Un blanco, blanco día, de Hlynur Pálmason

EL AMOR ES MÁS FRÍO QUE LA MUERTE.

“En los días en que todo es tan blanco que no se distingue entre el cielo y la tierra, los muertos pueden hablar a los vivos”

Anónimo

Dos imágenes. Dos planos secuencia inician el segundo trabajo de Hlynur Pálmason (Hornafjörour, Islandia, 1984). En la primera imagen, en movimiento, seguimos a un automóvil en una mañana nebulosa circulando por una carretera solitaria. En una curva, el vehículo de manera intencionada sigue recto y se despeña por un acantilado perdiéndolo de vista. En la segunda imagen, estática, igual de inquieta, somos testigos del paso del tiempo mientras miramos una casa, en la que no alteramos movimiento. Dos imágenes que a medida que avance el metraje, se irán revelando ante nosotros, destapando aquello que ocultan, aquello que será desvelado, que tendrá una importancia capital en el transcurso de la vida de los personajes. Si en Winter Brothers  (2017), Pálmason indagaba de forma sobria e íntima la tensa y difícil relación de dos hermanos que aparentemente trabajaban juntos, explorando de forma crítica la “falta de amor” entre ellos dos.

En Un blanco, blanco día, sigue investigando las relaciones personales tensas y dificultosas, tanto en el terreno familiar como en el social, pero a través de dos tiempos, el presente y el pasado. El presente, donde conocemos a Ingimundur, un policía retirado que vive entre los arreglos de la nueva casa para su hija, la casa que vimos en la segunda imagen que abre la película, los cuidados de su nieta, y las visitas al psicólogo para superar la muerte trágica de su esposa, el accidente de la primera imagen. Esa aparente cotidianidad en la que nos instala el director islandés, se ve trastocada con el descubrimiento de una caja donde la esposa fallecida guarda objetos personales y recuerdos. Entre esos recuerdos, Ingimundur se tropezará con unas fotos, unos libros y una cámara de video, objetos que ocultan una realidad de su esposa que el protagonista desconocía completamente. La realidad del policía retirado se agita de tal manera que, la vida sencilla y cotidiana de Ingimundur cambia radicalmente, obsesionándose con el pasado de su esposa para encontrar respuestas a muchas inquietudes que lo alteran considerablemente.

En ese instante, Pálmason cambia el tono pausado y relajado de su relato y nos adentra en esa violencia contenida que estallará en la realidad de Ingimundur, obsesionado con el amante de su esposa, en una cruzada personal y violenta por destapar una verdad que le tiene hipnotizado, situación que le enfrentará a sus antiguos compañeros, y a su propia familia, encerrándolo en ese viaje psicótico para resarcir ese pasado que, tanto le inquieta y abruma. El cineasta danés impone un ritmo in crescendo, arranca con esa pausa inquieta y oscura, como si esperásemos que esa violencia contenida explotará en cualquier instante, como sucedía en títulos-espejos como Perros de paja, Defensa  o Furtivos, grandes obras con esa atmósfera rural donde la violencia suavemente va dominando a los personajes y atrapándolos en una espiral sangrienta sin retorno, donde se va rebelando todo aquella rabia oculta que tienen los personajes y estalla cuando las circunstancias se vuelven muy adversas.

El director islandés coloca al actor Ingvar Eggert Sigurosson dando vida a Ingimundur, en el centro del relato, un actor con esa mirada sombría, de talante pausado, y físico imponente, una especie de John Wayne, tanto a nivel físico como emocional, firme en sus propósitos, de pocas palabras y expectante en sus actuaciones y relaciones, fuerte como un roble, y tenaz en sus ideas, sin olvidarnos de ese amor incondicional que tiene a los suyos, convertido en un desatado perro rabioso cuando descubre aquello que tanto tiempo ha sospechado. Pálmason se revela como un cineasta enérgico y magnífico en la construcción de atmósferas y muy sólido y tenaz en mostrar sin evidencias claras y sentimentalismos, las relaciones turbias que hay entre los personajes, como esos maravillosos momentos del partido de fútbol en que la cámara sigue incesante a nuestro protagonista, o los inquietantes planos fijos secuenciales que tanto revelan de la historia, o esos viajes en coche que describen muy bien la tensa calma que se respira en la película, una tensa calma que explotará convirtiendo a los personajes en alimañas, unos, y en cazadores, otros, porque como nos contaba Fassbinder, el amor ha de ser sincero y sin reversas, porque todo lo demás, es exigencia, interés, soledad, vacío y muerte, e Ingimundur debe saber diferenciarlo para no traspasar esa línea de no retorno. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Nuestras madres, de César Díaz

RESQUICIOS DE LUZ.

“Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia”

José Saramago

Hace dos temporadas, la película Sin miedo, de Claudio Zulian, daba buena cuenta de los desaparecidos de la guerra en Guatemala, a través de los testimonios y acciones de sus familiares, que buscaban incesantemente sus cadáveres y honrar sus memorias. El cineasta César Díaz (Guatemala, 1978) hace su puesta de largo mirando a la memoria histórica de su país y bucea en la guerra que enfrentó al estado contra guerrilleros que se mantuvo desde 1960 hasta 1996, ocasionando unos 200.000 muertos y más de 45.000 desaparecidos. Pero lo hace desde un prisma individual, a través del personaje de Ernesto, un hijo de desparecidos, que trabaja como antropólogo forense recuperando muertos de la guerra y dándoles la dignidad de la que carecieron. Un día, una campesina, que busca a su marido, informa a Ernesto de una fosa de desaparecidos en su pueblo, y se encienden todas las alarmas ya que el joven investigador cree que puede estar enterrado su padre. Paralelamente, se cuentan los días para que su madre Cristina, víctima de las torturas militares, intervenga con su testimonio en un juicio contra los crímenes impunes de la guerra.

Díaz construye una película que es más un documento sobre la memoria de los que ya no están de su país, y sobre todo, de sus supervivientes, de los que sí que están y los buscan, centrándose en todas las acciones que llevan a cabo para desenterrar a tantos desaparecidos condenados al olvido gubernamental. La película sigue a Ernesto, que ya en su arranque deja claras sus intenciones, mostrando al joven sobre una mesa de trabajo reconstruyendo los huesos de alguien encontrado en una fosa. Reconstruir, reparar, y recuperar a los desaparecidos es la cuestión que plantea y aborda la película-documento de Díaz, recuperando la memoria oscura de su país para poder avanzar a un futuro donde la reparación y la dignidad sean motivo de orgullo. El director guatemalteco aborda un tema tan serio y complejo desde la sencillez y la honestidad, planteando las dificultades entre el enfrentamiento interno entre lo personal y lo profesional de Ernesto, un joven que se debate entre encontrar los restos de su padre, un guerrillero muerto, y seguir con la fosa del cementerio municipal como le insta su superior. Y también, la relación con su madre, una mujer que ha sufrido aquellos años terroríficos y ha de volver a ellos, necesita enfrentarse a ellos para recuperar su vida y honrar a los desaparecidos.

Mirar frente a frente a una verdad demasiado incómoda, dolorosa y terrible. Díaz elabora con detalle y sensibilidad un tema duro y difícil, pero lo hace desde la dignidad y el humanismo de los materiales con los que trabaja, extrayendo toda el alma de unos personajes cotidianos, que hablan poco y reflexionan mucho, valientes y temerosos a partes iguales, con aquello a lo que se enfrentan, un espacio donde sus ausencias, los desparecidos que buscan, siguen estando tremendamente presentes en sus vidas y sus quehaceres diarios. Un relato que aborda desde lo humano y lo interior todo aquello que toca, con la distancia necesaria para no dirigir al espectador, y a la vez, la cercanía suficiente para captar todas sus sutilezas y hallazgos. Un buen plantel de intérpretes resulta imprescindible para introducirnos en esas existencias y en sus conflictos interiores, como son Armando Espitia que da vida a Ernesto, un joven que trabaja en la búsqueda de los desparecidos y se encuentra con un hallazgo que le puede llevar a recuperar los restos de su padre, y conocer la verdad enterrada

Frente a Espitia, una actriz de raza y sentimiento como Emma Dib, con un rostro marcado por ese pasado tan brutal, dando vida a Cristina, una madre que lucha contra los fantasmas del pasado, contra tanta sinrazón e ignominia, deberá hacer su trabajo interno para enfrentarse a sus temores y relacionarse con una verdad demasiado violenta y oscura que vivió en sus carnes. Nuestras madres sigue el aroma de ese cine político que se sumerge en la verdad para evidenciar los errores de tantas dictaduras y sobre todo, como la democracia ha sido cómplice en su nula labor para desenterrar la memoria y enfrentarse a su pasado más terrible, un cine en el que Desparecido, de Costa-Gavras o La historia oficial, de Puenzo serían la punta de lanza de un cine sobre la memoria, resistente, necesario y valiente que lucha contra la desmemoria de tantos países y dirigentes que claman por la democracia pero olvidan las necesidades reales de sus habitantes y sobre todo, olvidan su pasado y no lo reparan, inventándose una nueva forma de memoria que solo beneficia a los torturados y asesinos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Camille Vidal-Naquet

Entrevista a Camille Vidal-Naquet, director de la película “Sauvage”, en el marco del Fire!! Mostra Internacional de Cinema Gai i Lesbià, en el Instituto Francés en Barcelona, el domingo 9 de junio de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Camille Vidal-Naquet, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Elena Gutiérrez de comunicación del Fire!!, y a Javier Asenjo de Elamedia Estudios, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Entrevista a Laura Ferrés

Entrevista a Laura Ferrés, directora de la película “Los desheredados”. El encuentro tuvo lugar el martes 27 de marzo de 2018, en los Jardins Teatre Grec en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laura Ferrés, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Montse Pedrós de Inicia Films, por su simpatía, generosidad, paciencia y cariño, y a mi buen amigo Óscar Fernández Orengo, por su fantástica fotografía, su cariño, amistad y generosidad.