La cena, de Manuel Gómez Pereira

ÉRASE UNA VEZ EN… ESPAÑA DESPUÉS DE LA GUERRA. 

“Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. 

Antonio Machado 

Existen muchas comedias. Está la comedia divertida y entretenida que su objetivo es hacer pasar un buen rato y si puede ser, reventar la taquilla. Está otra comedia, también divertida y entretenida, que va más allá, porque construye un relato lleno de situaciones cómicas a la vez que rescata algo que lo usa para atizar con fuerza a ciertos mecanismos de la sociedad y a esos poderes altivos que manejan a su antojo. Pensamos en el cine de Berlanga-Azcona, un binomio que puso de vuelta y media a las penurias del franquismo y de un país de pandereta y en blanco y negro y lleno de horror, además de construir excelentes comedias negras que reflejaban una sociedad atrasada y vengativa. En La cena, de Manuel Gómez Pereira (Madrid, 1958), basada en la obra La cena de los generales, de José Luis Alonso de Santos, estamos ante una comedia excelente, porque casa con una brillantez exquisita los momentos graciosos con aquellos que retratan aquella España acaba de salir de la guerra, donde las heridas todavía estaban demasiado calientes y tantos unos como otros seguían en pie de guerra. 

La trayectoria de Gómez Pereira que abarca más de tres décadas haciendo cine desde que debutara con Salsa rosa (1991), a la que le siguieron estupendas comedias que cosecharon grandes taquillas como Todos los hombres son iguales (1994), Boca a boca (1995) y El amor perjudica seriamente la salud (1996), con un equipo memorable de guionistas como Joaquín Oristrell, Yolanda García Serrano, ambos en La cena, junto al director, y Juan Luis Iborra. Una película que equilibra esa idiosincrasia tan de aquí con una comedia ácida y amarga como las de Chaplin y Keaton, y exquisita y sofisticada, muy Lubitsch, La Cava, Hawks, y más tarde, por los Mackendrick, Wilder, Edwards, y demás autores que desafiaron la hipocresía y la estupidez mediante brillantes comedias que, sin aparentarlo, retratan con inteligencia los males de la condición humana. En la cena, dos personajes aparentemente antagónicos como el teniente Medina y el maître Genaro, uno militar, y el otro, monárquico, se ven envueltos en la preparación de una cena para Franco en el Hotel Palace, reconvertido en un hospital. Los dos harán su propio viaje de conciencia en una España tan destrozada como violenta en la que todavía huele a guerra y sobre todo, a venganza con los vencidos. 

Una producción detallista y cuidada en la que encontramos a técnicos experimentados como el cinematógrafo Aitor Mantxola, con más de 40 títulos, que ha compartido películas con Gómez Pereira en series como Velvet y films como La ignorancia de la sangre, que hace todo un entramado de planos y encuadres en una película muy de interior pero llena de movimiento e intensidad. La música de Anne-Sophie Versnaeyen, que ha trabajado con Nicolas Bedos y en la reciente La mujer del presidente, de Léa Domenech, hace un trabajo excelente mezclando pasos dobles y otras melodías que casan a la perfección con el entramado tragicómico que destila la película. Los otros apartados técnicos brillan como el vestuario de Helena Sanchís, que coincidió con el director en la citada Velvet y Las chicas del cable, el diseño de producción de Carlos Amoedo y la caracterización de Amparo Sánchez. El gran trabajo de edición de Vanessa Marimbert, con más de 40 películas en su filmografía, al lado de grandes como Carlos Saura, Esteban Crespo y Fernando Léon de Aranoa, cimenta un relato in crescendo en el que une una gran descripción de personajes, y por ende, de las dos Españas, y sus relaciones, llenas de claroscuros, en sus espectaculares 100 minutos de metraje. 

Si el apartado técnico es estupendo, el equipo interpretativo no se queda atrás, en un reparto coral, marca de la casa del director madrileños, encabezados por una pareja que recuerda a los Lemmon-Matthau, en la piel de Mario Casas como teniente, y un gran Alberto San Juan como maître, que trabajó con Pereira en la serie Cheers. Ellos son la película, o quizás, la película son ellos, porque componen dos almas encerradas en una especie de manicomio con barra libre que se ha convertido España y en concreto, el Palace. Les acompañan Asier Etxeandia como un falangista violento y muy desagradable, Nora Hernández y Carlos Lasarte como una pareja joven que lo tiene muy crudo, Elvira Mínguez, una mujer de carácter que no se amilana ante los fascistas, Carlos Serrano, un camarero de los vencedores que pretende a la joven emparejada, Eva Ugarte es la mujer del teniente que busca su oportunidad y finalmente, Carmen Balagué, una cómplice del dúo Gómez Pereira-Oristrell tiene su momento, y muchos más que pululan por la cena intentando sobrevivir. Un reparto extenso en el que cada uno tiene su momento, en una historia que se va complicando y de qué forma, siempre dentro de un orden o un caos, según se mire.  

Dentro de la filmografía de Gómez Pereira, una película como La cena nos devuelve a aquel director que construía excelentes comedias, donde el amor y el sexo eran los destinos de los atribulados y perdidos personajes. Esta no se queda atrás, y además, como sucedía en la mencionada El amor perjudica seriamente la salud, se da una vuelta por el franquismo, por esa dicotomía entre la crudeza y la violencia del régimen y las ansias de vivir, amar y descubrir. Con La cena se desenvuelve en el par de meses que siguieron al fin de la guerra, donde las cosas andaban muy calientes en todos los sentidos: unos en la cárcel, otros, sin saber qué hacer, y los de arriba, celebrando con cenas sus éxitos. Un panorama que retrata con acierto  e inteligencia esas dos Españas, incluso una tercera… ya verán, en una película ácida y divertidísima y muy elegante, porque no entra en lo grosero y zafio para hacer brillantes gags y momentos muy de slapstick, y comedia negra muy berlanguiana. Para los más jóvenes es un gran ejercicio ver una película como esta, porque además de pasar un buen rato, es también muy aleccionadora en el sentido de retratar la dictadura que empezaba, donde no había sitio para formas de pensar y sentir diferentes, y si no me creen, pregunten a Medina y Genaro. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Todos lo saben, de Asghar Farhadi

LA DESAPARICIÓN DE IRENE.

Siempre resulta estimulante volver a ver una película de Asghar Farhadi (Khomeini Shahr, Irán, 1972) por la fuerza de sus imágenes, enmarcadas en la más pura cotidianidad, describiendo con firmeza esos ambientes secos y fríos por los que se mueven sus personajes, donde en una aparente tranquilidad, o eso parece, irrumpe algo violento en forma de suceso que trastocará las vidas de sus protagonistas, abriendo la caja de Pandora, y llevándolos hacia el abismo, en unos relatos que arrancan como melodramas intensos, cerca de la mirada neorrealista para derivar en thrillers ásperos, duros y muy oscuros. Todos lo saben es una película que nace a través de dos elementos que ya habíamos visto en sus anteriores películas, la desaparición de un personaje que destapará viejas rencillas ya formaba parte de la estructura de A propósito de Elly (2009) la película que sacó a Farhadi de Irán y lo llevó al escaparate internacional con su premio en la Berlinale al mejor director, un relato con ecos de la novela El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio, donde unos días de asueto de un grupo de amigos se convertían en unos días de pesadilla y revelaciones muy inesperadas, y por otra parte, El pasado (2013) la película de Farhadi que filmó en Francia, donde encontramos el elemento del pasado, espacio que desembocará a inesperados descubrimientos que tensará aún más si cabe la relación turbia que viven los personajes.

Dos elementos, la desaparición y el pasado, estructuran la octava película del cineasta iraní, aunque si bien es cierto, que el pasado forma parte de una manera más visible o menos en los relatos de Farhadi. En los primeros minutos de la película, Farhadi nos habla de un reencuentro, Laura, la hermana mediana, que vive en Argentina, llega al pueblo  para la boda de Ana (un espacio de la España profunda, donde se vive de las viñas, de las habladurías, y de la falta de trabajo) con sus dos hijos, Irene, la adolescente rebelde y un niño de seis años. Allí, se reencontrará con su familia, Mariana, la hermana mayor, y su marido, Fernando, y Rocío, la hija de ambos, que regentan una pequeña pensión, y por otro lado, Ana, la pequeña que se casará con Joan, y el patriarca de la familia, Antonio, que ahora se ha convertido casi en un inválido. También, encontraremos a Paco y su mujer Bea, Paco es el dueño de las viñas, e hijo de los antiguos guardas cuando las viñas eran de Antonio.

