La acusación, de Teddy Lussi-Modeste

EL PROFESOR DENUNCIADO POR ACOSO A UNA ALUMNA.  

“Mi película es un grito, y si hay un grito, es porque hay esperanza. Porque un grito está hecho para ser escuchado. La sociedad, para ser sociedad, necesita más que nunca que se lleve a cabo está transmisión entre profesores y alumnos”. 

Teddy Lussi-Modeste 

Hace algún tiempo hablando con un amigo profesor, me comentaba la dificultad de ejercer su profesión actualmente. Explicaba que, más que ejercer de docente con sus alumnos, éstos, con el beneplácito de la institución y de sus padres, iban imponiendo una forma de educación muy alejada de la labor de un profesor. La situación que plantea la película La acusación (en el original, “Pas de Vagues”, traducido como “Sin generar conflictos”), me ha refrescado las reflexiones sobre su trabajo de mi amigo profesor, ya que trata sobre una alumna que, completamente equivocada y presionada por sus compañeros, acusa de acoso a un joven e idealista profesor Julien. A partir de ese instante, la cosa se irá tornando cada vez más oscura, y el profesor se sentirá muy sólo, con un instituto sin herramientas para resolver el conflicto, y dejando al espacio, un entorno de por sí complicado al tratarse de un barrio de los suburbios, en que los alumnos irán en contra del citado docente. 

El director Teddy Lussi-Modeste (Grenoble, Francia, 1978), tiene dos películas como director: Jimmy Rivière (2011), y El precio del éxito (2017), sobre un gitano que rompe con su pasado, y un joven de barrio obrero que le llega el éxito. Amén de coescribir los guiones de Una chica fácil, de Rebecca Zlotowski y Jeanne du Barry, de Maïwenn. En su tercera película rescata un hecho real que vivió durante su etapa como profesor en un instituto de la periferia, en un guion que coescribe junto a Audrey Diwan, la excelente directora de El acontecimiento, en el que no sólo nos sitúa en el centro de la acción entre un profesor y sus alumnos, en un acercamiento muy natural y magnífico, como hacían en Entre les murs (2008), de Laurent Cantet, en el que se trata de forma contundente y nada complaciente, la respuesta de la institución ante hechos que generan un gran conflicto en el centro. La película se posa en el rostro y el gesto de Julien, el profesor implicado, pero no por eso genera una trama superficial, ni mucho menos, porque añade otras miradas que construyen una historia muy compleja sobre la fragilidad que existe en la actualidad, donde se han construido espacios esenciales de respeto y dignidad, aunque, en muchas ocasiones, se derriban estos valores y se acusa sin pruebas y muy a la ligera. La película, muy inteligentemente, cuestiona los procesos y las inexistentes herramientas que existen ante casos de esta especie.

El director se arropa de un gran equipo técnico empezando por el cinematógrafo Hichame Alaouie, que tiene en su haber grandes nombres como los de Joachim Lafosse, Nabil Ayouch y François Ozon, en un encuadre asfixiante y rompedor, donde el instituto se convierte en una jaula para Julien, con pocos exteriores, y con el 35mm para crear esa textura que evidencia la intimidad en la que se desarrolla el relato. La implacable y sutil música de Jean-Benoît Dunckel, la mitad del gran dúo “Air”, al que recordamos por sus composiciones para Maria Antonieta, de Sofia Coppola, Verano del 85, del citado Ozon, y la reciente Esperando la noche, de Céline Rouzet. Unas melodías que no limitan a acompañar la soledad en la que se mueve el protagonista, sino que va introduciendo esos momentos de auténtica tensión y terror que va creando la película. El montaje de Guerric Catala, un autor con más de 30 títulos en su filmografía, entre los que destacan los cineastas Mélanie Laurent, Marion Vernoux y Emmanuel Courcol, entre otros. Su edición acoge los intensos y agobiantes 91 minutos de metraje, en un in crescendo, donde todo se torna cada vez más oscuro y tremendo.

No resultaba tarea fácil encontrar al actor que encarnará a Julien, y el director ha encontrado a un cercano y corporal François Civil, que hace poco nos convenció siendo el mismísimo D’Artagnan, amén de películas con Cédric Klapisch. Su Julien transmite todo ese entramado emocional que está viviendo y lo hace de una forma muy visceral y sin cortapisas, muy de verdad. Mencionamos a sus “alumnos/as” como Toscane Duquesne hace de Leslie, Mallory Wanecque, Bakary Kebe, y Shaïn Boumedine en un rol importante que mejor no desvelar, y los “otros”, sus colegas que hacen lo que pueden y algunos menos que eso ante la situación que se produce. En La acusación, de Teddy Lussi-Modeste nos hablan de un caso real que podría generarse en cualquier instituto, y seguramente, sucedería más o menos lo que ocurre en la película, porque ante casos de este tipo, se genera un ambiente incierto, en que la atmósfera se vuelve del revés, y donde la duda, primero y luego, la necesidad de culpabilidad vuelve a todos muy oscuros e indefensos frente a unos hechos de esa magnitud. Recordarán películas que se mueven por los mismos parámetros como Sala de profesores, de Ilker Çatak y Amal, de Jawad Rhalib, ambas de 2023, que nos explican que puede ocurrir cuando los protocolos existentes no ayudan y lo enredan todo aún más. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a María Barea

Entrevista a María Barea, directora de la película «Antuca», en el marco de la Mostra Internacional de Films de Dones de Barcelona, en el Parc de la Ciutadella en Barcelona, el martes 21 de mayo de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a María Barea, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan excelente, y a Anne Pasek y Teresa Pascual de Good Movies, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Querer, de Alauda Ruiz de Azúa

MIREN Y SU FAMILIA.  

“Las mujeres, primero que nada, queremos vivir sin miedo”. 

Isabel Allende

Después de cinco cortometrajes, la primera película de Alauda Ruiz de Azúa (Barakaldo, 1978), Cinco lobitos (2022), el relato sobre una madre primeriza y sus dificultades para afrontar la maternidad y su relación con sus padres, en especial, con su madre, significó una de las películas del año, llevándose el reconocimiento del público y de la crítica. Después vino Eres tú (2023), vehículo convencional de enredo romántico financiado por Netflix. Ahora, nos llega su próximo trabajo, Querer, una miniserie de 4 episodios, encabezado por las productoras Kowalski Films y Feelgood Media, que tiene en su haber películas de Fernando Franco, Handia, Akelarre, Maixabel y la reciente soy Nevenka, ambas de Icíar Bollaín, y Movistar+, con Susana Herreras y Fran Araújo a la cabeza, que han apostado por unas series de calidad que, principalmente, despachan unos cuantos episodios que empiezan y finalizan como si se tratase de un largometraje como por ejemplo, La zonaMatar al padre, Libertad, La fortuna, Arde Madrid, El día de mañana, Apagón, entre otras. Así que vamos a tratar a Querer como lo que es, una película de 200 minutos. 

La directora vizcaína se ha acompañado de Eduard Sola, brillante guionista ahora en boga por las recientes Casa en flames y La virgen roja, y de Júlia de Paz, que ya nos deslumbró por su impactante debut en solitario en el largo con Ama (2021), para construir una historia donde una mujer Miren Torres, después de 30 años de matrimonio, deja a su marido, Iñigo Gorosmendi, pide el divorcio y denuncia a su esposo por violación continuada, dejando en shock a todos, incluidos sus dos hijos, Aitor y Jon. La trama siempre en presente continuo, en el aquí y ahora, sitúa primero a la madre y después a los demás actores del suceso, bailando entre los cuatro puntos de vista, tan diferentes como extraños, en los que están la madre, por un lado, y el padre, por el otro, y los dos hijos: Aitor, el mayor, que opta por creer la versión paterna, y Jon, el menor, que mantiene sus dudas, se acerca más a la madre. Como ocurría en la citada Cinco lobitos, Ruiz de Azúa, vuelve a diseccionar la familia, a partir de un hecho concreto, si en aquella era la maternidad de la hija, aquí es la decisión de separarse de la madre. En ambos casos, la decisión provoca un distanciamiento o lo contrario, entre sus miembros. Al no haber flashbacks ni nada explicativo de las causas, la película nos da a los espectadores la maza de juez y a modo de investigación, siempre en el presente, debemos ir dilucidando a qué personajes creemos más o menos, o nada. 

