Señor, llévame pronto, de Guillermo F. Flórez

CARMEN HA DECIDIDO MORIR. 

“Después de todo, la muerte es solo un síntoma de que hubo vida”. 

Mario Benedetti 

Hemos visto muchas películas sobre el significado de morir desde infinidad de puntos de pista, en las que asistimos a interesantes reflexiones sobre el hecho de dejar la vida, de enfrentarse a la muerte y todas las circunstancias que derivan a este suceso tan natural y a la vez, tan enigmático, oscuro y misteriosos. Seguramente nos quedan muchas películas más sobre este hecho, tan trascendental en nuestras existencias. En Señor, llévame pronto, de Guillermo F. Flórez (Madrid, 1983), nos situamos en la vida de Carmen, una mujer de 86 años que ha decidido morir. Cosa que hace en plenitud de facultades mentales y sin coacciones, simplemente como decisión de no querer seguir viviendo y suicidarse voluntariamente. Podríamos pensar que una película centrada en un personaje así, sería un relato triste porque habla del hecho de morir, pero aunque no lo parezca, es una comedia sobre la vida y la muerte, cómo no, sin resentimientos, sin luchas y sobre todo, sin rencor.  

El cineasta madrileño que lleva casi dos décadas dedicado al documental, con películas como Zindabad! (2010), rodada en la India, se encontró con Carmen cuando buscaba una película que hablase sobre a morir dignamente, y no sitúa en los últimos meses de Carmen, filmando una home movie donde la mujer de carácter, rebelde y simpática hace un repaso a su vida. Una vida donde ha pasado de todo: monja de clausura, boda, divorcio, amantes, hijo adoptivo y ex nuera y nieta, todo ello bajo una dictadura represora y una democracia que fue mucho menos de lo esperado. La película adopta el carácter y la vitalidad de Carmen y la retrata en el interior de su piso principalmente, mientras la mujer habla sin parar, dirigiendo y haciendo callar, mientras nos habla de su infancia, juventud y adultez de forma desordenada, yendo de aquí para allá y aún más allá, mientras manosea fotos antiguas e infinidad de objetos en un piso que está vaciando. Carmen es la película. Carmen es alguien que se despide de su vida y de los suyos, firme en su decisión y aceptando una vejez dura con problemas en las piernas, y explicando una vida de forma honesta, cómica y llena de ternura y negrura, en el mismo tono y atmósfera del universo Azcona-Berlanga, en que Carmen podría ser un cruce de alguno de sus personajes como el quijotesco de Bienvenido, Mister. Marshall, el marqués de La escopeta nacional y la Mary Santpere de Patrimonio Nacional

El director madrileño, coproductor de Operación globus (2019), de Ariadna Seuba, adopta por un estilo de cine directo, muy en la mirada y detalle de Moi, un noir (1958), de Jean Rouch, Titicut Follies (1967), de Frederick Weisman y Grey Gardens (1975), de Albert y David Maysles, las películas domésticas de Chantal Akerman todo un género en sí mismas y Agnès Varda con su inolvidable Los espigadores y la espigadora (2000), y los más cercanos Iván Z (2004), de Andrés Duque y La visita y un secreto (2022), de Irene M. Borrego, entre otros. Un cine que capta el encuentro entre cineasta y persona-personaje, de forma espontánea, sin un trazado hablado de antemano, en que el cine queda relegado a la vida y filma lo que se está produciendo, la verdad y la honestidad surgen de unos personajes más grandes que la vida, invisibles y directos que el cine desentierra del olvido y los hace protagonistas, dentro de su sencillez, humildad y humanidad. Un cine que no busca nada en concreto, sino filmar lo que tiene enfrente, y sobre todo, hacerlo desde la coherencia, la fuerza y lo natural, sumergiéndose en los pliegues de la vida y la muerte, en todas esas cosas que quedan ocultas y surgen con tiempo, paciencia y mirar detenidamente.  

Una película como Señor, llévame pronto, de Guillermo F. Flórez, nace del espíritu del cine como el mejor vehículo para acercarse a lo desconocido, y sacando provecho de su fantasmagoría para ver más allá de lo visible, y adaptándose a un personaje como Carmen, con una vida vivida a lo grande en todos los sentidos, seguida de una rebeldía innata, y un carácter que la hizo un ser diferente, contestatario y en continua transformación y una intensa búsqueda interior y exterior donde la vida hay que vivirla, disfrutarla, padecerla y echarse unas risas y unas lágrimas. La película recoge una parte del carácter arrollador y sensible de Carmen. Una parte que nos emociona y nos hace vibrar con un retrato que hace reflexionar con una mujer que ha decidido que hasta aquí hemos llegado y ahora es turno de morir. Seguramente a muchos espectadores les sorprenderá esta actitud ante la vida y la muerte, aunque a otros, en los que me incluyo, nos encantaría llegar a esos años y mirar la muerte con la conciencia, la reflexión y el pensamiento que lo hace Carmen, de frente, sin miedo y muy emocionada con el encuentro con el más allá. Quizás todos y todas deberíamos tomar la actitud de Carmen como guía, peor eso depende de cada uno, aunque, como menciona con humor la protagonista: “No debe ser tan malo porque les ha pasado a muchos antes que nosotros”. Eso mismo, vivamos intensamente, y cuando llegué “el momento”, que llegará, tengamos actitud y buen humor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Retratos fantasma, de Kleber Mendonça Filho

LOS ESPACIOS DE LA MEMORIA. 

“Un edificio tiene dos vidas. La que imagina su creador y la vida que tiene. Y no siempre son iguales”. 

Rem Koolhaas

Hay ciudades totalmente conectadas con la filmografía de un cineasta. Hay casos muy notorios como Truffaut y París, Fellini y Roma, Woody Allen y New York, Almodóvar y Madrid, y muchos más. Ciudades que se convierten en un decorado esencial en el que los directores/as se nutren, generando un sinfín de ideas de ida y vuelta, en el que nunca llegamos a reconocer la realidad de la ficción. En el caso de Kleber Mendonça Filho (Recife, Pernambuco, Brasil, 1968), la ciudad de Recibe, al noreste del país sudamericano, se ha convertido en el paisaje de toda carrera, desde sus cortometrajes como Enjaulado (1997), Electrodoméstica (2005) y Recife Frío (2009), hasta sus largos como Sonidos de barrio (2012), Doña Clara (2016). El director brasileño ya había explorado la materia cinematográfica desde el documento como hizo en Crítico (2008), en el que investiga las difíciles relaciones entre cineastas y críticos, y Bacurau no Mapa (2019), que homenajea la extraordinaria película Bacurau, del mismo año, que codirigió junto a Juliano Dornelles.

Con Retratos fantasma nos ofrece un intenso y maravilloso viaje y nos invita a sumergirnos en los espacios urbanos de Recibe, rompiendo su relato en tres tramos que tienen mucho en común. Se abre con la casa de la calle Setúbal, la casa de su madre, convertida en su casa a la muerte de ésta. Un espacio que ha sido testigo de su vida, y su cine, donde ha servido de decorado en varias de sus películas. Luego, en el segundo segmento, se centra en los cines del centro de Recife, lugares de formación vital para el futuro cineasta, y por último, se detiene en la evolución de estos cines, ahora convertidos en lugares de culto, en los que cientos de evangelistas los han reconvertido en sus centros de religiosidad. Como anuncia su fabuloso prólogo, con esas fotografías que muestran el Recife de los sesenta, cuando la vorágine estúpida de construcciones desaforadas todavía no había hecho acto de presencia, Mendonça Filho mezcla de forma inteligente y eficaz las imágenes de archivo, ya sean fotografías o películas filmadas, tanto domésticas, de documentación, o de la ficción de sus películas, en un acto de relaciones infinitas, donde vemos la ficción en relación a su realidad, donde la película se convierte en un interesantísimo ensayo cinematográfico. 

Narrada por el propio director, en que hace un profundo recorrido por la arquitectura de su vida, y lo digo, porque va de lo más íntimo y cercano, empezando por su hogar, pasando por los cines, y terminando por lo más exterior y alejado, como esos centros evangelistas que han copado la ciudad. A partir de los espacios y lugares urbanos, el cineasta recifense traza también un maravilloso estudio sobre la sociedad de su país, tanto a nivel cultural, económico, político y social, en el que vamos conociendo los espacios de la ciudad, a partir de los movimientos políticos del país, y las diferentes maneras de ocio y diversión de los habitantes. Sin olvidar, eso sí, todos los fantasmas y espectros que van quedando por el camino, olvidados y expulsados de ese progreso enfermizo y psicótico que impone un ritmo desenfrenado de cambios y movimientos de las ciudades en pos del pelotazo económico y demás barbaridades. Acompañan al realizador pernambucano dos fenómenos como el cinematógrafo Pedro Sotero, con el que ha hecho cuatro películas juntos, amén de trabajar con interesantes cineastas brasileños como Gabriel Mascaro, Felipe Barbosa y Daniel Aragâo, entre otros, que consigue una formidable fusión del archivo, en multitud de formatos y texturas, con las nuevas imágenes, que estructuran este intenso viaje a Recife, y por ende, a la transformación del cine como acto colectivo y social hacía otra cosa, también colectiva, muy diferente. Tenemos a Matheus Farias, con dos películas juntos, que disecciona con maestría el diferente origen de las imágenes, y los continuos viajes al pasado y al presente, en este potente caleidoscopio, donde sus 93 minutos no saben a muy poco, y nos encantaría quedarnos en ese Recife cinematográfico, donde el tiempo, el espacio y demás, viven en uno sólo, donde todo vibra de forma muy sólida y atractiva para el espectador. 

