El volcán, de Damian Kocur

LA FAMILIA KOVALENKO. 

“La vida es un baile en el cráter de un volcán que en algún momento hará erupción”. 

“Lecciones espirituales para los jóvenes samuráis”, de Yukio Mishima 

Cuenta la historia de la familia Kovalenko, procedente de Ucrania, lleva unos días en Tenerife disfrutando de unas merecidas vacaciones. Son Roman, sus hijos Sofía y Fedir, y Nastia, la nueva mujer. Los días pasan sin más, entre excursiones, momentos de playa y compartiendo comidas en el hotel y la habitación. Todo cambiará para ellos cuando el jueves 24 de febrero de 2022 Rusia invade Ucrania. La vuelta ya no es posible, con las maletas a cuestas, deben volver al hotel y esperar, o quizás resignarse a una situación llena de incertidumbre, miedo, rabia y angustia ante su situación y la de los suyos. La segunda película de Damian Kocur (Katowice, Polonia, 1976), toca de forma sincera y muy íntima las emociones que estallan en el seno de esta familia, que la cámara sigue muy de cerca, a modo de espejo, confrontando el conflicto bélico y las diferencias que se crean debido a la terrible noticia. Todo se cuenta de forma sutil, sin hacer algarabías ni estridencias argumentales, porque se busca naturalidad y honestidad, donde el paraíso se torna un espacio extraño mientras en su país de origen las cosas se han puesto horribles. 

La primera película del director Bread and salt (2022), cuando el joven Tymek volvía a su pueblo natal y asistía al conflicto entre árabes trabajadores de un kebab y los chavales del barrio. Dos obras que hablan de las diferencias y tensiones que se producen entre unos y otros que, en El Volcán (en el original, “Pod wulkanem”, traducido como “Bajo el volcán”), se generan en el interior de la familia, creando ese efecto espejo con la realidad entre Rusia y Ucrania, en un guion coescrito por Marta Konarzewska y el propio director, centrado en Sofía, la adolescente de la familia, con esas llamadas de puro terror con su amiga de Kiev, y su encuentro con el africano que reside ilegal en Tenerife huyendo de la guerra de su país. Contrastes y cercanías que se van produciendo en un Tenerife muy alejado de la típica estampa turista que nos venden. El supuesto paraíso se torna un lugar lleno de extrañeza, artificial y lejano, porque la elección se torna una prisión en la que deben permanecer cuando desearían estar en su país. El relato se convierte en un diario de esas primeras semanas, de la incertidumbre y el dolor y el miedo instalado en los Kovalenko y las tensiones y conflictos que se generan entre ellos debido a la situación compleja en la que están inmersos.

Kocur se acompaña de un equipo brillante arrancando con la cinematografía de Mykyta Kuzmenko, con esa cámara que sigue sin descanso a los diferentes integrantes de la familia en dos velocidades: la del grupo familiar que hacen cosas juntos como ir de excursión, la del Teide tiene su miga y hace saltar muchas cosa que todavía no habían saltado, y la otra velocidad, la de Sofía, que la cámara la sigue en sus encuentros con el citado africano, y su deambular por una ciudad nocturna cada vez más rara y diferente, ya que su estado de ánimo y por ende, el de toda la familia, ha cambiado y de qué manera. La música de Pawel Juzkuw también sabe crear esa atmósfera de película de terror, de cotidianidad cercana e inquietante a la vez, donde cada mirada y gesto aluden a una situación que se parece a la de antes y está totalmente alterada, generando esa sensación en los diferentes espacios y en la relación entre los cuatro personajes protagonistas. El montaje de Alan Zejer construye un ritmo pausado y de quietud de mucha tensión y terror, donde las cosas parecen que no han sido alteradas, pero los personajes saben que si, y con ese tempo, se consigue introducirnos en ese miedo constante de no saber qué hacer y con esa espera llena de pavor en sus implacables y tranquilos 105 minutos de metraje. 

El cineasta polaco ha reclutado un enorme reparto que ayuda a mostrar todas los miedos en la montaña rusa emocional que viven la familia, que tienen los mismos nombres que sus personajes empezando por la joven Sofía Berezovska, siendo la adolescente enfadada con la “nueva” mujer de papá, y con la situación en Ucrania, Roman Lutskiy es el padre, empeñado en alistarse en volver y coger las armas, Anastasiya Karpenko es la nueva mujer de Roman, que intenta mantener una calma tensa que cuesta mucho, y finalmente, el pequeño Fedir Pugachov, ajeno a todo. De la guerra de Ucrania habíamos visto muchos documentales que retratan los efectos de la guerra y la población civil, pero no habíamos visto una de ficción, y una como esta, que hablase de la retaguardia en el extranjero, como le sucede a la familia Kovalenko, donde la guerra en su país tiene su espejo en los conflictos interiores que se producen en esta familia que estaban en el paraíso disfrutando y  deben permanecer en él, siendo conscientes y con miedo en un lugar que se torna ajeno y extraño donde lo que antes parecía bonito, ahora se ha vuelto una prisión muy a su pesar, sin ánimo de disfrutar el espacio y sobre todo, con la mente en su país, en una tierra de nadie tanto física como emocionalmente. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Entrevista a Efhtymia Zymvragaki

Entrevista a Efthymia Zymvragraki, directora de la película «Ara la llum cau vertical», en la Plaça de les Caramelles en Barcelona, el sábado 4 de noviembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Efhtymia Zymvragaki, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Matar cangrejos, de Omar Al Abdul Razzak

¡BIENVENIDO,  MR. JACKSON!. 

“La vida es una constante reescritura del ayer. Una deconstrucción de la niñez”.

