El insulto, de Ziad Doueiri

LAS HERIDAS DE LA GUERRA.

Decía el poeta que las guerras no acaban cuando estas terminan, y algunos creen que han sido vencedores y otros, vencidos. No, las guerras continúan, aunque ya no se escuche ningún disparo y estalle ninguna bomba, las guerras permanecen en el consciente de aquellos que tuvieron la tragedia de vivirlas y sobrevivirlas, porque el alto el fuego físico, deja paso a las heridas emocionales, esas heridas que permanecerán en el subconsciente colectivo por muchos años. El cuarto trabajo para cine de Ziad Doueiri (Beirut, Líbano, 1963) se sitúa en ese contexto, en el del Beirut actual, y nace a través de un incidente casi sin importancia, que en otras circunstancias, quizás, podría pasar desapercibido. A saber, en una calle de un barrio cualquiera, las obras de saneamiento y reestructura del mobiliario urbano, provocan el conflicto entre un vecino, Toni, libanés de la falange cristiana, con el capataz de las obras, Yasser, un refugiado palestino, debido a un sumidero que lanza agua a la calle. Lo que parece un conflicto sin más, deriva en una fuerte discusión, en un insulto y una guerra entre los dos hombres, que los llevará a una cuestión de estado y su posterior juicio.

Doueiri, que trabajó como ayudante de cámara en varias películas de Tarantino, con la complicidad de su guionista habitual Joëlle Touma, estructura sus películas a través del conflicto árabe entre los libaneses y los palestinos, y sus formas diferentes de encauzar sus problemas, y cómo afecta a sus personajes, sobre todo, la guerra del Líbano (1975-1990) y sus terribles consecuencias tanto físicas como emocionales, incrustadas en la conciencia de aquellas personas que la vivieron y en las generaciones venideras. En su debut  West Beirut (1998) unos adolescentes de familias musulmanas se enamoraban de una chica cristiana en plena guerra libanesa, en Lila dice (2004) una chica cristiana entablaba una relación sentimental con un chico palestino, y en El ataque (2012) un árabe integrado en Israel debía hacer frente a un atentado ocasionado por su mujer y viajaba hasta los territorios palestinos para encontrar la raíz de tanta violencia. Cine humanista, cine político, cine sobre la condición humana y sobre todo, en las cuestiones sobre las consecuencias de la guerra y su deriva posterior.

El conflicto entre Toni y Yasser no es por un sumidero y un canalón, sino que su problema radica en ese pasado reciente que ha dejado heridas muy profundas en ambos, los dos han sufrido la tragedia de la guerra, y ahora, en la actualidad, su dignidad sigue por los suelos, la culpa y el perdón siguen latiendo en su interior, sobreviviendo a todo aquello, a un drama instalado en el pensamiento de todos, en una guerra que por desgracia, sigue en las calles de cada rincón del Líbano, en cada rincón de sus casas, porque la guerra se acabó, pero las reparaciones emocionales nunca se produjeron, están por llegar. El estallido entre ambos explota en la sociedad, y las heridas sin cerrar estallan entre unos y otros, convirtiéndose en una cuestión no sólo individual, sino estatal, un problema político, que en su día no se cerró como se debía de haber hecho y todavía, sigue provocando esta división enquistada y terrorífica. El cineasta libanés construye una película magnífica sobre la guerra y sus malditas consecuencias, en la que no existen buenos ni malos, sino personas que sufrieron y sobrevivieron al horror, y continúan viviendo a pesar de todo aquello, aunque sus heridas siguen abiertas y en cualquier momento pueden empezar a sangrar. Estupenda la pareja de actores que interpretan a estos individuos víctimas de una guerra fraticida que se llevó a tantos por delante, sin olvidar a su eficaz reparto, y los dos abogados, que para más inri tienen mucho que compartir.

Un retrato sobre la conciencia de la población libanesa, en el que tantos unos y otros defienden lo que consideran justo, todos ellos víctimas de unos gobernantes que ejecutaron una guerra en el que todos fueron vencidos, y sus heridas han quedado en el olvido, sin ningún tipo de reparación, como si pasando una página todo quedase resuelto, y se pudiese empezar de cero, más lejos de todo, la posguerra continúa y las heridas más abiertas que nunca, porque no se hizo examen de conciencia, solamente pasó, como si eso fuese motivo de curación. Dos hombres enfrentados, dos hombres de procedencias distintas, con ideas religiosas antagónicas, aunque algo tienen en común, su dolor y sus heridas de la guerra, los dos han sufrido, los dos tuvieron que huir, y los dos desean y trabajan para tener una vida digna y poder vivir sin rencores, sin dolor y recordando a sus víctimas. Doueiri plantea una película necesaria y valiente, una cinta que aboga por la reconciliación entre los humanos que piensan y sienten diferente, en las diferencias y las similitudes entre aquellos que están en los extremos, en una cinta sobre el amor entre hermanos, en superar las diferencias irreconciliables, y en llegar a esa situación en que todos nos parecemos y sufrimos por lo mismo, en dirimir con diálogo y valentía todo aquello que nos separa y encontrar, y mirar al rostro al que tenemos en frente, aunque resulte durísimo y terrible, por los malos recuerdos de la guerra, compartir y abrazar todo aquello que nos une y nos hace más humanos.

Omar, de Hany Abu-Assad

1010863_fr_omar_1378206363758Amor a pesar de la barbarie

Hany Abu-Assad, palestino de nacimiento pero holandés de adopción, lleva desde los años 90 produciendo y dirigiendo películas con un alto contenido político, y situadas en el difícil conflicto que mantienen palestinos e israelís desde principios del siglo XX. Su saltó a la fama mundial se produjo con Paradise now (2005),  brillante e intenso retrato del último día en la vida de dos suicidas palestinos. La película obtuvo un gran reconocimiento internacional que vino acompañado de una nominación a los Oscar, el Globo de Oro y sendos premios en la Berlinale. Ahora, vuelve a mostrarnos otro retrato ambientado en los territorios ocupados de la franja de Cisjordania, un lugar situado entre dos mundos, el que separa el muro que divide una tierra marcada por la sangre y la tragedia. Siguiendo la línea que vertebra buena parte de su filmografía, la trama se centra en la figura de Omar, un joven palestino de oficio panadero, que salta el muro de la vergüenza cada vez que visita a  su novia, Nadia, con la mantiene una relación secreta. La joven,  hermana de Tarek, que con Amjad, -que también ama a Nadia-, y el propio Omar, a parte de ser amigos desde la infancia, pertenecen a un grupo de resistencia, que realizan actividades armadas clandestinas contra el ejército israelí. En uno de los ataques asesinan a un soldado judío, hecho que provocará la detención y encarcelamiento de Omar. La cámara de Abu Assad sigue sin descanso a unas criaturas que viven bajo la amenaza constante del yugo terrorífico del estado de Israel. El realizador palestino filma con pulso firme, conoce los mecanismos cinematográficos a la perfección y sabe dotar a cada situación de la intensidad dramática que requiere en ese momento. Tragedia de tintes shakesperianos en el que la mirada de Abu-Assad nos confina en situaciones complejas en que nos mira de frente y nos cuestiona elementos humanos como son la amistad, la traición, la venganza, la lealtad, la lucha armada como única vía a la ocupación… Remitiéndonos a un cine político de primera magnitud con nombres como los de Bertolucci, Costa-Gavras, Petri y otros tantos que se interesaron por los conflictos políticos que asolaron buena parte de la segunda mitad del siglo XX. Magnífica película con una impecable composición Adam Bakri, que interpreta al desdichado Omar, dotándole de una mirada y una fuerza que llegan a sobrecoger. El filme se alzó con el Premio del Jurado en el Festival de Cannes, y fue nominada a los Oscar. El realizador palestino nos habla del amor como una vía posible para soportar la barbarie cotidiana en la que se ha convertido la vida de muchos palestinos que sobreviven en los territorios ocupados. Aunque la lucha constante y diaria por la supervivencia acaba minando a todos los personajes, conduciéndolos a una encrucijada donde ya nadie sabe en quién puede confiar, y sobre todo, a enfrentarse, no solamente a los demás y a su propio entorno, sino a uno mismo, que es quizás, el peor de los conflictos.