No se pierdan Retratos fantasma, de Kleber Mendonça Filho, porque no sólo hace un recorrido personal e íntimo sobre su infancia, adolescencia y juventud en su casa y en sus cines, y todos sus objetos, pérdidas y ausencias, sino que también, nos pone en cuestión como cambian nuestros lugares, nuestro pasado y sobre todo, nuestra memoria, ese espacio lleno de fragilidad y tan vulnerable continuamente amenazado por el llamado progreso, que no es otra cosa que las ansías estúpidas de una sociedad trastornada que prima el dinero y lo material en pos de una vida más sencilla, más de verdad y más humana. Sin ser una política abiertamente política, es una película política, porque habla del pasado, de sus fantasmas, y ahora convertidos en otra especie de espectros, eso sí, que va de la mano a ese tsunami de extrema derecha del país con la llegada de Bolsonaro y esa fiebre de religiosidad, con tantas y tantas iglesias evangelistas que lo único que buscan es volver a un pasado muy oscuro y violento. Los fantasmas que habla la película, quizás, sigue habitando en el archivo, en esa memoria que nos habla de los espacios, en unos espacios pensados para otros menesteres, y como explica la película, en lugares donde la realidad se fusiona con la ficción, y hacía el mundo mucho mejor, y a sus espectador, mejores, no cabe duda. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Miguel Llansó

Entrevista a Miguel Llansó, director de «Crumbs». El encuentro tuvo lugar el viernes 29 de abril de 2016, en la terraza del Hotel Catalonia de Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Miguel Llansó, por su tiempo, generosidad y cariño, al equipo de la distribuidora El Sur Films, por su paciencia, amabilidad y simpatía, al Zumzeig Cinema, por seguir apoyando este cine de resistencia y reflexión, y a Lorena Iglesias, actriz y amiga de Miguel Llansó, que tuvo el detalle de tomar la fotografía que ilustra esta publicación.

Edificio España, de Victor Moreno

Edificio_Espa_a-411027524-largeLA AGONÍA DEL NAUFRAGIO

En el arranque de Mercado de futuros, de Mercedes Álvarez vemos a un grupo de operarios vaciando una vivienda que acaba de ser vendida. La película de Álvarez continúa el camino de los objetos y muebles hasta su destino final en el mercado de los encantes, donde se amontonan a la espera de encontrar algún vendedor. Objetos que sacados de su entorno original pierden lo que eran para convertirse en otra cosa, quizás en algo mejor, o quizás en lo que nunca fueron, y pasan irremediablemente a no ser, a pertenecer a los objetos que ya nadie quiere, que todos olvidan. Edificio España, de Víctor Moreno comparte con la película de la realizadora soriana, la fascinación por los objetos y lugares olvidados, esos sitios fantasmales que albergan muchas historias de antes, que ellos nos quieren contar a través de los elementos actuales. Relatos que nos hablan de eso mismo, de un lugar que ya no es, que dejó de ser, y pertenece al mundo espectral, al espacio de los recuerdos, a ese lugar que fue, pero que ya nadie recuerda porque todos olvidaron. El realizador canario ha elegido el emblemático edificio España, mastodóntica construcción que se alza en pleno corazón de Madrid, inaugurado en 1953, y convertido en los años 60 en ejemplo del desarrollismo económico del régimen franquista, lugar que albergaba oficinas, viviendas, galerías comerciales y el lujoso hotel Plaza España. Venido a menos en los años 70 por la edificación de otros edificios, sus años de esplendor comenzaban a ser un puro espejo, una inmensa ciudad espectral que desaparecía al unísono del régimen que representaba. Olvidado y resquebrajado por los albores del tiempo, a finales de los noventa un grupo inversor lo adquirió y proyectó un gran obra que empezó en 2007 con el vaciado y demolición con obreros de más de doscientas nacionalidades distintas. En ese instante, arranca la película de Moreno, agarrado de su cámara penetra en los laberínticos pasillos, habitaciones y demás lugares del edificio para reconstruirnos su memoria y ser testigo de su nueva vida. El relato se despieza siguiendo la cotidianidad de los obreros, acompañando a los guardias de seguridad que van explicando su experiencia en el edificio. Moreno los filma tranquilamente, su visión distante y segura es la de un observador que mira cada detalle, cada gesto y objeto, se detiene en los lugares, en lo que queda de ellos, lo que fueron, qué había, cómo se distribuían, también, se tropieza con algún vecino a punto de salir de la casa que habitaba. Los recuerdos se amontonan, es tiempo de fantasmas, de viajar al pasado, de investigarse a uno mismo y buscar donde se pertenece o de donde se viene. Moreno no solamente habla de la memoria o el pasado de un edificio, sino también, de la memoria de una parte de la historia de este país que el tiempo ha llenado de sombras y la está desvaneciendo. Dos años después, debido a la crisis económica que no parece tener fin, las obras se detienen, el edificio vuelve a quedar vacío y sin ningún destino en puertas. Moreno vuelve al lugar del crimen, filma de nuevo el edificio, – como hiciese Àgnes Varda con sus criaturas -, ahora ya no sigue a nadie, sigue a la nada, a la sombra, el vacío, lo que es, investiga sus rincones, sus paredes, lo que queda de el… Su película no se acaba, continúa aunque no siga filmando, porque el lugar sigue ahí, a la espera de encontrar su destino convertido en un nuevo lugar o su final…