Bye Bye Tiberias, de Lina Soualem

CUATRO MUJERES PALESTINAS. 

“Somos lo que dejamos en los otros”. 

Ángeles Mastretta

La película arranca con una grabación doméstica en la que vemos el lago Tiberias, símbolo de un pasado que ya no volverá para la excelente actriz palestina Hiam Abbas (con más de 60 títulos en los que ha trabajado con Amos Guitai, Tom McCarthy, Jim Jarmusch, Ridley Scott y Costa-Gavras, etc…)  y su familia. Un lugar que sigue existiendo en un tiempo determinado. Un espacio que simboliza también el tiempo pasado y el futuro incierto en el que se encuentra la población palestina. Así empieza Bye Bye Tiberias, la segunda película de Lisa Soualem, hija de Hiam, que vuelve a hablar de sus raíces como hiciese en su primer largo Leur Algèrie (2020), en la que hablaba de la familia paterna. Ahora, profundiza en la familia materna, a través de su madre, que se exilió a los 20 años para seguir su sueño de ser actriz, y las dos mujeres que le precedieron, su madre y abuela. Pasado y presente se envuelven para contarnos una historia de cuatro generaciones de mujeres palestinas en las que se recorre, cómo no podía ser de otra forma, la dura historia del pueblo palestino. Aunque, a diferencia de otros documentos sobre el conflicto, en esta, la raíz de todo es una historia familiar, la de Abbas, contando una cotidianidad invisible y muy cercana. 

El guion que firman la propia directora y Nadine Naous, también realizadora en títulos como Clichés (2010), cortometraje protagonizado por la citada Hiam Abbas, y el largo Home Sweet Home (2014), que explora las entrañas de su familia palestina-libanesa, se sustenta desde mostrar lo oculto, es decir, recorrer a las cuatro mujeres palestinas que escenifican la historia y la realidad de otras muchas que se han visto afectadas por la eterna guerra entre Palestina e Israel, a partir de archivo en el que vemos imágenes inéditas de la Palestina de los cuarenta del siglo pasado, la expulsión de familias palestinas de 1948 para que fuesen ocupadas por israelitas, las mencionadas grabaciones domésticas de los noventa cuando Hiam volvía a ver a su familia con Lina de niña. Una película de idas y venidas entre pasado y presente, donde lo de antes y lo de ahora, con la actriz viajando a los lugares que fueron y ya no son, es un continuo espejos-reflejos donde la historia queda a un lado para centrarnos en el rostro y los cuerpos de unas mujeres que han vivido el horror, el exilio, y las penurias de una vida en constante peligro que, les ha llevado a estar separados de los suyos. 

Soualem se ha acompañado de grandes cineastas para contar la historia de su familia materna a través de su madre, empezando por la cinematógrafa Frida Marzouk, de la que hemos visto películas como Entre las higueras y Alam, entre otras, con un trabajo de luz natural y mucha naturalidad, donde se cuenta desde lo íntimo y con gran profundidad en una interesante mezcla de texturas y colores cálidos todo el devenir de las que no están y de las que sí. La música de un grande como Amin Bouhafa con más de 50 títulos en su filmografía, junto a cineastas de la talla de Abderrahmane Sissako, Kaouther Ben Hania y Rachid Bouchareb, y muchos más, donde sin enfatizar vamos descubriendo la historia desde la honestidad y la sinceridad que demanda un relato como éste. El gran montaje de Gladys Joujou, una gran profesional que tiene en su haber nombres tan importantes como Oliver Stone, Jacques Doillon, y películas recientes como El valle de la esperanza, de Carlos Chahine, que imprime un carácter sólido e interesante a la amalgama de imágenes, tiempos y miradas que anidan en la película, consiguiendo que en sus reposados 82 minutos todo ocurre de forma tranquila por la que se recorren temas como la familia, la sangre, la tierra, la política, los sueños y demás menesteres.

La gran labor de una película como Bye Bye Tiberias no es la de hacer una historia que hable sobre la guerra y la expulsión de los palestinos, como ya hay muchas películas sobre el tema, sino la de hacer una relato que se centra en la retaguardia, es decir, en todas las heridas que un conflicto tan sangriento ha dejado en las personas, y sin hacerlo desde la tristeza y la desilusión, sino desde la mirada y el gesto cotidiano, desde las cuatro mujeres palestinas de esta familia: la bisabuela, la abuela, la madre Hiam Abbas y la propia directora, y hacerlo desde lo más íntimo y lo más profundo, sin caer en el derrotismo y la desesperanza, sino con alegría y humor, a través del amor que nos han dejado las que nos precedieron y lo que hacemos desde el presente, recordándoles y siendo fieles a su legado, a su tiempo, a su historia y por ende, la de nuestro país, Palestina, un país que siempre existirá en el corazón aunque pierda la tierra, nunca perderá su historia y su memoria, porque esa cuestión es la que pone sobre la mesa la película de Lina Soualem: el significado de un país, su tierra, sus gentes, su memoria y todo lo demás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Gaza Mon Amour, de Tarzan y Arab Nasser

UN AMOR EN UNA TIERRA DIFÍCIL.

“Si la pasión, si la locura no pasaran alguna vez por las almas… ¿Qué valdría la vida?”

Jacinto Benavente

Cada vez que llega a nuestras pantallas una película sobre Palestina, cosa que sucede en raras ocasiones, vemos una historia donde el conflicto árabe-israelí tiene una fuerte presencia, como no podría ser de otra manera. Con Gaza Mon Amour, de los hermanos gemelos Tarzan y Arab Nasser (Palestina, 1988), estamos ante una película diferente, una película que tiene el conflicto como telón de fondo, pero su foco de atención se mueve en la ciudad de Gaza, en unos pocos habitantes y en sus existencias cotidianas. El relato narra la vida sencilla y humilde de Issa, un pescador de sesenta años, que tiene una escasa área de kilómetros para pescar, y se relaciona con una hermana que quiere casarle. Issa está enamorado secretamente de Siham, una mujer de su edad que trabaja como modista en un mercado de la zona, que lidia con una hija divorciada demasiado moderna para ella. La vida de Issa dará un cambio radical, cuando por casualidad, saca del fondo del mar una estatua de Apolo que guarda celosamente en su casa. La policía la descubre y el pescador sesentón se verá envuelto en conflictos con la ley.

Los directores palestinos afrontan su segundo trabajo, después de su opera prima Dégradé (2015), construyendo un tono de fábula, de cuento tradicional pero de aquí y ahora, en que los personajes se ven envueltos en la difícil ocupación al que son sometidos, los continuos cortes de luz, y las carencias de una vida que parece anclada en el pasado y en las dificultades continuas. A pesar de eso, el personaje de Issa mantiene una actitud de resistencia, de humanidad, llena de vitalismo, enamorado de las cosas sencillas, como ese “momentazo” en la cocina cuando baila al son  de “Que no se rompa la noche”, de Julio Iglesias. La película mantiene todo el marco de una tragicomedia, donde hay tiempo para el dolor, para la comedia negra, donde los vaivenes de la vida se toman de forma agridulce, donde en mitad de ese caos vital y social que es Gaza, también hay tiempo para la esperanza, para el amor, y la película no lo hace desde el victimismo o la condescendencia, sino desde el otro lado, desde el humanismo rosselliniano, y del tándem Berlanga-Azcona, donde a través de una singular realidad social, donde hay mucho humor, se habla del contexto, con la ocupación y todo aquello que produce dolor a los palestinos.

La luz mortecina y acogedora de la película se convierte en otro elemento indispensable para contar este retrato de gentes sencillas y humildes que a pesar de todo, se levantan cada día para vivir y porque no, también para vivir una historia de amor, porque el amor, sea lo que sea, no tiene tiempo ni edad, sino voluntad y paciencia, y puede ocurrir a cualquier edad, solo se ha de estar vivo e ilusionado para sentirlo, y sobre todo, disfrutarlo, ya sea con veinte, cuarenta o sesenta años. La excelente pareja protagonista formada por Salim Daw, un experimentado actor israelí, que da vida a Issa, el hombre sencillo, humano, valiente, y solitario, frente a él, Hiam Abass, una de las grandes actrices árabes más internacionales, compone una mujer de verdad, con sus inquietudes y complejos. Los dos forman una pareja madura, sensible, que conmueve y nos hace vibrar de vida y amor, que recuerda a aquella otra pareja de la película Solas (1999), de Benito Zambrano, la que formaban María Galiana y Carlos Álvarez-Novoa, una historia de amor madura, construida a base de miradas, gestos y sensibilidades, en la que una mujer que tiene a su marido machista en el hospital, encontraba en un viudo de la escalera donde vivía su hija, el consuelo y el amor que nunca había tenido.

Tarzan y Arab Nasser han hecho una película sencilla y muy íntima, de esas historias en las que no pasa nada y pasa todo, que va creciendo lentamente, sin estridencias ni piruetas narrativas ni formales, solo la vida, y mirada desde el respeto y la honestidad, generando esa verdad en cada detalle, cada objeto, y cada movimiento y mirada, en la que dejan la ocupación como telón de fondo, y se sumergen en las vidas de las personas que viven en Gaza, en su existencia y cotidianidad mientras el mundo se desmorona cada día, y su entorno se convierte en una zona llena de tensión y muerte, donde a pesar de tantas hostilidades, la vida continúa y las personas siguen con sus quehaceres laborales, y también, sentimentales, porque como nos decían Rick e Ilsa en Casablanca: “Nosotros nos enamoramos mientras el mundos e cae en pedazos”, porque cuando llega el amor, o lo que creemos que es amor, el mundo da igual, el entorno más próximo da igual, todo se detiene, y la persona que tienes delante se convierte en todo tu mundo y tu ser. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Alma Mater, de Philippe Van Leeuw

LA GUERRA COTIDIANA.

“Me gusta pensar que los momentos más importantes de la historia no tienen lugar en los campos de batalla o en los palacios, sino en las cocinas, los dormitorios o las habitaciones de los niños”

David Grossman

La película se abre y se cierra de la misma forma, con un amanecer, la cámara se apoya en el rostro de un abuelo encendiéndose un cigarrillo y mirando a través de la ventana, no vemos el exterior, sólo su mirada perdida y expirando el humo, así sin más. La cotidianidad se define frágil e incierta, como si el cigarro que se va consumiendo fuese una metáfora de ese tiempo que se vive sin vivir, que se está sin estar. El cineasta Philippe Van Leeuw (Bruselas, Bélgica, 1954) ha desempeñado toda su carrera en la cinematografía con autores tan prestigiosos como Bruno Dumont, Laurent Achard o Claire Simon, entre otros. Fue en el año 2009 cuando debutaba en la dirección con El día en el que Dios se fue de viaje, en la que filmaba el retrato íntimo y humanista de un niño en mitad del genocidio de Ruanda.

Casi una década después, vuelve a ponerse tras las cámaras con otra historia rasgada por la tragedia, situándonos en el interior de un piso en mitad de una ciudad cualquiera en Siria, y acotándonos el relato a una solo jornada. Un solo día, donde viviremos con una familia siriana, que acoge a una pareja de vecinos con su bebé, su cotidianidad, sus miedos, sus esperanzas y (des) ilusiones. La señora de la casa, Oum Yazan, una espectacular y maravillosa Hiam Abbass, capitanea y dirige a los suyos y a los acogidos, está alerta de cualquier situación o ruido extraño que se produzca en las cercanías, y mantiene el aliento cuando este decae y el espíritu combativo entre la pequeña comunidad que resiste a pesar de todo y todos. Oum se convierte en la guardiana y protectora de esta familia de circunstancias, una familia de supervivientes en el caos de la guerra, vemos sus rostros, que se mueven entre la incertidumbre y el miedo, en un retrato que el fuera de campo se convierte en esencial para la trama, ya que el exterior se convierte en un desierto desafiante y peligroso, sólo vemos lo que proporciona alguna ventana.

Así que, el piso, con sus habitaciones y sus moradores, se convierten en el rostro humano que vive o mejor dicho, malvive en esa maldita guerra. Van Leeuw propone un retrato femenino, ya que los hombres se hallan fuera por diversos motivos. El marido de Oum está fuera, intentando ayudar en lo que sea fuera, a los que más lo necesitan, y el marido de Halima (los vecinos del bebé) ha tenido que salir y no vuelve, y ella se angustia porque no sabe nada de él. Una película estructurada a través de dos mujeres, la señora que mantiene el orden del hogar, o lo que queda de él, en mitad del caos, en una especie de matrona resistente en la que sacrificará lo que haga falta para mantener su hogar como especificará en algún momento: “Nací sin hogar. Nadie me sacará de aquí”, por otro lado, Halima (estupenda Diamand Abou Abboud dando la réplica a Hiam Abbas) ha planeado su fuga con su marido y bebé, ya que no resiste más en ese espacio y en mitad de tanto peligro. Dos formas de enfrentarse a la guerra, a la supervivencia, a soportar el miedo y a sacar fuerzas de donde haga falta para seguir hacia delante.

El cineasta belga se centra en el retrato humano, en la dignidad humana, y no lo hace desde la condescendencia o el sentimentalismo, nada de eso, su posición es la del humanismo y el retrato serio y sincero de unas almas enjauladas expuestas a todo tipo de peligros en los que su vida se mantiene de un hilo muy frágil que puede romperse en cualquier momento. Van Leeuw compone una trama en el que el terror y el drama íntimo se mezclan de manera realista y sorprendente, en una película que nos sobrecoge, y nos mantiene en todo momento compungidos y aterrorizados por todo lo que sucede a sus personajes, aunque todo hay que decirlo, y eso es mérito de la dirección y la puesta en escena, Leeuw no trata en ningún momento de lanzar ningún discurso paternalista ni nada por el estilo, al contrario, mira esos rostros y les concede su protagonismo, devolviéndoles la garra y fuerza de esos rostros humanos que los medios invisibilizan de manera escandalosa, centrándose en los datos y demás aspectos que deshumanizan el horror cotidiano que sufren las personas anónimas en mitad de una guerra. Van Leeuw no sólo ha construido una película humanista, como las que hacía Rossellini sobre la guerra, sino también pone rostros a todos los seres humanos que han vivido, viven y vivirán una guerra, centrándose en su cotidianidad, en sus miedos, inseguridades, peligros y sobre todo, en su humanidad, aunque sea tan difícil de mantener en ese tipo de situaciones.

 

El verano de May, de Cherien Dabis

el_verano_de_may_54841ENTRE DOS MUNDOS.

Después de foguearse en el mundo del cortometraje, con el que consiguió varios reconocimeintos internacionales, la cineasta Cherien Dabis (1976, Omaha, Nebraska, EE.UU.) debutó en el largo con Amerrika (2009), en la que se adentraba en los problemas de adaptación de una palestina y su hijo adolescente en un pueblo de Wisconsin. En su segundo trabajo, intercambia los papeles, para contarnos el viaje a la inversa, la «extranjera» que vuelve a la tierra de su infancia. El hilo conductor de la película es May Brennan, una neoyorquina que afamada excritora que regresa a su casa, en Amman (Jordania), con el objetivo de casarse con su prometido. Dabis construye un relato costumbrista, conocemos la forma de vida árabe, y pensamiento de su madre, Nadine, convertida al cristianismo que rechaza el matrimonio de su hija porque se casa con un musulmán, también encontrará a sus hermanas menores, que se comportan como unas adolescentes rebeldes, y finalmente, su padre, Edward, que se ha vuelto a casar con una mujer de su misma edad. El choque cultural y social que se encuentra May es brutal, ella es jordana, pero con mentalidad estadounidense, sus raíces son árabes, pero su modo de vida y pensamiento son completamente diferentes.

Stills of Cherien Dabis' movie "May In The Summer" with Displaced Pictures productions

Dabis no se centra en el conflicto político eterno de la zona, está ahí, nos lo explica con pequeños detalles los sucesos trágicos que forman parte de la cotidianidad en los países vecinos (como el avión que escuchamos que paraliza por un instante a todos cuando se encuentran en el hotel de lujo del mar muerto), su mirada se centra en el entorno familiar, en las heridas del pasado, y en las complejas relaciones entre May y su madre, y sobre todo, en la crisis emocional que lentamente irá invadiendo el interior de May, y llenará de dudas ante el paso de contraer matrimonio. La trama navega entre los momentos de gran complejidad emocional, en el que Dabis se acerca al drama de forma íntima y midiendo la distancia, sin caer en el sentimentalismo, mostrándose sensible y honesta con la materia que tiene entre manos, también deja espacio para la comicidad, hay momentos de comedia alocada, con carreras y risas entre las situaciones que se van generando entre un mundo cerrado y de fuertes lazos familiares, en contraposición con lo que representa May, la exiliada que vive en un entorno de libertad y capitalismo.

MITS_42cg

La película se muestra fresca y valiente, con unos personajes bien construidos, en el que cada uno de ellos está construido por una profundidad que hace aún más rica la historia, todos se mueven en ese entorno familiar en el que se han guardado demasiadas cosas hacia dentro, que nada es lo que parece, que aún faltan palabras que no fueron dichas, o simplemente no era el momento, todos los personajes tienen esa profundidad emocional , y cada uno de ellos alberga su propio conflicto personal, con el que lucha y en algún momento, deberá enfrentarse, y a continuación, sacar a los demás integrantes familiares. Podría tratarse de un verano más, pero no será así, May y su familia pondrán sobre la mesa sus rencillas familiares y tratarán de manifestar sus miedos, inquietudes, y aquello que les hace daño y todavía no han sido capaces de tratar. Cherien Dabis además de actuar, dirige, escribe y coproduce una película que tiene a la estupenda Hiam Abbas (que ha trabajado con Jarmusch, Spielberg, y demás) como la madre recta y protectora, y la experiencia y sabiduría de Bill Pullman, como Edward, el padre extranjero que mantiene una dura pugna con sus hijas. Un obra en ocasiones dulce y compleja, divertida y dramática, que se sumerge en los conflictos familiares y los choques culturales y sociales de un modo atrevido, sencillo, y sensible.