El cielo gris y plomizo de Bilbao ayuda a dotar de una gran atmósfera, casi fantasmagórica, donde prevalecen los planos cerrados y recogidos de los personajes, es una maravilla formal todo su arranque, parece que estemos asistiendo a una película de terror, con la agitación y la tensión de la huida de Miren, en un magnífico trabajo del cinematógrafo Sergi Gallardo, que ya había trabajo con la directora en el corto Nena (2014) y en la mencionada Eres tú. La excelente música de Fernando Velazquez, con más de 100 títulos en su carrera, que vuelve a trabajar con la directora bilbaína después de los cortos Dicen (2011) y Nena (2014), componiendo una música que encaja perfectamente a las imágenes, generando todos esos matices y detalles de los altibajos emocionales de unos personajes nórdicos que todo se lo guardan, que nada expresan, y eso se alarga a la contención de todos los aspectos del relato, como el estupendo trabajo de montaje de Andrés Gil, tres cortos con Alauda, amén de la citada Cinco lobitos, que mantiene ese ritmo cadencioso, sin sobresaltos ni desajustes, donde van sucediendo los 200 minutos de metraje, encajando todo el tiempo que va transcurriendo y, a golpe seco, sin enfatizar ni sentimentalismos, a lo crudo que, en algunos momentos, nos recuerda al cine de Lumet y Chabrol en su forma y ritmo,  construyendo esas ricas idas y venidas entre los personajes. 

Tal y cómo ocurría con el cuarteto protagonista de Cinco lobitos, la cineasta vasca ya dio muestras de su buen hacer en la elección del reparto, y en Querer vuelve a hacer gala de su buen trabajo en juntar a los cuatro, otra vez cuatro, integrantes de la familia Gorosmendi Torres. Tenemos a una extraordinario Nagore Aranburu como Miren, que bien interpreta sin decir nada, con esa mirada y esos gestos, su forma de caminar, de esperar, de mirar entre los barrotes, que no es baladí, de ser y sentir un personaje complejo y nada fácil, que pasa por todos los estados emocionales habidos y por haber. Una actriz en uno de sus mejores papeles desde que, un servidor la descubriera en aquella maravilla que fue Loreak, hace una década, de Jon Garaño y José María Goenaga. Su Miren es una de esas composiciones que deberían estudiarse en cualquier escuela de interpretación, porque está presente en toda la película, incluso cuando no sale. Le acompañan un brutal Pedro Casablanc, ejerciendo ese rol de marido y padre protector, enormemente narcisista y victimista, un tipo odioso sin usar la violencia física, pero sí usando otro tipo de violencia, la psicológica y la que deja más huella, la que no se te va. Y los dos hijos, que son como Rómulo y Remo, tan diferentes como distantes. Tenemos a Aitor que hace con convicción y naturalidad Miguel Bernardeua, que ha heredado mucha de las conductas agresivas del progenitor, y por el otro, Jon que hace el joven actor Iván Pellicer, más cercano a la madre, a sus silencios, angustias y huida. Mención especial tienen los respectivos abogados que interpretan con veracidad y aplomo  Loreto Mauleón y Miguel Garcés. 

Si tienen ocasión, no se pierdan Querer y sus cuatro episodios: Querer, Mentir, Juzgar y Perder. Porque nos habla de los límites del consentimiento dentro del matrimonio, de todos sus aspectos y matices, a partir de una mujer que se ha sentido durante treinta años abusada, intimidada y golpeada sin haber recibido una hostia física, porque emocionales las ha recibido de todos los colores. Es también una película que habla sobre el miedo, de todos sus elementos y texturas, del fingimiento como herramienta no ya para vivir, sino para sobrevivir, de esas angustia y asfixia de sufrir diariamente la ira y la vejación de alguien que te somete, te anula y te menosprecia continuamente, de alguien que no cree hacer daño, y eso es lo peor, de alguien que en su entorno no es visto como un maltratador. A todo eso y más se enfrenta Miren Torres, una mujer de unos cincuenta años que, después de años anulada e invisibilizada por su marido y en su propia casa, habla y dice basta y abre su ventana, y denuncia a Iñigo Gorosmendi, el hombre que aparentemente la quería y padre de sus dos hijos. Querer es de las pocas películas que pone el foco en el consentimiento en el matrimonio, el que se sufre en silencio, con miedo y sola. Celebramos el nuevo trabajo de Alauda Ruiz de Azúa, y estaremos especial atentos a sus nuevos trabajos y seguiremos viendo y recomendando este, por todo lo que cuenta y sobre todo, cómo lo cuenta, como si fuese uno de esos thrillers psicológicos tan buenos que hacían los mencionados Lumet, Chabrol y algunos otros. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Diario de Mi Sextorsión, de Patricia Franquesa

CHANTAJE A UNA CINEASTA. 

“La vida se contrae o expande en proporción a tu coraje”. 

Anaïs Nin 

En noviembre de 2022 bajo la gran iniciativa del DocsBarcelona a través de El Documental del Mes conocimos el trabajo de la directora Patricia Franquesa (Barcelona, 1989), a través de su ópera prima Querida Sara (2021), en el que de forma íntima y cercana nos hablaba de Sara Bahai, la primera taxista de Afganistán. Un trabajo no sólo de documentar y observar una mujer valiente, decidida y luchadora, en el que también se generaba un vínculo muy especial e interesante  entre cineasta y retratada. Una historia breve, de apenas una hora de metraje, donde el retrato iba y venía, en un revelador juego de espejos donde realidad, ficción y documento se cruzaban generando un relato caleidoscópico y lleno de matices y grises que generaba una aproximación muy directa y transparente tanto de la protagonista como de la cineasta. Un trabajo de extrema sencillez y complejidad que la directora catalana asume desde la sencillez y transparencia de una película que se pregunta y responde constantemente. 

Después de aquella primera experiencia tan interesante y rompedora, se generó en mi mucha expectación ante Diario de Mi Sextorsión, segundo trabajo de Franquesa, donde no solo afirma las buenas sensaciones de su debut, sino que va más allá, y vuelve a construir un relato íntimo y muy personal, esta vez sobre una experiencia vivida en sus propias alma y carnes, cuando el 14 de mayo de 2029 mientras se encontraba en un bar le fue sustraído su ordenador portátil. La sorpresa fue que pasados dos meses de aquel fatídico suceso, recibió un correo en que un hacker le exigía una cantidad de dinero para no hacer públicas tres fotos íntimas de ella. La directora coge ese material y lo convierte en el tema de su segunda película, y nos va relatando su experiencia del chantaje y su sextorsión, a través de grabaciones vía móvil y conversaciones personales, todo contado a través de pequeñas pantallas o ventanas tanto del pc como del citado móvil, mientras escuchamos de la propia Franquesa todos los sucesos y pormenores de esta travesía donde hay dolor, miedo, preocupación, amigos, un ex, familia y demás agentes, de los que se ayuda la cineasta para contar su periplo, donde hay llamadas y visitas a la policía, reflexiones personales y demás asuntos y trasuntos de una situación de terror. 

Aunque la película tiene oscuridad, tiene también ese tono de humor y ligereza para contrarrestar tantos momentos de angustia y horror, y es esa mezcla que la hace tan cercana y tan especial, porque hay una enriquecedora aproximación a las actividades criminales de los hackers, a sus formas de extorsión, y a la vez, todo ese material se convierte en una película, con una atmósfera similar a la que había en la citada Querida Sara, donde la película se va construyéndose a sí misma, y todo lo que vemos tiene esa textura de borrador/película, donde ficción, documental y retrato se vuelven a mezclar generando esas bifurcaciones profundas y muy reflexivas. No obstante, las dos vuelven a tener una duración similar, apenas una hora más o menos, tiempo en el que no dejan de suceder cosas, eso sí, también hay tiempo para mirar y observar, sin que la agitación de las situaciones vividas se convierta en elemento para enfatizar. Estamos ante una película donde Franquesa asume la técnica de rodaje, tanto en cámara como en sonido, donde lo doméstico emerge de forma natural y nada artificial, en que el borrador de la película es la propia película y viceversa. Eso sí, con la complicidad en postproducción de la composición musical de Laura Casaponsa, que tiene en su haber una extraordinaria película como Más allá del espejo (2006), de Joaquim Jordà, y el extraordinario diseño sonoro de una grande con más de 100 títulos como Laia Casanovas. 

En Diario de Mi Sextorsión, la cineasta construye una trabajo nada convencional, que acoge las nuevas formas de lenguaje y comunicación derivas de internet, para conseguir una película que en algunos momentos recuerda a Host (2020), de Rob Savage, un formidable cuento de terror filmado a través de videollamada y en plano fijo, donde se palpa la tensión y se consigue una atmósfera inquietante y fuera de lo común como sucede en la película de la directora barcelonesa, donde la sensación de soledad, secuestro y amenaza están muy presentes generando ese bucle de laberinto sin salida y persecución. Un diario filmado que se aproxima sin prejuicios a un tema demasiado cotidiano para muchas personas que se ven extorsionadas y acosadas a estos niveles, y faltaba una película que lo mostrará con toda la crudeza, sencillez y honestidad posibles y aquí está, directa y transparente como sólo se podía contar una experiencia como la experimentada por la propia cineasta. Una película/experiencia, donde el cine y la vida se vuelven a cruzar, fusionar y retroalimentar como el cine de Chantal Akerman, por ejemplo, en sus maravillosas home movies, donde no hay límites marcados, sino de la profunda reflexión de lo que se filma y su porqué, y el hecho de compartir con el público como herramienta de mostrar las oscuridades de la existencia y la forma que ayuda para gestionar el conflicto propio, donde la cineasta usa su propia experiencia para construir su cine y su forma de mirar su entorno. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Soy Nevenka, de Icíar Bollaín

LA MUJER QUE NO SE CAYÓ. 

“Estaba jugando con mi dignidad. Querían que me marchara como si hubiera hecho algo malo, como si fuera una incompetente”. 

Nevenka Fernández 

El universo cinematográfico de Icíar Bollaín (Madrid, 1967), está compuesto, principalmente, por mujeres anónimas de vidas cotidianas que las circunstancias las llevan a enfrentarse a retos aparentemente imposibles, en soledad y sobre todo, sometidas a la presión de un entorno que ni las comprende ni las ayuda. Nos acordamos en la Pilar de Te doy mis ojos (2003), que abandona a un marido violento, la Carmen, Inés y Eva de Mataharis (2007), que concilian trabajo y familia a duras penas, la Laia de Katmandú, un espejo en el cielo (2011), que enseña en un lugar lleno de miseria, la Alma de El olivo (2016), que lucha por la dignidad de su abuelo, la Rosa de La boda de Rosa (2020), que reivindica su amor propio, la Maixabel de Maixabel (2021), una viuda que luchó por el amor y no por el odio. A esta terna de mujeres valientes y de coraje, llega Nevenka Fernández, una joven de 25 años, recién licenciada de económicas nombrada concejal de hacienda de Ponferrada en el año 2000. Todo lo que en un principio parecía una gran oportunidad para ella se convirtió en un infierno ya que el alcalde Ismael Álvarez, de 50 años, la acosó profesional y sexualmente. 

A partir de un guion escrito por Isa Campo, que ya estuvo en Maixabel, y la propia directora, basándose en el libro “Hay algo que no es como dicen. El caso de Nevenka Fernández contra la realidad”, de Juan José Millás, y el testimonio real de la víctima, construyen una película que arranca con el encuentro de la protagonista confesando los hechos, que empiezan un año antes, y a modo de flashback vamos asistiendo a todos los pormenores. Contada de forma cotidiana y cercana que tiene estructura de cuento de terror, que se mueve en dos estados. Uno cuenta la cotidianidad de Nevenka y su entrada como concejal en el ayuntamiento y en el otro, se cuenta la triste realidad en la que Nevenka se ve sometida por el alcalde. Dos realidades. Una pública en la que el alcalde es un señor amable, simpático y con un admirable don de gentes, y en la otra, oculta, vemos a un tipo poderoso, depredador y violento. La película no cae nunca en el maniqueísmo, sino que expone unos hechos difíciles, siempre desde el lado de Nevenka, que no sólo sufrió el acoso y persecución del susodicho, sino que cuando hizo pública la historia, sufrió lo mismo con su entorno, medios y la opinión pública. Una mujer acosada por todos y todas. Una mujer que vivió en un constante miedo e impotencia, que no quería huir, sino proteger su identidad y su dignidad. 

Como suele ocurrir en el cine de Bollaín, la parte técnica es de primer nivel, en que la película tiene una factura elegante y muy sólida, con la cinematografía de Gris Jordana, que ha trabajado con cineastas como Clara Roquet, Laura Jou y Carla Simón, entre otras, con una luz mortecina que describe con minuciosidad una ciudad como Ponferrada (León), tan provinciana como cerrada, con sus calles, sus interiores, en una detallada composición donde prevalecen los planos cortos e íntimos, como el estupendo trabajo de música de Xavi Font, que le hemos visto mucho por el audiovisual gallego con Dani de la Torre, y en series como Hierro, Rapa y Auga seca, en una cinta con poca música, pero la que hay está muy bien situada, y el montaje de Nacho Ruiz Capillas, en ocho títulos con la directora, con una grandísima experiencia con más de 120 títulos, en un conciso y elaborado trabajo de montaje, donde el ritmo se va imponiendo en un relato muy íntimo y muy oscuro que se va casi a las dos horas de metraje intenso, doloroso y nada complaciente. Mención especial tiene el empleo del sonido que firman Iñaki Diez, ocho películas con Icíar, Juan Ferro y Candela Palencia, en que la sutileza está muy presente sin enfatizar en los momentos más duros. 

Otro de los grandes aciertos de Soy Nevenka es la elección de su reparto, porque tenemos dos interpretaciones creíbles y nada impostadas. Por un lado, tenemos a Mireia Oriol, fogueada en películas como El pacto y series como Les del Hoquei y La treintena, que le llega un gran personaje como el de Nevenka que lo acoge, le da toda la dignidad que se merece y compone con sabiduría un personaje nada fácil que pasa por todos los estados del miedo, la soledad, la tristeza y el coraje. Frente a ella está Urko Olazabal, que también estaba en Maxiabel dando vida a uno de los etarras Luis Carrasco. Aquí hace un tipo despreciable y narcisista, muy querido por sus ponferradinos pero en la sombra un mujeriego, depredador sexual y alguien poderoso que hace y deshace a su antojo. Después hay una retahíla de grandes intérpretes que dan profundidad a la historia y a los diferentes puntos de vista como Ricardo Gómez que hace de Lucas, fiel amigo de Nevenka cuando las cosas se ponen muy feas, y Carlos Serrano, mano derecha del alcalde, Xavi Font, el abogado que ayudó a la joven, Lucía Veiga, la jefa de la oposición en el ayuntamiento, Mabel del Pozo, madre de Nevenka, y Mercedes del Castillo, compañera en el consistorio, y demás rostros que dan con naturalidad todos los matices de sus respectivos personajes.   

Seguro que conocen la historia de Nevenka Fernández, amén del libro de Millás y la serie documental donde la mencionada protagonista relataba los hechos, por eso la película Soy Nevenka, de Icíar Bollaín, aportará nuevas situaciones, porque los ficciona y se adentra en todo aquello que hemos escuchado. También pueden verla para recordar un caso que significó un antes y después en este país en los casos de acoso sexual, porque Nevenka se atrevió a lo nunca una mujer había hecho, denunciar a un político y por ende, a no callarse, a denunciar unos hechos deleznables, a alzar su voz contra el poder, la persecución y contra el silencio que tantos siglos se vieron sometidas las mujeres. Es una película sobre la dignidad, sobre el miedo, sobre el acoso, pero también es la historia de una joven que se puso de pie, enfrentándose a la hipocresía y la actitud de mierda de todos y todas, que la convirtieron en verdugo cuando era la víctima, que la depilaron injustamente, que la acusaron por denunciar al agresor. También es una película que vuelve a aquellos años 2000 y 2001 y describe un país que todavía estaba anclado en los prejuicios y las apariencias y no veía más allá de sus ojos, sin profundizar y tomarse el tiempo necesario para tomar sus decisiones. No nos pensemos que estamos mucho mejor que entonces, algo hemos cambiado, pero visto la reacción de muchas instituciones y ciudadanos cuando casos de acoso sexual, todavía queda mucho camino, pero estamos caminando ya. que ya es mucho. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

10 años y divorciada, de Khadija Al Salami

10-anos-y-divorciadaMUÑECAS ROTAS.

Una niña de 10 años escapa de su marido y entra en una sala de justica, angustiada y temerosa, le comunica al juez que quiere divorciarse. A partir de este arranque impactante que no deja lugar a ningún tipo de dudas de las intencias de la película, la cineasta Khadija Al Salami (1966, Saná, Yemen) con una interesante trayectoria como novelista, en la que ha destacado en denunciar los abusos contra las mujeres de su país, se inicia en el mundo del cine, con un largometraje de denuncia, una obra que nos muestra la terrible odisea de una niña, Nojoom (estrellas, en lengua yemení) que es obligada por su padre a casarse con un hombre de 30 años a cambio de una renta pequeña. A través de flashbacks, con idas y venidas, vamos conociendo los orígenes de la familia de Nojoom, que viven del café en una zona rural, y todas las situaciones adversas que se originaran para que finalmente tengan que emigrar a la ciudad y comenzar una nueva vida.

Nojoom

Al Salami realiza una obra sin concesiones, directa y contundente, no se anda con rodeos innecesarios, muestra unos hechos terribles y dolorosos sin caer en el sentimentalismo y la condescendencia con su personaje, huye de adornos innecesarios y argumentaciones recurrentes, envuelve su obra a través de la mirada de su desdichada criatura, un gesto brutal que se arrastra en silencio, Nojoom se siente atrapada, presa de un destino oscuro, casada con un hombre que abusa sexualmente de ella, y la maltrata física y emocionalmente si ella no lo obedece. Una vida de mujer cuando sólo es una niña, infancia robada y vilipendiada, una vida que no es la suya, un tormento continuo, un infierno vital en el que se encuentran cientos de miles de niñas en todo el mundo, como explica la abogada durante el juicio. La película yemení, una cinematografía totalmente alejada e inexistente en nuestros cines, también puede verse como un estudio antropológico serio y realista de las condiciones durísimas de vida en las zonas rurales, y las ancestrales tradiciones patriarcales de sometimiento a las mujeres por parte de la voluntad y el deseo de los hombres, como la barbaridad de casar a la mujer ultrajada por su violador, o permitir que los hombres puedan casarse tantas veces quieran y cohabitar con todas sus mujeres, leyes de hombres contra la libertad y la dignidad de las mujeres.

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La cineasta yemení, afincada en París, sigue a su joven heroína en esta terrorífica situación a la que es expuesta, una niña que le roban su vida, una niña que sólo puede imaginar casas señoriales dibujándolas con tiza en el suelo, que vende su anillo de boda para comprarse una muñeca, que le encanta jugar y reírse con su hermano, pero que no le dejan ser quién es, y es obligada a ser quién todavía no es. Una película construida desde la mirada de una niña de 10 años, desde la mirada de alguien preso en su vida, la cámara captura todos esos momentos de forma honesta, tomando la distancia prudencial, contando sin entorpecer la mirada del espectador, estando ahí, siguiendo lo que ocurre, pero sin plantear ningún discurso moralizador. Una película humanista que, saca del olvido a muchas de estas niñas, dotándolas de una visibilidad que los medios no les ofrecen. La película denuncia, como el motivador y esclarecedor discurso del juez durante el juicio, “…recogiendo las miserias de una población ignorante y tremendamente analfabeta, apelando a la conciencia humana para considerar ciertos valores que controlan las vidas, de deshacerse de la ignorancia que ciega a los culpables, que inconscientemente delinquen en nombre de las tradiciones. Y también de la religión…” , discurso que recuerda a otro, sublime y brutal, el formulado por Charles Laughton en Esta tierra es mía, de Renoir, en 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, en la que el maestro cobarde, se dirigía a los presentes enarbolando la bandera de la libertad hablando sobre el valor y la dignidad humanas frente a la barbarie. Khadija Al Salami nos ofrece una película durísima, pero que no le falta poesía, a través de detalles ínfimos y muy cotidianos, pero llenos de esperanza a unas niñas que mientras tengan ganas de jugar nadie les podrá arrebatar sus vidas.