Volveréis, de Jonás Trueba

¿ADIÓS, AMOR?.

“Es otro año más de cualquier verano, el último a tu lado. La brisa en el mar comienza a bailar. Y nos está anunciando. Septiembre está llegando. Aún no sé qué pasará, si volveré o serás tú quien volverá. Quien de los dos será quien mire al otro pasar”

El comienzo de la canción “Volveréis”, de Adiós amores, que abre la película.  

La primera imagen que vemos de Volveréis, la película número 8 de Jonás Trueba (Madrid, 1981), su personalísima y particular «Noche americana» en Madrid, es ennegrecida, a poquísima luz, en la que reconocemos a una pareja dormida, o al menos es lo que parece. Escuchamos a Álex que interpreta Vito Sanz, decir que deberíamos hacer lo que dice tu padre, eso de celebrar una fiesta de separación. Ale que hace Itaso Arana, se levanta y va a la ventana y después de mirar al cielo dice que va a llover. Es 30 de agosto, sábado por la noche, y el verano se está acabando como nos explica la canción que abre la película y encabeza este texto. Una primera secuencia que explica toda la película, y deja claro su tono, su mirada y la melancolía de un amor que fue, que se está yendo como el verano y además, verbaliza lo que nunca sabremos de esta pareja, las causas que les han llevado a separarse después de 14 años, aunque la historia irá, entre los pliegues de las acciones, dejando entrever alguno de los motivos.   

Cada película de Jonás que veo es una aventura en sí misma, una aventura de la cotidianidad, una nueva variación del eterno conflicto sentimental (como las de Rivette, Rohmer, Hong Sang-soo y otros exploradores de los sentimientos), unas variaciones incompletas, partes mínimas de unas fugaces y pequeñas vidas de unos personajes que viven en Madrid y van y vienen con sus vidas. Son relatos sencillos, nada convencionales, apuntes y esbozos de una vida, de esas intersecciones o intermedios de la vida, cuando todo parece en transición formándose hacía otra cosa, lugar o vete tú a saber. Sus películas captan instantes fugaces de la existencia, anclados en breves espacios de tiempo, llenas de imperfecciones y esa cualidad, porque es una cualidad, es la que las hace tan especiales y conmovedoras. No son comedias ni tampoco románticas, ni mucho menos dramas, pero contienen todo eso, así como también interesantes reflexiones sobre la vida, el amor, el cine y sus procesos y eso que nos ilusiona a través de amistades, libros, películas, y demás circunstancias de aquí y allá. Sus personajes no son ejemplos de nada, sino meros humanos que aciertan poco y se equivocan mucho, como hacemos todos, sin vidas extraordinarias, porque lo extraordinario en el cine de Jonás es su simpleza, su cercanía, su modestia y su enriquecedora transparencia, a partir de guiones de apariencia sencilla pero tremendamente complejos sentimentalmente hablando. 

Su octava película remite muy especialmente a Los ilusos (2013) la no película que se hace cuando los cineastas no hacen películas, y título de la productora de Jonás y sus amigos, entre ellos Javier Lafuente: Los Ilusos Films, de la que han aparecido 6 películas del propio Jonás, y Las chicas están bien (2023), de la citada Itsaso. Y porque digo esto, porque si aquella era una película sobre la imposibilidad del cine, seis películas después, Jonás ha derribado varias puertas con Volveréis. La primera y más evidente es el guion, que comparte con sus dos protagonistas, como en la trilogía Antes de… de Linklater, y más cosas como volver a hablar del cine desde dentro, donde la imposibilidad de aquella se ha convertido aquí en una realidad cotidiana donde el cine está muy presente, como vemos a Itsaso, directora que, está montando su próxima película, en la que comparte imágenes con Volveréis, o quizás, ahí reside la naturaleza del cine de Jonás, donde vida y cine, o lo que es lo mismo, documento y ficción se dan la mano, se mezclan y forman parte de un todo, como sucedió en Quién lo impide. Por su parte, Vito es el actor de la película de ficción y actor que nunca llaman, cansado de los putos selftapes de moda. Sus amigos trabajan en el cine, como la secuencia que los reúne a todos para ver el primer corte de la película, o ese otro momento en que aparece Francesco Carril, dirigido por Sorogoyen, en una serie romántica. 

Otro muro evidente es el de hablar de los suyos: de su padre, Fernando y su película más especial Mientras el cuerpo aguante (1982), que ya homenajea en Los ilusos, pero aquí está más presente donde el cine se hace con amigos y se comparte y se muestra su materia prima, y además, Fernando Trueba está como actor, y qué bien lo hace haciendo de padre de Itsaso e instigador de la famoso fiesta de preparación, que más joven eso sí, pero con el batín y rodeado de libros y hablando de películas y con ese aire de despiste y aislado, como el Luis Cuenca de la maravillosa La buena vida (1996), de David Trueba. Un padre que habla de música y de cine y de libros, como “El cine, ¿Puede hacernos mejores?, de Stanley Cavell, clave en la película de Jonás, como el de Kierkegaard del amor repetición. Apunte a su abuelo Manolo Huete, pintor y actor de películas. Amén de muchas otras referencias cinéfilas como ocurre en cada película de Jonás, la que hace a Bergman y Ullman y esa peculiar baraja de cartas, a Truffaut, y las canciones tan presentes: Nacho Vegas y alguna que otra melodía y la canción que cierra la película, que es mejor no desvelarla para ocultar la sorpresa de los futuros espectadores. El cine de Jonás no sólo ha dado un paso más, sino que se ha atrevido a exponer y exponerse de forma más clara y directa, sin perder ningún atisbo de su esencia y el alma que recorren sus películas-experimentos donde en cada una se atreve más a enseñar y mostrarse sin ningún tipo de pudor, con elegancia y sin titubeos ni complacencias. 

No podían faltar en otra aventura “ilusa”, el equipo que viene acompañándola como Santiago Racag en la cinematografía, donde la luz es tan ligera, tan cercana y tan conmovedora, Marta Velasco en el montaje, gran ritmo y concisión a una película de casi dos horas, Miguel Ángel Rebollo en el arte, que piso tan certero, con esas dos plantas, dos espacios, dos personas y dos mundos, y tantos marcos y trastos de por medio, Laura Renau en el vestuario, Álvaro Silva en el sonido directo, Pablo Rivas Leyva en diseño de sonido y mezclas, y demás cómplices para dar forma a unas películas que capturan la vida, el cine y todo lo que le rodea, desde la realidad y la ficción, o ese limbo donde el tono y su atmósfera fusiona ambas cosas, generando una forma en la que todas las películas se parecen, donde sus historias parece que están sucediendo a la vez, y en cierta manera, funcionan como independientes una de las otras, como esa pareja que se ha ido a vivir fuera como sucedía en Tenéis que venir a verla, las torpezas de Vito con los idiomas como en Los exiliados románticos, los personajes que se quedan en verano en Madrid como en La virgen de agosto, y muchas más.  No sólo hay referencias al cine y la literatura y la música como he mencionado, sino que también a los “amigos” como a Ángel Santos y su película Las altas presiones (2014), que vemos por ahí, y su pareja protagonista Andrés Gertrudix y la citada Itsaso, ahora como hermanos, y algunas más que prefiero mantener en secreto.

En el apartado actoral tenemos a dos fieras como Itsaso Arana y Vito Sanz, los Ale y Álex de la historia. La pareja que se separa y no para de decir que estamos bien. Esas maravillosas contradicciones de la vida que también retrata Jonás en su cine, con esa discusión tras película que sin excederse, define el punto en el que se encuentra la pareja y su decisión. La película es radicalmente simple en su estructura, porque va de cómo esta pareja va informando a sus allegados su separación e invitándolos a la fiesta que harán para celebrarlo. Aunque parezca banal no lo es ni mucho menos, porque sin explicar lo que ocurre se va explicando casi a susurros, sin entrar nunca de lleno, porque estamos ante una película que habla de una separación sin hablar de ella, mientras la vida, el cine, los amigos van ocurriendo y pasando por ese final del verano, a un mes vista de la fiesta. Con ese Madrid omnipresente, donde vive Jonás, con sus calles, su rastro de los domingos, los pocos bares de barrio que quedan, con el pirulí apuntando a todo o a nada, los trayectos en autobús, donde la ciudad y la cómplice mirada de Jonás va enseñando sus vidas, sus ilusiones, sus tristezas y sus sueños, y todo eso que está en nosotros y casi nunca explicamos. 

El octavo trabajo de Jonás podría ser vista como la imposibilidad de contar el amor y el desamor en el cine, ya desde su peculiar título “Volveréis”, que no nace en la pareja sino en los otros, que es lo dicen al enterarse de semejante propuesta. Porque la película de Jonás se mueve entre líneas, entre los intermedios de la vida y del amor, aunque la vida continúe pero sus personajes se encuentran en mitad de un puente, o en ese momento que sales de la sala porque has de ir al lavabo y te pierdes un trozo de la película, o cuando dejas un libro y vuelves más tarde, o empiezas a escuchar una canción y la paras porque ha surgido algo. Todos esos instantes de la vida, donde se detiene lo que estabas haciendo y con quién, están retratados con sensibilidad, naturalidad y complicidad en las películas de Jonás, y quizás, es lo que las hace tan especiales, tan diferentes y sobre todo, tan ellas. Me permitirán que acabe con algo personal, viendo a Ale y Álex me he acordado de lo difícil que es acabar el amor y que me hubiera gustado terminar con una fiesta una relación que tuve, celebrando no el amor que ya no está, sino celebrar la vida, el tiempo de amor y los amigos y todo lo demás. Quizás seamos siempre principiantes en el amor como se citaba en La reconquista, y quizás el amor es una ilusión y nada más, no lo sé, y tal vez, el cine no nos hace mejores, lo que si sé es que el cine es un lugar maravilloso para estar y olvidarse de este planeta por un rato, y olvidarse de uno, de quién es y mirar la vida de personas como Ale y Álex, porque seguro que nos ayuda a sentirnos menos solos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Isla perdida, de Fernando Trueba

UN AMOR OSCURO.  

“Todos tenemos nuestro pasado y hemos llegado hasta aquí huyendo de él”.

El universo cinematográfico de Fernando Trueba (Madrid, 1955), está compuesto de dos caminos bien diferenciados. Por un lado, tenemos la comedia costumbrista y muy de aquí, en la que ha querido acercarse a sus queridos maestros como Berlanga, Ferreri y Azcona, y Wilder, Hawks, Cukor, etc… que le ha dado su mayor reconocimiento con títulos como Ópera prima (1980), Sé infiel y no mires con quién (1985), El año de las luces (1986), Belle Époque (1992), y La niña de tus ojos (1998). Por el otro, tenemos sus fantásticos musicales y su exploración al jazz latino, flamenco, bossa nova y demás estilos como Calle 54 (2000) y El milagro de Candeal (2004), entre otros. Hay una tercera vía, está menos frecuente, donde ha querido aunar comedia y el idioma inglés, rodando en los EE.UU. como hizo con la comedia Two Much (1995), y sus otras incursiones, en el género negro y romántico, el «amour fou» que decía Buñuel, también en inglés, como El sueño del mono loco (1989), basándose en la novela de Christopher Frank, Dispararon al pianista (2023), de animación y con Javier Mariscal como hicieron en Chico y Rita (2010), donde el género del suspense se convierte en el tono y la atmósfera del que se cuenta la historia.

Con Isla perdida (“Haunted Heart”, en el original, que podríamos traducir como Corazón embrujado), vuelve al suspense y al inglés, para contarnos el amor de Alex y Max. Ella, una catalana que llega a una pequeña isla perdida de Grecia para trabajar como metre en el restaurante de Max, un estadounidense exiliado y casi oculto del que nadie sabe nada. Un guion escrito por Rylend Grant y el propio director, situado en las tres fases que son las que van del verano, pasando por el otoño y para terminar en invierno, siguiendo el amor entre estas dos almas tan diferentes, porque ella es alegre, natural y transparente, mientras él, es todo lo contrario, un tipo de pasado muy oscuro y oculto, alguien en continua huida, receloso con su vida y la de las demás, incluida Alex. Estamos ante una película que tiene dos partes bien conseguidas en las que mantiene el pulso narrativo y la atmósfera que se va enturbiando a medida que los personajes se acercan más entre ellos, en que emocionalmente se van distanciando por tantos grisáceos e inquietud, con una parte final menos interesante, donde todo se enreda demasiado, aunque su despedida está a la altura de los grandes títulos. El aparentemente paraíso se va encerrando en sí mismo y una vez acabado el verano cuando todos se van marchando y la pareja se queda sola, parece que todo se va volviendo cada más difícil y oscuro.  

El gran equipo técnico con el que se ha acompañado Trueba ayuda a construir una película de gran factura con una cinematografía del colombiano Sergio Iván Castaño, con el que ya hizo El olvido que seremos (2020), otro de sus grandes trabajos en los que profundizó en el melodrama, con una luz que empieza muy mediterránea para ir volviéndose poco a poco más gótica, propia de Inglaterra, más cerrada y más tenebrosa, así como la excelente música de un grande como el polaco Zbigniew Preisner, que tiene en su filmografía a nombres tan importantes como Krzysztof Kieslowski, Agnieszka Holland y Louis Malle, entre otros, con el que ha trabajado en La reina de España (2016) y la citada El olvido que seremos, que vuelve a crear una música muy atmosférica y llena de luz y más oscura conforme avanza el relato y sus consecuencias, con algún que otro tema de jazz como no podía faltar en un erudito del tema como el director.  El sonido de una grande como Eva Valiño, con más de 90 títulos, debuta con Trueba después de haber sido asistente en El embrujo de Shanghai (2002), donde la banda sonora es crucial para enmarañar todo ese enjambre de emociones y contradicciones que sobrevuelan el amor turbulento de la pareja protagonista. Finalmente, tenemos el montaje de Marta Velasco, una habitual de los Trueba, que ha trabajado con Fernando en tres cintas., con una misión nada fácil en una película de corte clásico, sí, pero que se va a los 128 minutos de metraje. 

Rodar en otro idioma conlleva muchas dificultades como acoplar un reparto que conecte y sea creíble, y en la película está más que logrado con una extraordinaria Aida Folch en el rol de Alex, que nos lleva con una facilidad y naturalidad por toda la película haciendo creíble su personaje con una mirada cómplice y un leve gesto. Un pedazo de actriz que debutó precisamente con Trueba en la citada El embrujo de Shanghai hace 22 años, la volvió a recuperar en la extraordinaria El artista y la modelo (2012), y ahora le da la cámara y el plano para deleite de los espectadores. Ella es la película y la aguanta con inteligencia. A su lado, tenemos a Matt Dillon como el enigmático Max, un personaje muy Ripley, muy del Renoir noir y Highsmith, que nos atrae, nos embruja y nos inquieta a partes iguales, con el rostro de un actor curtido en mil batallas que no está muy lejos del tono y del laberinto oscuro en el que se metía Dan Gillis, el personaje que hacía Jeff Goldblum de la mencionada El sueño del mono loco. Por último, tenemos a un personaje vital para la historia, un tipo buscavidas, amante de las mujeres y viva la vida como Chico, un brasileiro que habla mil idiomas y sabe hacer otras tantas cosas, en la piel del colombiano Juan Pablo Urrego, otro gran acierto que ya trabajó con el director en la citada El olvido que seremos

Agradecemos a Fernando Trueba que haya hecho una película como Isla Perdida que, aunque su parte final no nos haya convencido, sí que nos alegramos por su aventura de explorar otros géneros alejados a los que nos tiene acostumbrados, porque nos convence que el cine ante todo sea un camino de exploración, de atreverse, de escarbar en las historias que uno se proponga contar, como esta, en la que una joven de la que apenas conocemos su vida, pero no tiene nada que ocultar, y un tipo, mayor que ella, un leitmotiv que se repite en muchas de las películas de Trueba, del que que no conocemos nada y sabemos que lo oculta todo, o quizás, oculta algo demasiado oscuro e inquietante, no sabemos, la película con la mirada inquieta y curiosa de Aida Folch nos ayudará a resolverlo o a marearnos mucho más, habrá que descubrirlo mientras la vemos. ¿Ustedes que creen?. La película nos invita a descubrirlo si hay algo que se oculta en Max o no, resulta atrayente la propuesta, eso sí, no se dejen llevar por las apariencias, y sabrán que Alex no lo hace, porque está dispuesta a todo por su amor, uno de esos amores complicados y muy oscuros, sí, pero quizás no lo sean la mayoría, los que valen la pena. ¿Ya me dirán ustedes?. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Dispararon al pianista, de Fernando Trueba y Javier Mariscal

¿QUÉ FUE DE TENÓRIO JR.?

“Es mejor ser alegre que triste. La alegría es la mejor cosa que existe, es así como la luz en el corazón. Pero para hacer una samba con belleza, es necesario un poco de tristeza”.

Vinicius de Moraes 

De las más de treinta películas que ha dirigido y producido Fernando Trueba (Madrid, 1955), podríamos dividirlas en dos bloques, como ya dejaban claro las dos primeras: Ópera prima (1980), excelente comedia romántica al mejor estilo del Hollywood clásico que cimentó un género con voz propia y rodado en Madrid, y Mientras que el cuerpo aguante (1982), documental muy libre sobre la figura del cantautor y filósofo Chicho Sánchez Ferlosio. La comedia romántica, con algún que otro acercamiento al drama y el melodrama, y el musical, a partir de documentos que rastrean el jazz y sus innumerables vertientes como el jazz latino, la bossa nova, y demás. Hay encontramos grandes títulos como Calle 54 (2000), Blanco y negro (2003), El milagro de Candeal (2004), y Old Man Bebo (2008), donde músicos de la talla de Michel Camilo, Bebo Váldes, Diego “El Cigala”, Carlinhos Brown, Caetano Veloso, entre otros, aportan su música, su testimonio y sobre todo, su pasión. 

Con Dispararon al pianista, Trueba vuelve a acompañarse del ilustrador Javier Mariscal (Valencia, 1950), como ya hicieron en Chico y Rita (2010), en la que también dirigió Tono Errando. Si en aquella nos trasladaban a La Habana de finales de los cuarenta y cincuenta para conocer los amores y desamores de un pianista y una cantante, en una animación  deliciosamente bien contada donde había música y melancolía. La animación vuelve a ser la protagonista, pero ahora nos movemos por las calles de Río de Janeiro, y por los mismos años, pero la ficción deja paso a un documental híbrido, es decir, donde hay género musical, drama, y thriller de investigación, y dos tiempos, aquellos años de explosión de la Bossa Nova en Brasil, y la actualidad de 2010, cuando Jeff Harris, un periodista neoyorquino investiga el género y se topa con el nombre de Tenório Jr., y su vida y su misteriosa desaparición en 1976 con sólo 35 años de edad en la Argentina a punto del golpe de estado, se vuelven obsesivos y se va a Brasil y Argentina a conocer qué fue de uno de los mejores instrumentistas brasileiros en su tiempo. 

La trama se mueve en las idas y venidas entre el ahora y los que quedan, tanto su registro como su persona, y ofrecen su testimonio aquellos que conocieron al pianista, sus mujeres, sus amores, sus hijos e hijas, y los músicos que le acompañaron tocando o escuchando como los Vinicius de Moraes, Tom Jobim, João Gilberto, Caetano Veloso, Milton Nascimento, Gilberto Gil, Paulo Moura, João Donato, Mutinho, Aretha Franklin, que además de poner la banda sonora de la película, vamos conociendo la explosión que supuso la Bossa Nova y el misterioso caso de Tenório Jr. A partir del narrador al que le pone voz Jeff Goldblum, viejo conocido de Trueba con el que hizo la inolvidable El sueño del mono loco (1989). Hay referencias a Godard y Truffaut, de éste último se coge como referencia el título de su segunda película Tirad sobre el pianista (1960), para inspirarse en el título Dispararon al pianista. Un montaje dinámico, lleno de ritmo, con sus 103 minutos que se hacen muy fugaces, al son de la música, entre la fiesta, la circunstancia de un momento único que cambió la música y ofreció un nuevo sonido, pero también hay drama y horror, firmado por Arnau Quiles Pascual, que ya hizo la edición de la mencionada Chico y Rita

Un magnífico thriller donde se mezcla la música, y se hace un recorrido por las dictaduras que se impusieron a partir de mediados de los cincuenta hasta los ochenta por toda centro y sudamérica. Trueba y Mariscal se mueven muy bien por los territorios de la animación, el documento y la música, en una trama caleidoscópica que va al pasado y vuelve al presente indistintamente, peor lo hace de forma sencilla y transparente, sin artilugios ni artificios para impresionar al espectador, sino todo lo contrario, ofrecen una historia bien narrada y mejor explicada, a pesar de todo el misterio que rodea la desaparición del pianista. Pero no olvidemos que, a pesar de la pérdida del músico que cuenta la película, la historia no es triste, ni mucho menos, tiene sus momentos, eso sí, porque Dispararon al pianista es, como hemos dicho un poco más arriba, una gran fiesta y un gran homenaje a la música Bossa Nova y a los músicos que la hicieron posible, y aún más, la película es una forma de homenaje a la música que ha quedado y a los músicos que, en su mayoría, las drogas, los accidentes de tráfico y la vida ya no están con nosotros, recogiendo su testimonio y su gran legado, y dejar constancia en una película que habla de ayer pero desde hoy, de una música que brilló desde Brasil a todo el mundo. 

Hemos disfrutado y llorado con Dispararon al pianista de Fernando Trueba y Javier Mariscal, porque habla de todos los que ya no están, de las huellas que nos dejaron y las que seguimos. Una película inteligente, rítmica y didáctica que sigue esa idea del documento de animación como ya hicieron grandes títulos como Pérsepolis (2007), de Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, Valse avec Bachir (2009), de Ari Folman, Un día más con vida (2018), de Raúl de la Fuente y Demian Nenow, Chris the Swiss (2018), de Anja Kofmel, entre otros, en que la sociedad y la política se muestran desde situaciones donde se cuestiona la historia y sus huellas, y además, se hace visible las lagunas en las que nos llega la historia y sus personajes y sus hechos hasta nuestros días. Podemos disfrutar con la música de Tenório Jr., y la película recuerda su existencia, y aún así, a pesar de su desaparición, siempre nos quedará, como les ocurría a Rick e Ilsa, París, Chico y Rita, La Habana,y a nosotros, aquel Brasil de los cincuenta, Beco das Garrafas y la Bossa Nova, porque todo eso, por mucho que se empeñen los uniformes y todos los que les siguen, jamás nos lo podrán arrebatar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El olvido que seremos, de Fernando Trueba

LA BONDAD DEL HUMANISTA.

“Sin justicia no puede, ni bebe, haber paz”

Héctor Abad Faciolince (de la novela “El olvido que seremos”)

El cine humanista de Renoir, ese cine que nos habla de la bondad del ser humano, un cine que aplaudía las bondades y virtudes de los hombres y mujeres, las partes nobles y empáticas de la condición humana. Un cine que está muy presente en muchas películas de Fernando Trueba (Madrid, 1955), ya desde su cortometraje El león enamorado (1979), siguiendo por su mítica Opera prima, del año siguiente, y sobre todo, en sus mejores obras, El año de las luces (1986), Belle Époque (1992), La niña de tus ojos (1998), Chico y Rita (2010) y El artista y la modelo (2012). Cine sobre y para los humanos, con sus pequeñas alegrías y tristezas, con las batallas perdidas, sobre personajes que sienten una cosa y tropiezan siempre con esa realidad deshumanizada. Con El olvido que seremos, basada en la novela homónima de Héctor Abad Faciolince, donde el autor explica la vida de su padre, el cine de Trueba vuelve a transitar por esos lugares que tanto retrataba Renoir, donde asistimos a una celebración de la vida, en el que por supuesto, como no podía ser de otra manera, sobre la tristeza, sobre como recordamos a los que ya no están, su legado y sus huellas en nosotros, atrapados en un relato que escribe el hijo sobre su padre, Héctor Abad Gómez, doctor y profesor universitario, inmenso activista en favor de los derechos humanos, que luchó incansablemente por una salud pública.

Primero fue la novela, convertida en un grandísima éxito y una de los libros capitales de la literatura latinoamericana del nuevo siglo, y ahora llega la película, donde se relatan los hechos que van desde los años setenta y mediados de los ochenta, desde la mirada de su hijo Héctor, en una nueva adaptación que hace la sexta en su carrera, esta vez ha contado con David Trueba para el trasvase del libro al cine, en la que a través de la forma se explican las emociones de los personajes y las circunstancias sociales del país, en el gran trabajo que realiza el cinematógrafo colombiano Sergio Iván Castaño, mezclando sabiamente el color para hablarnos de esos momentos Renoir, donde la vida nos empuja a la casa de los Abad, una familia acomodada de los setenta de Medellín, en Colombia, donde existen los problemas habituales de convivencia, y donde asistimos a la relación estrecha entre padre y su hijo  varón. Y luego el blanco y negro, para retratarnos esa Colombia negra y muy violenta, donde Héctor padre se enfrenta a aquellos que no quieren progreso, a los maleantes de siempre, donde el tono de la película cambia, y la cosa se pone muy oscura.

El estupendo análisis elíptico del montaje que hace Marta Velasco, que ha trabajado en las tres últimas películas de Fernando Trueba, así como la editora de buena parte del cine de David Trueba y todo lo de Jonás Trueba. Y qué decir de la grandiosa composición musical que ayuda a contarnos la complejidad de los sentimientos de los personajes, entre la vida y la tristeza, entre la muerte y la alegría, que es obra de uno de los grandes como Abigniew Preisner, estrecho colaborador de Kieslowski, que ya estuvo con Trueba en La reina de España. Y claro, una película que se basa en las emociones como centro de la vida y la existencia, debía de componer un equipo humano en la interpretación que no solo defendiese sus roles, sino que compusiera unos personajes vivos, complejos, y sobre todo, muy cercanos, y lo consigue sobradamente, con la gran actuación, otra más, de Javier Cámara, convirtiéndose en el Dr. Abad, con su natural acento colombiano, un padre querido, un activista convencido, y un luchador incansable, que ama a los suyos y la justicia por un mundo más justo y solidario.

Bien acompañado por Juan Pablo Urrego, que hace de Héctor hijo de joven, con esa relación íntima, pero también, alejada, entre padre e hijo, con muchos altibajos en los casi veinte años que cuenta la película, Patricia Tamayo como la madre, y un formidable y natural elenco que hacen de las hijas del doctor. Y la agradable sorpresa de Whit Stillman, viejo conocido de Trueba desde Sal gorda (1983), que hace aquí del estadounidense que ayuda al doctor. Trueba ha construido una obra de esas que dicen los americanos “Bigger Than Life”, una película que trasciende a la propia vida, a la realidad en la que se basa, una carta de amor de un hijo a un padre, a un hombre que fue un buen padre, un buen esposo, que creía en la justicia, y en la medicina como arma para acabar contra la injustica, de alguien que también se equivocaba, pero sobre todo de alguien que jamás hizo lo contrario de lo que creía, a pesar de las dificultades, de los enemigos, de esa Colombia ochentera llena de odio y violencia, que puso su vida al servicio de los demás, sin olvidar a los suyos, y a los otros, que también eran suyos. Un tipo que a pesar de todo, y de la catástrofe del mundo, siempre creyó que todo podía empezar con un leve gesto, como el cuidado de una flor, la paciencia exacta para ver las cosas desde puntos de vista diferentes, de mirar el mundo de otro modo, más solidario, más íntimo, pero sobre todo, más humano. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA