Clan salvaje, de Jean-Charles Hue

278a6ba2-cartelclan-salvaje-esp-facebookEL PARAÍSO Y EL INFIERNO

La segunda película que el cineasta francés Jean-Charles Hue (Eaubonne, 1968), le dedica a sus gitanos, (la primera fue La BM du Seigneur filmada en el 2010) está edificada a través de dos elementos que conviven y se fusionan, el documento y la ficción, y en su estructura quedan bien definidos, por un lado, tenemos la primera parte, en la que presenciamos las costumbres y quehaceres diarios de los yeniche (estafador en francés) una comunidad gitana del norte de Francia originarios de los nómadas centroeuropeos, unos, repletos de tatuajes, alardean de sus músculos practicando culturismo, y otros, extasiados y compungidos, se dejan llevar por el culto al evangelio. Todos ellos comparten el mismo espacio, un descampado de las afueras poblado de caravanas.

La segunda parte de la cinta, se centra en los Dorkel, y en el más pequeño de ellos, Jason, un joven de 18 años que está a las puertas de su bautismo, tanto personal como espiritual, se debate entre la figura del padre (muerto en un enfrentamiento con la policía) que sigue el hermanastro Fred y la religión, que lo aleja de esa vida. La víspera del acontecimiento, sale de la cárcel su hermanastro Fred, después de 15 años, un tipo que pertenece al pasado, a la delincuencia, al robo de camiones y a una vida huyendo de la policía, carne de presidio. Esa noche, recupera el coche de sus antiguas fechorías, (resulta profundamente esclarecedor el instante que  desentierra el vehículo, que deviene en un gesto simbólico de recuperar el tiempo perdido, como si nada hubiese cambiado) y se lanza, junto con sus dos hermanos pequeños, Jason y Mickaël, y un primo Moïse, al robo de una camión lleno de cobre. Ahí arranca la segunda parte de la película, cuando ellos mismos se interpretan a sí mismos, (Fred es el padre de Jason en la vida real, y el resto pertenecen a la misma familia) y se introducen en el género, el policíaco (desde Melville a El odio) y el western se apoderan del relato.

Hue nos convoca a una road movie, a una trama vertiginosa, rodada con nervio y desde las entrañas, donde los cuatro tipos se meterán en una aventura peligrosa con la única compañía de la noche y unas pistolas. Hue filma a sus criaturas de cerca, encima de ellos, sin perderse detalle alguno, de manera que podemos sentir su respiración y aliento, sumergiéndose en este abismo a los infiernos cotidianos, tomando el pulso narrativo a una historia que explora diversos temas: el viaje iniciático, el pasado que se resiste a morir, la delincuencia como único medio de subsistencia, la hermandad del clan familiar, y sobre todo, la vuelta del que fuera hijo prodigo que ya no es querido ni bienvenido. Este último, un elemento habitual en los western, género del que la película bebe mucho y desarrolla con mucho acierto. Un western urbano, donde las cosas ya no serán lo que eran, donde el tiempo ha cambiado, y Fred pertenece a un pasado que no es querido en un presente que ha tomado otro rumbo, como aquellos viejos pistoleros de Peckinpah que el progreso desplazaba dejándolos solos y a la deriva, sin rumbo y sin vida. Sus 94 minutos intensos y vomitados, donde se quema mucha rueda y juventud. Una película de garra y fuerza, de respiración contenida, como un puñetazo en el estómago, un thriller lleno de rabia y genio, que se consume a toda velocidad, no obstante su título original es Mange tes morts, (Me cago en tus muertos en castellano), puro cine visceral, brutal y contundente,  parido desde lo más febril de la condición humana.

 

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