Presentación de la película «Flores para Antonio», con la presencia de su protagonista Alba Flores y los directores Elena Molina e Isaki Lacuesta, en el marco de IN-EDIT Barcelona. Festival Internacional de Cine Documental Musical, en una de las salas del Aribau Mooby Cinemas en Barcelona, el miércoles 29 de octubre de 2025.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alba Flores, Elena Molina e Isaki Lacuesta, por su tiempo, sabiduría y generosidad, y al equipo de comunicación del festival, por su tiempo, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Lo que falta aprender en las familias es que dentro no debe existir el poder”.
Francis Bacon
De las tres obras que componen la filmografía breve e intensa de Alauda Ruiz de Azúa (Baracaldo, 1978), la familia se erige como centro capital del que vertebran todas las ramificaciones habidas y por haber. La familia no como institución o nexo común entre una serie de individuos, sino de cómo actúa la familia cuando el conflicto estalla. Una cuestión que es diseccionada de forma quirúrgica por la cineasta vasca desde todas las posiciones posibles, en la que bucea de forma tranquila y nada complaciente, escarbando todos los pormenores, sacando a relucir las grietas invisibles que a simple vista no se ven. Un cine para reflexionar sobre personas que parecen equilibradas y reposadas en vidas que, a priori, parecen normales y nada extrañas. En Cinco lobitos (2022) su ópera prima, el tema iba sobre la maternidad de la hija y cómo eso suponía un destrozo emocional en todo el clan. En Querer (2024), miniserie para Movistar, la cosa andaba por la denuncia de una madre contra su marido por malos tratos ante la sorpresa de los hijos.
En Los domingos estamos ante una familia religiosa y convencional que se trastorna cuando Ainara, la heredera de 17 años, exitosa en los estudios y de carácter reservado y afable, se acerca tanto a Dios que despierta su vocación y decide que será monja. Como es una familia civilizada respeta la decisión de la joven, aunque será Maite, la tía que se mostrará en contra de tal decisión e instando a su hermano, Iñaki, y padre de la niña, a que la convenza de cambiar su decisión. La película abre muchas vías que aparentemente suenan irreconciliables pero que la directora sabe manejar y mezclar con inteligencia y aplomo. Está la religión y la fe, porque la película también explora estos elementos, y como no, la familia, donde cada uno de sus miembros expresa su respeto e incredulidad, y si nos sumergimos más en sus pliegues narrativos y formales, encontraríamos una tercera vía, las cosas que nos unen y nos separan entre las personas más cercanas, y las dudas que generan esas ilusiones y soledades compartidas y alejadas. Ruiz de Azúa tiene un mecanismo frágil y potente entre manos, y lo cuida con mimo y lo muestra con serenidad, sobriedad y alejándose de lo estridente.
La cinematografía concisa y naturalista que firma Bet Rourich, que tiene en su nómina a grandes nombres de nuestra cinematografía como Elena Trapé, Sergi Pérez, David Ilundain e Isabel Coixet, en un excelente trabajo de planos y encuadres cerrados en el que prevalece el estudio psicológico, en algunos momentos como si fuese un cuento de terror, de los que suceden en el ámbito doméstico, que son los más fuertes, con esa luz de pura transparencia y cercana en el que cada instante ayuda a profundizar, sin prisas, y mirar con detenimiento cada situación y el interior revuelto de los personajes. El montaje de Andrés Gil, que ha estado en todas las obras de la cineasta vasca, ha sido parte fundamental en su cine, amén de haber trabajado en la reciente La buena letra, de Celia Rico. Su edición plantea un corte limpio, sin titubeos, en que la trama la arman los diferentes personajes a partir de sus (des) encuentros y diferencias, y alguna, aunque pocas cercanías, en un relato que fusiona lo íntimo con lo público de forma magistral, en todo aquello que dejamos ver a los demás y lo que ocultamos, y sobre todo, en cómo nos miramos al espejo y qué hacemos con ese reflejo que nos encontramos. En ese sentido, cabe destacar la ausencia de música extradiegética, y por contra, la presencia de la música que es tocada, cantada y escuchada in situ, como tanto apreciaba en su cine Buñuel.
En las obras que hemos visto de la directora vizcaína, sus intérpretes no sólo muestran sus fortalezas y vulnerabilidades, sino que las transmiten con muy poco, devolviéndonos ese cine donde lo que no vemos se refleja a partir de momentos en intermedios y cotidianos, de los que pasan desapercibidos. La joven debutante Blanca Soroa se enfunda en Ainara, la niña que ha recibido la llamada de Dios y quiere dedicarse en cuerpo y alma a su bendición, en una interpretación alucinante y llena de matices y muchos grises, adoptando muchas formas y texturas, en ese mar de tormenta por el que navega, sobre todo, en relación con su familia. Le acompañan una inconmensurable Patricia López Arnaiz, qué pedazo de actriz es la vitoriana, haciendo de esa tía de carácter y fuerte, que intenta por todos los medios que su sobrina deje el camino divino y estudie una carrera. El padre lo hace Miguel Garcés, un actor lleno de carisma, qué mira muy bien, y acepta a medias lo de su hija. Un intérprete que hemos visto en los films de Estibaliz Urresola, en la serie Apagón, en Soy Nevenka, de Bollaín, y que repite con la directora después de su presencia en la citada Querer. La Miren de la mencionada Querer, la fantástica Nagore Aranburu hace de monja, una muy particular que, en la piel de la actriz vasca, se muestra tan cercana y natural. Mabel Rivera, que seguimos desde Mar adentro, es la abuela, y el actor argentino Juan Minujín, que nos encantó en El suplente, es el novio de la tía.
La película fue galardonada con el Gran Premio de la Concha de Oro del Festival de San Sebastián, no sabemos si merecido o no, porque esto de los premios es así, cuestión de pareceres. Lo que sí sabemos de Los domingos es su fuerza, integridad y honestidad en su forma de investigar concienzudamente ese espacio familiar tan cercano y lejano a la vez, tan cálido y horrible, según la experiencia, tan lleno de amor como de odio. Un espacio que, para bien o para mal, resulta fundamental a nivel emocional en el devenir de nuestra existencia. Un espacio que ha sido explorado en multitud de ocasiones en el cine, aunque nunca son suficientes, porque cada familia tiene lo suyo, y la que protagoniza Los domingos, tiene su miga, como mencionaba mi abuela, una de tantas con sus cosas, tan buenas, tan malas y tan no sé qué. Tres obras he visto de Alauda Ruiz de Azúa, tres viajes a la familia y a sus reflejos y sus sombras, y me han resultado tremendamente estimulantes y brillantes, porque la cineasta retrata lo humano y su complejidad, soledad y tristeza, y sabe cómo mirar los entresijos de la familia, esos que no se ven y en el fondo, actúan de forma implacable en lo que somos, en lo que creemos ser y en lo que imaginamos que seremos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Desde sus dos primeras películas, compartidas con Santi Amodeo, el universo de Alberto Rodríguez (Sevilla, 1971), ya situaba el paisaje como el centro de la acción. Un paisaje que contribuía a deformar e intensificar la condición social y económica de los respectivos personajes. Con la entrada del guionista Rafael Cobos, a partir de 7 vírgenes (2005), ese elemento se intensificó mucho más, sobre todo, en películas como Grupo 7 (2012) y La isla mínima (2014), en que la Sevilla urbana y rural, no sólo condicionan el devenir de los personajes, sino que eran parte esencial para contar lo que se contaba y las circunstancias que rodeaban semejantes espacios como los barrios periféricos llenos callejuelas y viviendas laberínticas en una, y en otras, las inmensas e infinitas marismas del Guadalquivir que ahogaban a todo aquel que se creía invencible. Con Los tigres vuelve a situarnos en un paisaje inmenso, hostil y nada complaciente que ya no está en la superficie, sino debajo del agua, un paisaje aún más si cabe, más inhóspito, invisible y muy oscuro. Un paisaje apoyado por una serie de personajes, encabezados por Antonio, apodado como “El Tigre”, todo un experto en la materia.
El tal Antonio, el tigre del título, es un tipo como los que tanto le gustaba retratar a los Fuller, Peckinpah y Hellman. Almas rotas, derrotadas y cansadas, que la vida les estaba reservada el último cartucho o la última vez, esperando una fortuna para salir del atolladero que se han cavado. Antonio es muy bueno debajo del agua, como espeta en un momento, pero fuera de ella es un completo desastre: adicto al juego, a la bebida, y un ex que no cumple con lo suyo y un padre a ratos. A su lado, un personaje de esos que llenan cada momento, Estrella, su hermana, también buzo como él, herencia de un padre que fue poco padre. Ella, a diferencia de su hermano mayor, piensa más las cosas aunque le cuesta hacerse valer. Eso sí, actúa como un escudero de su hermano aunque él no lo aprecie. Una pareja de personajes potentes y humanos, muy de la casa de Rodríguez-Cobos, en qué paisaje físico y humano se entrelazan en policíacos muy sociales, como se hacían antes, con el mejor aroma de los Lang, Hawks y Melville. Con ese tono pausado y muy emocional, donde lo físico se sumerge bajo el agua, en ese territorio poco visible y altamente peligroso.
Otra de las características esenciales del cine del director sevillano es su complicidad con un grupo nutrido de técnicos que le han acompañado desde sus primeras películas como el director de arte Pepe Domínguez del Olmo, el figurinista Fernando García, el sonidista Daniel de Zayas, entre otros, a los que añadimos los cabezas de serie como el cinematógrafo Pau Esteve Birba que, después de la serie La peste, vuelve a una película de Rodríguez aportando una luz brillante de esa Andalucía portuaria de grandes escenarios fusionada con unos interiores cortantes y las sombras de debajo del agua. Otro grande de la factoría sevillana es el músico Julio de la Rosa, nueve trabajos juntos, añade esa composición rasgada que traspasa a los protagonistas, dando ese toque que mezcla lo natural con lo oscuro, que también mantiene el tono de la compleja atmósfera del film. El montador José M. G. Moyano sería como el verdadero pilar de Rodríguez porque ha estado en todas sus 9 películas y 2 series, un verdadero aliado en sus obras, ya que siempre impone un toque de distinción a las cintas, con ese ritmo reposado, de miradas y gestos, de rostros vividos y rostros en silencio, donde la acción está al servicio de una trama de personas de almas quebradas con ritmos que encogen el alma como en Los tigres en sus 106 minutos de metraje que nos devuelven al cine de verdad, del que cuenta historias cercanas con personajes de carne y hueso.
Los intérpretes de las películas de Alberto Rodríguez siempre brillan porque deben dar vida y conflictos a seres complejos que hacen cosas bien y cosas mal, como el Antonio de ésta, el “Tigre”, que vuelve al universo del director sevillano después de Rafael, el poli expeditivo a lo Boorman de A quemarropa, que encarna en la citada Grupo 7. Ahora, en la piel de un buzo que trabaja arreglando problemas de petroleras en alta mar, y un día encuentra un paquete que le puede solucionar sus problemas. Lo demás deberán averiguarlo en los cines. A su lado, Bárbara Lennie como Estrella, la hermana a la sombra que es mucho más de lo que parece, una alma que quiere huir o simplemente, cambiar de vida, que buena falta le hace. Lennie demuestra una vez más lo potente que es haciendo de una mujer que mira mucho y habla nada, consiguiendo expresarlo todo sin decir ni mú. Como ocurre en el cine del realizador andaluz, el resto del reparto brilla, que parecen la cuadrilla de Wild Bunch de Peckinpack como Joaquín Núñez siendo El Gordo, Jesús del Moral, César Vicente y Skone, y la presencia de Silvia Costa como ex de Antonio, y la breve pero estimulante de la actriz gallega Melania Cruz.
Entre la avalancha de estrenos en el que estamos, espero que una película como Los tigres tenga su audiencia, porque el espectador seguidor del cine de Alberto Rodríguez se encontrará con un cine hecho de materia humana, con personajes de los que nos encontramos a diario en nuestra cotidianidad, y no lo digo por decir, porque la película transmite toda la historia de cada uno de ellos, consiguiendo expresar toda esa amalgama de emociones y sentimientos que nos sacude el alma. Rodríguez es uno de nuestros grandes fabuladores de historias, en el que conoce con claridad su entorno y lo muestra con todo su esplendor y miseria, mostrándonos todos sus lados, los que brillan y los que oscurecen, y no lo hace desde la condescendencia, sino que nos lo enseña desde los seres que lo habitan, unos seres llenos de vida, o quizás, podríamos decir, llenos de ilusiones, porque al fin y al cabo que es vivir sino tener ilusiones por seguir haciendo lo que hacemos diariamente. Antonio y Estrella lo saben, o quizás, haya llegado el momento de salir del agua y ver otros horizontes, viviendo el presente que hay que enfrentar y no ese pasado que hemos inventado a los demás y sobre todo, a nosotros mismos para no hundirnos del todo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Es curiosa la vida… ese misterioso arreglo de lógica implacable con propósitos fútiles! Lo más que de ella se puede esperar es cierto conocimiento de uno mismo… que llega demasiado tarde… una cosecha de inextinguibles remordimientos. He luchado a brazo partido con la muerte”.
“De la novela “El corazón de las tinieblas”, de Joseph Conrad
De las cuatro películas que componen la filmografía de Oliver Laxe (París, Francia, 1982), todas tienen parámetros que se acompañan y abrazan. En la primera Todos vós sodes capitáns (2010), en la que el propio cineasta filma su experiencia como tallerista de cine con sus jóvenes alumnos en plena región de Magreb, arranca la estrecha e íntima relación de Laxe con Marruecos, país en el que residió durante un tiempo. En su segunda obra Mimosas (2016), Marruecos vuelve a tener una importancia esencial en un western donde un grupo de personas recorren las angostas montañas del Atlas. En la tercera, O que arde (2019), la acción se traslada a la Galicia rural, lugar de origen del director, donde nuevamente el paisaje y sus gentes y la relación que tienen entre sí resulta fundamental para describir física y emocionalmente las circunstancias de la historia.
Con Sirat nos devuelve a Marruecos, después del paréntesis geográfico de O que arde, aunque no de planteamiento estético, porque el paisaje y los individuos que lo habitan agitan el relato. El desierto del país árabe y más concretamente el sur, acoge una película donde lo convencional y ese espíritu indomable que tiene el cine de Laxe, es una mera excusa para mover a sus personajes y en segundo plano, la historia, una lucha contra el azar. Si bien un primer tercio se rodó en los parajes imponentes de Los Monegros, entre Zaragoza y Huesca, la acción se desarrolla y en dos tercios tuvo su rodaje en el inabarcable y difícil desierto de Marruecos, a bordo de unos camiones de los “raves”, personas que, a modo de nómadas siguen las fiestas en el desierto con su afán de bailar y bailar hasta que se termine y se trasladen a la próxima cita. Unos individuos “misfits”, inadaptados, expulsados y excluidos de un sistema esclavo del mercantilismo que no encuentra libertad ni tiempo para buscarse a uno mismo. Personajes-personas que tanto transitan el cine de Laxe, ya que siempre son interpretados por actores naturales que el director gallego-francés construye a base de miradas y gestos y de explicar lo mínimo para dejar esos vacíos tan necesarios para involucrar a los espectadores.
El riesgo y la idea del cine como aventura de ensayo y error donde la película se construye a través de un continuo azar como motor de acompañante esencial en una constante planificación que, coge de la ficción y del documental según sea, convirtiendo el resultado en un viaje fascinante donde la imagen y su planificación, acompañado de un sonido envolvente hace de sus películas unas experiencias muy profundas y absorbentes. Ayudado de un equipo fiel y cómplice con el que llevan tres películas juntas desde Mimosas. Tenemos a Mauro Harce, que sabe atraparnos con la película 35 mm, contribuyendo a esa idea de viaje espectral y alucinante que tiene la película, donde se mezcla con sabiduría la agitación del día con la serenidad de la noche. El coguionista es el cineasta Santiago Fillol, creando un tándem donde el guion resulta siempre invisible/visible en un juego donde el destino se involucra en la concepción de la película. El montaje de Cristóbal Fernández acoge una trama que fusiona constantemente en sus 114 minutos de metraje. El gran trabajo musical de Kangding Ray con sus sonidos industriales que se acoplan con el sonido atmosférico que recoge una grande como Amanda Villavieja, y la mezcla de Laia Casanovas creando una sonoridad alucinante y brutal que es uno de los elementos esenciales en el cine de Laxe.
Los intérpretes son “raves” reales reclutados en varias fiestas del baile, con unas miradas que traspasan la pantalla, en que el silencio juega un papel crucial para ir conociendo sus circunstancias, no sus pasados, que acertadamente se obvian en la cinta. Son Steff que hace Stefania Gadda, Josh es Joshua Liam Henderson, Bigui es Richard “Bigui” Bellamy, Tonin es Tonin Janvier y Jade es Jade Oukid, con la presencia del niño Esteban que hace Bruno Núñez Arjona, y la incorporación de Segi López como Luis, el primer actor profesional que vemos en el universo de Laxe, una idea que añade el “extranjero” en las raves que aparece buscando a su hija desaparecida. El toque ficcional en una aventura que habla de unos individuos y sus “raves”, a los que entra alguien de fuera, un extraño del que tampoco sabemos mucho más. Tiene ese aroma Rossellini y Pasolini donde a partir de un paisaje y sus gentes, se añade una persona de fuera, alguien de otro lugar, en el que vemos las relaciones que se generan en espacios tan duros y difíciles. En este mismo sentido podemos acordarnos de Entre dos aguas (2018) de Isaki lacuesta y Pacifiction (2022), de Albert Serra, en las que también se componían con un personaje/actor profesional rodeado de actores naturales en un espacio muy ajeno y hostil, en el que los convencionales cinematográficos saltan por los aires creando una mirada diferente y audaz.
Si hablamos de desierto, de personajes perdidos y a la deriva, en una constante de huida y salvar el pellejo, y además, esos individuos son seres desplazados del sistema atroz y vacío, o dicho de otra manera, gentes desterrados y ocultos, o al menos eso desearían, en el vasto destierro envueltos con los peligros y problemas de las autoridades y demás. Viendo todo esto podemos imaginar que la película nos remite al western, pero no al género que idealiza injustamente la conquista del oeste o mejor dicho, la expulsión y exterminio de los indios que ya estaban. Vienen a la memoria cineastas como Peckinpah y Hellman que, con su talento y mirada, crearon ese otro western, el de verdad, lleno de almas perdidas, solitarias y sin amor, el que mira a un territorio peligroso, lleno de dificultades, donde la muerte está muy presente, en que la vida se mueve a partir de un hilo invisible muy frágil a punto de romperse. Podemos mirar Sirat como una nueva mirada a los elementos que empujaron a Joseph Conrad a hacer su excelente “El corazón de las tinieblas”, que tuvo dos versiones oficiales o no en el corazón del bosque (1978), de Manuel Gutiérrez Aragón y Apocalypse Now (1979), de Coppola. No sabemos dónde están “El Andarín” y el “coronel Kurtz” en la película de Laxe, lo que sí sabemos es que, en el desierto, la muerte está siempre al acecho, así que no dejemos de bailar como hacen las criaturas de la película. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Abel García Roure, director de la película «Sumario 3/94», en su domicilio en Barcelona, el viernes 4 de enero de 2025.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Abel García Roure, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y al equipo de comunicación de la distribuidora Begin Again Films, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Las mujeres, primero que nada, queremos vivir sin miedo”.
Isabel Allende
Después de cinco cortometrajes, la primera película de Alauda Ruiz de Azúa (Barakaldo, 1978), Cinco lobitos (2022), el relato sobre una madre primeriza y sus dificultades para afrontar la maternidad y su relación con sus padres, en especial, con su madre, significó una de las películas del año, llevándose el reconocimiento del público y de la crítica. Después vino Eres tú (2023), vehículo convencional de enredo romántico financiado por Netflix. Ahora, nos llega su próximo trabajo, Querer, una miniserie de 4 episodios, encabezado por las productoras Kowalski Films y Feelgood Media, que tiene en su haber películas de Fernando Franco, Handia, Akelarre, Maixabel y la reciente soy Nevenka, ambas de Icíar Bollaín, y Movistar+, con Susana Herreras y Fran Araújo a la cabeza, que han apostado por unas series de calidad que, principalmente, despachan unos cuantos episodios que empiezan y finalizan como si se tratase de un largometraje como por ejemplo, La zona, Matar al padre, Libertad, La fortuna, Arde Madrid, El día de mañana, Apagón, entre otras. Así que vamos a tratar a Querer como lo que es, una película de 200 minutos.
La directora vizcaína se ha acompañado de Eduard Sola, brillante guionista ahora en boga por las recientes Casa en flames y La virgen roja, y de Júlia de Paz, que ya nos deslumbró por su impactante debut en solitario en el largo con Ama (2021), para construir una historia donde una mujer Miren Torres, después de 30 años de matrimonio, deja a su marido, Iñigo Gorosmendi, pide el divorcio y denuncia a su esposo por violación continuada, dejando en shock a todos, incluidos sus dos hijos, Aitor y Jon. La trama siempre en presente continuo, en el aquí y ahora, sitúa primero a la madre y después a los demás actores del suceso, bailando entre los cuatro puntos de vista, tan diferentes como extraños, en los que están la madre, por un lado, y el padre, por el otro, y los dos hijos: Aitor, el mayor, que opta por creer la versión paterna, y Jon, el menor, que mantiene sus dudas, se acerca más a la madre. Como ocurría en la citada Cinco lobitos, Ruiz de Azúa, vuelve a diseccionar la familia, a partir de un hecho concreto, si en aquella era la maternidad de la hija, aquí es la decisión de separarse de la madre. En ambos casos, la decisión provoca un distanciamiento o lo contrario, entre sus miembros. Al no haber flashbacks ni nada explicativo de las causas, la película nos da a los espectadores la maza de juez y a modo de investigación, siempre en el presente, debemos ir dilucidando a qué personajes creemos más o menos, o nada.
El cielo gris y plomizo de Bilbao ayuda a dotar de una gran atmósfera, casi fantasmagórica, donde prevalecen los planos cerrados y recogidos de los personajes, es una maravilla formal todo su arranque, parece que estemos asistiendo a una película de terror, con la agitación y la tensión de la huida de Miren, en un magnífico trabajo del cinematógrafo Sergi Gallardo, que ya había trabajo con la directora en el corto Nena (2014) y en la mencionada Eres tú. La excelente música de Fernando Velazquez, con más de 100 títulos en su carrera, que vuelve a trabajar con la directora bilbaína después de los cortos Dicen (2011) y Nena (2014), componiendo una música que encaja perfectamente a las imágenes, generando todos esos matices y detalles de los altibajos emocionales de unos personajes nórdicos que todo se lo guardan, que nada expresan, y eso se alarga a la contención de todos los aspectos del relato, como el estupendo trabajo de montaje de Andrés Gil, tres cortos con Alauda, amén de la citada Cinco lobitos, que mantiene ese ritmo cadencioso, sin sobresaltos ni desajustes, donde van sucediendo los 200 minutos de metraje, encajando todo el tiempo que va transcurriendo y, a golpe seco, sin enfatizar ni sentimentalismos, a lo crudo que, en algunos momentos, nos recuerda al cine de Lumet y Chabrol en su forma y ritmo, construyendo esas ricas idas y venidas entre los personajes.
Tal y cómo ocurría con el cuarteto protagonista de Cinco lobitos, la cineasta vasca ya dio muestras de su buen hacer en la elección del reparto, y en Querer vuelve a hacer gala de su buen trabajo en juntar a los cuatro, otra vez cuatro, integrantes de la familia Gorosmendi Torres. Tenemos a una extraordinario Nagore Aranburu como Miren, que bien interpreta sin decir nada, con esa mirada y esos gestos, su forma de caminar, de esperar, de mirar entre los barrotes, que no es baladí, de ser y sentir un personaje complejo y nada fácil, que pasa por todos los estados emocionales habidos y por haber. Una actriz en uno de sus mejores papeles desde que, un servidor la descubriera en aquella maravilla que fue Loreak, hace una década, de Jon Garaño y José María Goenaga. Su Miren es una de esas composiciones que deberían estudiarse en cualquier escuela de interpretación, porque está presente en toda la película, incluso cuando no sale. Le acompañan un brutal Pedro Casablanc, ejerciendo ese rol de marido y padre protector, enormemente narcisista y victimista, un tipo odioso sin usar la violencia física, pero sí usando otro tipo de violencia, la psicológica y la que deja más huella, la que no se te va. Y los dos hijos, que son como Rómulo y Remo, tan diferentes como distantes. Tenemos a Aitor que hace con convicción y naturalidad Miguel Bernardeua, que ha heredado mucha de las conductas agresivas del progenitor, y por el otro, Jon que hace el joven actor Iván Pellicer, más cercano a la madre, a sus silencios, angustias y huida. Mención especial tienen los respectivos abogados que interpretan con veracidad y aplomo Loreto Mauleón y Miguel Garcés.
Si tienen ocasión, no se pierdan Querer y sus cuatro episodios: Querer, Mentir, Juzgar y Perder. Porque nos habla de los límites del consentimiento dentro del matrimonio, de todos sus aspectos y matices, a partir de una mujer que se ha sentido durante treinta años abusada, intimidada y golpeada sin haber recibido una hostia física, porque emocionales las ha recibido de todos los colores. Es también una película que habla sobre el miedo, de todos sus elementos y texturas, del fingimiento como herramienta no ya para vivir, sino para sobrevivir, de esas angustia y asfixia de sufrir diariamente la ira y la vejación de alguien que te somete, te anula y te menosprecia continuamente, de alguien que no cree hacer daño, y eso es lo peor, de alguien que en su entorno no es visto como un maltratador. A todo eso y más se enfrenta Miren Torres, una mujer de unos cincuenta años que, después de años anulada e invisibilizada por su marido y en su propia casa, habla y dice basta y abre su ventana, y denuncia a Iñigo Gorosmendi, el hombre que aparentemente la quería y padre de sus dos hijos. Querer es de las pocas películas que pone el foco en el consentimiento en el matrimonio, el que se sufre en silencio, con miedo y sola. Celebramos el nuevo trabajo de Alauda Ruiz de Azúa, y estaremos especial atentos a sus nuevos trabajos y seguiremos viendo y recomendando este, por todo lo que cuenta y sobre todo, cómo lo cuenta, como si fuese uno de esos thrillers psicológicos tan buenos que hacían los mencionados Lumet, Chabrol y algunos otros. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Icíar Bollaín, Mireia Oriol y Urko Olazabal, directora e intérpretes de la película «Soy Nevenka», en la cafetería de los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 25 de septiembre de 2024.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Mireia Oriol, Icíar Bollaín y Urko Olazabal, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de Nueve Cartas Comunicación, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Estaba jugando con mi dignidad. Querían que me marchara como si hubiera hecho algo malo, como si fuera una incompetente”.
Nevenka Fernández
El universo cinematográfico de Icíar Bollaín (Madrid, 1967), está compuesto, principalmente, por mujeres anónimas de vidas cotidianas que las circunstancias las llevan a enfrentarse a retos aparentemente imposibles, en soledad y sobre todo, sometidas a la presión de un entorno que ni las comprende ni las ayuda. Nos acordamos en la Pilar de Te doy mis ojos (2003), que abandona a un marido violento, la Carmen, Inés y Eva de Mataharis (2007), que concilian trabajo y familia a duras penas, la Laia de Katmandú, un espejo en el cielo (2011), que enseña en un lugar lleno de miseria, la Alma de El olivo (2016), que lucha por la dignidad de su abuelo, la Rosa de La boda de Rosa (2020), que reivindica su amor propio, la Maixabel de Maixabel (2021), una viuda que luchó por el amor y no por el odio. A esta terna de mujeres valientes y de coraje, llega NevenkaFernández, una joven de 25 años, recién licenciada de económicas nombrada concejal de hacienda de Ponferrada en el año 2000. Todo lo que en un principio parecía una gran oportunidad para ella se convirtió en un infierno ya que el alcalde Ismael Álvarez, de 50 años, la acosó profesional y sexualmente.
A partir de un guion escrito por Isa Campo, que ya estuvo en Maixabel, y la propia directora, basándose en el libro “Hay algo que no es como dicen. El caso de Nevenka Fernández contra la realidad”, de Juan José Millás, y el testimonio real de la víctima, construyen una película que arranca con el encuentro de la protagonista confesando los hechos, que empiezan un año antes, y a modo de flashback vamos asistiendo a todos los pormenores. Contada de forma cotidiana y cercana que tiene estructura de cuento de terror, que se mueve en dos estados. Uno cuenta la cotidianidad de Nevenka y su entrada como concejal en el ayuntamiento y en el otro, se cuenta la triste realidad en la que Nevenka se ve sometida por el alcalde. Dos realidades. Una pública en la que el alcalde es un señor amable, simpático y con un admirable don de gentes, y en la otra, oculta, vemos a un tipo poderoso, depredador y violento. La película no cae nunca en el maniqueísmo, sino que expone unos hechos difíciles, siempre desde el lado de Nevenka, que no sólo sufrió el acoso y persecución del susodicho, sino que cuando hizo pública la historia, sufrió lo mismo con su entorno, medios y la opinión pública. Una mujer acosada por todos y todas. Una mujer que vivió en un constante miedo e impotencia, que no quería huir, sino proteger su identidad y su dignidad.
Como suele ocurrir en el cine de Bollaín, la parte técnica es de primer nivel, en que la película tiene una factura elegante y muy sólida, con la cinematografía de Gris Jordana, que ha trabajado con cineastas como Clara Roquet, Laura Jou y Carla Simón, entre otras, con una luz mortecina que describe con minuciosidad una ciudad como Ponferrada (León), tan provinciana como cerrada, con sus calles, sus interiores, en una detallada composición donde prevalecen los planos cortos e íntimos, como el estupendo trabajo de música de Xavi Font, que le hemos visto mucho por el audiovisual gallego con Dani de la Torre, y en series como Hierro, Rapa y Auga seca, en una cinta con poca música, pero la que hay está muy bien situada, y el montaje de Nacho Ruiz Capillas, en ocho títulos con la directora, con una grandísima experiencia con más de 120 títulos, en un conciso y elaborado trabajo de montaje, donde el ritmo se va imponiendo en un relato muy íntimo y muy oscuro que se va casi a las dos horas de metraje intenso, doloroso y nada complaciente. Mención especial tiene el empleo del sonido que firman Iñaki Diez, ocho películas con Icíar, Juan Ferro y Candela Palencia, en que la sutileza está muy presente sin enfatizar en los momentos más duros.
Otro de los grandes aciertos de Soy Nevenka es la elección de su reparto, porque tenemos dos interpretaciones creíbles y nada impostadas. Por un lado, tenemos a Mireia Oriol, fogueada en películas como El pacto y series como Les del Hoquei y La treintena, que le llega un gran personaje como el de Nevenka que lo acoge, le da toda la dignidad que se merece y compone con sabiduría un personaje nada fácil que pasa por todos los estados del miedo, la soledad, la tristeza y el coraje. Frente a ella está Urko Olazabal, que también estaba en Maxiabel dando vida a uno de los etarras Luis Carrasco. Aquí hace un tipo despreciable y narcisista, muy querido por sus ponferradinos pero en la sombra un mujeriego, depredador sexual y alguien poderoso que hace y deshace a su antojo. Después hay una retahíla de grandes intérpretes que dan profundidad a la historia y a los diferentes puntos de vista como Ricardo Gómez que hace de Lucas, fiel amigo de Nevenka cuando las cosas se ponen muy feas, y Carlos Serrano, mano derecha del alcalde, Xavi Font, el abogado que ayudó a la joven, Lucía Veiga, la jefa de la oposición en el ayuntamiento, Mabel del Pozo, madre de Nevenka, y Mercedes del Castillo, compañera en el consistorio, y demás rostros que dan con naturalidad todos los matices de sus respectivos personajes.
Seguro que conocen la historia de Nevenka Fernández, amén del libro de Millás y la serie documental donde la mencionada protagonista relataba los hechos, por eso la película Soy Nevenka, de Icíar Bollaín, aportará nuevas situaciones, porque los ficciona y se adentra en todo aquello que hemos escuchado. También pueden verla para recordar un caso que significó un antes y después en este país en los casos de acoso sexual, porque Nevenka se atrevió a lo nunca una mujer había hecho, denunciar a un político y por ende, a no callarse, a denunciar unos hechos deleznables, a alzar su voz contra el poder, la persecución y contra el silencio que tantos siglos se vieron sometidas las mujeres. Es una película sobre la dignidad, sobre el miedo, sobre el acoso, pero también es la historia de una joven que se puso de pie, enfrentándose a la hipocresía y la actitud de mierda de todos y todas, que la convirtieron en verdugo cuando era la víctima, que la depilaron injustamente, que la acusaron por denunciar al agresor. También es una película que vuelve a aquellos años 2000 y 2001 y describe un país que todavía estaba anclado en los prejuicios y las apariencias y no veía más allá de sus ojos, sin profundizar y tomarse el tiempo necesario para tomar sus decisiones. No nos pensemos que estamos mucho mejor que entonces, algo hemos cambiado, pero visto la reacción de muchas instituciones y ciudadanos cuando casos de acoso sexual, todavía queda mucho camino, pero estamos caminando ya. que ya es mucho. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA