Ferrari, de Michael Mann

DOS MUJERES Y UN COCHE. 

“Mire usted: cuando un coche sale de mi fábrica rumbo al circuito, me parece lleno de defectos y realmente feo. Por el contrario, si regresa triunfador, le admiro como si tratará de una obra de perfección.

Enzo Ferrari 

No es la primera vez que Michael Mann (Chicago, EE.UU., 1943), se enfrenta a un “Basado en hechos reales”, empezó con El dilema (1999), en la que nos situaba en la cruzada de un directivo de una tabacalera que destapaba las argucias para generar adicción con la ayuda de un productor televisivo, en Ali (2001), repasaba la vida del famoso boxeador Muhammad Ali centrándose en su legendaria pelea contra Foreman en Zaire en 1974, y Enemigos públicos (2009), donde seguía los pasos del agente del FBI para capturar al famoso criminal Dillinger en los años treinta. Catorce años después, vuelve al hecho real para meterse en la figura de Enzo Ferrari “Il Commendatore” (18989-1988), y como hiciese en la otras ocasiones, se aleja del manido “biopic” para construir una obra muy personal que sitúa en una fecha concreta, en la Italia de 1957, en la cual, el personaje en cuestión, se encuentra en dos frentes muy importantes. Por un lado, está casado y legalmente y vive con Laura, la madre del hijo que murió, pero está enamorado de Lina Lardi, con la que tiene un hijo secreto. Por el otro, necesita urgentemente ganar carreras con sus coches porque su empresa está al borde de la bancarrota. 

La película guarda planteamientos similares con la reciente La casa Gucci (2021), de Ridley Scott, porque las dos se centran en Italia, en sendas familias dedicadas a negocios millonarios que tienen dificultades económicas, dos mujeres fuertes y decididas, y temas como la ambición desmedida, la venganza, la rabia y el amor en el centro de la trama. Además, de tener a Adam Driver como protagonista. Si bien en la película de Mann, un cineasta que ha tocado el thriller en sus más diferentes facetas, su relato se mueve entre el melodrama romántico, con sus dosis de oscuridad, con el añadido de las carreras de coches, que podríamos situar en el thriller, donde ganar lo es todo y muy necesario para la viabilidad económica de la empresa Ferrari. La película se basa en la novela “Enzo Ferrari: The Man, The Cars, The Races, The Machines”, de Brock Yates, que guionizó las dos partes de Los locos del Cannonball, popular comedia de coches de los ochenta, que ha adaptado Troy Kennedy-Martin, un guionista que ha escrito Los vientos de Kelly, Danko: Calor rojo e Italian Job, entre otras, con la figura del citado Ferrari omnipresente, un hombre de negocios, un hombre de motor, un hombre que ama a la mujer con la que no vive, un hombre obsesionado con sus coches y las carreras para mantener su industria a flote, un hombre que se ocultaba de los demás, un hombre misterioso, callado y recto. 

La cinematografía de Erik Messerschmidt, que conocemos por sus trabajos con David Fincher, crea la atmósfera ideal que se maneja entre los claroscuros de una vida en mitad de un puente, y sin saber que camino optar, como la música de Daniel Pemberton (que ha trabajado con el mencionado Scott, Guy Ritchie, Danny Boyle, Aaron Sorkin, etc…), que acentúa esa dualidad, sin caer en el sentimentalismo ni las estridencias emocionales, dotando de sobriedad y densidad a la trama. El exquisito trabajo de montaje que firma el gran Pietro Scalia, que tiene en su haber películas con Oliver Stone, Bertolucci, Gus Van Sant, y debuta con Mann con un extraordinario trabajo en una película pausada y comedida, que va in crescendo, en un metraje que se va a los 130 minutos. Mann que siempre ha sabido rodearse de grandes intérpretes, sólo recordar a James Caan en su debut cinematográfico con Ladrón (1981), Daniel Day-Lewis en El último mohicano (1992), la pareja De Niro y Pacino y el resto del elenco de la ejemplar Heat (1993), nuevamente Pacino, Russell Crowe y Christopher Plummer en El dilema. Su maravillosa capacidad para dirigir y sacar lo máximo de sus actores y actrices como hizo con Will Smith en Ali, y Tom Cruise en Collateral (2004), y la terna Johnny Depp, Christian Bale y Marion Cotillard en Enemigos públicos

Su labor con su equipo artístico vuelve a ser maravillosa, porque Adam Driver, del que ya hemos apuntado alguna cosa, se mete en la piel de Enzo Ferrari, el alma mater de la historia, al que da sobriedad, elegancia, ambición y vulnerabilidad. Todo lo contrario del personaje de Laura que interpreta una espléndida Penélope Cruz, una mujer fuerte y rota, valiente y llena de miedo, una mamma italiana arrolladora, de carácter y firme, pero también débil y vacía, la imagen del declive y la decadencia de una familia que fue feliz pero ya no, y completa la terna la actriz Shailene Woodley, que hemos visto en películas como Los descendientes, de Payne, Snowden, de Stone, y la reciente Misántropo, de Damián Szifrón, que da vida a Lina Linardi, la otra, o quizás, la que mujer de Enzo, que oculta por miedo, pero que ella no se callará y luchará por hacerlo visible. Tanto Penélope como Shailene parecen los espejos distorsionados de la vida de Ferrari, dos mujeres, dos formas de ver las cosas y actuar. El resto del reparto lo completan el brasileño Gabriel Leone como un ambicioso piloto, Sarah Gadon como su chica actriz, Patrick Dempsey como el piloto veterano, y el británico Jack O’Connell como otro piloto de la escudería. 

La película Ferrari, de Michael Mann gustará a los amantes de las carreras de coches, y también a los de la escudería Ferrari, a sus inicios, a sus lamentos, a sus grandezas y miserias, a sus sueños y pesadillas y a todo el trabajo que hay detrás y las verdades y mentiras del famoso Cavallino Rampante, aunque también enamorará a aquellos que no les gustan las carreras, entre los que me incluyo, porque la película va más allá, como hemos comentado anteriormente, porque es un relato sobre la condición humana, todo aquello de nuestra alma, sobre sus sueños, ilusiones, sombras y ambiciones, escenificados en un hombre torturado por la muerte de su primer hijo, al que visita cada mañana en el cementerio. Un tipo que ambiciona el mejor de carreras de la historia, y que se mostraba firme con sus mecánicos y pilotos, y en los negocios, y por otro lado, era un tipo frágil y lleno de miedos e inseguridades con sus emociones que gestionaba fatal y sobre todo, ocultaba a los demás y a las personas que amaba. Tal vez, sólo amaba y dominaba sus coches por todo aquello que le podrían reportar, no lo sabemos, aunque logró aquello que ambicionaba, su sueño de construir el mejor coche se hizo realidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Grand Prix a la muntanya dels invents, de Ivo Caprino

cartell-a-4-jpgLA AVENTURA DE LO COTIDIANO.

“A no sé quants graus al nord, una mica cap a l’est, i més aviat amunt, hi ha Pinchcliffe. Un poblet molt petit, situat al peu d’una muntanya, sota el cel blau. Té una fàbrica de formatges que funciona amb vapor, un camping, un diari local, i el seu propi canal de tv”.

Desde tiempos atrás, se ha mencionado que los primeros cinco minutos de una película son cruciales para el desarrollo de la misma. En Grand Prix a la muntanya dels invents cumple con creces esta misiva. Se abre con una voz narradora que nos acompañará a lo largo del metraje, apuntando y explicándonos todos los pormenores, tanto físicos como emocionales, en los que se ven envueltos los protagonistas, en el pequeño pueblo de Pinchcliffe. Inmediatamente después, vemos a un señor, subido a un artilugio mecánico, se trata del reportero de televisión, que filmará todo lo que allí ocurrirá. El narrador le incita a que empiece con los títulos de crédito y éste, en un cuadro, comienza a filmar lo que se serán los créditos de apertura.

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Desde el primer momento, la película de extraordinaria imaginación, se adentra en un mundo de fantasía, lleno de magia, pero cotidiano a la vez, en que la mecánica está presente por todos lados. Nos presenta la terna de personajes implicados en el relato que nos será contado. Tenemos a Theodore Rimspoke, el anciano que vive en lo alto de un cerro y se gana la vida a trompicones reparando bicicletas, aunque su mayor afición es inventar artilugios mecánicos que utiliza en su vida diaria, le acompañan Sonny, un pájaro astuto, valiente y atrevido, y Lambert, un erizo, asustadizo y pesimista. Viven rodeados de naturaleza, y sufren la falta de dinero que les impide llevar a cabo sus proyectos de inventos, aunque este contratiempo tan importante, no les quita un ápice su optimismo desbordante y su alegría por seguir hacia adelante y centrarse en su sencilla cotidianidad llena de inusuales y divertidos aparatos mecánicos, en los que no falta la inventiva y sus momentos extraordinarios.

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El director Ivo Caprino (Oslo, Noruega, 1920-2001) hijo de marionetista, dedicó su carrera a las marionetas y al cine de animación, llevando a cabo sus obras para la publicidad y sobre todo, la televisión, aunque su obra magna fue Grand Prix a la muntanya dels invents, realizada en 1975, basada en cuentos del dibujante Kjell Aukrust, una fábula maravillosa y emocionante, con una desbordante inventiva, construida con la técnica de stop-motion, en la que trabajó junto a cuatro colaboradores durante más de tres años. La trama es bien sencilla, Rudolf, que fue aprendiz de Theodore, está cosechando una gran fama como piloto de fórmula 1 ganando carrera tras carrera, y propone, a través de la televisión, un desafío a Theodore, su antiguo maestro, pero éste no tiene dinero para construir un coche de carreras, pero la circunstancia y sobre todo, la perspicacia de Sonny lograrán el objetivo. La llegada a Pinchliffe de un jeque árabe hará posible la financiación del proyecto y el coche estará a punto para competir contra el malévolo Rudolf. Caprino nos seduce de forma honesta y sensible con su relato, los personajes excéntricos desprenden una humanidad cercana, son inteligentes y torpes, audaces y reposados, se mueven entre dudas e incertidumbres, pero contagian a través de sus grandes valores de amistad y compañerismo.

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La película recoge la larga tradición de la animación europea, en especial la surgida en Checoslovaquia (actual República Checa y Eslovaquia) con nombres tan importantes como Hermina Týrlová (1900-1993), Jirí Trnka (1912-1969) y Jan Svankmajer (1934), auténticos especialistas y pioneros de la animación y la técnica de la stop-motion, unas memorables y estilizadas maravillas visuales, basadas en su mayoría en cuentos tradicionales de su país, y realizadas con una dedicación absoluta al medio artístico, que cuentan con guiones de hierro, y una forma exquisita, llena de encuadres y planos envolventes, en las nos sumergen en mundos cotidianos donde impera lo fantástico, lo artificial y lo mágico. Una película que se disfruta con un optimismo desbordante, en la que sus 88 minutos pasan volando, llenos de fantasía y grandes emociones, con unos personajes sencillos, transparentes, que juntos emprenden una aventura de ensueño, no para demostrar a ellos ni a nadie que son los mejores en la carrera de coches (su desarrolla una alucinante maravilla del arte de la técnica de animación) sino para sentirse que forman parte de algo que les llena de alegría y sobre todo, un amor por su trabajo y el arte de inventar, en su afán que la mecánica contribuya a hacer un mundo más justo, solidario y feliz.


<p><a href=»https://vimeo.com/187629374″>GrandPrixTrailerFINAL_2</a> from <a href=»https://vimeo.com/user34637086″>Pack M&agrave;gic</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>

Clan salvaje, de Jean-Charles Hue

278a6ba2-cartelclan-salvaje-esp-facebookEL PARAÍSO Y EL INFIERNO

La segunda película que el cineasta francés Jean-Charles Hue (Eaubonne, 1968), le dedica a sus gitanos, (la primera fue La BM du Seigneur filmada en el 2010) está edificada a través de dos elementos que conviven y se fusionan, el documento y la ficción, y en su estructura quedan bien definidos, por un lado, tenemos la primera parte, en la que presenciamos las costumbres y quehaceres diarios de los yeniche (estafador en francés) una comunidad gitana del norte de Francia originarios de los nómadas centroeuropeos, unos, repletos de tatuajes, alardean de sus músculos practicando culturismo, y otros, extasiados y compungidos, se dejan llevar por el culto al evangelio. Todos ellos comparten el mismo espacio, un descampado de las afueras poblado de caravanas.

La segunda parte de la cinta, se centra en los Dorkel, y en el más pequeño de ellos, Jason, un joven de 18 años que está a las puertas de su bautismo, tanto personal como espiritual, se debate entre la figura del padre (muerto en un enfrentamiento con la policía) que sigue el hermanastro Fred y la religión, que lo aleja de esa vida. La víspera del acontecimiento, sale de la cárcel su hermanastro Fred, después de 15 años, un tipo que pertenece al pasado, a la delincuencia, al robo de camiones y a una vida huyendo de la policía, carne de presidio. Esa noche, recupera el coche de sus antiguas fechorías, (resulta profundamente esclarecedor el instante que  desentierra el vehículo, que deviene en un gesto simbólico de recuperar el tiempo perdido, como si nada hubiese cambiado) y se lanza, junto con sus dos hermanos pequeños, Jason y Mickaël, y un primo Moïse, al robo de una camión lleno de cobre. Ahí arranca la segunda parte de la película, cuando ellos mismos se interpretan a sí mismos, (Fred es el padre de Jason en la vida real, y el resto pertenecen a la misma familia) y se introducen en el género, el policíaco (desde Melville a El odio) y el western se apoderan del relato.

Hue nos convoca a una road movie, a una trama vertiginosa, rodada con nervio y desde las entrañas, donde los cuatro tipos se meterán en una aventura peligrosa con la única compañía de la noche y unas pistolas. Hue filma a sus criaturas de cerca, encima de ellos, sin perderse detalle alguno, de manera que podemos sentir su respiración y aliento, sumergiéndose en este abismo a los infiernos cotidianos, tomando el pulso narrativo a una historia que explora diversos temas: el viaje iniciático, el pasado que se resiste a morir, la delincuencia como único medio de subsistencia, la hermandad del clan familiar, y sobre todo, la vuelta del que fuera hijo prodigo que ya no es querido ni bienvenido. Este último, un elemento habitual en los western, género del que la película bebe mucho y desarrolla con mucho acierto. Un western urbano, donde las cosas ya no serán lo que eran, donde el tiempo ha cambiado, y Fred pertenece a un pasado que no es querido en un presente que ha tomado otro rumbo, como aquellos viejos pistoleros de Peckinpah que el progreso desplazaba dejándolos solos y a la deriva, sin rumbo y sin vida. Sus 94 minutos intensos y vomitados, donde se quema mucha rueda y juventud. Una película de garra y fuerza, de respiración contenida, como un puñetazo en el estómago, un thriller lleno de rabia y genio, que se consume a toda velocidad, no obstante su título original es Mange tes morts, (Me cago en tus muertos en castellano), puro cine visceral, brutal y contundente,  parido desde lo más febril de la condición humana.