Entrevista a Kumjana Novakova y Guillermo Carreras-Candi

Entrevista a Kumjana Novakova y Guillermo Carreras-Candi, directores de la película “Tierra removida”, en el marco de La Inesperada Festival de Cine, en el Zumzeig Cinema en Barcelona, el sábado 26 de febrero de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Kumjana Novakova y Guillermo Carreras-Candi, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Miquel Martí Freixas y Núria Giménez Lorang, directores de La Inesperada, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Honeyland, de Ljubomir Stefanov y Tamara Kotevska

LA MUJER DE LA MIEL.

“Debemos mantener un equilibrio entre nuestras necesidades y las necesidades del prójimo”.

Andrew Matthews

Una mujer de unos cincuenta años largos, camina decidida a través de un prado rodeado de montañas escarpadas. Sube una de ellas, y se enfila hasta un camino al borde de un precipicio, se detiene y tras destapar una roca, descubre un panal de abejas, extrae la mitad, y vuelve a cubrirlo con la roca, como si de un tesoro se tratase. Ese detalle, aunque parezca insignificante, es crucial para la vida de Hatidze Muratova, una mujer turca que vive en una aldea remota y abandonada, junto a su madre anciana y enferma. Un detalle que equilibra toda su existencia, dedicada a la apicultura, a la fabricación de una miel rica y única, que después vende en los mercados de Skopje (Macedonia del Norte). Ella coge lo que necesita y deja el resto a las abejas, para de esa manera seguir manteniendo la producción y sobre todo, no desequilibrar a las abejas, las productoras de esa miel convertida en riqueza. Pero, todo ese equilibrio entre necesidades humanas, y naturaleza, se rompe con la llegada al pueblo de una familia nómada turca, encabezada por el patriarca Hussein, su mujer y sus siete hijos pequeños, cargados con su ganado y sus grandes necesidades. En un primer momento, la armonía parece reinar entre Hatidze y los recién llegados, hay una cooperación y fraternidad, pero pronto todo se resquebraja, cuando Hussein ve en la miel una forma de ganar mucho dinero, rompiendo así el equilibrio, cuando aumenta su producción, que afectará a las colmenas de Hatidze, que le ha instado a mantener ese equilibrio de mitad y mitad.

Ljubomir Sefanov (Skopje, 1975) es un cineasta que lleva dos décadas haciendo películas sobre medio ambiente y desarrollo humano, haciendo hincapié en los problemas que derivan las malas praxis de producción y sostenibilidad. Junto a lTamara Kotevska (Prilep, Macedonia del Norte, 1993), ya rodaron el mediometraje Lake of Apples (2017), en la que se centraban en el lago Prespa, uno de los lagos más antiguos de agua dulce, que alberga más de 2000 especies de plantas y animales, pero la pesca desmesurada ha provocado desequilibrios, y un par de científicos investigas sus causas y buscan soluciones para mantener ese equilibrio natural. Ahora, el tándem de directores vuelve a la naturaleza, trasladándonos a una remota y perdida aldea en mitad de las montañas de los Balcanes, mostrando la existencia sencilla y frágil de una señora que vive para sus abejas y la miel, consiguiendo un producto artesanal de gran valor alimentario, que tendrá que luchar contra las ansias de dinero de Hussein, alguien de fuera, alguien inconsciente del peligro que significa aumentar la producción de miel y dejar a las abejas sin el rico manjar.

Los directores macedonios capturan la naturalidad y la humanidad que desprende un personaje como Hatidze, a través de una armoniosa y limpieza visual, que no solo enriquece la imagen, sino que desprenden vida y verdad, gracias al inmenso trabajo de los cinematógrafos Fejmi Daut y Samir Ljuma, con unos impecables encuadres que consiguen mostrarnos toda esa belleza pictórica que desprenden la tierra, la luz y los extensos parajes solitarios y hermosos de la región donde reside la mujer de la miel, una mujer en perpetuo movimiento, en continuo caminar realizando acciones, ya sean laborales, domésticas, comerciales, cuidadoras y fraternas, como esos momentos conmovedores con su madre anciana, la fraternidad y alegría que muestra con los vecinos y sus hijos, con canciones y cuentos, animando a la chavalería, y en otro contexto, más solitario, cuando ella se recoge en su hogar con sus pensamientos, escuchamos sus propias reflexiones sobre la vida, la juventud perdida, el presente continuo y ese futuro incierto, en el que Hatidze no sabe si podrá mantener su estilo de vida.

Stefanov y Kotevska recogen el intenso aroma de la vida y trabajo tradicional que hacía en sus películas Raymond Depardon, en la mejor tradición del cine de los orígenes, como construían Flaherty o Grierson, en que la cámara documenta lo que está ocurriendo, sin subrayar ni mediar, solo estando y capturando la vida, la verdad que destila, convirtiéndose en un testigo que da fe a lo que allí sucede, observando a sus personas y elementos, interfiriendo lo mínimo posible, manteniendo ese equilibrio entre humanos y naturaleza, básico para la sostenibilidad de todos. Una película sobre la vida, el amor propio y ajeno, sobre lo humano y lo divino, en la que la mirada de Rossellini o Kiarostami, en su humanismo más íntimo y personal. Un relato sobre el trabajo como medio de vida, no como fin, y también, sobre las necesidades básicas, tanto de unos como de otros, y las dificultades que se originan cuando alguien, motivado por sus deseos desmesurados de codicia y avaricia, no asume los peligros de una actitud incorrecta, y genera un conflicto de consecuencias impredecibles. Hatidze no es un personaje más, es alguien sencillo y humilde, de pocas palabras, de firme disposición y recta en su trabajo, cogiendo aquello que necesita y dejando aquello para seguir consiguiendo miel, y a la postre, mantener su forma de vida, respetando su trabajo, el equilibrio de las abejas, y manteniéndose firme en sus convicciones y en su manera de relacionarse con la naturaleza y todos aquellos elementos que la componen. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Bajo el sol, de Dalibor Matanic

EL AMOR EN TIEMPOS DE ODIO.

“La historia es una pesadilla de la que estamos tratando de despertar”

James Joyce

Es uno de esos días de verano a mediodía, brilla el sol y el calor empieza a ser sofocante. Una pareja de jóvenes retoza y juega al amor a orillas de un lago. Ríen y disfrutan, mientras imaginan que les deparará el futuro fuera del pueblo al que han decidido abandonar y vivir su amor fuera de miradas hostiles. De repente, un ruido llama su atención, suben una pequeña colina y frente a ellos, por el camino, desfila un convoy de vehículos militares que rompe la armonía del instante y parece que de repento todo se ha nublado (como ocurría en Desaparecido, de Costa-Gavras, cuando los jóvenes idealistas americanos se despertaban al ruido de los helicópteros y vehículos militares en la soleada Viña del Mar). El arranque de la película deja clara las intenciones de su historia, la guerra, la maldita guerra se interpondrá en el camino de los jóvenes enamorados, alrededor de la veintena,  que protagonizarán las tres historias, diferentes entre sí, pero que sucederán en el mismo espacio, un pueblo dividido entre serbios y croatas, y a lo largo de dos décadas, y con la estación estival como escenario. Una película que pone el dedo en la llaga en la guerra de los Balcanes (Los Balcanes y su eterna disputa que fue el motor de la cinematografía de Angelopoulos) zona de perpetuo conflicto por el odio entre etnias, la intolerancia y la dificultad intrínseca de que puedan vivir en paz unos con otros.

Dalibor Matanic (Zagreb, Croacia, 1975) es un cineasta que ha dedicado su filmografía a explorar y reflexionar sobre los temas candentes que sacuden su tierra, una tierra preciosa, llena de buenas gentes, pero que la diferencia religiosa, social y política los ha conducido a una guerra abierta e interior de difícil solución. La primera de la historias la protagonizan Jelena e Ivan, ella, serbia, y él, croata, situada en 1991, cuando ya se observan los primeros escarceos militares en los que ya se adivinan que la situación insostenible entre unos y otros, iba a desembocar en una guerra cruenta y devastadora que se alargó 4 años. La segunda, nos lleva diez años después, cuando dos mujeres, madre e hija, vuelven a su pueblo y tienen la necesidad de regresar y empezar de nuevo, a reconstruir sus vidas tras la guerra. Natasa, serbia, y Ante, croata, son los personajes que nos conducirán por ese segundo segmento, en el que las heridas de la guerra y el odio, más aún si cabe, se ha apoderado de cada uno de ellos. Y finalmente, el relato que cierra la película, el director nos lo sitúa en el 2011, un tiempo actual, en el que Luka, croata, vuelve a su pueblo, tras unos años estudiando en la ciudad, y se reencuentra con Marija, serbia, con la que en el pasado tuvo una relación y algo más. Las inevitables heridas y el dolor siguen presentes en los personajes, unos seres que intentan levantar sus vidas a pesar de todo lo que ha sucedido, y todo lo que han perdido.

El director croata nos muestra una mise en scène diferente en las tres historias, si bien en la primera el pueblo y sus diferentes escenarios toman protagonismo, a través de tomas largas y muy cercanas (aunque el tono intimismta nos acompañará durante toda la película) en las que vemos el caldo de cultivo de odio entre las etnias que se respira en el ambiente, donde ese primer amor se vive con intensidad y quizás, con esa inocencia de que todos sus sentimientos podrán vencer el odio, la indiferencia y la guerra que se avecina. En la segunda, la película se recoge en las cuatro paredes de la casa, donde los personajes en cuestión, primero se evitan y lentamente van acercándose, aunque con la rabia contenida y la maldad como bandera, un segmento agobiante y asfixiante, en el que la reconstrucción de la casa escenifica el ánimo de muchos que quisieron comenzar de nuevo venciendo el dolor que sentían. En el último, Matanic, nos habla de los jóvenes que no sufrieron las desgracias de la guerra, aunque son arrastrados por el odio imperante y arcaico de su pueblo y sus familias. Luka, al regresar a su tierra, le vuelven todo lo perdido y lo dejado, e intenta reconciliarse primero consigo mismo y luego con su familia, y con la mujer que amó. Aquí la cinta se apodera de la noche, la oscuridad y las luces inundan los encuadres, en el que reinan los contrastes de la fiesta loca nocturna, en el que la música psicótica martillea al protagonista, con la casa de ella, en la que la soledad y la tristeza supuran cada rincón del hogar.

La poderosa y magnética pareja de actores, otro de los grandes aciertos de la película, que además de originar una estupenda química, a los que vemos crecer, con simples pero estudiados matices, a lo largo de las tres historias. Él, Goran Markovic, que interpreta a los hombres de la película, varonil, de poderosa fuerza y aplomo, y ella, Tihana Lazovic, la mujer serbia, que emana vida, lucidez y una enorme expresividad y sensualidad, conviertiéndola en una de las agradables sorpresas que contienen la película, representando esa mujer herida, pero enamorada, esa mujer que va capturando los pequeños matices que ayudan a profundizar en sus diferentes roles. Una película de luz bellísima, que consigue transmitirnos la belleza del verano, con sus colores, su brisa y sus alegrías, en contraposición con la guerra y todos los odios, y traumas que genera en la población. Una tierra de eterna belleza sacudida inexorablemente por la tragedia de la guerra, en la que la película de Matanic se erige como un canto a la vida, a la intolerancia, al respeto, y sobre todo, al amor, superando de esta manera los odios, las diferencias, sean cuales sean, y vengan de donde vengan.

Un día perfecto, de Fernando León de Aranoa

a-perfect-day-2015-cartel-1UN CADÁVER EN EL FONDO DE UN POZO

Fernando León de Aranoa (Madrid, 1968) llevaba cinco años sin dirigir, su última película Amador, data de 2010. Entre medias, había publicado Aquí yacen dragones, un libro de relatos, escritos en las pausas de rodajes, festivales… Ahora se enfrenta a un reto mayúsculo en su carrera como director. Un día perfecto es una película que escenifica un cambio en su filmografía, es la primera que toma un texto ajeno, la novela Dejarse llover, de Paula Farias, como materia prima para elaborar su guión, que en sus ficciones siempre había nacido de una idea propia. También, otro dato significativo, es la primera película que rueda en otro idioma, el inglés, mayoritario en la cinta, aunque durante el metraje conviven otras lenguas, como el bosnio, español, ucraniano y francés, y finalmente, el primer de sus trabajos que recrea un contexto histórico, el de los Balcanes de 1995. Una empresa a priori difícil, pero el buen hacer de León de Aranoa resuelve todos los conflictos cinematográficos, con la inestimable ayuda de un poderoso diseño de producción, un plantel de actores internacionales de primerísimo nivel y la luz apagada y contrastada del genial Alex Catalán. Sus criaturas también se enfrentan a situaciones adversas y jodidas que intentan sacar a flote o al menos lo intentan, en el campo de batalla que les ha tocado lidiar.

El cineasta madrileño ya había tenido contacto con la zona bélica que retrata en su película, fue en febrero de 1995, cuando viajó a la guerra de Bosnia y registró el trabajo de unos cooperantes humanitarios. La película, aunque pueda parecer ajena al mundo de León de Aranoa, sigue la misma línea que arrancase hace ya casi dos décadas con aquella deliciosa tragicomedia que fue Familia, a la que siguieron Barrio, donde unos chicos se aburrían en un verano que no parecía tal, con Los lunes al sol, llegó el reconocimiento de crítica (Concha de Oro en el Festival de San Sebastián) y público, donde retrataba la desesperación y el hastío que sufrían unos parados de los astilleros de Vigo, siguió con Princesas, la cotidianidad de un par de putas que arrastraban demasiadas cosas, y Amador, la soledad de la tercera edad que convivía con una inmigración que resistía como podía. Amén de sus trabajos documentales, donde siempre se ha preocupado por las injusticias y los más débiles. En Buenas noches, Uoma, que filmó como pieza para la película Invisibles, ya retrataba una situación de conflicto bélico donde unos niños encontraban refugio durante la noche para no ser secuestrados. Ahora, en su última película, se centra en cuatro personas, cuatro cooperantes, dos tipos cansados y hastiados de todo lo que les envuelve, Mambrú, el responsable del equipo, B, el que siempre anda por ahí, y las mujeres, Sophie, francesa y luchadora incansable que todavía cree en las causas perdidas, y finalmente, Katya, ucraniana, la cooperante que viene a burocratizar todo y a rendir cuentas sentimentales con Mambrú. León de Aranoa nos sumerge en algún lugar de los Balcanes, durante una jornada de 1995, en un contexto de conversaciones de paz, aunque los trabajadores humanitarios todavía se enfrentan a situaciones de gran riesgo. Todo arranca con un cadáver en el fondo de un pozo, guerra silenciosa y bacteriológica que contamina el agua y deja sin suministro a los habitantes de la zona. Los cooperantes se centran en la difícil y compleja misión de sacar el muerto.

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León de Aranoa nos lleva por caminos y carreteras laberínticas (filmadas en Granada) que con la excusa de conseguir una cuerda, nos muestra la sinrazón de la guerra, de cualquier guerra, la tensión, desesperación y soledad que se dibuja en los paisajes y escenarios de lo que ha sido la contienda, en las trampas de los caballos muertos, que esconden minas esparcidas por todo el espacio, restos de la guerra que todavía respiran y se niegan a desaparecer, o esos cascos azules, que en ocasiones parecen del mismo bando y en otras no tanto, y los que se empeñan en seguir la guerra, y en los maléficos y desencajados rostros de las personas que se van encontrando, que han perdido todo y a todos, como ese niño que sueña con algo que no podrá ser (un personaje habitual en el cine del realizador, seres que se agarran a ilusiones, para tirar pa’lante). Una mezcla de road movie y western, a ritmo de punk-rock, donde se critica con dureza las marañas y estupideces burocráticas, con personajes a la deriva, algunos ni saben cuánto tiempo les queda en esa tierra, otros ya piensan en la próxima misión, y los pocos, les agazapa el miedo de volver a casa y enfrentarse a la cotidianidad de sus vidas (como le ocurría a uno de los personaje de En tierra hostil). Película que hereda el aroma y el enfoque de En tierra de nadie, que al igual que esta, ahondaba en el conflicto que se desataba por un problema que aparentemente parecía sencillo. Se muestra un dolor sangrante y durísimo, aunque León de Aranoa, con su habitual humor, lo hace más llevadero, ese humor negro, despiadado y perspicaz que utilizan los cooperantes, quizás ellos son los únicos que lo pueden permitir, un humor que les ayuda a tomar distancia para convivir con esa miseria física y moral, unos elementos que hacen de la cinta una obra seria y contundente, donde la honestidad es un concepto que se agradece, no da lecciones de nada, ni quiere servir como la obra definitiva antibelicista, no hay nada de eso, León de Aranoa, se centra en sus personajes, sus relaciones, sus miedos, nos muestra a unos seres humanos que hacen lo que pueden, que aciertan y también se equivocan, no son héroes, más bien perdedores, como todos, en el sinsentido de la guerra.