Vida en pausa, de Alexandros Avranas

EL ESTADO CONTRA EL CIUDADANO. 

“Todos somos iguales ante la ley, pero no ante los encargados de aplicarla”. 

Stanislaw Lem

De las cinco películas que ha dirigido Alexandros Avranas (Larisa, Grecia, 1977), cuatro de ellas están estructuradas a través de la familia, situados en entornos aislados y muy domésticos, todo contado a través de una intimidad nada empática, con una atmósfera fría, concisa y alejada, que sume a los espectadores en una trama inquietante, más cerca del terror, pero de lo oscuro de lo cotidiano, de la manera de los cineastas polacos, donde lo más cercano se va convirtiendo en algo extraño, confuso y asfixiante. A partir de un guion que escriben Stavros Pamballis y el propio director donde tenemos a la familia rusa que integran Sergei y Natalia, y sus dos hijas, Alina y Katja, se han visto desplazados de su país natal y llegan a Suecia de 2018 en busca de refugio y asilo. Las niñas entran en coma porque padecen el Síndrome de Resignación infantil, una dolencia postraumática que afecta a los niños de padres obligados a dejar sus país de origen. En ese instante, los padres se ven separados de sus dos hijas, llevando su situación al límite por las continuas restricciones del estado que los trata como criminales. 

El cuidadoso y detallado trabajo de diseño de producción de Markku Pätilä, habitual del gran Aki Kaurismäki, resulta fundamental para crear ese ambiente asfixiante y claustrofóbico en los que se ven inmersos los cuatro protagonistas, a la manera kafkiana, donde se ven envueltos en una maraña legal y terrorífica, donde sus vidas se ven completamente suspendidas como reza el título Vida en pausa (“Quiet Life”, en el original). Una no vida que pasa entre funcionarios implacables, más próximos a una dictadura sudamericana que una democracia occidental, que los ametrallan a cuestiones de todo tipo acusándolos por el mero hecho de estar ahí y no convencerles la historia que cuentan por la que decidieron dejar Rusia. A pesar de su aparente frialdad y distancia, muy cerca del cine de Haneke y de Lanthimos, la película consigue sumergirnos en esa especie de parábola maquiavélica más próxima a una distopía de ciencia-ficción orwelliana que a una realidad en la que se ven inmersos gran cantidad de refugiados cada momento. Estamos ante una obra que quiere explicar una situación muy real y que parece invisible para la mayoría de ciudadanos, sin caer en la consabida película-denuncia, la cinta de Avranas huye del panfleto y se sitúa en lo emocional y la cotidianidad de la familia.

Amén del mencionado gran trabajo en el arte, la película tiene la espectacular cinematografía de Olimpia Mytilinaiou, que ya estuvo en otra de las importantes cintas de Avranas Miss Violence (2013), y vuelve a brillar en un trabajo nada fácil, que integran varios elementos y texturas dándole ese toque de naturalidad agobiante, basados en una demoledora sobriedad y un milimétrico cálculo de cada plano y encuadre resulta esencial para contar la historia demencial que viven los protagonistas. La música del compositor finlandés Tuomas Kantelinen se adapta como una segunda piel a las imágenes sin estorbar ni tampoco acompañar sin más, sino dándole ese aspecto de terror cotidiano que demanda tanto la película. El montaje de 99 minutos de metraje que firma Dounia Sichov, que tiene en su haber grandes cineastas como Mikhaël Hers, Denis Coté, Sârünas Bartas y Abel Ferrara, entre otros, compone una sobriedad que inquieta muchísimo, y que encuentra ese limbo intermedio donde vemos una cotidianidad que duele y un ambiente de constante amenaza en el que cada mirada y cada gesto resultan de un dolor insoportable, donde sentimos el dolor y el miedo monstruoso a cada instante.

El cuarteto protagonista de Vida en pausa construyen unos personajes verosímiles y muy cercanos encabezados por los padres de nacionalidad rusa como Chulpan Khamatova, con una extensa trayectoria junto a cineastas de la talla de Valery Todorovsky, su participación en la exitosa Goodbye, Lenin!, Alexey German Jr., Jôao Nuno Pinto, Krzysztof Zanussi, Kiril Serebrennikov, entre otros, y Grigoriy Dobrygin, al que hemos disfrutado en películas de Anton Crobijn y Semih Kaplanoglu, entre otros, y las niñas, Naomi Lamp y Miroslava Pashutina, y la presencia de Eleni Roussinou, en su tercera película que hace con Avranas, la sueca Elena Endre, vista en películas de Bille August, Daniel Bergman, Liv Ullmann, Paul Thomas Anderson, y la última de Thomas Alfredson, y Alicia Eriksson, vista en la extraordinaria El triángulo de la tristeza, de Östlund. Un reparto heterogéneo que debe mucho al gran esfuerzo de producción que ha tenido la película en la que participan compañías procedentes de seis países como Francia, destacada por la presencia de la productora Sylvie Pialat, Alemania, Suecia, Estonia, Grecia y Finlandia. 

