Monsieur Aznavour, de Mehdi Idir y Grand Corps Malade

EL INMIGRANTE QUE SE CONVIRTIÓ EN AZNAVOUR. 

“Je vous parle d’un temps. Que les moins de vingt ans ne peuvent pas connaître. Montmarte, en ce temps-là accrochait ses lilas jusque sous nos fenètres. Et si l’humble garni, qui nous servait de nid, ne payait pas de mine. C’est là qu’on s’est connu, moi qui criais famine et toi qui posais nue. La bohème. La bohème. Ça voulait dire. On est heureux… 

Fragmento de “La bohème”, de Charles Aznavour. 

Hay muchas formas de encarar una película que hable de una figura real, abundan las que optan por una línea convencional donde priman los hechos más relevantes, atendiendo a una clara idea de regodearse en los éxitos y pasar por alto los fracasos y obviamente, las partes más oscuras e incómodas que puedan asustar al respetable. Monsieur Aznavour, que cuenta parte de la historia del gran cantante de la “chanson”, Charles Aznavour (1924-2018), retratando buena parte de su camino para convertirse en un referente de la canción francesa durante muchos años. Hay, como no, una parte dedicada a sus éxitos, sus amores y demás sucesos, aunque la película opta por contarnos sus comienzos y sus intentos de ser cantante que no fueron nada sencillos. 

La pareja de directores Mehdi Idir (Saint-Denis, Francia, 1979), y Grand Corps Malade, pseudónimo de Fabien Marsaud (Le Blanc-Mesnil, Francia, 1977), encargada de llevar el ascenso de Aznavour, ya conocida por haber codirigido un par de películas más modestas de índole social y humanista como Patients (2016), basada también en un hecho real de Corps Malade cuando tuvo un accidente y pasó por una extensa y ardua rehabilitación, y Los profesores de Saint-Denis (2019), sobre un grupo de docentes en un instituto difícil. Con Monsieur Aznavour entran en la gran industria, con una cinta que ha sido un gran éxito de público en Francia con un relato planteado a partir de cinco episodios que son el título de tantas canciones, que ahonda en la intimidad y sencillez de un hombre común hijo de refugiados armenios que soñaba con cantar y al que seguimos sus peripecias como aspirante a cantante. Pasando por dos grandes encuentros en su vida: Pierre Roche, con el que componía y cantaba en varios pequeños clubes por París y sus provincias y demás, su estancia en Canadá, y luego, con Édith Piaf, con la que durante 8 años se convirtió en su chófer, secretario, músico y cantante telonero y mucho aprendizaje. Conocemos lo que hay detrás del cantante, del hombre menudo que luchó y creyó en su talento, a pesar de todos los inconvenientes: menudo, feo, voz rota e hijo de extranjeros. 

Una película con un gran despliegue técnico en su arte, vestuario y demás elementos que hacen que la vida del magnífico músico se convierta en una gran experiencia cinematográfica y sea un retrato íntimo de una época ya desaparecida e importante para la cultura mundial. Destacamos la excelente labor del cinematógrafo Brecht Goyvaerts, que tiene en su filmografía los nombres de Lukas Dhont y Julien Leclercq, entre otros, adaptándose a una película de múltiples lugares, espacios y el consiguiente recorrido de años, donde prevalece una luz tenue y cercana, como el estupendo arranque con Aznavour sentado de espaldas a nosotros mientras habla por teléfono. El montaje de una grande como Laure Gardette con más de 30 títulos en su tercera película con los mencionados directores, amén de tener una carrera muy interesante al lado de François Ozon, con el que ha trabajo en 11 películas, Maïwenn, Nadine Labaki y Cédric Jimenez, con un trabajo nada fácil para almacenar tantas secuencias con sentido y ritmo en sus 133 minutos de metraje.  Y cómo no podía ser de otra manera, las grandes canciones de Aznavour, como la citada “La bohème”, “Les deux guitares”, “Les comédiens”, “Comme ils disent”, “Tout s’en va”, “Emmenez-moi”, “For me formidable” y muchas más, y algún que otro tema de Trenet, la Piaf, y otros grandes temas de aquella época, de aquella bohème… 

Mención aparte tiene la grandiosa composición de Tahar Rahim con una formidable carrera como actor con grandes cimas como Malik El Djebena que hizo en Un profeta (2009), de Audiard, que lo lanzó a la fama, El pasado (2013), de Farhadi, El padre (2014), de Akin que, curiosamente, interpretaba a otro armenio que huía del genocidio en 1915, como sucedió con la familia de Aznavour, y demás películas que lo han llevado a ser uno de los actores más cotizados de Francia. Su Aznavour es una interpretación alucinante, convirtiéndose en el cantante con sus gestos, su mirada, su forma de moverse y sobre todo, esa mirada que hacía lo imposible por dejar su pasado, y seguir cantando, sin detenerse, porque ahí venían los temores. Le acompañan Bastien Bouillon como Pierre Roche, su compañero de fatigas de la canción durante un tiempo, al que hemos visto en películas como 2 otoños, 3 inviernos, Sólo las bestias y La noche del 12, Marie-Julie Buap es una grandiosa Édith Piaf, con su cosas, su excentricidad y su enorme talento, que hemos visto en Algo celosa, Las buenas intenciones y Delicioso, y otros intérpretes como Camille Moutawakil, Hovnatan Avedikian, Luc Antoni y Ella Pellegrini, entre otros.

Una película como Monsieur Aznavour tiene lugares conocidos en toda biografía que se precie, pero tiene muchos añadidos que la hacen, no diferente a las demás, sino algo peculiar, ya que nos relata mucho del difícil periplo del cantante que todavía no era cantante, del joven que quería cantar y se ganaba a pulso cada oportunidad, con su timidez, su “poca cosa”, pero llevado por una gran ambición y convicción de mostrar sus canciones, su voz rota y apagada, pero con ganas, solidez y empatía que se ganó con trabajo y constancia el oído de los franceses y el resto del planeta. Una película que no engrandece a su protagonista, sino que lo humaniza y lo tiene siempre frente a nuestra altura y frente a nosotros, siendo un tipo más que con su talento, sus melodías y letras reivindicó y cantó a los olvidados, a los invisibles, a todos/as aquellos derrotados y apaleados por la vida y la sociedad que, un día quisieron romper con lo que la sociedad tenía para ellos y se pusieron a derribar puertas, muros y lo que fuese por seguir su sueño. Estaremos atentos a la pareja profesional Mehdi Idir y Grand Corps Malade porque con las ilusiones y derrotas de Aznavour nos han convencido a base de cercanía, transparencia e inteligencia. Chapeau por ellos!!! JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El teorema de Marguerite, de Anna Novion

LA CONJETURA DE GOLDBACH.  

“Cuando demostraron que la tierra era redonda y no plana, cambió nuestra manera de ver el mundo. Nos permitió marcar un límite entre lo que sabemos y lo que no. Para eso son las matemáticas. Para buscar la verdad”.

La alumna Marguerite Hoffman estudia en la prestigiosa École Normale Supérieure (ENS), especializada en formar a los científicos más talentosos del país. Todo parece marchar bien  en el intenso trabajo para encontrar una solución para la “Conjetura de Golbach”, uno de los problemas más antiguos en matemáticas. Una demostración para ver el trabajo de 3 años, resulta fallida y la joven alumna abrumada por el error, se va de la escuela y empieza otra vida. Con esta premisa aparentemente cercana se cimenta el guion de la propia directora y Mathieu Robin, que ya estuvo en el debut de la directora Les grandes personnes (2008), Marie-Stéphane Imbert y Agnès Feuvre, que coescribió La fractura, de Catherine Corsini, entre otras, donde la cuarta película de Anna Novion (París, Francia, 1979), después de la citada, Rendez.vous à Kiruna (2012), y la serie Le Bureau des Légendes (2015), donde se ha movido por la comedia, el drama y la intriga, no es una historia ajena a lo que había ya planteado, porque encontramos elementos muy próximos, además, se adentra en el mundo de las mujeres científicas, en este caso, en una joven ambiciosa en conseguir descifrar semejante problema. 

Buena parte de la excelencia de la película se la debemos a la magistral interpretación de la actriz Ella Rumpf, que habíamos visto en Crudo, de Julia Ducournau, Tiger Girl y Mayday Club, entre otras, porque su composición de Marguerite es extraordinaria, ya desde su mirada y gesto, su vestuario con esas pantuflas con las que pasea su obsesión y rareza por el campus. Una mujer que debe demostrar que está ahí, que tiene una misión en la que trabajar, enfrentándose a un mundo masculino, y sobre todo, a ella misma. La película está contada a través de ella, a partir de su odisea, desde su interior, con su inteligencia, capacidad, constancias, miedos, inseguridades, inmadurez y todo lo demás, en su particular montaña rusa de emociones, huidas y complejidad. Un personaje muy humano, cercano y transparente, que ayuda a hablar de temas tan difíciles como las matemáticas superiores que, por otra parte, se cuentan desde lo didáctico, sin entrar demasiado en conceptos que podrían marear a los espectadores, no ocurre nada de eso, al contrario, saber mucho o poco de matemáticas no influye en absoluto en el devenir del relato que se centra en aspectos emocionales.

Novion se rodea de algunos de sus cómplices como el músico Pascal Bideau, que consigue una composición extraordinaria con esas melodías que nos sumergen en una historia planteada como un thriller psicológico, la montadora Anne Souriau, que tiene en su carrera grandes nombres como los de Claire Denis, Tsai Ming-liang y Jean-Pierre Améris, en una historia ardua porque se va casi a las dos horas de metraje, en el que hay pocos respiros, y mucha negrura, y sólo un par de personajes, amén del cinematógrafo Jacques Girault, del que hemos visto sus trabajos en Sauvage y Matronas, en un extraordinario empleo de los planos cerrados y oscuros en los que imprimen esa prisión obsesiva y demencial en el que se va metiendo la protagonista. La gran elección de Julien Frison como Lucas, que ha estado en las dos partes de la reciente Los tres mosqueteros, el otro alumno superdotado que rivaliza con Marguerite, que se convertirá en amigo/enemigo, la siempre maravillosa presencia de Jean-Pierre Darrousin, que ha estado en todos los trabajo de la directora, aquí como profesor con una relación complicada con Marguerite, la estupenda actriz Clotilde Courau, curtida en mil batallas, hace de madre de la protagonista, con la que también anda de medio lado, y finalmente, Sonia Bonny, compañera de piso de la prota, la antítesis de ella, porque es pura belleza y bailarina, pero una inútil para las matemáticas. 

Una película sobre la ciencia, y en concreto, sobre las difíciles matemáticas, pero para nada es elitista ni mucho menos, es lo contrario, una sencilla y honesta historia que pone el foco en las mujeres que se dedican a la ciencia, planteamiento que se agradece y mucho, porque hasta la fecha, salvo contadas excepciones, la voz cantante de la ciencia ha sido masculina. Otro gran acierto es presentar las mates como un desafío de altura sólo para unos pocos privilegiados, como si estuviésemos en una película de intriga, presentando los males de la dedicación enfermiza que puede destrozarte y destrozar tu entorno. El teorema de Marguerite, de Anna Novion tiene la gran habilidad de hablar desde la tranquilidad y la transparencia del ámbito interno académico, de las relaciones que allí se producen, y sobre todo, lo hace desde la honestidad y la intimidad, a través de una mujer que se cae una y otra vez pero nunca desiste, siempre continúa avanzando, algunas veces más lentas que otras, pero en definitivo, siempre trabajando y trabajando para demostrar y demostrarse que pueda ser una más, y que los desafíos matemáticos no son sólo un reto, sino una forma de vida y de amar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Artur Tort

Entrevista a Artur Tort, cinematógrafo y comontador de la película «Pacifiction», de Albert Serra, entre muchas otras, en su domicilio en Barcelona, el martes 6 de septiembre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Artur Tort, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por hacernos un retrato tan bonito. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Los hermanos Sisters, de Jacques Audiard

EN EL LEJANO OESTE.

Muchos han sido y serán los que vaticinen erróneamente el “The End” del western, quizás, el género por excelencia del cine, ese género que en los cincuenta y sesenta no hubiera otro que le tosiera, un género que tuvo que reinventarse a menudo para continuar cabalgando, y nunca mejor dicho, un género muy personal, íntimo y profundo, una especie de modus vivendi para muchos autores que se acercaron a su naturaleza con resultados en mayor o menor media satisfactorios, una forma de ver el mundo, de enfrentarse a él, de acariciar eso que algunos han llamado libertad o al menos alguna sensación parecida, una idea de ser uno mismo, de sentirse libre cabalgando a lomos de un caballo, sin ataduras de ningún tipo, libre como el viento, sintiendo toda la naturaleza en estado primitivo y salvaje, expuesto a todo tipo de circunstancias adversas, pero, sobre todo, vivo. Quizás muchos serán los sorprendidos cuando vean al mando de Los hermanos Sisters, un director como Jacques Audiard (París, 1952) aunque esa sorpresa inicial quedará disipada cuando penetren en las costuras de la película y se detengan con tiempo.

Lo primero que hay que mencionar es que el relato está basado en la segunda novela homónima de Patrick DeWitt, un escritor canadiense que ha vivido en Oregón y California, lugares donde sucede la narración. Segundo, el guión lo firman el propio Audiard con uno de sus colabores más estrechos, Thomas Bidegain, que curiosamente debutó como director en el 2015 con Mi hermana, mi pequeña, un relato con múltiples resonancias del western. Y tercero, no estamos ante una película más, ni un western más, ni mucho menos, sino en una película de Audiard que alimenta lo noir y carcelario de su cine, un cine de tipos a la deriva, unos fueras de la ley en toda regla, imbuidos por su forma arriesgada y violenta de vida, sino recuerden al delincuente de Lee mis labios, al tipo que se negaba a seguir los pasos paternos en el negocio sucio de la inmobiliaria en De latir, mi corazón se ha parado, el preso convertido en magnate en  Un profeta, el tipo de peleas clandestinas de De óxido a hueso, o el trabajo siniestro en el barrio durísimo de Deephan. Queda claro que Audiard conoce al dedillo esos ambientes hostiles y despiadados que podemos encontrar en su western, el primero de su intensa carrera.

Si bien, Audiard huye de la épica y la aventura, para centrarse en un relato muy reflexivo y muy profundo, más cercano al oeste de finales de los cincuenta y principios de los sesenta, cuando el género se reinventó por enésima vez para seguir insuflando a la gran pantalla de historias de vaqueros. Esta vez, acercándose a la filosofía, con tipos de vueltas de todo, viejos y cansados, que andaban a paso lento pegando sus últimos disparos, rememorando sus años de gloria o simplemente cuando eran más jóvenes y más fuertes, y sobre todo, yendo a la búsqueda de un lugar para bajarse del caballo y reposar finalmente, una especie de viaje de vuelta a lo Ulises, donde la película da buena cuenta de esa vuelta a casa, a los orígenes después de una y mil batallas, propio de la tragedia griega y de cómo no, de El Quijote. El cineasta francés nos sitúa a mediados del siglo XIX en plena fiebre del oro, y nos llevara viajando por el noroeste americano desde Oregón a las tierras californianas, en compañía de dos hermanos, Charlie, el pequeño y líder de los dos, un tipo violento, malcarado y visceral. A su lado, Eli, el mayor, todo lo contrario, una especie de guardián de su hermano pequeño, más reposado, juicioso y más cometido. Eso sí, los dos asesinos a sueldo de un tal Comodoro, el cacique de la zona, protagonizado por Rutger Hauer.

El nuevo trabajito de  los hermanos consiste en arrebatar a un genio de la química, un tal Hermann Kermit, una fórmula mágica que se vierte en el agua y consigue dejar a la vista las pepitas de oro. Por otro camino, John Morris, detective también pagado por Comodoro, anda en la misma tarea, aunque, como suele ocurrir a veces, las cosas no salen como se esperan y todo se acaba liando de mala manera. El cinematógrafo Benoît Debie, colaborador de Harmony Korine y Gaspar Noé, entre otros, impreime esa luz crepuscular y mortecina que tiene la película, no obstante, el arranque y el cierre llenan de negro toda la pantalla, también, contribuye la película en 35 mm, para dotar al relato como un cuerpo orgánico que vive, se agita y se torna tangible, sudoroso, íntimo y muy profundo, como esa música de Alexandre Desplat, en todas las películas de Audiard, menos en Deephan, que insufla a las imágenes de esa cadencia propia del cine del oeste, donde se mezclan largas cabalgatas por mitad de caminos rocosos y desérticos, con apacibles noches junto al fuego, o enfrentamientos crueles y muy violentos donde los disparos suenan secos, vacíos y nos explotan en el alma.

La octava película de Audiard nos devuelve a nuestra infancia postrados en la tele a media tarde viendo una de vaqueros y de indios (como el magnífico texto que lanza desde lo más profundo del alma el personaje de Phoenix hablando de todo aquello que significa el “far west” para él) devolviéndonos a la memoria el western metafísico, el western clásico pero con armadura contemporánea como los de Ford en Dos cabalgan juntos o Centauros del desierto o Los profesionales, de Brooks, por citar algunos, tipos duros, de infancias más duras, con sus revólveres como único sustento, que andan en busca de otros, pagados por gentuza de la peor calaña, y así van, aniquilando a todo aquel aventurero que quiera liquidarlos, no por su dinero, que lo hay, sino por la fama que le reportaría asesinar a tipos tan famosos, como ocurría en El pistolero, de King. También, hay mucho de El tesoro de Sierra Madre, de Huston, o la incesante codicia del ser humano de conseguir aquello que no tiene, cueste lo que cueste, convertido en un demente peligroso que no tiene fin, ni ningún escrúpulo que lo detenga.

El relato de fraternidad, de largas conversaciones profundas y diferentes que les hablan de ellos mismos o aquello que fueron y nunca serán como en Duelo en la alta sierra, de Peckinpah, o esos títulos aún más reflexivos y desnudos emocionalmente hablando de Monte Hellman, donde el hombre y sus circunstancias, está por encima del pistolero y su leyenda. Un reparto de altura como no podía ser menos con un Joaquin Phoenix convertido en un actor que deslumbra con cada rol que interpreta, dotando de dureza, de caballo salvaje imposible de domar, y encarnando a esos tipos a punto de derrumbarse pero que, sin que nadie lo sepa, continúan resistiendo a pesar de los duros embates de la vida. A su lado, John C. Reilly, originador del proyecto, un actor que sabe interpretar con sencillez y astucia a esos tipos a la vera, como un Sancho Panza bondadoso, inteligente y sagaz a la sombra del jefe, pero con más humanidad que todos los que le rodean. Jake Gyllehaal es el detective Morris, alguien capaz de enfrentarse a quién sea, alguien empático en ese universo híper-violento y muy hostil, y finalmente, Riz Ahmed, el intelectual del circunstancial grupo, alguien diferente, un tipo de otro tiempo y otra realidad, alguien que siente que ha conseguido la gallina de los huevos de oro, y nunca mejor dicho.

Los hermanos Sisters engrosa ipso facto desde su estreno en los westerns míticos, no solo de la historia, sino del nuevo siglo cabalgando a la vera con El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, de Dominik, Valor de ley, de los Coen, Los odiosos ocho, de Tarantino o Sweet Country, de Thornton, títulos que vienen a regenerar un género en constante ebullición, aunque algunos piensen lo contrario, porque mientras allá alguien capaz de empuñar un revólver y disparar a aquellos que huyen, el género seguirá vivo y latiendo con fuerza. Audiard ha logrado sumergirnos en su relato, en su interior, en todo aquello que no vemos pero está ahí, hablándonos de hermanos, de amistad, de tiempo finito, de tiempo en pausa, de cambiar de vida, de ser más que tener, de olvidarse de quién fuimos para ser quién verdaderamente hemos querido ser, de estar más que ir, de sentir más que guardar, y sobre todo, de devolvernos a lo que éramos y alejarnos de lo que somos, porque lo odiamos, porque nos hemos cansado y porque ya no tiene sentido. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Una razón brillante, de Yvan Attal

EL DISCURSO DE LA RAZÓN.

“La dialéctica erística es el arte de discutir, pero discutir de tal manera que se tenga razón tanto lícita como ilícitamente — por fas y nefas

Arthur Schopenhauer

Neïla Salah, de origen argelina, ha vivido toda su vida en el extrarradio parisino, pero siempre ha querido ser abogada, y de esa manera, romper con lo establecido y llevar una vida diferente a la que dice su condición humilde. Su primer día de clase, en la prestigiosa Facultad de Derecho Assas de París, llega cinco minutos tarde, y entonces su profesor, Pierre Mazard, con formas arrogantes y provocativas, la humilla delante de cientos de alumnos, hecho que derivará en las oportunas sanciones administrativas para el profesor, pero obligado por el decano puede detener si prepara a Neïla para un concurso estatal de oratoria. El profesor no tiene más remedio que aceptar si quiere mantener su cabeza, y la joven hará lo mismo si quiere salvar el curso. El director Yvan Attal (Tel Aviv, Israel, 1965) ha desarrollado una interesante carrera como intérprete dirigido por nombres tan ilustres como Kassovitz, Doillon, Winterbottom, Lelouch o Rappeneau… pero, a su vez, también se ha pasado detrás de las cámaras en tramas de índole social y personal, donde sus personajes se ven inmersos en situaciones graves que les harán tambalear todo su mundo, siempre en un tono cómico.

Ahora, siguiendo ese tono de explorar temas serios pero con momentos divertidos, nos presenta a un solitario profesor, magníficamente interpretado por Daniel Auteuil, cínico como el que más, egocéntrico, y algo mezquino, que micrófono en mano, provoca a su audiencia para levantarlos de sus cómodos asientos de estudiantes y guiarles por otros caminos, a través del conocimiento, la cultura y el lenguaje. En la otra esquina tendrá que batallar con su antítesis, la joven alumna de primero, interpretada por Camélia Jordana, en las antípodas de lo que espera el profesor de su alumna, aunque el trabajo que les ha unido, lentamente les apartará de sus posiciones antagónicas y les llevará hasta ese punto en que sorprendentemente, no somos tan diferentes los unos a los otros. A través del libro “El arte de tener razón”, de Arthur Schopenhauer (1788-1860) Mazard prepara y provoca a Neïla para que argumente sus razones, convenza a su rival, y sobre todo, se convenza ella misma de su potencial, y su discurso, porque es más importante los argumentos y la forma de expresarlos que tener razón, porque no se trata de buscar la verdad, sino convencer al que tenemos delante, y ya que estamos en un concurso de oratoria, dejar claro al jurado que nosotros expusimos nuestro argumento con más claridad y nervio.

El profesor conoce el potencial de su alumna y lo explota hasta sus últimas consecuencias, adoptando métodos que tienen poco de ortodoxos, que seguramente serían rechazados por la comunidad educativa, pero consiguen sus objetivos, despertar a sus alumnos, y provocarles ese pensamiento crítico, que les llevará a replantearse muchísimas cosas y a emprender caminos diferentes, espacios que hasta ahora nunca habían explorados. Attal construye una especie de revisión de Pygmalion, de George Bernard Shaw, moderno y ágil, en el que el burgués se ha convertido en profesor, y la florista ahora es una estudiante, y el objetivo de convertir a una humilde joven en una dama de clase alta y distinguida, pasa a ser en una magnífica concursante de oratoria, seduciéndonos en un emocionante combate dialéctico de primera línea, en un tour de force con dos actores que rayan a una grandísima altura, en largas secuencias donde la palabra se apodera de los encuadres y  de nuestros sentidos, en una película de fuerte ritmo, donde constantemente nos hacemos preguntas.

Del profesor poco sabemos, su soledad es evidente y su forma de protegerse ante ella (resulta muy cómico y relevante el incidente con la señora y el perro por la calle) y sus maneras de profesores, rechazadas por casi todos, aunque sus alumnos lo recuerden como gran provocador de ideas y reflexiones. De la alumna, conocemos que vive a las afueras, donde parece que la vida y la libertad pasan de largo, en esa Francia que aboga por convivencia y fraternidad, pero que separa por clases, aunque Naïla trabaja para salir de ahí, para construirse una vida diferente, como hace con su novio, para que trabaje por su vida, aunque cueste mucho. Attal presenta unos suburbios que huyen de lo convencional y el dramatismo de otras películas, la película va por otro sitio, se plantea los diferentes prejuicios que todavía debemos vencer para liberarnos de nuestras maletas emocionales, y quizás la educación, el conocimiento, y el amor hacía la lengua y la cultura, sea francesa o de cualquier lugar, puede ser el mejor vehículo para crecer como persona y dejar de mirarnos a nosotros constantemente, y empezar a mirar al otro, y no sólo mirarlo, sino también a escucharlo, y a entenderlo, acercarnos más a los otros, y dejarnos esos estúpidos prejuicios convencionales y sociales que arrastramos y nos alejan mucho más de esas personas que también tienen mucho que mostrarnos y amarnos.