La sabana y la montaña, de Paulo Carneiro

COVAS DO BARROSO NO SE RINDE.   

“La Tierra proporciona lo suficiente para satisfacer las necesidades de cada ser humano, pero no la de su codicia”. 

Mahatma Gandhi 

Si pensamos en cine portugués nos viene rápidamente la película Trás-Os-Montes (1976), de Margarita Cordeiro y António Reis, uno de los grandes monumentos no sólo de nuestro país vecino, sino del cine de los setenta porque, a través de una excelente docuficción observaban de manera profunda y reflexiva las tradiciones de esta parte situada al noreste del país, en un asombroso retrato de lo antiguo y lo moderno centrada en sus ritos religiosos. La película La sabana y la montaña, de Paulo Carneiro (Lisboa, Portugal, 1990), se mira en la citada película para construir también una docuficción para retratar también el norte, no muy lejos de la mencionada, y más concretamente el pueblo Covas do Barroso, que vive amenazado por la llegada de la Savannah Resources, una compañía británica que quiere instaurar la minería del litio en sus montañas. Ante ese peligro, la población se reúne y lucha contra la industrialización del territorio que perjudica enormemente su agricultura y ganadería y el desastroso impacto en el paisaje. 

Carneiro ha cimentado una interesante filmografía, siempre en el campo documental y sus derivaciones como hizo en Bostofrio (2018), su debut en el que recorría las huellas de su abuelo a través de su pueblo, en Périphérique Nord (2022), hablo de los inmigrantes portugueses en Suiza a partir de su pasión por los automóviles. En la película que nos ocupa vuelve a lo rural, y a través de un magnífico híbrido entre el documental observacional, en el que construye una mirada tranquila y sobria en el que muestra la cotidianidad de sus habitantes, sus formas de trabajo, convivencia y amistad siempre con el entorno natural como guía espiritual de todos. Y luego, está la recreación que usa para contarnos el litigio entre el pueblo contra la compañía, y lo hace a partir de los propios habitantes que se interpretan a sí mismos y al “enemigo”, donde se abre una forma de cine dentro del cine, y lo mejor de todo, en que los propios afectados pueden reflexionar su vivencias, su presente y su futuro, con una atmósfera de western donde hay momentos cómicos. A través de un guion que firman el uruguayo Álex Piperno, director, entre otras, de Chico ventana también quisiera tener un submarino (2020), y el propio director, construido inteligentemente pasando por las estaciones de casi un año porque arranca en otoño, pasa por el invierno para terminar en primavera, en el que lo etnográfico, a lo Rouch y Depardon, con sus días, tradiciones e idiosincrasia se mezcla con la “invasión” de la empresa que altera la comunidad y los pone en guardia y lucha. 

Una película que recoge unas gentes y su territorio particular, tan natural como salvaje, y una forma de industria invasiva que destruye para romper las leyes ancestrales de la naturaleza no impone reglas, sólo que reivindica nuestra historia y nuestro futuro. Las reivindicativas y conmovedoras canciones de Carlos Libo estructuran la película, convirtiendo cada tema en un himno y clamor del pueblo unido que se reúne y actúa ante la industrialización masiva que no piensa en lo natural y mucho menos, en la vida. Escuchar temas como “Hora de lutar”, “A voz do povo” y “Brigada da foice”, entre otros generan ese sentimiento de unidad, pertinencia y ancestral, de los que están y los ausentes. La música diegética y sensible de Diego Placeres que trabajó en la mencionada Périphérique Nord, acompañan las brillantes imágenes en 35 mm que traspasan cada detalle, cada mirada y cada gesto, que firman el trío Rafael Pais, Duarte Domingos y Francisco Lobo, del que conocemos por su trabajo en El bosque de las almas perdidas (2017), de José Pedro Lopes. El montaje de unos inolvidables 77 minutos de metraje es certero y sensible firmado por el propio director, el citado Álex Piperno y la uruguaya Magdalena Schinca, que tiene en su filmografía compatriotas como Sergio de León y Marcos Vanina, entre otros. 

Una película de estas características necesita la ayuda y la complicidad de los habitantes de Covas do Barroso que han sido unos intérpretes por partida doble, siendo ellos mismos y mostrando sus vidas, trabajos y demás, y además, interpretando a “los otros”, el enemigo que amenazaba su tierra. Tenemos al mencionado músico Carlos Libo y Paulo Sanches, Daniel Loureiro, Aida Fernandes, Maria Loureiro, Lúcia Esteves, Nelson Gomes, Benjamin Goncalve. Todos ellos muestran una naturalidad y transparencia que hace del retrato una ensayo ficción de una forma de vida y hacer casi en extinción en muchos lugares de este planeta. No deberían dejar pasar La sabana y la montaña, de Paulo Carneiro, porque además de descubrir unas vidas muy diferentes a las nuestras, tan sometidas a lo urbano, la industrialización en cadena y el vacío existencial, seguimos atentos a la unidad de una comunidad y su lucha en contraposición a unas ciudades donde el yo y el individualismo ha ganado la partida a la asociación y al otro, donde nos miramos a nosotros. La película es también un gran toque de atención para dejar de vernos tanto y mirar a nuestro alrededor, a lo que somos, a los otros y sobre todo, pararnos para no perder la identidad y nuestro camino, y miremos la actitud y la voluntad de los lugareños de Covas do Barroso, todo un lección de vida y humanidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Bauryna salu, de Askhat Kuchinchirekov

EL NIÑO NO QUERIDO. 

“A los niños, antes de enseñarles a leer, hay que ayudarles a aprender lo que es el amor y la verdad”. 

Mahatma Gandhi 

Los amantes del cine recordamos a muchos niños no queridos en ese momento de la vida en la que dejan de ser niños para convertirse en adultos. Un duro tránsito que ha dado grandes películas como Los 400 golpes (1959), de François Truffaut, La infancia de Iván (1962), de Andrei Tarkovski y Ven y mira (1985), de Elem Klimov. Los Antoine Doinel, Iván y Flyora Gaishun son sólo algunos imponentes ejemplos de niños sometidos a la falta de amor y solitarios en un mundo demasiado complejo para entender y mucho menos, ser uno más. Yersultan, el joven protagonista de Bauryna salu, es uno más de esa infancia violentada y aislada, ya que sus padres donan cuando fue un bebé a su abuela siguiendo una tradición nómada que da título a la película, y una vez, la abuela fallece, el niño con 12 años debe volver con su familia, la que es totalmente desconocida, extraña y alejada a lo que es y no logra ser uno más. 

La ópera prima de Askhat Kuchinchirekov (Almaty, Kazajistán, 1982), después de quince años (2004-2019), como ayudante de Sergey Dvortsevoy, el cineasta más prestigioso y conocido del citado país ex-república soviética, amén de actor de un par de sus largometrajes Tulpan (2008) y Ayka (2019). Su película podemos verla como un retrato tanto etnográfico como antropológico de la zona de Kazajistán que retrata donde los individuos se dedican a recoger sal, como hace el joven protagonista en el brutal arranque de la historia, a la ganadería, a la doma de caballos y demás agricultura. La primera mitad de la película la cinta bordea tanto la ficción como el documental, yendo de un lado a otro con una naturalidad asombrosa y nada impostado. En el segundo segmento la cosa se desvía más en la no adaptación de Yersultan, oprimido en un espacio del que se siente extraño y permanentemente excluido, luchando para ser uno más de la familia, pero sus acciones resultan muy infructuosas. La potente mirada del chaval, acompañado por sus leves gestos, siempre oculto de los demás y mirando desde la distancia, ayudan a potenciar ese mundo emocional interior donde no se siente ni querido ni uno más de ese lugar ni de esa familia. 

El cineasta kazajo impone un ritmo cadencioso y reposado, donde las cosas van sucediendo sin prisas ni estridencias, con una sobriedad y contención que tiende más a establecer esos puentes emocionales construidos a partir de pocas evidencias. La cinematografía de Zhanrbek Yeleubek, donde la cámara fija se mezcla con planos secuencias donde se sigue a los diferentes personajes, en el que queda patente la transparencia que da sentido a todo lo que se está contando. La música de Murat Makhan, que apenas se escucha, también hace lo posible para sumergirnos en esa cercanía e intimidad que ayuda a captar todos los detalles y matices de la película, al igual que el montaje de Begaly Shibikeev, en un trabajo que no parecía nada fácil, con sus 113 minutos de metraje, en el que todo va ocurriendo de forma lenta, sin caer en la desesperación, ni  mucho menos, al contrario, es una historia muy física, en el que constantemente no paran de suceder situaciones y los personajes están activos en sus menesteres cotidianos. Unos personajes que hablan poco o casi nada, y están completamente conectados con su tierra, su espacio y su trabajo. 

Suele pasar que cuando hablamos de películas que pertenecen a cinematografías que conocemos muy poco, nos resulta casi imposible conocer a sus intérpretes que, en ocasiones, muchos de ellos son naturales, como ocurre en esta cinta. Tenemos al inolvidable Yersultan Yermanov que da vida al protagonista que, con una mirada que traspasa la pantalla, y una cabeza agazapada siempre en sus pensamientos y en su falta de amor, acaben siendo la clave de la película, siendo una gran elección su presencia, ya que se convierte en un niño que pasa de la infancia a la adultez lleno de miedos, inseguridades y demás oscuridades. No podemos dejar de mencionar a los otros intérpretes como Bigaisha Salkynova, Aidos Auesbayev, Dinara Shymyrbaeva. Resultaría una gran pérdida que, ante la maraña de estrenos que suelen copar cada semana las carteleras, el público dejará pasar una película como Bauryna Salu, de Askhat Kuchinchirekov, ya que nos habla de formas de vida y trabajo de las zonas rurales del desconocido Kazajistán, y también, se acerca a ese momento existencial que todos hemos pasado, cuando la vida que, hasta entonces estaba llena de cielos despejados y tierra fresca y aguas tranquilas, amén de amistades irrompibles, se torna diferente, donde la vida se vuelve más oscura, menos divertida y sobre todo, más seria y menos divertida. Un tiempo en el que necesitamos todo el amor y la verdad del mundo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Entrevista a Raúl Alaejos

Entrevista a Raúl Alaejos, director de la película «Objeto de estudio», en el marco de L’Alternativa. Festival de Cinema Independent de Barcelona, en la terraza del Hostal Cèntric en Barcelona, el viernes 22 de noviembre de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Raúl Alaejos, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y al equipo de comunicación de L’Alternativa, y a David Varela de Muak Distribución, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Loubia Hamra, de Narimane Mari

1444392127-a7f57ade1e58aab865d544b0f7446127VIAJE A LAS ENTRAÑAS DE LA MEMORIA

La película se inicia como un documental etnográfico, donde observamos a unos niños jugando en la playa a plena luz del día, se bañan y disputan entre ellos entre risas y alboroto, imágenes que nos evocan la pintura de Sorolla, el maestro apasionado de la luz mediterránea y de capturar su esencia. Estos niños disfrutan de una gozosa libertad, han vivido en un país libre y propio, muy diferente al que vivieron sus abuelos, aquella Argelia sometida al yugo francés, el país colonizado que manaba una libertad que le era denegada y mutilada. De repente, uno de los niños, llega con una cesta con plátanos, todos cogen y los engullen, pero uno, que no ha cogido, alza su voz y se queja de las malditas alubias rojas (traducción literal del título), y salen corriendo para robar comida, chocolate y pollo son las predilecciones. Narimane Mari (Argelia, 1969), directora nacida en Argelia pero afincada en Francia, nos propone en su puesta de largo, un viaje hacía la memoria, una huida al pasado, donde empezó todo, delimitada a una jornada, que cerrará al alba nuevamente en el mar, con los bellísimos versos de Artaud. El origen del proyecto se remonta a los fastos para celebrar el quincuagésimo aniversario de la guerra por la independencia, la guerra que liberó el país, una guerra cruenta, llena de dolor y muerte, como todas, entre Francia y el frente de Liberación Nacional.

Mari reclutó a sus jóvenes protagonistas invitándoles a jugar, y es en ese sentido donde radica la naturaleza de la historia, unos niños se adentran en la profundidad de la noche, para convertirse en otros, para sumergirse en un sueño revelador, que los llevará medio siglo atrás, y los enfrentará a los fantasmas de la guerra, esos espectros que vagan sin rumbo, sin consuelo, sin destino, que todavía siguen muy presentes en la memoria de aquellos que sufrieron la colonización y la guerra que se desató. Mari ha ideado, apoyada en una imaginación desbordante, una película humanista, una obra de grandísima altura, un juego que nos enfrenta a nuestros miedos y emociones, creando una atmósfera experimental llena de simbología, que nos conduce hacía el interior de nuestra alma, en una aventura orgánica, en una alucinación hipnótica y mágica que nos lleva hacía lugares nunca visitados, y con personas jamás encontradas. Su película es un canto a la libertad, al deseo irrefrenable de soñar, de seguir soñando, a pesar de las circunstancias adversas a las que nos enfrentemos, una obra que aboga por la felicidad y la anarquía de ser niño. Mari no ancla su narrativa a ningún género, están todos y ninguno, se podría ver como un documento sobre la forma de vida de los niños argelinos contemporáneos, también como un drama social, donde convergen situaciones cotidianas de extrema dureza, y más allá, como un film de terror puro y clásico, aquellos que los niños se adentraban en el bosque de noche expuestos al acecho de los lobos e infinidad de peligros, pero no hay nada de eso, Mari ha fabricado un soberbio retrato sobre las heridas y las huellas de la guerra, sobre los ausentes, los que ya no están, los que fueron borrados y silenciados, una mirada a todos esos espectros que siguen sin descanso.

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En su primer tramo el diálogo parece ser el centro de la acción, pero a partir del segundo acto, las imágenes y la música se apoderan del relato, invitando al espectador a un juego de cuerpos en movimiento, a dibujar formas y figuras construidas en la imaginación, y a un magnífico despliegue de escenarios y paisajes que sólo existen en el interior de los que no dejan de soñar. La fuerza de la propuesta radica en unas imágenes poderosísimas de gran belleza, que mezcla de forma ingeniosa y atrevida colores vivos como el rojo, el amarillo o el azul, con los contrastes de las sombras y la oscuridad de la noche, y la música electrónica (gran protagonista de la función), creando una simbiosis poderosa y sobrecogedora, elementos que nos empujan hacía un estado más propio del alma que, de la razón (queda evidente en la asombrosa y brutal secuencia de la danza de la muerte proyectada en la pared, a modo de figuras chinas creadas por los cuerpos gravitando y alucinados en un ritual funerario invocando a las almas perdidas de la liberación, imágenes fragmentadas y deformadas que nos trasladan al Guernica de Picasso). La película abraza la poesía y el minimalismo, centrándose en lo más insignificante, en el instante de lo que está sucediendo, sin importar nada más. La cámara es participativa, acepción que señalaba Jean Rouch, donde todo forma parte, nada queda fuera, capturar la experiencia, Rouch lo llamaba el cine-trance, sus películas Les maîtres fous (1955), y Mo, un noir (1958), funcionarían como espejos reivindicadores para acercarse a esta fábula resistente e indomable, sin olvidarnos de otra referencia igual de visible, Cero en conducta, de Jean Vigo, en su forma, criterio y espíritu, y el sentido de rebelión de unos niños en contra de la institución que los maneja a su antojo, privándoles de libertad y sobre todo, de ser ellos mismos.

<p><a href=»https://vimeo.com/139361524″>TRAILER LOUBIA HAMRA (ALUBIAS ROJAS)</a> from <a href=»https://vimeo.com/user32718115″>CENTRALE ELECTRIQUE</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>