Podría parecer que una película como Vida en pausa, como ya hemos mencionado, perteneciera a una sociedad inventada, aunque desgraciadamente, muchos refugiados de aquí y de allá, deben pasar por estos controles exhaustivos y terroríficos por los llamados países occidentales y civilizados y democráticos que, en el fondo y en su apariencia, usan sus métodos legales e ilegales pero apoyados por la ley de unos pocos contra unos muchos, para demoler al otro, y criminalizar cualquier ciudadano que venga de esos países enemigos o supuestos enemigos. Si el cine es una herramienta eficaz para desenterrar los monstruosidades que hacen nuestros estados, ésta película es un buen ejemplo, porque nos habla del Síndrome de Resignación Infantil, que desconocía por completo, y además nos vuelve a recordar que sólo vivimos en el mejor de los mundos aparentemente, hasta que das con tus huesos con la ley, con las leyes, y las personas que la aplican, tan funcionarios, tan rectos, tan serios, y sobre todo, tan seguros de aplicar una ley justa e igualitaria para todos los ciudadanos, sin reflexionar, sólo ejecutores de la legalidad, que nada tiene que ver con la necesidad humana, que nada tiene que que ver con la empatía, con el dolor y el sufrimiento del extraño. En fin, el terror siempre tiene forma de funcionario obediente. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Chloé Barreau

Entrevista a Chloé Barreau, directora de la película «Fragmentos de una biografía amorosa», en el marco de El Documental del Mes, iniciativa de DocsBarcelona, en la terraza del Instituto Francés en Barcelona, el martes 1 de abril de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Chloé Barreau, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Sam Wallis, por su gran labor como intérprete, y a Carla Font de Comunicación de El Documental del Mes, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Un pájaro azul, de Ariel Rotter

TRÁNSITO A LA MADUREZ. 

“La madurez es cuando dejas de quejarte y poner excusas en tu vida: te das cuenta de todo lo que sucede en ella es el resultado de la elección previa que hiciste y comienzas a tomar nuevas decisiones para cambiar tu vida”. 

Roy T. Bennet

Esta es la historia de Javier, un tipo que trabaja como redactor en una revista literaria y vive con Valeria, una diseñadora de vestuario. Parecen felices aunque no logran quedarse embarazados después de seis años intentándolo con métodos diversos. Se acaban de mudar a una casa más grande y cálida con la intención de que su sueño se haga realidad. Un día, en su aparente comodidad y tranquilidad, Javier suelta una bomba. Durante un congreso se acostó con una colega y ésta le acaba de soltar que está embarazada de él. Valeria, como es natural, no se lo toma nada bien, y es cuando la vida de Javier da un gran vuelco. Vuelve a vivir con su padre viudo y octogenario, en su trabajo aparece una nueva coordinadora que evalúa a los empleados porque se van a producir despidos, y además, intenta como un adolescente desesperado, recuperar a Valeria.

El quinto largometraje de Ariel Rotter (Buenos Aires, Argentina, 1973), entre los que destacan El otro (2007) y La luz incidente (2015), deambula por la tragicomedia, muy al estilo del Woody Allen setentero, en la que nos hablan muchas crisis: de la madurez, del amor, de la pareja, del trabajo y sobre todo, de un mundo cada vez más intenso y menos profundo, una sociedad abocada a la inmediatez en todos los sentidos sin sopesar las consecuencias de sus actos y la falta de compromiso con los demás y con uno mismo. El director bonaerense pone el foco en la mirada de su protagonista que, parece haber entrado en una especie de laberinto emocional donde a cada paso comete un nuevo error y aún más grande que el anterior, confundido en un torbellino de idas y venidas por una existencia que no le satisface o simplemente, desconocía que la tenía. El aspecto psicológico es muy importante en la trama de Un pájaro azul, ya que la historia actúa como un espejo-reflejo para los espectadores, porque se verá muy cercano a las vicisitudes del desesperado Javier, un tipo como nosotros, tan convencido de su vida que se olvida de saber lo que quiere, lo que necesita, y a quién quiere, cosa que pasa muy a menudo en esta no sociedad tan alucinada y con prisas. 

Rotter compone una película muy íntima y nada cómoda, de las que se parecen mucho a nuestras realidades, quizás a esas situaciones que nos cuesta ver y pensamos inútilmente que les suceden a los otros, y se adentra en todas esas arenas movedizas que nos voltean la vida, situando el encuadre en una atmósfera cotidiana y nada contemplativa, sino reflexiva, en la que el buen hacer de un grande como Guillermo Nieto, con más de medio centenar de títulos en su filmografía, que le ha llevado a trabajar con autores significativos del cine argentino como Pablo Trapero, Albertina Carri y Paula Hernández y muchos más. Después encontramos a dos cómplices del director que estuvieron en su documental Bilardo, el doctor del fútbol (2022), como son el músico Alejandro Pinnejas, que consigue esa música que concisa que profundiza en los altibajos emocionales del citado protagonista, acompañada de grandes temas populares tanto argentinos como uruguayos y el editor Federico Rotstein, que tiene entre sus trabajos a directores como Diego Lerman, construye una cinta que en sus 90 minutos de metraje va de aquí para allá escrutando con cercanía y distancia todo lo que sucede, eso sí, sin juzgar y sin alejarse demasiado, para que lo veamos y sintamos y podamos pensar en nosotros.

Otro de los elementos destacados de la película es su magnífico elenco empezando por el uruguayo Alfonso Tort como Javier, un actor que hemos visto en las interesantes 25 Watts, El último tren junto a Luppi, Alterio y Soriano, y con directores como Álvaro Brechner, Adrián Biniez y Marcelo Piñeyro, entre otros, componiendo un tipo entrañable pero torpe emocional que entra en un bucle de culpa, pérdida y dolor del que no sabe gestionar. A su lado, la actriz argentina Julieta Zylberberg como Valeria, que también actúa como coproductora, vista en obras de Lucrecia Martel, los mencionados Carri y Lerman, Ana Katz, en la bestial Relatos salvajes, y en la magnífica Puan, componiendo un personaje que es la antítesis de Javier, porque ella lo tiene claro y sabe dónde va y no sólo lo aparenta que lo hace. Cabe destacar otras presencia muy estimulantes como Norman Briski, el veterano actor argentino que tuvo su exilio en España junto a Carlos Saura, Manuel Gutiérrez Aragón, amén de los argentinos Oliveira, Puenzo, Lecchi, Agresti, Cohan y Mitre, etc… Su personaje es el hombre que vive con sus recuerdos, sabio y observador que sabe que ocurre y lo maneja con calma. Romina Paula con un personaje vital, siempre con delicadeza y sin impostura y finalmente, Susana Pampín, que ya estuvo en la citada La luz incidente y Walter Jakov, un actor que ha hecho muchas de los “Pampero”. 

No dejen escapar una película como Un pájaro azul, de Ariel Rotter, y sabrán el porqué de su título, que tiene mucho que ver con el devenir de su personaje y en qué estado se encuentra. Les invito a verla no sólo por conocer el origen de su título, sino también porque ante la amenaza de un cine comercial que se impone en las carteleras, está bien mirar a nuestro alrededor y descubrir todo lo que hay y nuestras prisas nos hacen perdernos porque no dedicamos el tiempo precisa y calmo para descubrirlas. Esta película argentina es una de ellas, porque dentro de su apariencia tranquila y sencilla, oculta una profunda y honesta reflexión sobre quiénes somos, cómo vivimos y cómo sentimos, si también eso se nos ha olvidado y anteponemos el maldito ego a los demás y a nosotros mismos. Seguramente hace tiempo que no piensan en todo esto, y sólo por eso es interesante detenerse y mirar y mirarnos y hacerse preguntas porque quizás estamos yendo hacía un lado muy oscuro y todavía estamos a tiempo de remediarlo, y que no nos suceda como Javier que cuando quiere darse cuenta está metido, y lo diremos en “argentino”, en un quilombo de mil demonios. Ya sabrán ustedes, piensen y sobre todo, sientan, antes de que sea demasiado tarde. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Fragmentos de una biografía amorosa, de Chloé Barreau

LA JOVEN QUE AMABA EL AMOR. 

“Tú crees que amas el amor, pero lo que amas en realidad es la idea del amor”. 

Frase escuchada en el film “El hombre que amaba las mujeres” (1977), de François Truffaut

El hecho de vivir, indispensablemente, va en consonancia con todas las personas que han transitado por nuestras vidas, y sobre todo, aquellas personas que han significado alguna cosa en nuestras existencias, personas que dejaron alguna huella, algún efecto que nos ha hecho ser de una u otra forma. Amistades y sobre todo, amores, ya sean correspondidos o no, y todas esas experiencias que siguen almacenadas en nuestro alma. Recuerdos y memoria de nuestra propia vida. Amores que parecían irrompibles, para toda la vida, pero que quedaron en historias de amor o no recordadas y la mayoría olvidadas. En la película Fragmentos de una biografía amorosa, de Chloé Barreau (París, Francia, 1976), se vuelven a las historias de amor de la directora, pero no desde el “Yo”, sino desde el contraplano, es decir, desde el recuerdo de sus ex, de aquellos personas que transitaron por su vida sentimental. Un recorrido profundo y sincero, y de ficción, ya que las personas recuerdan el pasado, y lo inventan, porque así es la memoria, mucho de invento y algo de verdad.

Barreau es licenciada en Literatura Moderna por la Soborna, también ha hecho cortometrajes, especiales para televisión, docuseries para especializarse como productora creativa en la pequeña pantalla, amén de debutar con la película La Faute à Mon Père, the scandal of Father Barreua (2012), sobre la historia de amor prohibido de sus padres: un sacerdote católico y una enfermera que fue un escándalo en la Francia puritana de los sesenta. Con su segundo trabajo, primero documental, repasa sus amores a partir de los testimonios de sus ex parejas, a través de sus voces e imágenes de vídeo, y el contenido de las cartas de amor y desamor, ya que la directora filma compulsivamente desde los 16 años, grabando su vida, sus amistades, sus experiencias y sus amores. Siguiendo una estructura lineal, con algún que otro salto, tanto atrás como adelante, rompiendo ese esquema lineal. Escuchamos a los otros/as y nos dan una visión abierta, profunda e interesante de los amores de la directora, recogiendo buena parte de la década de los noventa entre París y Roma, volviendo al tiempo de la juventud, al tiempo del amor, al tiempo donde todo era posible, donde la vida y el amor y la juventud todavía vivía sin móviles y demás pantallas que nos han encerrado aún más. 

Todas las historias de amor tienen dos formas de mirarlas, pensarlas y sentirlas, y rara vez podemos conocer al otro/a y sobre todo, la visión que tuvieron o tienen, porque la película se adentra en el pasado desde el presente, o lo que es lo mismo, desde la memoria, desde el ejercicio de recordar, de todo aquello que recordamos o lo que creemos recordar que, acompañadas de las escogidas imágenes domésticas van dando una honesta exploración de todo lo que ocurrió, donde la película no juzga ni condiciona la visión de los espectadores, todo lo contrario, se sumerge con total libertad en todo lo que generan los testimonios y las citadas imágenes, creando esa idea de memoria fabulada, en que el cine ayuda a encontrar esos limbos necesarios y parecidos a lo que intuimos como aquella realidad, en un brutal ejercicio de memoria, documento, ficción donde el amor adquiere las mismas características, en ese intento de acercarse a lo que sentimos, a las huellas que nos dejaron aquellas historias, y sobre todo, lo que ha quedado de aquellas experiencias, si es que quedó algo, y cómo lo recordamos, como lo hablamos y cómo nos vemos entonces a través de nuestros recuerdos y las imágenes. 

En realidad, la película Fragmentos de una biografía amorosa también nos habla de la imposibilidad de extraer algo contundente del pasado y lo que éramos, porque siempre nos vemos como extraños de nuestra propia vida, y por ende de nuestra memoria, y por mucho que pensemos en ello y analizamos nuestros recuerdos y las imágenes, como ocurre en el caso de la obra, siempre estamos bordeando nuestra propia historia en un vano intento de racionalizar lo que fuimos y lo que somos. Quizás todo es una ficción y a la postre, nosotros somos unos pobres diablos que intentamos acercarnos a la memoria con las armas equivocadas, y más bien deberíamos ver nuestra vida como una película, inventándola constantemente, y siendo esclavos de nuestra propia memoria o lo que creemos que es eso de recordar. Celebramos la película de Chloé Barreau por querer contarnos el amor o lo que creemos que es el amor a partir de los otros y otras, a través de lo que dejamos en ellos y ellas, y sobre todo, cómo nos ven, nos recuerdan y si es igual o parecido a cómo los recordamos nosotros/as, en un sugerente ejercicio de idas y venidas, de pasado y presente y sin tiempo, porque al fin y al cabo, la vida avanza hacia adelante de forma oficial, y en el fondo, avanza como quiere a merced de nosotros mismos, que acabamos siendo espectadores de nuestra memoria y sentimientos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA