Presentación Flores para Antonio

Presentación de la película «Flores para Antonio», con la presencia de su protagonista Alba Flores y los directores Elena Molina e Isaki Lacuesta, en el marco de IN-EDIT Barcelona. Festival Internacional de Cine Documental Musical, en una de las salas del Aribau Mooby Cinemas en Barcelona, el miércoles 29 de octubre de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alba Flores, Elena Molina e Isaki Lacuesta, por su tiempo, sabiduría y generosidad, y al equipo de comunicación del festival, por su tiempo, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Flores para Antonio, de Isaki Lacuesta y Elena Molina

ALBA ENCUENTRA A SU PADRE. 

“Una espina se clavó en la cima de mi montaña y, una nube se posó sobre mi tela de araña. Sabe Dios lo que pasó y, está escrito en mis entrañas, la zarpa que desgarró mi túnica de pasión. Tú sabes cual es mi dolor, por favor dame calor”. 

“Una espina” (1994), de Antonio Flores 

Muchas obras nacen de una necesidad vital, de un deseo de encarar la mochila, el dolor, la pérdida y el vacío. El cine actúa como mediador a todos esos conflictos interiores que son invisibles, difíciles de compartir y son los que más duelen. En ese sentido, el cine documental es la travesía más idónea para adentrarse en las profundidades del alma e interrogarse, primero con uno y luego, con el entorno. La actriz Alba Flores (1986, Madrid), perdió a su padre a los 8 años. Su padre era Antonio Flores (1961-1994), un compositor y músico extraordinario que, siempre vivió a contracorriente, libre, a su manera en un mundo demasiado complejo y duro para las almas sensibles como la de él. En Flores para Antonio la citada Alba, coproductora de la cinta junto a su madre Ana Villa, emprende su propio viaje personal y profundo para encontrarse con su padre a través, y cómo reza la frase que abre la película: “Una película de conversaciones pendientes, documentos, canciones, una búsqueda y una catarsis”

La pareja de directores son Isaki Lacuesta (Girona, 1975) y Elena Molina (Madrid, 1986), que se convierten en los demiurgos de la propia Alba, en una historia en la que su protagonista se abre y se atreve a todo aquello que necesitaba hacer y nunca había hecho hasta ahora. A hacer las preguntas sobre su padre. Y lo hace acompañada de su familia: su madre, sus tías Lolita y Rosario, su prima Elena y demás, y los innumerables archivos familiares en formato de vídeo doméstico en los que aparecen los presentes, y ausentes como sus abuelos Lola Flores y Antonio Gonzalez “El Pescaílla”, y su propio padre. Y muchos más como amigos de la vida y el rock como Ariel Roth, Sabina, Juan El Golosina, Antonio Carmona y demás testigos y compadres de la existencia de Antonio. La cosa se amplía y de qué manera, con una gran cantidad de material de archivo: documentación, fragmentos de programas de televisión, letras de canciones, dibujos y demás objetos de un artista muy activo que no cesaba quieto en ningún instante. Un viaje hacia nuestros fantasmas, al legado de los que ya no están, al cine como línea que une esta vida con la otra, mediante sus huellas, su memoria y sobre todo, el recuerdo que dejan en los vivos. Una película-viaje que ayuda a sanar, a comprender y a hablar, que tan necesario es. 

Una película con gran contenido emocional y, también, con un gran equipo técnico que ha manejado con gran cuidado todo el material sensible que manejaba. Tenemos a Juana Jiménez en la cinematografía, que conocemos por sus trabajos en el campo documental en cintas como Las paredes hablan, de Carlos Saura, y Marisol, llamadme Pepa, entre otras, en una cinta-collage que se ve muy bien e invita a la reflexión y a bucear nuestro interior. El diseño sonoro lo firma un grande como Alejandro Castillo que, no tenía tarea sencilla con tanto ambiente sonoro de diferentes procedencias y la infinidad de canciones que escuchamos del artista. La música la firma la propia Alba y Sílvia Pérez Cruz.  El montaje que firman el dúo Mamen Díaz, de la que hemos visto las interesantes Violeta no coge el ascensor, Alumbramiento, la serie La mano en el fuego, que dirigió la citada Elena Molina, y Alicia González Sahagún, con mucha experiencia en el terreno de series como El incidente y Cien años de soledad, entre otras. Un gran trabajo de concisión y detalle para poder retratar a un artista muy inquieto, que navegó por todos los lados: los de la vida, los de las drogas, los de la pasión, el amor y todo aquello que no se ve, y los encuentros con él que experimenta su hija, en sus emocionantes 98 minutos de metraje. 

Una película como Flores para Antonio tiene la gran capacidad de hacer un recorrido muy personal y profundo de una hija a través del legado y los que conocieron a su padre, y lo hace con toda la alegría y tristeza, con la melancolía de aquella que le hubiera gustado haber estado más con su padre, y lo hace desnudándose en todos los sentidos, mostrando sus duras internas con todos y todo, sobre todo, con él mismo, sus felicidades y tristezas, sus ganas de vivir y de hacer música, su música, sus partes más oscuras de rebeldía, de revolucionario a su manera, de sus adicciones, y de todo su esplendor y oscuridad. En ese sentido, la película es honesta y muy íntima, coge de la mano al espectador, acompañando al viaje de Alba, y nos lleva por esos ochenta llenos de vida y muerte, de risas y penas, del despertar a una nueva vida después de 40 años de terror y oscurantismo. Isaki y Elena demuestran que, a partir de un material ajeno a priori, saben encauzar a sus imágenes: la música y el duelo están muy presentes en el cine del director gerundense, y en Remember my Name (2023), de Molina, se hacía eco de un grupo de jóvenes de danza que se agrupan para vencer sus difíciles vidas. La película trasciende el cine y se convierte en una catarsis, como se anuncia al inicio, y para los espectadores un viaje muy emocionante que abre todo eso que está ahí esperando a ser escuchado y en el que se recupera la memoria de un músico excepcional como Antonio Flores y todo lo que significó y significa. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

As bestas, de Rodrigo Sorogoyen

LOS OTROS. 

“El hombre es el inventor de la crueldad. Sé que tengo que gobernar la bestia que llevo dentro; algo así hacemos con la razón; pero la crueldad es fruto de la razón. La misma razón que crea.“

José Saramago

Después de cinco películas y media, podemos decir sin ánimo de aventurarnos demasiado que, el cine de Rodrigo Sorogoyen (Madrid, 1981), tiene una mirada de aquí y ahora, un cine que se centra en nuestro alrededor más próximo, en relatos donde sus individuos están metidos en encrucijadas de difícil tesitura, personajes totalmente emparentados con la figura clásica del antihéroe trágico del western, esos tipos, nobles y transparentes, que deben lidiar con fuerzas del mal, ya sean caciques de pueblo de turno, o sheriffs corruptos y demás tipejos, porque cuando el western alcanzó su mayoría de edad, o sea que se dejó los alardes nacionalistas donde los indios eran el foco de enemistad y demás, se centró en la corrupción imperante y la violencia desatada con la que se edificaron muchas ciudades, en que el miedo y la muerte era el pan de cada día. 

No podría entender el cine del madrileño sin el grandísimo trabajo de la guionista Isabel Peña (Zaragoza, 1983), en el universo de Sorogoyen, porque le viene acompañando en la elaboración de los guiones desde casi el principio. Tanto el madrileño como la maña han construido una solidísima filmografía que abarca cinco largometrajes y alguna que otra serie, en que a partir de un conflicto dramático, visten sus obras de thrillers agobiantes y laberínticos, donde las emociones complejas tienen una parte muy importante en su desarrollo. La magnífica apertura de As bestas, con ese hipnótico y revelador prólogo, del que ya tuvimos buena cuenta en A rapa das bestas (2017), de Jaione Camborda, y en Trote (2018), de Xacio Baño, en las que también escenificaban la lucha del hombre y el animal. Sorogoyen, después de ese arranque, nos sitúa en una de esas aldeas galegas, aunque podría ser cualquiera del ancho y largo territorio del país, esos lugares fantasmales que la falta de trabajo y la dejadez gubernamental ha vaciado, y se basa en un hecho real, para contarnos la existencia de un matrimonio francés alrededor de la cincuentena, los Antoine y Olga, que quieren hacer su proyecto de vida cultivando la tierra y restaurando las casas abandonadas para que otros como ellos vengan a disfrutar de la naturaleza. 

Antoine y Olga se encontrarán o mejor dicho, se tropezarán con los “otros”, las pocas gentes de la aldea que todavía resisten a pesar de tantas hostias, y en especial, los hermanos Xan y Loren que están en conflicto con los franceses, porque una empresa eólica quiere instalar sus molinos y todos votaron que sí, menos el francés y algún otro. El cineasta madrileño nos mete en faena desde el primer instante, manteniendo las brasas de este irremediable estallido de llamas, porque como buen western que es, la tensión está presente en cada instante, en cada mirada y en cada gesto, son impagables todos los momentos del bar del pueblo, esos diálogos tan llenos de rabia y furia, y el estupendo uso del miedo instalado tanto en unos como en otros, con esas grabaciones caseras de Antoine, que ayudan a hacer correr el tiempo y a situarnos en el continuo conflicto malsano que tienen entre los franceses y los hermanos gallegos. Un elemento fundamental de la película es la excelente música de Oliver Arson, del que hemos escuchado hace poco su trabajo en Cerdita, y un habitual de Sorogoyen, con esos ritmos afilados y de lija que nos sacuden a cada momento, con esos tambores de esa guerra inminente entre unos y otros.

El gran trabajo de luz del cinematógrafo Alex de Pablo, otro cómplice del director, del que hemos visto no hace mucho su maestría en El sustituto, de Óscar Aibar, que acoge esa luz mortecina, de monte, de niebla, de humedad y de frío, que tan bien penetra en cada espacio, tanto interior como exterior, donde los contrastes evidencian la tensión y el miedo que se palpa, y finalmente, el exquisito trabajo de montaje de Alberto del Campo, que también estaba en Competencia oficial, que unifica una historia que tiene dos partes bien diferencias, y también, dos tonos muy diferentes, pero que son una unidad, donde el miedo y la tensión van cambiando, pero no desaparecen, donde todo fluye en un metraje que se va a los ciento treinta y siete minutos. Resulta alentador y magnífico que la última temporada de cine español haya vuelto su mirada a lo rural, con relatos muy diferentes entre sí, que aglutina todas las complejidades existentes y las diferentes luchas de sus habitantes por mantener una forma de vida y de relación con la naturaleza como son Alcarràs, de Carla Simón, Cerdita, de Carlota Pereda, y la de Sorogoyen, deseamos que esto no sea flor de un día, y los cineastas sigan acercándose a lo rural que siempre había sido espacio intrínseco del cine de nuestro país. 

Una película como As bestas que tanta importancia le da a todo lo invisible, en un gran equilibrio entre lo físico, ya sea el entorno y el movimiento de los personajes, como lo emocional, tenía que reclutar a un buen grupo de intérpretes capaces para mostrar todo ese interior salvaje y malsano que ocultan y el que no, y lo ha conseguido con dos star del cine francés como Denis Ménochet, que le hemos visto en mil y una, y hace poco en Peter von Kant, de Ozon, haciendo de Fasbinder, casi nada, con ese físico tan imponente y esa mirada alijada, hace un Antoine con ternura y también, una animal herido que luchará por “su casa”, junto a él, su esposa en la película, una Marina Foïs, que nos enamoró en Una íntima convicción, en el rol de la esposa enamorada, que vive el sueño de su marido, una mujer en la sombra que más tarde, también tendrá su protagonismo y demostrará una entereza, valentía y arrojo envidiables. Y luego están los otros, los hermanos machados y desgraciados, como espeta en algún momento de la película, unos enormes Luis Zahera, su tercera película con Sorogoyen, aquí dando vida al malcarado y dolido Xan, bruto y salvaje, y el otro hermano, Diego Anido, que nos encantó en la citada Trote, el hermano más tranquilo o quizás, podríamos decir, el menos violento, aunque tiene lo suyo. Dos hermanos que no estarían muy lejos de aquellos de Puerto Hurraco que se liaron a tiros con todos un maldito domingo de finales de agosto de 1990. 

También tenemos a los de fuera, aquellos que orbitan alrededor y funcionan como testigos, como hacía el joven Enrique en la inolvidable La caza, entre los que están Marie Colomb, la hija del matrimonio francés, que mira y observa e interviene y no entiende a sus padres ni nada de lo que hacen, y el actor no profesional José Manuel Fernández Blanco como Pepiño, el “amigo” de los franceses. As bestas es una película que recoge lo ancestral con esa lucha entre lo propio y lo extraño, entre lo de aquí contra lo extranjero, entre la animalidad y lo racional, un choque entre formas de mirar, entender y relacionarse con la naturaleza y los animales, entre lo mío, lo de toda la vida, y lo otro, lo que viene de fuera, el que me quiere arrebatar, un conflicto eterno de difícil solución, y lo muestra a través de una complejidad apabullante y con el tempo de los grandes, con una película que nos habla de muchas cosas, de la sociedad rural, de una de ellas, porque tampoco pretende ser ejemplo de nada, de capitalismo salvaje, de agricultura, de formas de vida ya desaparecidas y otras, a punto de desaparecer, como la que encarna el señoritingo que hereda y nunca va al pueblo, o lo ve como una oportunidad de negocio sin más, de drama cotidiana y extraordinario, y de thriller del bueno, del que se te mete en las entrañas y no te suelta, y todo contado con la precisión del que sabe hacia dónde va. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

A diente de perro, de José Luis Estañ

A CARA DESCUBIERTA.

“A carne de lobo, diente de perro”

Refrán popular

La película se abre de forma frenética, de noche, sin aliento, y muy física, donde no dejan de pasarle cosas al protagonista. Darío Manzano lleva una vida salvaje, porque cuando termina su jornada laboral en un almacén, empieza su desfase: no para de beber y drogarse, y se mete en líos de trapicheo junto a sus colegas, el “Gitano” y Fadel. Esa noche es diferente, porque el Gitano ha querido hacerles la pirula a los Chega, los capos de la zona. Mientras intentan solucionar el entuerto, Darío sufre un ictus y tiene un accidente que acaba con la vida del Gitano. El director José Luis Estañ (Callosa de Segura, Alicante, 1990), cursó estudios de cine en la Ciudad de la Luz, y ha realizado un par de cortometrajes, antes de debutar con A diente de perro, un frenético thriller que tiene en la noche su espacio predilecto, siguiendo el particular descenso en los infiernos de Darío, un treintañero de vida muy destroyer, que deberá enfrentarse a los que manejan el bacalao de la zona.

El director junto a Iván “Oggy” Emery, que también se encarga de la cinematografía, y el actor Miguel Ángel Puro, que da vida al protagonista, amén de productores a través de la compañía Trilita Films, escriben un guion con aroma del mejor cine negro, con crítica social y profundizando en la compleja condición humana, y sus intensos setenta y cinco minutos de metraje, y el escenario valentino, que lo asemeja con otros dos títulos recientes como El desentierro (2018), de Nacho Ruipérez y El silencio del pantano (2019), de Marc Vigil, en el que los personajes se ven envueltos en tramas donde sus existencias penden de un hilo muy fino. Darío Manzano vive my deprisa, demasiado, trapichea con sus colegas, tiene una novia formal y se acuesta con la hija de su jefe, además, su relación con su hermana tampoco es muy buena, alguien que se mueve muy rápido, alguien que el accidente cambiará por completo, y la vida, que le tenía reservado un trágico final, parece darle una nueva oportunidad, una oportunidad que Darío no va a desaprovechar, pero, los errores del pasado vuelven a su vida a rendirle cuentas, como una sombra muy alargada de la que no puede volver a escapar y tarde o temprano, deberá hacerle frente con dos cojones.

El gran valor de A diente perro es emular a sus referencias anglosajonas, pero desde aquí, con la atmósfera de un pueblo alicantino, con sus cosas y sus gentes, y sobre todo, sus circunstancias, con sus problemas de empleo, la droga y el robo como salida a tanta precariedad, y un futuro que se antoja difícil y lleno de obstáculos. Una trama bien conseguida, mejor llevada y bien puesta en imágenes, en el que nada destaca y todo funciona como un conjunto en que la mirada y la huida a no se sabe donde del protagonista llena todo el cuadro. Un equipo de debutantes en el largometraje, si exceptuamos a Regino Hernández, que firma el montaje junto al director, fraguado en el medio televisivo y trabajar con nombres tan importantes como los de Bigas Luna, consiguen una película que entra muy bien, cercanísima, y muy agobiante, donde los momentos de ternura escasean, porque habla de frente de los problemas de aquí y ahora, haciendo una radiografía social, económica y real del país, sin caer en estúpidos subrayados y cosas por el estilo, además, construye con delicadeza los momentos sensibles de la película con el protagonista con sus amigos, su novia y demás, sin caer en el sentimentalismo ni la ñoñería.

El reparto, en su mayoría debutante en el largo, brilla con verosimilitud, y hace una cosa complicada en el cine, apoyan la interpretación en la mirada y el gesto, sin necesidad de demasiados diálogos, como los buenos policiacos que se precien. Tenemos a Miguel Ángel Puro como Darío Manzano, un tipo que huye y mucho de sí mismo, y deberá tomar una determinación que, a ratos, se parece mucho al antihéroe de las películas de Peckinpah y Lumet, entre otros. Allende García es Julia, la hermana que le ayuda pero está muy asfixiada por tanta deuda que no sabe cómo pagar, Mar Balaguer es Sandra, su novia, que está a su lado, pero la cosa no es nada fácil, Pablo Tercero es Fadel y José Fernández el Gitano, el par de colegas de correrías, quizás demasiado peligrosas, y finalmente, Vicente Rodado y Roeque Arronis son los Chega, un par de elementos con los que es mejor no tener tratos y si los tienes, no hacerles el avión. Estañ ha construido una película modesta pero entretenida y con contenido, fiel a sí misma, y que entrega un buen thriller, uno de esos policiacos auténticos, de verdad, en el que podemos oler el miedo, el sudor, ser uno más en este viaje salvaje y violento por el Levante, ese espacio que queda como un decadente monstruo después de tantos años de despilfarro inútil y catastrófico, porque al final, los que quedan son gente como Darío y los demás, los de abajo que son los que siempre pagan las consecuencias. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Madre, de Rodrigo Sorogoyen

EL ALMA HERIDA.

Desde que comenzaron a trabajar juntos allá por el año 2008 en la serie Impares, Rodrigo Sorogoyen (Madrid, 1981) e Isabel Peña (Zaragoza, 1983) se han convertidos en inseparables, profesionalmente hablando, salvo en alguna excepción. Una colaboración fiel e intensa, en la que han visto la luz un par de series y tres películas dirigidas por Sorogoyen, entre las que destacan Stockholm (2013) Que Dios nos perdone (2016) El Reino (2018) y Madre (2019). Si algo caracteriza al trabajo del director y Peña es la carga dramática de sus historias, envueltas en el thriller más cercano e íntimo, en el que sus personajes siempre penden de un hilo muy fino, al borde del abismo, en una carrera contrarreloj en el que harán lo imposible para salvar su cuello, en una especie de espiral kafkiana sin fin, envueltos en una aparente calma que se irá convirtiendo en pesadilla y en un estado emocionalmente tenso en el que deberán enfrentar su pasado, a través de ese presente oscuro y complejo con el que tienen que lidiar. En Madre recuperan el personaje de Elena, aquella mujer desesperada que recibía la llamada de auxilio de su hijo de seis años, acosado en una playa del sur de Francia, que era la trama angustiosa del cortometraje filmado en el 2017, que ahora se convierte en los primeros diecinueve minutos de la película.

Sorogoyen y Peña no se quedan en los días de después de la tragedia de la muerte del niño, sino que avanzan en el relato diez años después, con una Elena regentando un bar de temporada en la misma playa donde desapareció su hijo. Elena tiene una relación con Joseba, un pilar para su reconstrucción emocional durante este período, y la cotidianidad parece encaminada a una vida mejor y tranquila de Elena. Pero, todo eso empieza a torcerse cuando Elena se tropieza con Jean, un adolescente francés que le recuerda mucho a su hijo. Casi sin quererlo, sin pensarlo, entre Elena y Jean nace una relación de amistad que se irá revolviendo en una íntima relación maternal. A partir de la mirada, el gesto y el movimiento de una magnífica Marta Nieto, en su mejor papel hasta la fecha, llenando la pantalla con esa mirada triste y esperanzadora, enjuta y afilada, que se desplaza por su trabajo, su casa y la playa de manera espectral, arrastrando ese dolor que le ha consumido, convirtiéndola en una especie de fantasma que ha encontrado algo de paz sin todavía ser ni mucho menos plena. El encuentro con Jean la desestabiliza y la somete a una espiral emocional en cadena, viéndose aprisionada a esa extraña luz que la ha abierto en canal, desbordando sus emociones y llevándola hacia algo extraño y complejo.

El relato  camina en libertad y alejado de los cánones de género, yendo a un lugar y a otro con total naturalidad, sin cortapisas, caminando con ímpetu y solidez, desde el drama más íntimo y sencillo nos encaminamos a un marco muy diferente, más próximo al thriller psicológico y muy oscuro, casi de terror, mezclándolos y fusionándolos según el momento, sin cambiar el aspecto de la película, que mantiene ese tono sombrío, con esa luz decadente y velada que recorre cada espacio de la película, en que las secuencias nocturnas, donde los personajes se convierten casi en meras sombras en las que apenas los vislumbramos moverse como si fuesen resquicios de luz, firmada por Álex de Pablo, cinematógrafo de todas las películas de Sorogoyen, misma sensación ocurre con la forma, plagada de planos medios y generales desde la perspectiva del personaje de Elena, con esos planos secuencia donde el movimiento se torna suave como en suspensión, o la belleza y melancólica música del músico francés Olivier Arson, con Sorogoyen desde Que Dios nos perdone, combatiendo con sensibilidad y dureza toda ese torrente emocional por el que atraviesa Elena.

Sorogoyen nos sitúa en ese verano, que enfila su final de temporada, con los primeros aires y temperaturas que van avecinando ese otoño impaciente, capturando el espacio y las emociones siempre desde la mirada triste y ajada de Elena, en este viaje del dolor al amor, protagonizado por una mujer que ha empezado a ver su luz, esa que lleva diez años buscando con la ayuda de Joseba, pero que la aparición de Jean, convertido en ese hijo que perdió, o en alguien que pudiera ser su hijo, no en la realidad, pero sí en su realidad, en su existencia, devolviendo a Elena a ese camino oscuro y terrorífico, donde el dolor y la culpa cada día se alimentan de miedo y desesperanza, donde las cosas obedecen a un tiempo quieto, estático, sin tiempo, en que las emociones la devuelven a ese fatídico día, a esa pérdida irreparable, a esa playa que ahora se encuentra cada día, a ese lugar donde siempre dejará algo de ella, algo de lo que imaginó, algo que ya no podrá ser. A través de una extraordinaria sutileza y belleza plástica, la película aborda el conflicto doloroso que arrastra Elena, bien acompañado por el joven Jules Porier y un sobrio Alex Brendemühl, sin nunca caer en subrayados inútiles ni en sentimentalismos.

La película se desarrolla con ritmo reposado pero sin caer en el tedio,  consiguiendo atraparnos de forma elegante y natural en lo que va sucediendo en la película, con esos instantes extraños y tensos que recoge la película, que en cierta manera recuerdan al cine de Haneke, en que la trama se va tornando muy gris y oscura, y los personajes se sienten cada vez más perdidos y a la deriva, emocionalmente hablando, y en su fisicidad, envolviéndonos en una madeja extenuante de bandazos emocionales, que no atienden a razones, donde el amor va abriéndose paso de manera inquietante, en el que los personajes se verán sometidos en encrucijadas emocionales de primer órdago, expuestos a todo aquello que sienten, a toda esa felicidad inalcanzable, a todo ese miedo que atrapa, agota y deja a cualquiera sin fuerzas para seguir, para respirar, para responder, porque el pasado y el dolor que lo atraviesa, se empeña en  continuar en nuestras vidas, en desestabilizarnos, en devolvernos a aquello que tanto duele, a rompernos el alma cada día, y es en esos instantes donde la película vibra con más fuerza, donde los personajes se sienten más vulnerables, sobrepasados por las situaciones y expuestos a sus instintos y pasiones más bajas y ocultas, donde la vida corre por todos los lados como si fuese un tsunami torrencial del que nada quedará sin decir, y sobre todo, nadie podrá escapar por mucho que lo desee. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA