El invierno, de Emiliano Torres

EL DESIERTO BLANCO.

“El futuro es una promesa tan lejana como el horizonte”.

En algún lugar de la Patagonia Argentina se levanta una hacienda dedicada a pastorear ovejas con la ayuda de caballos, regentada por el viejo Evans. Como cada otoño, un grupo de jornaleros llegan para cuidar y esquilar al rebaño. Entre ellos, se encuentra Jara, un joven del noroeste que viene a sustituir al anciano que el patrón ha decidió jubilar. A partir de esta premisa argumental, sencilla y humilde, Emilano Torres (Buenos Aires, 1971) – asistente de dirección durante años con directores como Daniel Burman, con el que coescribió algunas películas, Marco Bechis o Miguel Courtois, entre otros -, nos embarca en una travesía por este lugar inhóspito, árido y difícil, en el que el hombre tendrá que sobrevivir no sólo a esos elementos naturales hostiles de lo más profundo y crudo invierno, sino a la condición humana, aún más si cabe más compleja e indescifrable. Torres compone una película silenciosa, apenas sus personajes esbozan algún diálogo, o hablan de manera escueta, sus criaturas hacen, se mueven, viven y trabajan con las ovejas y los caballos, apenas se relacionan con los demás y se muestran extremadamente reservados y callados, sabemos poco de sus vidas anteriores o actuales, sólo lo que hacen cotidianamente en la hacienda.

El cineasta bonaerense construye un western casi metafísico, en el que en su primera mitad hay más movimiento de personas y acciones físicas, donde se teje la relación de miradas y gestos que se construye entre los dos protagonistas, el viejo capataz y el joven que viene a sustituirle, entre esa vida que se va contra esa vida que viene. Torres cimenta su película a partir de dos elementos, tanto el natural, la fisicidad y el ambiente hostil de la Patagonia invernal, con sus tremendas heladas y aislamiento, conduce a sus personajes a situaciones límite y difíciles de llevar, y por otro lado, el elemento humano, la conducta de estos seres que se muestran solitarios, bastantes perdidos y muertos de miedo, ante un mundo que parece pasar por encima de todo aquello que se rebela contra el paso del tiempo y las necesidades deshumanizadas de un capitalismo que arrasa con todo. Una cinta de factura bellísima, en la que su fotografía capta a la perfección el abrumador y amenazados paisaje que acaba envolviendo y anulando a los personajes, vencidos a los elementos, tanto físicos como psíquicos, en un guión construido a fuego lento, donde el conflicto va creciendo lentamente, sin prisas pero sin pausa, en el que todo parece de una inmovilidad terrible, casi de película de terror, pero que en el fondo, nos está llevando hacía esos lugares profundos y oscuros del alma humana en el que a veces caemos sin ningún atisbo de retorno.

El magnífico trabajo de los dos intérpretes, el veterano Alejandro Sieveking (toda una vida dedicada a la dramaturgia y dirección teatral, y que tuvo a Víctor Jara entre sus colaboradores) y el joven Cristian Salguero (visto en Paulina, de Santiago Mitre, siendo uno de los violadores) componen unos personajes creíbles, cotidianos y llenos de brumas y soledades, como aquellos vaqueros silenciosos que hablan más de lo que esconden, y se muestran cautos ante cualquier relación, y ocultan, ya no sólo su pasado, sino también sus planes futuros. Unos hombres de los que sabemos muy poco, por no decir nada, aunque a medida que avanza el metraje iremos descubriendo su pasado, algo de ellos, para entender su forma de hacer en el tiempo en el que se sitúa la trama. Torres ha construido una película honesta y sincera, en el que su ritmo no decae y va in crescendo, augurando ese duelo que estallará inevitablemente, como ocurre en los mejores westerns, aquellos que durante toda la película vamos asistiendo a ese final, a esa pelea que llevará a los dos almas antagónicas a dirimir sus diferencias, tanto emocionales como territoriales, porque como suelen ocurrir en estas historias, sólo puede quedar uno, aquel, no más fuerte, sino aquel que mejor se adapta al entorno hostil por el que tiene que moverse y sobrevivir diariamente.


<p><a href=”https://vimeo.com/217061016″>EL INVIERNO Trailer Oficial Esp</a> from <a href=”https://vimeo.com/filmburo”>Film Bur&oacute;</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

Entrevista a Haliam Pérez

Entrevista a Haliam Pérez, director de “Marina”. El encuentro tuvo lugar el sábado 17 de octubre de 2015, en un patio interior de la Universidad de Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Haliam Pérez, por su tiempo, generosidad y simpatía, y a la Muestra itinerante de Cine Independiente Cubano, por descubrirme la película.

Marina, de Haliam Pérez

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El cineasta Haliam Pérez (La Habana, 1982), con experiencia en cortos y ayudante de dirección de Eva Vila y José Luis Guerin, es otro de los jóvenes valores que surgen de la prolífica cantera del Máter de Documental de Creación de la UPF. El realizador fue uno de esos niños, que junto a sus padres dejó Cuba buscando una vida mejor, un futuro diferente que los alejase de la falta de oportunidades de su tierra. Ahora, en su primer trabajo de largometraje, hace el viaje de vuelta, regresa a su casa, después de 13 años sin pisar la isla, vuelve a Cuba a reencontrarse con los suyos y el país que dejó, a La Habana, a casa de su abuela, Caridad Marina Pérez, nacida en 1926, una mujer que pertenece a esa Cuba de Batista, a la Cuba de la dictadura, de la pobreza, que vio en la revolución del 59, el comienzo de un sueño, de una utopía para crear un país nuevo y en libertad. Junto a ella, viven sus tres hijos, el tío Jacinto, que fue militar y lleva 14 años sin ver a su hija Katia que ha emigrado a EE.UU., el tío Arturo, alcohólico, que nunca fue el mismo después de su estancia en los años 80 en la RDA. La tía Odalys, mano derecha de la abuela y los dos hijos de ésta.

Un microcosmos humano que son filmados a contraluz por el director, en una manera de acercarse a ellos, a volver a mirarlos, a compartir ese espacio y ese tiempo, a que le expliquen sus historias, a que vuelvan a enfrentarse a sus recuerdos, que van desde la alegría y la ilusión de los tiempos de la revolución, del cambio que trajo paz y trabajo, a los años venideros que describen un tiempo roto, abandonado, donde se ha instalado la amargura y la soledad. Un tiempo que ahora ha invadido esa casa, la de la matriarca que acoge a sus hijos llenos de pena y silencio. Pérez no mira hacia afuera, apenas un par de planos exteriores, su mirada se centra en el interior de la casa, en la profundidad de las personas, en sus sueños olvidados, en las sombras y espectros de cada uno, en las distintas visiones y reflexiones que emiten de la revolución, de lo que fue, lo que siguió y lo que es ahora, en ese final de todo, del sueño, de las ilusiones marchitadas, oxidadas, y antiguas que ahora parecen sólo existir en la memoria de cada uno de ellos.

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Pérez filma a susurros, documenta esos cuerpos cansados y doloridos, invadiendo una intimidad de modo profundo y personal, huyendo del subrayado emocional, mostrándose respetuoso y paciente con lo que cuenta, y sobre todo, con las personas que está filmando, tratando de entenderlos desde la sinceridad y honestidad. Pérez toma el pulso de las fracturas y pérdidas que ha ocasionado la revolución cubana, ese amargo despertar que han sufrido y ahora sobreviven los componentes de su familia, una familia rota y separada. Se pregunta si todo esto valió la pena, y nos cede a los espectadores la palabra. El director observa a sus criaturas de modo íntimo y cercano, no se inmiscuye en su dolor y su amargura, los retrata de forma tierna y profunda. Les pregunta por sus cosas, por su vida, por su pasado, que cuesta mirarlo y llevarlo a cuestas, mientras nos va introduciendo con filmaciones domésticas y fotografías de entonces, de cuando reían y amaban, con todo ese abanico memorístico que forman sus recuerdos, los que quieren olvidar y no pueden, y los que ya olvidaron y se lamentan por ello. Una película sobre una familia, sobre lo que fueron, lo que son y quizás ya no serán, sobre cómo afecta el curso histórico de un país a las personas que viven y trabajan y de cómo se relacionan entre ellos y con su país. Un retrato oscuro y amargo de lo cotidiano sobre el fin de la utopía, de un sueño que fue la revolución cubana. Un mundo que ya sólo pertenece al pasado, de espectros y sombras, de recuerdos que se amontonan y duelen, de volver a mirarse al espejo sin necesidad de ajusticiarse ni reprocharse el pasado que ahora se siente alejado y perdido.

<p><a href=”https://vimeo.com/96002845″>MARINA TRAILER 4MIN</a> from <a href=”https://vimeo.com/collectiurucs”>Col&middot;lectiu Rucs</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>