Presentados los personajes y sus relaciones, todos asisten a la boda, durante la celebración, y sin que nadie se percate, Irene desaparece y todos se ponen a buscarla. También, aparecerá otro elemento de tensión en el relato, Alejandro, el padre de Irene y marido de Laura, al que iremos descubriendo su pasado y cómo afecta al devenir de los acontecimientos. A partir de ese instante, con todos los actores de la contienda, Farhadi nos envuelve en un durísimo y oscuro melodrama familiar en el que las viejas rencillas del pasado aflorarán de manera brusca y rasgada que ira quebrando las relaciones entre unos personajes enmadejados que hablan poco y esconden muchísimo más, donde unos y otros, se moverán casi en tinieblas a pesar de la luz cegadora que desprende la película. El cineasta iraní construye un enérgico e intenso thriller donde nadie parece conocer las intenciones del otro, en un retrato sobre la culpa y sobre todo, la mentira, en el que unos personajes muy de aquí, donde cada uno de ellos se mueve bajo presión y movido por unos intereses personales y muy oscuros.

La película recoge el aroma de los dramas castellanos, donde las tierras, la familia y el pasado se entrecruzan creando atmósferas irrespirables y siniestras, donde la violencia campa a sus anchas y todo se puede quebrar en cualquier momento. En algunos momentos, el retrato deriva en los secos dramas rurales carpetovetónicos y trágicos que tanto afloran en la literatura y cine españoles, donde los hechos violentos derivan siempre de tensiones ancestrales entre los vecinos y los más allegados, donde la problemática del territorio y las viejas rencillas dirigen los ánimos oscuros y vengadores de sus lugareños. Farhadi ha recogido con mano maestra toda esa atmósfera y violencia latente, con esa luz brillante y maligna que atraviesa sin  respiro toda la película, con esa mirada contundente y acogedora de José Luis Alcaine, uno de los más grandes cinematógrafos de nuestro país (habitual de Almodóvar, con la que la película mantiene algún rasgo) o el sobrio y preciso montaje de Hayedeh Safiyari (habitual del director desde Fireworks Wednesday (2006) a excepeción de El pasado) y la música de otro grande como Alberto Iglesias, que en ciertos instantes, sirve para crear ese ambiente malsano que desata la desaparición de la chica.

Farhadi mueve a sus personajes, tanto a nivel físico como emocional, sin caer en la caricatura o la superficialidad, creando la tensión justa, sin necesidad de aspavientos sentimentales, sólo los pertinentes y adecuados, dejando a cada personaje su espacio y su rol dentro del relato, como la aparición del policía retirado, que aún echa más leña al fuego, ya que advierte con esa solemnidad y locuacidad de José Angel Egido, maravilloso en su rol, que las enemigos no andan muy lejos de la casa. El director iraní cuenta con un reparto de altura, con una Penélope Cruz haciendo de esa mujer y madre que sufre y padece la ausencia de su hija (con ecos del que hizo en Volver) con esos intensos y durísimos momentos con Paco, el personaje que hace Javier Bardem, con esa mezcla de crudeza y pasión que lo han convertido en uno de los actores más importantes del panorama cinematográfico, y ese Ricardo Darín, católico a ultranza que desafía el clan familiar e inseguro y desbordado ante los acontecimientos.

Unos principales bien acompañados por esa retahíla de secundarios que juegan un papel fundamental, como ese Fernando que hace Eduard Fernández, pasado de kilos y auspiciado por las deudas, con su mujer Mariana que también hace una estupenda Elvira Mínguez, o esa Bárbara Lennie como la mujer de Paco, que hace esa voz de la conciencia que Paco se niega a escuchar, o Inma Cuesta y Roger Casamajor transmitiendo esa paz que tanto se necesita ante tanto ruido emocional, sin olvidarnos de Ramón Barea, con su fuerza y torpeza, del que ya le quedan pocos tiros que pegar, y los interesantes Sara Sálamo con un personaje oscuro, y la agradable presencia de Carla Campra como Irene llevándose el protagonismo en los primeros minutos. Farhadi ha salido airoso en su nueva aventura internacional después de filmar en Francia y en francés, ahora le ha tocado el turno al idioma del Quijote, situándonos en uno de esos pueblos interiores toledanos, donde las cosas parecen una cosa y en realidad son otra, dejándonos ver hasta qué punto las mentiras forman parte de nuestra cultura y nuestra manera de pensar y hacer, en un oscurísimo melodrama familiar donde todos sus personajes obedecen a sus instintos y pasiones más ancestrales mamadas desde que eran niños, donde las cosas se resolvían en familia, pese a quién pese y caiga quien caiga.

Pasaje al amanecer, de Andreu Castro

LOS INTERIORES FAMILIARES.

La familia, ese núcleo humano peculiar, necesario, a veces, y en otras, prescindible, del cual, para bien o mal, formamos parte, muy a nuestro pesar, se erige como el pilar que cimenta la primera película de Andreu Castro, actor de oficio, donde se ha labrado una carrera en el teatro, cine y televisión, también, director de vocación, donde ha dirigido tres cortos que han cosechado buenas críticas y premios. Ahora, se enfrenta a su puesta de largo y ha elegido la familia, por un lado, y el día de Navidad, por el otro. Lo que parece una celebración más, sin más sobresaltos que los habituales y previsibles, se va a transformar en un antes y un después en el ámbito familiar. Después de un brillante y breve prólogo, en el que las miradas inundan la ausencia de palabras, Javier, fotoperiodista de profesión y benjamín de la familia, llega a la casa acomodada de la sierra para celebrar la Navidad con los suyos. Allí, les esperan sus padres, su hermana, su cuñado, su sobrina, y la abuela. En plena comida, Javier lanza su bomba, viajará a la guerra de Irak a trabajar. Como es de suponer, semejante noticia no sentará nada bien a los que le rodean, pero en cierta medida, todos deberán enfrentarse, primero, a ellos mismos, y luego, a la drástica decisión que acaba de tomar el pequeño de la familia.

Castro ha construido una película sencilla, situada en el 2004, cuando la guerra de Irak estaba en su fase más cruenta y sangrante, en la que hay solo una localización, y en la que la trama apenas se desarrolla durante un día, un día en el que ya nada volverá a ser igual, en el que todo, aparentemente ordenado, como si el orden pudiese objetivarse, comenzará a resquebrajarse, donde las rencillas, secretos y demás palabras no dichas, emergerán del olvido y sacarán a relucir las diferencias, vacíos y tristezas de cada uno. Castro plantea su película desde los (des)encuentros familiares entre unos y otros y las pertinentes conversaciones que deberán mantener, para así reconciliarse o no, sacar lo que tantos años han guardado por miedo, inseguridad, por no lastimar a alguien o simplemente, porque las cosas parecen más tranquilas si no se habla de ciertos conflictos, pero sólo lo parece, en el fondo, más tarde o más pronto, nos enfrentamos a eso que intentamos inútilmente esconder y no mostrar. La película tiene ese regusto de drama familiar doméstico, como lo tenían aquellos clásicos de Hollywood de los cuarenta, aquellos en los que los conflictos familiares se desataban con virulencia enfrentando a los diferentes personajes, a cual más lleno de dolor e insatisfacción, aunque podríamos emparentarla, más por su contenido, con Celebración, de Winterberg, donde el testimonio de uno de los hijos, desataba un cisma familiar de órdago, de esos que remueven las aguas más tranquilas, dejando de vuelta y media esa apariencia familiar que sólo beneficia a aquellos que más daño han hecho.

Castro cimenta su película a través de un grandísimo plantel de intérpretes entre los que destacan Elvira Mínguez (que después de su Mata Hari en El elegido, vuelve a una madre dura, sufrida y de armas tomar) Lola Herrera (la abuela de la función, que intenta mediar entre madre e hijo, sacando a la luz algo de su pasado) Ruth Díaz (la hermana en plena crisis matrimonial que intenta situarse en su vida) Carles Francino (el cuñado que estalla explicando su ahogo y su falta de cariño) Antonio Valero (el padre comprensible y colaborador) y Nicolás Coronado (el hijo que decide dejarlo todo por su profesión, por la necesidad vital y humana de explicar al mundo el horror y la codicia humana sin límites). Castro hace de su sencillez su mayor virtud, utilizando una luz fría y suave, propia del ambiente familiar que se instala en la casa después de la decisión del joven de la familia. Todos, tantos unos como otros, se remueven en su interior, aceptan o no el camino que ha decidido Javier, aunque todos saben que ese hecho les afecta más de lo que desearían, llevándolos a lugares que no imaginaban que iban a llegar, y sobre todo, sacando a la luz todo aquello que no se atrevían ni siquiera a sentir.

Entrevista a Antonio Chavarrías

Entrevista a Antonio Chavarrías, director de «El elegido». El encuentro tuvo lugar el miércoles 31 de agosto de 2016, en el vestíbulo de los Cines Verdi de Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Antonio Chavarrías, por su tiempo, generosidad y simpatía, y a Sandra Ejarque de Vasaver, por su paciencia, amabilidad, y cariño, que además, tuvo el detalle de tomar la fotografía que encabeza la publicación.

El desconocido, de Dani de la Torre

525950_jpg-r_640_600-b_1_D6D6D6-f_jpg-q_x-xxyxxEL PRECIO DE LA CODICIA

El genio de David Lynch ya expuso de forma magistral y contundente, en buena parte de su filmografía que, bajo la apariencia de la clase acomodada, rodeada de lujo y sofisticación, se ocultaba la misma suciedad y mugre que en cualquier otro lugar. El debutante director gallego Dani de la Torre (Monforte de Lemos, 1975), con experiencia en la televisión de Galicia y reputado cortometrajista, abre su película en una mañana limpia y serena, en una de esas urbanizaciones de diseño donde los pudientes y adinerados viven en compañía de su mujer e hijos. Carlos, un director de banco de mediana edad, que parece llevar una relación distante y aguerrida con su mujer, que más tarde nos certificaran afirmativamente, coge su flamante 4×4, a sus dos hijos que llevará al colegio excepcionalmente, y se dirige a trabajar. En el camino, alguien que no se identifica, lo llamará por teléfono y le reclamará una cantidad de dinero, casi 500000 euros, si no lo hace, le explica que hará estallar las bombas que se encuentran en la parte trasera de los asientos del automóvil. De esta guisa, arranca la película, a partir de ese instante comenzará una dura batalla, vía móvil, entre el amenazado y el acosador.

De la Torre, que ha contado con un estupendo y enérgico guion de Alberto Marini (habitual guionista de Jaume Balagueró, y del género de terror), sumerge a sus personajes y su trama, a través de los ojos y el miedo de su protagonista, por las calles céntricas de A Coruña durante un día que parece no acabar. Todo sucede a un ritmo vertiginoso y febril, no hay tiempo para pensar ni detenerse, hay que conseguir ese dinero contra reloj para salvar el cuello y el de sus hijos, engañando, mintiendo y estafando a amigos y conocidos. Todo parece indicar que se va a revolver inmediatamente, que el susodicho conseguirá el dinero que se le reclama, y su vida, con todo su lujo, comodidad y apariencia volverá al lugar apacible y falso del que formaba parte. Pero la cosa no resulta así, con la aparición en escena de la mujer y el amante de ésta, según la hija, todo se complica y entra en acción la policía y los artificieros. En ese momento del filme, De la Torre nos concede una tregua, asienta sus cámaras, y desenvuelve su intriga con una plaza como escenario. La película se calma, una calma tensa, eso sí, y lo agradece, y el espectador aún más, el juego del gato y el ratón se ve interrumpido por más personajes que también quieren participar en este juego macabro que tiene la venganza como telón de fondo. Es el primer vehículo cinematográfico que coloca la estafa de las preferentes cometidas por los bancos más importantes del país en el centro de atención, la película nos introduce en la raíz del asunto, alguien que perdió lo que más quería por culpa de esa codicia desaforada que contaminó a clientes y bancos, ahora se toma la justicia por su mano, quiere arrebatar lo más preciado a quién provocó su hundimiento personal y profesional.

eldesconocido

Pero, todo thriller bueno que se precie, los momentos de enfriamiento, son sólo para volver a desatar la tensión trepidante en cualquier momento. Cuando todo parece llegar a su fin, la película cambia de rumbo y vuelta a correr, la persecución se desencadena hasta el fin de todo. De la Torre ha parido una cinta de suspense e intriga desaforada y brutal, no deja títere con cabeza, va a degüello, deja muy retratados a los gallitos empelados de banca. Tiene la película ese sólido y rompedor aroma del thriller de los 70, donde los Friedkin, Yates, Siegel, Pakula, Boorman, Frankenheimer, De Palma y otros, revisaron el género de forma ejemplar, mostrando todo lo podrido que emanaba del engranaje social convirtiendo las calles y ciudades en piaras fétidas y nauseabundas . Más reciente y cercana, la película de Rodrigo Cortés, Buried, también planteaba una angustiosa y oscura intriga donde un hombre metido en un ataúd, y también, con su ejecutor al otro lado de un móvil, se debatía entre la vida y la muerte. De la Torre entraría en liza de esa nueva hornada de realizadores que utilizan el thriller de forma ejemplar como Enrique Urbizu o Alberto Rodríguez. Un buen plantel de intérpretes, donde destaca de forma prodigiosa Luis Tosar como padre de familia que se ha dejado llevar por el éxito a costa de quién fuese, en el otro rincón, Javier Gutiérrez, con una composición breve, que aporta esa dosis de desesperación y locura, y la formidable aportación de Elvira Mínguez que irrumpe en la película de manera soberbia, creando uno de sus mejores registros de los que ha visto el que suscribe. Cine mayúsculo que nos devuelve el mejor thriller, el que habla de los problemas sociales a través de ejercicios de género que dejan un buen sabor de boca cinematográfico y un mal trago en lo social, porque la realidad siempre es peor que la ficción.