La deuda, de Daniel Guzmán

LOS LAZOS QUE NOS UNEN.  

“Muchas personas pasan por nuestra vida pero sólo muy pocas llegan a ocupar un gran lugar en nuestro corazón”. 

Adam Smith

Después de tres largometrajes podemos ver patrones comunes que se entrelazan con sabiduría en el cine de Daniel Guzmán (Madrid, 1973). El más significativo, que aplaudo con gran interés, es su acercamiento a lo social, un tema que cuesta mucho en el cine español. El director madrileño muestra la invisibilidad, es decir, se centra en personajes vulnerables e indefensos ante un sistema atroz y salvaje que lo acapara todo sin importar las necesidades de las personas. Otro elemento, es su atención a los afectos y los lazos que se entretejen entre las personas, y sobre todo, las de distintas edades, con una mirada cercana a la vejez y sus problemas. Otro elemento muy destacable es las oportunidades que brinda a intérpretes naturales que fusiona con acierto con otros profesionales y consagrados. Finalmente, lo social no queda en la condescendencia ni en ese cine panfletaria y reivindicativo sin más, porque en sus películas cuenta conflictos reales y muy palpables, de los que aparecen en los informativos diariamente, y lo hace desde la cercanía y lo humano, y las relaciones afectivas que se forman. 

Su tercera película, La deuda, está más cerca de su ópera prima A cambio de nada (2015), que de su segunda obra que fue Canallas (2022), también anclada en lo social, pero añadiendo la comedia costumbrista y negra, y dosis de thriller que bebía mucho del cine berlanguiano y el italiano de los sesenta. En La deuda tenemos a Lucas, que interpreta el propio Guzmán, que vive y sufre junto a Antonia, una anciana de 90 años, a la que cuida y ayuda. La cosa se pone fea porque un pequeño robo que se complica lleva a Lucas a la cárcel, y además, un fondo buitre quiere comprar la casa de Antonia y se necesita una gran cantidad de dinero para saldar la deuda. Con esas, Lucas se irá sumergiendo en una espiral donde aparecen gangsteres, policías, y un par de mujeres que irán complicando la situación y mucho. Como toda buena película social, el policíaco entra en escena, y le da ese toque de negrura que tan bien le van a esas tramas donde la desesperación, los callejones sin salida y la fusión de personajes de diversidad índole acaban siendo protagonistas de relatos cruzados en los que la vida los va sumiendo en sus diferentes intereses personales, económicos y demás. Guzmán nos habla de personas necesitadas de cariño, de atención y de un poco de suerte. 

El director madrileño ha vuelto a contar con algunos de los técnicos que ayudaron a que A cambio de nada viera la luz como el editor Nacho Ruiz Capillas, con más de 130 títulos en su filmografía, dotando de aplomo y energía una trama que combina con inteligencia elementos y tramas dispares que acaban casando con naturalidad en sus 110 minutos de metraje, en un montaje en el que también está Pablo Marchetto Marinoni, habitual del director Norberto López Amado. Su otro cómplice es el sonidista Sergio Burmann, otro grande con más de la centena de films, que consigue que el sonido brille y nos sumerja en la historia. La música de Richard Skelton, debutante con Guzmán, ayuda a cruzar una trama que respira profundamente y que necesita ese equilibrio entre acción y emoción, tan presente en el cine del director. La cinematografía la firma Ibon Antuñano Totorika, que ya estuvo en la mencionada Canallas, con una nueva luz, diferente y más oscura que la citada, donde las diferentes y abundantes localizaciones tienen ese tono apagado y complejo donde cada espacio tiene mucho que ver con el estado de ánimo de los diferentes personajes en liza.

Una de las fortalezas del cine de Guzmán son sus bien escogidos repartos, no obstante, la carrera como actor del director certifica su tino con la parte interpretativa que brilla por su naturalidad e intimidad. Si en A cambio de nada nos descubrió el talento arrollador de Miguel Herrán, Antonia Guzmán, su propia abuela, y María Miguel, entre otros, en La deuda, descubrimos la actriz natural Rosario García siendo una Antonia adorable y con mucho sentido del humor negro muy a lo Berlanga. También encontramos a Susana Abaitua como una enfermera muy particular, Itziar Ituño en uno de esos papeles duros e intensos que ayudan a lucirse a cualquier intérprete, Luis Tosar, que ha salido en las tres del cineasta, tiene una breve presencia, al igual que otros como Mona Martínez, Francesc Garrido y Fernando Valdivielso, entre otros. Mención aparte tiene el propio director que se reserva el protagonismo en la piel de Lucas, un superviviente, un tipo con mala suerte, alguien que es buena persona y también, alguien desesperado. No dejen de ver una película como La deuda, de Daniel Guzmán, eso sí, si les interesan las historias de verdad, aquellas que podrían ser nuestras vidas o de esas personas que nos cruzamos diariamente mientras vamos a nuestros quehaceres. Es una película con alma, honesta y sólida que habla de ese cine que tan bien hacen en Inglaterra los Leigh, Loach, Frears y demás, donde lo importante no es contar un relato, sino el relato que habla de lo que somos, de cómo vivimos y cómo hacemos cuando nos aprietan. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Ibon Cormenzana y Pablo Scapigliati

Entrevista a Ibon Cormenzana y Pablo Scapigliati, directo/productor y actor de la película «El bus de la vida» en la Sala 1 de los Cines Verdi en Barcelona, el martes 2 de julio de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ibon Cormenzana y Pablo Scapigliati, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Sandra Ejarque de Revolutionary Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El bus de la vida, de Ibon Cormenzana

CUANDO LA VIDA SE VUELVE DEL REVÉS. 

“Es recomendable reírse de todo aquello que uno no puede remediar”

Voltaire

Ya lo he mencionado en algún que otro texto, pero está bien remarcar para que no se olvide. La cinematografía francesa es muy diversa e interesante, pero en lo que refiere al cine para todos los públicos han encontrado una fórmula muy efectiva, es decir, una forma de hacer cine comercial que no sólo se queda en la anécdota y en la intención de mercantilizar como sea la película entre manos. En algunas de estas películas encontramos ese toque de distinción, una mirada humana en la que no cortan en absoluto en el abordaje de ciertos temas incómodos, ya sea enfermedad, suicidio y conflictos que, en otras producciones, serían un mar de lágrimas constante, en las francesas, la comedia ayuda a paliar temas tan duros y tristes, y no lo sólo se quedan ahí, sino que se enfrentan al lado humano de las situaciones, creando, para el que suscribe, un género en sí mismo. Dicho esto, por estos lares, nos cuesta horrores hacer un cine parecido, o nos vamos a la risa floja con rostros muy populares de la televisión, o por otro lado, un tipo de comedia profunda que no conecta con el público, salvo algunas honorables excepciones. 

La sexta película de Ibon Cormenzana (Portugalete, Vizcaya, 1972), es una de estas películas que fusiona con acierto el cine para todos los públicos con temas tan duros como el cáncer usando un tono de comedia vitalista y nada oscura. Una cinta que es una vuelta al País Vasco del director, desde su ópera prima Jaizkibel (2000), y su gran faceta como productor con casi 40 títulos para cineastas tan importantes como Pablo Berger, Rodrigo Sorogoyen, Celia Rico, entre otros. La premisa es directa y sencilla. Andrés, un músico frustrado llega a un pueblo del norte para dar clases de música como sustituto, le diagnostican cáncer, y se convierte en un viajero de un bus muy peculiar, los enfermos del pueblo que van a quimioterapia a la ciudad. Esta vez, el guion del director, basado en hechos reales, ha tenido como cómplice a Eduard Solá, que ha trabajado para Nely Reguera, Clara Roquet, Pol Rodríguez y Gemma Ferraté, en un relato que aborda muchos temas difíciles: los sueños olvidados, el miedo, el dolor, compartir como base para no estar sólo, y muchos más, siempre desde el lado humano, nada maniqueo y sobre todo, sin caer en la retahíla del positivismo y demás, mirando de frente a la tristeza y la oscuridad, pero con valentía y fuerza, mezclando las diferentes emociones y construyendo personajes de verdad, de carne y hueso. 

Un relato bien conducido, con sus montañas rusas y demás circunstancias, con un excelente equipo técnico, lleno de cómplices del director, como el cinematógrafo Albert Pascual, que ya le acompañó en Alegría, tristeza (2018) y La cima (2022), con una luz ligera y nada impositiva, que deja espacio para los personajes y los increíbles espacios naturales de la película. Paula Olatz en la música, también en La cima que, captura toda esa complejidad de las emociones por las que pasan los diferentes individuos, acompañados por temas de Rigoberta Bandini, Los chicos del maíz o uno original de Manuela Vellés y Dani Rovira, entre otros, donde la música se convierte en un espacio importantísimo para el devenir de la historia. Una edición de David Gallart, compartiendo La cima, habitual de Paco Plaza, Sílvia Munt y Leticia Dolera, entre otras, que consigue poner ese tono entre la comedia y el drama, y la ligereza, que casan también en la historia que se nos cuenta, en sus interesantes casi 99 minutos de metraje. Antes de ponernos a hablar de su buen escogido reparto, déjenme finalizar este párrafo con un actor como Dani Rovira, todo un desafío el personaje de Andrés, en un composición espejo-reflejo de la propia vida del intérprete, que padeció cáncer, en su mejor trabajo para el cine hasta la fecha, para un servidor, porque es un tipo que debe aprender tantas cosas y dejar tantos complejos, miedos y demás mierdas. Chapeau! para el bueno de Rovira. 

El resto del reparto encabezado por la maravillosa Susana Abaitua, tan natural, tan humana y tan bella como persona, es la conductora del bus, tan destartalado como vital, bien acompañada por Elena Irureta, una crack de nuestro cine, Antonio “Durán” Morris, Nagore Aramburu, Andrés Gertrudix, en la piel de un músico después de su aparición en Culpa, la anterior de Cormenzana, amancay Gaztañaga y los debutantes Pablo Scapigliati como Unai, uno de esos personajes inolvidables que se merecen una película para él, y Julen Castillo y Miriam Rubio. No dejen escapar una película como El bus de la vida, porque como les he mencionado, aunque hable de cáncer, es palabra que da tanto miedo, no es una película sólo sobre el cáncer, es también, y esto no es una broma, sobre la vida, sobre quiénes somos y qué nos gustaría ser, sobre los sueños, sobre las oportunidades, sobre quiénes son nuestros lugares o nuestro lugar, porque la vida como la enfermedad, a veces, siempre llega de golpe, sin tiempo para pensar, sin tiempo para nada, porque todo se detiene, y la vida nos muestra su lado más tenebroso, sí, pero todavía estamos vivos, y eso sería razón suficiente para seguir soñando, y sobre todo, compartirlo, porque, compartir es lo mejor, eso sí, no corran en encontrar a “la persona”, porque la persona llegará cuando menos lo esperemos, como todo en la vida. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Ángeles González-Sinde y Gabriela Ybarra

Entrevista a Ángeles González-Sinde y Gabriela Ybarra, directora y novelista de la película «El comensal», en el marco del BCN Film Fest, en el Hotel Casa Fuster, el domingo 24 de abril de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ángeles González-Sinde y Gabriela Ybarra, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Katia Casariego de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Susana Abaitua

Entrevista a Susana Abaitua, actriz de la película «El comensal», de Ángeles González-Sinde, en el marco del BCN Film Fest, en el Hotel Casa Fuster, el domingo 24 de abril de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Susana Abaitua, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Katia Casariego de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El comensal, de Ángeles González-Sinde

LAS HERIDAS QUE COMPARTIMOS.

“Cuentan que en mi familia siempre se sienta un comensal de más en cada comida. Es invisible, pero está ahí. Tiene plato, vaso y cubiertos. De vez en cuando aparece, proyecta su sombra sobre la mesa y borra a  alguno de los presentes. El primero en desparecer fue mi abuelo paterno”.

Las tres películas que ha dirigido Ángeles González-Sinde (Madrid, 1965), tienen mucho que ver con la literatura. En La suerte dormida (2003), la escribió junto a la escritora Belén Copegui, en Una palabra tuya (2008), se basó en una novela de Elvira Lindo, y en El comensal, la novela homónima autobiográfica de Gabriela Ybarra, le sirve para volver a dirigir, después de un tiempo dedicada a escribir guiones en películas y series y otras actividades. El relato se mueve entre dos tiempos. El Bilbao de 1977 con las primeras elecciones democráticas, donde asistimos al secuestro del industrial vasco Javier Ybarra y las terribles consecuencias en sus hijos con Fernando, el mayor como portavoz. Y la Navarra de 2011, en el que Fernando de sesenta años y su hija Icíar se enfrentan a la enfermedad de Adela, la esposa y madre respectivamente.

Un guion férreo e inteligente que firma la propia directora, con la colaboración de Gabriela Ybarra, que demuestra su sabiduría en estas lides, ya que ha escrito guiones para nombres tan consagrados como los de Manuel Gutiérrez Aragón, Ricardo Franco, Gerardo Herrero, Luis Puenzo y Daniela Fejerman, entre otros, en una película se mueve indistintamente entre los dos tiempos, creando un complejo puzle psicológico en que las circunstancias del pasado remiten constantemente en el presente, sin caer en esas reconstrucciones demasiado fieles y frías y olvidándose de la humanidad e intimidad doméstica que tanto vivieron los hijos del industrial secuestrado. Padres e hijos y la herencia de las heridas y sobre todo, como unos y otros gestionamos el dolor y el pérdida. Por un lado, tenemos el dolor social con ETA, con cuarenta años de actividad y 829 víctimas mortales, y por otro, un dolor íntimo con la enfermedad y fallecimiento de la madre. Dos pérdidas, dos ausencias que, tanto hija como padre afrontan de formas antagónicas y ahí radica el conflicto central de la película. González-Sinde construye una película elegante, bien contada y magníficamente interpretada.

Una película bien trabajada técnicamente, tanto en el pasado como el presente, en el que cada espacio habla mucho de los sentimientos de los personas y sus actitudes. Con ese aire opresivo, como de película de terror del 77 y ese otro aire más cálido peor que se irá ennegreciendo del 2011, en un gran trabajo del cinematógrafo de Juan Carlos Gómez, que tiene en su haber a nombres como los de Achero Mañas, Daniel Sánchez Arévalo y Gracia Querejeta, entre otros. El magnífico trabajo de edición de Irene Blecua, que condensa los cien minutos de la película de forma interesante y certera. Y finalmente, la excelente música de Antonio Garamendi, un recién llegado en esto del cine, que consigue el acompañamiento perfecto en unas imágenes que hablan de dolor y tristeza y las herramientas para asumirlo y continuar, pero desde la aceptación y lo compartido, muy lejos del sentimentalismo de otras producciones, y en ese sentido, la música lo ilustra de forma esencial y da todo ese lugar que no se ve un valor aún más grande, como deja patente en la secuencia que cierra la película, donde brillan una muy buena composición y estructura, donde todo encaja de forma sencilla y cercana.

Un relato que se apoya mucho en el silencio y en las miradas, debía tener un reparto a la altura y lo consigue con Adriana Ozores, que ya protagonizó La suerte dormida, dando vida a Adela, la madre, que soporta los avatares vitales con entereza y humildad, todo un ejemplo. Mención aparte tiene la interpretación Fernando Oyaguez en la piel del Fernando del 77, ese hermano mayor que debe lidiar con el secuestro del progenitor y tranquilar a sus hermanos y hermana pequeña. Todo un reto para el joven actor que sabe transmitir todo la dureza y el dolor que siente y sobre todo, enfrentarse a un conflicto my difícil y que le sobrepasa. Después, tenemos a la pareja protagonista, a un estupendo Ginés García Millán como Fernando del 2011, el padre que prefiere seguir, no hablar, ni del pasado ni de nada, y frente a él, Susana Abaitua que da vida a Icíar, la hija que es todo lo contrario al padre, porque ella quiere saber, quiere mirar al pasado para construir un presente más de compañía y de diálogo, porque comparte con su padre la tragedia de perder al padre o la madre con la misma edad.

Aplaudimos y nos emocionamos con el regreso a la dirección de Ángeles González-Sinde, con un relato sobre las heridas de ETA, sobre todo ese peso que los personas arrastran, y la parte central de la película, como afrontar ese dolor con los nuestros, sentarnos y mirarnos, y luego, explicarnos, que todo lo que ocultamos salga y lo sepa el otro, para compartir el dolor, todas las heridas del pasado, y así construir un presente más ligero de cargas y culpas y tristezas, y más alegre, tranquilo y en paz, porque la paz para las víctimas no llega cuando ETA dejó de matar, sino que llegará cuando las víctimas hablen entre ellos y ellas y se expliquen lo que sienten y lo que les duele, y poco a poco, dejen de tener miedo de hablar, de ocultarse, de mirar debajo del coche, y caminar con tranquilidad por la calle. El comensal es el libro que había que escribir y la película que había que hacer, que coincide con poco tiempo de distancia con Maixabel, de Icíar Bollaín, una película que al igual que esta, aboga por la reconciliación, por el perdón, y por avanzar juntos después de todo, como única herramienta para aliviar el dolor y dejar de tener miedo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Estándar, de Fernando González Gómez

UN FIAMBRE EN EL CONGELADOR.

“Resulta paradójico que en nuestra vida diaria llena de actos comunes y previsibles, la mayoría de nosotros, siendo personas normales y corrientes, siempre centremos la atención en lo que nos parece anormal, extraño y raro. Mostrando mayor interés y preocupación por todo aquello que en apariencia es diferente”.

Erase una vez un tipo llamado Tomás, alguien especial y muy peculiar, obsesionado por el orden y maniático, debido a que padece síndrome de Asperger. Tiene ese forma de vestir cuadriculada, sin ostentaciones, con ese bigotito, que parece un cruce de López Vázquez y Manolito Alexandre, recién salido de Atraco a las tres. Tomás trabaja en el supermercado de un pueblo sin más, uno de esos en los que nunca pasa nada, le encanta la música clásica, y desde que falleció su madre, vive solo. Con sus rutinas, sus manías y casi nulo contacto con sus compañeros de trabajo. Solo una cosa, se muere de amor por Laura, la hija de su jefe, pero tan diferente a él, más joven que él, alocada, y muy extrovertida. La vida de Tomás dará un giro de 180º cuando Laura aparece en el congelador. Ni corto ni perezoso, coge a la joven y se la lleva a su casa, y es en ese instante, cuando Tomás y Laura, empiezan a investigar en quien puede ser el responsable de semejante acto.

El director Fernando González Gómez (Madrid, 1984), y su socio, el intérprete Niko Verona, llevan más de una década haciendo cortometrajes, una treintena han logrado filmar. Con Estándar dan un paso más, y se lanzan al largometraje, con una comedia negra, que bebe de los ecos del cine de Berlanga-Azcona, el Monsieur Hulot del gran Jacques Tati, los universos y almas de Javier Fesser y sus estrambóticas historias y personajes, el imaginario de Jeunet y Caro, y esas comedias policiales de los Coen ochenteros, llena que personajes curiosos y muy oscuros, como los ya mencionados, o los otros empelados del supermercado, como Guillermo, el pescadero, aficionado al alcohol, y también, enamorado de Laura, Carmen, la cajera, chismosa y entrometida como la que más, Juan, el carnicero, más encantado con sus piezas que con venderlas, Fermín, el dueño del súper y padre de Laura, muy distanciado de su hija, o Francisco, el peculiar jefe de policía, más aficionado a la pesca que a sus quehaceres investigadores.

El director madrileño, que también firma el guion y la edición, construye un universo que tiene más de grotesco que de real, con una ambientación rica en colorido y plomiza, donde el orden y la estructura de las cosas y objetos se cuela por todos los espacios, con un tono completamente atemporal, en la que mezcla objetos modernos con otros como los teléfonos domésticos, con una luz fría y tenue, obra del cinematógrafo Eduardo Vaquerizo, que alimenta la incertidumbre y el misterio que se cierne sobre este grupo de personajes, y con una banda sonora esencial y rítmica que ayuda a contar todos los entresijos de la película, que firma Alejandro Román, sin olvidar las grandes composiciones favoritas de Tomás, los Beethoven, Mozart, Tchaikovsky y Albéniz, entre otros, logran conectarnos con un relato interesante, profundo y muy personal. La trama se centra en la investigación de una pareja muy atípica, porque tanto Tomás y Laura, no son ese tipo de personas que pudiesen coincidir en ningún lugar, quizás en un supermercado como el que muestra la película. Nada del relato chirría y mucho menos se sale del tono y la ligereza marcada, que es mucho de agradecer en una historia y con unos personajes tan especiales y comunes a la vez.

Un reparto bien conjuntado que brilla con precisión y humor muy negro, eso sí, con un Niko Verona que hace un buen protagonista, creando ese personaje que su diferencia lo convierte en el principal sospechoso, visibilizando el síndrome de Asperger, haciendo un retrato humanista y sincero, mostrando la diferencia como algo natural y sin aspavientos ni nada que se le parezca, con mucha honestidad y disparate del bueno. A su lado, Susana Abaitua haciendo de Laura, convirtiéndose en una actriz a tener muy en cuenta, con un personaje que irá a más, descubriéndose con alguien muy alejado de ella, y luego, como en todas y cada una de las buenas comedias, sean negras o blancas, un buen puñado de intérpretes de reparto que lucen con brillantez, con un Alejandro Tous como ese pescadero que oculta más de lo que dice, una María Gregorio como cajera que sabe lo que se cuece, aunque todavía no le hay puesto ojos y cara, Ramiro Blas se hace con el carnicero siniestro y dulce, un grande como Manuel de Blas, haciendo del padre de Laura, haciendo lo que mejor sabe hacer, dar credibilidad y planta a su personaje, y finalmente, Jesús Vidal, que después de Campeones, sigue haciendo personajes, ahora le toca un policía extraño y curioso, pero en este pueblo parece que el más diferente, es el menos diferente de todos. Fernando González Gómez debuta en el largometraje con brillantez y estilo, con ese tono tan característico de construir un universo raro y anormal, pero que en el fondo parece de lo más cotidiano y mundano, como la vida misma, vamos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA