El nacimiento del amor, de Philippe Garrel

“Tú no te irás, mi amor, y si te fueras, aún yéndote, mi amor, jamás te irías”. 

Rafael Alberti

Tarde de cine en la Filmoteca. La elegida ha sido El nacimiento del amor (La Naissance de l’amour, 1993), de Philippe Garrel. El relato arranca con dos amigos de mediana edad que se reúnen en una cafetería, Paul (Lou Castel), actor, se siente en vía muerta en su matrimonio y su labor paterna, tiene un hijo y otro de camino, que nacerá durante el relato, tiene una amante que no le corresponde porque se siente traumatizado por una anterior relación; el otro, Marcus (Jean Pierre Léaud), escritor, todavía ama a la mujer que lo ha abandonado por otro. Estas dos almas frustadas por el amor se sienten perdidas, sin rumbo, atados emocionalmente a unas mujeres que no los aman o no saben hacerlo. Philippe Garrel, nacido en París en 1948, adolescente durante la eclosión de la Nouvelle Vague, trabaja de meritorio con sólo 16 años en Le vieil homme et l’enfant, de Calude Berri, con los fragmentos de película desechados hace su primer trabajo, un cortometraje de título Les enfants désaccordés (1964). Desde aquel primer trabajo, las dos pasiones de Garrel, la vida y el cine, se unirán para siempre. El cine de Garrel no es fácil de ver, requiere de mucha atención. Un cine que no deja indiferente, basado principalmente en el diálogo, en el gesto y la palabra, lo que escuchamos nos hace reflexionar y nos atrapa como si fuese una tela de araña. Un cine rodado, principalmente, en blanco y negro, que lo aproxima a Béla Tarr, el cineasta húngaro que ha filmado siempre en blanco y negro. Resulta paradójico pues que su penúltima película, Un verano ardiente (Un été brûlant, 2011), rodada en color, haya sido la primera de Garrel estrenada comercialmente en nuestro país, dónde se reflexiona sobre la vida, el amor y el cine. El crítico francés, Philippe Azoury, habitual en Cahiers du Cinema, lo definía de la siguiente manera: “Garrel se ha convertido en el más grande cineasta de la pareja, en el más secreto de los grandes cineastas”. Quizás, junto a  Jacques Rivette son los cineastas que más continúan el espíritu de la Nouvelle Vague, aunque esto es una reflexión que podría ser muy debatida.  Sus personajes hablan del amor, siempre de los amores pasados, ya vividos, quizás el amor es nostálgico, el amor vivido; el tiempo presente del amor es frustrante, no les llena, es un amor ausente, ininterrumpido, no vivido, quizás lo único que queda es hablar de ello, aunque me temo que no llegaremos a conclusiones que nos hagan cambiar de actitud cuando volvamos a enamorarnos. Garrel confía a dos grandes actores estos personajes anclados en una manera de amar. Por un lado, tenemos a Jean Pierre Léaud, el actor de Truffaut, que también ha trabajado con Pasolini, Bertolucci, Godard, Kaurismäki, y Assayas, e interpreta a un escritor enamorado de su mujer quién ya no le ama, y quiere saber los motivos. Quizás dejar de amar es como amar por lo que no se pueden explicar los motivos; por el otro lado, tenemos a Lou Castel, que ha actuado en películas de Fassbinder, Bellocchio, Wenders, Chabrol, y ya había trabajado con Garrel en Elle a passé tant d’heures sous les sunlights, de 1985, e interpreta el rol de un actor que no quiere estar ni con su mujer ni con su familia y encuentra en su joven amante una vía de escape, pero ésta se lo niega, ya que por miedo a volverse a enamorar, ya que sufrió la anterior vez, lo rechaza. Dos almas que se necesitan, quizás para comprenderse. Son dos cowboys modernos, que podríamos hallar como protagonistas de algún western crepuscular, errantes, con el corazón pataleado, recordando cuando una vez amaron y les amaron.

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