Jersey Boys, de Clint Eastwood

jersey_boys-cartel-5676Ascenso y caída del sueño americano

Clint Eastwood, el octogenario y brillante cineasta, con más de 50 títulos a sus espaldas, dónde ha desempeñado las funciones de actor, director, guionista, productor y músico, vuelve a la carga. Ahora se plantea revisar la música popular de los años 50, sus años mozos, cuando sólo era un joven atractivo y desconocido, que se ganaba la vida como actor de reparto en la serie Rawhide (1959-1966) -algunas de sus imágenes se cuelan durante un breve instante en la película, cuando uno de los protagonistas está viendo la televisión-. La película arranca en una pequeña localidad de New Jersey, en el año 1951, cuando un pipiolo Francis Stephen Castelluccio, que más tarde se convertirá en Frankie Vallie, y su fiel amigo, Tomy deVito, acompañdos de Nicky, se dedican algunas noches a actuar y otras, a robar para el capo del lugar, Gyp DeCarlo. Jóvenes sin futuro y delincuentes en ciernes, como aquellos que retrató Nicholas Ray en Rebelde sin causa (1955). Todo cambiará para ellos con la aparición del compositor Bob Gaudio,  que gracias a su enorme talento, regalará maravillosas canciones para la angelical voz de Frankie, en ese momento nacerán Frankie Vallie & The Four Seasons. Los éxitos no tardan en llegar, acompañados de fama, dinero y mujeres, y en poco tiempo se convierten en el grupo de moda, pero las distensiones en el grupo, debido a los problemas económicos de DeVito con la mafia, provocan el final de la banda. Eastwood pone el dedo en la llaga mostrando los problemas personales y familiares de Valli, enseñándonos la cara perversa del éxito, y los inevitables sacrificios que conlleva tener dos familias: la artística y la personal. Eastwood, compositor y pianista (que curiosamente grabó un disco a finales de los 50), y autor de algunas bandas sonoras de sus películas, Mystic River (2003) y Million dollar baby (2004), entre otras, vuelve con esta cinta a dar rienda suelta a su otra gran pasión, la música, a la que ya había tratado en El aventurero de medianoche  (1982), en la que un cantante de country alcohólico malvivía durante los años 30 de la Gran depresión, en Bird (1988), dónde daba buena cuenta de la vida de Charlie Parker, el famoso saxofonista de jazz y los años 40, y también, en  Piano Blues (2003), capítulo de la serie documental que produjo Scorsese sobre la música norteamericana. Una buena película, que bebe de los grandes, no obstante, la primera intención de su director era filmar un remake de Ha nacido una estrella (1937), de su admirado William A. Wellmann. Relato contado a través de los cuatro componentes del grupo, cuatro miradas diferentes que van relatando los éxitos y fracasos de unos jóvenes de barrio que se lanzaron a conquistar los corazones de un país sumido en el American way of life, a través de canciones que ya forman parte de la cultura popular como, Big girls don’t cry, Grease, Sherry, Can’t take my eyes off you… El talento del cineasta californiano queda patente en la ambientación, los encuadres, esa luz apagada y la estructura, así como la elección de los intérpretes, todo está rodeado del clasicismo habitual que caracteriza el cine de Eastwood. Quizás no se convertirá en uno de sus grandes títulos, porque aunque sea correcta y está bien contada, le falta alma, más emoción, no termina de entusiasmar cómo debería. Un biopic al uso, – cómo lo era la anterior de Eastwood,  J. Edgar (2011) – dónde los espectadores se encontrarán una adaptación basada en el musical homónimo que ha triunfado en Broadway, un relato lleno de luces y sombras, de claroscuros, de loosers, vapuleados por la vida, muy habituales en el cine del maestro, seres luchadores que la fama acaba venciendo y sobretodo, olvidando en lugares sin corazón, con la única compañía de la barra de un bar a medianoche, y un whisky lleno de nostalgia y amargura.