Taxi Teherán, de Jafar Panahi

taxi_teheran-posterHERMOSO CANTO A LA VIDA Y AL CINE

La primera imagen de la película es un plano subjetivo de una calle céntrica de Teherán a plena luz del día, una imagen parecida, pero en otro lugar, cerrará la película. En ese instante, alguien gira la cámara y nos encontramos en el interior de un taxi conducido por el cineasta Jafar Panahi. El automóvil emprende su marcha y se detiene para que suba un joven, vuelve a detenerse y entra en el vehículo una joven, los dos se enzarzan en un diálogo sobre la dureza de las penas. Desde que en marzo de 2010, Panahi fuese condenado (por asistir a una ceremonia en memoria de una joven asesinada en una manifestación que protestaba contra el régimen iraní), primero a 86 días de prisión, y finalmente, a no hacer películas, guiones, no conceder entrevistas y no salir del país, que en un inicio consistía en un arresto domiciliario, el director iraní se ha revelado ante la injusta condena haciendo lo que mejor sabe, cine,  anteponiendo su lucha y reivindicación a las dificultades añadidas por filmar en lugares cerrados y demás problemas.

Su “primera película”, en esta etapa clandestina, fue Esto no es una película (2011), que en su filmografía hacía la película 6, con la colaboración de su ayudante de dirección Mojtaba Mirtahmasb. La cinta se centraba en describir su situación de arresto en su casa y en explicar la película que le impedían hacer, su siguiente trabajo Cortina cerrada (2013), codirigido con Kambuzia Partovi, se valía de dos personajes que escapaban de la justicia y se refugiaban en una casa ante el exterior amenazante, y ahora nos llega Taxi Teherán. Panahi se vale de tres cámaras colocadas concienzudamente en lugares del taxi para así filmar la parte delantera y trasera, y el exterior. Un rodaje que apenas duró 15 días y escasos 30000 euros de presupuesto, y con la colaboración y ayuda de amigos y conocidos que algunos se interpretan así mismos, y apoyándose en un híbrido que navega entre la ficción y el documento, para adentrarse en las calles en las que el cineasta mide y toma el pulso de la sociedad iraní mediante una serie de personajes que viajan en su taxi. Se inicia con la conversación entre un ladrón y una maestra sobre las leyes durísimas que se ponen en práctica que no sirven para acabar con los delitos. Después, un vendedor de dvd que lleva películas extranjeras prohibidas en el país, más tarde, Panahi recoge a su sobrina Hana, una niña de fuerte personalidad que conversa con Panahi sobre su ejercicio de hacer un cortometraje de la realidad imperante (filma todo el trayecto con su pequeña cámara de fotos), y el director lo utiliza para recordar las duras normas para hacer cine en Irán, luego un herido que tiene que ser trasladado inmediatamente al hospital, dos mujeres de mediana edad que tienen que cumplir una promesa y desean ir a hacer una ofrenda en un monumento. Más tarde, entra en su vehículo un señor que sufrió la injusta ley, para finalizar, los acompaña la abogada Nasrin Stoudeh, que llevó el caso del propio director, que entra en el taxi con un ramo de flores rosas rojas que lleva a una joven que está en prisión, que trabaja en pro de los derechos humanos, y entabla una conversación con Panahi sobre las injusticias y la necesidad de seguir combatiéndolas, y no cesar de luchar para convertir su país en un lugar más humano y democrático.

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Panahi demuestra que sigue en plenísima forma, mirando con análisis crítico y recogiendo y analizando la situación social de Irán, las situaciones en las que viven su población, capturando la sensación de amenaza constante, de miedo y represión que se respira. Un cine combativo, indómito y alentador, que destila humanidad y visceralidad, que continúa describiendo y reflexionando sobre la situación política, social y cultural de un país acosado y mutilado por un régimen dictatorial que sigue en el poder dictando leyes implacables contra la población. Desde que debutase con El globo blanco (1995), con guión de su maestro y mentor Kiarostami, su cine, premiadísimo en los más prestigiosos festivales internacionales, se ha edificado en obras de grandísima profundidad y lirismo como El espejo, El círculo, Sangre y oro, y Offside (Fuera de juego), cine centrado en los problemas sociales, y especialmente centrado en el maltrato y la injusticia en la que viven las mujeres iraníes que se ven sometidas por los hombres y la voluntad de Dios. En el horizonte suenan el aroma de películas donde el taxi/automóvil reivindica su condición metafórica como sucedía en El sabor de las cerezas o Ten, ambas de Kiarostami, o en Taxi driver, de Scorsese, o Noche en la tierra, de Jarmusch… o el Neorrealismo de Rossellini, De Sica, Zavattini… donde se cedía la imagen y la palabra a los problemas cotidianos de las personas. Cintas donde el automóvil/calle escenificaban el pulso anímico de una sociedad en decadencia e injusta que aniquilaba la libertad e individualidad de los seres humanos. Panahi, en esta nueva etapa de su carrera, se reinventa a sí mismo y sigue en sus trece, haciendo cine porque es su oficio, y además es su forma de luchar y combatir su injusta condena, y no sólo sigue generando cine de primerísima calidad, sino que sus películas, acompañadas de los galardones que reciben (en esta ocasión el Oso de Oro en la última Berlinale) se erigen como manifiestos contra la libertad de expresión y en pro de los derechos humanos.

