Entrevista a Alfonso Ungría

Entrevista al cineasta Alfonso Ungría, con motivo de la presentación de su libro «Memorias: Del cine en la transición», en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, el miércoles 17 de enero de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alfonso Ungría, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Jordi Martínez de comunicación de la Filmoteca, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mientras seas tú, de Claudia Pinto Emperador

COMPARTIR LA VIDA Y LA ENFERMEDAD.  

“A mi amigo Al no se le nota. No es ruidoso y no duele, no te parte el corazón y no te deja el cuerpo dolorido ni la autoestima en la basura. Es muy discreto. Simplemente te va abandonando de puntillas: un día se lleva una muda, otro día algún abrigo, otro día calcetines y así hasta que el armario se quede vacío. Solo con la estructura”.

Carme Elias sobre el Alzheimer en su libro “Cuando ya no sea yo”.

En un instante de la magnífica Relámpago sobre el agua (1980), de Wim Wenders, vemos al director Nicholas Ray en el vestíbulo de un cine sentado y quejoso. Dentro, en la sala, se proyecta una de sus películas. La cámara está fuera, en la intimidad de un hombre enfermo, alejado de todo, de lo que fue, de su cine, en un espacio que nunca vemos que ahora se hace presente, un lugar que, podríamos decir, que estamos en el otro lado del espejo, el que se queda ausente de los espectadores. La misma mirada y textura la encontramos en la película Mientras seas tú, de Claudia Pinto Emperador (Caracas, Venezuela, 1977), que ha ido rodando junto a su amiga y actriz Carme Elias (Barcelona, 1951), un relato oculto a la mirada ajena, un relato que sigue el presente de la mencionada actriz después de ser diagnosticada con Alzheimer. 

La relación entre directora y actriz nació cuando rodaban en Venezuela la película La distancia más larga (2013), en que la actriz hacía de Martina, una mujer que deseaba hacer un viaje final a la montaña Roraima para despedirse porque tiene una enfermedad incurable. La amistad siguió con Las distancias (2021), en que la actriz hacía de Teresa, la abuela de una familia compleja, donde en una secuencia en cuestión la desmemoria de la actriz provocó la visita al doctor y el fatídico diagnóstico. Lo que empezó como una forma de filmar el presente, filmar la amistad, la vida, y la enfermedad, se ha convertido en una cinta que explora esos ratos íntimos y alejados de alguien como Carme Elias, una actriz que ya no puede ser actriz, una mujer que debe vivir con una enfermedad, alguien que acepta su dolencia, y quiere tener una muerte digna cuando ya no sea yo, como citaba en su libro. La mirada de Pinto nace desde la verdad y la honestidad, se acerca como una amiga, como una persona que quiere filmar aquello que no se ve, una intimidad cotidiana, un espacio donde se repasa la extensísima carrera de la actriz, con más de medio siglo como intérprete, que empezó allá por 1969 en el teatro, en el cine y la televisión, saltando de un medio a otro, convirtiéndola en una de las actriz más valoradas de nuestro país. 

Todo se cuenta desde lo sensible y la caricia, sin caer nunca en el manido tremendismo, la estúpida sensiblería o demasiado edulcorado, aquí no hay nada de eso, hay verdad y dolor, pero desde lo humano y lo complejo, como esos momentos donde la actriz y el maestro y director de actores Juan Carlos Corazza dialogan en un intenso ejercicio de teatro, que recuerda a muchos pasajes de Tras el ensayo (1984), de Bergman, en la que repasan sus personajes teatrales, donde las emociones de aquellos y de la actriz se confunden, se emparentan y resignifican el presente de forma certera y demoledora. La excelente cinematografía que construye un lugar transparente y exquisitamente natural que firma Agnès Piqué Corbera, de la que hemos visto Canto cósmico. Niño de Elche (2021), y la reciente La imatge permanent. La dulce y acogedora música de Vanessa Garde, con más de 25 títulos con gente como Álvaro Fernández Armero, Icíar Bollaín, entre otros. El sencillo y pausado montaje de Vicente Navarro, que cimenta sin darnos cuenta una película profunda y llena de instantes de una emoción intensísima, en una película breve de apenas 73 minutos de metraje. El diseño de sonido de Fernando Novillo también ayuda a acercarnos a la sutileza de todo lo que se cuenta, sin ningún tipo de alarde ni virguería, que tiene en su haber trabajos con Agustí Villaronga, Isaki Lacuesta y Carla Subirana, entre otras. 

En menos de un año, se han estrenado tres cintas que tienen el alzheimer como tema central, visto desde miradas diferentes como la cineasta que mira sus abuelos en Toda una vida, de Marta Romero Coll, la cineasta que mira a una pareja, y finalmente, Mientras seas tú, tres formas de acercarse a la enfermedad, desde lo humano, la sensibilidad, y la sencillez, explorando las dificultades, las alegrías y la complejidad, y los recuerdos de las personas afectadas, y sobre todo, las tres obras lo hacen desde la verdad, donde no hay espacio para la grandilocuencia, sino todo lo contrario, desde lo natural, lo cotidiano y la transparencia de lo que se cuenta y con quién se está contando, en este caso, desde la mirada de una directora a su actriz y amiga, y dejar en forma de película todos esos momentos donde la vida y la enfermedad se funden, se mezclan y comparten todo. Si el cine debe mirar la vida y filmarla, aunque no la entienda, en la película Mientras seas tú, se consigue una película que se hace mientras la vemos, un ensayo sobre la vida, la memoria, son impagables las imágenes de archivo, desde las domésticas, las de los trabajos de Carme en el teatro, el cine y la televisión, y en alguna que otra entrevista, y en las zonas de backstage, donde vemos a la actriz, siendo testimonios de aquello que filma la película, esos momentos donde la persona se queda sola y a solas, sin nadie, con ella misma, con su enfermedad, sentimientos, miedos y existencia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Claudia Pinto Emperador

Entrevista a Claudia Pinto Emperador, directora de la película «Las consecuencias», en el Parque de la España Industrial en Barcelona, el viernes 24 de septiembre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Claudia Pinto Emperador, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Núria Costa de Trafalgar Comunicació, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.

Las consecuencias, de Claudia Pinto Emperador

LOS MONSTRUOS QUE NOS HABITAN.

“Con el tiempo verás que aunque seas feliz con los que están a tu lado, añorarás terriblemente a los que ayer estaban contigo y ahora se han marchado. Con el tiempo aprenderás que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, decir que quieres ser amigo, ante una tumba, ya no tiene ningún sentido. Pero desafortunadamente, solo con el tiempo…“
Jorge Luis Borges

Con La distancia más larga (2013), la directora Claudia Pinto Emperador (Caracas, Venezuela, 1977), debutó en el largometraje con una historia intimista y familiar, en la cual la naturaleza tenía una importancia sublime, por el tremendo contraste entre la violenta y caótica capital venezolana con la libertad y paz de La Gran Sabana, al sureste de Venezuela, donde el monte Roraima, se convertía en el epicentro del pasado y presente de los personajes. Un relato sobre las heridas que arrastramos, sobre el perdón, el amor que tanto cuesta y tanto evitamos, sobre todas esos traumas físicos y emocionales que no sabemos manejar ni relacionarnos con ellos en paz. La película viajó por el mundo, cosechando premios y excelentes críticas. Han pasado ocho años de todo aquello, en los que Pinto Emperador ha trabajado en el medio televisivo, dirigiendo series y realizando programas.

Con Las consecuencias, su segundo trabajo como directora, vuelve a la familia como centro de todo, y a la naturaleza como paisaje, que, al igual que sucedía en su opera prima, vuelve a tener una importancia capital en el transcurso de la trama. Del monte Roraima pasamos a una isla volcánica, una isla donde llegarán Fabiola, una mujer rota, en descomposición emocional, tratando de levantarse de la culpa por la muerte accidental del marido mientras buceaban, César, su padre, un hombre maduro y cordial, que lleva también su propia culpa que se irá desvelando, y finalmente, Gaby, la hija de Fabiola, y nieta de César, de 14 años, independiente y rebelde, que será de vital importancia en el transcurrir de los hechos. También, encontramos a Teresa, madre de Fabiola y esposa de César, que actúa más como testigo del devenir de unos acontecimientos que nada ni nadie podrá detener. Pinto Emperador escribe junto a Eduardo Sánchez Rugeles, un guion que mezcla el drama familiar con el thriller psicológico, en un entorno asfixiante, turbio y muy oscuro, donde cada acción, gesto y mirada encierra demasiadas cosas ocultas del pasado, donde esa familia laberíntica y llena de mentiras, cosen las heridas mal y a través del dolor del otro, donde el misterio que encierra este grupo pronto entrará en erupción, dejando los monstruos en libertad, tanto los reales como los inventados.

La directora venezolana, afincada en España, vuelve a contar con los técnicos que le ayudaron en su primer largometraje, Vicent Barrière (asiduo de Adán Aliaga, Alberto Morais y Roser Aguilar, entre otros), que construye una música maravillosa, que casa de forma eficaz y sugerente a esas imágenes poderosas, elegantes y fantásticas, en muchos momentos, del cinematógrafo Gabo Guerra, y el exquisito y brillante montaje de Elena Ruiz, que tiene en su filmografía a directores tan importantes como Mar Coll, Julio Medem, Isabel Coixet y J. A. Bayona, entre otros. La película es inquietante, filmada de manera elegante y extraordinaria, en un paisaje demoledor que acaba subyugando a todos los personajes, donde la cotidianidad de esa isla habitada por monstruos se manifiesta a cada instante, donde todo parece regir entre la armonía de una vida rota y desesperada, de la que nunca se habla, se esconde, y se culpabiliza, con otra, más aparente, mentirosa y sin alma, con ese aroma que tenían películas como La tormenta de hielo (1997), de Ang Lee, y la más reciente Algunas bestias, de Jorge Riquelme Serrano.

Una película en la que todas las emociones se ocultan, se mienten y se dejan atrás, necesitaba un plantel de intérpretes de grandísimo nivel. Juana Acosta, que después de El inconveniente, la vemos encarnando a Fabiola, un personaje en las antípodas de aquel, enfundándose en una mujer embarrada en la culpa, en proceso de reconstrucción, que arrastra un dolor intenso, y se tropezará con otro aún mayor, que ama a su hija y se acerca a ella torpemente, situación que la aleja muchísimo más. César, un tipo lleno de arrugas en el alma, necesitado de amor, quizás de otra clase, que también arrastra su dolor y rabia, condenado a un deseo imposible de comprender, al que da vida un inconmensurable Alfredo Castro, uno de esos actores de la vieja escuela, que con solo mirar ya dice todo lo que se cuece en su interior. Gaby es la benjamina de la familia, interpretada por la debutante María Romanillos, una adolescente a lo suyo, que no encaja en esta familia podrida, y además, quiere saber y tener su espacio, aunque no le resultará fácil, y todo estará rodeado de una extrañeza demasiado inquietante.

En las dos películas de Pinto Emperador nos encontramos personajes de reparto que tienen pocas secuencias, pero que los recordamos por su intensidad, como el padre o la doctora de La distancia más larga. En Las distancias, ese parte la hacen el personaje de Teresa, a la que da vida Carme Elias, que vuelve a ponerse a las órdenes de la cineasta venezolana, después del maravilloso e inolvidable rol de Martina, la mujer que quería morir en paz. Ahora se enfrenta a esa madre, esposa y abuela, testigo silencioso de la que sabe, pero tiene miedo a hablar para no romper esa aparente tranquilidad, que en realidad es monstruosa. Y finalmente, Sonia Almarcha, siempre eficaz y sensible, en un personaje breve pero muy intenso, la hermana de César, la que se cuida del viejo moribundo que hace Héctor Alterio, una situación que evoca a aquel militar que hacía en la recordada Cría Cuervos (1975), de Carlos Saura. Pinto Emperador vuelve a demostrar su grandísima valía para construir atmósferas cotidianas e inquietantes, de diseccionar y psicoanalizar a las familias, y sobre todo, todo lo que esconden, todos esos monstruos que habitan en ellas, todo ese pasado demoledor, toda esa culpa asfixiante, y todo ese dolor mezclado con un deseo prohibido y callado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Carlos Vermut

Entrevista a Carlos Vermut, director de la película «Quién te cantará». El encuentro tuvo lugar el martes 23 de octubre de 2018 en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Carlos Vermut, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Nadia López y Ainhoa Pernaute de Caramel Films, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Entrevista a Eva Llorach

Entrevista a Eva Llorach, actriz de «Quién te cantará», de Carlos Vermut. El encuentro tuvo lugar el martes 23 de octubre de 2018 en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Eva Llorach, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Nadia López y Ainhoa Pernaute de Caramel Films, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Entrevista a Carme Elías

Entrevista a Carme Elías, actriz de «Quién te cantará», de Carlos Vermut. El encuentro tuvo lugar el martes 23 de octubre de 2018 en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Carme Elías, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Nadia López y Ainhoa Pernaute de Caramel Films, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Quién te cantará, de Carlos Vermut

LA PIEL DEL OTRO.

“Somos nuestra memoria, somos ese museo quimérico de formas cambiantes, ese montón de espejos rotos.”

Jorge Luis Borges

Hay una especie de aroma que impregna el cine de Carlos Vermut (Madrid, 1980) invisible a nuestros ojos y difícil de describir y mucho menos de desvelar, que nos atrapa de manera hipnótica, sumergiéndonos en ese universo de formas y texturas invisibles, de gestos y miradas de otra dimensión, como si pudiéramos reconocernos en algunos elementos, aunque en otras ocasiones, asistimos a una serie de acontecimientos que nos revelan más de nosotros mismos de lo que quisiéramos. Un cine construido desde el alma, desde las entrañas de un creador fascinante y revelador, que consigue transmitirnos el miedo y el dolor de unos personajes heridos y a la deriva, criaturas que siempre están buscando algo o alguien, y en muchos casos, esa búsqueda, física y emocional, arrastrando un pasado doloroso, que les lleva a sumergirse en mundos oscuros, dolorosos y sobre todo, terroríficos, donde las más bajas pasiones del alma se apoderarán de esos entornos y espacios vacíos y carentes de alma. Ya demostró sus buenas dotes de narrador visual con la fantástica y enigmática Diamond Flash (2011) una cinta filmada con escasos medios, pero ataviada de una factura y narrativa visual de extraordinario poderío, en la que nos retrataba a cinco mujeres perdidas y rotas que andaban tras de algo, un conflicto que las relacionaría con un complejo personaje que recibía el nombre del título de la película. Tres años después, y con una producción profesional, nos regalaba Magical Girl, que se alzó con la Concha de Oro de San Sebastián, un gran premio que venía a corroborar el estilo y la profundidad del cine de Vermut, en una historia que nos sumergía a los infiernos particulares de tres personajes que se cruzaban en un oscuro y penetrante cuento de dolor y miedos.

Ahora, cuatro más tarde, conoceremos los destinos de cuatro mujeres en Quién te cantará, cuatro almas heridas, cuatro criaturas que parecen existir en esos mundos complejos y oscuros de los que tanto le gusta acercarse al director madrileño. La cinta dividida en tres partes, arranca con Lila Cassen, una cantante que no canta, lleva diez años sin hacerlo, que se recupera de un accidente, alguien que ha olvidado quién era, alguien que tiene que tiene que volver a recordar quién fue, alguien que ha olvidado sus canciones y sobre todo, su vida. Lila obligada por su manager y casi madre, Blanca, acepta prepararse para volver a cantar con la ayuda de Violeta, donde arranca la segunda parte de la cinta, donde conoceremos la existencia de Violeta, una frustrada cantante que tuvo que dejar de hacer su pasión siendo una adolescente ya que nació su hija Marta, una rebelde y amargada hija, que no entiende que su madre le tenga rencor por abandonar su vocación. Violeta se sacude su amargura vital trabajando las noches en un karaoke donde imita a Lila Cassen. En el tercer segmento, Vermut nos habla del encuentro de Lila y Violeta, donde una, Violeta, ayudará a Lila a volver a ser Lila, a cantar sus canciones y a imitar sus movimientos, envueltas en esa enorme casa con el rumor del mar presente, rodeadas del aroma del peso del pasado, los ausentes y las vidas no vividas.

La película se mueve entre las sombras, entre espíritus que vagan sin rumbo a la espera de saber quiénes son y seguir hacia algún lugar mejor, en una madeja de identidades y vidas pasadas, personajes que viven una existencia extraña, como si otros les hubieran robado el alma y viviera por ellos, que sintiera por ellos y fuera feliz por ellos, unas vidas sin paz, en continuo movimiento haciendo cosas por hacerlas, imbuidas en la desazón y la amargura, recordando un tiempo donde sí que fueron ellas, un tiempo imposible de olvidar, pero lejano en el tiempo, como si el recuerdo que les viene fuera de otro, como impostado, de una vida que recuerdan pero no pueden detallarla. Vermut es un director de atmósferas y espacios, sabe sumergirnos con suavidad en sus universos sin tiempo, en esos enredos argumentales de manera sencilla, en el que se toma su tiempo para construir el conflicto, moviendo a sus personajes en una especie de laberinto emocional y físico hasta llegar a esa catarsis donde todos ellos encontrarán alguna cosa, algo diferente pero no aquello que esperaban o creían encontrarse.

El cineasta madrileño disecciona nuestras emociones como si fuera un cirujano preciso, a través de esas imágenes que siempre encierran un enigma, con esa luz cegadora y anímica (grandioso el trabajo de Edu Grau, que ya había firmado a autores tan diversos como Albert Serra, Rodrigo Cortés o Tom Ford) una luz que recuerda el aroma del cine de Antonioni, donde realidad y sueño o pesadilla se fundían en unos personajes que acaban perdidos en su propia identidad, o la excelente música de Alberto Iglesias, en la que nos embulle hacia ese mundo oscuro y cegador en la que pivota toda la trama de la película, creando ese universo cotidiano pero lleno de fantasmas, de sombras que nos envuelven a la luz del sol. Vermut coloca con maestría a sus personajes en el cuadro, solitarios y a la expectativa, como criaturas a la espera de algo, de alguien, pero atormentadas psicológicamente, sin ningún atisbo de mejoría, sólo esperando a que las circunstancias, aunque en la mayoría de los casos, saben que continuarán así, como siempre, en ese eterna espera, amarga y sin futuro.

Unas secuencias que van de un género a otro, con el cambio de encuadre, en el los géneros se mezclan y fusionan, con una simplicidad maravillosa, con unos diálogos escuetos, brillantes y laberínticos que sacuden nuestra alma y convierten a sus personajes en enigmas a descifrar, donde cada palabra que sale de sus bocas parece destinada a provocarnos más rompecabezas en nosotros mismos. Unos personajes que se mueven como almas sin descanso por unos espacios amplios y llenos de luz, pero que no parecen acogerlos, como si nos lo reconociesen, como si fueran de otro. Los referentes en Vermut son amplios y diversos, empezando por clásicos del estilo de Eva al desnudoa través del espejo, con personajes con identidades falsas reflejados en espejos deformantes, pasando por el cine psicológico de los sesenta, con esos personajes propios de Bergman o Antonioni, perdidos y alejados de la realidad y de su propia realidad, que desconocen de cual se trata, que buscan sin saber que buscan, y viven sin saber qué hacer, incluso el cine de Jess Franco, con esas texturas y colores, y esas mujeres heridas y amnésicas perdidas en la inmensidad, o el cancionero popular español, donde caben lo más clásico, lo moderno, y lo kitsch, pasando por los personajes femeninos atormentados e inadaptados de Sirk, Fassbinder o Almodóvar, en la que es tan importante lo que hacen cómo lo que no, en una profunda disección de esos mundos interiores, almas rotas que buscan amar y qué las amen, aunque sea por última vez.

Otro de sus elementos destacados son sus intérpretes, con una fantástica amnésica y perdida Najwa Nimri (que además compone muchas de las canciones que se escuchan) bien acompañada por la magnífica revelación de Eva Llorach, en las tres películas de Vermut, con un personaje llamado Violeta, como el que hacía en Diamond Flash, que buscaba a su hija desaparecida, aquí, otra madre con problemas con su hija, pero en otro contexto, un alma amargada por aquel tren de la música que dejó pasar, aunque ahora la vida le da otra oportunidad, bien secundadas por una elegante y maravillosa Carme Elías, con el papel de Blanca, como la madrastra del cuento, un ser que necesita las canciones de Lila para mantener su status de vida, y finalmente, Natalia de Molina como Marta, esa hija adolescente no querida de Violeta en esa edad difícil y compleja. Vermut ha logrado una película magnífica, envolvente y brutal, manejando espacios que podríamos relacionar con el drama, el thriller o lo romántico, que agarra al espectador durante sus más de dos horas de metraje, para llevarlo de su mano por ese mundo fascinante y atroz, por esos universos cálidos y terroríficos, por esas vidas rotas y ajadas que siguen respirando sin vivir, que miran sin mirar, y sienten por sentir sin saber qué sienten.