Vientos de la Habana, de Félix Viscarret

Poster 700x1000 SS FECH AFLA AMARGURA DE LOS PERDEDORES.

“Siempre hago lo que no quiero hacer, y

casí nunca hago lo que quiero hacer”

El asombroso e inagotable universo del escritor Leonardo Padura (1955, La Habana, Cuba) en el que describe con amargura y nostalgia cierta idea de lo que pudo haber sido y no fue en sus novelas, eunl desencanto de la revolución y sus restos, un mundo envejecido y triste, poblado por seres que se pierden en la melancolía de lo que conocieron y dejaron atrás, y sueñan con un futuro diferente que no acaba de llegar, y alimentan esperanzas vanas o ilusorias de una realidad que duele, que se cae a trozos y deja poco espacio para la vida. Padura observa tanto su mundo como sus personajes de forma crítica, aunque les tiende alguna mano que otra para que consigan salir a flote en esta isla a la deriva en que se ha convertido Cuba. Sus novelas ya han sido materia prima de varias películas, en el 2011, colaboró como guionista en la película colectiva 7 días en la Habana, tres años más tarde, escribió el guión junto al director Laurent Cantet de Regreso a Ítaca, que recogía varios pasajes de su novela La novela de mi vida.

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Ahora llega la adaptación de su libro Vientos de cuaresma (protagonizada por su emblemático inspector de policía Conde) guión que ha escrito junto a su mujer Lucía Coll y ha contado con la colaboración del director Félix Viscarret (1975, Pamplona). El arranque de la película es brutal, situando al espectador en las calles nocturnas y desiertas de La Habana, mientras un camión va inundándolo todo de humo frío para combatir el terrible azote de los vientos cálidos. Unas imágenes fantasmales llenas de ironía y crueldad. El director Félix Viscarret que, debutó en el 2007 con la excelente Bajo las estrellas (que retrataba a un trompetista fracasado que volvía a su pueblo natal junto a su hermano perdido y la cuñada de la que se enamora) se ha dedicado este tiempo al campo televisivo dirigiendo series, dirige con oficio y sobriedad una película de corte clásico, un noir de los de toda la vida, con policías románticos y desencantados, aficionados al ron, que deambulan por las callejones oscuros, los tugurios donde escuchan jazz, y recaba información a través de confidentes de medio pelo, y anda dando tumbos a la espera de algo o alguien que lo saque de su desidia y eterna tristeza, en el que no falta de nada, la femme fatale que enamora al protagonista, pero que encierra oscuridad y misterio, policías jóvenes con ansias de comerse el mundo, compañeros del cuerpo y rivales, jefes que ocultan cosas y no son muy transparentes, y finalmente, una mujer muerta, aparentemente de vida ejemplar como profesora, y políticamente admiradora de la revolución, pero parece que andaba metida en cosas que no eran del todo claras para la salud.

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La película respira sobriedad y pausa, su trama nos conduce por una intriga bien definida que nos atrapa, y se desenvuelve con holgura, sujeta a cambios y giros inesperados que ayudan a comprometernos con lo que se cuenta, con la jungla urbana de La Habana omnipresente, que guarda misterios y elegancia del pasado, y un presente olvidado, ruinoso, y crepuscular, de una revolución que agoniza y un pueblo marcado por la pérdida y la ausencia, en un magnífico trabajo de ambientación, en el que se consigue una atmósfera espectral y caribeña, en la que se respira miedo e inseguridad. Un viaje interior lleno de personajes que mienten y callan, porque hablar siempre es sinónimo de problemas, una trama que nos conduce hasta el pasado, al instituto donde Conde estudiaba, a lugares sórdidos y oscuros donde la vida no vale nada, a turbios locales y pisos de pasillos interminables en los que se fragua el alcohol, las drogas, pobladas de gente de mal vivir.

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Un gran plantel de intérpretes en los que sobresale el riguroso trabajo de Jorge Perugorría, componiendo un policía cansado y melancólico como la ciudad que se mantiene a su alrededor, alguien que perdió demasiado por el camino y no logra encontrar algo que lo devuelva a la vida (es un escritor frustrado, que sólo escribe cuando se enamora,  como uno de los personajes de Regreso a Ítaca), que se agarra a su balsa, escenificada en Karina, esa mujer de la que no sabe nada pero que no ceja en su empeño, y vive una pasión desaforada e irreal, Lissette, la profesora asesinada, que da vida Mariam Hernández, en un trabajo de los que dejan huella, mostrando con detalles todo ese mundo sórdido, de sexo y alcohol, en el que se encerraba en las cuatro paredes de su casa, y finalmente, uno secundarios, a la altura de la trama, los Luis Alberto García (el inválido veterano de la guerra de Angola), Vladimir Cruz (actor de la emblemática Fresa y chocolate, con Perugorría, aquí el compañero rival) y Enrique Molina, veterano actor, que da vida a ese jefe/padre que ayuda y reprende a Conde según haga el peculiar inspector con métodos propios y ajenos al cuerpo. Cine negro, que nos introduce en lugares de una ciudad soñada por muchos, olvidada por otros, pero que sigue en pie, vieja y oxidada, pero en pie, manteniendo la dignidad que unos le intentaron robar, y no consiguieron, porque los que todavía la habitan siguen amándola, a pesar de todo lo que les arrebató, pero quién dijo que todo iba a ser así, cuando se pensaba en todo lo contrario.


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El gran día, de Pascal Plisson

elgrandiaCREER EN UNO MISMO.

En Camino a la escuela (2013), el director francés Pascal Plisson (1959, París) filmó la peripecia diaria de ir al colegio, llena de peligros y dificultades, que emprendían cuatro niños de condición rural y pobre, de diferentes lugares del mundo. Partiendo de aquella base, y de parecida estructura y forma, Plisson vuelve a sumergirnos en cuatro historias de niños-adolescentes también de orígenes humildes. La mirada del cineasta galo se centra en Albert, un chaval de 11 años, que vive en La Habana (Cuba), su sueño es ser boxeador y para eso trabaja incansablemente en el gimnasio. Su meta es ganar el combate para acceder a la academia del deporte. Seguimos con Deegii, una niña de 11 años que vive en las afueras de Ulan-Bator (Mongolia), que se esfuerza duramente para convertirse en contorsionista profesional trabajando en un circo. De ahí, nos trasladamos a Benares, la capital de Bihar, un estado pobre del noroeste de la India, donde conoceremos a Nidhi, de 15 años, que estudia matemáticas y trabaja ferozmente para aprobar el examen de acceso al Instituto Politécnico para conseguir un buen empleo que ayuda a su familia. Y finalmente, viajamos hasta Uganda, al Parque Nacional Queen Elizabeth, donde nos toparemos con Tom, de 19 años, que estudia para superar el examen y ser uno de los guardas forestales.

Cuatro caminos, cuatro destinos, cuatro formas de trabajar pero el mismo objetivo, un trabajo que les ayude a ellos a crecer como personas, y también, ayude a sus familias a escapar de las situaciones de pobreza que viven, y de esta manera, aprovechar las oportunidades que sus padres no tuvieron. Plisson fragmente las cuatro historias, y crea una sueva mezcla, a modo de rompecabezas, en el que seguimos las cuatro historias de manera tranquila y pausada. Nos adentramos en las actividades y la preparación que llevan a cabo estos niños y jóvenes. El apoyo familiar, esencial para ellos. Y también, relación que mantienen con sus preparadores.

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Plisson nos cuenta este viaje de manera honesta y sencilla, quizás le sobra algún que otro sentimentalismo y subrayado musical, pero no deslucen su emocionante mensaje, el de unos niños trabajadores y luchadores que quieren con su sueño huir de la miseria y ayudar a los suyos. El relato se propone remover conciencias, y ofrecer algo de luz a las injusticias y desigualdades tremendas que diariamente invaden este mundo. Una fábula que rescata esa humanidad que parece haber perdido buena parte del planeta, más interesada en el éxito y prestigio personal. Plisson aporta su granito de arena en dar visibilidad a niños que trabajan y luchan por conseguir su sueño, su objetivo es modesto, pero inmenso para ellos, quieren ser elegidos para seguir estudiando y preparándose en lugares donde aparentemente entran otros niños y jóvenes de otra índole social, pero ellos, a base de trabajo y constancia, que podríamos añadir que son las armas de los pobres, reivindican su lugar y su espacio. También, la película muestra, a través de las historias de los niños, otra cara completamente diferente a la que nos suelen bombardean los medios de comunicación sobre sus países, la película aporta otra mirada, una forma diferente de acercarse a la realidad de esos países, azotados por la pobreza injusta de países que los someten y dominan, una mirada positiva, donde existen personas que abren caminos y esperanzas para tener otro tipo de vida y seguir creciendo como personas en otros ambientes y lugares, muy diferentes a los que su condición social les había condenado.

Entrevista a Haliam Pérez

Entrevista a Haliam Pérez, director de «Marina». El encuentro tuvo lugar el sábado 17 de octubre de 2015, en un patio interior de la Universidad de Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Haliam Pérez, por su tiempo, generosidad y simpatía, y a la Muestra itinerante de Cine Independiente Cubano, por descubrirme la película.

Marina, de Haliam Pérez

12177658_10206494573714773_1295614776_oLOS QUE QUEDAN

El cineasta Haliam Pérez (La Habana, 1982), con experiencia en cortos y ayudante de dirección de Eva Vila y José Luis Guerin, es otro de los jóvenes valores que surgen de la prolífica cantera del Máter de Documental de Creación de la UPF. El realizador fue uno de esos niños, que junto a sus padres dejó Cuba buscando una vida mejor, un futuro diferente que los alejase de la falta de oportunidades de su tierra. Ahora, en su primer trabajo de largometraje, hace el viaje de vuelta, regresa a su casa, después de 13 años sin pisar la isla, vuelve a Cuba a reencontrarse con los suyos y el país que dejó, a La Habana, a casa de su abuela, Caridad Marina Pérez, nacida en 1926, una mujer que pertenece a esa Cuba de Batista, a la Cuba de la dictadura, de la pobreza, que vio en la revolución del 59, el comienzo de un sueño, de una utopía para crear un país nuevo y en libertad. Junto a ella, viven sus tres hijos, el tío Jacinto, que fue militar y lleva 14 años sin ver a su hija Katia que ha emigrado a EE.UU., el tío Arturo, alcohólico, que nunca fue el mismo después de su estancia en los años 80 en la RDA. La tía Odalys, mano derecha de la abuela y los dos hijos de ésta.

Un microcosmos humano que son filmados a contraluz por el director, en una manera de acercarse a ellos, a volver a mirarlos, a compartir ese espacio y ese tiempo, a que le expliquen sus historias, a que vuelvan a enfrentarse a sus recuerdos, que van desde la alegría y la ilusión de los tiempos de la revolución, del cambio que trajo paz y trabajo, a los años venideros que describen un tiempo roto, abandonado, donde se ha instalado la amargura y la soledad. Un tiempo que ahora ha invadido esa casa, la de la matriarca que acoge a sus hijos llenos de pena y silencio. Pérez no mira hacia afuera, apenas un par de planos exteriores, su mirada se centra en el interior de la casa, en la profundidad de las personas, en sus sueños olvidados, en las sombras y espectros de cada uno, en las distintas visiones y reflexiones que emiten de la revolución, de lo que fue, lo que siguió y lo que es ahora, en ese final de todo, del sueño, de las ilusiones marchitadas, oxidadas, y antiguas que ahora parecen sólo existir en la memoria de cada uno de ellos.

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Pérez filma a susurros, documenta esos cuerpos cansados y doloridos, invadiendo una intimidad de modo profundo y personal, huyendo del subrayado emocional, mostrándose respetuoso y paciente con lo que cuenta, y sobre todo, con las personas que está filmando, tratando de entenderlos desde la sinceridad y honestidad. Pérez toma el pulso de las fracturas y pérdidas que ha ocasionado la revolución cubana, ese amargo despertar que han sufrido y ahora sobreviven los componentes de su familia, una familia rota y separada. Se pregunta si todo esto valió la pena, y nos cede a los espectadores la palabra. El director observa a sus criaturas de modo íntimo y cercano, no se inmiscuye en su dolor y su amargura, los retrata de forma tierna y profunda. Les pregunta por sus cosas, por su vida, por su pasado, que cuesta mirarlo y llevarlo a cuestas, mientras nos va introduciendo con filmaciones domésticas y fotografías de entonces, de cuando reían y amaban, con todo ese abanico memorístico que forman sus recuerdos, los que quieren olvidar y no pueden, y los que ya olvidaron y se lamentan por ello. Una película sobre una familia, sobre lo que fueron, lo que son y quizás ya no serán, sobre cómo afecta el curso histórico de un país a las personas que viven y trabajan y de cómo se relacionan entre ellos y con su país. Un retrato oscuro y amargo de lo cotidiano sobre el fin de la utopía, de un sueño que fue la revolución cubana. Un mundo que ya sólo pertenece al pasado, de espectros y sombras, de recuerdos que se amontonan y duelen, de volver a mirarse al espejo sin necesidad de ajusticiarse ni reprocharse el pasado que ahora se siente alejado y perdido.

<p><a href=»https://vimeo.com/96002845″>MARINA TRAILER 4MIN</a> from <a href=»https://vimeo.com/collectiurucs»>Col&middot;lectiu Rucs</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>

El rey de la Habana, de Agustí Villaronga

El-rey-de-la-HabanaLOS DESHEREDADOS

En Los olvidados, de Luis Buñuel ya se explicaba con extrema contundencia y realismo como las personas que sobrevivían en condicionas extremas de pobreza, se convertían en miserables sin escrúpulos. André Bazin acuño el término “el cine de la crueldad”. La última aventura cinematográfica de Agustí Villaronga (Mallorca, 1953), acoge en su armazón narrativo la línea de ese cine de agobiante crudeza que argumentaba Bazin. Un cine que continúa el sendero emprendido por el cineasta balear en sus más celebrados trabajos, su gran debut en Tras el cristal (1987), El mar (2000) o Pa negre (2010), tres películas que nos ayudan a examinar y sumergirnos en las constantes temáticas que jalonan la cinematografía de Villaronga: ambientes opresivos y enfermizos, donde los niños o jóvenes se ven inmersos en situaciones dolorosas que los hacen resistir y sufrir en escenarios muy hostiles, acompañadas de un poderío visual y actores que rezuman vida, una narración compleja plagada de contrastes, y una mezcla de géneros que van desde el drama, la comedia o incluso una mezcla de las dos. Un cine que atrapa a través de esa desazón deprimida en la que viven unos personajes que sobreviven y luchan diariamente por salir adelante, aunque raras veces lo consigan.

Después de cinco años del gran éxito de crítica y público que supuso Pa negre, incluso fue seleccionada por la Academia para representar a España en los Oscar, vuelve a adaptar a una novela, (como ya había hecho anteriormente con Blai Bonet en El mar, o con Emili Teixidor en Pa negre), esta vez el elegido fue el texto del escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez, ambientada en el barrio Centro Habana, en aquella Cuba de finales de los 90. Un país sumido en la pobreza y en el desarraigo, como bien explica uno de los protagonistas al inicio de la película: «Éramos pobres en un país pobre. Lo único que nos quedaba era chingar y comer de vez en cuando». La trama se centra en tres personajes, el joven Reinaldo, provisto de una verga de considerables dimensiones, que acaba de fugarse de un correccional donde cumplía arresto injustamente por un homicidio no cometido, Magda, una joven que malvive vendiendo su cuerpo a vejestorios y a turistas junto a un primo medio delincuente, y Yunisleidy, un transexual que se gana la vida puteando con ricos extranjeros y trapicheando con droga. Estas tres almas perdidas, que vagan entre la miseria y la pobreza como almas en pena, supervivientes en un país derrotado, deshecho y abocado a la carencia más extrema. El sexo desinhibido y grotesco, como vía de escape que ayuda a engañar al hambre, la delincuencia y el engaño están a la orden del día, además de verse sometidos a la férrea vigilancia de un sistema abandonado y decadente.

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Villaronga no se amilana en mostrar la violencia más desatada y cruda, no hay buenos ni malos, sino gentes, individuos que están al acecho, que mueren matando y resisten ante los avatares y las desdichas de un entorno atroz, un caótico mundo en ruinas, sin salida, donde la única posibilidad es emigrar, salir de allí, empezar en otro lugar, en otro aire, pero para eso, se necesita dinero, que resulta escaso y extremadamente difícil de conseguir. El director mallorquín filma con dureza y desamparo, hay poco espacio para las emociones y el cariño, nos introduce en casas ruinosas, en sonrisas congeladas, polvos echados en colchones cochambrosos, paredes agrietadas, lágrimas secas, y corazones llenos de amargura. Vidas a la deriva, sin pasado y sin futuro, con un presente oscuro en frente, lleno de sombras, personajes que parecen alimañas a punto de ser succionadas por una catástrofe que las borrará de un plumazo para siempre. Villaronga conduce su película, a ratos con excesivo tremendismo, todo hay que decirlo, pero en suma un voraz y brutal viaje hacía los infiernos humanos, a las almas negras y oscuras, a esos lugares donde la única escapatoria es dañar sin que te hagan daño con el único propósito de echarse algo a la boca, aunque sea pan seco y frijoles recalentados.

 

Entrevista a Irene Gutiérrez

Entrevista a Irene Gutiérrez, directora de “Hotel Nueva Isla». El encuentro tuvo lugar el Lunes 1 de junio en Barcelona, en el hall del Cine Zumzeig.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Irene Gutiérrez, por su tiempo, generosidad y sabiduría, a un amigo de la cineasta Marta Andreu, que tomó la fotografía que ilustra la publicación, y al equipo del Cine Zumzeig, por su trabajo, complicidad y lo estupendamente bien que me tratan cada vez que los visito.

Hotel Nueva Isla, de Irene Gutiérrez

Hotel-Nueva-IslaRESISTIR ANTE LA RUINA

El origen de la película se remonta al año 2010, cuando Irene Gutiérrez (Ceuta, 1977), en compañía de Javier Labrador, su co-director, realizaban largas caminatas nocturnas por los márgenes del barrio habanero Jesús María, provistos de una cámara de fotos y una cabeza llena de historias. En una de aquellas veladas descubrieron el armazón enorme y esquelético del hotel, un alojamiento que tuvo sus días de gloria, pero ahora se ha convertido en un inmueble ruinoso y sucio que se cae a pedazos.

El relato se detiene en su último habitante, Jorge, un enjuto, enfermo y callado sesentón que sigue viviendo entre esas ruinas, una suerte de Quijote desterrado y olvidado, y Robinson Crusoe, que resiste con bravura y paciencia los embates de su existencia. Jorge sigue firme a su  propósito de encontrar alguno de los tesoros que, según él, depositaron los últimos visitantes en las paredes del hotel al huir, cuando estalló la revolución. La cámara sigue su devenir cotidiano, observando los quehaceres de Jorge, su trabajo incesante donde se va encontrando con pequeños utensilios y viejas máquinas que repara, siendo testigo de su caminar diario entre un lugar deshabitado, un espacio que tiende a desaparecer, a olvidarse, sólo los vecinos de Jorge, Waldo, un negro que al igual que él, sueña con darle un futuro mejor al envejecido hotel, y La flaca y su hija, que deciden abandonar el lugar en busca de un sitio mejor. Las visitas de Josefina, amante de Jorge, que intenta infructuosamente alejar a Jorge del hotel, y empezar una nueva vida juntos en otro lugar, sin olvidarnos del inseparable Patabán, un pequeño can que sigue inseparablemente a Jorge por todo el hotel.

La cineasta ha elegido ese único espacio, lleno de pasillos, estancias, y habitaciones cochambrosas y en peligro de derrumbe. Del exterior, sólo vemos un par de planos de la Habana vieja, el resto del metraje, se convierte en ese fuera de campo, en off, un escenario que sólo escucharemos, y veremos a través de la luz que se filtra. Gutiérrez con experiencia en el campo documental, donde ha desarrollado un trabajo muy estimulante, donde ha reflexionado profundamente sobre la problemática de las fronteras y los márgenes que resquebrajan los territorios y espacios que nos rodean. En esta película, que significa su puesta de largo, se erige como una cineasta paciente, delicadamente observadora, capacitada para sumergirnos y enfrentarnos a los espectadores a una historia fuera de lugar, donde conoceremos a unos personajes complejos y sobre todo, resistentes, unos nadies que luchan diariamente por su dignidad y su vida. Una cinta honesta y hermosa, que se mueve entre el retrato social y político,  y alberga la maravillosa capacidad de funcionar de manera implacable como brutal metáfora y espejo de la historia reciente del país caribeño, una Cuba cansada y desilusionada, que se mantiene a duras penas en pos de un futuro que todos esperan mejor, pero que por ahora, se resiste a llegar.

Entrevista a Laurent Cantet

Entrevista a Laurent Cantet, director de “Regreso a Ítaca». El encuentro tuvo lugar el Jueves 16 de abril en Barcelona, en la Filmoteca de Catalunya.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laurent Cantet, por su tiempo y sabiduría, a Lorea Elso, de Golem Distribución, por su generosidad y paciencia, y que amablemente tomó la fotografía que encabeza la publicación, y a Pilar García, de la Filmoteca, por su colaboración y amabilidad.

Regreso a Ítaca, de Laurent Cantet

regreso_a_itaca_32042LA REVOLUCIÓN OXIDADA

Amadeo vuelve a Cuba después de 16 años en España, sus cuatro amigos le han preparado una calurosa bienvenida en una azotea, donde beberán, se reirán y sobre todo, rendirán cuentas de sus propias experiencias y sobre la revolución. Apoyándose en esta premisa, el cineasta francés Laurent Cantet, autor de grandes títulos como Recursos humanos (1999), El empleo del tiempo (2001), y su aclamada La clase (2008), que le valió la Palma de Oro en Cannes. El realizador francés sigue fiel al realismo social, a sus personajes idealistas que luchan lo indecible contra lo establecido, pero que finalmente sucumben. Cantet vuelve a La Habana (en el año 2012 dirigió el segmento La fuente para la película colectiva 7 días en La Habana). Ahora se ha aliado con el escritor Leonardo Padura y en uno de sus libros, La novela de mi vida, para adaptar libremente algunos de sus pasajes. El resultado es un retrato agridulce y honesto de cinco amigos que soñaron con que la revolución traería una nueva vida y sueños realizables, pero el impecable paso del tiempo y la frustración se ha apoderado de ellos, aquel tiempo donde los sueños eran posibles ha dejado paso a una vida cotidiana de enormes dificultades donde el lema es sálvese quien pueda.

Cantet nos sitúa en una azotea, un lugar privilegiado desde donde tenemos una vista espectacular del mar y somos testigos del enjambre de patios y azoteas, donde se puede divisar la ebullición de la vida habanera con sus ruidos y sus gentes. En ese espacio, y acotando su relato en una noche, los cinco amigos recordarán, mientras beben whisky de contrabando y comen arroz con frijoles, sin caer en esa nostalgia sensiblera de algunas películas, lo que fueron y ya no son. Una noche donde se enfadarán, discutirán, se reprocharán y también se reirán y reconciliarán, recordando aquellas jornadas interminables recogiendo caña de azúcar, los conciertos de Serrat, el espíritu romántico de The Mamas  & the Papas o rememorando los bailes con Formula V, la sensibilidad de Bola de nieve… Los amores que tuvieron, que desearon y que dejaron escapar, momentos y canciones que los trasladan a aquellos años jóvenes que creían que todo era posible, que el mundo cabía en una mano y en el que todos conseguirían ser felices. Aunque no fue así, los tiempos de euforia y romanticismo pasaron, y la realidad se fue imponiendo, Amadeo dejó de escribir y se exilió a España donde tuvo que empezar de cero, Rafa, renunció a la pintura y se ahogó en el alcohol, Tania vio como sus hijos emigraban a EE.UU. y se quedó sola aguantando el hundimiento de Rafa y la muerte de su mejor amiga Angela, Aldo, se quedó solo después que lo abandonase su mujer, y se gana la vida clandestinamente, y finalmente, Eddy, abandonó sus sueños socialistas para abrazar fielmente al capitalismo más ególatra.

Sueños e ilusiones que se cayeron en el olvido, que sucumbieron a una realidad durísima que encogió y oxidó los ideales socialistas para convertirlos en un país aislado y moribundo que se mantiene gracias al espíritu de resistencia e imaginativo de sus gentes. Cantet se ha mirado en películas como En Septiembre (1981, Jaime de Armiñán), Reencuentro (1983, Lawrence Kasdan), o Los amigos de Peter (1992, Kenneth Branagh), donde se cuentan reencuentros de amigos que compartieron un tiempo de juventud que ya pasó, y que ya no volverá, porque aquellos jóvenes ya no son los mismos, el tiempo y la vida los han llevado por otros caminos y diferentes ideas, aunque les queda la amistad que les une, con sus alegrías y tristezas.