AMORES QUE MATAN.
“(…) Y morirme contigo si te matas. Y matarme contigo si te mueres. Porque el amor cuando no muere mata. Porque amores que matan nunca mueren”
De la canción “Contigo”, de Joaquín Sabina
La tercera película de Sophie Dupuis (Val-d’Or, Quebec, Canadá, 1986) se divide en dos tramos. En el primero, asistimos a la celebración de la diferencia, una fiesta de la identidad y de lo queer, en la piel de Simon, una drag queen que, cada noche, se sube a un escenario y canta, baila y derrocha toda su fantasía y glamour. Una fiesta en la que se une un recién llegado del otro lado del charco, un tal Olivier, tan suyo como star que se enamoran con Simon y nace un vínculo afectivo, artístico y lleno de esperanza, ilusión y alegría como los primeros meses de cualquier amor. En la segunda entrega, Simon tropieza con el narcisismo y victimismo de Olivier, que lo maneja a su antojo, además, la madre del joven, famosa cantante de ópera, vuelve 15 años después para reencontrarse con su pasado. La fiesta del inicio se irá tornando cada vez más oscura y tenebrosa, y Simon se enfrentará a dos amores destructivos, que lo aman y también, lo matan cada día.

Después de Chien de garde (2018), convulsa historia de conflictos familiares, y Souterrain (2020), la redención de un minero conflictivo, ambas protagonizadas por Théodore Pellerin, la directora canadiense construye con acierto e inteligencia una historia queer que, nos sitúa en el interior de un local donde se da rienda suelta a la imaginación, la fantasía y la identidad en la que unos individuos asombran al público con sus playbacks y sacando toda su feminidad. Aunque, lo drag aquí es un mero pretexto para hablar de esos amores apasionados y veloces que nos desordenan de tal manera que lo perdemos todo, incluso nuestra dignidad y amor propio. Un amor que nos engancha a fuego, y que nos somete a sus terribles exigencias, y lo peor de todo, nos cuesta tanto verlo con perspectiva, despegarnos y darnos cuenta que más que amor es una condena, una constante tortura, un sin vivir, un fuego que acaba quemándonos, y no sólo eso que, también nos hace sentirnos culpables. Solo nos lo cuenta con verdad, no queriendo ser realista, sino mostrándonos personajes que sienten, padecen, lloran y actúan según son, con sus verdades, mentiras y miserias, donde nos confunden, nos llevan de aquí para allá, como la vida misma.

Uno de los grandes aciertos de la película es su parte técnica, con la estupenda cinematografía de Mathieu Laverdière, habitual del cine de Louise Archambault, de la que hemos visto Gabrielle y Y llovieron pájaros, entre otras, que consigue esa mezcla entre los shows drags, la fiesta y la noche, con su infinidad de colores vivos y llamativos, y los días, con su retrato más crudo, más de verdad, y menos glamouroso. El conciso y rítmico montaje que firman el trío Marie-Pier Dupuis, Maxim Rheault y Dominique Fortin, con más de 30 títulos en su filmografía para directores tan importantes como Roger Spottiswoode e István Szabo, entre otros, en un relato con muchos vaivenes emocionales donde la mirada, el gesto, la palabra y la emocionalidad de Simon captan toda nuestra atención en sus intensos 101 minutos de metraje. La sensible y acertada música de Charles Lavoie, que capta con cercanía y humanidad todo el desbarajuste psíquico por el que pasa el protagonista, metido en dos amores que les hacen vivir y morir a la vez. Las impresionantes actuaciones coreografiadas por Gerard X Reyes, acompañadas de temazos de Abba, Chaka Khan, Donna Summer, y otros temas de la escena dance como CRi, Marie Davidson, y demás temas que consiguen que seamos uno drag más, tanto encima del escenario dándolo todo, bailando como descosidos en la pista y amando con tanta fuerza como si fuésemos a estallar.

El cine de Dupuis basado en el profundo retrato de sus personajes y las relaciones entre ellos, tan alegres como tristes, en continua batalla contra ellos mismos, debía tener una pareja protagonista muy especial para una película en la que deben interpretar unos tipos muy complejos, sino que además deben ser su propia drag, con sus performance, bailes y vestidos. Los encontró en la piel del mencionado Théodore Pellerin, tercera película juntos, que hace un Simon apabullante en todos los sentidos. Uno de esos personajes inolvidables que lo vive todo con una gran intensidad y sensibilidad, quizás demasiada, en mitad de dos amores tan bellos como malignos, el de un novio que lo ama y también lo destruye, y una madre, tan egoísta y tan ausente que, ahora que vuelve, parece más un fantasma que una madre afligida. En el otro lado, o pisándole el vestido, tenemos a Félix Maritaud, que le hemos visto con dirigido por Yann González, Robin Campillo, Gaspar Noé, y nos flipó como chapero en la fabulosa Sauvage (2018), de Camille Vidal-Naquet. Su Olivier es puro narcisismo y egolatría, que va consumiendo a Simon y todo lo que le rodea. Alice Moureault es Maude, la hermana íntima de Simon y la diseñadora de sus modelos, un apoyo que hará lo imposible por abrir los ojos a un Simon zombie, y Anne-Marie Cadieux como la madre que se fue y ahora vuelve como si nada, y luego la retahíla de excelentes intérpretes que conforman los compañeros drag del show en el que están los protagonistas.

Van a disfrutar y reflexionar con una película como Solo, de Sophie Dupuis, porque seguramente desconocerán el universo drag, como era mi caso, y descubrirán una parte, con sus trajes, sus coreografías y sus bailes y shows, y además, serán testigos de lo que pasa entre bambalinas, de ese otro mundo de procesos y preparación e interacción entre las diferentes drags, y no sólo eso, porque la película lo muestra desde la más absoluta intimidad y cercanía, y la otra parte, más oscura y más terrorífica, la de los amores que matan, la de el amor cuando se disfraza de cariño y esperanza, y cómo esos amores que parecen tan dulces y apasionados, no son más que excusas que nos destrozan suavemente, como cantaba Roberta Flack, de esos que hay que huir despavoridamente, y que son tan difíciles de dejar porque nos someten de tal manera que nos humillan y nos despojan de quiénes somos y nos ponen en contra de todos, una amargura. Cuídense de esos amores y sobre todo, sigan disfrutando de quiénes son, de su libertad, de su identidad, y de su manera de expresarse, sea como sea, y pasen de esos que nos limitan y nos intentan dirigir, porque nunca sabrán que pasa en nuestro interior, y lo más grave, nunca sabrán disfrutar de lo auténtico que somos para los que sí nos quieren de verdad, ni a medias, ni haciéndonos daño. sino de corazón. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


ZAIDA Y EL AMOR. 

Tiene la frescura, la cercanía y la intimidad de las desacomplejadas comedias sentimentales españolas de principios de los ochenta que hacían los Colomo, Trueba, Almodóvar, sin olvidar las comedias-pop de los sesenta, en la que Un, dos tres… al escondite inglés (1969), de Iván Zulueta, sería la punta de lanza de la irreverencia y el desparpajo, y también, el universo cálido y oscuro de las películas de Miranda July, y hits del cine queer noventero como Go Fish y High Art, entre otras, que abrieron el camino para que ahora podamos ver películas tan estimulantes como La amiga de mi amiga. Celebramos una película como esta, porque el cine necesita películas rodadas con ese espíritu libre que tanto hace falta, películas que hablen de nosotras, de todo lo que nos pasa, de todos esos estados de ánimo que no sabemos interpretar, de toda esa extrañeza de estos tiempos, tanto a nivel laboral como sentimental, de tantos tumbos y deambulaciones que damos nosotras y las demás, en este vivir y sinvivir que nos pasa con el amor o eso que creemos que es el amor, como le sucede a Rocío, Lara, Aroa, Júlia y Zaida, nuestras cinco heroínas de la búsqueda del amor, de los sentimientos, de la sinceridad, de ese maremoto de emociones, miedos, inseguridades y demás que nos suceden con el amor o mejor dicho, cuando creemos que hemos encontrado el amor o algo que se parece a ello o la idea que tenemos de eso que llamamos amor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
UN VERANO, EL AMOR. 


EL AMOR Y EL TIEMPO. 

