Entrevista a Fèlix Colomer

Entrevista a Fèlix Colomer, director de la película «Shootball», en el marco del DocsBarcelona. El encuentro tuvo lugar el domingo 3 de junio de 2018 en las oficinas de la productora Forest Film Studio en Sabadell.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Fèlix colomer, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Tariq Porter y Ana Sánchez de Trafalgar Comunicació, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

Indiana, de Toni Comas

EL LUGAR DONDE NUNCA PASA NADA.

Pueblos pequeños donde todos se conocen o al menos así lo piensan. Lugares rodeados de tierra arenosa, y grandes superficies de cultivo, en las que hay carreteras larguísimas a las que nadie sabe hacía adonde te llevan. Gentes sencillas, gentes dedicadas a sus trabajos, a sus familias, gentes que habitan esos lugares donde se mira el silencio, donde todos los días son o parecen iguales, donde cada cosa que sucede, por mínima que sea, agita el lugar y alerta a todos, aunque lo que suceda sea una cosa sin importancia. En este ambiente rural del medio oeste estadounidense, crocretamente en Indiana, nos sitúa Toni Comas (Barcelona, 1971) un cineasta que lleva años residiendo en Nueva York, pero que para su primer largo de ficción se ha ido a la América profunda, aquella que raras veces se erige como la protagonista. Comas que tiene en su haber el documental Building Stories, sobre Trump y su arquitecto, y el guión de Bag Boy, Lover Boy, se enfrasca en una trama que previamente había arrancado como un documental sobre los fenómenos paranormales en Indiana, aunque la complejidad del asunto, le llevó a construir una película de ficción sobre los “Spirit Doctors”, un par de colegas que altruistamente se dedican a ayudar a las personas que han sufrido presencias paranormales en sus vidas. Hasta aquí podríamos pensar que la película de Comas nos encamina a una especie de “Cazafantasmas” rurales,  pero la cinta se mueve por terrenos completamente antagónicos, alejado del efectismo o sensacionalismo de este tipo de películas o ambientes.

La película de Comas se centra en algunos casos haciendo hincapié en uno de ellos, pero no lo hace desde lo tajante, sino desde la incertidumbre y la complejidad, ya desde sus personajes principales, Michael, uno de los “Spirit”, es un ejecutivo de traje inmaculado, que cuando sale del trabajo viste chándal, además, su mujer le ha abandonado y él sigue sufriendo esa tristeza y ausencias, por su parte, el “otro spirit”, Josh, vive en una de esas caravanas que tanto se ven en el medio rural, está divorciado y comparte la custodia de su hijo preadolescente. La película no se centra en averiguar y responder, sino a formular y formularse preguntas, viajamos con los “Spirit” en ese 4×4, en silencio y en calma, como si fuesen seres de otro planeta, vagando sin rumbo por el espacio, encontrando las respuestas necesarios para entender y entenderse, aunque quizás sea el viaje o la trayectoria lo único sincero y real en la película, no lo sabemos, la película tampoco se decanta, y esto es de muy agradecer, nos movemos con sus protagonistas, descubriendo los diferentes casos y entrando en ese mundo desconocido, cercano y a la vez, muy extraño.

Sin ser una película de terror al uso, o esa película-producto de sustos y argumentos facilones con asesinos invencibles que nos tienen tan acostumbrados el cine convencional, consigue esa atmósfera inquietante y agobiante con mínimos recursos, dejando que la cámara los sigue como una presencia más, sin teledirigir al espectador, dejando el espacio conveniente, al que acompaña esa luz mortecina, donde el sol parece sombrío, como sin fuerza, creada por la cinematografa Anna Franquesa Solano. Comas y su coguionista Charlie Williams, han construido una película muy sobria y contenida, una película de ausencias y presencias, capturando ese espacio incierto, que quizás no sea de este mundo, moviéndose entre lo espectral y lo terrenal, entre lo racional e irracional, entre lo que sabemos o intuimos que sabemos, y aquello que desconocemos, entre nuestros miedos y conflictos interiores, y lo otro, ese espacio extraño, desconocido, invisible pero visible, algo que nos lleva hacía lugares que nunca hemos visto o sensaciones nunca vividas.

Si bien podemos intuir el cine de David Lynch, en la medida de ese terror cotidiano, ese que se cuela en nuestras casas, aquel que vive entre nosotros, el que nos saca fantasmas de nuestro interior, los temores que nos acechan que conviven en nuestro interior, los que no nos dejan dormir y nos atormentan, sin olvidarnos del estado de ánimo que padecían los personajes de Antonioni, que eran incapaces a encontrarse en una isla pequeña, o que deambulaban por las ciudades sintiéndose extraños de sí mismos, o que les abrumaba la desolación en los momentos más inoportunos, seres que parecían moverse entre sombras, entre otras dimensiones, desconectados del mundo, y sobre todo, de todos, y de ellos mismos. Comas consigue un reparto ajustado y estupendo que saben lidiar con unos personajes nada fáciles, consiguiendo embaucar al espectador en este cuento de terror atípico, diferente, y extrañamente inquietante, que atrapa con lo mínimo, conduciendo al público por un laberinto donde hay personajes siniestros, situaciones muy inquietantes, y sobre todo, un paisaje humano donde todo puede ocurrir, aunque sea de esos lugares donde nunca pasa nada.

Shootball, de Fèlix Colomer

VÍCTIMAS Y VERDUGOS.

“Es tan importante ver con quién se habla cómo con quién no se puede hablar”.

La película se abre con una imagen terrorífica, y a la vez, esclarecedora del contenido de la película que veremos a continuación. Vemos a Manuel Barbero, un padre que muestra dos fotografías de su hijo, una, en la que su expresión es triste, y después, otra fotografía, en que la expresión es alegre. Dos imágenes, dos fotografías, las que explican el antes y el después, las que distan cuando su hijo abandono el colegio, y cuando entró en el centro. A partir de esta imagen, la de un padre que muestra a su hijo, en dos momentos, en ese espacio que su vida cambió para siempre, la película nos abre la puerta a la trama de abusos sexuales a menores más grande que ha ocurrido en España, y más concretamente, en diferentes colegios de los Maristas de Cataluña. El director Fèlix Colomer (Sabadell, 1993) que ya despuntó con su primera película Sasha (2016) opta, en su segundo trabajo documental, por la investigación periodística, asumiendo el rol de un personaje más, alguien que quiere saber, alguien que busca a las personas relacionadas con el caso para hablar con ellos, exponiendo los hechos, y dando buena cuenta de las investigaciones llevadas a cabo, y escuchando a los diferentes testimonios, desde su posición de cineasta, de aquella persona curiosa e inquieta que utiliza el documental como medio para filmar aquello que ha de filmarse, aunque haya algunos que lo impidan.

Colomer construye su película a través de dos miradas, la de las víctimas, a través de Manuel Barbero, el padre que ha luchado contra todos para que no quede impune lo sufrido por su hijo, y tantos otros, que sufrieron los abusos en un período de 30 años. Y en el otro lado, la de Joaquín Benítez, el profesor de educación física que aprovechó su posición para cometer los abusos. Como ocurría en Sasha, Colomer nos habla de un niño, o unos niños, la parte más vulnerable de la sociedad, un niño que sufre los abusos y el terror de los mayores, un niño que encuentra refugio lejos de su entorno, en otra familia, otra vez la familia como centro en la película. Pero, en Shootball (juego inventado por Benítez, una versión sofisticada del “juego de matar” de toda la vida, que la  película lo utiliza para hacer un símil con la palabra “shoot” que significa disparar, abusar como lo que él hacía a sus víctimas) el director sabadellense (graduado en la Escac en Montaje) habla con todos los que puede o dejan, ya que el documental también deja patente las estructuras del poder, cuando deja al descubierto la inoperancia de instituciones como la policía, Generalitat y los propios Maristas, en un sistema que parece no perseguir sus miserias y anteponer los principios e intereses conservadores, donde unos y otros ámbitos del poder se protegen, haciendo caso omiso a los problemas reales de la población.

Colomer expone los temas que van surgiendo de forma clara, a través de entrevistas, explicando aquellas que no pudo hacer, hablando de manera sencilla y trasnparente con los implicados en el caso, con los jóvenes de ahora que hablan a cara descubierta sobre los abusos sufridos cuando eran niños, con los padres, los representantes de las instituciones, y pedófilos, entre ellos, la entrevista con Benítez, donde este nos habla de sus problemas psicológicos, los abusos que cometió, y su aparentemente arrepentimiento. La película transmite verdad y honestidad, la cámara captura a las personas de manera directa, sin tapujos ni vericuetos, todo está pasando aquí y ahora, sin adornos, ni efectismos. Colomer construye una investigación fascinante y seria, que nos lleva de una oficina a otra, de un lugar a otro, como esa superficie de madera, a modo de puzle de la propia investigación, con fotografías y notas, conectados por hilos que se cruzan y entrecruzan (que actúa como metáfora de la trama compleja de los abusos de los Maristas). Una película que entra en diálogo con Capturing the Friedmans, donde se analizaba desde el material de archivo el caso de pederastia de un padre y su hijo a los niños del vecindario que acudían a sus clases particulares, donde como nos advierte la cita que abre la película de Colomer, en la que todos parecemos amables y buena gente, desconociendo aquello que se oculta en nuestro interior, por muy monstruoso y oscuro que resulte, pero completamente invisible ante los ojos de nuestro entorno más cercano.

La película es un durísimo, valiente, necesario, interesante y conmovedor documento sobre las miserias del poder, sobre la impunidad de los abusos a menores, sobre los mecanismos inoperantes de la ley para terminar con esta lacra que afecta diariamente a tantos menores, y todo lo cuenta desde la sinceridad, recopilando hechos y mostrándolos, cotejándolos con los implicados,  desde el medio documental, aquel medio que tiene que coger la pala cuando otros se han cansado de cavar, y también,  la crónica de un hombre valiente y firme, sobre la honestidad y el convencimiento de un padre, de alguien como nosotros, de un hombre corriente, de un hombre que no se esconde ante el horror, que ante la injusticia y el dolor se levanta y pregunta, moviéndose hacía todos los lados, investigando él porque suceden estas cosas, y no sólo eso, el porqué no se investigan, porque no hacen más aquellos que deben hacer más, pero Manuel Barbero no es un hombre derrotado, es un hombre fuerte, persistente y no cejará hasta que todo se aclare, en el juicio pendiente por celebrarse, y los culpables entren en prisión.

Entrevista a María Cañas

Entrevista a María Cañas, directora de la película «Expo Lio’92», en el marco de l’Alternativa. Festival de Cinema Independent de Barcelona. El encuentro tuvo lugar el viernes 17 de noviembre de 2017 en el hall del Teatre CCCB, en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a María Cañas, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, al equipo de l’Alternativa, y al equipo de La Costa Comunicació, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

Entrevista a Ainara Vera

Entrevista a Ainara Vera, directora de la película «Hasta mañana, si Dios quiere», en el marco del DocsBarcelona. El encuentro tuvo lugar el lunes 28 de mayo de 2018 en el Parque de la España Industrial en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ainara Vera, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Tariq Porter y Ana Sánchez de Trafalgar Comunicación, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

El hombre que mató a Don Quijote, de Terry Gilliam

LAS AVENTURAS DE UN INGENIOSO HIDALGO.

“Llevamos tanto tiempo con esto que la simple idea de poder terminar de rodar esta película ‘clandestina’ es casi surrealista. Cualquier persona sensata se habría rendido hace años, pero a veces los soñadores cabezotas ganan al final. ¡Así que gracias a todos los fantasiosos, a los paganos y creyentes que se unieron a mí para hacer de este sueño de casi toda una vida una realidad!”

Terry Gilliam

La película se abre con un texto significativo sobre la historia de la película, en el que el propio director nos explica brevemente que después de 20 años, haciendo y deshaciendo la película, por fin se puede mostrar. Porque la historia de este proyecto arrancó allá por 1998, en el año 2000 empezó el rodaje con Jean Rochefort como Quijote y Johnny Depp como partenaire, después de problemas y contratiempos de toda índole, el rodaje se detuvo a las dos semanas, buena cuenta de todo lo ocurrido podemos encontrarlo en el documental Lost in La Mancha (2000). Hubo otro intento serio de hacer la película con John Hurt como Quijote, pero al poco la grave enfermedad que sufría el actor paró todo el rodaje. Finalmente, en el año de 2017, la película empezó su rodaje y todo llegó a buen puerto.

La película es una obsesión personal de Terry Gilliam (Mineápolis, Minnesota, EE.UU., 1940) un tipo curioso y peculiar que fue uno de los miembros de los Monty Python, el grupo cómico, satírico y burlón sobre la idiosincrasia británica, en el que Guilliam codirigió algunas de sus películas como Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores o Los héroes del tiempo, después de la disolución del grupo, Guilliam debutará en solitario con Brazil (1985) distopía sobre un futuro deshumanizado, cruel y vacío, convertido en uno de los títulos más prestigiosos de su filmografía, le siguieron Las aventuras del Barón Münchhausen, El rey pescador o Doce monos, películas que aumentaron su prestigio como cineasta, luego llegaron otros filmes muy desiguales como Miedo y asco en Las Vegas, El secreto de los hermanos Grimm, Tideland, El imaginario del Dr. Parnassus y The Zero Theorem. Cine que mezcla de forma abusiva, la acumulación de personajes envueltos en situaciones rocambolescas que parecen no tener fin ni mesura, en la que sus fábulas a medio camino entre el circo, el clown, la farsa, el metalenguaje y demás, unas veces irrita sobremanera y otras enloquece sin encontrar una medida justa. El hombre que mató a Don Quijote tiene desmesura y locura, como no podía ser de otra manera, tiene excesos narrativos y secuencias que funcionan unas mejor que otras, donde ese límite entre lo contenido y lo acumulativo, no siempre casa con la mejor de las posibilidades.

Gilliam inventa y reinventa su lectura del universo cervantino, al que no siempre se ha sabido capturar en la gran pantalla, los trabajos de Manuel Gutiérrez Aragón, tanto en formato de serie televisivo o cine, se fraguan más en lo clásico, siguiendo las andaduras del ingenioso hidalgo y su fiel y salvador escudero. Quizás, la visión de Welles con su Don Quijote inacabado, que finalmente acabó su ayudante Jesús Franco, tiene esa relectura del clásico, convirtiendo a los dos protagonistas en auténticos símbolos de lo antaño, de lo que perdura, aunque el mundo se haya transformado, haciéndolos emprender sus andanzas en la España franquista del momento, visitando ciudades en fiestas. Guilliam no sumerge en una aventura que mezcla múltiples formas y texturas, en la que Toby, un cineasta perdido está rodando un spot protagonizado por Don Quijote y Sancho Panza, cuando hastiado y nervioso, coge una moto y se presenta en un pueblo perdido de La Mancha, donde años atrás filmó su versión del Quijote en plan cine independiente. Allí, se reencontrará a Javier, un zapatero que dio vida a su Quijote, aunque el tal Javier ha perdido el oremus y vive creyéndose su personaje (algo parecido le sucedió a Bela Lugosi con Drácula o a Jonny Weissmüller con Tarzán) y si quererlo ni pretenderlo, los dos asumen sus roles y empiezan a encontrarse en situaciones de todo tipo, más aún cuando Toby se reencontrará con Angélica, la joven que interpretó a Dulcinea en su película de la que está secretamente enamorado.

Gilliam vuelve a contar con Tony Grisoni, uno de sus cómplices, en tareas de escritura, y no sumerge en la mente distorsionada de Javier/Quijote, en el que la realidad deja de tener sentido para abrir otra dimensión, donde lo que vemos es una mezcla entre realidad y ficción, entre tiempos de antaño y actuales, entre conflictos y sueños, aunque en algún momento los excesos de Guilliam se imponen en la película, y parece llevarnos hacia la acumulación y la desmesura, en cambio, en otros, en su mayoría donde la película es un fascinante juego de metacine, en el que todo es posible, donde la trama se convierte en una auténtica aventura de Don Quijote y Sancho Panza, en el que nos encontramos diversos personajes, que nos trasladan al siglo XVI y a los tiempos actuales, donde una puerta o un camino te transporta a otra dimensión, a otro estado de ánimo, donde te esperan granjeros o inmigrantes sin papeles, donde taberneros se convierten en caballeros feroces que se baten en duelo, o donde un baño en un río o un lago deviene la aparición de ese amor secreto y añorado.

Una película donde podemos toparnos con un castillo en el que hay los enemigos más acérrimos pasan a ser mafiosos rusos que se divierten riéndose del débil, de aquel que en su locura o su imaginación, o las dos cosas a la vez, no sabe distinguir la realidad ni a él mismo, o quizás, reinterpreta la realidad que rechaza a su manera, dejándose llevar por su interior o sus sueños. A través de la luz, inspirada en las pinturas de Goya, que van desde la luminosidad de los exteriores, atrapados en ruinas o ríos, a la oscuridad y la suciedad de los interiores, con sus momentos abstractos o surrealistas, en el que las pinturas de Doré (que ilustró en el siglo XIX la obra de El Quijote) en el que la leyenda y las novelas de caballería adquieren todo su imaginario y esplendor, en el que el inmenso trabajo de Benjamín Fernández en el arte, contribuye a crear esos microcosmos oscuros, apabullantes y misteriosos donde conviven reinos y lugares a cuál más suntuoso o ruinoso, y la espectacular y maravillosa de Roque Baños.

Gilliam rescata al perdido Jonathan Pryce de Brazil para que sea su Don Quijote, con su locura, su rechazo a las convenciones modernas, su amor por las formas de la caballería, y su posición adversa a un mundo desorientado y vacío. Le acompaña Adam Driver en un imposible Sancho, como ese cineasta sin camino, añorando el pasado e incapaz de tomar las riendas de su vida, que se mueve en la película como un extraño en tierra extraña, entre batacazo y golpe, la presencia maravillosa de Joana Ribeiro como Angélica, que se mueve entre la dureza de ser esclava del señor oligarca o ese amor recuperado, entre medias de una vida fracasada como actriz, o las inquietantes y divertidas presencias Óscar Jaenada como Gitano, Sergi López y Rossy de Palma como matrimonio de granjeros o no, y Jordi Mollá, como amo y señor del castillo, algo así como una caricatura de Putin o algo peor. Por fin podemos ver la interpretación de Gilliam sobre Don Quijote, en la que hay más ideas bien contadas y resueltas que no, en una película que no deja indiferente, que entras o no, que consigue atraparte o en cambio, te deja fuera, invitándote a ese universo paralelo o no, a ese mundo en el que cabe de todo, diversión, comicidad, drama, tragedia, donde se mezclan tiempos, personajes, mitología, leyendas, mitos y mucha aventura.

Dede, de Mariam Khatchvani

UN ESPÍRITU INDOMABLE.

En un instante de la película, donde asistimos a una carrera de caballos, Dina, la protagonista, cabalga a lomos de un corcel negro, su determinación y sus maneras guiando al caballo, nos devuelven ese aire de libertad y determinación que tienen ciertas personas, desvelándonos algo que ruge en su interior, mostrándonos ese espíritu indomable y rebelde que demostrará a lo largo del metraje, un alma inquieta y fuerte que no se arrodillará frente a nadie ni nada que se le interponga en su camino. La puesta de largo en la ficción de Mariam Khatchvani (Ushguli, Georgia, 1986) después de un período dedicada al documental y al cortometraje, donde ha sido reconocida internacionalmente, es una película inspirada en la vida de su abuela, donde la directora pone el foco en una mujer, la joven Dina, que vive en una de esas aldeas, en la región de Svanetia, entre las montañas del Cáucaso, en Georgia. La directora nos sitúa en los albores de 1992, después del amparo soviético, los georgianos se enfrentaban a una guerra interna y a sus propios conflictos territoriales.

Aunque, Khatchvani nos habla de otra guerra, la que sufre Dina, que obligada por la familia a casarse con David, que vuelve de la guerra, aunque la joven está enamorada de Gegi, compañero de armas de David. Dina no es de esas mujeres obedientes y que se dejan amilanar, su carácter le hará enfrentarse a su familia y su futuro esposo, negándose a seguir la tradición y dispuesta a romper las normas y decidir su propia vida. La directora georgiana construye una ficción, pero que la hermana con el documental en muchos aspectos, y a las formas cinematográficas de Rossellini (por ejemplo en Stromboli, terra di Dio, cuando encerraba en esa isla-cárcel a Ingrid Bergman, extraña de sí misma y extraña para los lugareños) desde la elección del reparto, en el que sólo hay un actor profesional, George Babluani que da vida a Gegi (al que vimos en 13 Tzameti) el resto del elenco lo componen habitantes de la región donde se filmó la película, también, donde pasó la directora su infancia,  y otro dato significativo, la película se rodó en georgiano y en svano, un dialecto hablado por unas 30000 personas muy propio de la zona.

La película obedece a la tragedia clásica, donde alguien que sigue su propio instinto, se enfrenta al poder, aquí el sistema patriarcal atávico que impone su poder al de las mujeres, meros seres obedientes, esposas a su pesar (cuando no acceden son secuestradas, práctica deleznable que sigue vigente en las zonas rurales de otras repúblicas próximas como la de Kirguistán, como explicaba el documental Grab and Run, de Roser Corella) y sobre todo, madres bondadosas al servicio de su esposo y la familia de éste. Dina rompe esas reglas y lucha incansablemente para vivir su propia vida, aunque las cosas no serán nada fáciles y deberá estar alerta en todo momento. La cineasta georgiana compone un retrato fiel y sincero sobre la mujer rural georgiana de finales del siglo XX, sin caer en ningún discurso panfletario o condescendiente, la trama es dura y compleja, y crea una atmósfera inquietante y cruel, ya que mezcla la belleza de sus paisajes tanto primaverales como hibernales, mezclado con la execrable tradición machista que sigue vigente en las diferentes aldeas.

Dina, bellísima y magnífica la interpretación contenida de la debutante Natia Vibliani, que lo expresa todo de manera sobria, nos conduce por su historia, por encontrar su lugar en el mundo, a través de su perseverancia, sus conflictos interiores, y ese entorno conservador, tradicionalista y violento, una mujer vital, llena de energía, de amor y de vida, que no cejará en su empeño, a pesar de todos los reveses y palos que va encontrando en su existencia. Khatchvani construye una película que puede verse como una experiencia antropológica, retratando las formas y costumbres de vida de los habitantes de la zona, en la que hace gala de un gusto exquisito en su forma, combinando excelentemente los colores y el paisaje que rodea los pueblos, desde esos colores apagados y oscuros de las ropas rurales, a ese vestido rojo, que alberga todo el significado de libertad que desprende la protagonista, o esos planos, en sus mayoría fijos, que nos remiten a la prisión en vida que sufren las mujeres del relato, donde la cabeza más visible sería Dina, ya que ella ha decidido enfrentarse a lo inamovible para ser ella misma, tomar sus propias decisiones y mantenerse en pie, cueste lo que cuesto, y a pesar de quién sea, de su familia, su pueblo y sus malditas tradiciones.