Rosa Montero

Érase una vez el verano de 1993 en la isla de Tenerife, en el que habían Paula de 14 años y su hermano Rayco de 8. Un verano por delante para perder o matar el tiempo, junto a su madre soltera que trabaja con los papagayos en el parque que atrae a muchos turistas, una abuela que debe proteger su casa ante la amenaza de derribo, y un ermitaño anciano que vive junto al mar y sus cosas. Un estío que para los dos hermanos nos será igual, porque ese verano en el que esperan ansiosos la llegada del artista Michael Jackson, será un verano diferente, una temporada de descubrir, de descubrirse y de sobre todo, de darse cuenta en la realidad en la que viven donde los sueños sueños son, como cantaba Aute. Un verano en el que, abruptamente, dejarán de ser niños en su mundo, para pertenecer a ese otro mundo, ese universo de los adultos en que las cosas se debaten entre la realidad aplastante y difícil, en el que pocas cosas o ninguna salen como uno desea, porque hay cosas que nunca cambian, o quizás sí, y lo hacen para peor. 

De Omar Al Abdul Razzak (Madrid, 1982), cineasta de origen sirio que creció en Tenerife, conocemos su labor como productor y montador en más de 10 películas, sus cortometrajes y documentales como Paradiso (2014) y La tempestad calmada (2016), en el que explora la última sala X de Madrid, y la última faena de un pesquero, respectivamente. Con Matar cangrejos vuelve a su infancia, aquella que quedó en el verano de 1993, para construir una fábula sensible y naturalista, a partir de las miradas de sus jovencísimos y debutantes intérpretes con los rostros de Paula, una niña que está dejando la infancia para meterse en la adolescencia de lleno, con una relación de amor-odio con su madre, y con su panda, sus golferías y sus primeros porros y alcohol, y Rayco, el niño que conoce a ese anciano solitario y algo loco, con el que vivirá otra realidad, entre la búsqueda y la dificultad. La película se mueve con total transparencia y naturalidad entre esa realidad que parece arcaica, donde Tenerife no había sido invadido por turistas, se ven pocos, como el personaje de Johan, el holandés que tiene una relación con Ángeles. la madre díscola de los niños que está más pendiente de salir y no crecer. 

La película en un gran trabajo de reconstrucción, a través de lo mínimo y lo cotidiano, nos devuelve una especie de isla viva, natural y muy auténtica, donde todavía podemos encontrar con esa Arcadia en la que existe esa verdad en la isla, una verdad que viene de años de historia, donde todo parece auténtico, como ese chiringuito, o la festividad de la Virgen del Mar, y la posterior verbena, también, ese ruido y olor del mar, de esas casas de antiguos pescadores, de esa cotidianidad y cercanía que la orgía urbanística y masificación turística ha eliminado por completo. Razzak construye un cuento muy cercano e intimista, donde las cosas se ven y se viven y se experimentan desde la relación y el descubrimiento de dos hermanos que cada vez se están alejando, porque ese tiempo que compartían se está terminando, y cada vez necesitan otros deseos, otras cosas y empiezan a cambiar, una está de camino a la adultez, y el otro, el pequeño, sigue en esa vida de fantasía, de ensoñación, donde puedes conocer a un viejo marinero que pesca de forma artesanal y cría palomas. 

Tenemos la magnífica cinematografía de Sara Gallego, de la que hemos visto trabajos muy potentes como la inolvidable El año del descubrimiento, de Luis López Carrasco, y la más reciente, Contando ovejas, de José Corral, donde se profundiza en la cotidianidad, y en ese tránsito sin ser sensiblero y con una gran capacidad de observar la vida y el mundo de los niños, así como el claro y conciso montaje de la holandesa Katharina Wartena, con más de 35 trabajos a sus espaldas, en que engloba con minuciosidad la hora y cuarenta minutos a los que se va el metraje de la película. El gran trabajo de sonido del tándem cómplice del director como Emilio García y Sergio González, a los que se ha unido Josef van Galen, creando esa textura y fuerza que tiene cada actividad sonora de la película, que nos llena y traspasa. No podemos olvidar la figura del productor Manuel Arango, que con la compañía Tourmalet Films, ha coproducido los anteriores trabajos de Omar Al Abedul Razzak, y la que nos ocupa, una productora que cuida muy bien sus películas y se lanza a producir primeras películas de directores como Rodrigo Sorogoyen, Samuel Alarcón y Pedro Collantes, entre otros. 

Si hay que destacar otro elemento extraordinario de la película es su elenco, un reparto de nombres debutantes como la pareja de hermanos en la piel de Paula Campos Sánchez y Agustín Díez Hernández, tan tan naturales y frescos, muy bien acompañada por los adultos con el rostro de Sigrid Ojel como la madre, el holandés Casper Gimbrère como Johan, ese novio extranjero de Ángeles que vive en la isla, y Nino Hernández, ese abuelo que comparte su sabiduría de la isla con Rayco. No soy de recomendar películas, y seguiré sin hacerlo, sólo expongo mi humilde opinión de los valores y hallazgos con los que me encontré viendo una película como Matar cangrejos con el fin que puede ayudar a alguien y que pueda, siempre desde la honestidad, ayudar a algún espectador/a a decidirse a elegir una película como esta, si quiere ver una película sencilla, muy cercana, con un relato de esos que pasan sin hacer ruido pero se convierte en cruciales en la existencia de alguien, donde descubrimos los claroscuros de la vida, los buenos y no tan buenos momentos, todos esos sueños que se pierden o perdemos que se lleva la marea, en fin, todo eso que conforma vivir y dejar de ser niño/a, y sobre todo, de tomar partido de nuestras vidas o ese intento de no abandonarse a la sociedad consumista y seguir soñando despierto, que es la mejor herramienta para vivir dignamente, no es una tarea nada fácil, pero eso no nos puede dejar de intentarlo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA