Los bárbaros, de Martín Guerra y Javier Barbero

JÓVENES SIN NADA QUE HACER.  

“Tal vez aprender a ser joven pueda llevarnos toda una vida. Pero, de esto se trata, ¿no? Vivir sin miedo, celebrar el presente, ganarle el pulso a la muerte”.

Martín Guerra y Javier Barbero

En los primeros instantes de Los lunes al sol (2002), de Fernando León de Aranoa, vemos a sus protagonistas Santa, José y Lino, los tres amigos sin trabajo, miran a su alrededor o lo que queda de él, se miran entre ellos, y preguntan por el día qué es. Es otro lunes más o menos. Es otro día. Es otro instante, en compañía, atrapados por una desidia de desesperanza, tristeza y sobre todo, de quedarse así, sin hacer nada. Los tres jóvenes protagonistas de Los bárbaros, de Martín Guerra (Perú, 1979), y Javier Barbero (España, 1980), les sucede algo parecido, se han quedado sin trabajo, y por ende, sin esperanza, sin nada y sin futuro, y pasan el rato en un edificio a medio construir que ha quedado detenido, al igual que sus existencias. Las dos películas, separadas por más de dos décadas, se mueven por los mismos no lugares, sumergidos en unos rostros, también separados por los años, pero parecidos, tan parecidos que parece que la estupidez de la economía del país no tiene fin. 

Guerra ha pasado por el teatro, la fotografía y la música, y Barbero por los departamentos de cámara de cinematógrafos como Diego Dussuel y Mauro Herce, y se encargó de la luz en Apuntes para una película de atracos (2018) León Siminiani, y ambos dirigieron Los invencibles (2014), un cortometraje sobre una familia que descubrirá junto a un lago algo inesperado. Con Los bárbaros se adentran en el espíritu que recorría 25 Watts (2001), de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, en el que tres jóvenes estaban ahí sentados, miran de aquí para allá, sin nada que hacer, y casi esperando algo que nunca llega, contemplando un mundo que no pillan y que tampoco los pilla a ellos, y absortos en una indiferencia que los hace invisibles. Los protagonistas “bárbaros” son Marcos, que vigila una obra mastodóntica que cuando deja de seguir, él se queda allí sin nada mejor que hacer, y compartiendo el esqueleto de estructuras metálicas con dos más, Celine, una inmigrante polaca que es su novia, tan perdida, tan apática y tan sin nada cómo él, y  Marco, un inmigrante peruano que salta entre las nadas, que tiene una novia sí o no, y hace trabajillos sin más futuro que el día de cada día, y finalmente. Tres almas en pena en mitad de una crisis inmobiliaria, la del 2008, que los ha dejado náufragos de todo. 

La detallista y concisa cinematografía de José Luis Solomón ayuda a encontrar esa luz etérea que tanto ayuda a rastrear las emociones de este trío, que habla muy poco, y mira mucho, a ellos y a lo que tienen delante. Un montón de estructuras que no sirven para nada, tan vacías y tan paradas como ellos. De Solomón conocemos sus cortos y documentales, entre los que destaca el reciente Mi hermano Alí, de Paula Palacios. Tenemos que destacar el grandioso trabajo de Cristóbal Fernández, habitual de Oliver Laxe, que aquí firma la música, unas composiciones que construyen toda esa aura entre cotidiana, inquietante y soledad que transita por toda la película, donde resulta tan importante ante la falta de información de estas tres almas, que viven en un presente continuo, sin más, un día más o menos. Los 102 minutos de metraje están muy bien contados y elaborados en la edición del citado Fernández, porque no se cuenta de más ni de menos, captando la desidia que los ha dejado varados en esta especie de isla de periferia y cemento, con ese aire frío que silva en un invierno más o menos, metidos en esa casucha-caravana de andar por casa, alrededor del fuego, como si fuesen unos nómadas esperando o no mejor suerte para la siguiente temporada si es que habrá. 

Un buen reparto entre los que destaca el gran Àlex Monner, en un personaje que le va como anillo al dedo, ya que desde su forma de mirar, qué bien mira este actor, con la mirada triste y esos andares como desandando sus pasos, inspeccionando lugares como una especie de zombie. Le acompañan Job Mansilla como Marco, en un rol de buscavidas muy alejado de su trabajo como humorista popular que ha aparecido en películas de su país al lado de Sergio Barrio y Gonzalo Ladines, entre otros. Eliza Rycembel es Celine, una joven en un limbo como sus compañeros de no fatigas y desesperanza, es una enorme actriz polaca muy internacional que hemos visto tan potentes como Las inocentes (2016), de Anne Fontaine, Corpus Christi (2019), de Jan Komasa, la serie Nasdrovia, rodada en España, y La promesa de Irene (2023), de Louise Archambault, entre otras. Y la presencia de Greta Fernández, una de las actrices jóvenes más potentes del panorama nacional, que hace poco la vemos, también en un rol breve pero importante, en la argentina La llegada del hijo. Ahora, se mueve entre la tristeza y sus lecturas, pero con algo de futuro en su precario empleo como cajera de súper de barrio.

Los jóvenes de Los bárbaros recuerdan mucho a los chavales de barrio que pululaban por Barrio (1998), del citado Aranoa. No obstante, muchos de los personajes del cineasta madrileño son así, almas en suspenso, atrapados en una vorágine que no va con ellos, absortos en sus deseos e ilusiones que constantemente chocan con una realidad deprimida y vacía. No esperen una película muy positiva y alegre en Los bárbaros, tampoco es una película negativa que abogue a los espectadores a lanzarse al vacío. Porque además de presentar la desesperanza de unos jóvenes que la crisis ha derrotado, no son almas que se hundan y vaguen por la ciudad, sino que se mantienen ahí, sin hacer nada, contándose algo y haciéndose compañía, o algo que se le parezca, esperando o no que la cosa cambie o simplemente, se torne de otra forma. Martín Guerra y Javier Barbero han construido una historia a la que no le falta algo de humor, al estilo Aranoa, no el de risa fácil, sino aquel que se ríe de uno mismo, sumergido en sus cosas y capturados en espejos que no existen, ahí sin más, quizás “Tomando el sol”, como cantaba Albert Pla con sus colegas. Ante la barbarie de esos secuaces sedientes de dinero con el pelotazo inmobiliario, levantémonos en su contra desde la más pura desidia, indiferencia y aburrimiento. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a María Barea

Entrevista a María Barea, directora de la película «Antuca», en el marco de la Mostra Internacional de Films de Dones de Barcelona, en el Parc de la Ciutadella en Barcelona, el martes 21 de mayo de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a María Barea, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan excelente, y a Anne Pasek y Teresa Pascual de Good Movies, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Susi Sánchez

Entrevista a Susi Sánchez, actriz de la película «Reinas», de Klaudia Reynicke, en la cafetería de los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el lunes 2 de septiembre de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Susi Sánchez, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Lara Pérez Camiña y Sergio Martínez de BTeam Pictures, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Reinas, de Klaudia Reynicke

ÉRASE UNA VEZ EN… PERÚ. 

“Podéis arrancar al hombre de su país, pero no podéis arrancar el país del corazón del hombre”. 

John Dos Passos

La familia es parte muy importante del universo cinematográfico de Klaudia Reynicke (Lima, Perú, 1978), en sus tres películas y miniserie que ha dirigido hasta la fecha. La última es Reinas, coescrita junto a su compatriota el cineasta Diego Vega (que conocemos por ser uno de los creadores de la serie Matar al padre (2018), de Mar Coll), en la que a modo de fábula recoge parte de sus vivencias personales cuando en la Lima del Perú de principios de los 90, ante la gravedad de la situación política dejó el país siendo adolescente junto a su familia 30 años atrás y ha regresado cinematográficamente para contar su visión de aquel tiempo. Por eso, su relato está situado en la mirada de las dos niñas, Lucía y la adolescente Aurora, que si bien están dispuestas a emigrar a Estados Unidos con su madre, después de la aparición de Carlos, su padre que ha estado ausente mucho tiempo. La aparición del padre genera un revuelo en las dos niñas e instan a su madre a quedarse en el país y olvidarse del exilio.

La historia mezcla con inteligencia e intimidad los quehaceres cotidianos de la familia compuesta por las dos niñas, su madre y la abuela, y la situación política tan convulsa y agitada del país, donde lo personal y lo social se exploran de forma sencilla y nada complaciente, entre ese interior de la casa donde vienen familiares y se desarrolla buena parte de la película, y el exterior, de día como un día más, y la noche, muy amenazante y con toque de queda. La habilidad del guion en situarnos con muy poco en los conflictos y tensiones personales debido a la situación del país, y en hacerlo en presente, indagando de forma sutil y nada superficial en ese pasado que no hemos visto pero acabamos conociendo muy bien, tanto la década violenta de los ochenta y, sobre todo, la personalidad de ese padre, tan imaginativo, tan charlatán y tan alejado, que ahora quiere recuperar el amor de sus hijas ante las dudas de Elena, su ex y madre de las niñas, y la abuela, que lo conoce demasiado y por eso lo aleja todo lo que puede. Resulta interesante como la película capta la infancia y la adolescencia a través de las niñas, y ese mundo de los adultos tan preocupado por el país y el miedo a qué pasará. 

La excelente cinematografía de Diego Romero, que ya había hecho con Reynicke las mencionadas Love Me Tender y La vie devant, tiene en su filmografía trabajos con cineastas como Roberto Minervini e Ignacio Vilar, y La bronca (2019), dirigida por el citado coguionista Diego Vega y su hermano Daniel, consigue esa luz tan característica de la época, donde se manifiesta esa intimidad que mencionaba, donde la calidez de lo doméstico contrasta con la luz de afuera, más intensa y ruidosa, donde la agitación del país se nota en cada mirada y cada gesto de los personajes. El magnífico trabajo de montaje que firma el dúo Francesco de Matteis con más de 40 títulos a sus espaldas, y Paola Freddy, que ya había estado a las órdenes de la cineasta peruana, con una amplia experiencia al lado de nombres tan importantes como los de Krzysztof Zanussi, Andrea Pallaoro y Piero Messina, donde todo se mezcla con naturalidad y con buen ritmo, pausado y nada ajetreado, en la que se cuenta la difícil gestión ante los graves acontecimientos en sus 104 minutos de metraje que pasan de forma interesante y nada repetitivos. Sin olvidar algunos temas pop muy del momento como el de Hombres G que bailan en la fiesta. 

Mención especial tiene el extraordinario trabajo del equipo interpretativo con unas grandes actuaciones llenas de transparencia y cercanía, empezando por las dos niñas debutantes que son Abril Gjurinovic como Lucía, la pequeña de la casa y también rebelde, y Luana Vega es Aurora, en plena efervescencia adolescente, con los amores intensos y las amigas para toda la vida. Los adultos son los intérpretes peruanos Gonzalo Molina como Carlos, esa especie de soñador eterno, de aventurero de pacotilla pero parece ser que con gran corazón y con ganas de querer un poco a sus hijas, mientras que Jimena Lindo es Elena, la madre que ha tirado palante a pesar de las dificultades y que está moviendo mar y aire para conseguir la documentación necesaria, venciendo mil y un obstáculo burocrático, para salir del país y empezar de nuevo muy lejos de allí, antes que la situación se ponga peor. La gran Susi Sánchez hace de abuela, una matriarca observadora y acompañante que sabe muy bien de qué pie calza el susodicho padre de las niñas, una mujer que ha vivido demasiado para saber y conocer a los demás. Y finalmente, una retahíla de actores y actrices peruanos que interpretan de forma sencilla y natural.

La película Reinas se ha producido gracias al esfuerzo y el trabajo de tres países como Perú, Suiza, ciudad de exilio de la directora, y España, a través de Inicia Films de Valérie Delpierre, siempre tan atenta al talento como ha demostrado con Carla Simón, Pilar Palomero, David Ilundaín, Estibaliz Urresola, Àlex Lora y Enric Ribes, entre otros. La cinta de Reynicke no está muy lejos de cineastas como Lucrecia Martel y su inolvidable La ciénaga (2001), peliculón paradigma que ha abierto muchas puertas y ha ayudado a otro cine como el de Albertina Carri, Milagros Mumenthaler, Julia Solomonoff, Mariana Rondón, Tatiana Huezo, Dominga Sotomayor, entre otras, que han explorado la familia, la política y demás asuntos tan arraigados a su continente. No dejen escapar una película como Reinas, de Klaudia Reynicke, porque conocerán aquellos años convulsos del Perú de principios de los 90 y además, verán cómo los gestiona una familia desde sus diferentes miradas, de la infancia, la adolescencia, la adultez y la vejez, en su lucha por seguir viviendo con dignidad, aunque sea dejando su tierra para empezar de nuevo en otro país, en otro idioma y demás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Gonzalo Benavente Secco

Entrevista a Gonzalo Benavente Secco, director de la película «La revolución y la tierra», en Casa Amèrica de Catalunya en Barcelona, el viernes  30 de junio de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Gonzalo Benavente Secco, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Anna Vázquez de Comunicación de Casa Amèrica de Catalunya, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Víctor Checa

Entrevista a Víctor Checa, director de la película «Tiempos futuros», en el marco del D’A Film Festival en el Hotel Regina en Barcelona, el miércoles 4 de mayo de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Víctor Checa, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de Comunicación del Festival, por por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Canción sin nombre, de Melina León

LA HIJA ROBADA.

“Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ella”.

Joan Baez

Erase una vez una chica andina peruana de veinte años que se llamaba Gerogina Condori. La venta ambulante de patatas, el folklore de su tierra quechua, y el amor de Leo, con el que esperan una niña. Un día, Georgina va a Lima a parir en una clínica clandestina. Al nacer, le impiden ver a su hija y la echan de malas maneras. Cuando vuelve con Leo, no queda rastro de la clínica. Georgina, triste y desesperada, acude a Pedro Campos, un joven periodista que le ayuda a investigar el caso. Estamos en el Perú de finales de los ochenta, más concretamente en el año 1988, el país es un polvorín, azotado por la terrible inflación, la corrupción y el auge del terrorismo de Sendero Luminoso. Ante ese panorama desolador y miserable, la empresa de Georgina y Pedro sería muy ardua y difícil. La cineasta peruana Melina León, que ya había deslumbrado con su cortometraje El paraíso de Lili (2009), en la que relataba a una niña rebelde que descubría que la actitud personal es política, también, ambientado en el Perú de finales de los ochenta, y estrenado en el prestigioso festival de New York, tiene más de veinte premios internacionales.

Ahora, nos llega su opera prima, con el revelador título de Canción sin nombre, las canciones andinas que escuchamos en la película, las mismas canciones que nunca podrá escuchar su hija. León nos cuenta su relato a través de una película muy estilizada, donde el formato de pantalla es el 4/3, cuadrado, y la utilización del blanco y negro como forma de expresión, bañado de esa neblina oscura y pesada que acoge todo el relato, una magnífica luz obra de Inti Briones, que ya estuvo en su cortometraje, y es responsable de Tarde para morir joven, de la chilena Dominga Sotomayor, entre otras. Una cinematografía asombrosa y paciente, con esos planos fijos, inamovibles, acompañados de pocos movimientos de cámara, elegantes y sutiles, o la excelente partitura musical que firma Pauchi Sasaki, y el estupendo montaje que firman la propia directora, acompañados de Manuel Bauer y Antolín Prieto. Un guión que firman León y Michael White, donde nos guían Georgina y Pedro, por ese laberinto kafkiano y mísero en el que se ha convertido la inexistente justicia peruana y sus gobernantes, más interesados en masacrar económicamente las arcas del estado, que en los problemas sociales y económicos de los ciudadanos.

La película está llena de contrastes, ya desde el idioma, donde conviven con naturalidad el quechua y el castellano, lo rural, donde viven los andinos, con sus costumbres y su existencia precaria y tranquila, en contraposición con Lima, la urbe, que veremos a trozos, por partes, donde se cuece todo el berenjenal de corrupción que tiene asumido en el caos al país, donde todavía se arrastran ideas conservadoras, como las que sufrirá el propia periodista cuando avanza en sus investigaciones, con su relación homosexual con el actor cubano (un personaje que se parece mucho al que hacía Jorge Perugorría en la inolvidable Fresa y chocolate), que está ensayando El zoo de cristal, de Tennesse Williams, una obra que define la trama de la película, y el Perú que retrata, porque nos muestra el conflicto existente en una familia del sur de los EE.UU. de la gran depresión, entre los deseos personales y la realidad social.

El gran trabajo de sobriedad y contenido que hacen los intérpretes de la película, empezando por Pamela Mendoza, que hace de Georgina Condori, la mujer pobre y sin recursos, que hará lo imposible por recuperar a su hija, junto al buen hacer de Tommy Párraga, que también estuvo en el cortometraje de León, da vida a ese periodista que todavía cree en su trabajo y ayuda al necesitado, a aquel que necesita que su caso tenga luz, tenga visibilidad, con un estado que no permite enterrar a los muertos, que beneficia al poderoso en detrimento del débil, que hace y deshace para proteger los intereses económicos, que sirve al delincuente y pisotea al pobre. La cineasta peruana ha construido una película sobria y contundente, reposada y verdadera, donde nos muestra a dos personas humildes e íntegros, sumergidos en la maraña política y corrupta de un Perú lleno de sombras y espectros, de gentuza sin escrúpulos que utilizan al pobre para abastecerse, ya sea robándoles sus hijos o metiéndolos en actividades delictivas, como el instante que el periodista habla con el senador, y éste justifica la corrupción del país, y le insta a olvidarse del asunto.

León emerge como una cineasta honesta y rompedora, capaz de retratar la verdad de aquel Perú ochentero, con la contundencia del veterano, mostrando sin dar demasiadas explicaciones, dotando a su película de momentos llenos de fuerza y sensibilidad, instantes que se instalan en el alma, huyendo de sentimentalismos y recovecos argumentales, todo se muestra con claridad y aplomo, y elevando su nombre a los grandes debuts del cine, visibilizando una cinematografía como la peruana, haciéndola internacional y visible, y el enorme premio que es que una cinematografía como la peruana, casi inexistente en la cartelera de nuestro país, tenga ese rinconcito para los espectadores más inquietos y curiosos. La directora peruana no ha hecho una película alegre y esperanzadora, su mirada es triste y desoladora, aunque también, es consciente de la realidad que retrata, de la miseria moral que quiere transmitir con su relato descarnado y deshumanizado, donde lo íntimo y personal entronca con la realidad triste y amarga del país. Quizás no podremos hacer que el mundo sea más justo, solidario y humano, pero sí que podremos seguir en la lucha, en la pelea, en levantarnos cada vez que nos caemos, en seguir firmes en nuestra idea comunitaria y humanista, aunque, encontremos más derrotas que victorias, siguiendo y creyendo en la mejor lucha que hay, que es aquella que se hace sin esperanza. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Óscar Catacora

Entrevista a Óscar Catacora, director de la película «Wiñaypacha», en los Cines Verdi en Barcelona, el viernes 30 de noviembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Óscar Catacora, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sonia Uría y Àlex Tovar de Suria Comunicación, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.