Una chica vuelve a casa sola de noche, de Ana Lily Amirpour

Una-chica-vuelve-a-casa-sola-de-nocheLOS AMANTES DE LA NOCHE

Noche cerrada en Bad City, una joven con chador y completamente de negro, camina lentamente por las calles desiertas. Se encuentra con un joven y se abalanza hacía él mordiéndole el cuello. La debutante Ana Lily Amirpour (Gran Bretaña, 1980), de padres iraníes, abre el telón en el campo de los largometrajes con una película atípica, a contracorriente, y muy absorbente. Nos cuenta los paseos nocturnos de una joven vampira con chador que impone justicia social asesinando a los corruptos, marginados  y deshechos de una ciudad desolada y alejada de todo, sumida en la desesperación y el caos. La joven directora define su película: “Es como si Sergio Leone y David Lynch hubiesen tenido un hijo rockero, y entonces Nosferatu hubiera venido a hacerle de canguro”. El origen de la historia nació en un corto homónimo rodado en el 2011 por la directora, y el proyecto va más allá, porque también ha saltado a la novela gráfica donde continúa el deambular de esta vampira romántica y asesina.

La directora, residente en Bakersfield (EE.UU.), encontró en Taft, a 72 km de distancia, una ciudad petrolera abandonada en el desierto de California, el escenario propicio para rodar su película. Filmada en un oscuro y prominente blanco y negro, donde abundan los contrastes y las persistentes sombras, la cámara de Amirpur penetra literalmente en los cuerpos de sus criaturas, con esos travelling que los siguen incansablemente, seguidos de primeros planos y medios, cuadros donde el tiempo se dilata e incómoda (el plano final es una buena muestra de ello, que recuerda al que cerraba Stray dogs, de Tsai Ming-liang), colocando al espectador en una situación absorbente y especulativa, intrigado por el devenir o destino final de lo que sucederá a los personajes. Amirpour apenas recurre a unos pocos personajes, la joven vampira, sin nombre, muy deudor del western, del que tanto le debe la película, el joven romántico y desesperado, asfixiado y sin rumbo, que malvive con un padre yonqui que no ha podido superar la muerte de su esposa, un niño que deambula por las calles sin saber qué hacer, un proxeneta y camello que extorsiona a sus víctimas y empleados, y finalmente, una prostituta guapa y perdida que busca que alguien la quiera. Seres sin alma, incrustados en una ciudad “mala”, un lugar sin vida, sin esperanza, sin nada. La joven directora de origen iraní se vale de pocos diálogos (y los que hay son en farsí, la lengua de Irán, y también la de los orígenes de la directora). La película se instala en miradas que sobrecogen y detalles que explican lo que las palabras no hacen, un filme envuelto con la complicidad de ese manto negro nocturno que desdibuja a unos personajes convertidos en sombras, que se difuminan entre las calles y el interior de las casas que parecen iluminarse apenas con la tímida luz de las velas. Una cinta aderezada con una música de baladas tristes, aires sinfónicos, guitarras a lo Morricone, y ritmos electrónicos, que acrecientan ese aroma triste y romántico que recorre toda la película.

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Amirpour deja evidente las múltiples referencias que conforman el andamiaje y el espíritu de su historia, desde el western crepuscular y decadente de la década de los 60, el cine de loosers que tanto gustaba a Rossen, Ray o Fuller, entre otros, que recuperaron a finales de los 70 y principios de los 80 gente como Jarmusch, Lynch, Wenders…, y el cine vampírico que ha propuesto nuevos caminos y miradas interesantes, sin olvidar ni traicionar la esencia del género como Entrevista con el vampiro (1994, Neil Jordan), y el personaje de Claudia, la niña de 12 años que interpretaba una memorable y sedienta Kirsten Dunst, The Addiction (1995, Abel Ferrara) con Lili Taylor, estudiante de filosofía que se veía consumida por unos vampiros en un Nueva York triste, desolado y gélido, o Eli, la niña vampira que conocía a Oskar, su tímido vecino de 12 años en la excepcional Déjame entrar (2008, Tomas Alfredson) ambientada en la tenebrosa y fría Estocolmo de comienzos de los 80, y finalmente Jim Jarmusch con Sólo los amantes sobreviven, de hace un par de temporadas, con esos románticos chupasangres Eve y Adam, que contaba con la maravillosa presencia Tilda Swinton, en un ruinoso y vacío Detroit, y luego en un Tánger cálido e igual de decadente, unos almas que seguían amándose en un mundo que ya no era el suyo, y parecía abocado a la autodestrucción. Amirpour se vampiriza de estos referentes y otros tantos, haciéndolos propios y convertirlos en elementos que respiran lentamente en su película, una puesta de largo que destila romanticismo, una love story de dos seres solitarios, que vagan por sus existencias sin saber que hacer ni adónde ir. Cine que nos devuelve el ímpetu de los buenos trabajos, que mezcla y fusiona géneros de diversa naturaleza, que continúan renovando el género fantástico y de terror, y sobre todo, incluyendo miradas personales y honestas y rompedoras que no sólo nos seducen y conmueven, sino que también ofrecen alternativas serias y huidizas al imperante y trasnochado género comercial que sigue en sus trece, con la idea fija e imperiosa de volatizar taquillas a base de traicionar ideas y géneros, abocándolos a otra cosa, a ideas que ya nada tiene que ver con el género, perdiendo completamente la identidad de un modo extremadamente superficial.

Papusza, de Joanna Kos-Krauze y Krzysztof Krauze

557194UNA POETA OLVIDADA

Nadie me comprende,

sólo el bosque y el río.

Aquello de lo que yo hablo ha pasado todo ya,

todo, y todas las cosas se han ido con ello…

Y aquellos años de juventud.

Hace un par de años se estrenó entre nosotros Ida, de Pawel Pawlikowski, que retrataba, en un primoroso blanco y negro, la visita de una novicia a su tía amargada y alcohólica, en la Polonia de los años 60. Un encuentro que destapaba el oscuro secreto de una familia judía durante la ocupación nazi. Ahora nos llega, con dos años de retraso, (galardonada en más de una decena de certámenes, mejor dirección en la Seminci de 2013, entre ellos), la película dirigida por el matrimonio formado por los cineastas Joanna Kos y Krzysztof Krauze. Una cinta también polaca, y filmada en un sobrecogedor e imponente blanco y negro, que cuenta la historia de Bronislawa Wajs (nombre polaco de Papusza, que en romaní significa muñeca), la primera poetisa y cantante gitana que vivió entre 1910-1987. La película abarca la historia de Papusza desde su nacimiento, donde recibe una maldición que la augura soledad y miseria en el futuro, hasta la década de los 70.

Los directores optan por una estructura desordenada, plagada de abundantes flashbacks, y continuos saltos en el tiempo. Una prosa atrevida y desconcertante que deja al espectador el proceso de armar este puzzle en apariencia inconexo y complicado. La película se detiene en los momentos cruciales de la vida de Papusza, sus primeros pasos por el bosque, su despertar hacía la lectura, un matrimonio forzoso cuando todavía es una niña con su tío mucho mayor que ella, la ocupación nazi y los desastres de la guerra, la burocracia que les persigue y les impide llevar su propia vida, y la dificultad y los continuos problemas de una vida, la romaní, nómadas de tradición, que transitan por caminos polvorientos subidos en carretas tiradas por caballos, sus campamentos a la orilla de los ríos, y sus canciones, bailes, música e historias compartidas a la luz de una hoguera. Vidas errantes y duras son las que vive Papusza  y los suyos. La llegada de Jerzy Ficowski, un joven escritor que huye de la justicia y es protegido por el marido de Papusza, convierte a la joven gitana en otra persona, descubre la poesía y su talento, y sobre todo, el amor. Jerzy con la ayuda de Julian Tuwin consiguen publicar los poemas de Papusza en la dura posguerra polaca. Lo que podría suponer una alivio económico y reconocimiento para la poeta romaní, se convierte en todo lo contrario, su pueblo la desprecia y la destierra por sacar a la luz sus tradiciones y su forma arcaica de vida, la acusan de traicionarles y venderse al mundo gadjikane (no gitano), y la expulsan de su cultura y costumbres. Este durísimo golpe que sufre Papusza la hace caer en una depresión de la que no logrará salir jamás (un caso parecido al que vivió Camille Claudel). Papusza es una pieza de orfebrería formal cocida a fuego lento, no hay grandes secuencias de llantos y gritos, todo se filma de manera respetuosa, casi en la lejanía, sin movimientos de cámara, en cámara lenta algunos instantes, aunque también hay primeros planos y medios (por momentos parece un documental sobre el modo y formas de vida de la cultura romaní de la primera mitad del siglo XX), entre todo ese mundo, surgida de otro tiempo, emerge la figura y el talento poético de Papusza, un ser autodidacta y maravilloso que pertenece a otro mundo, por su sensibilidad y su forma de ver lo que le rodea, como en un momento le explica a Jerzy: “Lo vemos todo igual pero lo vivimos de forma distinta”.

Una mujer perseguida e injustamente olvidada por su propia gente, una cultura basada en el patriarcado. Otra mujer condenada y proscrita que, a lo largo de la historia sufrieron los designios y voluntades de unos hombres que las maltrataban y asesinaban. En otro de los grandes momentos de la película, una Papusza en la cuarentena se lamenta de haber aprendido a leer, explica que si no lo hubiera hecho su vida habría sido más feliz. La película, que aunque logra hipnotizarnos con su blanco y negro, (un inmenso trabajo de Krzysztof Ptak, más cerca de los realizados, en la misma textura y tonos, por Fred Kelemen para El caballo de Turín, de Béla Tarr, y Christian Berger para La cinta blanca, de Michael Haneke, que por sus paisanos Lucasz Zal y Ryszard Lenczewski para la mencionada Ida) se echa en falta algunos momentos donde la emoción de las secuencias debería arrebatarnos, aunque nos desluce el resultado final de implacable factura.. Un relato que se abre y se cierra de forma primorosa, su plano final, estático, y entrando la música, mientras vemos la caravana de carretas una tras otra en un paisaje invernal, una vida romaní en continuo movimiento, de viajes sin destino, de seguir hacía adelante, sin  tiempo y sin memoria.

 

L’Alternativa 2013 – Cap. 2

– IT’S SUCH A BEAUTIFUL DAY (2012), de Don Hertzfeldt – Sección Oficial

Hertzfeldet, autor de varios cortometrajes proyectados en Festivales de todo el mundo, nominado a la Academia de Hollywood y que ha rechazado trabajar en proyectos comerciales, repite en la Alternativa con su primer largometraje, ahora nos presenta un fascinante ejercicio que mezcla diferentes formatos narrativos que van desde dibujos en blanco y negro, stop-motion, fotografías, película en color, acompañado de una música que recoge desde los clásicos hasta lo más moderno, para contarnos la historia de Bill, un héroe en busca de su identidad y su lugar en el mundo. No hay diálogos, sólo una voz en off que nos va explicando las aventuras y desventuras fantásticas y surrealistas en las que se ve envuelto este particular personaje en un tono cínico, transgresor y con un gran derroche de sentido del humor. Quizás la única manera de tomarnos en serio es reírnos de nuestras pequeñas e insignificantes existencias cotidianas, y que al fin y al cabo, cualquier camino que emprendamos no es para conocer algo o alguien, sino a nosotros mismos.

– DAS MERKWÜRDIGE KÄTZCHE (El extraño gatito, 2013), de Ramon Zürcher – Sección Oficial

Gran Premio del Festival. Zürcher, en su debut en el cine, nos muestra la jornada de una familia que vive en Berlín. Se levantan por la mañana, todos parecen tener bien claro lo que tienen que hacer, prepararse el desayuno es la primera tarea. Relato cínico, excéntrico y surrealista de una serie de personajes que en su elemental cotidianidad esconden un subterfugio de sus deseos, anhelos e ilusiones no satisfechas ni escuchadas. Metáfora cruel  de nuestras vidas modernas que son coreografías diarias y repetitivas de un modo de vivir y hacer, pero que en el fondo no es más que un refugio para esconder nuestro verdadero ser que constantemente reprimimos por miedo a ser diferente o a no pertenecer a algo o a alguien. Quizás los únicos que actúan sin fingir, mostrándose como son realmente, son el perro y el gatito. Un cuento fascinante y terrorífico que es además un estudio psicológico sobre el modo de vida occidental.

– 36 (2012), de Nawapol Thamrongrattanaritt- Sección Oficial

Premio GAC al mejor guión. Debut tras las cámaras de este cineasta tailandés, que también ha trabajado cómo crítico y guionista, nos presenta una obra, sutil y concisa, que encierra una hermosa historia de amor. 36 es el número de exposiciones en una bobina de película y el de planos de este film. Una mujer que trabaja como localizadora para una película pasea haciendo fotografías por un viejo hotel junto al director artístico. Las jornadas se van sucediendo y entre los dos nace un vínculo emocional que a través de largas secuencias, diálogos y fotografías vamos conociendo a dos seres que se mueven en un mundo de imágenes guardadas en el disco duro de un ordenador. Metáfora de la vida moderna y nuestro afán por guardarlo todo por medio digitalizado y de la desaparición de edificios históricos que van cambiando la estructura urbana dejando paso a hoteles, comercios y edificios sin identidad propia. Utilizando una narrativa fragmentada acompañada de una puesta de escena dónde abundan las largas secuencias, dónde el tiempo parece detenido, dónde lo que importa no es lo que vemos, sino una fotografía y el recuerdo que nos quedará.

– LA TIERRA QUIETA (2013), de Rubén Margalló – Sección Panorama

Proyecto surgido de la magnífica cantera del Máster de Documental de la UPF, Margalló, en su primera película, nos guía en un viaje al otro lado del charco que protagonizan dos habitantes, Doña Estela y Don Sebastián, y su familia y amigos, y la vida cotidiana en una pequeña aldea perdida de Nicaragua. Los hijos mayores emigraron buscando un destino que se les negaba en la tierra dónde nacieron. Relato que nos invita a mirar, a observar un lugar, a descubrir un tiempo detenido, un tiempo que pesa, una tierra sumergida en el agua por algún huracán, una manera de sobrevivir dura apegada a un trabajo pesado y sin recompensa. Un trabajo de paciencia narrativa que nos va sumergiendo pausadamente en un tempo diferente, en un estado de ánimo que no tiene futuro y así un día tras día, dónde lo cotidiano se impone, anhelando a los hijos que se marcharon y esperando que en el futuro las cosas cambien, aunque sólo sea una ilusión más que una realidad.

– BELLAS MARIPOSAS (2012), de Salvatore Mereu- Sección Oficial

Tercer largometraje de Mereu que nos sitúa en un caluroso día de verano, es 3 de Agosto, nos encontramos en la periferia de un barrio deteroriado de la capital de Cerdeña, Cagliari. Caterina, una adolescente de 12 años nos contará, a modo de diario persona, mirando a cámara,  un día en la vida cotidiana de su familia, su mejor amiga Luna y las gentes de mal vivir y excéntrica condición que pueblan el edificio en el que vive. Ella está enamorada de un niño de su edad, pero éste quiere a una chica que se lo hace con todos, incluido uno de los hermanos de Caterina, otro de sus hermanos es drogadicto, su padre es vago y putero, su hermana mayor se prostituye y tiene dos niños, etc… Un cuento de hadas cruel, sórdido y muy deprimente pero que Mereu lo insufla transformándolo en un cuento de hadas contemporáneo ofreciéndonos una visión fantástica, ocurrente, optimista, acompañado de sentido del humor a través de Caterina y su amiga Luna, las dos niñas/adolescentes que se ven inmersas en la miseria moral y cotidiana de su alrededor.

L’alternativa 2013 – Cap. 1

La edición número 20 de la L’alternativa Festival de Cinema Independent de Barcelona ha echado el cierre. Después de 6 días intensos de muchísimo cine y actividades cómo debates y talleres que han generado debates sobre el cine menos visible, llega el momento de reflexionar y dar cuenta de lo vivido en esos días. Esta edición ha sido para mi muy especial, ya que ha sido la primera vez que he sido acreditado por el Festival. He visto 10 largometrajes, casi todos de la sección Oficial, que ha estado muy representada por cinematografías muy diversas, y cómo viene siendo habitual, una ventana para conocer nuevos talentos -6 operas prima de las 11 que concursaban- dónde ha predominado el cine documental, pero sobretodo, un cine provocador, lúcido e interesante. Porque no es otra la función de un Festival de Cine que la de abrirnos a los espectadores escenarios diferentes, alejados de la paupérrima exhibición cinematográfica comercial que, desgraciadamente, asola las pantallas. L’alternativa ha ofrecido mucho cine, cine para descubrir, cine con identidad propia. Es un privilegio que los espectadores inquietos podamos disfrutar de un Festival que ha ido creciendo año tras año y sobretodo, siendo muy crítico consigo mismo para así, ofrecernos un cine que gustará más o menos, pero es de derecho reconocerles su propuesta y atrevimiento.

– LIEBE IST KÄLTER ALS DER TOD (El amor es más frío que la muerte, 1969), de Rainer Werner Fassbinder – 20 Años Alternativa

Empiezo el Festival acercándome a ver la opera prima de, quizás, el director «enfant terrible» del cine por excelencia, Rainer Werner Fassbinder, que atesora una de las filmografías más interesantes y con más títulos realizados en un breve espacio de tiempo, 37 películas en 13 años de carrera, de 1969 al 1982. ¿De qué nos habla su primera obra? De un proxeneta de poca monta, interpretado por el propio director, que con la ayuda de su prostituta, Hanna Schygulla, una de sus actrices fetiche, y un amigo gángster llevan a cabo golpes y algunos homicidios para sobrevivir fuera de la ley. Película dedicada a Rohmer, Chabrol y Straub, es una deconstrucción de los film noir hollywodienses, muy cercana al espíritu del primer Godard, y más concretamente a su À bout de souffle (1959). Ya empiezan a verse rasgos que acompañarán a Fassbinder en su corta pero prolífica carrera, un tono casi teatral, la sordidez, la soledad, el amor y seres anodinos que se mueven por la cuerda floja.

– LEVIATHAN (2012), de Lucien Castaing-Taylor y Véréna Paravel – Sección Oficial

Castaing-Taylor y Paravel son cineastas, artistas y antropólogos que se desarrollan su trabajo en el Laboratorio de Etnografia Sensorial de la Universidad de Harvard nos trasladan hasta la costa de Massachussets -capital ballenera del mundo- y nos suben a bordo de un enorme barco pesquero que se adentra en las aguas negras de la bahía para hacer su faena. Documental sin diálogos, exceptuando alguno aislado, que nos presenta la vida cotidiana que se va desarrollando en el barco, los marineros y el pescado que van capturando, todo el desarrollo de su oficio. La cámara en una mirada casi calidoscópica nos sumerge en los detalles, los hombres trabajando, empapados en agua y sangre, y el rugir del viento y el sonido estruendoso de las máquinas. Una película dónde la atmósfera y el sonido juegan un papel fundamental envolviendo a los espectadores en un gran espectáculo visual totalmente visceral. En el cine de John Grierson y su Escuela Documental Británica, sin olvidarnos de las películas de Vanguardia de los años 20 podríamos encontrar el espejo dónde se han mirado para ofrecernos esta fábula contemporánea de la vida diaria en el mar.

– A BATALHA DE TABATÔ (2013), de João Viana – Sección Oficial

Primera película del realizador João Viana, angoleño de nacimiento, que ha trabajado con cineastas de la talla de Manoel de Oliveira y César Monteiro, cuenta la historia de Baio vuelve del exilio europeo a su país natal, Guinea-Bisáu, para acompañar a su hija a la aldea de Tabatô ya que tiene que contraer matrimonio. El viaje le hace despertar monstruos del pasado, los recuerdos  amargos y tristes de la guerra de la independencia y la amargura poscolonial arremeten con fuerza en el ánimo del viejo. Película híbrido entre el documento y la ficción, una narrativa resquebrajada, igual que la historia reciente del país, en blanco y negro con algunos apuntes de rojo. Todo ello, acompañado de una música moderna y folclore que dan un poco de luz, ilusión y esperanza a unas gentes tristes que arrastran el recuerdo horrible de la guerra incesante en la que viven.

– TZVETANKA (2012), de Youlian Tabakov – Sección Oficial

Tabakov en su debut cinematográfico utiliza el medio documental para recorrer la biografía de una mujer búlgara, narrada en primera persona, que sufrió los avatares políticos del siglo XX, y que también, es a su vez una mirada histórica sobre el país. En un tono alegre y desenfadado nos va desgranando la vida de esta señora, enfermera de profesión,  que sufrió a los nazis durante la segunda guerra mundial, luego padeció el régimen soviético y por último, vivió la ansiada y esperada democracia que no resulto lo satisfactoria que parecía cuando se anhelaba. Un ejercicio conmovedor, sin pretensiones, que juega a contarnos una historia terrible de un modo cercano y con sentido del humor. Imágenes de archivo, animación y música, nos invita a reflexionar de un modo ligero de situaciones que encierra una dureza terrible. Cinta que camina firme para contarnos la historia de un ser anónimo, que podría haber sido el retrato de otros tantos que sobrevivieron situaciones muy duras.

MUSEUM HOURS (2012), de Jem Cohen – Sección Oficial

Mención especial del Jurado. Cohen confirma su extraordinario talento abriéndonos las puertas del gran museo Kunsthistorisches de Viena y contarnos el relato de un guardia de seguridad de mediana edad y solitario, conoce a una mujer de su misma edad que ha llegado de Montreal para visitar a su prima enferma. Entre los dos nace una bonita amistad y se acompañan en este relato que además de hablarnos de los pequeños detalles de la vida, una mirada, un paseo, una taza de café humeante… es también un reflejo de la ciudad de Viena y sus lugares turísticos, así cómo también, sus otros lugares,  esos que pasan desapercibidos para los visitantes. Una hermosa  y conmovedor cuento sobre el arte, los detalles de la pintura, de Bruegel o Rembrandt y otros, de fijarse en lo que no vemos, de acercarnos a lo que no llama nuestra atención, a nosotros mismos, a mirarnos y a alejarnos. De cómo mirar el arte se convierte en un reflejo de nuestra propia vida y de cómo la vivimos.

Cuentos de Tokio, de Yasujiro Ozu

18888484.jpg-r_640_600-b_1_D6D6D6-f_jpg-q_x-xxyxxRecupero el comentario de Cuentos de Tokio, de Yasujiro Ozu, que hice para Cineclub Sabadell el Jueves, 28 de Junio del 2012, con motivo del estreno de Una familia de Tokio, de Yôji Yamada, película que rinde homenaje a la cinta de Ozu.

«Toda gloria está condenada al polvo, a la nada; nada hay eterno en este mundo.»  Yasujiro Ozu

El cine de Yasujiro Ozu, considerado uno de los cineastas más grandes de la historia del cine, es único. Su propia experiencia vital, los hechos históricos acaecidos en Japón durante la primera mitad del siglo XX, y su personal e intransferible concepción cinematográfica, amén de su fascinación en sus años mozos por el cine norteamericano: Chaplin, Lubitsch, Vidor… le llevaron a dejar una filmografía magnífica, plagada de historias sencillas, humanas y tremendamente cotidianas y corrientes. Algunos críticos lo han considerado el cineasta de la verdad, de la vida. Ozu, desde sus años de aprendizaje hasta su última película creyó en el cine por encima de todo, apoyándose en la materia prima que más conocía: su propia vida y su mirada. Con su cine nos invita a reflexionar, a pensar en nosotros mismos, a formar parte de su mundo, pero sobretodo nos abre una puerta a mirar, a contemplar sus historias, a dejarnos llevar por su mirada. Ozu, como ocurre con los grandes autores, siempre hizo la misma película. Durante su carrera le obsesionaron los mismos temas: las relaciones entre padres e hijos, la occidentalización de Japón, lo viejo y lo nuevo, el fluir de la historia, la fugacidad el tiempo, la lenta extinción de los valores ancestrales, y su progresiva sustitución por un nuevo modelo de sociedad. En definitiva, el conflicto entre hombre y naturaleza. Todas estas obsesiones las trasladó a la pantalla utilizando los mínimos elementos: la utilización de la posición baja de la cámara, a 90 centímetros sobre el suelo, planos estáticos -son contadas las ocasiones dónde mueve la cámara – y sus muy característicos planos-telón, esas imágenes desnudas o con gente que utiliza como transición entre plano y plano, los trenes y los barcos como incesantes metáforas del transcurrir del tiempo, etc… Los objetos del decorado adquieren en el universo ozuniano una gran importancia, ya que el rodaje casi siempre tiene lugar en unos pocos interiores. Destaca la virtuosidad de su montaje, la utilización de planos generales y medios, el rechazo a elementos de uso corriente en el lenguaje cinematográfico institucionalizado, como son el flashback, los fundidos o encadenados. El crítico Antonio Santos lo argumenta de la siguiente manera: Un cine que nace de su tiempo, del que es así mismo reflejo y crónica; un testimonio vivaz de la situación difícil que arrastran muchas familias japonesas debido a las vicisitudes históricas del país. En consecuencia, irá evolucionando al tiempo que lo hacen la sociedad y la economía japonesas. Cabe considerarlo, pues, un emotivo retrato intrahistórico de Japón a lo largo de las primeras décadas del siglo XX. Todas sus historias ocurren en tiempo presente y durante, por lo general, un breve período de espacio. La presencia del verano o del tiempo soleado es casi obsesiva en su cine. Sus relatos giran en torno0-tokio a la familia, que actúa como parábola incesante del tiempo. Historias críticas, nunca se detienen, continúan. Cineasta formalista, todo está controlado, pensado y meditado. Ozu utiliza la realidad como materia primera para sus películas, pero la recrea, la modula, como si de un escultor se tratase. Sus actores hacen interpretaciones no naturales, no empatizan con el público y todos mantienen el mismo tono, ninguno de ellos sobresale. Ozu no busca la capacidad interpretativa del actor sino lo que era. Con el paso del tiempo, siempre se rodeó del mismo equipo técnico: el guionista Kogo Noda, el fotógrafo Yuharu Atsuta, el montador Yoshiyasu Hamamura, el equipo artístico con Chishu Ryu, Setsuko Hara, Sô Yamamura… Todos ellos formaron la familia artística del maestro nipón. De su vida personal se conoce muy poco; que vivió junto a su madre y se mantuvo soltero. Podríamos decir que es el cineasta del vacío, de la contención, de la brevedad, de lo esencial, de lo intuitivo y de lo no explicado. Sus historias callan más que hablan. Su espacio escénico es de 360º – alejándose del habitual que es de 180º- y lo va desgajando en cuadrantes de 45º. En el espacio cinematográfico de Ozu todo funciona, la profundidad de campo es una de sus señas de identidad y es un consumado perfeccionista de la misè en scene. Sus películas son ejercicios de formalismo llevadas hasta la máxima pureza. Ozu transgredió las reglas del cine del momento para depurar y descubrir su propia gramática. Su película número 46, Cuentos de Tokio, quizás el título más representativo de toda su filmografía. También es su película más conocida a nivel internacional, una obra que habla de padres e hijos, de la distancia abismal que existe entre ambos. Los ancianos que viajan a la gran megalópolis a visitar a sus hijos se sienten ignorados y desplazados, sólo encontrarán el consuelo y la compañía de Noriko, interpretada por Setsuko Hara -que protagoniza una curiosa trilogía que había empezado con Primavera tardía, seguido con Principios de Verano y acabado con Cuentos de Tokio– la nuera viuda de uno de sus hijos fallecido en la guerra. El crítico Dennis Honshak definía la película de esta manera: Un cuento moral sobre el envejecimiento y la devoción. El cine de Yasujiro Ozu se asemeja narrativamente a otros grandes cineastas como Robert Bresson y Carl Theodor Dreyer, en su continua obsesión por representar el eterno conflicto entre el hombre y su entorno, utilizando los mínimos elementos cinematográficos. Entre los autores modernos podríamos encontrar cineastas admiradores de su trabajo que han homenajeado al cineasta como Jim Jarmusch, Wim Wenders – que filmó Tokio-ga (1985)- Claire Denis, Hou Hsiao Hsien con Cafè Lumière (2003), Aki Kaurismaki o Abbas Kiarostami (Five dedicated a Ozu, 2003). el japonés Hirokazu Kore-eda rindió tributo a Ozu con Still Wlking (2008), en la que a partir de planteamientos narrativos similares, relataba una historia inversa a la que hizo Ozu en Cuentos de Tokio. Voy a dejarles con Tokyo monogatari, una película de padres e hijos, sobre la tradición y la modernidad, que habla de la familia y sus problemas cotidianos. Pónganse cómodos, relájense y disfruten del maestro Yasujiro Ozu, porque hoy, más que nunca, sí que van a mirar el cine, a disfrutar de él y, sobretodo, a dejarse llevar por el constante fluir de la vida…

El nacimiento del amor, de Philippe Garrel

«Tú no te irás, mi amor, y si te fueras, aún yéndote, mi amor, jamás te irías». 

Rafael Alberti

Tarde de cine en la Filmoteca. La elegida ha sido El nacimiento del amor (La Naissance de l’amour, 1993), de Philippe Garrel. El relato arranca con dos amigos de mediana edad que se reúnen en una cafetería, Paul (Lou Castel), actor, se siente en vía muerta en su matrimonio y su labor paterna, tiene un hijo y otro de camino, que nacerá durante el relato, tiene una amante que no le corresponde porque se siente traumatizado por una anterior relación; el otro, Marcus (Jean Pierre Léaud), escritor, todavía ama a la mujer que lo ha abandonado por otro. Estas dos almas frustadas por el amor se sienten perdidas, sin rumbo, atados emocionalmente a unas mujeres que no los aman o no saben hacerlo. Philippe Garrel, nacido en París en 1948, adolescente durante la eclosión de la Nouvelle Vague, trabaja de meritorio con sólo 16 años en Le vieil homme et l’enfant, de Calude Berri, con los fragmentos de película desechados hace su primer trabajo, un cortometraje de título Les enfants désaccordés (1964). Desde aquel primer trabajo, las dos pasiones de Garrel, la vida y el cine, se unirán para siempre. El cine de Garrel no es fácil de ver, requiere de mucha atención. Un cine que no deja indiferente, basado principalmente en el diálogo, en el gesto y la palabra, lo que escuchamos nos hace reflexionar y nos atrapa como si fuese una tela de araña. Un cine rodado, principalmente, en blanco y negro, que lo aproxima a Béla Tarr, el cineasta húngaro que ha filmado siempre en blanco y negro. Resulta paradójico pues que su penúltima película, Un verano ardiente (Un été brûlant, 2011), rodada en color, haya sido la primera de Garrel estrenada comercialmente en nuestro país, dónde se reflexiona sobre la vida, el amor y el cine. El crítico francés, Philippe Azoury, habitual en Cahiers du Cinema, lo definía de la siguiente manera: «Garrel se ha convertido en el más grande cineasta de la pareja, en el más secreto de los grandes cineastas». Quizás, junto a  Jacques Rivette son los cineastas que más continúan el espíritu de la Nouvelle Vague, aunque esto es una reflexión que podría ser muy debatida.  Sus personajes hablan del amor, siempre de los amores pasados, ya vividos, quizás el amor es nostálgico, el amor vivido; el tiempo presente del amor es frustrante, no les llena, es un amor ausente, ininterrumpido, no vivido, quizás lo único que queda es hablar de ello, aunque me temo que no llegaremos a conclusiones que nos hagan cambiar de actitud cuando volvamos a enamorarnos. Garrel confía a dos grandes actores estos personajes anclados en una manera de amar. Por un lado, tenemos a Jean Pierre Léaud, el actor de Truffaut, que también ha trabajado con Pasolini, Bertolucci, Godard, Kaurismäki, y Assayas, e interpreta a un escritor enamorado de su mujer quién ya no le ama, y quiere saber los motivos. Quizás dejar de amar es como amar por lo que no se pueden explicar los motivos; por el otro lado, tenemos a Lou Castel, que ha actuado en películas de Fassbinder, Bellocchio, Wenders, Chabrol, y ya había trabajado con Garrel en Elle a passé tant d’heures sous les sunlights, de 1985, e interpreta el rol de un actor que no quiere estar ni con su mujer ni con su familia y encuentra en su joven amante una vía de escape, pero ésta se lo niega, ya que por miedo a volverse a enamorar, ya que sufrió la anterior vez, lo rechaza. Dos almas que se necesitan, quizás para comprenderse. Son dos cowboys modernos, que podríamos hallar como protagonistas de algún western crepuscular, errantes, con el corazón pataleado, recordando cuando una vez amaron y les amaron.