdan Bajo las estrellas (2007), la ópera prima de Félix Viscarret (Pamplona, 1975), basada en una novela homónima de Fernando Aramburu, que contaba la existencia de Benito Lacunza, extraordinario Alberto San Juan, un trompetista de tres al cuarto de vida quebrada y nómada, que se relacionaba con Lalo, su hermano que construía esculturas de chatarra, y la novia de éste, Nines, castigada por la vida y su hija, Ainara, todo un amor. Una historia que se movía entre la comedia y el drama de forma natural, transparente y eficaz, donde había espacio para la ilusión y la desesperanza, la del relato agridulce como la vida misma. 

Después de policíacos al mejor estilo como Vientos de La Habana (2016), su serie Cuatro estaciones en La Habana (2017), ambas inspiradas en la literatura de Leonardo Padura, documentales sobre el cine como Saura(s) (2017), series sobre las consecuencias del terrorismo vasco como Patria (2020), y relatos metafísicos del mundo absurdo y cotidiano de Juan José Millás en No mires a los ojos  (2022), vuelve a los submundos y texturas de Bajo las estrellas, ahora partiendo de un guion original escrito por el propio Viscarret, en el que cambia la clase social considerablemente, pero continúa en esos personajes perdidos y desorientados, deambulando por una vida que parece que les pasó de largo, o quizás, les habían puesto demasiadas expectativas, pocas reales. Nos cruzamos con Isaías, un tipo de cuarenta y tantos, como cantaba Sabina, arquitecto, casado y padre de dos niños pequeños. De joven, ganó un prestigioso premio que auguraba un gran futuro profesional, pero ese futuro no acaba de llegar, y se pierde en pequeños proyectos más desilusionantes que otra cosa junto a su socio Nico. Las tardes las pasa en el parque cuidando de sus hijos y su matrimonio va y poco más, aunque no como debería. Se siente como en el otro lado de esos patinadores nocturnos con los que se cruza que recorren las calles vacías en total libertad. Unos patinadores que nos recuerdan a aquellos que se paseaban por Almagro, 38 y tenían el mismo efecto en el personaje de Pepa Marcos en Mujeres al borde de un ataque de nervios

El cineasta navarro retrata de forma sencilla y honesta ese tiempo no tiempo que muchos vivimos o simplemente, padecemos. Un tiempo donde todo nos parece extraño, como si la cosa fuese con otro, como si todo estuviera en nuestra contra y lo que pasa no sólo es el tiempo sino nuestra ilusión, aquella que creíamos irrompible o vete tú a saber. Cuatro almas son los individuos que se cruzan por Una vida no tan simple, que nos habla de trabajo, de familia, y sobre todo, de segundas o terceras o cuartas oportunidades, y de trenes que pasan y pasan por la vida, y ni nos enteramos. Acompañan a Isaías, tres más de cuarenta y tantas. Su mujer Ainhoa, profe de universidad y a lo suyo, sin nada más. Tenemos a Nico, el socio del protagonista, que tontea con veinteañeras, y Sonia, la maniática de la salud, una madre que coincide en el parque con Isaías, y quizás en más cosas. La excelente cinematografía de Óscar Durán, que ha trabajado con Jaime Rosales y Gerardo Olivares, entre otros, con ese toque melancólico y nublado, que va de la mano con el estado de ánimo de los personajes, el rítmico y pausado montaje de Victoria Lammers, que ha trabajado con Viscarret en series como Patria y la citada No mires a los ojos, y la agridulce composición de Mikel Salas, que ha puesto música a películas de Paco Plaza y films de animación tan interesantes como Un día más con vida

si hay algo que siempre está bien en el cine que nos propone Viscarret es su elección del elenco, ya hemos hablado de San Juan como el trompetista de Bajo las estrellas, y otros como Emma Suárez, Jorge Perugorría, Juana Acosta, todos los de Patria, Paco León y Leonor Watling, formando un grupo heterogéneo pero siempre desafiante. Un excelente reparto que brilla con intensidad, conduciendo y acercándonos a unos personajes atribulados y sin vida, que podríamos ser uno de nosotros o nosotras, encabezados por un deslumbrante Miki Esparbé como isaías, que vuelve a uno de esos tipos de Las distancias (2018), de Elena Trapé, bien acompañado por Álex García como Nico, qué estupenda presentación la de su personaje. Está Olaya Caldera como Ainhoa, que nos encantó en series como Sinvergüenza y films como Los europeos, de Víctor García León, Ana Polvorosa, la pelirroja del parque, tan cercana como enigmática. Y las aportaciones de un viejo amigo de Viscarret, Julián Villagrán, el encantador Lalo de Bajo las estrellas, ahora en la piel de Rascafría, un arquitecto muy snob y total, y la presencia de Ramón Barea como Don Antonio, el “abuelo” de los arquitectos, esa especie de gurú de todos y todas. 

Viscarret ha construido una película de aquí y ahora, que recoge ese estado de ánimo de muchos y muchas, sobradamente preparados, como decía cierto anuncio, pero incapaces y derrotados ante la vida, o mejor dicho, ante la sociedad consumista que exige mucho y da muy poco, a nivel emocional hablando. Seres que deben compaginar profesión, paternidad y maternidad, y además, estar bien, un cristo, y todo para llegar a ese lugar donde quieren estar o se supone que hay que estar, porque los personajes de Una vida no tan simple nos recuerdan a aquellos personajes de clase media frustrados y náufragos de sus propias vidas que pululan por el universo de Woody Allen, tantos y tantas intentando creer en ellos en una sociedad que sólo cree en lo material, en los superficial y en la apariencia, y se olvida de todo lo demás, de las cosas que importan de verdad, las que nos empujaron para hacer esto o aquello, aquellas cosas que las prisas y la obsesión con llenar el tiempo, nos han llevado a olvidarlas y a sentirnos muy tristes y no saber qué hacer con nuestras vidas, o lo que es peor, vivirlas sin más, como si fueran con otro. Quizás Isaías y las demás criaturas de la película aún pueden engancharse a aquel otro yo que cada día que pasa, queda un poco más lejos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Antonio Pagudo, Eva Ugarte y Juan Carlos Vellido

Entrevista a Antonio Pagudo, Eva Ugarte y Juan Carlos Vellido, intérpretes de la película «Bajo terapia», de Gerardo Herrero, en la cafetería del Hotel Market en Barcelona, el jueves 16 de marzo de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Antonio Pagudo, Eva Ugarte y Juan Carlos Vellido, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Katia Casariego de Revolutionary Press, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Entrevista a Gerardo Herrero

Entrevista a Gerardo Herrero, director de la película «Bajo terapia», en la cafetería del Hotel Market en Barcelona, el jueves 16 de marzo de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Gerardo Herrero, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Katia Casariego de Revolutionary Press, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Bajo terapia, de Gerardo Herrero

TRES PAREJAS EN CRISIS. 

“Amor no es resignación eterna, vulneración de principios, sumisión, descalificación o engaño. Los límites del amor están en nuestro amor propio, en nuestra dignidad”.

Alex Rovira

La historia de Bajo terapia, escrita por Matías del Federico, nació en los teatros donde se representó cosechando un gran éxito de crítica y público. Ahora, llega su adaptación al cine de la mano de Gerardo Herrero (Madrid, 1953), prolífico productor con más de 150 títulos entre los que se encuentran grandes nombres internacionales como Ken Loach, Adolfo Aristarain, Alain Tanner, Tomás Gutiérrez Alea, Arturo Ripstein, y de aquí como Manolo Gutiérrez Aragón, Mariano Barroso, Enrique Urbizu, Cesc Gay, Álex de la Iglesia, Rodrigo Sorogoyen, entre muchos otros. Paralelamente Herrero ha construido una interesante filmografía como director que abarca 20 títulos entre los que destacan las adaptaciones de novelas de Almudena Grandes, Belén Copegui, Manuel Vázquez Montalbán, entre otros. La premisa de Bajo terapia es muy sencilla y directa. La trama se localiza en un único escenario, en este caso un coworking ubicado en las afueras, en una de esos centros industriales reconvertidos, y con sólo seis personajes, que son tres parejas en crisis. Tres parejas acuden a la psicóloga, pero esta vez la profesional se muestra ausente y ha dejado unos sobres para que las tres parejas hagan terapia en grupo conjuntamente. 

El guion del propio Herrero se disfraza de comedia de sexos, aunque a medida que avanza la trama, la cosa irá derivando por otros derroteros. Tenemos tres conflictos. Es decir, a  Esteban y Carla, en el que ella no se decide a vivir juntos, a Daniel y Laura, que discuten sobre la forma de educar a sus hijos, y finalmente, a Roberto y Marta, que no llevan bien la depresión de ella. La hora y media de película la pasamos escuchándolos discutir y mucho, convirtiendo la improvisada y accidental reunión en una guerra de hombres machirulos que se niegan a aceptar unos roles que ellos creen que les desautorizan y demás cuestiones que los separan en estos dos bandos declarados. La película tiene ese toque de comedia disparatada pero con muchos toques de atención, donde toca temas serios y pertinentes tan actuales como el machismo, la salud mental, la mentira, el miedo y tantas cosas que nos suceden cuando estamos en pareja. El cineasta madrileño se acompaña de un equipo admirable arrancando con la precisa y natural cinematografía, llena de planos secuencias y planos cortos, de un experto como Juan Carlos Gómez, que tiene en su haber películas de Achero Mañas, Daniel Sánchez Arévalo y Gracia Querejeta, entre otras. 

Un único, inusual y especial escenario de un grande como Iñaki Ros, con más de cuarenta títulos a sus espaldas, añadiendo un plus muy interesante, con ese espacio donde no queda nadie y con ese aroma impersonal. La delicada e interesante música de Paula Olaz, que hemos escuchado en películas como Nora, Errementari y La cima, entre otras. Y por último, el preciso y conciso montaje de Clara Martínez Malagelada, que consigue un ritmo que casa perfectamente con las situaciones y los conflictos que se van desarrollando y acumulando entre los seis personajes de la película. Una trama de estas características necesitaba a seis intérpretes muy metidos en su roles y sus deseos, ilusiones y miedos y tristezas, y consigue un reparto lleno de grandes aciertos y sorprendente, empezando por Fele Martínez y Juan Carlos Vellido, que rescata de la obra homónima, y que acompaña de sus respectiva “parejas” en el rostro de Alexandra Jiménez y Malena Alterio, y Eva Ugarte y Antonio Pagudo, la pareja que falta. Una interesante mezcla de gente que viene de varios medios como el teatro, cine y televisión, en el que van creando esa lucha sin cuartel de hombres llenos de miedos y prejuicios contra las realidades que van imponiendo unas pacientes mujeres. 

Bajo terapia juega y con mucho acierto a ese tipo de comedias de sexo en apariencia, porque dentro de ella hay muchísimo más, porque es una película que nos hace reflexionar y mucho, viendo a unos personajes que parecen una cosa y en realidad son otra, individuos que mienten, que ocultan cosas, que se mueven en un miedo patológico que acaba lastimando a los demás, y sobre todo, a ellos mismos, que se engañan, que se pierden en sus idiotas prejuicios y demás estupideces que nos hace muy infelices y sin darnos cuenta vamos dañando a los que más queremos. Una película que va creciendo a medida que van avanzando sus intensos, divertidos y reflexivos noventa y dos minutos de metraje, en el que asistimos a poner sobre la mesa cuestiones que no nos atrevemos a plantear con nuestra pareja y mucho menos con nosotros mismos, y la ocurrencia de la invisible psicóloga hace posible. Citar a tres parejas en crisis que no se conocen entre sí, y ahora deberán hablar y mirarse los unos a los otros, para encontrar soluciones a sus respectivos conflictos, eso sí, sin trampa ni cartón, con toda la transparencia y desnudez posible, con todos sus sentimientos sobre la mesa, a la vista de todos y todas, y nada de eso es fácil, y mucho menos para personas que hablan mucho, en las que también me incluyo yo mismo, y casi todos, y bla bla bla, y sobre todo, no llegamos a decir nada relevante ni importante para solucionar los conflictos con los que amamos y con nosotros mismos, en fin, el mal moderno, de hablar para entretenerse, y no para crecer y mejorar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Silent Land, de Aga Woszczynska

LO QUE QUEDA DEL AMOR.   

“El amor puede hacerlo todo, y también lo contrario de todo”

Alberto Moravia

El amor es una especie de fantasma o espíritu que nos invade no solo el cuerpo, sino también el alma, un invasor al que nos rendimos sin oposición, un virus que nos contamina sin remedio, un algo que nos provoca las emociones más intensas y maravillosas, aunque también provoca lo contrario, porque el amor se siente o no, porque cuando se siente te desborda y te eleva, y cuando no, te produce la tristeza más profunda y terrible. En el cine hemos visto muchas parejas en crisis portagonizadas seres abatidos y deambulando por calles, playas o cualquier lugar, en solitario, rotos, vacíos y sobre todo, añorando lo que fue y lo que ya no será. Imaginamos a los personajes de las películas de Antonioni, a los de Ingmar Bergman, a los de Carlos Saura, y a tantos otros, invadidos por ese desamor o ese no amor, esa sensación de derrota, de vacío y tiempo perdido.

Adam y Anna son una pareja polaca que viaja a la isla italiana de Cerdeña a pasar sus vacaciones en una casa en una colina frente al mar. Cuando llegan la piscina no funciona y viene un joven magrebí a arreglarla que muere accidentalmente, hecho que removerá intensamente a la pareja y nacerá entre ellos miedos, inseguridades y distancia. La directora Aga Woszczynska (Lódz, Polonia, 1984), con formación en Varsovia y en la prestigiosa escuela de Lódz, debuta en el largometraje de ficción con un guion escrito junto a Piotr Jaksa Litwin apoyado una trama muy inquietante, de apariencia sencilla, donde todo parece moverse dentro de un marco raro y muy oscuro, porque su pareja protagonista, los citados Adam y Anna, pasan sus vacaciones entre silencios y monotonía, van y hacen dentro de un mapa diseñado y aparentemente perfecto y sin fisuras. La muerte del trabajador desenterrará demasiadas cosas entre ellos, llevándolos a terrenos complejos en el que emergerán muchas dudas y fantasmas.

Silent Land (del original Cicha Ziemia), es un magnífico drama psicológico, como ya no se hacen, donde el conflicto es muy profundo, peor su apariencia es muy sencilla, cercanísima y tremendamente cotidiana, en un espacio natural y doméstico, donde lo que ocurre no se ve, ocurre dentro de los personajes, en ese espacio donde les invade una oscuridad desesperanzadora y muy terrorífica. La pareja de Silent Land no está muy lejos de aquella otra, la que formaban Gitti y Chris, en Entre nosotros (2009), de Maren Ade, también en otra isla mediterránea, la de Córcega, y atrapados en una relación que va pero no sabemos hacia adonde, en un espacio de estancamiento muy fuerte. En una primera mitad asistimos a esa calma inquietante donde todo está programado y siempre en compañía: las comidas, las salidas a correr, los baños y el sexo, muy significativo su forma de hacerlo que ya evidencia demasiadas cosas. En la segunda mitad, que arranca con la muerte del joven, los veremos solos y estallará esa aparente calma, donde se alejarán sin remedio, y su intención de relacionarse con otras personas, aún más evidencia su distancia.

La cineasta polaca consigue generar esa atmósfera incómoda y perturbadora con pocos elementos, esa casa llena de luz y calidez con esos instantes apagados como los momentos sexuales y con la puerta de entrada, creando todo ese juego de contrastes que marca las emociones de los personajes, en un gran trabajo del cinematógrafo Bartosz Swiniarski, bien acompañado en el elaborado montaje que firma un grande como Jaroslaw Kaminiski, que tiene en su haber a directores de la talla de Pawel Pawlikowski y films como Rehenes (2017), de Rezo Gigineishvili y Quo Vadis, Aida? (2021), de Jasmila Zbania, consigue un detallado y preciso montaje que llena de secretos y silencios inquietantes los ciento trece minutos de metraje de la película. Un reparto bien elegido en el que sus interpretaciones se apoya en todo aquello que miran y callan, en esos silencios que son la base de todo el entramado emocional de la cinta, encabezados por la fantástica pareja protagonista con Dobromir Dymecki como Adam y frente a él, que ya no junta a él, Agnieszka Zulewska como Anna, dos almas en crisis en un amor o lo que queda de él, esos pedazos caídos y rotos que, quizás, ya sean perdidos o no quieren encontrarse.

Los otros invitados son una pareja que se dedica a vender submarinismo a los turistas como Jean Marc Barr, una maravillosa presencia que hemos visto en casi todas las películas de Lars von Trier, y con Raoul Ruiz y Christophe Honoré, entre muchos otros. A su lado, una convincente Alma Jodorowsky, que era una de las chicas de La vida de Adèle, y finalmente, Marcello Romolo, el casero italiano que regenta una trattoria, que recordamos en la serie de The Young Pope, de Paolo Sorrentino. Woszczynska ha construido una película excelente, que escapa del subrayado narrativo y formal, para adentrarse en elementos más complejos y oscuros, que la hermana con la recién estrenada Aftersun, de Charlotte Wells, donde también radiografía con bisturí unas vacaciones con padre e hija a finales de los noventa, sea como fuere, en las dos películas se deja constancia el distanciamiento entre una y otra de las personas que las habitan, porque las vacaciones, al igual que el amor, no tiene punto medio, y sobre todo, el amor y el desamor pueden estallar en cualquier momento, y más aún cuando nos alejamos de los deberes y obligaciones cotidianos y nos vamos de vacaciones con tiempo para descansar y sobre todo, pensar en nosotros mismos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Nosotros no nos mataremos con pistolas, de María Ripoll

REENCONTRARNOS CON LO QUE FUIMOS.

“La amistad es más difícil y más rara que el amor. Por eso, hay que salvarla como sea”

Alberto Moravia

La obra Nosotros no nos mataremos con pistolas, de Víctor Sánchez Rodríguez, triunfó en la sala Ultramar en Valencia en el año 2014 y más allá.  Una obra de pequeño formato, con cinco intérpretes, que habla sobre todos los jóvenes nacidos en los ochenta, muy preparados, pero que se toparon con la crisis económica y tuvieron que volver a la casilla de salida, más frustrados y con menos ilusiones, aquellos hijos del milagro económico a ladrillazo limpio, y la realidad de ahora, como demuestra el ambiente desolado de la zona con los problemas de despido en la fábrica y el abandono del campo por la falta de oportunidades. Ahora, nos llega su adaptación al cine, que viene firmada por el autor y Antonio Escámez, que mantiene su espíritu cercano y cotidiano, y nos sitúa en un día de verano, en uno de tantos pequeños pueblos valencianos preparándose para su día de fiesta mayor, y tiene como leit motiv a Blanca, la instigadora de reunir a todos los amigos de entonces, que se vuelve de Inglaterra, más triste y dejando demasiadas cosas atrás que ya no van con ella.

A partir de Blanca, nos tropezaremos con Marina, que también ha vuelto de un periplo por América, con un desamor y una criatura en la barriga. Primero, llegará Miguel desde Barcelona, que pasa apuros económicos, después de publicar un libro exitoso y ahora, ser incapaz de escribir y de enamorarse de verdad. Del mismo lugar, conoceremos a Elena, la más exitosa del grupo con su discográfica, pero pura apariencia, y adicta a la cocaína. Y por último, aparecerá Sigfrido, que vive en el pueblo, con trabajos precarios y un matrimonio que no le llena. Los cinco se reencuentran después de mucho tiempo, todos con más de treinta, rozando la cuarentena, y cargados de tristezas y vacíos de todo. El décimo largometraje de ficción de María Ripoll (Barcelona, 1964), no está muy lejos de lo que planteaba Tu vida en 65’ (2006), en la que Ripoll adaptaba otra obra de teatro, en este caso de Albert Espinosa, donde también se hablaba de amistad, de suicidio, de domingos y vidas vacías, acotada en una sola jornada como ocurre en Nosotros no nos mataremos con pistolas, en la que los personajes son más mayores, en la que el silencio se ha impuesto en el entorno de los amigos, donde ya no se dice lo que duele, y se huye de la confrontación y de todo aquello que nos hace vulnerables frente al otro.

Estamos ante una película sobre la amistad,  su evolución y realidad, sobre todo aquello que fuimos, lo que soñamos, y lo que somos ahora. Un grupo atravesado por una crisis económica terrorífica que los ha convertido en náufragos sin isla, subidos en un maltrecho trozo de madera, y a la deriva, sin saber qué hacer y mucho menos adonde ir. Podríamos dividir la filmografía de Ripoll entre esas películas-producto, donde todo está diseñado para romper taquillas, a través de relatos sobre jóvenes enamoradizos, y luego, están esas otras películas, donde hay una voluntad de contar algo más, como la citada, como Lluvia en los zapatos, su fantástico debut en solitario, Rastros de sándalo, Vivir dos veces y la película que nos compete. Historias que profundizan sobre temas que nos envuelven, elementos de aquí, ahora y siempre, en la que un reducido grupo de individuos, a los que les suele unir lazos de sangre y/o amistad, se ven envueltos en un conflicto que les rompe sus esquemas y los deja desnudos emocionalmente.

La directora tiene oficio en la dirección, cuida los detalles y sitúa la cámara siempre en el lugar apropiado, con esa ligereza y extrañeza que hay en todo el relato, con el buen trabajo en la cinematografía de Joan Bordera, al que vimos en La influencia, de Lucía Alemany, y el no menos ágil y rítmico montaje de una crack como Juliana Montañés, y los cómplices de la directora como el músico Simon Smith, cuarto trabajo juntos, y las canciones críticas y frescas de Orxata Sound System, y el sonido directo de Carlos Lidón, que ya estaba en Vivir dos veces. Un elemento esencial en el cine de Ripoll son sus grandes trabajos a nivel interpretativo, porque es raro que veamos a un intérprete mal en su cine, y en ésta, consigue una excelencia con su quinteto protagonista: Ingrid García-Jonsson como Blanca, desenfadada y nerviosísima, Lorena López como la flower power Marina, que vimos en Amor en polvo, Joe Manjón como Miguel, muy alejado del novio chungo de Bruna Cusí en Mia y Moi, Elena Martín es Elena, una actriz que nos tiene enamorados desde que la vimos en Les amigues de l’Àgata, y Carlos Troya es Sigfrido, muy habitual en el medio televisivo.

Un reparto auténtico, íntimo y sobre todo, muy humano, que transmiten el tsunami emocional que plantea la película, con esos conflictos internos y externos de todos los personajes, bien construidos y mostrados en la película, en un reencuentro que tiene mucho que ver con aquellos de Reencuentro, de Kasdan, o aquel otro de Los amigos de Peter, de Branagh, donde se habla mucho, y también, se calla mucho, porque siempre da miedo explicar a los que más quieres que la vida se ha vuelto del revés, que ya queda muy poco de aquel joven que quería comerse el mundo, o quizás, de aquel joven que lo quería todo, y ahora, veinte años después, ya no sabe lo que quiere, y además, no reconoce a los suyos y menos a sí mismo. Una película que habla de amistad, de los presentes y ausentes, ya sea en un sentido físico como emocional, donde tiene ese toque de western, tanto en su forma de filmar el espacio y a los personajes en él, de lugar ajeno a sus vidas, y también, de thriller, en una interesante mezcla de texturas, rostros, géneros y de emociones, de mirarse al espejo y ser honestos con todos y sobre todo, con nosotros. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Comportarse como adultos, de Costa-Gavras

CINCO MESES Y 12 DÍAS.

“La política es la economía, la economía es la tragedia”.

Sin ningún género de dudas, el cineasta Costa-Gavras (Loutra-Iraias, Grecia, 1933) ha construido su cinematografía a la sazón de los acontecimientos políticos de su tiempo, convirtiéndose en un analista y cronista preciso y detallista de toda la complejidad política que ha asaltado el siglo XX. Cine comprometido, cine político, cine de resistencia, entre las que destacan, en una filmografía que abarca la veintena de títulos, Z (1969) en la que se detuvo en el alzamiento de los coroneles griegos, en La confesión (1970) indagó sobre las purgas estalinistas en Checoslovaquia, en Estado de sitio (1973) se adentró en la dictadura uruguaya como reflejo a la represión iberoamericana, en Missing (1982) se sumergía en los desaparecidos de la dictadura de Chile, en El sendero de la traición (1988) se adentraba en el Klu Klux Klan en EE.UU., en La caja de música (1989) nos hablaba de los nazis ocultos en los Estados Unidos y cómo se los ajusticiaba. En el nuevo siglo ha indagado en Amén (2002) en las relaciones de la iglesia con los nazis, en la inmigración ilegal a Europa en Edén al oeste (2009) y su inquieta mirada a la crisis europea y los temas laborales desde puntos de vista diferentes desde Arcadia (2005) las argucias criminales de un candidato a un puesto de trabajo, y en El capital (2012) el arribismo de un genio de las finanzas.

En Comportarse como adultos, el cineasta griego-francés centra su mirada en un período muy cercano y crucial para el devenir de la crisis económica de la Unión Europea, como es el caso griego, profundizando en los cinco meses y doce días que Yanis Varoufakis fue ministro de economía griego y sus múltiples reuniones para negociar la terrible e ingesta deuda acumulada de los gobiernos griegos anteriores con el beneplácito de los bancos alemanes y franceses con el fin de engordar de forma abusiva sus arcas. La película recoge esos acontecimientos desde el 27 de enero de 2015 hasta el 6 de julio de 2015, cuando el ministro dimitió después del “Sí” del referéndum del pueblo griego que rechazaba someterse al Eurogrupo. Costa Gavras adapta el libro “Adults in the room : My Battle with Europe’s Deep Establishment” del propio Varoufakis en el recoge toda su experiencia como ministro y sus relaciones con el Eurogrupo y la Troika ( en el que tres organismos como la Comisión europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) en nombre de los ministros de finanzas del Eurogrupo defienden los intereses partidistas de la Unión, o lo que es lo mismo, defienden la economía de los bancos alemanes y franceses.

El cineasta griego-francés, a modo de road movie o gira, claustrofóbica y catastrófica, como si se tratase de una película de terror,  sigue incesante el devenir de Varoufakis, desde el incondicional apoyo de Alexis Tsipras, su primer ministro, con la victoria en las elecciones de Syriza, en la que el pueblo griego apoyaba al partido de izquierdas para salir de la tremenda crisis económica, y luego, la soledad y el aislamiento que el Eurogrupo sometió a Grecia con unas condiciones inhumanas que aún acrecentaban la crisis y llevaba al pueblo a una situación de crisis humanitaria. Como en la guerra de David y Goliat, Varouvakis ve como todas sus propuestas para devolver la deuda chocan contra el muro infranqueable de los señores de negro con traje que solo utilizan a Europa para hacer crecer sus economías a costa de los gobiernos más desfavorecidos. Costa-Gavras no construye una película partidista, no hay buenos ni malos, sino consecuencias y hombres que actúan según sus convicciones personales y europeas, sino que relata unos hechos verídicos, profundamente documentados y analizados, para conseguir un relato lleno de múltiples capas y compleja, en la que un hombre se sentirá solo en el momento que más necesita estar apoyado. La película abre en canal las argucias y la dictadura económica que impone Alemania, con el impertérrito y recto Wolfgang Schäuble, ministro económico alemán, así como Francia, y los tipos de la Troika, una panda de seres sin escrúpulos que obedecen los intereses bancarios sin considerar las necesidades humanas y mucho menos las necesidades de cada país y sus deudas contraídas.

El ascenso y la caída de Varoufakis, o podríamos decir a su renuncia a seguir siendo ministro griego, viéndose traicionado por su primer ministro sometiéndose a las exigencias terroríficas del Eurogrupo, y dejando a su pueblo a merced de los intereses europeos y no de su pueblo. Gavras vuelve a profundizar con brillantez y cercanía en las entrañas del poder, del mecanismo inhumano instalado en los gobiernos, y en el fracaso de Europa como organismo de pueblos unidos, mostrándolo como un mero organismo económico donde unos pocos dictan las normas del club y pobre de aquel que no llegue a las cuotas exigidas, porque resultarán implacables con él, degollándolo y dejándolo en la ruina, tanto moral como física, quizás Varoufakis sea de los pocos políticos que todavía quedaban, teniendo muy claro que el pueblo no podía someterse a los designios del orden económico mundial, olvidándose de las verdaderas necesidades humanas de la gente. La película se convierte en un análisis feroz y brutal sobre el funcionamiento de Europa, sobre toda su mentira.

La detallista y natural formato que tiene la película es obra de la gran cinematografía de Yorgos Arvanitis (especialista en la materia con más del centenar de títulos con nombres tan importantes como Angelopoulos, Schlöndorff, Wiseman, Dardenne, Ferreri o Bellochio, entre muchos otros) o la música de un grande como Alexandre Desplat, bien interpretada por actores griegos desconocidos para el gran público, peor convincentes y profundos como Christos Loulis como Varoufakis, Alexandros Bourdoumis como Tsipras, o un viejo conocido Ulrich Turkur dando vida al implacable Wolfgang Schäuble.  Costa-Gavras vuelve a deleitarnos a construir una película grandísima sobre la política, los gobiernos y el desbarajuste instalado en la economía mundial, y sobre todo, nos hace una profundísima reflexión, como es habitual en su cine, de los alejadísimos que están los gobernantes de las necesidades de la gente, triste pero real, y sin visos de cambio. La película impone un ritmo endiablado y frenético, de idas y venidas, de reuniones y (des) encuentros entre Varoufakis con el Eurogrupo, entre viajes de avión, coches oficiales, edificios de alto standing y más y más diálogos, discusiones y bla, bla y bla para llegar a ningún lugar, a ese mismo punto del principio, donde tú obedeces, traicionando a tu pueblo, y sobre todo, sigues bailando al son inhumano que marca Europa, o esos tipejos que utilizan Europa para seguir recaudando “Money”. Una tristeza. Una tragedia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA