Singular, de Alberto Gastesi

DOCE AÑOS DESPUÉS… 

“Aceptamos la realidad tan fácilmente, tal vez porque sentimos que nada es real…”

Jorge Luis Borges 

Hace tres años del estreno de La inquietud de la tormenta (“Gelditasuna ekaitzen”), la ópera prima de Alberto Gastesi. Un extraño y absorbente relato de amour fou sobre dos personajes, Laura y Daniel que se conocen por casualidad en Donosti, o quizás no, tal vez se conocieron tiempo atrás. A partir de un imponente y cálido blanco y negro, la cinta transitaba entre dos tiempos, pasado y presente en la que elaboraba un interesante y peculiar relato sobre las infinitas posibilidades de lo que podía haber ocurrido, o quizás no. En Singular, otra vez escrita junto a Alex Merino, Gastesi vuelve a explorar los límites del tiempo, en el que ahora la pareja protagonista son Diana y Martín, dos personas que en el pasado una tragedia los sumió en la pérdida de su hijo de 6 años. Ahora, en el presente, vuelven a juntarse y acuden a la casa junto al lago, al lugar de los hechos, al lugar al que vuelven en la memoria, al lugar que los unió para siempre, o quizás, vuelven a lo que fueron, a lo que podían haber sido, a todas esas posibilidades que imaginaron.

El director guipuzcoano construye un cuento sobre el pasado y el dolor que arrastramos, y lo hace vistiendo su película de drama, pero rasgando el arquetipo alejándose hacia algo mucho más tenebroso sin ser explícito, sino a través de la sutileza y lo que no se ve. También, encontramos un sencillo y elegante cuento de terror, no del susto chabacano, sino de aquel que nos sujeta y no nos suelta, el que explora de forma admirable lo psicológico, como hacía Hitchcock y Polanski, donde lo cotidiano y lo más cercano va adquiriendo de forma pausada un tono sombrío, con una atmósfera que pesa y muy alejado de los lugares comunes tan denostados del género. Y por si fuera poco, coexisten en la trama elementos de ciencia-ficción que, en la línea del drama y el terror, van apareciendo como cuerdas que van tensando el principal argumento de la historia: la de una antigua pareja que vuelve a enfrentarse con su dolor, sus miedos y con todo aquello que creían haber dejado en el pasado. El director vasco nos envuelve en un ambiente de bosque, donde aísla a sus personajes, dejándolos despojados de todo y todos, sólo con sus reflexiones y emociones expuestas ante el abismo, esa cosa de la que, por mucho que se empeñen, son incapaces de huir. Una propuesta que recuerda en algunos tramos a la magnífica Los cronocrímenes (2007), de Nacho Vigalondo, con bosque, bucles temporales y tragedia. 

El aspecto técnico de la película sigue en la misma senda que tenía la mencionada La inquietud de la tormenta, en la que se juega con muy pocos elementos, en los que cada gesto, mirada y detalle resultan cruciales para el devenir de la trama. Si el guionista antes citado vuelve a repetir, lo mismo ocurre con el cinematógrafo Esteban Ramos que, tras envolver de misterio y tensión cada encuadre de la primera película de Gastesi, en Singular vuelve a construir una luz natural nada artificial que ayuda a tensionar a los personajes y sus conductas ante las circunstancias de forma sutil, nada enrevesada y sobre todo, generando esa idea de oscuridad que lo va envolviendo todo. Una trama de estas características huye de la noche y nos atrapa mediante el día, una luz plomiza muy del norte donde la intriga se apodera de todo. La excelente música del dúo Jon Agirrezabalaga y Ana Arsuaga se erige como el complemento perfecto para unas imágenes que nos van sujetando casi sin darnos cuenta. En tareas de montaje encontramos a Javi Frutos, un editor del que conocemos sus trabajos junto a Félix Viscarret, Calparsono, Segundo premio, de Isaki lacuesta y Pol Rodríguez y la reciente serie Yakarta, en un magnífico edición en el que mantiene sin estridencias una trama sutil nada complaciente donde en forma de bucle se va contando el despertar que sufre cierto personaje, en unos sólidos 100 minutos de metraje. 

La pareja protagonista no podía ser más potente con las presencias de Patricia López de Arnaiz, qué puedo decir de una actriz tan versátil, tan fuerte y que sabe transmitir desde el lado que la sitúes, como deja claro en la recién estrenada Los domingos que hacía de tía mala oponiéndose por completo a la decisión de su sobrina. Aquí, es una madre rota, una madre sin hijo, alguien que debe sumergirse en el dolor para salir de él. Alguien que, en la piel de la actriz vitoriana, todo se mueve entre las brumas del no tiempo. A su lado, tenemos a Javier Rey, que muestra todo su poderío para la gestión de las emociones y expresarlo todo con la mirada y el gesto. El gallego muestra toda una serie de matices de transmitir sin necesidad de palabras. Les acompañan el debutante Miguel Iriarte en un personaje vital para la trama, así que, es mejor no desvelar más detalles para de esa forma contribuir a la exploración de los futuros espectadores, que ellos mismos lo descubran. Iñigo Gastesi que fue el chico de La inquietud de la tormenta tiene aquí un papel breve pero importante para la historia como técnico de IA, sí, de Inteligencia Artificial y ahí lo dejo, para no levantar más sospechas de cara a lo que se cuenta.

Después de dos películas de Alberto Gastesi en el que nos sumerge en dilemas de la existencia como por ejemplo, todo aquello que fuimos o que creíamos ser y cómo el tiempo ha vapuleado lo que somos, y sobre todo, cómo gestionamos el dolor y el peso del pasado y todo lo que arrastramos, esas cicatrices que no cesan de volver y demás, sólo nos queda celebrar con entusiasmo para el panorama del cine español la aparición de una cineasta que a partir de relatos sencillos y directos, nos sumerge en tramas donde lo mezcla todo, cogiendo de aquí y de allá, y además, creando un sólido, extraño y extraordinario lenguaje nada enrevesado en el que se atreve con todo, donde hay espacio para todo, del que beben los Sci-fi domésticos de los setenta que tanto furor tuvieron los países del este y en EE. UU. Un cine que a través de la fusión de varios géneros advertía de la deriva ultra consumista y tecnológica que ya se imponía hace medio siglo. Me gustaría que Singular encontrase su público porque la película seguro que gusta, porque a pesar de su aparente extrañeza, oculta uno de los mejores títulos de la temporada, y si no me creen, corran a verla, y si ya lo han hecho, podemos hablarlo cuando gusten. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Una batalla tras otra, de Paul Thomas Anderson

A LAS BARRICADAS. 

“Nadie en el mundo, nadie en la historia, ha conseguido nunca su libertad apelando al sentido moral de sus opresores”.  

Assata Khasur del Black Liberation Army

De las diez películas que ha dirigido Paul Thomas Anderson (Los Ángeles, California, EE. UU., 1970), ha dedicado tres de ellas a la década de los setenta. Una batalla tras otra (en el original, “One Battle After Another”), aunque ambientada en la actualidad, podemos decir que su origen radica en las luchas raciales de los sesenta y setenta en Estados Unidos con grupos como los Panteras Negras y el Ejército de Liberación Negro, que erjecieron la lucha armada para favorecer las condiciones humanas de la población negra. Basada en la novela “Vineland”, de Thomas Pynchon, del que ya adaptó Puro Vicio (2014), en el que Doc Sportello, un detective hippie trasnochado se enfrentaba a una trama compleja con tintes de cine negro. Ahora, nos sitúa en la América de Trump y del fascismo más exasperante para introducirnos en un grupo armado que lucha contra las injusticias contra los inmigrantes, como deja patente en su catalizadora apertura con la liberación del centro-cárcel de inmigrantes. 

El cineasta californiano adapta y actualiza el texto de Pynchon, donde el grupo armado actúa aquí y ahora con una gran líder como Perfidia, que recuerda a Assata Khasur, la ex-pantera que ejerció de líder del BLA, y da la circunstancia que ha fallecido este año en Cuba en la que se encontraba refugiada. Perfidia y los suyos atentan contra el sistema: roban bancos, liberan inmigrantes y hacen la revolución en una América deshumanizada y dictatorial. Si bien la película se parte en dos mitades diferenciadas. En la primera, asistimos a la actividad frenética del grupo y sus acciones, cada vez más violentas y complejas. En la segunda, con 16 años después, el relato se centra en Bob, el compañero de Perfidia que vive retirado de toda actividad revolucionaria que se verá inmerso en otro gran lío, porque Deandra, la hija que tuvo con Perfidia, es perseguida por un antiguo archienemigo, el coronel Lockjaw. Y así son las cosas, donde Anderson, envuelto en la atmósfera del cine setentero de los Peckinpah, Hellman, Boorman, Lumet y De Palma, alimenta una película llena de violencia física, persecuciones, disparos, y un ritmo frenético que no se detiene con el mejor estilo de la planificación del espíritu de Taxi Driver y Toro salvaje, de Scorsese. 

El director estadounidense se vuelve acompañar de algunos de sus cómplices de sus últimos títulos como el cinematógrafo Michael Bauman, que ya estuvo en Licorice Pizza, construyendo una luz cegadora que viene estupendamente al tono de la historia: seco, abrupto y desértico, lleno de carreteras secundarias, lugares sin nombre y todo ese imaginario que edificó el western crepuscular de tipos sin rumbo, amores imposibles y supervivencia por tramos. La magnífica música de Jonny Greenwood, sexta película con el director, en la que vuelve a llevarnos en volandas con esa lija que traspasa, en la que sigue sin descanso a los perseguidos y perseguidores de la películas, en una trama que asfixia por su contundencia, ritmo y salvajismo. El montaje de Andy Jurgenesen, que también viene de la mencionada Licorice Pizza, cimenta su energía y aceleración en el movimiento constante de los personajes, en constante huida y colocón, metiéndose por no espacios donde se hacinan gran cantidad de personas indocumentadas, en que el peligro es una constancia y donde se está huyendo de forma en bucle, en una historia que se va hasta los 162 minutos de metraje, en el que su entramado y veloz consecución de hechos no se detiene, sometiendo al espectador a un espectáculo de lo sucio, lo violento y lo más oscuro de la sociedad y la condición humana. 

Como suele ocurrir en las películas de Anderson, sus repartos están llenos de grandes aciertos porque enfunda a sus intérpretes en personajes pasados de vueltas en muchos aspectos. Tenemos a Bob que hace DiCaprio, que parece el hermano gemelo del citado Sportello que hacía Joaquín Phoenix, un tirado de la vida, que está metido en un asunto de muchos cojones y demasiado heavy para su “cuelgue”, peor no tiene más remedio que hacerlo porque su hija está en serio peligro. Le acompañan el “enemigo”, un militar sacado de los Gi Joe, fanático, fascista y sátiro que borda un inconmensurable Sean Penn. La casi debutante Chase Infinit es Deandra, la hija acosada, que no va de heroína al uso, sino de una tipa capaz de enfrentarse a todos y todo. Benicio del Toro es Sensei Sergio, un jefe-inmigrante que ayuda y se ayuda, que se involucra en el asunto, con su peculiar forma de hacer y humor. Teyana Taylor es Perfidia, una máquina total de la revolución, una activista que hemos citado recuerda a Khasur y también, Angela Jones y demás. Deandra es Regina Hall, otra activista de la causa. Alana Haim, la inolvidable protagonista de Licorice Pizza, también tiene acto de presencia como una de las activistas armadas. 

Las intenciones de Paul Thomas Anderson quedan muy patentes a lo largo de la película, porque ha querido actualizar la situación de aquellos años sesenta y sobre todo, setenta, donde la lucha armada acaparó la resistencia que proliferaron en casi todos los países, a partir de movimientos revolucionarios que luchaban por cambiar los métodos explotadores y consumistas de una sociedad hipnotizada por el materialismo y la ley del más fuerte, del ordeno y mando, como deja claro con ese instante donde el personaje de DiCaprio está viendo por televisión La batalla de Argel (1966), de Gillo Pontecorvo, mítica película que hablaba de la lucha del Movimiento de Liberación de Argelia contra el colonialismo despiadado de Francia. El cineasta americano huye del maniqueísmo y consigue una película muy sólida y efervescente, donde lo único es sobrevivir en una sociedad llena de violencia salvaje y deshumanizada, que no deja aire al espectador y nos introduce en una enérgica e intensa trama donde sus fumaos y tirados se meten en un lío de mil pares de cojones, a lo bestia, sin adaptación previa, como funcionan las cosas, un día de calma se viene abajo porque la venganza aparece de nuevo, sin pedir permiso, a tiro limpio, como el far west, como siempre ha sido en el país norteamericano, una guerra sin fin, donde sólo sobrevive el que se mantiene de pie, porque huir no es una elección, porque siempre te encuentran. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Weapons, de Zach Cregger

LOS 17 NIÑOS DESAPARECIDOS DE MAYBROOK.

“Se encuentra frente al gran misterio… Al que hace temblar a la humanidad desde su origen: ¡lo desconocido!”.

Gastón Leroux

Toda interesante película, independientemente del género y la textura, debe tener por decreto, un prólogo lleno de misterio, intriga e inquietante que produzca al espectador motivos para quedarse a verla. En Weapons, de Zach Cregger (Condado de Arlington, Virginia, EE.UU., 1981) se cumplen con creces esta regla no escrita pero sumamente eficaz. La historia se abre con una situación muy sorprendente: los 17 niños desaparecidos, en mitad de la noche, en un lugar tranquilo, familiar y sin más como Maybrook. Nadie sabe nada, nadie ha visto nada. Ante esta premisa, nos introducen una voz en off de niña que nos guiará estos primeros instantes del relato. Los únicos hilos a los que tirar son dos: Justine, la maestra de los niños, que está atónita ante el hecho, y Alex, el único alumno que se ha personado en el colegio la mañana después. Una apertura digna de una película absorbente y estupenda de terror, aunque como comprobaremos en unos minutos, la película sabe manejar la dosificación de información para dejarnos atrapados en sus imágenes. 

A partir de un espléndido guion del propio Cregger con estructura “Rashomon”, es decir, parte de cinco episodios de los personajes principales: Justine, Archer, uno de los padres afectados, Paul, un policía, Marcus, el director del colegio y Alex en los que va desgranando sus cotidianidades, miedos y las relaciones que se producen entre ellos, en los que veremos las diferentes perspectivas de la misma historia. Un planteamiento excelente que se aleja completamente de ese terror de sustos y música alta tan popular en estos tiempos. Aquí hay inquietud, angustia y terror a través de la cotidianidad, construyendo un cuento de hadas, con sus elementos característicos, sí, pero llevado a nuestra contemporaneidad, generando ese toque de atemporalidad que se agradece y mucho, porque la historia va avanzando a través de lo desconocido, sin recurrir a estratagemas ni a sorpresas para engatusar al espectador, aquí no hay nada de eso, su fórmula se basa en lo clásico: contarnos una historia a través de personajes bien planteados y avanzar el relato desde la pausa, la mirada, el gesto y dosificando enormemente la información para producir esa sensación de adentrarse en un lugar del que no hay vuelta atrás.

A Cregger lo conocíamos por su faceta como actor en series populares, y haber codirigido alguna comedia juvenil, y su destape en el terror con Barbarian (2022), en una historia de casa encantada o al menos eso parece. Su cum laude lo consigue con Weapons, en la que se ha rodeado de grandes técnicos como el cinematógrafo Larkin Seiple, del que hemos visto su trabajo en To Leslie (2022), de Michael Morris, y en la reciente Wolfs, de Jon Watts. Su luz etérea y plomiza crea esa imagen sombría tan adecuada para la historia que nos cuentan, y unos planos y encuadres bien estudiados donde lo revelador se consigue mediante la quietud y no al contrario. La música la firman los hermanos Rayn y Hays Holladay, que ya hicieron Class Action Park, un documental que documentaba los accidentes y peligros de un parque acuático, y el propio Cregge, que debuta en estos menesteres. Los tres consiguen una soundtrack magnífica, donde no hay sorpresas sacadas de la manga, sino todo lo contrario, siguiendo el tono de la película, a partir de lo inquietante y lo sugerido más que lo mostrado. El montaje es de Joe Murphy, viejo conocido del director, ya que estuvo en Barbarian, del que sabemos sus trabajos con James Franco y Eliza Hittman y en films como Swallow. Su trabajo no era nada sencillo, en una película que se va a los 128 minutos de metraje, donde todo se sujeta a lo que no conocemos, creando esa atmósfera donde todo es muy oscuro. 

El director estadounidense se rodea de un brillante reparto en el que destaca la gran composición de Julia Garner como la maestra tan perdida como los demás en el condado, siendo uno de esos roles que tiene sus cosas, pero nada que ver con la desaparición, en otro gran papel después de The assistant y Hotel Royal, en una filmografía que pasa de los treinta títulos con apenas 31 años. Su antagonista se pone en la piel de Josh Brolin, que está muy bien como padre desesperado, este actor nunca está mal, y además elige buenos guiones que le hacen lucirse mucho más, a los que le pone carisma y humanidad a cada uno de sus personajes. Tenemos a Alden Ehrenreich como el policía, que anda con su conflicto a parte de los 17 niños desaparecidos, un actor de largo recorrido al que hemos conocido en papeles de reparto con Coppola, hermanos Coen, Woody Allen, entre otros, al igual que Benedict Wong que es el director de la escuela, un todoterreno del cine mainstream, y la veterana Amy Madigan, en un personaje clave en la trama, del que no desvelaremos nada más, con más de setenta títulos y cuatro décadas de carrera, junto a grandes como Altman, Malle, Romero, Holland, entre otros.

Sólo podemos rendirnos a una propuesta como Weapons (un título muy acertadísimo, ya lo sabrán cuando vean la película, y no de lo que imaginan ahora mismo), de Zach Cregger, un director al que habrá seguir de cerca, y no sólo si vuelve a plantearse una de terror, sino porque su forma de contarnos la historia, que bien saben, lo es todo, su alucinante atmósfera de cuento de terror a la antigua usanza, donde prima el relato, los personajes y un desconocido tan aterrador como cotidiano, y además, imponer un ritmo pausado y sin ninguna prisa, para sujetar a los espectadores con lo mínimo, llevándolo de la mano como si caminamos por un sendero, adentrándonos en un bosque donde hay una casita al que nadie hace caso, o quizás, abandonada, quién sabe. Vayan a verla, porque Weapons no es una película de terror más, es una magnífica película, llena de detalles y matices, con un misterio que hay que desvelar, un misterio que no es tan raro como imaginamos, porque como suele suceder, alrededor nuestro siempre hay monstruos, aunque con nuestras prisas y nuestras vidas ocupadas, nos olvidamos de mirar a nuestro alrededor y pasar desapercibido nuestra realidad y mucho más nuestra cercanía. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Jurado Nº 2, de Clint Eastwood

UN DILEMA MORAL. 

“La moral y la ética cambian con el tiempo, pero siempre deben ser guiadas por la búsqueda de la verdad y la justicia”. 

Noah Chomsky

Desconocemos en qué momento la carrera como director Clint Eastwood (San Francisco, EE.UU. 1930), empezó a ser reconocida, como ya lo era su trabajo como actor que, a día de hoy tiene más de 120 títulos. Quizás podríamos situar ese reconocimiento a finales de los ochenta y principios de los noventa cuando filmó la extraordinaria fábula sobre periféricos veteranos que fue Sin perdón (1992), que revitalizó el olvidado género del western, acompañado de grandes críticas, gran respaldo de público, y numerosos premios. Después vinieron otros magníficos títulos como Los puentes de Madison (1995), Medianoche en el jardín del bien y el mal y Poder absoluto, ambas de 1997, Ejecución inminente (1998), y ya en el siglo XXI, siguió la estela con maravillosas películas como Mystic River (2003), Million Dollar Baby (2004), su díptico sobre la Segunda Guerra Mundial con Banderas de nuestros padre, desde el lado estadounidense y Cartas desde Iwo Jima, el lado japonés, producidas en 2006, y otras hasta llegar a los 40 trabajos, de las que ha compuesto la música en 7 de ellas, siempre a partir de guiones de otros como Boaz Yakin, John Lee Hancock, William Goldman, Paul Haggis hasta Jonathan Abrams, que firma Juror#2, el original de Jurado Nº 2

Su película número 40 nos sitúa en Savannah, en Georgia, una de esas pequeñas ciudades de la costa este estadounidense, donde conocemos a Justin Kemp, un miembro del jurado, el número 2, que debe decidir si James Sythe mató a su novia Kendall Carter en un juicio muy mediático. La cosa empieza a ennegrecerse cuando Justin tiene una implicación en el caso, ya que la noche del suceso, tropezó con algo mientras conducía. Con los hechos encima de la mesa, Eastwood, como tan bien sabe, echa mano al gran cine clásico, a los Preminger, Lumet, y demás, y a sus grandes thrillers judiciales para generar una atmósfera tensa y agobiante en un lugar muy tranquilo y donde parece no ocurrir grandes acontecimientos. Nos quedamos en la mirada y el gesto del protagonista, además, arrastra un pasado algo turbio mientras espera su primer hijo junto a su joven mujer. La trama transcurre sin sobresaltos, con ese tempo tan medido y a la vez, tan pausado, donde vamos conociendo no sólo las circunstancias del juicio, al que, aparentemente, parece tener claro su resolución, aunque Justin, sometido a un dilema moral de aúpa, irá inclinando el veredicto hacia otro lado, en continua lucha interna y externa frente a los hechos que lo inquietan.

La natural y cercana cinematografía del canadiense Yves Bélanger, que transmite toda esa intimidad y la vez negrura e invisibilidad que hay entre el protagonista y los otros, que ha trabajado con sus paisanos como Xavier Dolan y Jean-Marc Vallée, entre otros, en su tercer trabajo con Eastwood, después de Mula (2028) y Richard Jewell (2019), no juega al misterio, sino a la relación con unos hechos y qué hacer ante ellos. Lo mismo que la música de Marck Mancina, que ha trabajado mucho en el cine comercial y en estupendos policíacos como Training Day (2001), de Facqua, amén de hacer la soundtrack de Cry Macho (2018), que no juega a anticipar la trama, ni mucho menos, sino que acompaña a las imágenes, a los rostros y gestos tanto del citado protagonista como los otros intérpretes que ayudan a crear la asfixiante duda que experimenta Justin. El gran trabajo de montaje de Joel Cox, que lleva junto a Eastwood 33 películas desde Ruta suicida (1977), y David S. Cox, que componen una película con un in crescendo alucinante, que te coge desde el primer minuto y no te suelta hasta su gran final, y dejémoslo ahí, generando ese ambiente de duda e inquietud que tiene toda la trama, con esa marca de la casa de Eastwood de situar a un protagonista frente a todos, con sus conflictos y dilemas morales. 

Resulta ejemplar el talento y trabajo de Eastwood para confeccionar sus repartos, nada está al azar, todo está muy supervisado, como vemos en Jurado Nº 2, con la presencia de Nicolas Holt, que empezó de niño su carrera y ha pasado por películas de Bryan Singer, George Miller, Yorgos Lanthimos, y muchos más, siendo el actor perfecto para encarnar las dudas, los dilemas y la angustia que sufre Justin Kemp, intentan huir de su pasado y construyendo, o al menos eso desea, una vida mejor, tranquilo con su mujer y su futuro hijo, aunque la vida, como siempre ocurre, tiene otros planes. Le acompañan Toni Collete que encarna a la fiscal, rol fundamental porque ella también pasará por sus dilemas morales que tienen que ver con la verdad y su carrera política. Y luego, están los intérpretes de reparto, que son más cortos pero no por eso menos interesantes, como J. K. Simmons, curtido en mil batallas, otro miembro del jurado que también debe callar, y otros como Kiefer Sutherland, una especie de guía del protagonista, Joey Deutch, la esposa que está ahí, Chris Messina como abogado defensor, y otros miembros del jurado como Leslie Bibb como la portavoz, y Cedric Yarbrough, que tiene clara la culpabilidad del acusado. 

Desconocemos en absoluto si Jurado Nº 2 es la última película de Clint Eastwood, cuando se estrenó Cry Macho en 2021 si que se pronunció explicando que era su retiro. Por eso, guardamos prudencia y dejamos en el aire la decisión del maduro cineasta, cumplió 94 castañas el pasado 31 de mayo, aunque si nos preguntará a nosotros no tendríamos ninguna duda, le rogaríamos que seguiría haciendo cine, porque directores como Eastwood son los que continúan diciéndonos que el cine, a pesar de tanta tecnología que provoca alucinantes y vacíos impactos visuales, siempre quedan los maestros que capturan con la cámara las cuestiones de la condición humana, a través de la preocupación de un rostro, en una noche aciaga de tormenta donde todo puede cambiar, y nos van situando en el interior del personaje principal, y mostrando los diferentes puntos de vista, tanto emocionales como morales, que van construyendo los diferentes dilemas que se van produciendo. Es es gran cine, es el gran cine que hicieron tantos cineastas y han sido referentes para los otros y otras que han venido después, creyendo en la herramienta cinematográfica para ver todo lo que vemos de los demás y lo que no. Larga vida al cine y al cine de Clint Eastwood, al que ha hecho y al que quizás haga. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La habitación de al lado, de Pedro Almodóvar

EL ÚLTIMO VIAJE.  

“(…) Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y más al Oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. Caía así en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos”. 

De la película “The Dead” (1987), de John Huston 

El largometraje número 23 de la filmografía de Pedro Almodóvar (Calzada de Calatrava, Ciudad Real, 1949), es una película diferente a todas las que ha hecho. Es la primera vez que rueda un largo en inglés, ya lo había hecho con un par de mediometrajes The Human Voice (2020) y Strange Way of Life (2023). Vuelve a basar su guion en una novela, la cuarta vez que lo hace, en este caso ha sido “Cuál es tu tormento”, de la escritora estadounidense Sigrid Nunez. Deja su Madrid eterno, como hiciese en Todo sobre mi madre (1999), para trasladar la acción a New York. Y finalmente, como dato más significativo, el tema va sobre la muerte y el hecho de despedirse de los allegados, aunque ya había tocado la muerte y la enfermedad, en por ejemplo Dolor y gloria (2019), en este todo gira en torno a esos dos aspectos. 

La trama de La habitación de al lado (en el original, The Room Next Door), tiene su génesis en Ricas y famosas (1981), de George Cukor, a la que el cineasta manchego ya homenajea en el cierre de La flor de mi secreto (1995), con esas dos mujeres que se conocen en el New York de los ochenta trabajando para un magazine, Ingrid, ahora convertido en autora de novelas de autoficción y Martha, que fue reportera de guerra. Cuatro décadas se reencuentran, la una, presentando una nueva exitosa novela, y la otra, enferma terminal de cáncer. A pesar de los años transcurridos y las diferencias que hay entre ellas, entablan una amistad de nuevo. Martha le pide que le acompañe a una casa alejada del mundanal ruido porque ha decidido morir y necesita tener a alguien en la habitación de al lado. Bajo esta premisa, sencilla y directa, a la vez que compleja y crucial, Ingrid la acompaña, y es entonces cuando la historia se encierra en las cuatro paredes de esa casa entre árboles, perdida en un bosque, o lo que es lo mismo, una casa para dos mujeres, la que va a morir y la que espera que este hecho se produzca. Almodóvar compone una sutil elegía sobre la vida, con sus errores y aciertos, con todos esos momentos vividos y narrados, repasando los años pasados, los amores truncados, las decisiones equivocadas, las experiencias que nos han hecho lo que somos, y la maternidad, hecho capital que vertebra la filmografía del director español, con sus dimes y diretes, con sus alegrías y tristezas, con sus presencias y ausencias, amén de sus continuas referencias al arte, la literatura, el cine y todo lo que rodea a la cultura. 

Volvemos a rendirnos en la elegancia y sutileza de los planos y encuadres de la película, en una cinematografía que firma Eduard Grau, su primera vez con el director, con una filmografía al lado de nombres tan interesantes como Albert Serra, Tom Ford, Carlos Vermut y Rodrigo Cortés, entre otros, donde prevalece la intimidad y la cercanía con la que nos cuentan un tema tan difícil y doloroso, pero sin caer en el sentimentalismo ni el dramatismo, sino todo lo contrario, haciendo una oda a la vida, pero sin ser empalagoso, con leves detalles que nos ayudan a repasar la vida de Martha, con sus luces y oscuridades, con y sin arrepentimiento, pero sin enfatizar como es marca de la casa del director afincado en Madrid. Para la música vuelve a contar con Alberto Iglesias, casi tres décadas haciendo películas juntos en 15 títulos desde la citada La flor de mi secreto, en una composición que reúne la maestría del músico donostiarra donde la melodía tiene ese aroma elegíaco muy natural y nada impostado que nos acompaña sin ser molesto, sino con toda el alma necesaria. Para el montaje, otra cómplice como Teresa Font, cuatro películas juntos, si contamos los mediometrajes, en una película de 106 minutos de metraje, con apenas dos personajes y casi única localización, pero que contiene todo el ritmo pausado y cadente, sin esos momentos de subidón sino manteniendo el tempo reposado, para contar la historia y capturando la emoción que va in crescendo, un aspecto muy del agrado de Almodóvar. 

En el aspecto interpretativo, el cineasta manchego siempre ha mantenido un cuidado obsesivo en la elección de las personas que los interpretan. Vuelve a contar con Tilda Swinton, que ya protagonizó la mencionada The Human Voice, ahora en la piel de Martha, la moribunda que quiere morir con dignidad, la reportada curtida en mil batallas enfrentada a la muerte, pero siempre en compañía. Una actriz portentosa que compone a su Martha desde el más absoluto de los respetos, con gran naturalidad y sensibilidad que nos hace conmovernos y acompañarla en su último viaje, sin condescendencia ni medias tintas, sino de verdad y cercanía. Le acompaña en este viaje, una maravillosa Julianne Moore como Ingrid, que actúa como la mejor amiga posible, sin querer contradecirla en su decisión, sino estando junto a ella, a su lado, en la habitación contigua, recordando y esperando el momento, que no sabe cuándo se producirá. Como es habitual en las películas del realizador, la presencia masculina siempre es un aspecto muy importante, aquí es Damian que hace John Turturro, un tipo que hace conferencias de cambio climático, y además, y esto nunca es baladí en el cine de Almodóvar, fue amante de las dos mujeres, cerrando así el triángulo de la película. 

El largometraje número 23 de Almodóvar La habitación de al lado no es una película más sobre la necesidad de la muerte digna para aquellas personas que así lo quieren, es también una película sobre la libertad individual de cada uno y una de vivir y morir como le plazca. También es una película sobre las vidas vividas y las no vividas, sobre todas las cosas que hicimos y las que no, sobre todos los amores que experimentamos y los que no, los amores que no fueron y los que sí, y lo que se quedaron a medio empezar o a medio acabar. Es una película dura y terrible por lo que cuenta, pero que bien lo cuenta, y que sutileza y elegancia para hacerlo, sin caer en los estúpidos y melodramáticas historias donde el tremendismo hace gala en cada instante, aquí no hay nada de eso, todo se cuenta desde el alma, desde la convicción de la vida como experiencia total, con sus tristezas y desilusiones, pero al fin y al cabo, con lo que es y lo que somos, sin más, sin hacer alabanzas ni cosas de ese tipo, sino encarando la vida y la muerte como lo que es, una experiencia grande o pequeña, íntima y profunda, y nada dramática, sino con el deseo de vivir y morir con total libertad que es lo que todos deseamos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a David Trueba

Entrevista a David Trueba, director de la película «Saben aquell», en la terraza del Hotel Zenit en Barcelona, el lunes 23 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a David Trueba, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Carolina Yuste

Entrevista a Carolina Yuste, actriz de la película «Saben aquell», de David Trueba, en la terraza del Hotel Zenit en Barcelona, el lunes 23 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Carolina Yuste, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Gerard Jofra

Entrevista a Gerard Jofra, hijo del humorista Eugenio y autor de las novelas «Eugenio» y «Saben aquell que diu», sobre la película «Saben aquell», de David Trueba, en la terraza del Hotel Zenit en Barcelona, el lunes 23 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Gerard Jofra, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Saben aquell, de David Trueba

LA MUJER QUE AMÓ A EUGENIO.

“¿El humor? No sé lo que es el humor. En realidad cualquier cosa graciosa, por ejemplo, una tragedia. Da igual”.

Buster Keaton

Desde que fuera uno de los guionistas de aquella delicia que fue Amo tu cama rica (1991), de Emilio Martínez-Lázaro, el humor ha sido una de los palos mayores en la carrera de David Trueba (Madrid, 1969), pero no un humor chabacano y grosero, de chiste fácil, nada de eso. El humor del menor de los Trueba es irónico, inteligente, socarrón y muy crítico, un humor azconiano, una forma de enfrentarse con risas a la tragedia de la vida. Fue con su segunda película, la injustamente vapuleada Obra maestra (2000), en la que ofrecía una visión dura y triste de la soledad del artista, y de aquellos otros, más bufones, que pretendían serlo. Con trece largometrajes, un buen puñado de series, novelas, ensayos y guiones para otros, encontramos tres ficciones basadas en personajes reales. La primera, Soldados de Salamina (2003), basada en la novela homónima de Javier Cercas que hablaba de la peripecia de Rafael Sánchez Mazas durante la Guerra Civil. Diez años después, llegó Vivir es fácil con los ojos cerrados, sobre la aventura de Antonio, un maestro de inglés que quería conocer a John Lennon en la España gris de los sesenta. Ahora, una década después, otra vez, llega otro personaje real, el humorista Eugenio (1941-2001), que se autodenominaba como “Intérprete de cuentos”, un hombre de humor que fue uno de los reyes de la risa en las décadas del ochenta y noventa. 

El relato se centra en trece años, los que van del 1967 hasta 1980, el tiempo en que Eugenio Jofra dejó de ser joyero y se convirtió en un incipiente artista de la “Nova Cançó”, primero, y luego, en el genio que todos recordamos. A partir de una sublime y fidedigna reconstrucción de la época, llena de detalles, donde no hay nada que chirríe y exista ese decorado demasiado edulcorado y preciosista, en Saben aquell no hay nada de eso, sino todo lo contrario. El acertadísimo y revelador título de la película, que era la frase con la que Eugenio empezaba su repertorio, y el período elegido para contarnos la historia que narra, basada en los libros Eugenio y Saben aquell que diu, ambos de Gerard Jofra, primogénito del artista, apoyándose en un guion que firman Albert Espinosa, de sobra conocido por su faceta en el teatro, en la novela y en el cine, y el propio Trueba, en la que nos cuentan en aquella España grisácea y triste, como la que contaba Vivir es fácil… , pero ahora en Barcelona, en la que el joven veinteañero Eugenio conoce a Conchita, una joven que quiere hacerse un hueco en el mundo de la música con su guitarra y canciones. El amor los junta y empiezan a cantar con más dificultades que éxito. 

La película profundiza en el hombre y en su faceta más íntima y desconocida, antes del fenómeno Eugenio, y lo hace desde la intimidad y la cotidianidad, sin sobresaltos ni estridencias argumentales, de forma lineal, con pausa y con atención, consiguiendo atraparnos a los espectadores a partir de una naturalidad y transparencia. Los que vimos el documental Eugenio (2018), de Jordi Rovira y Xavier Baig, ya sabíamos los pormenores de esos difíciles comienzos en el mundo del espectáculo, pero no entra en conflicto con Saben aquell, y no lo hace, porque la trama se mueve entre dos líneas bien definidas: la historia de amor de Eugenio y Conchita, y sus complicados caminos en el mundo de la cançó, y por otro lado, la historia del país que estaba a punto de el cambio, con la muerte del dictador y los primeros años de la democracia en aquella transición dura y compleja. En ese sentido, la película podría haberse llamado Conchita, como ocurría en Doctor Zhivago (1965), de David Lean, en que Lara, la mujer del citado matasanos, se convertía en la alma mater de la vida del protagonista. En Saben aquell, la cosa va por el mismo estilo, porque conocemos a Conchita, una mujer fuerte, valiente y enamorada, que creía en el talento de Eugenio, en su peculiar voz, que mezclaba el catalán y el castellano, en su don de gentes, y sobre todo, en el personaje de negro que creó, contando sus cuentos de forma tan peculiar, imperturbable, seria, su cubata, su tabaco y el gesto inconfundible, y sobre todo, el cariño que le profesó un público atónito con un tipo triste pero que les hacía reír a carcajadas. 

Una luz claroscura que encuadra de forma precisa y a conciencia cada espacio y cada personaje, en un gran trabajo de cinematografía de Sergi Vilanova Claudín, que ha trabajado en documental, ficción con Calparsoro y Sánchez-Arévalo, y en series con Berto Romero. El brillante y rítmico montaje de Marta Velasco, una crack con más de cuarenta películas a sus espaldas con Jonás Trueba, Carlos Vermut y Fernando Trueba, entre otros, en la sexta colaboración con David. Y qué decir de la exquisita y envolvente música de una fenómena como la trompetista Andrea Motis, que ya compuso la banda sonora del documental El sueño de Sigena. Qué decir de su maravilloso reparto, muy heterogéneo que como es habitual en David, funciona muy bien sin alardes, con la mayor sencillez y cercanía posibles. Tenemos a Ramón Fontseré en el rol de dueño de la sala donde actúan los protagonistas, en su tercera película con Trueba, después de las citadas de personajes reales, Pedro Casablanc como manager de Eugenio, con esa fuerza y voz derrochante, Marina Salas es la hermana de Eugenio, Matilde Muñiz y Quimet Pla son los padres del artista, la bailaora Cristina Hoyos hace de madre de Conchita. Después nos encontramos con variados y sorprendentes cameos que van, por no desvelar todos, los de Ignacio Martínez de Pisón, Anna Alarcón, que ya estuvo en A este lado del mundo, Paco Plaza y Mónica Randall, que interpretan a figuras muy populares y a ellos mismos. 

Hemos dejado para el final a los dos tótems de la película: un David Verdaguer en la piel de Eugenio, que no lo imita, es él, convenciendo sin abrir la boca, con ese gesto, esa ceja arriba y esa pose de la sombra del caballero de la triste figura, o alguno de esos personajes tan anodinos e invisibles que hacía el genial Keaton. Hace de  alguien que tuvo que lidiar con su carácter extremadamente  introvertido y gran timidez para contar sus cuentos. Verdaguer demuestra para que ellos que todavía lo dudaban, ser uno de los más grandes intérpretes de su tiempo, consiguiendo lo más difícil, ser el artista y sobre todo, el hombre triste que había detrás, con su seriedad, sus noches sin fin, sus ausencias, y sobre todo, su mundo interior que era todo lo contrario del personaje que tuvo que interpretar encima de un escenario. Para el personaje de Conchita, tenemos a Carolina Yuste, que es ella, sin poses ni imitaciones, con su belleza, frescura, inteligencia y encantadora, reflejando esa fuerza avasalladora que era, y que hizo no sólo a Eugenio, sino que domó a la fiera interior que era Eugeni Jofra Bafalluy y le sacó todo aquello que tenía, creyó en él, porque era una mujer que creía en el amor y en la felicidad de la persona que tenía al lado.  

Por favor, no se fien si leen o escuchan por ahí que la película sobre Eugenio es así o asa, porque se estarán perdiendo una experiencia sumamente enriquecedora, porque Saben aquell, una de las mejores películas de David Trueba, con permiso de La buena vida, la mencionada Soldados de Salamina y Madrid 1987, es una obra que  les habla desde la “verdad”, desde la misma verdad que mira al personaje y a la persona que se escondía tras las cortinas, o cuando acaba el show y se ponía a charlar, fumar y beber con sus allegados y demás. Y no sólo eso, también conocerán su entorno, su espacio más íntimo, su lado más invisible, y a Conchita, una mujer que fue clave en su vida y significó todo lo que fue y lo que es, en su maravillosa y envolvente historia de amor, de las de verdad, no las otras. Estamos frente a una película que es más que eso, es una parte de la crónica de nuestro país, de aquellos que nos hacían reír, que buena falta nos hacía y nos hace, y conocer lo que había detrás, un tipo que fue intérprete de cuentos, como decía él, muy a su pesar, como casi todas las cosas bonitas que nos suceden en la vida, por casualidad, y totalmente por azar, que conozcamos a alguien y todo cambie, y para siempre. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Barbie, de Greta Gerwig

¿SUEÑAN LAS MUÑECAS CON HUMANAS REALES?. 

“(…) Estaba encerrada en el interior de aquella muñeca de mi misma y mi verdadera voz no podía salir”. 

Alias Grace (1996), de Margaret Atwood

Seguro que recuerdan aquel instante memorable en Toy Story (2010), de Lee Unkrich, cuando Barbie enfadada con Ken por ser tan Ken, convertida en una mujer decidida, cansada y aburrida de vivir siempre igual y de la misma forma. Una mujer libre y valiente que ansiaba otro tipo de vida y de circunstancias, a lo que Ken le pedía que no se fuera, que siguiera junto a él, a lo que Barbie lo miraba y se marchaba lejos. La famosísima muñeca creada por Ruth Handler para Mattel en 1959, tenía en la película de animación una parodia a su altura, poniendo en solfa a una mujer sin ataduras, feminista y sobre todo, que necesitaba hacer su camino en solitaria y sobre todo, una mujer que creía en sí misma. Porque, como deja constancia su impresionante prólogo, con homenaje incluido, estamos ante Barbie, una muñeca que dejó de ser bebé y niña, como eran las muñecas antes de ella, para convertirse en una mujer trabajadora, independiente y diferente. Una muñeca/mujer para crear niñas más ellas, más libres y más mujeres, que rompan los estereotipos sociales a los que estaban destinadas y se conviertan en lo que deseen de forma libre. 

Cuando Warner Bros. anunció el rodaje de la película sobre Barbie y por ende, mencionó que Greta Gerwig (Sacramento, EE.UU., 1983), iba a ser su directora. Sí! La directora de películas tan estimulantes como Lady Bird (2017), que recorría a una dolescente que retrata mucho de su vida en su Sacramento natal, y Mujercitas (2020), una versión más feministas de la inmortal obra de Louisa Mary Alcott. Los amantes del cine marcamos la fecha de su estreno porque sabíamos que la directora estadounidense iba a sorprendernos gratamente, aún más, cuando Noah Baumbach, su pareja y director de grandes obras como Una historia de Brooklyn (2005), Mientras seamos jóvenes (2014), Historia de un matrimonio (2019), entre otras, iba a trabajar en la película como coguionista. La expectación estaba servida para ver qué podían hacer con la hiper famosa muñeca, el tándem que ya había coescrito películas tan interesantes como Frances Ha (2012) y Mistress America (2015), y trabajado como director él y actriz ella en cuatro films. El resultado es un maravilloso y alucinado pastiche, en el mejor sentido de la palabra, porque hay de todo, con ese país “Barbieland”, una flipada del reverso colorista y consumista de Alicia en el país de las maravillas, donde lo inquietante es esa perfección que asusta, donde la parodia está a la orden del día, un Mundo Feliz, de Huxley, donde todo es perfecto e imperfecto a la vez, donde el color y la superficialidad están a la orden del día, donde todo y todos son modelos falsos y terriblemente, muñecas y muñecos.

Un mundo de luz y color donde todas son Barbie y sus múltiples versiones, al igual que Ken y sus otros Ken, así como la Barbie estereotípica, la primera y piedra angular de las demás. Un mundo artificial, plastificado y falso, donde simulan una vida que ni tienen ni son. Un falso país y una falsa vida que tiene su reflejo en la vida real, no les digo más, todos ya saben. El conflicto aparece cuando Barbie, la principal, piensa en algo que no debe, y tiene pensamientos demasiado “humanos”, que sorprenden a todos. No tiene más remedio que visitar al oráculo de ese lugar, no les cuento, seguro que van a flipar cuando lo descubran, eso sí, deben ver la película. La cosa es que debe cruzar el umbral que separa la flipada vida de Barbieland e ir a la vida real, donde la realidad consumirá a la muñeca y a Ken, que se cuela en el citado viaje. En ese nuevo espacio, la parodia continúa, hay risas y cachondeo para todos, para la creadora de Barbie, para Mattel, para su consejo, ¡Qué vaya consejo”, para la sociedad y su hipocresía, su falsedad y su superficialidad, y Barbie conocerá las verdaderas dudas que la tienen en vilo, de donde procede su pesar, que tiene una relación brutal con el mundo real y tiene que ver con las niñas y sus muñecas. 

Una cuidadisima estética llena de rosa, como no podía ser de otra manera, donde la maqueta, el artificio y el cartón piedra tiene su razón de ser, con una gran cinematografía de un grande como el mexicano Rodrigo Prieto, que tiene en su haber trabajos con Scorsese, Malick, Almodóvar y Ang Lee, entre otros, la música del dúo Mark Robson y Andrew Wyatt, que vienen del mundo del videoclip en el que ha trabajado con artistas mundiales, la edición de Nick Houy, que ha montado las tres películas de la Gerwig, en una película en la que hay de todo: muchas dosis de feminismo, de machirulos, de parodia, de autoparodia, de comedi romántica tonta, comedia sofisticada, cine social, aventuras, cine musical y mucho pitorreo con todos y todo. Una película con ritmo y pausa, bien pensada y construida que se va casi a las dos horas de metraje, una duración que gusta mucho y deja con ganas de más a los entusiasmados espectadores, algunos y algunas vestidas de rosa, como manda la cita, de la primera sesión a la que asistí. El reparto también brilla en la película, porque sus intérpretes entran en ese juego de la parodia y la estupidez bien entendida, la que sirve para mofarse de los demás empezando por uno mismo, como hacían los hermanos Marx, Jerry Lewis, Mel Brooks, Monty Python, entre otros muchos, que hacen de la comedia tontorra, el mejor vehículo para troncharse de las estupideces y miserias del mundo consumista en el que existimos, que no es poco, a qué si, Cuerda. 

Tenemos a una Margot Robbie desatada y sublime como la Barbie estereotípica, tan suya, tan rígida, tan bella, tan falsa y tan cansada de ser muñeca. Junto a ella, un Ryan Gosling, que tiene algún que otro numerito musical y tontín para enmarcar, con ese look, ¡Vaya look!, será difícil que pueda superarse, bueno, es muy Zoolander (2001), de Ben Stiler, que también ha pasado por el universo Baumbach, y es otro director de la parodia y el cachondeo, como también hizo en Tropic Thunder (2008). También pululan America Ferrera, que se cruzará en el camino de Barbie, Kate McKinnon, en uno de esos personajes divertidos y muy oscuros, que parecen sacados de alguna famosa serie raruna de la tele de los sesenta, Rhea Perlman como la creadora de la muñeca, en una de las secuencias más conmovedoras de la cinta, Will Ferrel como el magnate de Mattel, o ese mandamás tonto de capirote y sus locos seguidores del consejo, todo tíos, faltaría más, y luego, toda una retahíla de buenos intérpretes que hacen de todas las versiones, réplicas y dobles de Barbies y Kens, ahí es nada. No vayan a ver Barbie con prejuicios o con demasiadas expectativas, sino que hagan totalmente lo contrario, vayan a disfrutar, a reírse, porque seguro que se van a reír, y da igual que les gusten las muñecas, faltaría más, a mi no me gustan, y nunca he tenido, y no me ha impedido emocionarme con la película, por su libertad, valentía, cachondeo, parodia y autoparodia a lo bestia, sin filtros, sin el ánimo de agradar a todos y todas, sino de construir una película al servicio de Barbie y Mattel, sino aprovechar ese mundo consumista para crear otro, tan divertido, tan lleno de errores y lleno de muñecas y muñecos que sueñan con ser humanos, o con vagina. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA